Las personas homosexuales
por
Juan Moya, doctor en Medicina
A propósito de un supuesto caso de homosexualidad, que algunos
medios informativos han aireado llamativamente, parece oportuno detenerse a
ver las causas de la homosexualidad, si tienen alguna justificación y cómo
ayudar a los que deseen rectificar esa conducta sexual.
Algunas causas.-
Hoy, a algunas personas parecen no entender o aceptar que la homosexualidad
supone un desorden (psicológico y moral), una anomalía en el modo de vivir
la sexualidad según corresponde a la condición específica de varón o
mujer. Algunas de las causas de esa dificultad son la influencia de una
ideología que pretende definir la “identidad sexual” no en función del
sexo sino de la cultura y la libre elección de cada individuo. A eso se
añade la insistencia de los grupos de homosexuales en medios de comunicación
reclamando el supuesto derecho a ser diferentes en una sociedad multicultural,
o bien una consideración de la sexualidad sin referencias éticas, por lo que
sería tan lícita la tendencia heterosexual como la homosexual, sin más
límites que no abusar de la otra persona. Otras veces se apoyan en presuntas
causas genéticas o biológicas, por las que un individuo tendría esa
tendencia sin poder hacer nada para evitarlo.
Según explica el psiquiatra holandés Dr. Gerard J.M. van den Aardweg en su
libro “Homosexualidad y esperanza” (Eunsa, 1977), ha tenido mucha
influencia la decisión que en 1973 tomó la Asociación Americana de
Psiquiatría, de suprimir la homofilia en la relación de trastornos de la
sexualidad, y pasar a llamarla “condición homosexual” de las personas,
como si fuera algo innato y por tanto normal y legítimo. Ese cambio se debió
a fuertes presiones de homosexuales militantes, en contra del 70 % de los
profesionales de la psiquiatría, que influyeron en el Consejo de dirección
de la Asociación. A partir de entonces, cambió el modo de explicar la
homosexualidad en las universidades, las terapias se consideraban, para
muchos, un tabú. Esa actitud se difundió a otros países y la defensa de la
homosexualidad se politizó. Hoy, en muchos países, se explica asépticamente
en las aulas de colegios como una opción sexual legítima más. En buena
parte, la difusión del Sida entre homosexuales podría haberse evitado con
una información correcta sobre la homosexualidad.
Entre las causas de la difusión de la homosexualidad, casi siempre está
presente la gran influencia negativa que ha dejado en muchos la “revolución
sexual” de los años 60, que quería “liberalizar” la sexualidad humana
de las normas de la moral tradicional, supuestamente anticuadas, y
considerarla como simple bien de consumo y medio para alcanzar el placer. La
castidad y la continencia sexual eran vistas por muchos como antinaturales e
imposibles de vivir; empezó a no admitirse que el comportamiento sexual fuese
inmoral si era contrario a la naturaleza del hombre: lo “natural” y lo “antinatural”
dependería de la cultura y sensibilidad personales. En el fondo de este
planteamiento hay también, según el Cardenal Raztinger, un olvido o abandono
de la teología de la creación, que enseña que el hombre está anclado en el
ser y en la sabiduría de Dios. Al perder esta dependencia, el hombre depende
sólo de sí mismo, de su propio modo de ver y entender la realidad. El hombre
queda a merced de ideas cambiantes y de grupos de presión que guían las
masas (Introducción a la “Carta sobre la atención pastoral a las personas
homosexuales”, 1986).
Desde hace años, trabajos serios de Psiquiatría (I Bieber, T.B. Bieber, “Male
Homosexuality”, Canadian Journal of Psychiatry, 24 (1979), 409-421, pag. 411
y ss. R. T. Barnhouse, “Homosexuality: a symbolic confusion”, Seabury
Press, N. York, 1977) parecen demostrar la influencia de las relaciones
afectivas paterno-filiales en la infancia y adolescencia sobre la tendencia
hetero u homosexual. De muchos casos estudiados concluyen que una buena
relación paterna con su hijo es una garantía de la correcta maduración
sexual del hijo (no tendrá tendencia homosexual). Pero no es siempre cierta
la afirmación contraria: el hijo de un padre agresivo no tiene porqué llegar
a ser homosexual. Para estos autores, la homosexualidad en jóvenes puede
tener un significado defensivo: puede expresar tanto el deseo del afecto
paterno como la agresión hacia el padre. Esta “estrategia” defensiva se
daría también en la mujer, aunque en el sexo femenino la homosexualidad es
menor.
Tanto en el hombre como en la mujer homosexual, la carencia afectiva en la
relación con el progenitor correspondiente, le llevaría a “reparar” esa
falta por medio de relaciones con personas del mismo sexo. Así, las
relaciones homosexuales serían el “encuentro entre dos personas, cada una
de las cuales se siente incompleta (como varón, o como mujer). Cada persona
usa a la otra para completarse a sí misma; deseando no sólo una
gratificación sexual en sentido estricto, sino también un sentido de
seguridad, protección, autoestima, dominio, etc. En el caso extremo, simulan
ser juntos una sola persona más completa. Este modo de actuar contradice el
sentido cristiano de la sexualidad -y el mismo sentido natural-, que es la
autodonación recíproca en la complementariedad de los sexos. Los actos
homosexuales, aunque de modo inmediato puedan producir un alivio, a largo
plazo no resuelven los problemas más profundos; pueden producir un bien
parcial, pero no el bien integral de la persona. Son actos defensivos y no
autotrascendentes. Los deseos homosexuales están motivados también por
depresiones que vienen de la juventud: por sentimientos de soledad, complejo
de inferioridad acerca de la identidad sexual, sentimientos de
autodramatización, etc; todo lo contrario a la esperanza.
Diversos tipos.-
Se suele distinguir entre tendencia homosexual y actos sexuales. Estos
últimos, por estar privados de su finalidad esencial son intrínsecamente
desordenados: no expresan la unión complementaria de los sexos, capaz de
transmitir la vida. La actividad homosexual anula el rico simbolismo del
designio de Dios que ha creado al hombre a su imagen y semejanza como varón y
mujer; de otra parte, esta actividad refuerza la inclinación sexual
desordenada caracterizada por la autocomplacencia.
En cuanto a la tendencia homosexual, el origen puede ser diverso. En unos
casos se debe sobre todo a una mala educación sexual, a hábitos o costumbres
desordenadas adquiridas durante la infancia, adolescencia o incluso los
primeros años de la juventud. Otras veces “un número apreciable de hombres
y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta
inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos
una auténtica prueba” (Catecismo de la Iglesia, n. 2358).
De este tipo último de personas algunos afirman que no tienen alternativa y
están obligados a comportarse de una manera homosexual; no serían por tanto
libres de elegir su modo de vivir la sexualidad y obrarían sin culpa. Según
el Dr. van den Aardweg, “hay que disipar la nube de fatalismo que envuelve a
la homosexualidad: de si está en los genes, o de si es una variante más de
la sexualidad, o de si puede cambiarse. Son ‘slogans’ de propaganda. El
convencimiento de que no pesa sobre alguien un determinismo hereditario ofrece
perspectivas de esperanza”. En principio, toda persona que posea capacidad
de razonar y decidir, puede, con los medios oportunos, “controlar” su
tendencia sexual, sea homo o heterosexual, sin llegar a realizar actos
sexuales ilícitos. Se puede afirmar que estas personas, “gracias a la
libertad, el esfuerzo humano, iluminado y sostenido por la gracia de Dios,
podrá permitirles evitar la acción homosexual” (C. Doctrina de la Fe, “Atención
pastoral a las personas homosexuales”, n. 7). Y en el caso de que hubiera
una predisposición biológica, no podría considerarse normal, como no se
consideran normales otras alteraciones psíquicas.
Otros autores distinguen, desde hace ya varias décadas (cfr. L. Ovesey, “Homosexuality
and Pseudohomo sexuality”, Sciencie House, New York, 1967, pp. 964-965)
diversas motivaciones en las relaciones homosexuales, que diferencian a unos
homosexuales de otros. De una parte estaría el homosexual manifiesto, para el
que la gratificación sexual posee importancia primaria, aunque también
puedan intervenir otras motivaciones de dependencia o de dominio. Y distinto
al anterior sería el llamado pseudohomosexual, en el que lo que prevalece en
sus relaciones son la motivaciones de dependencia o de dominio (o las dos) y
secundariamente las relaciones sexuales.
Este segundo tipo de homosexualidad es más fácil de superar. La
homosexualidad manifiesta es más difícil: se trata de personas que han
tenido una orientación exclusivamente homosexual desde la pubertad y les
será muy difícil cambiar ese sentido. “No es fácil responder a la
pregunta sobre si se nace o no homosexual. Lo que sí es cierto es que se
aprende a serlo”, afirma el Dr. Gianfrascesco Zuannazzi.
Aún se podría distinguir un tercer tipo, el llamado homosexual imaginario:
varones adolescentes en periodos de depresión o inseguridad. Es más bien una
situación pasajera, en la mayoría de los casos, que termina al alcanzar una
madurez psicológica y afectiva mayor.
La persona homosexual puede tener o no otras alteraciones psicológicas,
además de su tendencia homosexual. De todos modos, su comportamiento en
pareja suele ser inestable, caracterizado por un afán de poseer al otro, con
exigencias frecuentemente insatisfechas, con infidelidades, celos y rencores.
Y el amor por el otro no resuelve el problema de la soledad. El narcisismo es
un rasgo característico de la personalidad del homosexual: y ese centrarse en
sí mismo facilita la homosexualidad. La homosexualidad “es un estilo de
vida que crea adicción y, a la vez, una especie de frigidez. Como no estás
satisfecho aumentas la dosis y, en consecuencia, se multiplican las
frustraciones (...) La imagen de la pareja de homosexuales felices, como
espejo del matrimonio, es una mentira con fines propagandísticos. Sus
relaciones y contactos son neuróticos. Entre ellos no son excepción la
infidelidad, los celos, la soledad y las depresiones (...) El 60 % de esas
relaciones duran un año, y sólo el 7 % superan los cinco años”, escribe
el ya citado Dr. van den Aardweg.
Actitud de la Iglesia.-
La Iglesia, en todo caso, no tiene duda en afirmar que “las personas
homosexuales -que deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza,
evitando todo signo de discriminación injusta- están llamadas a la castidad.
Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y
a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la
gracia sacramental (Catecismo, nn. 2358 y 2359)”. Y recuerda igualmente que
“cuando rechaza las doctrinas eróneas en relación con la homosexualidad,
no limita sino que más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona,
entendidas de modo realístico y auténtico” (Atención pastoral.., n. 7),
puesto que la persona no se define adecuadamente haciendo referencia exclusiva
a su identidad sexual (hetero u homosexual). La identidad fundamental de la
persona es común a todos: “ser criatura y, por gracia, hijo de Dios,
heredero de la vida eterna” (Ibidem, n. 16).
El homosexual puede salir de esa situación, si lo desea. “Debe convencerse
de que puede y de que la castidad es un ideal posible y ventajaso. Deben estar
dispuestos a evitar los contactos, los lugares de encuentro. Han de luchar
contra la masturbación, no ceder a las fantasías sexuales, venciendo la
curiosidad en internet o en publicaciones pornográficas. Han de buscar ayudas
y en el tiempo libre fomentar actividades sanas y buenas compañías”,
aconseja el Dr. van den Aardweg. Entre los homosexuales y lesbianas, los que
tienen motivaciones religiosas son los que más desean vivir la castidad.
Juan Moya
Doctor en Medicina
Sacerdote
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL