III

EL DEBATE FILOSÓFICO
SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS

 

Una vez considerado el hombre como lugar y portador de la pregunta por Dios, se investigó su contenido. El pensamiento de Dios es el ideal de la Filosofía porque ésta tiende esencialmente a la infinición de los pensamiento finitos (KrV B 602s.). La estructuración sistemática de estas infiniciones se hizo refiriéndolas a la temporalidad. El que pregunta por Dios, busca el origen absoluto, la conservación absoluta y el futuro absoluto del mundo y del hombre en la suma perfección. Quien percibe la situación amenazada de su existencia en el mundo y confiesa su contingencia, mira la realidad como misterio profundamente abismal, que se aleja del frío de la nada y que hace experimentar la fuerza y el fuego de las cosas. La pregunta decisiva suena así: ¿el origen oculto, que ha encendido el fuego y lo mantiene ardiendo imperceptiblemente, se puede encontrar en la fe, con la confianza plena de que el incendio interno no devorará al mundo y al hombre, sino que ayudará a fundir su oro sin aniquilar el ser propio y sin dispersar sus cenizas en el montón de desechos de la historia? (vide ZA III; KSA 4, 256). La respuesta a la pregunta es si el hombre con su inseguridad y dificultades puede esperar que la infinitud no sea un caos vacío de sentido, que degrade en definitiva el tiempo fugaz hasta un divertimento indiferente•, si él, por tanto, puede esperar encontrar la correspondencia perfecta a la búsqueda de sentido, que no puede ser asunto del saber objetivo, sino que está en relación siempre con la confianza del individuo, acompañada de una toma de posición libre. Pero la respuesta basada en la libertad de la persona depende también de la posibilidad de la visión sobre si se puede aceptar con la razón lo infinito como el verdadero Dios.

La siguiente introducción al debate sobre la existencia de Dios, ha de investigar la conciencia de la problemática del sentido sobre si y, en el caso dado, por qué razón quien filosofe puede aceptar que exista de hecho el Dios buscado o discutido en la Filosofía y que, por tanto, el tiempo posee un origen con sentido, un apoyo seguro y un fin perfecto. Aquí hay que considerar los posibles modos de aceptación de la existencia de Dios para poder ver si y con qué seguridad puede, es lícito, tiene que o debe ser aceptada esta existencia.

No se puede argumentar bien contra la pura posibilidad de aceptar la existencia de Dios. Un ateísmo así llamado científico tendría que ser el autoridículo de la ciencia más que algo serio, porque la discusión de la realidad absoluta, por motivos científicos, no es posible partiendo de un punto de vista no-absoluto, propio del hombre, dada su situación. Quien evite en la Filosofía teórica, por tanto, la discusión explícita de la existencia de Dios, y despectivamente plantee preguntas que siguen hurgando, es el más peligroso adversario del pensamiento de Dios porque persiste en una seguridad del pensamiento que hay que exigir completamente dentro del conocimiento objetivo ligado al mundo y que parece que todo lo no-finito lo convierta en quimera. El escepticismo respecto a la inconcebibilidad de lo infinito es la pareja teórica en la protesta frente al Dios omnipotente, resuelto por la discrepancia fáctica de ser y sentido en el mundo. Quien reconoce la obligación moral absoluta, percibe lo negativo en el estado del mundo como lo antagónico a la existencia de un Dios infinitamente bueno (S. Th. I, 2, 3 obi. 1). De esta visión, el hombre alcanzado por la obligación moral, apenas puede escapar de aquello a lo que ella le enardece, a combatir lo negativo y a tender a un mundo humano opuesto a la agresividad, que parece natural, a su egoísmo y sed de sangre. Esta sed de sangre aparece ya en el mundo de los animales, en donde la mayoría de las veces va unida a las necesidades de alimentarse, pero también en la historia de la humanidad que conoce claramente desde sus comienzos muerte, crimen y guerras.

El pensamiento filosófico sobre Dios comulga con la lucha, con la protesta, con el rechazo y negación de lo negativo, pero sin dejarse arrebatar por lo negativo, tiene la esperanza de que su deseo se vea cumplido por Dios (S. Th. I, 2, 3 ad 1.). En la serie de trabajos que se designan tradicionalmente como pruebas de la existencia de Dios hay que aclarar qué es lo que puede objetarse a la burla y a la protesta. Una vez delineadas las pruebas más importantes (& 8) se investigarán los fundamentos objetivos de su discutibilidad (& 9). El capítulo termina con un examen crítico de la posiciones esenciales conceptuadas ateas (& 10).

 

& 7 Sentido de la elaboración de pruebas de
la existencia de Dios
y carácter modal
de los posibles resultados

 

En relación al sentido de la elaboración de las pruebas de la existencia de Dios, hay que presentar primero de nuevo los impulsos que proceden de la filosofía teórica, por una parte, y de la práctica, por otra, y que pueden llevar a aceptar o rechazar la existencia de Dios. Sobre el trasfondo de los motivos efectivos, hay que investigar, acto seguido, la cuestión de la modalidad de las posibles posiciones respecto a la pregunta por la existencia de Dios.

Se investigará, eventualmente, la pregunta por la existencia de Dios como un puro cometido del pensamiento. Todavía hay que someter a examen si se puede plantear también la pregunta por la existencia de Dios sólo a partir del puro espíritu de la geometría 1. De las reflexiones expuestas sobre el hombre que pregunta por Dios y sobre el ser de Dios, aparece primero que la conexión dialéctica de posibilidad de aceptar a Dios y que Dios esté sustraído, hace posible un pensamiento que no permite, por una parte, que desaparezca lo finito en lo infinito y, por otra, no depotencia lo infinito haciéndolo finito. De este modo el que Dios esté sustraído, es un fenómeno positivo que no se puede ocultar o no se puede dejar de lado sin perjuicio para las pruebas. De este fenómeno se ha ido adquiriendo continuamente conciencia. Platón habla explícitamente del ocultarse de Dios, quien, a pesar de todo, permanece presente (Politikos 272e, 273d); algo semejante dice Agustín: que nada está más separado ni nada más presente que Dios: «quo nihil sit secretius, nihil praesentius» (QA 34, 77). Por eso es necesario reflexionar metódicamente a la vez, sobre los límites y las posibilidades positivas, apuntando a las pruebas de la existencia de Dios.


a) Impulsos esenciales para la elaboración de pruebas en pro de la existencia de Dios

Llama la atención el fenómeno de que las pruebas de la existencia de Dios hayan sido expuestas, la mayoría de las veces, como un cometido de la pura razón teórica. El asunto tenía que tratarse claramente como si el corazón del hombre no dependiese de esta decisión, con un juicio igualmente imparcial, sine ira et studio. Aunque es seguro que la imparcialidad ha ser fundamento necesario de los

1. Sobre esto vide en el capítulo IV; es posible, en el interim, con limitación metodológica, someter a prueba los intentos históricos existentes en este espíritu de la geometría yen el conocimiento de los límites de estas investigaciones; en este sentido explica Wolfgang Röd: «No se tratará de la pregunta de si Dios existe, en las páginas siguientes, sino la pregunta completamente diferente sobre si se puede probar la existencia de Dios por la razón pura, —y es decir: independientemente de la experiencia per.) 'ambién independiente de la fe religiosa» (GrV 9).

juicios científicos, hay que notar previamente que una formulación objetiva de las preguntas por la existencia de Dios, han de considerar simultáneamente sus motivos existenciales. La aceptación real de la existencia de Dios, para un conocimiento puramente teórico del mundo, en el que se dejasen de lado todos los intereses prácticos, no tiene mayores ventajas que las afirmaciones sólo hipotéticas de que hay que entender lo múltiple en el mundo a partir de una raíz desconocida. Que la diferencia entre algo aducido como pura concepción, origen simple del todo y su existencia absoluta no sea desdeñable, está en relación con las preguntas de la vida, que surgen de la finitud temporal del hombre. Este problema, que se plantea por la fugacidad del tiempo, va más allá de la tendencia teórica al conocimiento. Sólo en un futuro absoluto puede mostrarse la realidad de Dios como la verdad infinita. Pero el futuro absoluto va unido, sin embargo, para los hombres con los límites de la muerte en la que la temporalidad fugaz de la existencia del mundo sufre su ocaso. Así se convierte la muerte en caso urgente de la esperanza en la que todo lo que acontece realmente en ella, depende de la respuesta a la cuestión de si Dios existe y si sale al encuentro del hombre directamente y no por mediación de lo mundano 2. El deseo de la presencia inmediata de Dios permanece insatisfecha en el mundo. Se mostrará que el pensamiento racional permite tener esperanza en la realidad de Dios, pero no permite una prueba apodíctica objetiva.

La pregunta por el ser de los dioses, vista históricamente, se encuentra antes de los intentos de probar su existencia. Al comienzo de la historia documentada, la realidad de las potencias divinas no estuvo expuesta claramente a duda alguna3. La pronta crítica ilustrada apunta a una purificación del pensamiento de Dios, no a la discusión de la existencia de lo divino en general. Jenófanes lucha de este modo contra los antropomorfismos en la Teología de Homero y Esíodo. Éstas hubieran atribuido a los dioses cosas tales que eran la burla y reprobación de los hombres: robos, adulterios y engaño mutuo (Fr B 11). Atribuían a los dioses propiedades humanas: también los dioses nacerian, tendrían vestidos, voz y figura como los hombres (Fr B 14). Contra el discurso antropomorfo sobre Dios, Jenófanes alza su voz en pro del único Dios (eís Oeós) que no se parece a los mortales, que ve, piensa y oye todo (Fr B 24: ovos ó di, ollos voeí o732os óé r' áxovet) y que hace temblar el universo con la fuerza del pensamiento de su espíritu (Fr B 25: vóov OOevi ,Trávra xeaóaívet). Con esto Jenófanes destruye las bases de toda antropomorfa multitud de divinidades (Fr B 23), sin poner, con todo, en duda el ser de lo divino ni mencionar siquiera la duda. Respecto a

  1. Vide EHGT; en el mundo ha de ser válido que la unidad puede ser entendida únicamente por la unidad (mediante unitate); en consecuencia, nuestro conocimiento en el mundo sigue siendo una presunción; vide Coni 2, 16.

  2. Sobre la situación presocrática, vide también GrV 11: «Aunque para que se atribuyan al ser verdadero atributos divinos, falta todo rastro de un intento de probar la existencia del ser así definido».

esto, Platón tiene por prudente responder a los que dudan con una prueba (Nomoi 890b s.). De esta manera la Apologética de la fe en Dios aparece como el primer motivo decisivo para la elaboración de las pruebas de la existencia de Dios; ellas han de influir en la convicción, por medio de argumentos ante las dudas.

La apologética no se basa en primer lugar en motivos propios de un pensamiento, sino que responde a un mundo de conceptos, que vienen de otra parte, para abrirlos ala cuestión de Dios. Con todo, abordar motivos ajenos puede influir en el propio pensamiento. Por ejemplo, habla Demócrito de la causa (airía) y origen (ápxri) en un sentido distinto al de Platón, de manera que se puede preguntar si ambos significan lo mismo con estos conceptos. Para Demócrito, –cuyos pensamientos Platón ha tenido en cuenta y transformado críticamente (p.ej. Timaios, esp. 53c-54c)–, según la tradición, todo consistía en encontrar una explicación de tipo científico (Fr B 118) de las causas de la naturaleza (airco).oyía), pero que, según Platón no arrojan resultado alguno en el que pueda aquietarse el pensamiento. De este modo, se ha de preguntar fundamentalmente qué es lo que le ocurre a un pensamiento cuando se introduce en motivos ajenos. Mientras ambos autores hablan de causas, se tendría que preguntar si sus conceptos utilizan un sentido unívoco, análogo, o equívoco. Está claro que es insuficiente el uso unívoco y el equívoco. Quien afirme la univocidad del concepto de causa ha de compaginar el concepto filosófico con la unidimensionalidad de las explicaciones anilítico-causales; lo que tendría como consecuencia el abandono de la significación filosófica. Quien acepte la equivocidad del concepto de causa no puede llegar, en primer lugar, en manera alguna a la buscada confrontación porque no estaría asegurada la pre-intelección que hace posible el debate sobre el asunto que hay que tratar. Así se ha de presuponer fundamentalmente en las argumentaciones apologéticas una relación análoga de los significados discutidos. El pensamiento analógico no implica a priori una Metafísica dogmática con Dios como fundamento superior, ya que el hombre puede ver, a partir de sí, que el conocimiento finito no alcanza la verdad absoluta y perfecta; la verdad suma no se alcanza ni por síntesis regresivas que buscan un comienzo absoluto ni con síntesis progresivas que preguntan por las consecuencias (KrV B 438; respecto al prosilogismo y al episilogismo vide KrV B 364, 388). El pensamiento analógico tiene como fin aproximarse solamente ala verdad absoluta en lo posible; por eso está abierto a una verdad infinita, sin llegar a alcanzarla. Por tales vías se mueve el pensamiento filosófico de Platón, como está ejemplificado en las parábolas de la Politeia (505a s.).

La apologética ha de penetrar en los conocimientos auténticos del adversario y a partir de sus comunes raíces humanas, corregirlos o ampliarlos. La relación con la verdad de la totalidad, parte de la Filosofía, presupone tanto una universal comunidad humana de comunicación como la mutua afinidad de todo verdadero conocimiento. Esta comunidad de comunicación se funda en la afinidad de toda la naturaleza (Menon 81d: ziis cvaaow - á rc arls avyycvovs ovarls). No han de ignorarse las verdaderas concepciones de los que niegan a Dios porque éstas tienen como trasfondo precisamente la afirmación de Dios como creador del mundo; más bien ha de presuponerse que los fenómenos que ellos subrayan pueden desembocar en un verdadero pensamiento filosófico.

Lo primero que se va a indicar son los caminos posibles para la defensa de la afirmación de la existencia de Dios. Pueden comenzar con una investigación teórica del conocimiento orientado a la posibilidad, límites del conocimiento finito y seguridad de la verdad. Se presupone que todo conocimiento humano comienza por la experiencia, luego se muestra la necesidad de este despertar del conocimiento, que no está seguro de su capacidad basada en la fuerza propia. Además puede investigar el mundo extramental sólo por medio de procesos experimentales. Qué sea, con todo, concretamente una cosa de la naturaleza, qué la totalidad de la naturaleza, es algo ininteligible, mientras no se acepte un principio universal que saque a la naturaleza del caos y lo haga todo inteligible en ella. Tal conocimiento está en relación con la transformación dominadora (An G, 429a 19s). Sólo quien penetre el principio dominador del todo, puede reclamar la posesión absolutamente segura de la verdad. Mientras sólo un origen dominador permite entender la transparencia de todo, yace ya en la fáctica diafanidad de las cosas en el mundo un motivo de la teoría del conocimiento para la afirmación de la existencia de Dios. Con los motivos teóricos del conocimiento, que en Agustín con la elaboración argumentativa, se logró una prueba noológica (DLA 2, vide & 8 b.) están los motivos ontológicos que llevan del puro pensamiento de lo infinito a argumentaciones en pro de la existencia de Dios (vide & 8a.).

La contingencia de las cosas en el mundo, patente por su devenir y pasar, hacen que el hombre busque una realidad tal que no tenga nada contingente en sí y de esta manera se manifiesta por sí misma como ser absolutamente necesario, en el que cesa toda cuestionabilidad (vide & 8c). La búsqueda del final de la cuestionabilidad, conserva la dirección final hacia Dios incluso al comienzo de la Filosofía moderna, porque la autoseguridad del sujeto se manifiesta finita y condicionada. Cierto que Descartes afirma que la existencia del que piensa está firme, libre de dudas en la actividad del pensar, pero sólo mientras es pensada como real: «hic invenio: cogitatio est, haec sola a me divelli nequit; ego sum, ego existo, certum est. Quamdiu autem? Nempe quandiu cogito» (MPP 11, 6). Para superar la finitud de esta certeza, se ve obligado a introducir el concepto de Dios (vide & 12s.) 4.

4. La fórmula: Yo pienso, luego existo (DM 4, 1: «je pense, donc je suis» cogito, ergo sum, hay que cambiarla por: Soy pensado, por tanto yo soy (cogitor ergo sum); vide Ces también Agustín habla del ser del hombre conocido por Dios (C 10, 1) «Cognoscam ter, cognitor meus, cognoscam, sicut et cognitus sum» (según 1 Co 13, 12 este conocer es llevado por el amor).

Motivos procedentes de la teoría del conocimiento, motivos ontológicos y cosmológicos pueden llevar, por tanto, a la construcción de pruebas en pro de la existencia de Dios; pero también pueden favorecer contra-argumentos. Quien vea que la verdad de la totalidad sólo puede ser conocida de manera absolutamente segura desde la manera de ver de Dios, puede advertir que el hombre carece precisamente de este modo de ver y que sólo puede lograr certezas falaces, partiendo de tales comienzos. La verdad absoluta del conocimiento humano se caracteriza concretamente en que no es dueño de lo absoluto. La aceptación clara de la contingencia de lo finito no puede, según esto, ser invocada no sólo en pro sino tampoco en contra de una afirmación del ser absolutamente necesario de Dios.

No hay que dejar de lado tampoco los argumentos en pro de la existencia de Dios que se apoyan en la analogía con la realización del ser del espíritu humano, ya que se distinguen por la finalidad y la acción moral. Ya que existe en el mundo finalidad, cuyo autor no se puede concebir en el mundo, se puede preguntar por la fuerza inteligente que opera por un fin en el origen del mundo (& 8d.). El ya mencionado milagro de la constitución moral que se da en nosotros puede llevar a la elaboración del argumento filosófico moral en pro de la existencia de Dios (& 8e).

No existen, con todo, solamente motivos para la formación de argumentos y contra-argumento de la existencia de Dios sino igualmente también en pro de la actitud de reserva respecto a ambos. Esta reserva puede tener su fundamento en la supuesta carencia de resultados de tales esfuerzos o es sostenida por la conciencia de que una salida positiva de los esfuerzos por las pruebas, en el caso de que se puedan alcanzar, no seria, en manera alguna, provechoso para la meta propuesta de la prueba. La reserva, según esto, puede apoyarse o en la indiferencia ante los esfuerzos por las pruebas porque se tienen por infructuosos, o por pretendidos intereses teológicos que ven en los intentos de pruebas y en los intentos filosóficos de pensar a Dios algo incluso perjudicial e insoportable a lo divino. El retorno a la finitud del conocimiento humano, conocimiento que no pretende apropiarse lo que supera sus fuerzas y que lucha contra las posiciones en las que ve tales apropiaciones, es propugnado frecuentemente por posiciones empiristas. Si no se endurece dogmáticamente y permanece abierto a la otra realidad como puramente sensible, pode a ser el deseado opositor a las vías del pensamiento de las pruebas de la existencia de Dios, que nos advierte ante un especular incauto o híbrido. Mientras esté justificado que el conocimiento de un ámbito de cosas está en conexión con el dominio sobre él, toda afirmación de haber conocido a Dios podría juzgarse como el intento –ciertamente vano– de una prepotencia híbrida del Dios absolutamente dominador.

El conocimiento de Dios es, claramente, una tarea escabrosa que puede entrar en la competitividad entre Dios y hombre, lo que conduce a la forma más pura del ateísmo. Por eso, estuvo persuadido Lutero, de que el hombre no podía querer por naturaleza que Dios fuese Dios: «Non potest horno naturaliter velle deum esse Deum»; por el contrario, él desea ser Dios y que Dios no sea Dios: «Immo vellet se esse Deum et deum no esse deum» (Disp 17). En relación con estos pensamientos de Lutero dice Hans Blumenberg sobre el análisis de la actual situación: «No se trata de ateísmo sino del "traslado" de lugar del Dios único, para quien no puede existir ni el puro anuncio de la exigencia ¡también yo! La rivalidad sólo puede ser absoluta» (Mtpas 16). Los motivos de escepticismo sobre las pruebas de la existencia de Dios se encuentran, por tanto, a fortiori, en la resolución en la Filosofía de abstenerse del discurso sobre Dios por mor de la divinidad de Dios (luD 45). Pero también parece que la búsqueda de la verdad discurra en sentido contrario: sólo callar de Dios sin siquiera haber emprendido, al menos, el intento de hablar de él de tal manera que sea claro el sentido de este callar como callar ante Dios. Callar por riqueza interior, puede ser el modo supremo de la posible presencia de Dios en el mundo, pero debería poderse distinguir del férreo callar de la indiferencia y del tener que oponer algo a la palabrería ruidosa de los ateos.

Por estos motivos son necesarios los argumentos filosóficos, para mostrar la existencia de Dios aun cuando no pudiesen ser más que indicadores del pensar finito que apunta a la trascendencia. Sirven, en un pensar metafísico a-dogmático sobre Dios, al afianzamiento de la infinición del espíritu humano contra las exigencias de la cientificidad que se enquista en la inmanencia. La meta es, por tanto, no una dogmática metafísica, sino recoger motivos y argumentos científicos que permiten ser ulteriormente desarrollados, teniendo en cuenta la cuestión de Dios. Ha de poder aceptarse la existencia de Dios, al menos, en el sentido de que es claro cuán poco el preguntar filosófico puede encontrar en la realidad una conclusión válida. La tarea de la Filosofi'a es responder a la exigencia que se le plantea al espíritu finito humano en su situación fáctica y esencial. Según esto, ella ha de percibir y elaborar las tareas que son impuestas al hombre por la constitución metafísica natural. Esta disposición metafísica natural es de tal naturaleza que sustrae el suelo tanto a las afirmaciones positivas como negativas del saber dogmático sobre la verdad infinita. Con lo cual se carga sobre cada hombre, en definitiva, el peso de la decisión sobre desde dónde entiende el mundo y su existencia y en dónde quiere depositar su confianza.


b) La toma de posiciones respecto a la existencia de Dios, motivadas por la práctica, agudizan la problemática

Quien intente vivir la vida recluyéndose en una existencia sin apoyos y se plantee la pregunta sobre Dios, al modo del Sisifo de Camus, debe decidir si ha de considerar como el verdadero reto, sus sufrimientos, con los que intenta componérselas en lo posible con maneras de superioridad 5. Podría ser que tomase conciencia absolutamente de que los sufrimientos de otros hombres, que no puede atribuirse, y los sufrimientos también de todos los seres vivientes expuestos al dolor, más persistentes todavía que los propios sufrimientos, sean un reto a una esperanza que va más allá de todas las posibilidades mundanas. El que se esté remitido a la esperanza, no lleva al hombre en manera alguna a una certeza triunfante sobre Dios, pero sí quizás a un preguntar orante más allá del mundo, impregnado por el dolor de la incertidumbre y el sufrimiento.

Quien emprende la investigación de la pregunta por Dios por motivos puramente teóricos, si no está fascinado y atraído por la belleza imponente, resplandor de la verdad infinita (Splendor veritatis; vide CD 18, 31) puede orientar el conocimiento hacia otras direcciones y encontrar continuamente algo nuevo y maravilloso que ofrece a la actividad del conocimiento suficientes incentivos. Por razones de la Filosofía práctica, la cuestión de Dios alcanza una perentoriedad de la que ningún hombre puede escapar razonablemente.

Respecto a los motivos prácticos, hay que distinguir primero hasta dónde orienten a la razón teórica a la misión de consagrarse a las preguntas sobre la posibilidad de probar la existencia de Dios con mayor energía de la que contienen Ios motivos teóricos y hasta dónde ellos mismos sean válidos como fundamento para elaborar argumentos.

Mientras se trate sólo de motivación, se ha de desarrollar imparcialmente la tarea ordenada a la razón teórica. Pero como en el interim existen, a partir de reflexiones prácticas, tanto argumentos en pm de la afirmación de la existencia de Dios como también en contra, la exigida cautela en el juicio, no produce ventaja alguna significativa en pro de una u otra parte, sino que únicamente agrava la situación teórica del problema. También los argumentos que se apoyan inmediatamente en motivos prácticos, tienen necesidad de la elaboración teórica, pero sacan su fuerza argumentativa únicamente de la exigencia que procede de las situaciones moralmente relevantes. La indisponibilidad y rigor de esta exigencia impiden que el deseo pueda aquí convertirse a su vez en el padre del pensamiento.

La exigencia moral pide fomentar contenidos que deberían ser reales pero que no lo son. Estos contenidos apuntan a la unidad que tendría que darse de virtud y felicidad, ya que la virtud merece también ser feliz (vide por ejemplo KrV B 834). De la diferencia fáctica entre lo que es y lo que ha de ser, se nutren lo motivos que puede lograr una aportación práctica al argumento en pro de la existencia de Dios. Esta diferencia tiene muchos momentos que hay que considerar separa-

5. Sobre el Existir sin apoyaturas vide EE 142s. Va contra la fijación del saber y de la autoridad, en los que se pierde la existencia. Jaspers tiene la existencia sin apoyaturas como abierta a la pregunta por Dios; la tendencia de una existencia sin apoyaturas al ateísmo se tratará bajo el título del ateísmo humanista (vide & 10d.).

damente. En lo que aparecerá que ellos pueden entrar en juego con resultados opuestos en lo que refiere a la pregunta por la existencia de Dios.

En el trasfondo de la exigencia, procedente de situaciones moralmente relevantes, está siempre el pensamiento de una amplia armonía de un mundus ordinatissimus o de un mundo moral en el que está superada la diferencia entre sentido y deber. Si ha de poderse alcanzar este fin, han de existir los correspondientes presupuesto subjetivos en cada individuo, pero deben existir también presupuestos objetivos, que pongan término al estado, difícilmente soportable, de que el sol luce sobre justos e injustos (Koh 9, 3). Como el estado fáctico del mundo, sino es moralmente soportable, es, con todo, un presupuesto de la libertad humana, puesto que la injusticia en un mundo moralmente bien ordenado tendría que tenerse por estupidez. Apenas alguien actúa por principios moralmente limpios, quizás con una esperanza de que exista finalmente un sentido permanente de su obrar, obra de una manera completamente distinta, que cuando actúa por cálculo prudente.

El hecho de que las condiciones de la libertad haya que formularlas dialécticamente, lleva a la equivocidad de sus consecuencias para la existencia de Dios. Como ejemplo de la conveniencia de formulaciones dialécticas hay que aducir la tensión entre estar fundado en sí mismo y la dependencia del querer humano. Dice Agustín que la decisión de la voluntad, por una parte, depende solamente de lavoluntad misma, ya que nada cae tanto bajo nuestro poder como la misma voluntad: «nihil tam in nostra potestate quam ipsa voluntas» (DIA 3, 7). Pero, por otra parte, hay que explicar también que el hombre nada puede por sí mismo, por las propias fuerzas: « tu enim per te ex viribus tuis nihil potes» (EP 35, 1). A semejantes formulaciones dialécticas sobre la relación de libertad y gracia, llega también Jaspers (EE 45). Cuando se asume la exigencia moral, se presupone siempre que todo depende de corresponderle con un obrar responsable. Aunque alguien se esfuerce mucho, frecuentemente se presenta el caso de que, a pesar de la buena voluntad, poco o incluso en general, nada se realiza del fin de la acción, porque acciones, precisamente con buena intención, pueden tener malas consecuencias.

En el caso, por ejemplo, en que alguien intenta ayudar a otro necesitado, puede llegara complicaciones que degeneran en tragedia o en sátira y, que son, por tanto, contrarias a la tendencia de sentido inmanente de la acción que pretende ir de acuerdo con la exigencia moral. La tensión entre el todo de la exigencia absoluta y la posible nada de la implicación fáctica puede llevar a esperar en el tiempo fugaz un cumplimiento más allá de las posibilidades humanas, más allá de la inconsistencia de la existencia del mundo, determinado por la acción responsable del hombre finito y sostenido por el amor infinito y la justicia de Dios.

Pero esta tensión puede afectar también la confianza en la finalidad de la exigencia moral, y así llevar a la resignación y la protesta. Resignación sería el abandono del reconocimiento de la obligación absoluta, y a la vez, la muerte moral del hombre. Como el hombre, a pesar de esta muerte, puede seguir viviendo, se puede convertir o en un licencioso inútil que chapucea por su vida o en un monstruo que atemoriza, que comete fríamente los más crueles crímenes con tal de que le sean útiles. La protesta que se opone a que la realidad quede a la zaga del fin de la acción moral, no abandona la validez de la obligación, pero sí que también acepta, sin esperanza, la posibilidad de una realización absoluta de sentido. El daño que sufre en la realidad la pretensión absoluta de la obligación moral, se considera aquí como hecho inalterable, contra el que el hombre ha luchado heroicamente. Tal heroísmo puede expresarse afirmando la absurdidad de la existencia, que reconoce la exigencia aunque desespera de la posibilidad de su cumplimiento absoluto; pero puede entenderse también con el concepto de epigénesis del sentido, según el cual la producción de sentido hay que esperarla sólo de la acción del hombre (sobre esto vide & 10d.).

Respecto a la posición contrapuesta entre ser y deber, hay que preguntar qué respuesta responde más exactamente a la situación del hombre. Si es parte de la situación del hombre tanto la obligación incondicionada como la realidad que sólo imperfectamente se realiza para él, se puede decir que la ignorancia percibe hitos del camino, sin reconocer, con todo, ni el camino ni el mismo fin, queda abierto por tanto a una consumación de la tendencia al sentido del vivir humano de la vida que supera todo presentimiento. En esta apertura, se plantea la pregunta, en definitiva, sobre si es lícito tener la esperanza que trasciende el mundo hacia Dios y a una felicidad eterna, o también, si debe tenerla. Si se pudiese aceptar la necesidad práctica de la esperanza, sería un argumento práctico en pro de la existencia de Dios.


c) La pregunta sobre la modalidad de las afirmaciones y de las negaciones de la existencia de Dios

Las actitudes frente a la existencia de Dios, contienen gradaciones modales que se fundan en las diferencias comunes de opinar, creer y saber. Estas distinciones se encuentran en la doctrina del assensus de Tomás 6 de un modo semejante a las de-

6. Vide S. Th. II-II, 1, 4c; I-II, 15, 1 ad 3; 1, 82, 2c; el asentimientos (assensus) puede estar fundamentado o en la necesidad del objeto (ab obiecto cum necessitate) o por la decisión de elección (per electionem); si está fundado por el objeto, se puede conocer la necesidad del asentimiento por el objeto mismo (per seipsum cognitum) o por otra cosa distinta (peraliud cognitum); si está fundamentado por la decisión de elección, esta decisión puede llevar consigo dudas (cum dubitatione) de manera que presente una pura opinión (opinio); pero puede también ser defendido con certeza (cum certitudine) y entonces se llamará fe (fides), esta distribución puede ser esquematizada de la siguiente manera:

finiciones de Kant sobre opinar, saber y creer7. Cuando no puede excluirse de esto una opinión con motivos racionales, ha de tenerse esta opinión por no imposible. Cuando nada excluyente hay que objetar contra esta posibilidad, puede defenderse esta opinión. Queda, con todo, la situación privada de quien la defiende. Pero en donde existen también motivos positivos para aceptar una opinión, el modus de su posibilidad de aceptación cambia hasta la certeza subjetiva u objetiva.

En primer lugar, podrían aparecer indicios en pro o en contra de una afirmación, de tal tipo, que no conduzcan a la seguridad del saber. De esto se deduciría que puede defenderse una tal afirmación pero que puede o es lícito rechazarla. Luego, puede ser teóricamente ambivalente, en primer término, un argumento y, sin embargo, convertirse en inequívoco por otros motivos. Este caso se da en la obligación moral, que es racional y también tiene una relación con la situación teórica del problema. De esta exigencia absolutamente imperada puede resultar la exigencia de que ha de admitirse la existencia de Dios. Finalmente, hay que considerar la posibilidad de que una tesis ha de aceptarse, si los motivos para su aceptación son constrictivos y si pueden ser totalmente resueltos los motivos opuestos. Aquí debería ser cierta inmediatamente una realidad como en las demostraciones matemáticas, que pueden ser probadas, fundadas en la verdad axiomática presupuesta. Respecto a la existencia de Dios, no puede tratarse de una certeza inmediata, porque sería totalmente innegable, lo que claramente no es el caso. Las pruebas de la existencia de Dios, necesitan de puntos de partida en la realidad finita, por los que comienzan los procesos conclusivos. Como tales puntos de partida, se han invocado en la historia de las pruebas de la existencia de Dios, pensamientos, conceptos y realidades (vide & 8).

El modo de aceptar, tiene relación con la pregunta de si se puede, es lícito, hay que o se debe aceptar algo. Con estas distinciones se plantean tareas cuyas soluciones, en lo que respecta, a las pruebas de la existencia de Dios, hay que delinearlas primero de un modo ejemplar. A partir de la conciencia aguzada por diferenciar las metas de las pruebas, hay que preguntar si y hasta dónde el hombre puede, le es lícito, debe o tiene que admitir la existencia de Dios. No se trata, por tanto, del modo de ser de Dios, sino de la modalidad de la aceptación humana.

7. Vide KrV B 848-859; las tesis allí expuestas pueden resumirse del modo siguiente:

Esta pregunta sobre qué es lo que se puede admitir en la Filosofía como verdadero, tiene relación con la pregunta de Kant: ¿qué puedo saber? (KrV B 833). La cual tiene en cuenta además la oferta que procede de la razón práctica cuyo grado posible de certeza está sometido a reflexión (KrV A 218; además KrV B 829).

Hay que introducir, en el primer paso, como pre-condición, que el hombre puede admitir la existencia de Dios, al menos, como algo no-imposible, porque el saber humano no está fundamentado absolutamente en sí. La finitud del hombre, desprovista de una auto-posesión absolutamente fundamentada, hace posible concretamente el preguntar más allá de los límites de lo finito aunque al superar el hombre los límites no puede pensar exactamente el Dios infinito. Con lo cual se ha dicho en primer lugar, que la existencia de Dios no puede ser discutida con pruebas convincentes de manera que el ateísmo no puede defenderse como posición científicamente superior. La negación de la existencia de la realidad incondicionada e infinita por un ser, determinado por la finitud y la contingencia, es una empresa, teóricamente considerada, ridícula 8. De este modo aparece que el hombre en tanto en cuanto conoce que no es capaz de un saber absoluto, ha de permanecer abierto a una verdad absoluta. Esta verdad se la puede encontrar posiblemente, sobre todo porque ella está ya presente en el modo deficiente de la pregunta por lo absoluto, la cual pregunta está sostenida por el saber de la ignorancia.

En el segundo paso, hay que mostrar que es lícito aceptar la existencia de Dios, en tanto en cuanto se le regala el cumplimiento absoluto deseado a la necesidad del hombre que ni se ha hecho a sí mismo ni a su deseo infinito. De este modo se ha dicho que el hombre, mientras no exija, puede esperar, de todos modos. Si se diese tal cumplimiento, sería un puro regalo, en el que el todo llegaría a su fiesta. Sueños cotidianos y esperanzas en la consumación absoluta son parte del ser del hombre, además posibilitan la formación de la cultura, sin la que hombre alguno puede vivir. Ellos hacen presente además la necesidad de una confianza, sin la cual, carecería de sentido, en último término, su aspiración 9.

En el tercer paso hay que explicar de qué modo ha de admitir el hombre la existencia de Dios. Dato fundamental es aquí el que esté bajo la exigencia de una ley que le impone su tendencia a realizar el sumo bien posible en el mundo. Esta tarea es prácticamente necesaria, pero su meta la ha de fomentar, en el mejor de los casos el hombre, no realizar. De ahí se sigue la obligación de creer que la tendencia a la realización del bien sumo, prácticamente necesario, no se

  1. Puede aparecer de otra manera si entran en juego consideraciones prácticas, si se pregunta sobre si en relación al estado fáctico del mundo, que contiene, al menos, injusticias y sufrimientos de todo tipo, con otras cosas además, se puede creer en un Dios.

  2. Vide p.ej. DPH; respecto al carácter de los sueños diurnos esp. 86-128; respecto al ensayo inútil de Bloch de encontrar una hierba contra la muerte vide 1383s.

dirije hacia la nada, sino que recibe su posibilidad y su sentido precisamente de lo que puede ser pensado únicamente como Dios.

En el cuarto paso habria que preguntar si el hombre, aunque puede pensar a Dios de un modo indeterminado, ha de admitir, sin embargo, la existencia de Dios. Se podría partir de que su conocimiento se hace patente, como indicativo de lo absoluto, apenas lo pone a prueba en diferentes contextos. A las orientaciones trascendentes de las preguntas les corresponde suficiente certidumbre sobre ello, de manera que se sabe con bastante seguridad, por qué se pregunta 10. Se puede decir, con todo, consecuentemente, que se puede pensar en Dios de un modo razonable. Este tener que en la pregunta de la aceptación de la existencia de Dios no supera, sin embargo, el saber de la ignorancia, el cual es necesario para que sea pensable la independencia del ser del hombre finito como también para la posibilidad de una presencia del Dios infinito en el hombre finito, ya que el Dios conocido por el hombre o lleva al destronamiento de Dios o al ocaso del mundo y hombre en el mar de lo infinito. Por el contrario, no hay que entender, en todo caso, la posibilidad de las substancias finitas a partir de lo finito; la posibilidad de tales substancias remite, por tanto, al Dios infinito y omnipotente.

Las diferencias modales, de un modo parecido a las pruebas de la existencia de Dios, se pueden tener en cuenta también para los argumentos que niegan la existencia de Dios, y para reflexionar sobre qué significan los modos de la posible aceptación para la negación de Dios. En estas reflexiones deberían someter a prueba, si algo -y dado el caso-, habla a favor de que quien filosofa puede, le es lícito, debe y ha de aceptar la no existencia de Dios. La última afirmación mencionada, que sería mortal para la Teología, ya ha sido rechazada; la discusión de los otros modos, tiene lugar en los siguientes párrafos. Antes de que se comience con la presentación de las pruebas y de los contra-argumentos, hay que tener en cuenta algunas particularidades metódicas de las pruebas de cara a las investigaciones.

No es objeto de pruebas lo que es claramente entendido y reconocido por todos los miembros de una comunidad de comunicación. Pero mientras no se tenga una clara visión y mientras el fundamento de la convicción lo constituye únicamente la casual unanimidad de opinión, ésta será quebradiza apenas apunte la sospecha de que se apoya en falacias. Cómo se apoye en falacias la sospecha de una convicción, ha de comprobarse con conocimientos claros, para que merezca audiencia ha de procederse también, en su rechazo, en conocimientos reales. Por tanto, los argu-

10. También la frase de Wittgenstein sobre el método correcto en Filosofía muestra más allá del mundo y ha de posibilitar subir, como por una escalera, más allá del mundo (TLP 6.54; para la diferencia entre decir y mostrar vide LW 95). Esta frase sobre el método correcto no es una frase de la ciencia de la naturaleza (TLP 6.53). Dice Wittgenstein: «Cómo es el mundo, es indiferente respecto a lo soberano. Dios no se revela en el mundo» (TLP 6.432). Con todo, parte él de expresiones absurdas unidas al mundo para, en el embestir contra las paredes de nuestra jaula, «llegar más allá del mundo y esto significa: más allá del lenguaje razonable» (VE 18s.).

mentos, que se relacionan con una realidad fundamentalmente dudosa para alguien, han de comenzar con algo que no sea puesto en duda y que no puede ser puesto en duda con motivos racionales. La duda sobre la existencia de Dios es posible, en general, solamente porque a Dios no se le encuentra directamente en el mundo. Por eso han de comenzar siempre las pruebas por una realidad indudable y, desde este punto de partida, interpretarla en su fuerza afirmativa para la pregunta por Dios.

Las más importantes dificultades metodológicas a las que está expuesto un argumento de la existencia de Dios, se refieren a las preguntas sobre con qué realidad hay que unir las pruebas y sobre cómo se interpreta la significación de la realidad básica objetivamente en relación con la cuestión de Dios y con la fuerza de neutralizar la duda o de suprimirla. Se entienden por pruebas, en general, los procesos que concluyen, con tal lógica irrefutable que no permiten una contradicción. Se lograría una prueba, según esto, cuando la verdad de la afirmación tomada por base es reconocida y el proceso conclusivo construido sobre ella es desarrollado lógicamente sin objeciones. Ya ha sido explicado por las diferencias modales de los fines de las pruebas, que, al final del proceso de la argumentación, no ha de producirse el conocimiento irrefutable de que Dios existe. Más bien, el resultado puede estar orientado de tal manera a las diferencias modales que se deduzcan afirmaciones según las cuales puede, es lícito y debe ser admitida la existencia de Dios. Son buen fundamento para afirmaciones de tal tipo, los conocidos argumentos de la existencia de Dios, los cuales no son tampoco discutido por los críticos de las pruebas que hay que tomar en serio. Se puede decir incluso que, en todo caso, ha de aceptarse también algo que transciende el mundo, con tal de que en la pregunta por la verdad incondicionada se pregunte necesariamente más allá de la realidad siempre condicionada de todo lo que existe en el mundo.

En lo que se refiere al fundamento necesario de las pruebas, puede comenzarse, primero, con un puro pensamiento, al que debería bastar sólo la exigencia carente de contradicción, y que, por su especial contenido, se puede confirmar la afirmación de la existencia de Dios. Es sabido que tal pensamiento, fundamento de las pruebas, es expuesto, con diferentes matices, siguiendo el argumento anselmiano y ha sido discutido bajo el título de prueba ontológica de la existencia de Dios.

Quien defienda la opinión de que a partir de un puro pensamiento no se prueba realidad alguna, sino que sólo pueden explicarse interrelaciones de conceptos (S. Th. I, 2, 1), comenzará la prueba de la existencia de Dios por algo real. Tal cosa real puede o ser algo real en general, sin determinar sus propiedades especiales, o algo real de índole especial. Según la primera alternativa, del puro hecho de que algo existe en general, se concibe su posibilidad gracias a un autor. Este argumento de que la existencia de algo real en general presupone algo absolutamente necesario, es decir la existencia de Dios, es designado por la tradición como la prueba cosmológica de la existencia de Dios. No es infundada la suposición de que el punto de partido de lo real en general o presupone concepciones determinadas de lo que es algo real o un ser, o que no lleve a un concepto claro de Dios. Siempre que entran en juego posiciones ontológicas espontáneas, constituyen éstas el auténtico punto cardinal en torno al cual giran los argumento. Pero incluso cuando son examinadas críticamente las hipótesis y teorías ontológicas, puede el espíritu percibir, en la existencia evidente, la enigmaticidad insondable de toda la realidad del mundo fácticamente existente, sin que se pueda llegar a la realidad de Dios, en fuerza de una prueba.

Aunque la conciencia de la enigmaticidad de la existencia de mundo y hombre en general es un trasfondo que hay que tener absolutamente en cuenta para argumentaciones sobre la existencia Dios, existen ciertamente buenos motivos para comenzar por la realidad que posee un especial modo de ser. Tales pruebas se distinguen por las realidades básicas especiales. Si se pone como fundamento la fenomenología del conocimiento humano se podría desembocar entonces en una prueba noológica de la existencia de Dios. Si se pone como fundamento la finalidad de las estructuras y de los procesos en el mundo, que no se pueden regular por sí mismos, se pode a llegar a concluir en la prueba teleológica de la existencia de Dios, al ser con actividad finalística, que pudo producir esta finalidad. Finalmente, los fenómenos y las implicaciones de la acción moral absolutamente exigida, son apropiados para llevar a aceptar la existencia de Dios por medio de una prueba de la existencia de Dios moral filosófica.

Con qué propósito se elaboran los fenómenos correspondientes tomados como puntos de partida, depende de los principios estructurales inmanentes del propio pensamiento, pero también del carácter de las discusiones que se encontrarán en las pruebas. A pesar de tales prolegómenos de la antigua Filosofía, tanto las pruebas como las discusiones de la existencia de Dios se convirtieron en un tema central de la Metafísica, duramente combatido a los comienzos de la modernidad. La Filosofía cayó así, al comienzo de la modernidad, en las así llamadas nacientes y triunfantes ciencias, de manera que intentó imitar sus métodos, o los de la Matemática en el racionalismo o los de las ciencias de la naturaleza en el empirismo. Desde que la crítica kantiana de las pruebas de la existencia de Dios (KrV B 595-658) produjo sensación y malos entendidos duraderos, hubo que reflexionar, de nuevo, sobre el sentido y la posibilidad de las pruebas de la existencia de Dios. Moses Mendelssohn habló, eficaz pero equivocadamente, del Kant que todo lo pulverizaba (vide MVDG 3). La discusión sobre el asunto arrastró, entre los católicos, la discusión de su Filosofía a ulteriores crisis, sobre todo desde la mitad del siglo XX 11. En ese momento, la auto-corrección del Neo-

11. P.ej. KuSh; esta colección, en un volumen, fue eficaz como señal para la confrontación católica con la Filosofía de Kant. Para los trasfondos históricos, vide p.ej. KzK y THPK. La relación actual de los intérpretes católicos de Kant es considerablemente objetiva (vide ZDKR).

kantismo resultó útil para el próximo proceso de acercamiento de parte católica, por la que reencontró motivos originales metafísicos en Kant (vide WMNJ). El intento de superar la Filosofía crítica de Kant con sistemas especulativos de pensadores del Idealismo alemán, no tuvo éxito alguno importante en la cuestión de la existencia de Dios, produjo más bien una crisis más aguda (vide p.ej. HzN).

El punto de partida de las luchas sobre la posibilidad de la pruebas de la existencia de Dios, que tuvieron lugar exacerbadamente desde el comienzo de la modernidad, fueron reducidas críticamente, por término medio, a su significación puramente relativa dentro del pensamiento filosófico sobre Dios, de tal manera que la antigua Filosofía en manera alguna tiene en nuestros días solamente un interés histórico sino absolutamente objetivo. Con esto vale lo que Hans-Georg Gadamer ha dicho sobre la significación de los clásicos del pensamiento filosófico, que ellos «por sí ponen en vigor una exigencia de verdad, que la conciencia contemporánea ni puede rechazar ni superar» (WuM 2). Teniendo en cuenta esta alta valoración se tratarán ahora los argumentos de los antiguos.