La Sexualidad Amenazada

CONVERSACION DE ANTONIO OROZCO CON MONS. CORMAC BURKE, PRELADO AUDITOR DE LA ROTA ROMANA

 

 

De unos años a esta parte, uno de las cuestiones morales más debatidas ha sido la del birth control. Hasta hace poco más medio siglo, ningún teólogo de cierto renombre dudaba de que una finalidad prioritaria de la unión marital era la procreación, de tal manera que la contracepción -la esterilización voluntaria, temporal o definitiva-, se entendía en todo caso como cosa opuesta a la ley moral, a la santidad del matrimonio. Sin embargo, actualmente son muchos los que opinan que la contracepción es una práctica legítima y deseable.

Ahora bien, las normas morales no se establecen por mayoría de votos: las establece Dios, al crear la naturaleza y cuando revela sus designios de salvación. Saliendo al paso de los errores contemporáneos sobre nuestro asunto, el entonces Romano Pontífice Pablo VI, zanjó la cuestión con su famosa Carta Encíclica Humanae vitae. Para una persona de fe católica, y en buena teología, la cuestión quedaba zanjada. Pero en la práctica, muchos teólogos, incluso clérigos, hicieron -y algunos siguen haciendo- caso omiso de la autorizada doctrina del Magisterio de la Iglesia, que no ha cesado de reiterar la moral natural sobre la contracepción.

Pero en estos años también ha habido importantes teólogos, científicos y humanistas que han investigado en las honduras de la ley moral natural expuesta en la Encíclica Humanae vitae. Uno de ellos es Mons. Cormac Burke, Prelado Auditor de la Rota Romana, conocido ya por nuestros lectores [1]. Ha escrito sobre ello en su libro Felicidad y entrega en el matrimonio [2] y, una vez más, responde amablemente a nuestras preguntas. El espacio nos queda corto, pero obviamente no pretendemos ser exhaustivos.

UNA PERSPECTIVA PERSONALISTA

-Monseñor Burke, como usted sabe, se solía decir que la contracepción es mala porque, estando la unión sexual ordenada a la procreación, cuando tal ordenación se frustra libremente, se está actuando "contra natura", lo cual equivalía a decir: contra la obra -voluntad o ley- de Dios. Ahora bien, ¿se actúa realmente "contra natura" cuando sencillamente se suspende la función procretiva de la unión marital? ¿Acaso esa unión no cumple siempre una función unitiva, que justifica suficientemente su uso, aunque se impida de alguna manera una posible concepción?

-Tanto el argumento como el contrargumento han sido utilizados con bastante frecuencia. Pero ni uno ni otro dan en el clavo. De hecho frustramos sin ninguna preocupación moral otras funciones naturales. Por ejemplo, nos ponemos tapones en los oídos para no oir ruidos y jamás la doctrina moral ha considerado ilícita esa práctica u otras de semejante índole ¿Por qué entonces ha de ser malo impedir, por motivos adecuados, el aspecto procreativo de la relación marital? Esta es la cuestión: no si es "natural" o "artificial", sino si es éticamente "bueno" o "malo", que son cuestiones distintas. El argumento que se opone a la enseñanza de la Iglesia se suele presentar en términos de aspecto "personalista", como si declarando lícita la contracepción se defendiese o subrayase mejor la dignidad de la persona humana, su superioridad sobre la naturaleza, la grandeza del amor conyugal, etcétera.

Ahora bien, si de veras nos situamos en una perspectiva "personalista", es decir, si observamos las cosas desde el ángulo de la dignidad propia de la persona humana y, en consecuencia, de todo lo que es "personal", si intentamos comprender el sexo y el matrimonio desde esa personal dimensión, habremos de reconocer que los aspectos unitivo y procreativo de la unión marital, están tan íntimamente relacionados, tan mutuamente referidos, que resultan indisociables.

-¿Cómo se explica que sean inseparables los dos aspectos mencionados? Si me permite la expresión: ¿a santo de qué debe negarse la dignidad de un acto de plena unión sexual en el matrimonio, aunque se haga voluntariamente infecundo?

-La reflexión madurada durante muchos años de debate, nos permite descubrir hoy razones, incluso más profundas y poderosas que antes, para afirmar la conexión inseparable establecida por Dios, entre la significación unitiva y la significación procreativa, inherentes al acto conyugal. La verdad, permaneciendo la misma, permite siempre ser mejor conocida, contemplada desde nuevas perspectivas, descubierta en una más amplia armonía. Pues bien, considerando las cosas objetivamente, se puede entender que la ruptura entre ambos significados, concretamente, la libre destrucción de la capacidad procreativa, inevitablemente conlleva la destrucción de su significación unitiva y -si se quiere expresar así- "personalista". Dicho más sencillamente: si se suprime deliberadamente del acto conyugal el poder de dar vida, se destruye inevitablemente, al mismo tiempo, su poder de significar el amor y la unión propios del matrimonio.

-¿No le parece un poco difícil entender todo esto?

-Al margen del humo que se viene echando sobre esta cuestión, es bien sabido que no siempre es fácil descubrir la verdad al primer golpe de vista. Pero no es "menos verdad", ni compromete menos, la "verdad difícil" que la "verdad fácil". Y si nos importa la verdad de esta cuestión es porque nos importa la Moral, es decir, nos importan Dios y el hombre, la persona, su dignidad y su suerte eterna. Vale la pena, pues, hacer un "esfuerzo" de reflexión, de estudio, de meditación, de comprensión; esfuerzo que, por otra parte, en otros asuntos mucho menos trascendentes, todos nos exigimos y hacemos, sin protestar.

De hecho, el acto conyugal es considerado como "el" acto de autodonación mutua entre los esposos; es decir, como la expresión más distintiva del amor marital. ¿Por qué esto es así, si se trata de un acto pasajero y fugaz? El amor se expresa, en la práctica, de muy diversas maneras. Los enamorados se manifiestan el cariño mirándose, escribiéndose cartas, intercambiando regalos, paseando cogidos de la mano... ¿Qué es lo que da "singularidad" al acto de plena unión sexual? ¿Por qué ese acto une a los esposos más que cualquier otro acto? ¿Por qué ese acto es más que una experiencia física? ¿por qué es una experiencia de amor? ¿Es por la intensidad del placer que lo acompaña? ¿La significación unitiva del acto conyugal está sólo en la intensidad de la sensación que puede producir? Si fuera así, ¿cómo explicar que el mismo placer o mayor pueda acaso encontrarse fuera de la relación conyugal? También se seguiría que una relación conyugal sin placer carecería de sentido y, en cambio, una relación homosexual, lo podría tener. Cualquier persona razonable se da cuenta de que esto no puede ser así.

El placer puede acompañar o no a la unión sexual. Pero el sentido -humano, personal- del acto no consiste en el placer. El placer proporcionado por el acto conyugal puede ser intenso, pero es transeúnte. Sin embargo, la significación del acto conyugal no es transeúnte, permanece. ¿Qué sucede en este encuentro conyugal que no es un simple contacto, ni una mera sensación, sino una "comunicación" -una donación y una aceptación-, un intercambio de algo que representa de un modo totalmente singular el don de la persona y la unión entre dos personas? Los esposos lo son porque libremente se han "esposado", se han unido uno al otro de un modo indisoluble. Cada uno se ha vinculado al otro de un modo irreversible; en otras palabras, se ha "dado" o "donado" al otro. Pero ¿cómo se puede dar uno mismo al otro de una manera efectiva y lo más expresiva posible? Si uno dice: "soy tuyo; te doy mi corazón; tómalo...", puede ser mera poesía. Pero cuando uno dice con hechos: "yo te doy lo que no doy a nadie más: te doy mi semilla, tómala; te doy la semilla de un nuevo yo, que unido al que tú me das, a tu semilla, se convertirá en un nuevo «tú-y-yo», fruto de nuestro mutuo conocimiento amoroso", entonces estamos ante la mayor expresión física que puede lograrse del don conyugal de sí y de la aceptación de la auto-donación conyugal del otro. Así se logra la plena unión de los esposos.

-¿Qué es, en consecuencia, lo que propiamente hace que el acto conyugal sea realmente "unitivo", en un sentido personal?

-Desde luego no es la participación en un mismo placer, que podría obtenerse por otros medios, sino la participación en un poder, que es extraordinario, porque está intrínsecamente ordenado a la vida, a la creatividad, a la procreación. En una relación auténticamente conyugal, cada esposo dice al otro: "Yo te acepto como no acepto a nadie más. Tú eres único para mí, y yo para ti. Tú -tú sólo- eres mi marido; tú sola eres mi mujer. Y la prueba de tu singularidad para mí es el hecho de que contigo -y sólo contigo- estoy dispuesto a participar en este poder divinamente dado y orientado a la vida". En esto consiste la dimensión singular de la cópula conyugal. Otras manifestaciones de afecto son más bien símbolos de la mutua donación. Pero en el trato sexual genuino entre los esposos, hay un intercambio real: hay entrega y manifestación plena de masculinidad y feminidad conyugales y, como testimonio de su relación conyugal y de la intimidad de su unión conyugal, queda la semilla del marido en el cuerpo de la mujer. Por eso mismo, la originalidad o excepcionalidad de la decisión de casarse con una persona determinada, queda reafirmada de hecho en cada acto conyugal. Por medio de cada acto de verdadero trato sexual, cada esposo es "confirmado" en su condición singular de ser marido o mujer del otro.

-Ahora bien, hay actos conyugales que son naturalmente estériles. ¿No contradice este hecho el argumento?

-No, porque persiste la natural ordenación de esos actos a la procreación. Los ojos son para ver y nada más. Los ojos ciegos no dejan de ser ojos, que sufren un defecto. No dejan de ser algo intrínsecamente ordenado a la visión, ni adquieren una función distinta. Por eso, obviamente, la unión sexual entre los esposos sigue siendo lícita y buena aun cuando no se siga una concepción; mantiene su sentido más profundo en tanto que el acto que ponen como la intención que les anima permanecen de suyo "abiertos a la vida".

Lo malo sucede cuando se priva voluntariamente a ese acto de su capacidad procreativa. Al querer despojar el acto conyugal de su fuerza procreativa, se le está privando de su íntimo significado unitivo. La contracepción transforma el acto marital en una especie de "auto-decepción", o simplemente, en un mentira. No se participa de ningún poder singular, sólo en el de producir placer: su significación ha desaparecido; carece de sentido, como una canción que no traspasase la frontera de los labios. ¿Recuerdas aquellos dúos de Janette McDonald y Nelson Eddy -dos grandes estrellas, cantantes de Hollywood-, de los primeros años de los talkies? ¿Qué hubiéramos pensado si hubiesen cantado dúos en silencio? Eso sí, con gestos adecuados a las canciones, pero sin permitir que las cuerdas vocales produjesen sonido alguno inteligible... Habrían sido agitaciones sin sentido, que no dirían nada. La contracepción es algo semejante. Los esposos contraceptivos se entretienen en movimientos corporales pero con un "lenguaje del cuerpo" ininteligible, y en este sentido, propiamente "in-humano". Unen sus cuerpos sin comunicarse. Mueven sus labios como en una canción, pero sin haber canción.

EL AMOR CONYUGAL AMENAZADO

-¿Entonces, el acto conyugal se encuentra bajo la disyuntiva: o procreativo o meramente hedonista? ¿No cabe una unión conyugal mediatizada por algún instrumento, pero realizada por algo más que "por simple placer", es decir, también por amor conyugal?

-No digo que los esposos que usan contraceptivos no se amen en su trato sexual, ni que ese trato -en cuanto excluye tenerlo con una tercera persona- no exprese una "cierta" singularidad de relación mutua, sino que ese trato no expresa la singularidad de una relación conyugal. El amor puede estar presente, de algún modo, en el trato anticonceptivo; pero el amor conyugal no se expresa en y por medio de ese trato. Es más, el amor conyugal puede verse pronto amenazado a causa de esa conducta. A esos esposos les puede caber siempre la sospecha de que el acto en el que participan puede ser, para cada uno, una "entrega" privilegiada de placer, pero también una "toma" egoísta de placer. Es lógico que su trato se encuentre perturbado por una sombra de sospecha, de vaciedad, de falsedad, pues pretender fundar la singularidad del amor conyugal en un acto de simple placer no se adecúa a la esencia personal del amor humano. Negarse a cimentarlo sobre su fundamento natural de amorosa co-creatividad, equivale normalmente a encerrase cada uno estérilmente en sí mismo. El verdadero amor se consolida y se enriquece en la apertura a los valores de la vida y, por ellos, a los valores de toda la creación.

-¿Quiere decir que es difícil la fidelidad conyugal a no ser sobre la base de una franca apertura a la vida? ¿Puede encontrarse en la contracepción una clave que explique el incremento de infidelidades conyugales?

-La experiencia muestra con suficiente claridad que ir contra los proyectos divinos es, a la postre, ir contra el hombre, contra su felicidad, contra su autorrealización. Dios creó al hombre en una dualidad -varón y mujer- capaz de convertirse en una trinidad. Las diferencias entre los sexos hablan de un plan divino de complementariedad, de auto-realización y de auto-comunicación, también a través de la auto-perpetuación. Normalmente, una condición del desarrollo humano y de la realización personal es la auto-donación conyugal. Marido y mujer se unen en el conocimiento y amor mutuos, en un amor y conocimiento que no es solamente espiritual, sino también corporal. La Biblia lo dice muy expresivamente: son "dos en una carne"; al referirse al trato sexual, dice que el marido y la mujer "se conocieron". Adán "conoció" a Eva. Es un conocimiento peculiar, conyugal, porque cada uno descubre un íntimo secreto al otro. Cada uno se entrega al otro dejándose conocer por el otro, precisamente como marido o mujer.

Así ha proyectado Dios las cosas, sabia y amorosamente. Por eso, nada hay tan capaz de minar un matrimonio como la resistencia a conocer y aceptar al esposo plenamente, o a dejarse "conocer" plenamente por él. Reservarse algo en secreto, a cualquier nivel de la comunicación interpersonal -físico o espiritual- es poner en grave riesgo la intimidad conyugal. En muchos matrimonios actuales, hay algo, en los esposos y entre los esposos, que cada uno no quiere "conocer", con lo que no quiere enfrentarse, que quisiera evitar; y ese algo es la sexualidad en todas sus dimensiones. Como no están dispuestos a permitirse un conocimiento carnal pleno, el resultado es que no llegan a conocerse con un conocimiento verdadero ni como seres sexuados, ni como seres humanos, ni como esposos. Esto somete su amor conyugal a una tensión existencial tremenda, bajo la cual puede acabar rompiéndose.

EL LENGUAJE DEL CUERPO

En el verdadero trato sexual-marital se renuncia a cualquier actitud defensiva, para darse totalmente y recibir totalmente al otro. Esta plenitud de auténtica donación sexual sólo se alcanza en un acto conyugal abierto a la vida. Sólo así se "revelan" mutuamente en la plenitud de su ser y de su capacidad humana, masculina o femenina. Por medio del "lenguaje del cuerpo", cada esposo pronuncia una palabra de amor que se funde con la del otro y mientras esa nueva palabra unificada de amor toma carne, Dios puede plasmarla en una persona, el hijo. En la contracepción, los esposos no quieren que la palabra -que su sexualidad anhela pronunciar- tome carne. Ni siquiera están dispuestos en verdad a dirigirse esa palabra. Quedan, frente al amor, humanamente impotentes; carnalmente mudos, frente a sí mismos, sin poder pronunciar una sola palabra auténticamente sexual. Si el cuerpo y el espíritu no dicen lo mismo, el amor queda falsificado. Con la contracepción, el acto corporal habla de un amor que el espíritu niega. El cuerpo dice: "te quiero totalmente", mientras el espíritu dice: "te quiero con reservas". "Quiero algo de ti, pero no tu sexualidad; y si tengo algo que darte, no te dejaré tomar más que una parte, no mi sexualidad".

A MITAD DE CAMINO

Juan Pablo II dice: "la contracepción contradice la verdad del amor conyugal". Y lo dice en el contexto de un análisis antropológico muy profundo. Hay un principio teológico y jurídico muy sólidamente fundado que niega la posibilidad de consumar el matrimonio mediante una cópula contraceptiva. En consecuencia, la pregunta por el hedonismo del acto conyugal contraceptivo se queda a mitad de camino. Lo cierto - a un nivel mucho más profundo- es que si el acto sexual es contraceptivo, entonces no es sexual en sentido verdadero. La desviación del instinto sexual de la que parece padecer la sociedad contemporánea, representa -más que una exaltación o un exceso del sexo- una falta de auténtica vida sexual personal. El verdadero trato conyugal, une; la contracepción, separa. Pero no sólo separa el sexo de la procreación: separa el sexo del amor; separa el placer del sentido y el cuerpo del espíritu. A la larga e inexorablemente, separa a la mujer del marido y al marido de la mujer.


A.O.D

[1] Cfr. Colección "ARVO", nº 90, diciembre 1988.

[2] C. BURKE, Felicidad y entrega en el matrimonio, Ed. Rialp, Madrid 1990. Otras de sus obras recientes es Autoridad y libertad en la Iglesia (Authority and Freedom in the Church). Nuestro autor es Master of Ars y doctor en Derecho civil y en Derecho canónico. Ha trabajado pastoralmente en Inglaterra, Estados Unidos, España y Kenia. Juan Pablo II le nombró juez de la Rota Romana en 1986.
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