Aristóteles De Caelo

LIBRO II

 

1. Perfección del cielo

 

A partir, pues, de lo expuesto puede uno tener la certeza de que el cielo en su conjunto ni ha sido engendrado ni puede ser destruido, como algunos dicen, sino que es uno y eterno, sin que su duración total tenga principio ni fin, y tiene y contiene en sí mismo la infinitud del tiempo, certeza obtenida también a través de la opinión de los que lo describen de manera distinta y lo pretenden engendrado: pues si cabe que el universo sea de ese modo y, en cambio, no del modo que aquéllos dicen que ha sido engendrado, entonces esto daría también un gran peso a la creencia en su inmortalidad y eternidad.

Por ello es bueno convencerse de la verdad de nuestras antiguas y más tradicionales concepciones, a saber, que hay algo inmortal y divino entre las cosas dotadas de movimiento, movimiento de tal naturaleza que no tiene límite, sino que él es más bien el límite de las demás cosas; en efecto, el límite pertenece a las cosas que engloban a otras, y este movimiento, que es perfecto, engloba a las cosas que tienen un límite y un cese, sin que él tenga principio ni fin alguno, sino que es incesante a lo largo del tiempo infinito, a la vez que es la causa del comienzo de otros y el punto en que éstos se detienen.

Los antiguos asignaron a los dioses el cielo y el lugar superior, por considerar que era lo único inmortal; ahora bien, la presente exposición constata que es incorruptible e ingenerable, así como que es insensible a toda contrariedad propia de la existencia mortal y, además de eso, libre de penalidades por no necesitar de ninguna fuerza ajena que lo reprima impidiéndolo desplazarse de aquel otro modo que sería natural en él: en efecto, todo lo que posea una condición semejante estará sujeto a sufrimiento, tanto más cuanto más eterno sea, y no será partícipe del más noble estado.

Por ello tampoco hay que dar crédito al mito de los antiguos, que dicen que la subsistencia del cielo depende de un tal Atlas...; en efecto, los que compusieron esta narración parecen tener la misma concepción que los autores más recientes: pues, hablando de los cuerpos de allá arriba como si todos tuvieran peso y fueran de tierra, conjeturaron para él míticamente la existencia de una necesidad animada.

No hay, pues, que concebirlo de esa manera ni como si, adquiriendo merced al torbellino un movimiento más rápido que el propio de su peso, se mantuviera todavía después de tanto tiempo, tal como dice Empédocles.

Pero tampoco es razonable que permanezca eternamente forzado por un alma: pues semejante vida no puede estar para el alma libre de penas y llena de ventura: en efecto, será necesario, al producirse su movimiento a la fuerza, si ella mueve el cielo y lo mueve de manera continua, pese a ser propio del cuerpo primero de otra manera que carezca de reposo y esté privada de todo solaz intelectual, ya que ni siquiera le es dado, al igual que para el alma de los vivientes mortales hay un descanso, el relajamiento del cuerpo que se produce con ocasión, del sueño, sino que necesariamente la dominará un destino de Ixión eterno e interminable.

Pues bien, si es admisible, tal como hemos dicho, que la exposición recién hecha de la traslación primordial sea válida, no sólo será más adecuado concebir así: su eternidad, sino que sólo así podremos emitir juicios acordes con la opinión común acerca de la divinidad. Pero de este tipo de consideraciones baste lo dicho hasta ahora.

 

2. Derecha e izquierda del universo

 

Puesto que hay algunos que dicen que existe un lado derecho y un lado izquierdo del cielo, como los llamados pitagóricos suya es, en efecto, esta afirmación, hay que investigar si la cosa es de la manera que ellos, dicen o más bien de otra, si es que realmente hay que aplicar al cuerpo del universo estos principios.

En efecto, hay que admitir, primero y ante todo que, si se dan lo derecho y lo izquierdo en una cosa, antes se han de dar en ella los principios anteriores. Pues bien, se han hecho las distinciones relativas a dichos principios en los libros referentes a los movimientos de los animales, por ser propios de la naturaleza de éstos. En efecto, en los animales parece darse de manera evidente todo ese tipo de partes, a saber, la derecha y la izquierda, y en unos se dan algunas, mientras que en las plantas se da sólo el arriba y abajo. Ahora bien, si es preciso aplicar también al cielo alguna de tales dimensiones, será lógico que se dé también en él la primera que se da, como dijimos, en los animales: en efecto, cada una de ellas, que son tres, viene a ser algo así como un principio. Las tres dimensiones que digo son el «arriba» y el «abajo», el «delante» y su opuesto, la «derecha» y la «izquierda»: pues es lógico que todas estas dimensiones se den en los cuerpos perfectos. Ahora bien, el «arriba» es el principio de la longitud, la «derecha», de la anchura, y el «delante», de la profundidad. Pero todavía son principios de otra manera, a saber, con arreglo a los movimientos; llamo, en efecto, principios a aquellos puntos de donde parten los movimientos en las cosas que tienen movimiento. Ahora bien, de arriba parte el crecimiento, de lo situado a la derecha, el movimiento local, de delante, el sensorial: pues llamo «delante» a donde están los sentidos.

Por eso no hay que buscar en cada cuerpo el «arriba» y el «abajo», la «derecha» y la «izquierda», el «delante» y el «detrás», sino sólo en todos aquellos que tienen en sí mismos el principio de su movimiento por ser animados: efectivamente, en ninguno de los inanimados vemos el origen del movimiento. Pues unos no se mueven en absoluto, otros se mueven, pero no en todas direcciones de la misma manera, v. g.: el fuego, sólo hacia arriba, y la tierra, hacia el centro. Pero en éstos hablamos de «arriba» y «abajo» y de «derecha» e «izquierda» refiriéndolos a nosotros mismos; en efecto, o bien lo decimos con arreglo a nuestra derecha, como los adivinos, o bien por semejanza con nuestra derecha, como la derecha de la estatua, o bien por ocupar la posición contraria, a saber, derecho, lo correspondiente a nuestra izquierda, izquierdo, lo correspondiente a nuestra derecha. En ellos mismos, en cambio, no vemos ninguna diferencia: pues si se les da la vuelta, denominaremos al revés lo derecho y lo izquierdo, lo de arriba y lo de abajo, lo de delante y lo de atrás.

Por ello podría uno preguntarse, respecto a los pitagóricos, la causa de que hablaran sólo de dos de estos principios, la «derecha» y la «izquierda», y descuidaran los otros cuatro, pese a no ser menos importantes: pues no hay en absoluto menos diferencia entre el «arriba» y el «abajo» y entre el «delante» y el «detrás» que entre la «derecha» y la «izquierda» en todos los animales. En efecto, estos últimos difieren sólo en capacidad, aquéllos, en cambio, también en figura, y el «arriba» y el «abajo» existen en todos los seres animados por igual, tanto animales como plantas, mientras que la derecha y la izquierda no se dan en las plantas.

Además, comoquiera que la longitud es anterior a la anchura, si el «arriba» es el principio de la longitud y la «derecha» lo es de la anchura, y si el principio de lo anterior es anterior, el «arriba» será anterior a la «derecha» en cuanto a la generación, puesto que «anterior» se dice de muchas maneras.

Además de esto, si «arriba» es «de donde» procede el movimiento, la «derecha», «a partir de donde» sale, y «delante», «hacia donde» va, aun así, el «arriba» tendrá cierta virtualidad de principio respecto a las demás formas.

Por descuidar, pues, los principios más importantes, es justo recríminarles así como porque creían que estos otros se daban por igual en todas las cosas.

Ahora bien, comoquiera que hemos determinado anteriormente que en las cosas que poseen un principio de movimiento se dan tales potencias, y como el cielo es animado y posee un principio de movimiento, está claro que tiene también «arriba» y «abajo» y «derecha» e «izquierda».

No hay, en efecto, que dudar, por el hecho de que la figura del universo sea esférica, de que una parte de éste sea la derecha y otra la izquierda, aun siendo todas semejantes y moviéndose constantemente, sino que hay que concebirlo como si aquellas cosas en las que existe una diferencia de figura entre derecha e izquierda quedaran envueltas además por una esfera: en efecto, tendrán una diferencia de potencia entre derecha e izquierda, pero no lo aparentarán, debido a la homogeneidad de la figura. De igual modo hay que razonar acerca del principio del movimiento: pues aunque nunca tuvo un comienzo, es necesario, sin embargo, que tenga un principio, a partir del cual se habría originado si hubiera empezado a moverse, y por el que se habría puesto de nuevo en movimiento en caso de haberse detenido.

Llamo «longitud», en él, a la distancia entre los polos, y que uno de los polos es el «arriba» y el otro el «abajo»: pues sólo en esos hemisferios apreciamos una diferencia, por el hecho de no moverse los polos. Asimismo, lo que acostumbramos a llamar los costados del mundo no son el «arriba» y el «abajo», sino lo que queda fuera de los polos, entendiendo que aquella otra línea es la longitud: pues lo transversal es lo que queda fuera del «arriba» y el «abajo».

De los polos, el que aparece sobre nosotros es la parte inferior del universo, y el que nos resulta invisible, la parte superior. Pues llamamos lado derecho de cada cosa a aquel de donde parte el movimiento local; ahora bien, el principio de la revolución del cielo es de donde surgen los ortos de los astros, de modo que ésa será la derecha, y donde tienen lugar los ocasos, la izquierda. Así, pues, si parte de la derecha y gira hacia la derecha, el polo invisible será necesariamente el «arriba»: pues si fuera el visible, el movimiento de rotación sería hacia la izquierda, cosa que negamos. Está claro, pues, que el polo invisible es el «arriba». Y los que allí habitan están en el hemisferio superior y hacia la derecha, nosotros, en cambio, en el inferior y hacia la izquierda, contrariamente a lo que dicen los pitagóricos: pues ellos nos ponen arriba y en la parte derecha, y a los de allá, abajo y en la izquierda. Sin embargo, ocurre lo contrario.

Pero respecto de la segunda revolución, es decir, la de los planetas, nosotros estamos en la parte superior y en la derecha, aquéllos, en cambio, en la parte inferior y en la izquierda: pues para éstos el principio del movimiento es inverso, por ser contrarias las traslaciones, de modo que resulta que nosotros estamos hacia el principio y aquéllos hacia el final. Así, pues, baste lo dicho acerca de las partes del mundo con arreglo a las dimensiones y acerca de las distinciones con arreglo al lugar.

 

3. Multiplicidad de las traslaciones

 

Puesto que no existe un movimiento circular contrario a otro movimiento circular, hay que investigar por qué existen múltiples traslaciones, intentando realizar la investigación, aunque sea de lejos; lejos, por cierto, no en cuanto al lugar, sino más bien en cuanto al hecho de que tenemos percepción de muy pocas de las propiedades de aquellas cosas. Hablemos, no obstante, de ello.

La causa correspondiente a aquellas revoluciones hay que buscarla en lo siguiente. Cada una de las cosas que realizan una operación existe en función de dicha operación. Ahora bien, el acto de la divinidad es la inmortalidad, esto es, la vida eterna. De modo que la divinidad tendrá necesariamente movimiento eterno. Y puesto que el cielo es tal pues es un cuerpo divino, tiene por ello mismo un cuerpo circular que se mueve siempre en círculo conforme a su naturaleza.

¿Por qué, pues, no todo el cuerpo del cielo es así? Porque alguna parte del cuerpo que se desplaza en círculo, a saber, la que se halla exactamente en el centro, ha de permanecer quieta, pero ninguna otra parte de él puede estar quieta, ni en general ni en el centro. Pues, en tal caso, su movimiento conforme a la naturaleza sería hacia el centro; ahora bien, se mueve naturalmente en círculo: si no, en efecto, su movimiento no sería eterno; pues nada contrario a la naturaleza es eterno. Por otro lado, lo contrario a la naturaleza es posterior a lo conforme a la naturaleza y, en la generación, lo contrario a la naturaleza es una perturbación de lo conforme a la naturaleza. Es necesario, por tanto, que exista la tierra: pues ésta reposa en el centro. Ahora, pues, dése esto por supuesto; más adelante se hará una demostración al respecto .

Pero si es necesario que exista la tierra, también lo es que exista el fuego: pues de los contrarios, si uno es por naturaleza, también el otro será necesariamente por naturaleza, si realmente es el contrario del primero, y necesariamente habrá una naturaleza propia de él; pues la materia de los contrarios es la misma, y la afirmación es anterior a la privación (me refiero, por ejemplo, a lo cálido respecto a lo frío), y el reposo y lo pesado se dicen por privación de la ligereza y del movimiento. Pero, ya que existen el fuego y la tierra, es necesario que existan también los cuerpos intermedios de éstos: pues cada uno de los elementos tiene una relación de contrariedad con otro. Demos esto, de momento, por supuesto y luego intentaremos demostrarlo.

Existiendo estos elementos, es evidente que por fuerza ha de haber generación, al no poder ser ninguno de ellos eterno: en efecto, los contrarios padecen y actúan recíprocamente y son mutuamente destructivos. Además, no es lógico que sea eterna una cosa móvil cuyo movimiento no pueda por naturaleza ser eterno; ahora bien, aquellos elementos tienen movimiento. Luego está claro, a partir de esto, que es necesario que haya generación.

Y si hay generación, es necesario que haya también algún otro desplazamiento, sea uno o sean varios: pues bajo la sola influencia del desplazamiento del todo, los elementos de los cuerpos habrían de comportarse entre sí siempre de la misma manera . Pero de esto se hablará más explícitamente en los libros que siguen.

De momento queda bastante claro por qué razón son varios los cuerpos movidos en círculo: porque es necesario que haya generación, y hay generación sólo si hay fuego, y existe éste y los otros elementos porque existe la tierra; la razón de que exista ésta, por otro lado, es que forzosamente ha de haber algo siempre inmóvil si realmente ha de haber también algo que se mueva siempre.

 

4. Esfericidad del universo

 

Es necesario que el cielo tenga forma esférica: pues esta figura es la más adecuada a la entidad celeste y la primera por naturaleza.

Digamos en general, acerca de las figuras, cuál es primera, tanto en las superficies como en los sólidos. Pues bien, toda figura plana es rectilínea o curvilínea. Y la rectilínea está delimitada por varias líneas, la curvilínea, en cambio, por una sola. Y puesto que en cada género es anterior por naturaleza lo uno a lo múltiple y lo simple a lo compuesto, la primera de las figuras planas será el círculo.

Además, si es perfecto aquello fuera de lo cual no es posible encontrar nada que sea propio de él, como se ha determinado con anterioridad, y a la recta siempre es posible añadirle algo, pero nunca a la línea del círculo, es evidente que la línea que delimita el círculo es perfecta; de modo que, si lo perfecto es anterior a lo imperfecto, también por este motivo será el círculo la primera de las figuras.

De igual manera también la esfera es el primero de los sólidos: pues sólo ella está delimitada por una única superficie, mientras que los poliedros lo están por varias; en efecto, lo que es el círculo entre las figuras planas, lo es la esfera entre los sólidos.

Además, incluso los que descomponen los cuerpos en superficies y los generan a partir de superficies parecen haber testimoniado a favor de estas afirmaciones: pues la esfera es la única que no descomponen, considerando que no tiene más que una superficie; en efecto, la división en superficies no procede del mismo modo que si uno dividiera el todo cortándolo en partes, sino como si lo dividiera en elementos distintos en especie.

Queda claro, pues, que la esfera es la primera de las figuras sólidas. Y al dar a las figuras un orden con arreglo a un número, lo más lógico es colocarlas así: el círculo, en correspondencia con el uno, el triángulo, con la díada, puesto que hay en él dos rectos. En cambio, si se pone el uno en correspondencia con el triángulo, el círculo no será ya una figura.

Y puesto que la primera figura es propia del cuerpo primero, y el cuerpo primero es el que se halla en el primer orbe, lo que gira con movimiento circular será esférico. Y también lo inmediatamente contiguo a aquello: pues lo contiguo a lo esférico es esférico. E igualmente los cuerpos situados hacia el centro de éstos: pues los cuerpos envueltos por lo esférico y en contacto con ello han de ser por fuerza totalmente esféricos; y los situados bajo la esfera de los planetas están en contacto con la esfera de encima. De modo que cada uno de los orbes será esférico: pues todos los cuerpos están en contacto y son contiguos con las esferas.

Además, puesto que es manifiesto y admitido que el universo gira en círculo, y puesto que se ha demostrado que fuera del último orbe no hay vacío ni lugar, también por esta razón ha de ser necesariamente esférico. En efecto, si fuera poliédrico, resultaría haber fuera de él lugar, cuerpo y vacío. Pues lo poliédrico, al trasladarse en círculo, no ocupa nunca el mismo espacio, sino que donde antes había cuerpo ahora no lo habrá, y donde ahora no lo hay lo habrá nuevamente, a causa de la posición alternante de los ángulos.

Algo semejante ocurriría tratándose de cualquier otra figura que no tuviera iguales las líneas procedentes del centro, v. g.: una figura lenticular u ovoidal: pues en todas ellas resultará haber lugar y vacío fuera de la órbita de traslación, por no ocupar el todo siempre el mismo espacio.

Además, si la traslación del cielo es la medida de todos los movimientos, por ser la única continua, regular y eterna, y en cada cosa la medida es lo más pequeño y el movimiento más pequeño es el más rápido, está claro que el movimiento del cielo será el más rápido de todos los movimientos. Ahora bien, de todas las líneas que van del mismo punto al mismo punto, la circunferencia es la más corta; por otro lado, el movimiento a lo largo de la línea más corta es el más corto: de modo que, si el cielo se mueve en círculo y lo más rápidamente posible, por fuerza ha de ser esférico.

También a partir de los cuerpos situados en tomo al centro puede uno adquirir esta certeza. En efecto, si el agua está en tomo a la tierra, el aire en tomo al agua y el fuego en tomo al aire, también los cuerpos de arriba estarán en la misma disposición pues, aun no siendo continuos con éstos, están en contacto con ellos; ahora bien, la superficie del agua es esférica y lo continuo con lo esférico, o situado en tomo a lo esférico, necesariamente ha de ser también esférico: de modo que también merced a esto quedará claro que el cielo es esférico.

Ahora bien, que la superficie del agua es tal resultará manifiesto para quienes partan del hecho de que es natural para el agua fluir siempre hacia la parte más cóncava; pero es más cóncavo lo más cercano al centro. Trácense, pues, desde el centro los radios AB y AC y únanse mediante la cuerda BC. Así, pues, la perpendicular a la base, AD, es menor que las rectas trazadas desde el centro: luego el lugar es más cóncavo. De modo que el agua afluirá hacia él de todas partes hasta que se nivele. Ahora bien, la recta AE es igual a las trazadas desde el centro. Necesariamente, por tanto, el agua llegará hasta la altura de las rectas trazadas desde el centro: pues entonces se quedará quieta. Ahora bien, la línea que coincide con los extremos de las trazadas desde el centro es una circunferencia: luego la superficie del agua es esférica, a saber, BEC.

A partir de esto, pues, resulta evidente que el mundo es esférico y torneado con una precisión tal que no tiene parangón con ninguna cosa salida de la mano del hombre ni con nada de lo que aparece ante nuestros ojos. Pues ninguna de las cosas de las que está compuesto es capaz de admitir una regularidad y exactitud tal como la naturaleza del cuerpo periférico: pues es evidente que la misma proporción de regularidad que se da entre el agua y la tierra, se da entre los demás elementos constitutivos del mundo, tanto más cuanto más lejos están del centro

 

5. Sentido de la rotación del universo

 

Supuesto que sobre una circunferencia es posible moverse en dos sentidos, a saber, partiendo de A, uno hacia B y el otro hacia C, antes se ha dicho que, en definitiva, esos sentidos no son contrarios. Pero si no es admisible que en las cosas eternas haya nada que ocurra de cualquier manera ni al azar, y el cielo es eterno, así como la traslación circular, ¿por qué motivo se desplaza en uno de los sentidos y no en el otro? Pues es necesario que esto sea un principio o que haya un principio de ello.

Pues bien, quizá el intentar hacer aseveraciones firmes sobre ciertas cosas y acerca de todo, sin omitir nada, podría parecer signo de gran ingenuidad o presunción. Sin embargo, no sería justo echárselo en cara a todos por igual, sino que hay que ver cuál es la causa de lo que dicen y con qué grado de convicción, si meramente humana o más sólida aun. Así, pues, cuando uno se topa con argumentos más constrictivos, debe dar las gracias a sus descubridores; pero ahora se trata de exponer lo que parece claro.

En efecto, si la naturaleza siempre realiza la mejor de las posibilidades y al igual que, de las traslaciones en línea recta, la que va hacia el lugar superior es más digna pues es más divino el lugar superior que el inferior y, del mismo modo, es más digna la dirigida hacia delante que la dirigida hacia atrás, entonces el universo, puesto que tiene derecha e izquierda, tal como se ha dicho antes, también tiene anterior y posterior y la dificultad expuesta prueba que los tiene: en efecto, esta explicación resuelve la dificultad. Pues si se encuentra en el mejor estado posible, ésa será también la causa de lo dicho: en efecto, es mejor moverse con un movimiento simple e incesante y hacia el lado más digno.

 

6. Regularidad de la rotación celeste

 

Acerca de su movimiento cabría exponer, después de lo dicho, que es uniforme y no irregular. Digo esto del primer cielo y de la primera traslación: pues en los inferiores se combinan ya más traslaciones para producir una sola.

En efecto, es evidente que, si se moviera de manera no uniforme, habría aceleración, clímax y retardación del desplazamiento: pues todo desplazamiento no uniforme tiene retardación, aceleración y clímax. Y el clímax está, bien en el punto de donde se parte, bien donde se llega, bien a medio camino; así, por ejemplo, para las cosas que se mueven con arreglo a la naturaleza está en el punto hacia el que se desplazan, para las que se mueven al margen de la naturaleza, en el punto de donde parten, para los proyectiles, a medio camino. Pero en la traslación circular no hay un «de donde» ni un «a donde» ni un medio; en efecto, no hay en ella principio ni límite ni punto medio: pues es eterna en el tiempo, vuelta sobre sí misma en longitud y sin solución de continuidad; de modo que, si su traslación no tiene clímax, tampoco tendrá irregularidad; pues la irregularidad surge a causa de la retardación y la aceleración.

Además, puesto que toda cosa movida es movida por algo, la irregularidad del movimiento se producirá necesariamente a causa del motor, de lo movido o de ambos; en efecto, si el motor no moviera siempre con la misma fuerza, o si lo movido se alterara y no permaneciera idéntico a sí mismo, o si ambos cambiaran, nada impediría que lo que se mueve lo hiciera sin uniformidad. Pero nada de esto puede ocurrir con el cielo; en efecto, se ha demostrado que lo que se mueve es primordial, simple, ingenerable, incorruptible y, en definitiva, inmutable, y el motor es mucho más lógico que sea así: pues lo primordial será impulsor de lo primordial, lo simple, de lo simple, y lo incorruptible e ingenerable, de lo incorruptible e ingenerable. Dado, pues, que lo movido, aun siendo cuerpo, no cambia, tampoco cambiará el motor, que es incorpóreo. De modo que es imposible que la traslación sea irregular.

En efecto, si se vuelve irregular, o bien cambia por entero y tan pronto se hace más rápida como vuelve a ser más lenta, o bien cambia en algunas de sus partes. Pues bien, es manifiesto que sus partes no son irregulares: pues en tal caso ya se habría producido una separación de los astros en la infinitud del tiempo, al moverse unos más aprisa y otros más despacio. Pero no parece que ninguno sufra alteración en cuanto a las distancias.

Ahora bien, tampoco cabe que la traslación del cielo cambie por entero, pues la retardación de una cosa se produce siempre por impotencia, y la impotencia es contraria a la naturaleza: en efecto, las impotencias en los animales son todas contrarias a la naturaleza, como es el caso de la vejez y el debilitamiento. Pues quizá la entera constitución de los animales está formada de elementos tales que difieren en cuanto a sus lugares propios: ninguna de sus partes, en efecto, ocupa su región propia.

Así, pues, si en los cuerpos primeros no existe lo contrario a la naturaleza (pues son simples y sin mezcla), están en su región propia y nada les es contrario, tampoco habrá en ellos impotencia, de modo que tampoco retardación ni aceleración: pues si hay aceleración, también habrá retardación.

Además, es ilógico que durante un tiempo infinito el motor sea impotente y luego, durante otro tiempo infinito, sea potente: en efecto, no parece haber nada que sea contrario a la naturaleza durante un tiempo infinito y la impotencia es contraria a la naturaleza ni, durante la misma cantidad de tiempo, contrario y conforme a la naturaleza ni, en general, potente e impotente; ahora bien, si el movimiento se retarda, necesariamente lo hará durante un tiempo infinito. Pero tampoco es posible que se acelere siempre o se retarde siempre: pues el movimiento sería ilimitado e indefinido, y decimos que todo movimiento se da a partir de un punto hacia un punto y de manera bien definida.

Además, si uno supone que hay un tiempo mínimo por debajo del cual no es posible que el cielo se mueva de la misma manera, en efecto, que no es posible tocar la cítara ni caminar en cualquier período de tiempo, sino que hay un tiempo mínimo determinado, para cada acción, con arreglo a un límite que no se puede rebasar, así tampoco es posible que el cielo se mueva en cualquier período de tiempo: si, pues, esto es verdad, no habrá siempre una aceleración de la traslación y si no hay aceleración, tampoco retardación: pues lo mismo vale para ambas y cada una, si realmente sufre un aumento de velocidad igual o mayor, y durante un tiempo ilimitado.

Sólo queda decir, pues, que el movimiento tenga alternativamente una fase más rápida y otra más lenta; pero esto es totalmente ilógico y semejante a una ficción. Además, es más razonable decir de estas alternancias que no nos pasarían inadvertidas: pues los fenómenos yuxtapuestos son más fáciles de percibir.

Que existe, por tanto, un único cielo y que éste es ingénito y eterno, además de moverse uniformemente, considerémoslo suficientemente explicado.

 

7. Composición de los astros

 

A continuación convendría hablar de los llamados «astros» diciendo de qué están compuestos y con qué figuras y cuáles son sus movimientos.

Pues bien, lo más razonable y consecuente con lo ya expuesto por nosotros es considerar cada uno de los astros constituido por aquel cuerpo dentro del cual se desplazan, puesto que dijimos que había un cuerpo que tenía por naturaleza el trasladarse en círculo; en efecto, así como los que sostienen que los astros son ígneos hablan así porque dicen que el cuerpo superior es fuego, considerando que es lógico que cada cosa esté compuesta de aquello en cuyo seno se halla, así también razonamos nosotros.

En cuanto al calor y la luz por ellos emitidos, se producen debido al frotamiento del aire situado por debajo de su trayectoria. Pues el movimiento produce también naturalmente la inflamación de la madera, las piedras y el hierro: por ello es tanto más lógico que inflame a lo que está más cerca del fuego, a saber, el aire; tal ocurre, por ejemplo, con los proyectiles de guerra: pues éstos se inflaman de tal manera que las balas de plomo se funden, y puesto que éstos se inflaman,, necesariamente le ocurrirá también eso al aire que los rodea. Estos cuerpos se calientan, pues, al desplazarse en el aire, el cual, a causa del impacto resultante del movimiento, se convierte en fuego.

Cada uno de los cuerpos de allá arriba se desplaza con la rotación de su esfera, de modo que ellos no se inflaman, mientras que el aire que hay por debajo de la esfera del cuerpo circular se calienta necesariamente por el movimiento de ésta, y ello es así sobre todo en aquel punto en que el sol se halla inserto: por eso, al acercarse éste y elevarse sobre nosotros, se produce el calor.

Quede dicho, pues, al respecto que los astros ni son ígneos ni se desplazan en medio del fuego.

 

8. Movimiento de los astros

 

Puesto que es manifiesto que los astros y el cielo todo se desplazan, es necesario que dicha mutación se produzca, bien estando uno y otros en reposo, bien moviéndose, bien estando lo uno en reposo y lo otro en movimiento.

Que uno y otros estén en reposo, pues, es imposible, al menos si la tierra se halla en reposo: pues en ese caso no se producirían los fenómenos que vemos. Pero hay que dar por supuesto que la tierra está quieta. Queda, por tanto, la posibilidad de que uno y otros se muevan o que lo uno esté en movimiento y lo otro en reposo.

Así, pues, si uno y otros se mueven, parecerá ilógico que las velocidades de los astros y las de los círculos sean idénticas: pues cada astro tendrá la misma velocidad que el círculo en el que se desplaza. En efecto, es patente que los astros regresan al punto de partida al mismo tiempo que sus círculos. Ocurre, pues, que el astro acaba de recorrer el círculo al mismo tiempo que el círculo acaba de realizar su movimiento de traslación, recorriendo una circunferencia. Ahora bien, no es lógico que guarden la misma proporción las velocidades de los astros y las magnitudes de los círculos. En efecto, no es en absoluto absurdo, sino necesario, que los círculos tengan las velocidades proporcionales a sus magnitudes, pero que ocurra lo mismo con cada uno de los astros que se mueven en ellos no es lógico en modo alguno; pues una de dos: o bien será necesariamente más rápido el astro transportado en el círculo mayor, en cuyo caso está claro que, aunque los astros intercambien sus posiciones en los círculos, unos serán más rápidos, y otros, más lentos y en ese caso no tendrán movimiento propio, sino que serán transportados por los círculos, o bien se corresponderán por pura casualidad, pero entonces ya no resultará lógico que en todos los casos sea a la vez mayor el círculo y más rápida la traslación del astro que hay en él; que uno o dos, en efecto, se comporten de este modo no es nada absurdo, pero que se comporten así todos es algo muy parecido a una ficción. En las cosas que son por naturaleza no se da al mismo tiempo el azar, ni en las que se encuentran por todas partes y en todo se da el resultado de la casualidad.

Pero a su vez, si los círculos están quietos y los astros se mueven, se darán los mismos o parecidos resultados absurdos: pues resultará que los astros exteriores se moverán más aprisa y las velocidades serán correlativas a las magnitudes de los círculos.

Así, puesto que no es lógico que se muevan a la vez ambos ni que se mueva sólo uno de los dos, sólo cabe que se muevan los círculos y que los astros permanezcan quietos y se desplacen por estar fijos en los círculos; sólo así, en efecto, no se deriva nada ilógico: pues es lógico que, entre círculos fijos alrededor del mismo centro, sea mayor la velocidad del círculo mayor pues al igual que, en los demás casos, el cuerpo mayor se desplaza más rápidamente en su traslación propia, así también ocurre con los cuerpos movidos circularmente; en efecto, entre los segmentos de circunferencia delimitados por líneas trazadas desde el centro, es mayor el segmento del círculo mayor, de modo que, lógicamente, el círculo mayor girará en un tiempo igual que el menor, y por eso no ocurrirá que el cielo se desgarre, así como porque se ha demostrado que el todo es continuo.

Además, comoquiera que los astros son esféricos, tal como dicen los demás y hemos de admitir nosotros, haciéndolos generarse de aquel cuerpo, y como de por sí existen dos movimientos propios del cuerpo esférico, a saber, el rodar y la rotación, si los astros se movieran por sí mismos, lo harían con arreglo a uno de esos dos movimientos: pero no parecen hacerlo con arreglo a ninguno de los dos.

En efecto, si rotaran, permanecerían en el mismo sitio y no cambiarían de lugar, lo cual es manifiesto que no hacen y todo el mundo lo dice. Además, lo lógico sería que todos se movieran con el mismo movimiento, pero el sol parece ser el único de los astros que hace esto, al salir y ponerse, pero no por sí mismo, sino por la distancia a la que lo vemos pues la visión a gran distancia oscila a causa de su debilidad. Lo cual es también, probablemente, la causa de que las estrellas fijas parezcan temblar y los planetas, en cambio, no; en efecto, los planetas están cerca, de modo que la vista llega hasta ellos con fuerza; en cambio, al dirigirse hacia las estrellas inmóviles, tiembla a causa de la distancia, pues se dilata en exceso. Su temblor hace que parezca haber un movimiento del astro: pues no hay ninguna diferencia entre que se mueva la vista o lo visto.

Por otro lado, que los astros tampoco ruedan es manifiesto: pues lo que rueda es necesario que gire, y de la luna, en cambio, siempre es visible lo que llamamos su «cara». Por consiguiente, puesto que si los astros se movieran por sí mismos sería lógico que lo hicieran con arreglo a sus movimientos propios y, sin embargo, no parecen moverse con arreglo a ellos, está claro que no se mueven por sí mismos.

Además de eso, es ilógico que la naturaleza no los haya dotado de ningún órgano apto para el movimiento pues la naturaleza no hace nada al azar, ni que se haya preocupado por los animales y, en cambio, haya pasado por alto seres tan nobles, pero parece como si les hubiera privado intencionadamente de todos aquellos medios con los que podrían avanzar por sí mismos, y que se los hubiera diferenciado al máximo de los seres que poseen órganos para el movimiento.

Por ello parece razonable que el cielo en su conjunto, así como cada astro, sean esféricos. En efecto, para el movimiento sobre sí mismo, la esfera es la más idónea de las figuras pues es tanto la que puede moverse más deprisa como la que mejor puede mantenerse en el mismo lugar; en cambio, es la menos idónea para el avance: pues es la menos semejante a los seres que se mueven por sí mismos; en efecto, no tiene ninguna parte distinguible ni prominente, como el poliedro, sino que por su figura se diferencia al máximo de los cuerpos aptos para la progresión.

Por tanto, ya que es preciso que el cielo se mueva con arreglo a su movimiento propio y que los demás cuerpos no avancen por sí mismos, tanto uno como los otros serán, lógicamente, esféricos: pues de este modo estará el primero máximamente en movimiento y los segundos, máximamente en reposo.

 

9. La armonía de las esferas

 

Resulta patente de esto que la afirmación de que se produce una armonía de los cuerpos en traslación, al modo corno los sonidos forman un acorde, ha sido formulada de forma elegante y llamativa por los que la sostienen, pero no por ello se corresponde con la realidad. A algunos, en efecto, les parece forzoso que, al trasladarse cuerpos de semejante tamaño, se produzca algún sonido, ya que también se produce con los próximos a nosotros, aun no teniendo el mismo tamaño ni desplazándose con una velocidad comparable: que, al desplazarse el sol y la luna, además de astros tan numerosos y grandes, en una traslación de semejante velocidad, es imposible que no se produzca un sonido de inconcebible magnitud. Suponiendo esto, así como que, en función de las distancias, las velocidades guardan entre sí las proporciones de los acordes musicales, dicen que el sonido de los astros al trasladarse en círculo se hace armónico. Y como parece absurdo que nosotros no oigamos ese sonido, dicen que la causa de ello es que, desde que nacemos, el sonido está ya presente, de modo que no es distinguible por contraste con un silencio opuesto: pues el discernimiento del sonido y el silencio es correlativo; de modo que, al igual que los broncistas no parecen distinguir los sonidos por su habituación al ruido, otro tanto les ocurre a los hombres.

Estas afirmaciones, tal como se ha dicho antes, suenan bien y melodiosamente, pero es imposible que suceda de este modo. En efecto, no sólo es absurdo que no se oiga nada, de lo cual se esfuerzan por exponer la causa, sino también que no haya ningún otro efecto al margen de la sensación. Pues los ruidos excesivos desgarran incluso la masa de cuerpos inanimados, v.g.: el ruido del trueno parte las piedras y los cuerpos más resistentes. Al desplazarse cuerpos tan grandes, y transmitiéndose el sonido en magnitud proporcional a la del cuerpo transportado, necesariamente debería llegar hasta aquí con redoblada magnitud y la intensidad de su fuerza debería ser descomunal. Pero es lógico que no lo oigamos y que los cuerpos no parezcan sufrir ningún efecto violento, ya que no se produce sonido alguno.

Ahora bien, la causa de esto es evidente, a la vez que testimonio de que nuestra exposición es verdadera: pues el hecho problemático que hace decir a los pitagóricos que se produce un acorde por efecto de las traslaciones de los astros es un testimonio en nuestro favor.

En efecto, todas aquellas cosas que se desplazan producen ruido e impacto; en cambio, cuantas se hallan fijas o incluidas en el cuerpo que se traslada, como las partes de un barco, no pueden hacer ruido, como tampoco el propio barco si se desplaza con la corriente de un río. Sin embargo, cabría exponer los mismos argumentos que ellos: que es absurdo que el mástil y la popa de una nave tan grande no produzcan un gran ruido, y otro tanto el barco mismo al moverse. Lo que se desplaza en un medio que no lo hace produce ruido: en cambio, lo que se halla en algo que se desplaza, formando un continuo y sin hacer impacto, es imposible que haga ruido. En tal caso hay que decir, por consiguiente, que si los cuerpos de aquellos astros se trasladaran en medio de una masa de aire o de fuego esparcida

por el universo, como algunos dicen, necesariamente producirían un ruido de extraordinaria magnitud, y al producirse éste, llegaría hasta aquí y causaría estragos. Por consiguiente, dado que no parece que eso ocurra, ninguno de aquellos astros se desplazará con traslación impulsada por un ser animado ni con traslación forzada, como si la naturaleza conociera previamente lo que iba a suceder, a saber, que si el movimiento no fuera de este modo, nada de lo que se encuentra aquí alrededor sería de la misma manera.

Queda dicho, pues, que los astros son esféricos y que no se mueven por sí mismos.

 

10. Ordenación de los astros

 

En cuanto a su orden, el modo como se mueve cada uno, por ser unos anteriores y otros posteriores, además de cómo se relacionan entre sí por sus distancias, véase en los escritos de astronomía: pues allí se expone adecuadamente. Ocurre que los movimientos de cada uno guardan una proporción con las distancias, siendo unos más rápidos y otros, más lentos; en efecto, puesto que se ha dado por sentado que la última revolución del cielo es simple, además de la más rápida, y que las de los demás astros son más lentas, además de múltiples pues cada uno gira en sentido contrario al cielo con arreglo a su círculo, es lógico entonces que el más cercano a la revolución simple y primera recorra su círculo en el tiempo más largo, que el más alejado lo haga en el más corto y que, de los demás, el más cercano lo recorra en más tiempo y el más lejano, en menos. Pues el más cercano es el más dominado, mientras que el más lejano lo es menos que todos los demás, debido a la distancia: en cuanto a los intermedios, lo son en proporción a la distancia, como demuestran los matemáticos.

 

11. Forma esférica de los astros

 

En cuanto a la figura de cada uno de los astros, lo más razonable es considerarla esférica. En efecto, puesto que se ha mostrado que no están naturalmente dotados para moverse por sí mismos y como, por otro lado, la naturaleza no hace nada irracionalmente ni en vano, es evidente que ha dado a las cosas inmóviles el tipo de figura menos móvil. Ahora bien, lo menos móvil es la esfera, por no tener ningún órgano apto para el movimiento. Está claro, por consiguiente, que la masa de los astros será esférica.

Además, todos deben ser similares a uno de ellos, y a simple vista se comprueba que la luna es esférica: si no, en efecto, no crecería ni menguaría adoptando la mayor parte de las veces forma de lúnula o biconvexa, y una sola vez, de semicírculo. Y esto se comprueba a su vez por medio de los estudios astronómicos, ya que, si no, los eclipses de sol no tendrían forma de lúnula . De modo que, si uno de los astros lo es, está claro que también los otros serán esféricos.

 

12. Paradojas de los movimientos astrales

 

Comoquiera que existen dos dificultades con las que uno podría, con toda probabilidad, tropezar, hay que intentar explicar la apariencia, pues creemos que el celo es más digno de ser considerado pundonor que audacia cuando uno, por estar sediento de la posesión del saber, gusta de hallar una solución, aun modesta, de las cuestiones en tomo a las que tenemos las mayores dificultades.

Y, siendo muchas las dificultades de este tipo, no es la menos llamativa la de por qué causa los astros no se mueven con mayor número de movimientos cuanto más distantes se hallan de la primera revolución, sino que los intermedios tienen más. Pues parecería lógico que, al moverse el primer cuerpo con una sola traslación, el más próximo a él se moviera con el mínimo de movimientos, pongamos dos, el siguiente con tres, o cualquier otra ordenación semejante.

En realidad ocurre lo contrario: pues el sol y la luna se mueven con menos movimientos que algunos de los astros errantes: y sin embargo, estos últimos se hallan más lejos del centro y más cerca del primer cuerpo que aquéllos. En algunos casos esto se ha puesto de manifiesto a simple vista: en efecto, hemos visto cómo la luna, en su cuarto, pasaba bajo el astro de Ares y éste se ocultaba por el lado oscuro de aquélla, saliendo por el lado visible y brillante. De manera semejante hablan también acerca de los demás astros los egipcios y babilonios, que los han venido observando de antiguo a lo largo de muchísimos años y a los que debemos muchas opiniones ciertas acerca de cada uno de los astros.

Ante esto, pues, podría uno sentirse perplejo, así como sobre la causa de que en la primera órbita haya una multitud de astros tan grande que parece que toda la formación estelar sea innumerable, mientras que en cada una de las demás hay uno exclusivamente y nunca aparecen dos o más fijos en la misma órbita.

Sobre estas cuestiones, pues, vale la pena buscar un grado de comprensión cada vez mayor, aun contando con escasos medios y hallándonos a tan considerable distancia de lo que allá ocurre; sin embargo, bien puede ser que, estudiándolo a partir de consideraciones semejantes, lo que actualmente resulta paradójico no parezca en absoluto absurdo. Pero nosotros razonamos acerca de aquellos cuerpos como si sólo fueran unidades poseedoras de un orden, pero totalmente inanimadas; es preciso, en cambio, suponerlos dotados de actividad y de vida: de este modo, en efecto, no parecerá irracional lo que sucede. Pues parece que, en aquello que posee la perfección, se da el bien sin necesidad de actividad, en aquello que está muy cerca de lo primero se da mediante una pequeña y única actividad, y en las cosas más alejadas, mediante actividades múltiples, así como, en el caso de los cuerpos, uno se halla en buen estado sin necesidad de hacer ejercicio, otro, paseando un poco, otro, en cambio, precisa de la carrera, de la lucha y de todo tipo de competición, y en otro, en fin, ni aunque pase por todas las penalidades se dará ese bienestar, sino cualquier otra situación .

Por otro lado, es difícil acertar en muchas cosas o muchas veces; por ejemplo: es muy improbable obtener diez mil veces con las tabas la tirada de Quíos, mientras que es fácil lograrlo una o dos veces. Y a su vez, cuando hay que hacer tal cosa con vistas a tal otra, y ésta con vistas a otra, y esta última con vistas a otra más, en uno o dos pasos es fácil tener éxito, pero cuantos más pasos haya que dar, más difícil.

Hay que pensar, por ello, que la actividad de los astros es como la de los animales y las plantas. Aquí, en efecto, las actividades del hombre son las más numerosas: pues puede conseguir muchos bienes, por lo que emprende muchas acciones y con vistas a otras cosas. En cambio, el que posee la perfección no precisa para nada de la acción: pues es por mor de sí mismo, mientras que la acción se da siempre entre dos, es decir, cuando existe aquello por mor de lo cual se da otra cosa y la cosa que se da por mor de aquello. De los otros animales, en cambio, hay menos actividades, y de las plantas, una actividad pequeña y probablemente única: en efecto, o bien hay un solo bien que puedan conseguir, como también el hombre, o bien todos los diversos bienes se hallan dispuestos en el camino hacia el supremo bien. Así, pues, hay algo que posee y participa del bien supremo, algo que llega a él con poco esfuerzo, algo que llega con múltiples esfuerzos y algo que ni siquiera lo intenta, sino que tiene bastante con acercarse al bien último; v.g.: si se considera como fin la salud, hay quien siempre está sano, quien está sano previo adelgazamiento, quien lo está mediante carreras y adelgazamiento y quien lo está haciendo algún otro ejercicio preparatorio de la carrera, de modo que son múltiples sus movimientos; y otro, en fin, que no es capaz de llegar a estar sano, sino sólo de correr o adelgazar, y una de estas dos actividades es su objetivo. En efecto, el máximo bien de todas las cosas es alcanzar aquel fin primero; si no, siempre es mejor cuanto más cerca se está del bien supremo.

Y por eso precisamente la tierra no se mueve en absoluto y los astros próximos a ella lo hacen con pocos movimientos: pues no llegan al bien último, sino que sólo hasta cierto punto pueden alcanzar el principio más divino. El primer cielo, en cambio, lo alcanza directamente, con un solo movimiento. Los astros situados entre el primer cielo y los últimos, por su parte, llegan ciertamente, pero a través de múltiples movimientos.

Respecto a la dificultad de que en la primera traslación, que es única, esté concentrada una gran multitud de astros, mientras que cada uno de los otros por separado se halle dotado de sus propios movimientos, podría de entrada pensarse razonablemente que esto se da por un motivo: hay que tener presente, en efecto, respecto a cada vida y cada principio, que existe una gran superioridad del primero sobre los demás, y que esta superioridad se da con arreglo a una proporción: el primero, en efecto, siendo único, mueve un gran número de cuerpos divinos, mientras que los otros, siendo muchos, mueven sólo uno cada uno; pues uno cualquiera de los astros errantes se desplaza con varias traslaciones. De este modo, pues, la naturaleza equilibra y establece un orden, asignando muchos cuerpos a una sola traslación y muchas traslaciones a un solo cuerpo.

También por este otro motivo tienen las demás traslaciones un solo cuerpo: porque las traslaciones anteriores a la última, que es la que lleva el astro único, mueven muchos cuerpos; en efecto, la última esfera se desplaza manteniéndose solidaria de otras varias esferas, y cada esfera viene a ser un cuerpo. Así, pues, el trabajo de aquella última será común: pues a cada una le corresponde por naturaleza una traslación y es como si ésta se sumara a las demás, aunque la potencia de todo cuerpo limitado es aplicable sólo a algo limitado.

Pues bien, acerca de los astros que se desplazan con movimiento circular queda dicho cómo son en cuanto a su entidad y su figura, así como acerca de su traslación y su orden.

 

13. Teorías sobre la tierra

 

Falta hablar acerca de la tierra, dónde está situada y si es de los cuerpos en reposo o en movimiento, así como acerca de su figura.

Pues bien, sobre su posición no todos tienen el mismo parecer, sino que la mayoría de los que afirman que el cielo es limitado dicen que la tierra se halla en el centro, pero los llamados pitagóricos, de Italia, se manifiestan en contra: en efecto, afirman que en el centro hay fuego y que la tierra, que es uno de los astros, al desplazarse en círculo alrededor del centro, produce la noche y el día. Además postulan otra tierra opuesta a ésta, que designan con el nombre de antitierra, no buscando argumentos y causas conformes a las apariencias, sino forzando las apariencias e intentando compaginarlas con ciertos argumentos y opiniones suyos.

Quizá les parezca también que no hace falta asignar a la tierra la región del centro a otros muchos que extraen su convicción, no de las apariencias, sino más bien de los argumentos. Creen, en efecto, que conviene que la región más noble esté a disposición de lo más noble, que el fuego es más noble que la tierra, y el límite, más que lo que esta dentro, así como que el extremo y el centro son límites: de modo que, razonando a partir de aquí, creen que en el centro de la esfera no se encuentra aquélla sino más bien el fuego.

Además, los pitagóricos, por considerar que es conveniente que lo más digno del universo esté máximamente protegido y que tal es el centro, llaman «guardia de Zeus» al fuego que ocupa esa región: como si el centro se dijera en un solo sentido, tanto el centro de la magnitud, como el de la cosa concreta y el de la naturaleza. Sin embargo, así como en los animales no es lo mismo el centro del animal que el del cuerpo, así también hay que concebir, con más razón, el cielo en su conjunto. Por este motivo, pues, no tendrían aquéllos por qué turbarse acerca del universo ni introducir una guardia en su centro, sino investigar cómo es aquel otro centro y dónde le corresponde estar por naturaleza. Pues dicho centro es principio y consiste en algo noble, mientras que el centro en el sentido del lugar tiene más que ver con un final que con un principio: en efecto, el centro es lo delimitado, mientras que el límite es lo que delimita. Ahora bien, es más noble lo que envuelve y el límite que lo limitado: pues esto último es materia, aquello, en cambio, la entidad de la cosa constituida.

Acerca del lugar de la tierra, pues, algunos sostienen esa opinión, al igual que sobre su estado de reposo y su movimiento: pues no todos lo conciben del mismo modo, sino que quienes dicen que no está situada en el centro sostienen que se mueve en círculo alrededor del centro, no sólo ella, sino también la antitierra, tal como dijimos antes.

Algunos opinan también que es posible que varios cuerpos semejantes se desplacen alrededor del centro, invisibles para nosotros a causa de la interposición de la tierra. También por eso, dicen, se producen más eclipses de luna que de sol: pues cada uno de los cuerpos que se desplazan, y no sólo la tierra, la tapan. En todo caso, comoquiera que la tierra no es el centro, sino que dista de él la totalidad de su hemisferio, creen que nada impide que las apariencias se nos presenten a nosotros, que no residimos en el centro, del mismo modo que si la tierra fuera el centro: en efecto, nada pone actualmente de manifiesto que distemos del centro la mitad del diámetro.

Algunos dicen también que, hallándose situada en el centro, la tierra oscila y se mueve en tomo al eje que se extiende a través del universo, como está escrito en el Timeo.

De manera semejante se disputa también acerca de su figura: a unos, en efecto, les parece que es esférica, a otros, que es plana y con figura de timbal; presentan como prueba el que el sol, al ponerse y levantarse, parece quedar oculto por la tierra a lo largo de una línea recta y no curva, considerando que, si la tierra fuera esférica, la secante con el sol sería circular, sin tener en cuenta la distancia del sol a la tierra ni el tamaño de la circunferencia de la tierra, ya que ésta, al recortarse en círculos aparentemente pequeños, parece, vista desde lejos, rectilínea. No tienen, pues, a causa de esta apariencia, por qué dudar de que la masa de la tierra sea esférica; sin embargo, añaden más y dicen que, debido a su estabilidad, la tierra ha de tener necesariamente esa figura.

Lo cierto es que son muchos los modos de explicación propuestos acerca del movimiento y el reposo de la tierra . Así, pues, necesariamente tiene que ocurrirnos a todos topar con una dificultad: en efecto, sería propio de un pensamiento harto perezoso no preguntarse cómo es que una pequeña porción de tierra, si la sueltas una vez elevada, se desplaza y no quiere quedarse quieta, y ello más aprisa cuanto mayor sea, mientras que la totalidad de la tierra, si alguien la soltara tras haberla elevado, no se desplazaría. Pues bien, un peso tan enorme permanece en reposo. Ahora bien, si alguien pudiera retirar la tierra antes de que cayeran las partículas de ésta que se estuvieran desplazando, dichas partículas seguirían cayendo de no mediar ningún obstáculo.

Es natural, por consiguiente, que esta dificultad se haya convertido para todos en objeto de investigación: y a uno le sorprendería que las soluciones dadas a aquélla no parecieran más absurdas que la propia dificultad. En efecto, por los motivos ya mencionados, algunos sostienen que la parte inferior de la tierra es infinita, diciendo, como Jenófanes de Colofón, que ésta «tiende sus raíces hasta el infinito», a fin de no tener que hacer el esfuerzo de investigar la causa: por eso también Empédocles los censuró de este modo, diciendo:

 

Si de verdad las profundidades de la tierra y el vasto éter son infinitos, como se ha desprendido, enunciado vanamente por la lengua, de muchas bocas de hombres que bien poco perciben del universo...

 

Otros sostienen que descansa sobre el agua. Ésta, en efecto, es la explicación más antigua que hemos recibido, y afirman que la expuso Tales de Mileto, según el cual la tierra se sostiene gracias a que flota como un madero o cualquier otra cosa semejante pues nada de esto, en efecto, es capaz por naturaleza de sostenerse sobre el aire, sino sobre el agua, como si para la tierra y para el agua que soporta a la tierra el razonamiento no fuera el mismo: pues tampoco el agua es capaz por naturaleza de sostenerse en el aire, sino que está encima de algo.

Además, de la misma manera que el aire es más ligero que el agua, también el agua es más ligera que la tierra: de modo que ¿cómo es posible que lo más ligero se halle por debajo de lo más pesado por naturaleza?

Además, si es natural que la tierra entera se sostenga sobre el agua, es obvio que también cada una de sus partes: sin embargo, no parece que suceda eso, sino que cualquier parte posible se va al fondo, y tanto más aprisa cuanto mayor sea.

Pero parece que han investigado hasta un cierto punto del problema y no hasta aquel nivel que era posible. Pues es habitual en todos nosotros esto: no realizar la investigación en función de la cosa investigada, sino en función del que sostiene lo contrario: en efecto, incluso para uno mismo, se investiga únicamente hasta donde no encuentra uno ninguna objeción que hacerse. Por ello, el que quiera investigar correctamente ha de ser capaz de objetar mediante las objeciones propias del género, capacidad basada en examinar todas las diferencias.

Anaxímenes, Anaximandro y Demócrito, por su parte, dicen que la causa de que la tierra se sostenga es su forma plana. Pues no corta, sino que tapa el aire que hay debajo, cosa que parecen hacer los cuerpos que tienen forma plana: en efecto, dichos cuerpos son difíciles de mover contra el viento, debido a la resistencia que ofrecen. Y eso mismo dicen que hace la tierra, por su forma plana, respecto al aire subyacente (éste, al no tener sitio suficiente para desplazarse, permanece debajo, comprimido y sin moverse, como el agua en las clepsidras). Exponen muchas pruebas de que el aire, encerrado e inmóvil, puede soportar mucho peso.

En primer lugar, pues, si la figura de la tierra no es plana, no podrá, por ello, mantenerse en reposo. Aunque de lo que dicen se desprende que no es la forma plana la causa de su estabilidad, sino más bien el tamaño: en efecto, al no tener, debido al poco espacio, sitio por donde pasar, el aire se mantiene quieto a causa de su abundancia; y es abundante porque está aprisionado por la gran magnitud de la tierra. De modo que esto ocurriría aunque la tierra no fuese esférica pero sí de tal magnitud: en efecto, con arreglo al razonamiento de aquéllos, permanecerá estable.

En general, la disputa con los que así hablan acerca del movimiento no versa sobre aspectos parciales, sino sobre una especie de conjunto y totalidad. En efecto, hay que determinar desde el principio si los cuerpos tienen por naturaleza algún movimiento o no tienen ninguno, y si acaso no lo tienen por naturaleza, sino de manera forzada. Y puesto que acerca de estas cuestiones se han hecho todas las clarificaciones que han estado a nuestro alcance, hay que servirse de ellas como de cosas establecidas.

En efecto, sí no hubiera en ellos ningún movimiento por naturaleza, tampoco lo habría de manera forzada; y si no lo hay por naturaleza ni de manera forzada, ninguno de ellos se moverá en absoluto: en efecto, antes ha quedado establecido que todo esto es necesario, además de que ni siquiera sería posible que permanecieran en reposo; pues así como el movimiento se da por naturaleza o por fuerza, así también el reposo.

Ahora bien, si existe algún movimiento natural, no existirá sólo la traslación o el reposo forzado: de modo que, si ahora la tierra permanece quieta a la fuerza, también a la fuerza, arrastrada por el torbellino, se habrá aglomerado en el centro; todos, en efecto, exponen esta causa a partir de lo que ocurre en los líquidos y en el aire: pues en éstos los cuerpos mayores y más pesados se desplazan siempre hacia el centro del torbellino. Por eso todos los que hacen nacer al cielo dicen que la tierra se aglomeró en el centro; en cuanto al hecho de que permanezca estable, buscan la causa, y unos la explican de este modo, a saber, que la forma plana y el tamaño son la causa de esa estabilidad; otros, como Empédocles, dicen que la traslación en círculo del cielo alrededor de la tierra y el que se produzca más deprisa que la traslación de la tierra impide esta última, igual que el agua en los cíatos: ésta, en efecto, al girar el cíato, queda muchas veces debajo del bronce y, sin embargo, no cae, pese a ser natural que lo hiciera, por la misma causa. No obstante, si no la contuviera el torbellino ni la forma plana y el aire cediera ante ella, ¿a dónde se desplazaría? En efecto, ha ido a parar al centro por la fuerza y por la fuerza permanece; pero es necesario que tenga alguna traslación natural. Ésta, pues, ¿será ascendente, descendente o en qué dirección? Pues es necesario que tenga alguna; ahora bien, no es más bien ascendente que descendente ni a la inversa y el aire que está por encima no impide el ascenso, tampoco el que está por debajo de la tierra impedirá el descenso: en efecto, es necesario que lo mismo sea causa de lo mismo en las mismas cosas.

Además, uno podría argüir también eso mismo contra Empédocles. En efecto, cuando los elementos se separan, por efecto del odio, ¿cuál fue la causa de la estabilidad de tierra? Pues entonces no se podrá dar también como causa el torbellino. Absurdo es también no parar mientes en lo siguiente: que al principio, ciertamente, las partículas de tierra se desplazaban hacia el centro a causa del torbellino; pero ahora, ¿por qué razón todas las cosas que tienen peso se desplazan hacia ella? En efecto, el torbellino no llega hasta nosotros.

Además, ¿por qué razón el fuego se desplaza hacia arriba? Pues no es a causa del torbellino. Si éste tiene por naturaleza desplazarse hacia alguna parte, está claro que también hay que pensar eso acerca de la tierra.

Pero es que lo pesado y lo ligero no se determinan como tales por el torbellino, sino que, preexistiendo los cuerpos pesados y los ligeros, los unos, en el curso de su movimiento, van hacia el centro y los otros sobrenadan. Antes de que se formara el torbellino, por tanto, existían ya lo pesado y lo ligero, los cuales habría que preguntarse ¿con respecto a qué estaban determinados y cómo y a dónde era natural que se desplazaran? Pues de lo infinito no puedo haber arriba ni abajo, mientras que lo pesado y lo ligero se definen en funci6n de estos lugares .

De esta forma, pues, la mayoría especula acerca de estas causas; hay algunos, en cambio, que dicen que aquélla permanece estable debido a la semejanza, como por ejemplo, entre los antiguos, Anaximandro: en efect, lo que está instalado en el centro y se relaciona do manera similar con todos los extremos no tiene preferencia ninguna por desplazarse hacia arriba más bien que hacia abajo o hacia los lados; ahora bien, es imposible realizar un movimiento a la vez en sentidos contrarios, de modo que por fuerza permanecerá estable.

Esta tesis se argumenta de manera elegante, pero no es verdadera; según este razonamiento, en efecto, cualquier cosa que fuera colocada en el centro permanecería necesariamente en él, de modo que incluso el fuegos se quedaría allí en reposo: en efecto, lo argumentado no vale exclusivamente para la tierra. Pero, ciertamente, no es necesario que sea así. Pues no sólo es manifiesto que permanece estable en el centro, sino también que se desplaza hacia el centro. En efecto allá donde va a parar cualquier partícula de ella, allá va también necesariamente la tierra entera; y donde va a parar por naturaleza, allí también permanece necesariamente por naturaleza. Luego no es por relacionarse de manera semejante con todos los extremos: pues esto es común a todos los cuerpos, mientras que el ir a parar al centro es exclusivo de la tierra.

Por otra parte, es absurdo investigar por qué la tierra permanece en el centro y no investigar por qué el fuego permanece en el extremo. En efecto, si para él su lugar natural es el extremo, es evidente que habrá también necesariamente un lugar natural para la tierra; pero si éste no es el lugar natural para ella, sino que permanece estable por la fuerza de la semejanza, como el argumento del cabello, que dice que, si se estira con igual fuerza por todas partes, no se romperá; y el del que padece terriblemente de hambre y sed pero que dista lo mismo de los alimentos y de las bebidas, éste, en efecto, se dice que forzosamente permanecerá quieto, aun en ese caso deberían investigar aquéllos sobre la permanencia del fuego en los extremos.

También es chocante que se investigue acerca de la permanencia de los cuerpos pero no acerca de su traslación, por qué causa uno se lanza hacia arriba y otro hacia el centro, si nada los obstaculiza.

Pero, en definitiva, lo expuesto por aquéllos no es verdad. Aunque es verdad accidentalmente, por ser necesario que permanezca en el centro todo aquello que no tiene preferencia ninguna por moverse hacia aquí más bien que hacia allá. Pero en virtud de este razonamiento no necesariamente permanecerá estable, sino que se moverá, aunque no entero, sino esparcido. En efecto, el mismo argumento convendría también al fuego: pues, una vez colocado en el centro, necesariamente permanecerá de manera similar a la tierra; en efecto: se relaciona del mismo modo con cualquiera de los puntos extremos; sin embargo, se alejará del centro, como es manifiesto que hace, si nada se lo impide, hacia el extremo del mundo, sólo que no irá todo entero hacia un solo punto (esto es lo único que se desprende necesariamente del argumento acerca de la semejanza), sino cada parte alícuota hacia el punto correspondiente de la extremidad, v.g.: la cuarta parte, hacia la cuarta parte de la envoltura del mundo; pues ninguno de los cuerpos es un punto. Así como al condensarse se concentraría, a partir de un lugar mayor, en otro menor, así también al enrarecerse pasaría de estar en un lugar menor a otro mayor; por consiguiente, también la tierra se movería de este modo alejándose del centro en virtud del argumento de !a semejanza, si no fuera éste el lugar natural de la tierra.

Éstas son, aproximadamente, todas las concepciones que existen acerca de su figura, lugar, reposo y movimiento.

 

14. Posición y estado verdaderos de la tierra

 

Nosotros, por nuestra parte, digamos primeramente si tiene movimiento o permanece inmóvil: pues, tal como dijimos, algunos pretenden que es uno de los astros, otros, tras colocarla en el centro, dicen que oscila y se mueve en torno al eje central. Que esto es imposible resulta claro para los que tomen como principio lo siguiente: que, si se desplaza, bien estando fuera del centro, bien en el centro, necesariamente se moverá de manera forzada con arreglo a ese movimiento, pues no es un movimiento propio de la tierra: en efecto, si lo fuera, cada una de sus partículas tendría la misma traslación; pero, de hecho, todas se desplazan en línea recta hacia el centro. Por ello no es posible que sea un movimiento eterno siendo, como es, forzado y contrario a la naturaleza; el orden del mundo, en cambio, es eterno.

Además, todos los cuerpos que se desplazan con traslación circular parecen ser rebasados por otros y moverse con más de una traslación, aparte de la primera, de modo que también la tierra, sí se desplaza en tomo al centro o situada en el centro, se moverá necesariamente con dos traslaciones. Y si esto ocurriera, necesariamente se producirían entonces un desplazamiento lateral y unas regresiones de los astros fijos. Pero es manifiesto que esto no se produce, sino que siempre se levantan y se ponen los mismos astros por los mismos lugares de la tierra.

Además, la traslación natural de sus partes y de toda ella es hacia el centro del universo: en efecto, por eso viene a encontrarse actualmente en el centro; y uno podría dudar, puesto que el centro de ambos es el mismo, de a cuál de los dos van a parar por naturaleza los cuerpos que tienen peso y las partículas de tierra: de si van a él porque es el centro del universo o porque es el centro de la tierra. Pues bien, van necesariamente hacia el centro del universo, ya que los cuerpos ligeros y el fuego, al desplazarse en sentido contrario a los pesados, van a parar al extremo del lugar que rodea el centro. Ocurre incidentalmente que el centro de la tierra y el del universo son el mismo: en efecto, los cuerpos pesados se desplazan hacia el centro de la tierra, pero incidentalmente, en cuanto tiene su centro en el centro del universo. Un indicio de que se desplazan también hacia el centro de la tierra es que los pesos en movimiento van hacia ésta no paralelamente, sino con ángulos iguales, de modo que van a parar a un único centro, que es también el de la tierra.

Es evidente, pues, que la tierra ha de hallarse necesariamente en el centro e inmóvil, por las causas expuestas y porque los pesos arrojados verticalmente por la fuerza hacia arriba vuelven al punto de partida, aunque la fuerza los lanzara a una distancia infinita.

Es, pues, evidente a partir de estas consideraciones que ni se mueve ni se halla fuera del centro. De lo expuesto, además, se desprende claramente la causa de su permanencia estable. En efecto, si reside en su propia naturaleza el desplazarse de todas partes hacia el centro, como es manifiesto, y si el fuego, por el contrario, va naturalmente del centro al extremo, es imposible que una parte cualquiera de ella se aleje del centro sin ser violentada: pues la traslación de un cuerpo único es única y la de un cuerpo simple es simple, pero no son propias del mismo cuerpo las contrarias. Por tanto, si es imposible que una parte cualquiera de ella se aleje del centro, es evidente que aún más imposible resultará que se aleje toda ella: pues a donde es natural que vaya a parar la parte, allá también es natural que vaya el todo; por consiguiente, si es imposible que se mueva a no ser por una fuerza más poderosa, será necesario que permanezca en el centro.

Testifican también en favor de esto las aserciones de los matemáticos acerca de la astronomía: en efecto, los fenómenos observados se producen mientras cambian las figuras por las que se define el orden de los astros, como corresponde al hecho de que la tierra se halle en el centro.

Baste, pues, lo dicho hasta aquí sobre la relación peculiar de aquélla con el lugar, el reposo y el movimiento.

Por otro lado, es necesario que tenga figura esférica; en efecto, cada una de sus partes tiene peso hasta llegar al centro y la menor, al ser empujada por la mayor, no puede formar una especie de ola, sino que más bien es comprimida y acaban convergiendo una con otra hasta que llegan al centro. Hay que concebir lo dicho como si la tierra se generara de la manera que algunos filósofos de la naturaleza dicen que se genera. Salvo que ellos ponen un impulso forzado como causa del desplazamiento hacia abajo; mejor es dejar sentada la explicación verdadera y decir que eso ocurre porque lo que posee gravedad tiene por naturaleza el desplazarse hacia el centro. Así, pues, a partir de una mezcla pesada en potencia, las partes de ella separadas se desplazaron de todas partes por igual hacia el centro. Así, pues, tanto si las partes convergieron en el centro desde los extremos estando homogéneamente repartidas, como si lo hicieron estando de cualquier otra manera, el resultado será el mismo. Así, pues, es evidente que, al desplazarse las partículas de todos lados por igual desde los extremos hacia un único centro, la masa resultante será similar por todas partes: pues al añadirse una cantidad igual por doquier, el extremo necesariamente distará lo mismo del centro por todas partes; ahora bien, ésa es la figura de la esfera. El razonamiento no variará aunque las partículas de tierra no se precipiten por igual desde todas partes hacia el centro. En efecto, necesariamente la partícula mayor empujará siempre a la menor por delante de ella, al tener ambas un impulso hacia el centro y empujar hasta él la más pesada al peso menor.

La misma solución tiene otra dificultad que podría uno plantearse, a saber: si estando la tierra en el centro y siendo esférica se añadiera un peso muchas veces superior a uno de los dos hemisferios, dejaría de ser lo mismo el centro del universo y el de la tierra; por consiguiente, o bien no permanecería quieta en el centro o bien, si estuviera inmóvil, lo estaría sin ocupar el centro, situación en que actualmente es natural que se mueva.

Ésta es, pues, la dificultad; sin embargo, no es difícil ver la solución a poco que nos esforcemos y determinemos en qué modo consideramos que una magnitud que tenga peso, cualquiera que ésta sea, se desplaza hacia el centro. Está claro, en efecto, que no se desplaza sólo hasta que su extremo toca el centro, sino que forzosamente la parte mayor hará fuerza hasta que ocupe el centro del universo con su propio centro: hasta entonces, en efecto, mantiene su impulso.

Ahora bien, no hay ninguna diferencia entre decir esto sobre una mota y una parte cualquiera o decirlo sobre la tierra entera: pues lo que ocurre no se explica por la pequeñez o la magnitud, sino que se afirma de todo lo que tiene impulso hacia el centro.

De modo que, si la tierra se desplazara desde un lugar cualquiera, bien toda entera, bien en parte, necesariamente se trasladaría hasta aquel punto en que rodeara el centro de todas partes por igual, igualándose las partes menores con las mayores por efecto del impulso.

Así, pues, si la tierra hubiese sido engendrada, necesariamente lo habría sido de este modo, por lo que es evidente que su formación habría sido esférica, y si existe ingenerada y estable, es evidente que se halla en el mismo estado en que, de ser engendrada, quedaría al instante de serlo.

Según este razonamiento, por tanto, es necesario que su figura sea esférica y que todos los graves se desplacen hacia ella con ángulos iguales, no paralelamente: esto corresponde naturalmente a lo esférico por naturaleza. Así pues, o bien es esférica simplemente de hecho o bien es esférica por naturaleza. Y hay que definir lo que es cada cosa con arreglo a lo que ella tiende a ser y es por naturaleza, no con arreglo a lo que ella es a la fuerza y al margen de la naturaleza.

Esto se comprueba también a través de los fenómenos accesibles a la sensación: pues si no fuera de la forma dicha, los eclipses de luna no presentarían semejantes secciones; en efecto, durante las fases mensuales la luna adopta realmente todas las formas sectoriales es decir, va adoptando la forma de un sector rectilíneo, biconvexo y cóncavo, mientras que, con ocasión de los eclipses, tiene siempre como delimitación una línea convexa; por consiguiente, dado que se eclipsa debido a la interposición de la tierra, será el perfil de la tierra, al ser esférica, la causa de esa figura.

Además, por la forma como aparecen los astros no sólo resulta patente que la tierra es esférica, sino también que su tamaño no es grande: en efecto, realizando un pequeño desplazamiento hacia el mediodía o hacia la Osa, surge ante nuestra vista un círculo de horizonte distinto, de modo que los astros situados sobre nuestra cabeza cambian considerablemente y hacia la Osa y hacia el mediodía no aparecen ya los mismos cuando uno se desplaza; pues en Egipto y en las inmediaciones de Chipre se ven ciertos astros, mientras que en las regiones situadas hacia la Osa ya no se ven, y los astros que en las regiones situadas hacia la Osa aparecen todo el tiempo se ponen, en cambio, en aquellos lugares. De modo que no sólo es evidente a partir de estas observaciones que la figura de la tierra es redonda, sino también que dicha figura es la de una esfera no muy grande: pues, si no, no haría patentes tan deprisa aquellos cambios al desplazarse uno tan poca distancia.

Por ello, los que suponen que la región en tomo a las columnas de Heracles se toca con la región en tomo a la India y que, de este modo, hay un único mar, no parecen suponer cosas demasiado increíbles; dicen, poniendo como testimonio a los elefantes, que su especie se encuentra en ambos lugares, pese a ser éstos los más extremos, considerando que esto les ocurre a los extremos porque se tocan.

Asimismo, todos los matemáticos que intentan calcular el tamaño de la circunferencia de la tierra dicen que son cuarenta miríadas de estadios.

De esos testimonios se desprende necesariamente no sólo que la masa de la tierra es esférica, sino que no es muy grande en relación con el tamaño de los demás astros.


libro I