SIDA y Bioética
Por
Antonio Pardo
Departamento de Humanidades Biomédicas, Universidad de Navarra
La aparición en los años 80 del síndrome de
inmunodeficiencia adquirida (SIDA) ha cambiado la orientación diagnóstica de
muchas enfermedades, anteriormente raras, que se presentan con frecuencia como
complicación de esta infección. Pero, además, ha vuelto a poner sobre el
tapete una serie de problemas de ética médica que parecían inexistentes en
la práctica moderna de la Medicina. Así, sólo un ejemplo, ha reaparecido el
riesgo de contraer una infección mortal por el hecho de atender a un
paciente, cuestión que parecía olvidada con los avances de la antibioterapia.
Por esquematizar los problemas bioéticos que plantea el SIDA, consideraremos
separadamente los aspectos relativos a la prevención, el diagnóstico y el
tratamiento. Tocaremos sólo aspectos muy básicos mientras otros, por razones
de extensión, deberán quedarse sin tratar.
Prevención
La transmisión del SIDA estaba ligada inicialmente en nuestro medio a
prácticas de riesgo: relaciones homosexuales y adicción a drogas por vía
parenteral compartiendo jeringuillas. Actualmente, el panorama está
cambiando, y la frecuencia de los casos debidos a relaciones heterosexuales
aumenta cada día. De hecho, es la vía de adquisición más frecuente en
algunos países.
Para evitar el contagio por compartir jeringuillas o por relaciones sexuales,
la única medida eficaz es suprimir dichas prácticas de riesgo: curar la
adicción, y "la abstención de relaciones sexuales o mantenerlas con una
pareja sana, mutuamente fiel, son las únicas medidas completamente seguras de
prevención" (1). Además, el uso de preservativos puede reducir el
riesgo de contagio por vía sexual.
Es sabido que los preservativos fallan mucho (2), especialmente cuando son
empleados por adolescentes (3). La razón de su fallo (que oscila entre el 8 y
el 31% según los estudios) no reside en su mal empleo, aunque este factor
pueda influir, sino en su imposibilidad para establecer una barrera neta en un
contacto tan íntimo. Además, su recomendación asidua en campañas oficiales
de sanidad, produce la falsa creencia de que son eficaces, con lo que éstas
fomentan unas relaciones biológicamente peligrosas. Es notable la
irresponsabilidad de dichas campañas, que mienten abierta o solapadamente, y
no precisamente sobre una cuestión banal sino sobre un riesgo de muerte.
En este mismo sentido, la difusión que se ha hecho en algunas regiones
españolas de un "kit antisida", consistente en un paquete
conteniendo una jeringuilla y un preservativo, participa de la misma
irresponsabilidad sanitaria. En dichas campañas, los únicos que salen
perdiendo son los drogadictos, que no se ven ayudados como personas a superar
su adicción, sino que son dados por imposibles y se les facilitan los medios
para que continúen su cuesta abajo fatal, y quienes mantienen relaciones
sexuales con el preservativo, falsamente seguro.
Otro aspecto de la prevención afecta a la transmisión vertical, es decir, de
una madre enferma a su hijo. En la prevención de esta transmisión, sólo muy
recientemente se ha hecho hincapié en la posibilidad de limitarla de modo
casi completo tanto durante el embarazo como la lactancia. Anteriormente, era
casi sistemático el recurso a la contracepción o a la esterilización de la
mujer para evitar que vinieran al mundo hijos enfermos. Hoy está demostrado
que, con el tratamiento adecuado, dicha transmisión se puede reducir a cifras
insignificantes; esto, sumado a la mayor esperanza de vida en los enfermos
adecuadamente tratados, abre las puertas a una vida familiar plena y llena de
satisfacciones a las mujeres que padezcan la enfermedad. Plantear de entrada
la contracepción o la esterilización a estas pacientes es hoy una crueldad
innecesaria que se añade a los sufrimientos de la enfermedad.
Por último, está pendiente el desarrollo de una vacuna, en la que hay
puestas grandes esperanzas, sobre todo por parte de personas que, por
distintas razones, pueden verse contagiadas, especialmente el personal
sanitario que debe atender a estos enfermos. Hoy es menos importante la vacuna
para pacientes hemofílicos, pues ya se están produciendo los factores de
coagulación por medio de ingeniería genética, sin necesidad de recurrir a
concentrados extraídos de plasma, muy fácilmente contaminados.
Diagnóstico
En el diagnóstico del SIDA plantea un posible conflicto de intereses: por una
parte, saber si una persona padece la enfermedad es fundamental para poder
tratarle adecuadamente, y evitar el riesgo de contagio a terceros,
especialmente el equipo sanitario que le atiende. Por otra, el paciente puede
considerar que el hecho de que se sepa que padece dicha enfermedad puede
suponer que dicho dato se difunda, con el consiguiente desprestigio social
para su persona, y preferir, por tanto, que ni siquiera se realice la prueba
diagnóstica.
A este respecto, es primordial una obligación de estricto secreto del equipo
asistencial. Sólo la garantía de un secreto profesional estrictamente
guardado (4) permite el ámbito de confianza necesario para un tratamiento
correcto del paciente, que sería prácticamente imposible de lo contrario.
Esta garantía debe comenzar por cortar los comentarios de pasillo del
hospital, que lo ponen en peligro mucho más que las preguntas directas.
El secreto médico, sin embargo, no es una obligación absoluta. Ante el
posible daño a terceros o peligro para la sociedad, el médico debe instar al
paciente a que comunique la enfermedad que padece a quienes pudieran verse
afectados (en este caso, cónyuge o pareja especialmente) (5). Si el paciente
se niega, el médico deberá revelar este secreto, exclusivamente en la medida
en que sea necesaria para evitar el daño, del mismo modo que puede hacer un
psiquiatra ante la sospecha de que uno de sus pacientes puede cometer un
asesinato. Lo ideal, de todos modos, es que lo haga el propio enfermo, en la
presencia del médico, para que éste aclare todas las dudas que pueda
plantear la persona afectada.
De todos modos, el equipo médico debe tener en cuenta los riesgos reales para
terceros, sin dejarse llevar por falsos alarmismos: debe aclarar repetidamente
ante la opinión pública que la convivencia cotidiana con un enfermo, sin
relaciones sexuales, no es contagiosa. Esto se aplica a los colegiales
compañeros de un niño enfermo o a los compañeros de trabajo. Por esta
razón, en muchas ocasiones no es necesario divulgar la situación del
paciente, pues no supone peligro para nadie. Esa divulgación podría
desencadenar problemas derivados del prejuicio de fácil contagio, y hundir la
fama del paciente, pues la enfermedad se asocia casi automáticamente con los
estilos de vida mencionados anteriormente.
Tratamiento
A la hora del tratamiento, el principio ético básico es la no
discriminación de estos pacientes, sea porque pueden contagiar al equipo
sanitario una enfermedad mortal, sea por la repulsión que pueda causar el
estilo de vida que ha llevado a padecerla (7). Esto no significa que el equipo
asistencial deba actuar insensatamente, sometiéndose a riesgos indebidos: es
razonable tomar las precauciones adecuadas, como el empleo de dobles guantes
en el quirófano, medidas pertinentes para el manejo de las secreciones
biológicas del enfermo, etc.
Una discriminación peculiar es la que establece diferencias de acceso de los
enfermos al tratamiento, según vivan en países desarrollados o con pocos
recursos: es necesaria una campaña que facilite dicho acceso a esas
comunidades con menos posibilidades económicas.
Por último, algunos de estos pacientes, por su modo de vivir, radicalmente
desordenado, no siguen adecuadamente la medicación, presentando resistencias
a los medicamentos habituales en poco tiempo. También forma parte de la
ética del SIDA someterse a los tratamientos razonables que el médico
sugiera.
La humanidad siempre ha sabido sacar provecho de hasta de las circunstancias
más desfavorables; incluso el horror inigualable de las dos guerras mundiales
ayudó (a altísimo precio, ciertamente) al progreso de la ciencia y la
técnica y, a la postre, de la calidad de vida. Un refrán castellano dice que
no hay mal que por bien no venga. Confiamos en que los males que hoy sufre el
océano serán bienes en un mañana no muy lejano.
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1. Morbidity ans Mortality Weekly Report. Condoms for Prevention of Sexually
Transmitted Diseases, JAMA 1988; 259:1925-7. Esta frase clave fue suprimida en
la traducción española de este informe: Boletín Epidemiológico Semanal,
1988; nº 1801; 1-3.
2. Guillén F, Aguinaga I. Efectividad de los preservativos en la prevención
de la infección por VIH e parejas de personas seropositivas. Med Clin 1995;
105: 541-8.
3. Alessandri R, Friedman Z, Trivelli L. Condoms and Adolescent HIV: A Medical
Evaluation. Linacre Quarterly 1994 Aug; 61(3): 62-74.
4. Alberola I, Moya J. El Sida: Medicina y ética. Madrid. Palabra, 1991. 173
pp.
5. Organización Médica Colegial. Código de Ética y Deontología Médica,
cap. IV.
6. Id., art. 18.
7. Id., arts. 4.2 y 21.1.
Gentileza
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