El
psicoanálisis, cincuenta años después
Por
Aquilino Polaino-Lorente
AQUILINO
POLAINO-LORENTE es doctor en Medicina y catedrático de Psicopatología en la
Universidad Complutense de Madrid. Especialista en desajustes y problemas
patológicos de las organizaciones y la familia, ha publicado numerosos libros
y artículos y dictado conferencias en Universidades de Europa y América. En
la actualidad es Presidente de la Sección de Educación Especial de la
Sociedad Española de Pedagogía.
Con ocasión del cincuentenario de la muerte de Sigmund Freud (1856-1939),
fundador del psicoanálisis, parece obligado hacer un balance de su obra y de
la vigencia social y terapéutica de los procedimientos por él introducidos.
Hans J. Eysenck, profesor de Psicología de la Universidad de Londres, uno de
los psicólogos de más renombre en la actualidad, examina en un bien
fundamentado libro de ensayo, de sugestivo título, la «decadencia y caída
del imperio freudiano» (1).
Th. Huxley escribió que «la gran tragedia de la ciencia consiste en el
asesinato de una bella teoría por un hecho feo». La reciente aparición de
numerosas publicaciones que desmienten la validez y el alcance explicativo de
la mayoría de las hipótesis de Freud podría hacer creer que se avecinan
malos tiempos para el psicoanálisis. Nada de eso acontece, a pesar de la
verdad de la afirmación de Huxley. Tal vez las cosas sucedan aquí de otra
manera, porque ni el psicoanálisis es una bella teoría sino muchas y muy
poco satisfactorias, desde una perspectiva estética, ni tampoco los hechos
que la descalifican son feos.
Paradójicamente, como dice Eysenck, «las teorías freudianas pueden no ser
bellas, pero han demostrado ser invulnerables ante cualquier cantidad de
evidencia fáctica demostrando su absurdidez» (p. 247). La razón es que las
hipótesis psicoanalíticas son imposibles de verificar o refutar
experimentalmente. En realidad, el psicoanálisis no pertenece a la ciencia
natural, ya que sus teorías se sitúan más allá de lo empírico.
Aún vivo
Es verdad que el psicoanálisis está en la actualidad en franca decadencia,
si nos atenemos a fiables indicadores, como el escaso número de
psicoanalistas que ejercen su supuesta función terapéutica en países
desarrollados, o el abundante número de publicaciones disponibles que lo
descalifican, desde muy diferentes perspectivas (metodológica, científica,
terapéutica, psicológica, clínica, etc.).
Pero también es cierto que el lenguaje psicoanalítico ha hecho fortuna en la
conversación; que abundan las publicaciones en cuya bibliografía se cita a
Freud; que se sigue aplicando el psicoanálisis a otras disciplinas como la
antropología, la historia o la pedagogía; que aún existen muchos
psicoanalistas que, refugiados en los países no desarrollados, continúan
interpretando a sus clientes. De aquí se concluye que el psicoanálisis sigue
vivo aunque casi exclusivamente fuera de los círculos científicos- a los
cincuenta años de la muerte de su fundador.
Una clientela selecta
En la década de los cincuenta, algunos psiquiatras clínicos recomendaban a
sus pacientes el psicoanálisis, como uno de los procedimientos terapéuticos
que podrían aliviar sus sufrimientos morales, dada la inexistencia de
sustancias farmacológicas que actuasen específicamente sobre los trastornos
mentales. Entonces como hoy, los psicoanalistas seleccionaban a sus pacientes,
alegando que no todos respondían igual a su tratamiento. Las condiciones que
inevitablemente el cliente debía satisfacer se resumen en el siguiente
acróstico: YAVIS (young, attractive, verbal, intelligent, successful), es
decir, joven, atractivo, con facilidad de palabra, inteligente y con éxito.
Con los datos de la psicopatología, si una persona reúne las condiciones
anteriores, habrá que negar que esté enferma. A lo sumo, se podrá afirmar
que padece algún conflicto psicológico o algún trastorno de conducta (es
decir, las manifestaciones clínicas que entonces se conocían con el término
de neurosis).
Merced a su astuta selección de pacientes, los psicoanalistas se ocupaban
sólo de ciertas manifestaciones cuya inclusión en la psiquiatría era más
bien dudosa. Así pues, la supuesta eficacia terapéutica del psicoanálisis
quedaba, en principio, asegurada, ya que al excluir de la clientela a quienes
presentaban verdaderos padecimientos psiquiátricos -mucho más graves-,
forzosamente se obtenía una mayor tasa de recuperaciones.
Baja tasa de éxitos
Pero ni siquiera ese fácil y prefabricado éxito terapéutico puede exhibir
el psicoanálisis, a juzgar por los resultados obtenidos y comunicados por
Eysenck en 1952 y en 1965. El estudio riguroso de la evolución clínica y
terapéutica experimentada por los enfermos neuróticos que frecuentaban el
tratamiento psicoanalítico le permitió a Eysenck establecer, entre otras,
las siguientes conclusiones:
1. Si se compara el efecto terapéutico en los neuróticos tratados con
psicoterapia y en los neuróticos que no han recibido ningún tratamiento, se
observa que en ambos grupos se curan aproximadamente igual número de
pacientes.
2. Los pacientes neuróticos tratados con procedimientos psicoterapéuticos
basados en teorías comprobadas mejoran significativamente más de prisa que
los pacientes tratados con psicoterapia psicoanalítica o ecléctica, o no
tratados con psicoterapia en absoluto.
3. La tasa de éxitos del psicoanálisis se reduce aún más cuando se tiene
en cuenta la amplia proporción de pacientes que abandonan el tratamiento
(aproximadamente el 50 por 100).
Un complejo legendario: Edipo.
Otro punto flaco del psicoanálisis es el relativo al complejo de Edipo. Ese
legendario complejo -tomado por Freud de la mitología e impuesto luego al
hombre contemporáneo a través de ciertas interpretaciones psicoanalíticas-
logró enturbiar al parecer algunas relaciones familiares, a veces de por sí
tensas. A las naturales y frecuentes discrepancias que entre padres e hijos
suelen darse les atribuyó Freud una significación mítica y forzadamente
sexualizada. El resultado es que se magnificaron estos conflictos en lugar de
contribuir a resolverlos, haciendo que los padres se sintieran injustamente
culpabilizados y los hijos confundidos ante su propia sexualidad, una vez que
ésta había sido harto problematizada por la hermenéutica freudiana.
Freud describió este complejo como una fase más del normal desarrollo
psicosexual del varón, de manera que todos los niños se sentirían afectados
por él. Un antropólogo nada sospechoso, como Malinowski, refutó con datos
empíricos la universalidad de tal complejo (2). En los isleños de Trobriand,
a los que estudió, la figura de autoridad no corresponde al padre, sino al
hermano de la madre. Este descubrimiento desmiente la universalidad del
complejo de Edipo, ya que entre los habitantes de la Melanesia, escribe
Eysenck, «la disciplina represiva no se originaba en el hombre que
monopolizaba a la madre del niño, privando así a la relación padre-hijo de
los rasgos ambivalentes de amor-odio que Freud había (según él) observado
en sus pacientes europeos» (p. 235).
Muy coherentes con estos datos son las conclusiones establecidas por C. W.
Valentine, a propósito de la evolución de la sexualidad infantil, tal y como
fue concebida por Freud. Es muy posible que «las ideas sobre la sexualidad
infantil, sean en realidad (a) sugeridas por el mismo psicoanálisis, como el
mismo Freud sospechó en ocasiones, o (b) entera o parcialmente
interpretaciones del mismo paciente y/o exageraciones de sensaciones o
impulsos relativamente leves, o (c) en gran parte ciertas pero sólo en unos
cuantos casos anormales. Pero el hecho de que los relatos de los pacientes,
que Freud aceptó en un principio como hechos, resultaran luego ser meras
fantasías, es muy significativo» (3).
Reinventar la historia
La mera interpretación acaso puede resultar fascinante, pero no por ello se
torna científica. La aplicación de las hipótesis e interpretaciones
psicoanalíticas a la Historia -lo que se ha dado en llamar PsicoHistoria- es
algo que ya practicó el mismo Freud, en un ensayo acerca de la sexualidad de
Leonardo da Vinci.
Como apenas había datos disponibles sobre la sexualidad de este artista,
Freud no tuvo inconveniente en reinventarla, antes de interpretarla. En este
caso bastó para su inspiración tomar prestado, de un libro de Leonardo sobre
el vuelo de los pájaros, el siguiente pasaje: «Mientras estaba en mi cuna un
buitre se posó encima de mí, y abrió mi boca con su cola, con la que
golpeó varias veces mis labios».
De aquí -de esta narración sustitución e interpretación de los datos
históricos- concluirá Freud que Leonardo, con el episodio del buitre,
manifiesta el hecho de que no vivió con su padre, y que su madre ejerció
sobre él una poderosa influencia. La curiosidad científica, que caracterizó
a Leonardo, no sería otra cosa que un modo de sublimar la sexualidad
reprimida durante su infancia y el deseo de saber de dónde venían los
niños. Finalmente, el fragmento revela, según Freud, la primera experiencia
homosexual pasiva tenida por Leonardo.
«Muchos historiadores han seguido este canto de sirenas -escribe Eysenck-,
llegando algunos a pedir incluso que el psicoanálisis individual formara
parte de la formación profesional del historiador académico. Ahora hay dos
periódicos especializados en Psico-Historia, y el movimiento está ganando
cada vez más adeptos».
A pesar del flaco servicio que el psicoanálisis ha hecho a la Historia,
autores como Lévi-Strauss no sólo defienden esa virtualidad científica del
psicoanálisis, sino que reclaman la fundamentación psicoanalítica de la
antropología, ya que ésta «procede mediante el examen de sus fundamentos
inconscientes».
Pero nadie que conozca la historia de la antropología caerá en la trampa de
vincularla al psicoanálisis. Los estudios de la antropóloga Margaret Mead en
Samoa trataron de cumplir el encargo, de inspiración freudiana, de destruir
toda noción de naturaleza humana. Pero sus trabajos fueron tan acomodaticios
a las instrucciones recibidas, que resultaron increíbles. Según la autora,
el paraíso psicoanalítico de la desinhibición sexual se hallaba realizado
justamente en Samoa, donde por esta causa los complejos neuróticos habían
dejado de existir.
Un poco después, Deak Freedman demostraba en su libro Margaret Mead y
Samoa que entre los samoanos se da un promedio de violaciones mucho más
alto que en cualquier otra cultura; que los hombres son hostiles y belicosos,
y guardan celosamente la castidad de sus mujeres, etc. Es decir, justo lo
contrario de lo que había visto Mead con sus anteojos freudianos, y, desde
luego, algo mucho más acorde con el saber común acerca de la naturaleza
humana, cuya noción ella pretendía borrar.
Humillación del hombre
Aunque los partidarios del psicoanálisis consideren a Freud como el que
liberó al hombre de la represión sexual, el hecho es que no sólo no hizo
tal cosa, sino que al sexualizar la neurosis -al intentar comprender la
neurosis desde una perspectiva casi exclusivamente sexual-, logró neurotizar
la sexualidad humana. No deja de ser curioso que a medida que es mayor el
contacto del cliente con las interpretaciones psicoanalíticas -un contacto
siempre comprometido, por cuanto que supone la creencia en ellas-, más
frecuentemente aparecen las neurosis sexuales. ¿Puede llamarse a esto
liberación sexual?
Freud no ha liberado a la humanidad, sino que la ha humillado. Ha pretendido
que el hombre no se sienta ya dueño de sus actos (que siempre responden a una
motivación inconsciente, según él), sino un mero autómata instintivo al
servicio de la pulsión sexual, más o menos latente.
«¿Qué podemos, pues, decir de Freud y de su lugar en la historia?» se
pregunta Eysenck en la última página de su libro. Y contesta: «El fue, sin
duda, un genio, no de la ciencia, sino de la propaganda; no de la prueba
rigurosa, sino de la persuasión; no del esquema de experimentos, sino del
arte literario. Su lugar no se halla, como él pretendía, junto a Copérnico
y Darwin, sino junto a Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm, autores
de cuentos de hadas. Este puede ser un juicio riguroso, pero pienso que el
futuro lo respaldará» (p. 268).
¿Cuál es hoy el legado del psicoanálisis, a los cincuenta años de la
desaparición de su fundador? «Incluso desde un punto de vista hermenéutico
-afirma Eysenck-, Freud y el psicoanálisis deben ser considerados un fracaso.
No nos queda de él nada más que una interpretación imaginaria de pseudo-acontecimientos,
fracasos terapéuticos, teorías ilógicas e inconsistentes, plagios
disimulados de los predecesores, percepciones erróneas de valor no demostrado
y un grupo dictatorial e intolerante de seguidores que no insisten en la
verdad, sino en la propaganda».
Es una herencia muy gravosa. Los grandes perjudicados han sido los pacientes,
que han gastado inútilmente su tiempo y su dinero. Además, la fascinación
que han ejercido las teorías de Freud ha apartado a muchos psiquiatras y
psicólogos de la investigación auténticamente científica, por lo que estas
disciplinas han sufrido un retraso de decenas de años.
Eysenck apunta también en el «debe» del freudismo «el daño que sus
teorías han causado a la sociedad», pues han logrado minar valores
fundamentales para la civilización. Ha sido negativa, dice, «la gran
influencia de las nociones freudianas en nuestra vida en general (costumbres
sexuales, crianza de los niños, subjetividad de las normas éticas y muchos
otros dogmas freudianos), que se han filtrado hacia el hombre de la calle,
aunque no a través de ninguna lectura de las obras de Freud, sino de la muy
grande influencia que él ha tenido en el "establishment"
literario».
Hay algo de verdad en el psicoanálisis. Pero, en conjunto, las teorías de
Freud son interpretaciones sin apenas valor científico. Parece, pues
justificada la valoración de Sir Peter Medawar, premio Nobel de Medicina,
quien ha calificado el freudismo como «uno de los pasajes más tristes y
extraños de la historia del pensamiento del siglo XX».
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(1) HALAS J. EYSENCK. Decadencia y caída del imperio freudiano.
Ediciones Nuevo Arte Thor. Barcelona (1988). 284 págs. 950 ptas.
(2) MALINOWSKi, B. (1975): La vida sexual de los salvajes.
(3) VALENTINE, C. W. (1942): La psicología de la primera infancia.
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©1999 by Aquilno Polaino-Lorente
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