¿QUÉ HACER ANTE EL HOMOSEXUALISMO?
Cualquiera que haya conocido un poco de cerca el drama de una persona homosexual, siente a partir de entonces una comprensión y un aprecio muy especial por quienes sufren esa situación. Cuando se comprende un poco mejor la realidad del sufrimiento de esas personas, dejan de hacer gracia las bromas sobre este asunto, y más bien producen un profundo desagrado. Pero analicemos este tema con más precisión.
¿Que es la homosexualidad?
La homosexualidad es la atracción sexual hacia personas del propio sexo. En
cromosomas, hormonas sexuales y constitución física los homosexuales son
normales.
En el apogeo del psicoanálisis de Sigmoud Freud, se pensó que la
homosexualidad se debía a factores hereditarios, pero esta hipótesis hoy ha
sido científicamente desechada. Los homosexuales son biológicamente
normales, lo que no es normal es el ejercicio de la homosexualidad. Es de
advertir que el homosexual tiene instintos heterosexuales; lo que ocurre es
que se le bloquean por alguna razón, que puede ser un complejo de
inferioridad, falta de madurez o ruptura familiar. Quienes de verdad se
empeñan en luchar contra ese complejo, aun en casos de transexualidad, en uno
o dos años acaban con sus obsesiones. Para dar la impresión de normalidad,
hay quien asegura que quizá uno de cada cinco hombres tiene
"tendencias" homosexuales, pero las estadísticas lo desmienten y
afirman que en realidad no pasan de un uno o dos por ciento.
El movimiento mundial para la emancipación de los homosexuales trata de
eludir cuestiones fundamentales; se sirve de medias verdades y de falsedades
totales, manejando el concpeto de discriminación para suscitar compasión, a
fin de hacer del homosexual una víctima.
Una de las principales causas de la homosexualidad es la falta de madurez. En la pubertad, puede tratarse de un fenómeno transitorio; pero hay casos en que la homosexualidad se arraiga en los primeros años de juventud. Este hecho ha llevado a algunos a pensar que no tiene sentido procurar desarraigarla. La teoría más en boga es que la homosexualidad se basa en una perturbación del llamado "sentido de identidad sexual". La realidad demuestra que los homosexuales están afectados no sólo en su faceta sexual, sino en todo su mundo emotivo. Su vida emotiva coincide mucho, por ejemplo, con la de tipo ansioso, compulsivo o depresivo, caracterizada por depresiones, nerviosismo, problemas relacionales y psicosomáticos. No son capaces, en determinados aspectos de su vida emotiva, de madurar y de ser adultos y, pese a querer aparentar jovialidad y alegría no son felices interiormente. La causa no está en la discriminación de la que se quiere acusar a la sociedad que les haría "víctimas" de ella, sino en fuerzas que actúan en el interior mismo de los interesados (...).
¿Es posible curar la homosexualidad?
Definitivamente no es fácil, porque no lo es, pero no hay que dejarse llevar
por planteamientos fatalistas, ni siquiera en los casos en que las tendencias
homosexuales son intensas y están muy arraigadas.
La idea de que el homosexual no puede cambiar suele responder más a una
reivindicación de grupo que a una realidad orgánica o fisiológica.
La medicina ha avanzando mucho, y hay abundante experiencia clínica de que la
homosexualidad se puede superar con una terapia adecuada. Así lo asegura, por
ejemplo, el psicólogo holandés Gerard van der Aardweg, sobre la base de una
experiencia clínica de veinte años de estudios sobre la homosexualidad.
En su terapia, Gerard van der Aardweg intenta que el paciente adquiera una
visión clara de su propia identidad y su mundo afectivo; luego, lo lleva a
afrontar la situación: llevamos a que las personas se reían de sí mismas (
el homorismo puede ser muy saludable) y que adquieran hábitos positivos:
valentía, honestidad consigo mismo, autodisciplina, capacidad de amar a los
demás; hasta lograr que el homosexual pierda sus hábitos neuroinfantiles.
Aardweg insiste en que el homosexual tiene también instintos heterosexuales,
pero que suelen ser bloqueados por su convencimiento homosexual. Por eso, la
mayor parte de los pacientes que lo desean verdaderamente y se esfuerzan con
perseverancia, mejoran en uno o dos años, y poco a poco disminuyen o
desaparecen sus obsesiones homosexuales, aumentan su alegría de vivir y su
sensación general de bienestar.
Algunos
acaban por ser totalmente heterosexuales; otros padecen episódicas
atracciones homosexuales, que son cada vez menos frecuentes conforme toma
fuerza en ellos una afectividad heterosexual.
Lo que si es cierto es que supone un esfuerzo tan grande que les obligará a
llevar una vida muy difícil. Incluso para los homosexuales más graves, no
hay otro camino de liberación que luchar por corregir sus inclinaciones
desviadas. Hay que tener en cuenta que rendirse a esas tendencias, con la
consiguiente búsqueda constante de contactos y de relaciones -que suelen ser
inestables y frustrantes por su propia naturaleza-, desemboca a la larga en
una espiral de mayor insatisfacción. Dejarse llevar produce una angustia aún
más grande, pues lleva a una vida de profundos desequilibrios afectivos,
disfrazados quizá por una satisfacción aparente, pero que acaba conduciendo
una mayor desesperanza y un mayor deterioro psíquico. Por esa razón la
Iglesia católica les alienta a asumir la cruz del sufrimiento y de la
dificultad que puedan experimentar a causa de su condición.
¿Cómo asumir la cruz de la propia condición?
Viviendo la castidad, un sacrificio que les proporcionará como beneficio una
fuente de autodonación que los salvará de una forma de vida que amenaza
continuamente con destruirlos. La actividad homosexual impide la propia
realización y felicidad, porque es contraria a la naturaleza. Es cierto que
en los casos más graves quizá no sean aptos para el matrimonio, pero siempre
son aptos para amar -de otra manera- a los demás, y así pueden vivir incluso
con un amor mayor que el que reina en muchos matrimonios.
La Iglesia les pide ese sacrificio, por su propio bien, exactamente igual que
se lo pide a todas las personas heterosexuales que no están casadas.
La exigencia de la castidad no cosa fácil. Es muy factible que los
homosexuales encuentren mucha dificultad para curarse y se abandonen a esas
tendencias. Porque además, muchos se niegan a considerarlo una enfermedad, y
señalan que es genético.
Hace más de un siglo que se busca un origen genético a la homosexualidad, y
los avances científicos indican más bien que no lo hay. Los últimos
descubrimientos en el mapa genético reafirman cada vez más la libertad del
ser humano. Craig Venter, fundador de unas de las compañías más punteras en
investigación genética integradas en el proyecto Genoma Humano, concluía
recientemente que "la maravillosa diversidad de los seres humanos no
está tanto en el código genético grabado en nuestras células sino en cómo
nuestra herencia biológica se relaciona con el medio ambiente".
"No tenemos genes suficientes -asegura Venter- para justificar la noción
de un determinismo biológico, y es altamente improbable que puedan existir
genes específicos sobre el alcoholismo, la homosexualidad o la agresividad.
Los hombres no son prisioneros de sus genes, sino que las circunstancias de la
vida de cada individuo son cruciales en su personalidad".
La homosexualidad no es genética, sino sobrevenida. Y las terapias de
curación de la homosexualidad tendrán más éxito en unos casos que en
otros, pero eso no tiene nada de extraño. Hay muchas enfermedades, como el
asma o la artritis reumática, por ejemplo, que por el momento no siempre se
pueden curar. Pero ningún médico serio concluiría que no tiene sentido
someter a esos pacientes a un tratamiento, o estudiar nuevas posibles
terapias. Abandonarse a las tendencias homosexuales no es un estilo de vida
alternativo recomendable para nadie.
¿Es o no una enfermedad?
"Fui homosexual activo durante veintiún años, hasta que me convencí de
la necesidad de cambiar, explicaba Noel B. Mosen en una carta publicada en la
revista New Zealandia".
En su misiva, Mosen asegura que "con la ayuda de Dios consiguió
abandonar su condición de homosexual, y ahora lleva seis años felizmente
casado sin experimentar ninguno de los deseos homosexuales que antes dominaban
su vida".
Mosen reitera que es "falso que se haya probado la existencia de un gen
que determine la homosexualidad ya que si los genes fueran determinantes,
cuando uno de dos gemelos fuera homosexual, también el otro tendría que
serlo, pero no ocurre así".
Si la orientación sexual estuviera genéticamente determinada, no habría
posibilidad de cambiar; pero conocidos expertos en sexología como D.J. West,
M. Nichols o L. J. Hatterer, han descrito muchos casos de homosexuales que se
convierten en heterosexuales de modo completamente espontáneo, sin presiones
ni ayuda de ninguna clase.
"Mi experiencia es que la homosexualidad no es una condición estable ni
satisfactoria. No es libertad: es una adicción emocional", aseveró
Mosen.
En las últimas décadas, sin embargo, se ha impuesto una especie de férrea
censura social que tacha de intolerante todo lo que contradiga la pretensión
de normalidad defendida por determinados grupos homosexuales muy activos.
Estos grupos de influencia presentan el estilo de vida homosexual de modo casi
idílico. Pero, como ha señalado Aardweg, esto no es más que simple
propaganda, pues cuando se escucha la historia personal de homosexuales se ve
claro que en ese género de vida no se encuentra la felicidad. La otra cara de
la moneda, que tantos se empeñan en silenciar, es la ansiedad, los celos, la
sensación de soledad o las depresiones neuróticas, por no mencionar las
enfermedades venéreas y otras patologías somáticas.
La satisfacción estable y la felicidad no llegan a través de las relaciones
homosexuales. Un testimonio publicado recientemente en "El
Semanal"señalaba lo siguiente:
"Si ese chico es feliz viviendo su homosexualidad, pues me alegro. No
quiero ahora valorar la homosexualidad ni a quienes la practican. Tan sólo
quiero dar mi testimonio por si a alguien le sirve. He vivido mi
homosexualidad durante unos diez años. He sufrido constantes angustias,
infidelidades, traiciones y celos. Desde hace un año he cortado con esas
relaciones y procuro salir con chicas y cambiar de ambiente. Cada vez me
encuentro más feliz y no quiero caer en los errores pasados. Creo
considerarme un ex gay. Aviso a navegantes: ¡ser gay no es tan rosa como lo
pintan!".
Este testimonio no es una simple cuestión de palabras. La correcta
comprensión de este problema no es una cuestión de teorías o de simples
precisiones académicas o terminológicas. Acertar en este punto representa
dar o no esperanza a cuantos están prisioneros del viejo dogma de que la
homosexualidad es algo innato, inmutable y extendidísimo. Un error que
produce daños irreparables a mucha gente.
Se habla tanto y tan desenfocadamente de la homosexualidad, que empieza a ser
un tema de seria preocupación en bastantes adolescentes, que están empezando
a creer que tienen tendencias homosexuales. Y otro problema añadido es que
pocos se atreven a hablarlo a tiempo con la persona adecuada.
No es extraño que un adolescente sienta en algún momento unas leves
tendencias homosexuales debidas a algún pequeño problema del desarrollo,
habitualmente pasajero y que pronto queda en nada. Pero si a esa chica o ese
chico se le ha hecho creer que la homosexualidad es de origen genético y que
es algo permanente, y que es incurable, esa idea puede provocar que ese
adolescente convierta un sencillo y circunstancial problema en una profunda
crisis de identidad sexual, y acabe por orientar su vida en una dirección
equivocada.
Esas crisis de confusión sobre la identidad sexual en la adolescencia no son
difíciles de superar, con o sin ayuda médica, según la gravedad del caso.
Lo que sería un gran error es aconsejarles que asuman la condición de
homosexual como algo normal y definitivo, y animarles a que desarrollen su
sexualidad en ese sentido.
Cuando se afirma que las personas con inclinaciones homosexuales no pueden
sino actuar según esas inclinaciones, en el fondo se está negando a esas
personas lo más específicamente humano, que es la libertad personal. Quizá
no son responsables de sentir esas inclinaciones, pero sí serían
responsables de practicarlas y contribuir así a reforzar su tendencia, con lo
que se hacen un daño grande a sí mismos.
Siempre hay que procurar ser comprensivo con quien no logra remontar una
dificultad, de cualquier tipo que sea, pero negar por principio que pueda
hacerlo demuestra considerar en muy poco al hombre. Sería una actitud
pesimista y triste, y además muy poco tolerante.
La actitud de la Iglesia
¿Y por qué la Iglesia católica es tan dura y poco comprensiva con los
homosexuales?
No es así del todo. Es la misma sociedad la que, en muchas épocas y
ambientes, ha sido dura y poco comprensiva con el homosexual. A veces los
católicos se han contagiado de esa mentalidad, pero la Iglesia católica sabe
bien que las tendencias homosexuales constituyen para algunas personas una
dura prueba, e insiste en que deben ser acogidas con respeto, compasión y
delicadeza, y que ha de evitarse respecto a ellas todo signo de
discriminación injusta.
Las inclinaciones homosexuales son objetivamente desordenadas, y por tanto es
inmoral realizarlas, pero el homosexual como persona merece todo respeto. Esas
personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son
cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que
pueden encontrar a causa de su condición.
Deben pedir ayuda a Dios, aceptar el sacrificio que comporta su situación, y luchar con paciencia y perseverancia por salir de ella. Una persona homosexual es portadora de una cruz singular. No es fácil dar al asunto mejor explicación que al hecho de que tantas personas sufran enfermedades o limitaciones físicas o psíquicas de cualquier índole, y que a veces tanto cuesta entender y aceptar.
También
hay gente que por ambiente o por educación, o por otras razones, han caído
en el alcoholismo, o en la droga, a veces sin demasiada culpa por su parte. Y
todos ellos deben soportar esa cruz, y procurar salir de esa situación, sin
tomarla como justificación para llevar un estilo de vida abandonado al error.
Esas personas han de ser ayudadas para que puedan ser plenamente felices. Y su
necesidad principal no es el placer sexual, sino la alegre y necesaria certeza
de sentirse queridas, comprendidas y aceptadas personalmente. Pero la
solución no son las relaciones homosexuales.
Lo
único que se alcanza con ellas es entrar en un círculo vicioso, pues la
necesidad, no sólo sexual sino afectiva, no queda satisfecha.
La acción pastoral de la Iglesia con estas personas -señala el teólogo
Georges Cottier- ha de caracterizarse por la comprensión y el respeto. Con
frecuencia se les ha hecho sufrir como consecuencia de actitudes que son más
bien fruto de prejuicios que de auténticos motivos de inspiración
evangélica.
Tienen que sentirse miembros de pleno derecho de la parroquia, y para ellos
vale la misma llamada a la santidad del resto de los demás hombres y mujeres.
Hay que tener siempre presente la maternidad de la Iglesia, que ama a todos
los hombres, también a aquellos que tienen grandes problemas.
Fuente: www.aciprensa.com
Gentileza de http://www.ivaf.org
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL