Cristianismo y filosofía
entre modernidad y posmodernidad +

Massimo Borghesi *

 

Las vicisitudes que ha atravesado el cristianismo en la historia, con amplia resonancia en el campo cultural y filosófico a través de la dialéctica entre fe y razón, es estudiado en este amplio artículo por Borghesi. Un itinerario que va desde la célebre disputa de la Societé Francaise de Philosophie, pasando por la dimensión de la filosofía como "ejercicios espirituales" (redimensionada por la Edad Media y transformada en la época moderna), las relaciones que guarda la filosofía moderna con la gnosis, hasta llegar a la situación actual, donde el pensamiento posmoderno se decanta entre su carácter de fabulación estetizante y alienante del mundo (proclamada por Vattimo y descrita por Lipovestky) y su nostalgia de redención. La súplica de Wittgenstein –y con él otros pensadores- de redención, es la parte más viva del pensamiento contemporáneo. Con ella, con su petición de una redención real y no ilusoria, el cristianismo no puede dejar de confrontarse.

 

"Revelación generadora de razón": una fórmula insuficiente

A fin de describir algunos puntos problemáticos de la relación entre cristianismo y pensamiento moderno seguiremos el hilo del célebre congreso dedicado a la "filosofía cristiana" que tuvo lugar el 21 de marzo de 1931 en la "Societé Francaise de Philosophie". En efecto, en la diversidad de las posiciones emerge allí una dificultad de juicio sobre el nexo entre fe y razón moderna que, desde nuestro punto de vista, resulta muy instructiva. En el congreso parisino los pensadores católicos se dividían, frente a la posición de Emile Bréhier, que teorizaba la absoluta extrañeza entre fe y razón, cristianismo y filosofía, entre los que afirmaban la conciliación entre los dos momentos, aun separando absolutamente ambos planos (neoescolásticos, Maurice Blondel), y quienes, en cambio, alegaban la fecundidad especulativa de la fe, que aportaría nociones nuevas y originales para la razón. Esta última posición estaba representada por Etienne Gilson [1].

Para el gran historiador del pensamiento medieval el cristianismo, al haber introducido concepciones distintas respecto a las de la filosofía antigua –la idea de Dios como uno, espiritual, personal, creador, trascendente; de la libertad y personalidad del hombre; de la contingencia del mundo-, era la verdadera causa de la diferencia entre pensamiento clásico y pensamiento moderno. En respuesta a Bréhier, para quien entre la antigüedad y la modernidad no había nada original desde el punto de vista del pensamiento, Gilson devolvía a la "filosofía de la edad media" su valor como auténtica filosofía marcada por la influencia de la teología cristiana. Al hacerlo se distanciaba de los neoescolásticos, así como de Blondel, para quienes no podía hablarse propiamente de una "filosofía cristiana", puesto que no era admisible una relación de dependencia especulativa de la razón por parte de la fe. De ahí la acusación de fideísmo lanzada contra él.

A ella iba a añadírsele, en el debate que seguiría al congreso, y después de que Gilson publicara L´esprit de la philosophie médiévale, una crítica distinta, diametralmente opuesta a la primera: la de racionalismo. Sus exponentes serán Henri De Lubac, en el ensayo Sur la philosophie chrétienne de 1936, y Leon Chestov, en su ensayo De la philosophie médiévale (Concupiscientia irresistibilis) incluido en Athene et Jérusalem (un essai de philosophie religieuse) publicado en París en 1938. Lo que le reprochaban a Gilson es que por una parte afirmaba que "el contenido de la filosofía cristiana es, pues, el cuerpo de las verdades racionales que han sido descubiertas, profundizadas o simplemente salvaguardadas gracias a la ayuda que la Revelación ha aportado a la razón"[2]. Por otra parte, sin embargo, se citaba al iluminista Lessing: "Cuando fueron reveladas, las verdades religiosas no eran racionales, pero fueron reveladas a fin de que llegaran a serlo"[3]. Para Gilson "quizá no todas, pero sí al menos algunas"[4]. De este modo la "filosofía cristiana" de Gilson sufría, según sus críticos, una especie de subordinación a la perspectiva racionalista. Partiendo del deseo de mostrar la fecundidad especulativa de la teología, constituía una posible premisa para una racionalización de los dogmas, para el paso de las verdades de fe a las verdades de razón. Según De Lubac si a la filosofía no le precede una reflexión preliminar sobre sus límites "nada podrá oponerse a su presunción de ser capaz de racionalizar todo a partir de los materiales que recibe de la creencia; y entonces nos podremos preguntar si el cristianismo no se destruye a sí mismo en la medida en que provee a la filosofía de alimento". "Revelación generadora de razón": esta fórmula , la que es del mismo E. Gilson, y que es irreprensible en el sentido en que ha sido concebida, podría en sí misma ser peligrosa. Muchos racionalistas la harían suya; admitirían todavía el hecho de una instrucción divina, pero solamente como impulso, como ayuda provisional, como medio pedagógico para una razón todavía no adulta, y esta era en el siglo XVIII la tesis de Lessing"[5].

Es decir, para De Lubac, lo mismo que para Chestov, la fórmula de Gilson, si no se precisaba ulteriormente, no permitía confrontarse con la tendencia propia del pensamiento moderno de englobar y racionalizar la fe. No permitía, por tanto, echar cuentas con la secularización moderna y con el autor que, según Chestov, mejor la representaba: Hegel. Como observa Augusto Del Noce: "Cuando se leen las viejas actas de aquella controversia, entre la discusión de la Societé Francaise de Philosophie y la jornada de estudios sobre el tema en Juvisy en septiembre de 1933 promovida por la Societé Thomiste, no puede uno dejar de sorprenderse de la casi total ausencia de referencia a Hegel y de la total ausencia de referencia a Soren Kierkegaard"[6].

La observación de Del Noce, de gran interés, permite comprender los límites del pensamiento católico francés de entreguerras. Para éste, el primer adversario aparece ya bajo el atuendo del materialismo y del positivismo, ya bajo el del dualismo cartesiano entre Dios y mundo, fe y razón. No comparece, en cambio, la figura del idealismo moderno, el cual tiende, con Hegel, hacia una reincorporación (gnóstica) de la religión dentro de la filosofía. Este pensamiento se confronta, pues, con el modelo francés de modernidad, un modelo marcado por el laicismo y por la oposición entre lo divino y lo mundano. En cambio no toma en consideración el modelo alemán para el cual el contraste entre fe y razón, propio del Iluminismo, no es sino la premisa de una nueva síntesis, de una metamorfosis del cristianismo en una superior religión de la razón.

En Gilson la advertencia de este peligro se pone de manifiesto en el escrito de 1952 Les métamorphoses de la cité de Dieu, en el que se muestra la transformación de la noción de "ciudad de Dios" desde Agustín hasta Comte. En De Lubac, a pesar de las críticas a Gilson sobre los riesgos del racionalismo, el problema no está del todo resuelto en la medida en que él está persuadido de que el cristianismo, una vez que ha entrado en la historia, modifica las condiciones espirituales de modo irreversible, independientemente de que siga o no presente. De este modo la distinción entre pensamiento antiguo y pensamiento moderno se vuelve estructural. El cristianismo, escribe De Lubac, "no solamente ha propuesto al espíritu nuevos temas". Ha cambiado algo en el espíritu mismo. Se ha unido como un fermento o, si se quiere, como un ácido al principio del conocimiento. Ha llegado hasta el fondo de cada realidad humana, ha interiorizado todas las cosas. La revelación no solamente ha presentado un nuevo objeto a la razón, ha dilatado la misma razón [...] Mediante la revelación lo que se profundiza es el sujeto y por tanto inmediatamente nova sunt omnia. Todo se retoma desde el interior. No se trata sólo de un determinado número de verdades reveladas que la razón irá racionalizando poco a poco, ampliando su dominio: se trata de un misterio. Misterio cuya luz indudablemente es tal que se proyecta sobre lo real, generando esa "inteligencia a través de la fe", pero sobre todo es tal que se sumerge dentro del espíritu humano para iluminar ciertas profundidades desconocidas. Después es cosa hecha: haya o no adhesión al dogma cristiano, se recuerde o se olvide para siempre, estas profundidades están abiertas de par en par hasta la eternidad y suscitan nuevas capacidades de visión que descubren hasta el infinito nuevos objetos para la investigación filosófica"[7]. Esto significa, según el autor, que "el tiempo es irreversible. Cualquier filósofo contemporáneo, con tal de que esté suficientemente dotado de la perspicacia necesaria para superar el positivismo y entrar verdaderamente en la filosofía, es, lo quiera o no, y en una medida que quizá varía precisamente en razón de su perspicacia, un filósofo cristiano"[8].

El pensamiento moderno, y en ello se puede comprobar la influencia que ha ejercido el espiritualismo francés sobre De Lubac, es esencialmente cristiano. Lo es en virtud de la ley que establece la irreversibilidad de las conquistas ideales. Ciertamente sorprende esta afirmación en un periodo –los años 30- en que Europa asistía a la imposición de un totalitarismo "pagano" y, paralelamente, al declive de aquella subjetividad que debía constituir el "novum" metafísico que el cristianismo había traído. En esos mismo años Romano Guardini analizaba con un realismo bien distinto, en Welt und Person (1939), la disolución del yo en el proceso moderno de secularización [9]. Para De Lubac, por el contrario, después del cristianismo la filosofía se había vuelto cristiana "por esencia". Con ello su reflexión, para la cual el primer adversario es el positivismo, manifestaba un desconocimiento de la forma propia del pensamiento moderno tal como se encuentra configurada en Hegel. No comprendía, con ello, que precisamente en la especulación hegeliana encontraba su posición más consecuente el paso, que ella misma auspiciaba, hacia la conquista definitiva, metafísica, de las profundidades espirituales que el cristianismo había aportado. Será sólo con los dos tomos de La postérité spirituelle de Joachim de Flore (París 1979-81) cuando De Lubac se confrontará verdaderamente con Hegel y con el idealismo alemán.

Filosofía y "ejercicios espirituales"

Si en De Lubac la identificación del pensamiento moderno con la tradición cartesiana, marcada por el primado del cogito, le llevaba a la idea de una filosofía cristiana "por esencia", no menos problemática era la posición de los demás interlocutores de Gilson, también ellos supeditados, de algún modo, a una determinada visión del pensamiento moderno. Tanto Blondel como los neoescolásticos, críticos del "fideísmo" de Gilson, se había detenido en la reconstrucción histórica de la filosofía moderna propia del racionalismo neokantiano y positivista. Para ésta, como recordará Gilson en Le philosophie et la théologie, "los estudiosos se parecen a un Malebranche al que le han amputado su teología, a un Leibniz logicizado e indiferente al problema de la organización religiosa de la tierra. Y cuando, en un libro memorable, Jean Baruzi demostró que este problema era el núcleo mismo de la filosofía de Leibniz, nadie lo tuvo en cuenta. En efecto, puesto que se trataba de religión, ¡ya no se estaba en la filosofía! Pero más notable que ninguno fue el destino que tenía reservado el positivismo de Comte. También él, y sobretodo él, había dedicado la vida a la organización religiosa de la humanidad; es más, utilizando sus propias palabras, él había querido ser antes de nada Aristóteles para poder convertirse a continuación en San Pablo. Esta estructura monumental se reducía a muy poca cosa en las manos de sus historiadores"[10].

A partir de este cuadro historiográfico, asumido acríticamente, el pensamiento católico iba codificando una filosofía "autónoma" de la Revelación que, en realidad, no era otra cosa que una especie de apologética indirecta. En respuesta al positivismo, así como al fideísmo tradicionalista dominante en el siglo XIX, se teorizaba una "filosofía perenne", que para los neoescolásticos coincidía con el tomismo, la cual aun siendo totalmente independiente de la teología convergía, no obstante, con sus contenidos. De este modo no sólo se escapaba, una vez más, la provocación que contenía la conexión idealista entre filosofía y religión, sino que tampoco se comprendía que la distinción entre filosofía y teología, en sí justa, tiene un claro origen histórico. Tanto la distinción escolástica entre fe y razón como la autónoma "filosofía de la insuficiencia" de Blondel presuponían pues, a su modo, el dato de la Revelación. Como justamente ponía de manifiesto De Lubac: "Ciertamente para descubrirse así, para aspirar a este complemento necesario abdicando de sí misma –[...]- en la práctica la filosofía necesita la influencia del cristianismo ya revelado" [11].

Sólo el dato histórico de la Revelación pone así límites a la tendencia totalizadora de la filosofía, que tiende de por sí a evitar cualquier posible autotrascendencia en dirección de una esfera ulterior, mítico-religiosa. La posición escolástica, que se prolonga en una parte del pensamiento moderno hasta Blondel y que prevé un pensamiento autónomo que se abre a la Revelación es, desde este punto de vista, la herencia propia de la tradición cristiana, de su distinción entre natural y sobrenatural.

Esta conciencia histórica, ausente tanto de la neoescolástica como del espiritualismo francés de entreguerras, constituye el tema de reflexión de uno de los más eminentes historiadores del pensamiento antiguo: Pierre Hadot. En Excercices spirituels et philosophie antique (Paris, 1987), Hadot muestra cómo la aceptación antigua del filosofar es muy diferente de la que domina en la Edad Media y en parte de la modernidad. Para los antiguos la filosofía es, en las distintas escuelas en las que se expresan las corrientes del pensamiento, "ejercicio espiritual". "La filosofía no consiste en la enseñanza de una teoría abstracta, y menos aún en una exégesis de textos, sino en un arte de vivir, en una actitud concreta, en un estilo de vida determinado, que involucra toda la existencia. El acto filosófico no se sitúa solamente en el orden del conocimiento, sino en el orden del "sí mismo", y del ser: es un progreso que nos hace ser más plenamente, que nos vuelve mejores. Es una conversión" [12]. Ésta se realiza en el paso del mundo aparente al mundo verdadero, en la ascesis que, separando el alma del cuerpo, constituye, a partir del Fedón platónico, el método de elevación, de ascenso desde la psiche más allá de la imagen ilusoria de los sentidos. La filosofía por tanto, lejos de ser simplemente gnoseología y teoría de la verdad en sentido medieval-moderno, es método de salvación, vía de liberación del alma que, a través del conocimiento (gnosis), se desliga de la "cárcel" corpórea y retorna a la patria celeste. La filosofía antigua asume, de este modo, una inclinación claramente "religiosa". En la crisis del mito y de la religiosidad tradicional se convierte en el recorrido de una elite, en la iniciación racional a los Misterios, la estrecha senda de una soteriología del alma que aspira a salir de la "caverna" del mundo para volver a encontrar su condición divina, ofuscada y olvidada por la "caída" en la materia. La distinción escolástica entre filosofía y teología se muestra, así, extraña para el pensamiento antiguo.

La filosofía, como retorno del alma a la contemplación de la Idea y a la comunión con el Uno, tiene en la teología su expresión culminante. Esta con-fusión se elimina cuando, con el cristianismo, el momento teológico pasa a indicar el dato "revelado", fuente de salvación, que excede las capacidades del intelecto y de la razón. La salvación entonces ya no es el producto de la autoelevación del alma mediante un proceso de conocimiento. Se da como una "gracia" que proviene de "fuera": es externa al yo. La teología, separándose de la filosofía, hace que esta última pierda su aspecto de "ejercicio espiritual" y llegue en cambio a coincidir con el eros que, platónicamente, tiende hacia una verdad que no posee. Para Hadot, "con la escolástica de la Edad Media, theologia y philosophia se distinguieron claramente. La teología tomó conciencia de la autonomía que poseía como ciencia suprema, mientras que la filosofía, privada de los ejercicios espirituales que ahora hacían parte de la mística y la moral cristianas, quedó reducida al rango de una "ancilla theologiae" que proveía a esta última de material conceptual, y por tanto meramente teórico, que incluso desarrolló en el sentido de una sistematización cada vez más desmesurada. Será sólo con Friedrich Nietzsche, Henri Bergson y el existencialismo cuando la filosofía vuelva a convertirse conscientemente en una manera de vivir y de ver el mundo, una actitud concreta". [13]

En el marco del pensamiento moderno, por tanto, hay que distinguir dos momentos según Hadot: uno marcado por la herencia de la distinción medieval entre filosofía y teología, el otro por la recuperación del antiguo significado del filosofar como "ejercicio espiritual". Esquemáticamente podríamos decir que el primer momento corresponde a la hegemonía del pensamiento francés en el seno de la filosofía moderna, un pensamiento que arranca del dualismo cartesiano entre razón y Revelación y que, con el Iluminismo, llega a contrastar y a oponer ambos niveles. El segundo momento, indica, en cambio, el tránsito al modelo alemán que, con el idealismo, se hace heredero del panteísmo de Giordano Bruno y de Baruch Spinoza. Desde esta segunda perspectiva el primer adversario para el cristianismo no viene dado por el dualismo entre fe y razón, heredero del principio averroísta de la doble verdad, sino por la gnosis, esto es, por la pretensión de la razón filosófica de englobar en sí la fe como momento propedéutico, como "mito" que debe ser aclarado y superado en el "logos". La historia de la secularización moderna conlleva, de este modo, una sucesión de fases una de las cuales, esencial, expresa la reactualización de lo antiguo a través de los materiales aportados por el cristianismo. El pensamiento moderno, en su punto culminante, aparece como una metamorfosis de la fe de una forma que restablece la intencionalidad soteriológica del filosofar.

Cristianismo y "gnosis"moderna

Este proceso implica, desde sus comienzos, el vaciamiento del rostro histórico del cristianismo en la dirección de un modelo "metafísico" del mismo. Como escribe Spinoza a Oldenburg: "Yo digo que para la salvación no es absolutamente necesario que conozcamos a Cristo según la carne; mientras que otra cosa muy distinta es por lo que respecta a ese hijo de Dios eterno que es la sabiduría eterna de Dios, la cual se ha manifestado en todas las cosas y máximamente en la mente humana"[14].

En un plano distinto, pero con análogas consecuencias, está todo el agustinismo "cartesiano" del siglo XVII que lleva a una "filosofía del espíritu prekantiana que la convierte en un reino de espectros, devoto y vacío de mundo" [15]. En Malebranche, con elconflicto irresuelto entre interioridad y exterioridad, las actitudes que exigen la razón y la fe se vuelven antitéticas. Una exige, en efecto, el repliegue del alma en sí misma, una elevación de la inteligencia en la que el mundo sensible pierde valor; la otra se funda, por otra, sobre el testimonio exterior e histórico. La misma ambigüedad se pone de manifiesto en la cristología malenbranchiana la cual, por un lado, resalta el Cristo histórico pero, por otro, postula su necesidad a partir del nexo "metafísico" entre creación y encarnación. Así, mientras el momento histórico del cristianismo pierde importancia –y con ello la dimensión sensible, espacio-temporal de la salvación- aumenta en cambio la relevancia de la Idea Christi, del modelo eterno del Verbo, presente a priori en la razón. La adecuación a éste, a la parte "divina" del alma, se convierte, como ya sucedía en el neoplatonismo antiguo, en la vía de la liberación. Como escribirá Fichte: "Sólo lo metafísico y no la dimensión histórica es lo que nos hace beatos".

La beatitud entonces no es la consecuencia de un encuentro, localizado en el espacio y en el tiempo, sino el resultado de volver a descubrir una estructura ideal ya dada desde siempre. En esto reside, según el Erich Przywara de Mensch. Typologische Anthropologie (Nürnberg 1958), la forma propia de la gnosis. Comentando el juicio de Przywara, Vittorio Mathieu observa cómo "las diferentes formas de gnosis tienen en común la desvalorización del evento histórico como fuente de salvación respecto del reconocimiento de una salvación que en realidad ya existe, desde siempre, en virtud de una estrecha conexión estructural que liga el hombre a Dios. Se niega la esencial historicidad del encuentro: desde la Encarnación, que constituye el punto central de la historia de la salvación, hasta los sacramentos, que, a su vez, renuevan el encuentro bajo la forma de un evento. A todo ello se le asigna, entonces, un valor simplemente "simbólico": lo que cuenta de verdad, para un gnóstico, es una relación originaria, eterna e inadmisible entre el hombre y Dios" [17]. Desde esta perspectiva "el evento histórico nunca es decisivo; es sólo la manifestación secundaria de una conexión esencial" [18]. En realidad "la salvación no tiene que suceder, sino que existe, en virtud de la originaria divinidad del hombre "espiritual"[19]. La salvación, resultado de una estructura, y ya no de la gracia, "ya no se busca en el encuentro de una historia temporal con Dios, sino en una especie de "historia eterna": porque la historia ya no es genuina temporalidad, eventualidad abierta a los resultados más diversos, sino un mero símbolo de lo eterno"[20].

El juicio de Przywara, bien ilustrado por Mathieu, permite comprender cómo se realiza, en el itinerario de la modernidad, la metamorfosis de la idea de salvación: su paso de evento histórico a resultado inmanente del conocimiento filosófico. Permite entender la gnosis moderna como reactualización del modelo antiguo de la filosofía como "ejercicio espiritual". Por esto, desde la Ethica de Spinoza hasta la Fenomenología del espíritu de Hegel o el Así habló Zaratustra de Nietzsche, el pensamiento moderno cuanto más se cierra al cristianismo más adquiere el valor innegablemente "soteriológico". Como Romano Guardini había comprendido bien, en su análisis de la modernidad contenido en Welt und Person, al igual que Jacob Taubes en Abendländische Eschatologie (Bern 1947), el cual a su vez depende de Apocalypse der deutschen Seele (Salzburg, 1947) de Hans Urs von Balthasar, la época moderna está marcada, en el plano del pensamiento, por una indudable tensión religiosa, expresamente escatológica. La modernidad es la edad "nueva", la edad del Espíritu. Esta edad presupone, con Joaquín de Fiore, el declive de la era del Hijo, el tiempo en que lo divino aparece sensiblemente en la carne. De Lessing a Hegel, Schelling, la izquierda hegeliana, el socialismo y el humanitarismo francés del siglo XIX, el pensamiento ruso de final de siglo, Ernst Bloch, todos, como ha visto bien Henri de Lubac, hablan un lenguaje joaquinita [21]. El joaquinismo constituye, desde este punto de vista, el modelo de pensamiento propio de la secularización moderna.

La tercera edad del mundo, la tercera Iglesia –la "de Juan", después de la romano-petrina y de la luterano-paulina- se convierte en el ideal del tiempo que sigue al gran Apocalipsis de la Revolución. En el centro de este ideal está la idea de la filosofía como verdadera teodicea (Leibniz, Hegel), como justificación del mal y del dolor del mundo. Ocupa el lugar de Cristo, del "mediador" único entre Dios y el hombre. El Viernes Santo histórico se transforma en el "Viernes Santo especulativo"[22], en la "razón como la rosa en la cruz del presente" [23]. Todo esto presupone a Prometeo quien es considerado, desde Goethe hasta Nietzsche, pasando por Marx, en su rebelión ante Zeus, "el mayor santo y mártir del calendario filosófico" [24]. Este titanismo, como demuestra la noción de "ateísmo postulante", vive del desafío del adversario, es parásito del cristianismo que quiere negar. De esta negación extrae sus fuerzas, de ella proviene su desmesurada ambición. Lo que está en juego es la capacidad de cerrar el círculo entre razón y realidad, entre racional y real, entre divino y mundano. Esto requiere una justificación del mal del mundo tal que cierre las puertas a cualquier posible renacimiento de la pregunta religiosa como apertura a lo divino entendido como "Otro".

La teodicea hegeliana se funda sobre el calvario del Espíritu Absoluto como superación definitiva del calvario histórico de Cristo, enraizado en la cruz del Gólgota.

La posmodernidad entre fabulación y nostalgia de redención

El pensamiento europeo del siglo XVIII y XIX no se nutre de inquietudes sino de certezas. No se interroga sobre el sentido de la vida y, por tanto, sobre la muerte. La caducidad del yo no es problemática donde la educación filosófica, al igual que la política, tiene en el punto de mira lo "universal", el Estado, la comunidad del futuro. En realidad esta posición se mantiene mientras la dimensión personal de la subjetividad, en su contexto real y no puramente imaginario, tiene todavía cierta afectividad. La razón puede presentarse, erróneamente, como "la rosa en la cruz del presente" sólo en tanto el duro madero de la cruz ilumina todavía la noche del mundo. Donde esta luz se apaga también la pretensión de la razón se revela ilusoria. Bajo este punto de vista la crisis del pensamiento moderno, en su voluntad de sustituir al cristianismo, se muestra como crisis de la teodicea. La posmodernidad es "la rosa de la cruz del presente" en un sentido totalmente distinto del hegeliano. Para ella, la aceptación del mundo no se efectúa mediante el dominio racional de la realidad, sino, siguiendo el patrón del Oriente, a través de la extenuación y rarefacción del ser. El mundo real, como mundo de las diferencias (hombre-mujer, espíritu-naturaleza, humano-divino), es ilusorio. La "dualidad" es la contradicción que debe resolverse en la Uni-totalidad carnal-espiritual. La elevación al Uno, como liberación del alma de la prisión del ego finito, no tiene lugar ahora mediante la razón sino, gracias a su superación, en dirección de un mundo onírico, de sueño. A través de las posibilidades que abre la tecnología los límites entre el mundo verdadero y el mundo aparente se vuelven tenues, la realidad tiende a hacerse virtual. De ahí el significado estético que asume la idealización posmoderna. "Estético aquí es el término para indicar un estado de la realidad en la que ésta pierde sus límites rígidos, colocándose en un plano que ya no se distingue netamente de la fantasía"[25].

En esta fabulación del mundo acaban por caer todos los aspectos dramáticos de la existencia. La "ataraxia" posmoderna vuelve insensible el corazón del hombre mediante la multiplicación extenuante de los estímulos, disolviendo el impacto con la realidad. EL "principio del placer" elevado a criterio supremo, exige la eliminación del dolor y de la muerte, su transfiguración "estética". La ideología posmoderna ocupa así, marxianamente, el puesto de la religión, convirtiéndose en el verdadero opio del pueblo. La sublimación onírica es la fuga de las contradicciones reales que permanecen, a su nivel, sin conciliar. No es sorprendente, desde este punto de vista, el uso que la ideología posmoderna hace de la religión. Lejos de ser, como para el idealismo clásico, un símbolo de la razón, la religión se presenta ahora como el color; lo que da el tono al nuevo idealismo mágico-virtual. La religiosidad posmoderna está en función del cierre onírico del mundo; impide que la genuina pregunta religiosa emerja y se afirme con claridad.

Esta pregunta, como nostalgia, grito, invocación, se impone, por el contrario, a partir de la condición posmoderna, esa condición que la visión estética del mundo, lejos de representar, tiende a sublimar y a ocultar. De ahí el interés del cristianismo por dialogar y confrontarse con esa parte del pensamiento del siglo XX en el que la condición posmoderna emerge en toda su radicalidad. En ella la crisis del ideal prometeico y de la teodicea de la razón se traducen en la exigencia de una salvación no ilusoria. Una salvación integral, del alma y del cuerpo, del presente y del pasado, tal como encuentra expresión en parte del pensamiento judío contemporáneo. Para ésta no vale la pretensión de la filosofía de constituir la plena liberación del alma. Como escribe Franz Rosenzweig, en el grandioso exordio de La estrella de la redención: "De la muerte, del miedo a la muerte toma inicio y se eleva cualquier conocimiento acerca del todo. Rechazar el temor que atenaza a lo terrestre, arrancar a la muerte su aguijón venenoso, quitar al Hades su miasma pestilente, de esto se cree capaz la filosofía" [26]. Esta pretensión exige el sacrificio de los cuerpos, del mundo visible, así como del yo en su singularidad. Pretensión injustificada y violenta, "porque el hombre no quiere en absoluto librarse de quién sabe qué cadenas, quiere permanecer, quiere vivir"[27]. Es esta vida, en su concreción y singularidad, la que quiere ser redimida, alzada por encima de su destino de corrupción y de muerte. De ahí el encuentro, más allá de la filosofía helénica, con las "dos" vías de la redención: la judía y la cristiana. Rosenzweig realiza en este punto, según Friedrich G. Friedmann, "uno de los poco ejemplos de un auténtico diálogo hebreo-cristiano"[28]. De Rosenzweig a Emmanuel Lévinas el pensamiento judío se preocupa de mantener abierto, contra toda teodicea de la razón, el espacio para la espera mesiánica. La muerte continúa segando a sus víctimas y las lágrimas no se han enjuagado. Como escribe Walter Benjamín: "el pasado lleva consigo un indicador temporal que lo envía a la redención. Hay un pacto secreto entre las generaciones pasadas y la nuestra. A nosotros se nos ha esperado sobre la tierra. A nosotros, como a cada generación que nos ha precedido, se nos ha dado en dote una débil fuerza mesiánica, sobre la cual el pasado tiene un derecho"[29]. Este derecho, para Max Horkheimer, se expresa como "nostalgia de justicia perfecta y consumada. Ésta nunca puede realizarse en la historia; en efecto, aun cuando una sociedad mejor viniera a sustituir al actual desorden social, no será reparada la injusticia pasada y no será eliminada la miseria de la naturaleza circunstante"[30]. La "teoría crítica de la sociedad" implica, desde este punto de vista, un "reenvío teológico, al Otro" [31].

De este modo, con la rotura de la reconciliación hegeliana entre razón y realidad, el pensamiento contemporáneo no pretende, al contrario que el clásico-moderno, convertirse en método de redención. La filosofía se vuelve entonces nostalgia, eros en sentido platónico, conciencia dolorosa de una ausencia. Al advertir su límite vuelve a encontrar la distinción medieval entre el momento filosófico y el momento teológico, y no partiendo de una exigencia formal sino por la consumación de una ilusión. La posmodernidad no es sólo la edad estética de la fabulación del mundo; es también el tiempo de la pobreza que oscila entre la tentación de la nada y el deseo de redención. A partir de este deseo se hace posible el encuentro entre filosofía y cristianismo. Es lo que emerge, con vivo dramatismo, en los diarios de los años 30 de Ludwig Wittgenstein. "Yo –escribe- puedo perfectamente refutar la solución cristiana del problema de la vida (redención, resurrección, juicio, cielo, infierno) pero con ello ciertamente el problema de mi vida no está resuelto, porque yo no soy ni bueno ni feliz. Yo no estoy redimido"[32]. Ahora bien, "tú necesitas redención –si no estás perdido"[33]. Para tal meta no es suficiente el camino del conocimiento, la autoelevación filosófica: "Conocerse a sí mismo es terrible, porque al mismo tiempo se reconoce la instancia vital, y la propia inadecuación"[34]. Es necesaria la gracia. "Yo –escribe Wittgenstein- soy como un mendigo, que a veces confiesa con renuencia que no es un rey"[35]. El mendigo sabe que debemos "volvernos buenos"[36]. Sabe que "toda tu argucia, todo tu intelecto no te ayudarán de nada"[37]. Entonces, "como el insecto ronda en torno a la luz, así yo en torno al Nuevo Testamento"[38]. En el invierno del alma ésta puede sólo gritar: "¡Ayuda e ilumina"[39]. La vida, para no hundirse en el abismo de la locura, necesita luz. "El hombre vive su vida normal en el resplandor de una luz de la que no es consciente hasta que se apaga. Si se apaga, la vida se ve de repente privada de todo valor, sentido, o como se quiera decir. Imprevistamente nos damos cuenta de que la mera existencia en sí –como se diría- está todavía totalmente vacía, desolada. Y es como si se hubiera desgarrado el esplendor de todas las cosas. Todo está muerto"[40]. Por esto "es necesario que se filtre, por así decir, una luz a través del tejado, del techo bajo el que trabajo y sobre el que no quiero subir"[41].

La súplica de Wittgenstein, al igual que la exigencia de "gracia" que se presenta en los Carnets de Albert Camus, indica el "punto inflamado"[42] de la parte más viva del pensamiento contemporáneo. Con ella, con su petición de una redención real y no ilusoria, el cristianismo no puede dejar de confrontarse.
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+ Traducción del italiano por Manuel Oriol.

* Dr. en Filosofía. Catedrático de Filosofía de la Religión en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Perugia (Italia). Así mismo, imparte clases de Estética, Ética y Teología filosófica en la Pontificia Facultad Teológica “S. Buenaventura”, recientemente ha tomado la cátedra “filosofía y cristianismo” en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. Entre sus obras publicadas destacan: La figura di Cristo in Hegel, (1983), Romano Guardini. Dialettica e antropología (1990), L´etá dello Spirito in Hegel. Dal Vangelo “storico” al Vangelo “eterno” (1995), Posmodernidad y cristianismo. ¿Una radical mutación antropológica? (1997), y recientemente, Memoria, evento, educazione (2000). Colaborador de las revistas 30Días, Il Nuovo Areopago, COMMUNIO. Revista Católica Internacional de Teología.

 

Notas

[1] Un análisis en detalle de las diferentes posiciones y del debate que sucedió al congreso de 1931 se encuentra en: A. Livi, Il cristianesimo nella filosofia, L´Aquila, 1969.

[2] E. Gilson, L´esprit de la philophie médiévale, J. Vrin, París, 1932, p. 42 (trad. esp. El espíritu de la filosofía medieval, Rialp, Madrid, 1981).

[3] Op.cit., p. 26

[4] Ib.

[5] H. De Lubac, Sur la philophie chrétienne, en "Nouvelle Revue Théologique", 63 (1936), p. 330.

[6] A. del Noce, Gilson e Chestov, en "Archivio de Filosofia", Cedam, Padova, 1980, p. 320.

[7] H. De Lubac, La filosofia cristiana. Riflessioni in seguito a un dibattio, cit., p. 338. La cursiva es nuestra.

[8] Op.cit., p. 342.

[9] R. Guardini, Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1939 (trad. Esp. Mundo y persona. Ensayos para una teoría cristiana del hombre, Ediciones Encuentro, Madrid, 2000). Sobre el análisis guardiniano de la subjetividad moderna Cfr. M. Borghesi, Romano Guardini, Dialettica y antropologia, Studium, Roma, 1990, pp. 161-236.

[10] E. Gilson, Le philophie et la théologie, Fayard, París, 1960, pp. 42-43 (trad. esp. El filósofo y la teología, Cristiandad, Madrid, 1967).

[11] H. De Lubac, La filosofia cristiana. Riflessioni in seguito a un dibattio, cit., p. 326.

[12] P. Hadot, Exercices spirituels et philosophie antique, Études Agustiniennes, París, 1987, p. 31.

[13] Op. cit., p. 67. Sobre la peculiar posición de Hadot, marcada por el "retorno a los griegos", Cfr. También P. Hadot, Qu´est-ce que la philosophie antique?, Éditions Gallimard, París, 1995 (trad. esp., ¿Qué es la filosofía antigua?, Fondo de Cultura Económica, México, 2000).

[14] "Dico ad salutem non esse omnino necesse, Christum secundum carnem noscere; sed de aeterno illo Filio Dei, hoc est, Dei aeterna sapientia, quae sese in ómnibus rebuts, et máxime in mente umana, et omnium máxime in Christo Jesu manifestavit, longe aliter sentiendum" (Ep. LXXIII).

[15] H. U. von Balthasar, Herrlichkeit. Eine theologische Aesthetik. Im Raum der Metaphysik, II, Neuzeit, Johannes Verlag, Einsiedeln 1975, p. 429 (trad. Esp. Gloria. Una estética teológica, vol. 5, Metafísica. Edad Moderna, Ediciones Encuentro, Madrid, 1988).

[16] J. W. Fichte, L´iniziazione alla vita beata ovvero la dottrina della religione, trad. it. En Fichte, La dottrina della religione, Guida, Napoli, 1989, p. 320. (trad. esp. La exhortación a la vida bienaventurada o La doctrina de la religión, Tecnos, Madrid, 1995.)

[17] V. Mathieu, Erich Przywara nella filosofía d´oggi, introducción a: E. Przywara, L´uomo. Antropologia tipologica, trad. it., Fratelli Fabbri Editori, Milano, 1968, pp. 16-17.

[18] Op. cit., p. 17

[19] Ib.

[20] Op. cit., p. 18

[21] H. de Lubac, La posterité spirituelle de Joachim de Flore, 2 vols, Decían et Tolra, parís, 1979-1981. Para la reproducción del modelo joaquinita en Hegel y Schelling, Cfr. M. Borghesi, L´etá dello Spirito in Hegel. Dal Vangelo "storico" al Vangelo "eterno", Studium, Roma, 1995; Ib., Posmodernidad y cristianismo, Ediciones Encuentro, Madrid, 1997, pp. 166-175.

[22] G.W.F. Hegel, Fede e sapere, trad. it. Mursia, Milano, 1971, p. 253.

[23] G.W.F. Hegel, Lineamienti di filosofia del dirittio, trad. it., Laterza, Bari, 1991, p. 16. (trad. esp. Fundamentos de filosofía del derecho, Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1993).

[24] K. Marx, Differenza tra la filosofia della natura di Democrito e quella di Epicuro, trad. it., en: Marx-Engels, Opere complete, I, Editori Riuniti, Roma, 1980, p. 25 (trad. esp. Diferencia de la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro, Ayuso, Madrid, 1971). Sobre Prometeo y el titanismo de la Goethezeit, Cfr. H. U. von Balthasar, Prometheus. Studien zur Geschichte des deutschen idealismus, F.H. Kerle, Heidelberg, 1947. Sobre la ambivalencia de la figura de Prometeo, precursor de Cristo o modelo del anti-Cristo, Cfr. M. Borghesi, Cristo e Prometeo: la salvezza tra croce e titanismo, en: VV.AA., La croce di Cristo, unica speranza, Edizioni CIPI, Roma, 1996, pp. 59-71.

[25] G. Vattimo, Dio, l´ornamento, en "Micromega", 1996 (suplemento al No. 5, 1995), p. 197. Sobre la interpretación estético-virtual de la realidad posmoderna de Gianni Vattimo, Cfr. M. Borghesi, L´ironia e il mondo come favola. Riflessioni dull´ideologia post-moderna, en "Il Nuovo Areopago", 1 (1996), pp. 19-31.

[26] F. Rosenzweig, Der Stern der Erlösung, Martinus Nijhoff, The Hague, 1981, p. 3 (trad. Esp. La estrella de la redención, Sígueme, Salamanca, 1997).

[27] Op. Cit., pp. 3-4

[28] F. G. Friedman, Von Cohen zu Benjamin. Zum Problem deursch-jüdischer Existenz, Johannes Verlag, Eisiedeln, 1981, p. 25.

[29] W. Benjamin, Schriften, Suhrkamp Verlag, Frankfurt a. M. 1995, p. 76. (trad. Esp. Angelus Novus, EDHASA, Barcelona, 1971).

[30] M. Horkheimer, Die Sensucht nach dem ganz Anderen. Ein interview mit Comentar von Helmut Gumnior, Furche-Verlag h. Rennebach KG, Hamburg 1971, p. 82.

[31] Op. cit. p. 90.

[32] L. Wittgenstein, Denkhewegungen. Tagebücher 1930-1932/1936-1937, Haymon-Verlag, Innsbruck 1997, p. 75.

[33] Op. cit. p. 102

[34] Op. cit. p. 95

[35] Op. cit. p. 98

[36] Op. cit. p. 99

[37] Op. cit. p. 90

[38] Op. cit. p. 78

[39] Op. cit. p. 99

[40] Op. cit. p. 89

[41] Op. cit. p. 78

[42] La expresión es de Cesare Pavese (Lettere 1926-1950, 2 vols., Einaudi, Torino, 1968, vol. II, p. 655; trad. esp., Cartas 1926-1950, 2 vols. Alianza Editorial, Madrid, 1973.)

 

 

 

 

Fuente: Revista Católica Internacional Communio, julio-septiembre, 1999, p. 310-324.