PRÓLOGO


Animus ad habendum se ipsum angustus est
(Agustín, Confesiones 10,14).

Buscamos por todas partes lo incondicionado,
y siempre encontramos únicamente cosas

(Novalis,
Blüthenstaub 1).

 

Quien no perciba la insatisfacción de su propia finitud ni la finitud del mundo en general, no está abierto a la pregunta por Dios, tanto si ésta se formula filosófica como teológicamente. Como el hombre es un culturalmente activo, que procura transformar y mantener el entorno vital, sus capacidades y su mundo según las propias necesidades y concepciones, y es, por tanto, un ser que no vive en una isla feliz del mundo, y, por tanto, no puede dejar el mundo como lo encuentra, sino que se entrega al cambio y a la lucha contra la transitoriedad de lo temporal, es patente la fáctica insatisfacción respecto a la realidad finita. Esta insatisfacción se refiere tanto al grado posible de perfección de todo lo finito como a su duración temporal. No se da en el mundo una verdadera perfección, autártica y sin referencia a otro, que no pueda crecer y que no esté sujeta a la transitoriedad temporal.

A pesar de que esta perfección no tiene lugar en el mundo, parece que el hombre tiende de alguna manera a ella, con tal de que siempre lo compagine, aunque por breve tiempo, con el estado fáctico, aún cuando éste haya sido logrado fatigosamente. Parece que el hombre puede sortear temporalmente la visión del carácter insatisfactorio de todo lo finito, sólo con el sentimiento de fuerza que le da la embriaguez de la vida. Esta insatisfacción hace que el hombre tienda hacia metas siempre nuevas, que, apenas alcanzadas, se le convierten en rutina y no pueden aplacar su hambre. Además, el hombre fracasa claramente en la buscada permanencia y progreso en la vida por la muerte. La insatisfacción de lo finito no permite sacar, no obstante, consecuencias inequívocas sobre la pregunta por Dios. Por una parte, puede provocar la pregunta, sostenida por una infinita esperanza de lo infinito, y, por otra, puede producir, por el contrario, resignación, duda y desesperación sobre el sentido de lo finito.

La tarea más urgente de las reflexiones que siguen es explicar hasta qué punto se puede entender la pregunta por este infinito, no como sueño infantil sino como pregunta seria filosófica por Dios, en la que el hombre finito puede depositar, por tanto, su esperanza que trasciende todo lo finito. Ningún intento de solución puede dispensar al hombre, sin embargo, de su destino, que permanentemente le reenvía a sí y a su finitud. Quien abierto a la infinitud se plantea la pregunta por Dios, y persevera en ella, a pesar de saber que no la pueda contestar definitivamente con las propias fuerzas, advertirá que todas las preguntas, que trascienden lo finito, se convierten sin esperanza en nada porque la infinita verdad buscada no puede ser poseída por lo finito. El origen y sentido de todas las preguntas sobre lo infinito caen enigmáticamente en el círculo anatematizado de lo finito.

Quien se decida a preguntar por el Dios infinito, partiendo de la conciencia de insatisfacción y cuestionabilidad de todo lo finito, necesita siempre previamente, precisamente por eso mismo de esperanza y confianza. La pregunta se orienta concretamente a una realidad tan inconcebible, en relación a innumerables absurdos y contrasentidos de lo finito, que fácilmente puede perder el hombre el valor de plantearlas. El que, en general, exista la posibilidad de este preguntar y el valor para ello, puede parecer al que pregunta, en último término en una mirada retrospectiva, como un misterio profundo, que no se puede derivar de realidad finita alguna y que constituye, a la vez, ya un posible modo de presencia, indirecta de lo infinito en lo finito.

El valor, que brota de fuentes desconocidas para preguntas que trascienden el mundo, va contra la duda sobre el sentido de esta pregunta, por una parte al ver que la existencia del hombre estaría abandonada a la vacuidad sin la confianza en un sentido infinito, que en definitiva haría que todo se hundiese en sí indiferentemente. El valor, por otra parte, saca también su fuerza de la visión de que es imposible un juicio humano sobre lo infinito, sobre todo por la insensatez de los que niegan a Dios, que exigen un saber absoluto, sin reconocer un absoluto real.

Como toda la concepción se explica en la «Introducción», basten aquí breves indicaciones explicativas. El primer capítulo tematiza el punto de partida de la pregunta por Dios, que en la Filosofía sólo puede ser el hombre. El segundo capítulo busca una respuesta a la pregunta sobre hacia dónde busca el hombre que filosofa en la pregunta por Dios. El tercer capítulo está consagrado a la pregunta sobre si y, dado el caso, con qué seguridad hay que admitir la existencia de Dios. Una vez asegurada la posibilidad racional de probar una afirmación sobre la existencia de Dios, se reasumirá el tema de los dos capítulos primeros en el siguiente capítulo desde una nueva luz. El cuarto capítulo retoma la pregunta del segundo capítulo sobre el ser de Dios, y corno la existencia de Dios se ha convertido ahora en aceptable, puede preguntarse por la relación del pensamiento filosófico sobre Dios en relación con la fe religiosa en un Dios viviente. El quinto capítulo enlaza con la pregunta sobre el hombre como lugar de la pregunta por Dios. El camino vuelve, por tanto, de nuevo al punto de partida de la pregunta, pero ahora de tal manera el hombre concibe positivamente su tendencia a la búsqueda. El punto cardinal, que puede guiar a una tal búsqueda de Dios sostenida por la confianza, forma el tercer capítulo, en el que se elabora la situación de decisión del hombre que busca.

La ruta del filosofar comienza también, en relación con la pregunta por Dios, por la percepción de la ignorancia, corno se manifiesta en las experiencia del maravillarse y del temor. La maravilla y el temor pueden aparecer permanentemente sólo en seres de cuya naturaleza forma parte el orientarse pensando, y que han perdido la seguridad en esta orientación 1. Tales experiencias rompen la aparente evidencia del ser de la realidad y abren al espíritu simultáneamente a algo diferente. El hombre finito puede ser continuamente subyugado por la admiración y el temor; está expuesto a la posibilidad de su irrupción en el mundo hasta la aventura de su muerte, cuyo verdadero sentido está oculto en la oscuridad impenetrable. Quien sea consciente de estas posibilidades peligrosas, experimenta su ignorancia no como un puro factum, sino que ya desde el comienzo examina el sentido de la ignorancia. Ya en este grado de reflexión, se puede hablar del saber de la ignorancia, ya que ahí se manifiesta que el hombre finito vive de la anticipación del tiempo, que sabe esencialmente de la indisponibilidad del futuro.

Por tanto, cuanto más penetra alguien en el propio conocimiento y en el del mundo, tanto más clara tiene la conciencia de que el sumo saber humano en el mundo consiste en el saber de la ignorancia. El espíritu humano es capaz ciertamente de poder saber con absoluta certeza quién es, porque puede saber que es un espíritu que busca, instalado en el tiempo. La verdad, con todo, de que el espíritu se ha encontrado como buscador, no espera esencialmente a que el hombre llegue a encontrar efectivamente. Que el hombre se encuentra en la oscuridad de la ignorancia, lo puede conocer únicamente de todos modos si vive siempre ya de un deseo infinito de verdad, de justicia y de felicidad infinitas, cuya perfecta realización sólo puede confiar esperando, únicamente le es lícito esperar si se preocupa de vivir su vida honradamente.

1. Igual que el hombre atado, en la parábola del infierno (Politeia 514a-516a) está desorientado a causa de su repentino cambio, sólo porque anteriormente había tenido ya algo por verdadero (álethés) (515c/d).

La genuina ignorancia filosófica comienza, por tanto, con la ignorancia fáctica, la cual es inherente por naturaleza a todo hombre, de una manera más o menos consciente. El hombre es remitido a sí mismo cuando se maravilla y puede concebir su vida como búsqueda temporal. De esta manera puede ver que el saber sobre la ignorancia de un ser finito es constitutivo, que no tiene en sí mismo el fundamento y fin de su existencia. El hombre finito puede saber únicamente de una manera absolutamente segura que la verdad infinita que busca, es sólo buscada, pero que no puede encontrarla por el propio esfuerzo. Con esto la visión del saber de la ignorancia aparece como introducción previa a la apertura a Dios. La ignorancia es concebida como ignorancia santísima (sacratísima ignorancia: VD 16, 67/164), porque únicamente el saber de la ignorancia del espíritu finito puede hacerle receptivo a la posibilidad, en sí inconcebible, de la presencia en el hombre del Dios infinito.

Agradezco a todos los que me han ayudado a la elaboración del presente libro. En primer lugar doy las gracias a los colaboradores del Seminario de Filosofía Sistemática de la Facultad Teológica de Paderborn, a mi secretaria la Sra. Ana Kirchner, por su ayuda en la confección de la Bibliografía y las correcciones, ami colaborador científico el Sr. Wolfgang Erb, también por sus indicaciones críticas y por la organización de las listas. Gracias al Profesor Dr. Josef Stallmach, mi maestro y mentor en la Universidad de Maguncia, y a su esposa por su atenta revisión del manuscrito, igualmente al Sr. Stephan Ehses, Profesor Dr. Dieter Hattrup, Herman Heil, Wolfgang Luley, Dr. Albert Raffelt, Dr. Hermann Schnarr y al Dr. Ludwig Wenzler. Le agradezco al Gran Canciller de la Facultad Teológica de Paderborn, el sr. Arzobispo Dr. Johannes Joachim Degenhardt por el semestre que me dejó libre para la investigación, sin el cual no me hubiese sido posible elaborar este libro. Un agradecimiento especial a mi esposa Renate y a mi familia que por la vida de familia han mantenido en mi consciente la importante visión para este trabajo de que la vida siempre precede al pensamiento y que el pensamiento permanece ligado a la vida.

Respecto a la configuración técnica, hay que tener en cuenta que los pasajes importantes del texto de los autores principales se reproducirán, en principio, en la lengua original. Para facilitar también la comprensión a los lectores que están poco familiarizados con alguna lengua extranjera, las expresiones de todas las citas en lenguas extranjeras van precedidas de paráfrasis de manera que se pueda entender su sentido en caso necesario sin la cita original. Las citas originales han de mantener despierta la conciencia de la singularidad lingüística contra las tendencias niveladoras y despertar a su vez la curiosidad por el necesario trabajo ulterior con los textos propuestos.

Aunque el sentido del libro sólo se ve después de recorrerlo todo, los capítulos y cada párrafo son legibles en sí mismos. Por eso se mencionan repetidamente algunos de los principales pensamientos fundamentales y se justifican con comprobaciones. A los lectores especialmente deseados, que procuran leerlo todo, que no les sean gravosas estas repeticiones, sino que les sean más bien ocasión de alegría por volver a reconocer. Aunque este libro no puede ser propiamente un manual, ya que la Filosofía, especialmente en lo que se refiere a Dios, no puede enseñar demasiado, sin embargo, será un manual, y para aprender siempre hay que repetir en cierta medida.

El número de las notas y de las indicaciones sobre discusiones controvertidas, son escasas para una mejor legibilidad del texto. Las citas bibliográficas han de suplir un poco esta carencia. Las soluciones de las abreviaturas utilizadas en el texto se encuentran en la lista de siglas; en ella se ponen los títulos del texto (en parte, en forma abreviada) que se citarán o a los que se aludirá. La lista bibliográfica contiene los datos completos. Algunos conceptos, ante todo los de los dos primeros capítulos, se refieren a reflexiones que he expuesto ampliamente en anteriores publicaciones. A los lectores a los que los esbozos precedentes les parecen demasiado breves, pueden asirse a los textos que se encuentran en el fondo, que precisamente por eso se mencionan en la bibliografía. Para facilitar la consulta, se ha añadido una lista de autores.