La persona, sujeto y término de amor y amistad

Por Francisco Canals (*)

Miembro de la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás.

Conferencia en el Campus Oriente de la Pontificia Universidad Católica de Chile, abril de 1989.

 

 

Nadie puede decir que ha entrado en relación de amor, de comunión de vida con una persona si no ha deseado comprender por intimidad, por comunicación confidencial la vida de aquella persona que ama; si no le interesa la vida de la persona que quiere. No hay amor interpersonal sin un deseo, necesidad vital de comprender la vida de quien se ama.

“Hay que decir que persona significa lo que es perfectísimo en toda la naturaleza, a saber, lo subsistente en la naturaleza racional” (S.Th. I, q. 29. a. 3). “Es de la máxima dignidad subsistir en la naturaleza racional, por esto, todo individuo de naturaleza racional se dice persona” (Ibid., ad. 2).

Persona es un ente substancial. Pero, en el género de la substancia distinguimos desde Aristóteles la substancia primera, la única que es subsistente y la substancia segunda o esencia substancial (Metafísica, IV, 8. 1017b 23). Persona es el nombre que damos a los subsistentes de naturaleza racional.

En otro contexto y en diálogo con un problema lingüístico que se le planteó a san Agustín, y que planteó con mucho rigor y no pudo resolver en el De Trinitate, Santo Tomás subraya que el término persona no significa un concepto universal de naturaleza. Persona no es un predicado que diga naturaleza racional. Porque los conceptos universales, significados por nombres comunes, significan naturalezas, y persona apunta a significar lo subsistente, el subsistente, no todo subsistente, sino aquellos subsistentes que tienen naturaleza racional, lo cual es de la máxima dignidad.

El término persona tiene lógicamente un significado universal, porque puede suponer muchos individuos o sujetos, todos los entes personales, v.g. las Personas Trinitarias, los ángeles y los hombres. Mas el término persona no es en sí ni un concepto objetivo, pues no significa una naturaleza universal que se diga de muchos; y de alguna manera ni siquiera significa una perfección analógica de la racionalidad, o la espiritualidad, o de la intelectualidad, que participan todos los seres espirituales. El término persona es de algún modo indeterminado, a diferencia de los nombres propios, v.g. Pedro, Pablo; algo que apunta directamente a lo subsistente en cuanto tal. Persona significa indeterminadamente, de una manera vaga, todo subsistente de naturaleza racional. Y este subsistente de naturaleza racional es del que dice santo Tomás que constituye lo más perfecto de la naturaleza, lo más digno de la naturaleza.

Santo Tomás dice que sólo en el nivel entitativo de la naturaleza racional los subsistentes en cuanto tales tienen interés por sí mismos. Para Santo Tomás por debajo del ente escalonado por los grados de perfección, por debajo de la naturaleza humana, podemos pensar que los entes son interesantes por la naturaleza que tienen, v. gr. una piedra preciosa. Son distintas las obras del arte humano, que son expresión del genio creativo, que representan el modo de ser de un pueblo, de una actitud común que lleva el sello de lo personal y no es intercambiable, v.gr. el Moisés de Miguel Ángel no se hace para que haya una estatua más. Aquí se expresa Miguel Ángel.

Por debajo de la naturaleza racional todo se ordena a las propiedades específicas de la naturaleza. Tal es la intentio naturae. Pero cuando nos situamos en ese nivel de dignidad que tiene el subsistente en cuanto tal, entonces el valor, lo estimable, lo amable, lo digno de ser contemplado, lo digno de entrar en comunión de vida es la persona, lo subsistente de naturaleza racional.

Sólo aquí hay una primacía, una substancia primera, que no sólo es substancia primera que participa de una naturaleza común, sino que es un ente personal. Cierto es que ponemos nombres propios a los barcos, a las cosas, a los pueblos, a todos los lugares geográficos, golfos, cordilleras, ríos y montes, y a veces, a los animales domésticos; incluso los pastores nombran una por una a las ovejas del rebaño. Pero sería una aberración, retraso o decadencia psicológica y moral tremenda la posibilidad de pensar en seres humanos que sólo tengan números, v. gr. es el primero o cuarto de la familia y no se le nombre por el nombre propio. El nombre propio que vale lo humano hace el hábitat de lo humano. El nombre propio indica precisamente esto: la persona es éste. Y el término persona nombra indeterminadamente no una naturaleza en el plano de la esencia, sino a aquellos entes subsistentes que por tener esta naturaleza racional tienen dominio sobre sus actos y también vida personal propia. Todos aquellos que son dignos de ser nombrados por su propio nombre, éstos son personas.

Santo Tomás en la misma cuestión que he citado, ha dicho antes en el artículo 1: “De un modo más especial y más perfecto se halla lo particular y lo individual en las substancias racionales, las cuales [aquí las substancias racionales son las substancias primeras, las substancias subsistentes que tienen naturaleza racional] tienen dominio de sus actos y no sólo son impulsadas sino que obran por sí mismas”. Por el dominio de sus actos se entiende el dominio asumido conscientemente, que tiene por principio la conciencia y la razón, y que, por tanto, es lo que llamamos la libertad. El ente personal es un sujeto consciente, racional y libre. Hay un modo de hablar que santo Tomás emplea continuamente, que atraviesa toda su obra -especialmente la Segunda Parte de la Suma Teológica y todas las Cuestiones Disputadas y Quodlibetos, y partes de la Suma Contra Gentiles que se refieren al hombre y su vida moral-, un concepto que es el de vida humana: vida humana es la vida personal. Cada uno de los hombres tenemos nuestra vida en un sentido totalmente diverso en que tienen vida los animales o vegetales, que no sólo es el grado de vida racional, visto como grado de ser universalmente tenido. La vida personal es aquella serie sucesiva, asumida, recordada en el presente, la que fue en el pasado, expectada en el futuro, y que caracteriza el ente personal. Por esto santo Tomás utiliza la estructura del espíritu que analizó originariamente por primera vez san Agustín, y que para mí es lo más revelador, lo más descubridor y creativo de éste, lo más nuevo con respecto al pensamiento griego.

Esta estructura del espíritu es: memoria de sí, inteligencia y voluntad. Memoria de sí en san Agustín no es recuerdo de lo pasado. Es aquella autopresencia o mismidad que pertenece al ser del espíritu y hace que el espíritu por ser lo que es se posea, y por poseerse pueda tener el presente de las cosas pasadas, que es la reminiscencia, y el presente de las cosas futuras, que es la expectación. Y el presente de lo presente, que es la autoconciencia del ahora, fluyente y sucesivo. Esta dimensión del espíritu que en su singularidad de cada uno, de la memoria personal de cada hombre define la estructura psicológica, fundada en la estructura ontológica del ente personal, es aquella por la que el hombre tiene vida humana. Si nosotros supusiéramos que en nosotros como autoconscientes no puede estar presente ahora lo antes vivido no nos acordaríamos de quienes somos hijos, de nuestras vivencias de infancia y tampoco podríamos tener un proyecto de vida. Para que un hombre proyecte cualquier actividad tiene que tener lo que san Agustín llama el presente de las cosas futuras, la expectación, y tiene que tener en la unidad de sí mismo asumida la memoria de sí mismo, tiene que tener el presente de las cosas pasadas.

Por tanto, el hombre en cuanto ente personal se caracteriza precisamente por esta estructura: memoria de sí mismo, de la que emana el lenguaje interno en el que piensa las cosas, entiende y puede hablar de ellas a los otros hombres. Por esto, los hombres tienen vida personal, vida perfecta. Es una cosa muy cierta que si nosotros vemos un libro que dice la vida de los marsupiales, no esperamos encontrar ninguna biografía, sino una descripción del modo como este tipo de animales se refieren a un medio, a sus instintos; pero sí podemos encontrar muchos libros que dicen por ej. vida de san Agustín. Esta es la vida que sólo los hombres tienen, una vida personal, que tiene una unidad en la mismidad del espíritu. Es este ahora fluyente que describió san Agustín en las Confesiones y que está presupuesto en cada momento que habla de la conciencia humana, un ahora fluyente que, en su transcurrir según la temporalidad, se deshace a cada momento en el pasado, y cuyo futuro va llegando a ser presente. A través de este fluir temporal el hombre se sabe siendo él, recuerda lo que vivió, proyecta lo que quiere vivir. Sólo las personas tienen vida biográficamente descriptible, de la cual merezca la pena ocuparse. Y nadie puede decir que ha entrado en relación de amor, de comunión de vida con una persona si no ha deseado comprender por intimidad, por comunicación confidencial la vida de aquella persona que ama; si no le interesa la vida de la persona que quiere. No hay amor interpersonal sin un deseo, necesidad vital de comprender la vida de quien se ama. Sólo el ente personal, sólo los cognoscentes de naturaleza racional, conscientes cognoscitivos, capaces de lenguaje, de voluntad, dueños de sus actos, teniendo la iniciativa del curso de sus vidas, sólo éstos tienen vida personal. Todo esto está en santo Tomás muy bien expresado desde la experiencia común. Quien quisiese investigar bien todas las veces que santo Tomás habla de la vida personal del hombre y las cosas que dice de ella, encontraría un tesoro antropológico-moral y psicológico.

Vamos a dar una especie de definición del ente personal, que no es una definición del ente metafísico ciertamente. Y tampoco es una definición formal sino material, en lenguaje escolástico, pero que se refiere a algo que es esencial al ente personal, en cuanto que sólo el ente personal es así y que es así por ser persona, es decir, es digno de ser pensado con una dimensión y modo de ser de la persona absolutamente nuclear en nuestra reflexión, en nuestra experiencia vital. Podríamos decir que persona es el ente que es sujeto y término de amor y amistad. Sólo las criaturas racionales son capaces de ser amadas con amor de amistad porque la amistad se funda en una comunicación de vida. Un poner en común la vida de los que se aman. Sólo las criaturas racionales comunican en la vida humana según razón. Por eso, la amistad es del hombre en cuanto ente personal, fundando y realizando por sí misma y con mayor madurez una comunión de vida personal. Dos vidas, dos amigos, de tal manera en la amistad se unen que tienen una vida en común. Esto se ha dicho en muchos contextos, desde el contexto bíblico de la esposa y el esposo que son una sola carne, es decir, tienen una existencia humana, tienen una vida humana común, compartida, hasta la expresión del poeta que llamaba a su amigo “mitad de mi alma”, es decir, como si tuviéramos una misma alma. A la manera como se dice que los que se aman tienen un sólo corazón y una sola alma. El amor de amistad implica la posibilidad de esta comunicación de vida, de vida personal, no es la comunidad en la vida humana universalmente entendida; esto va de persona a persona, de vida personal singular asumida por cada uno en su conciencia irrepetible. Esto lo dice muchas veces Juan Pablo II, todo individuo humano es irrepetible, cada uno es él. Entrar en comunión de vida con este prójimo en su vida personal, esto es propiamente la amistad. Pero para verlo mejor tenemos que seguir ahora unos tecnicismos de santo Tomás de Aquino, fundados en los capítulos de la Ética a Nicómaco que tratan de esta cuestión. En latín santo Tomás habla de amor concupiscentiae, amor benevolentiae et amor amicitiae.

Amor de concupiscencia quiere decir amor por el que quien ama desea para él lo que desea. Concupiscentia es desear. Es el amor por el que uno quiere para sí cosas que le son deleitables o le perfeccionan en su misma vida personal. La palabra concupiscencia tiene en el lenguaje escolástico, tradicional, patrístico una resonancia bíblica que sugiere el desorden del hombre empecatado; no obstante, la concupiscencia de suyo quiere decir deseo de cosas para uno, y en sí esto no es desorden, sino una exigencia de un ente que por definición es finito y que está aspirando a perfecciones en todos los órdenes. Según santo Tomás se ama para uno con amor de concupiscencia la ciencia, la virtud moral, la visión de Dios en la vida eterna. Y en este amor se funda la virtud teologal de la esperanza. Todo lo que queremos para nosotros lo queremos con amor de deseo.

¿Por qué este nombre nos viene a significar inmediatamente el desorden, el egoísmo, no el deseo de bienes para uno, sino el no querer más que para mí y quererlo al margen de la perfección moral y quererlo anteponiendo el deleite al objeto, etc.? ¿Por qué? Porque si sólo tenemos amores de deseo y no nos trascendemos a la benevolencia y amistad, no estamos viviendo al modo que compete al ente personal. El ente personal es un ente al que le va el unirse en comunión con otros, de modo que sus amigos sean como otro yo. La benevolencia quiere para el otro lo que quiere para él y llegue a unificarse con los otros en una comunión de vida que es la amistad. Porque nadie conseguiría este objeto que sería el deseo natural de poseer a Dios, nadie se ordenaría a esto si sólo amase a Dios para sí y no se trascendiese a amar a Dios como bien en sí mismo y bien para los otros. No sería un pensamiento cristiano decir: “Dios me ha amado tanto, me ha dado la posibilidad de salvarme y voy a gozar eternamente”. Ésta no es la esperanza cristiana, porque ésta incluye la aceptación y el deseo de aceptar y recibir este don prometido por Cristo; si Dios nos ha amado hemos de amar nosotros como Cristo nos ha amado.

No es ilícito el amor de concupiscencia, el amor de deseo para sí, aunque éste sin el amor de caridad teologal y sin benevolencia con nuestro prójimo, sin el amor de amistad, sería algo que no nos perfeccionaría nunca éticamente y no seríamos felices. Quien sólo desea las cosas para sí nunca será feliz en la vida. Y muchos bienes de carácter honesto no los obtendrá nunca; el que quiera ser virtuoso no se hará a sí mismo virtuoso y el que quiera ser sabio no se hará a sí mismo sabio, si no pone amor en la cosa misma y busca la verdad. El amor de concupiscencia sólo es estéril, y encerrarse en él constituye la concupiscencia desordenada. Pero el término es el mismo porque el amor de deseo no desordenado es legítimo, es exigido, es algo que se ha de dar en el ente personal, que tiende por naturaleza a saber, dice Aristóteles. El ente personal está constitutivamente ordenado a ser feliz, ser perfecto. El anhelo de perfección y felicidad es un amor de concupiscencia, de deseo para sí. Ésta es una dimensión profundamente intrínseca al ente personal, y en la destinación de la voluntad como inclinación de naturaleza aspira a la felicidad y, por tanto, al conocimiento de la verdad, a la virtud moral, a la convivencia con el prójimo, a la sociabilidad, etc.

El amor de benevolencia es el amor por el que no sólo queremos lo bueno para nosotros sino para los otros. Y uno puede pensar: “en el amor de benevolencia ya tenemos el amor de amistad”. Santo Tomás dice que no. El amor de benevolencia, de uno a su prójimo, no es todavía el amor de amistad. ¿Por qué? Porque la amistad requiere mutua benevolencia. Correspondencia del amor y comunicación de la vida. Y uno podría querer el bien del otro y con el cual no concibiese entrar en comunión de vida, por ejemplo, porque el otro no le quisiese a él y no se abriese a la comunicación de la virtud.

La amistad es mutua redamatio et communicatio in operibus vitae (Cf. S. Th. I, q. 20, a. 2, ad 3), es decir, comunicación en las operaciones de la vida personal. Tienen que estar las dos vidas de los que se aman unificadas afectivamente y tendiendo a unificarse entitativamente en la proximidad y coloquio, la convivencia. El análisis del amor en santo Tomás es mucho más rico, yo sólo tomo ahora lo que me interesa para definir el ente personal como aquel que es capaz de amar con amor de amistad, o sea, capaz de llamar a otro o responder a la llamada de otro, a entrar en comunión de vida y corresponder al amor con amor. Esto es algo que define al ente personal, aunque no es su constitutivo metafísico, pero sólo las personas son así, de suyo capaces para esto. De tal manera que no realizar esto constituye una carencia de perfección moral, una carencia de maduración en lo que se debe ser por ser un ente personal. Se es un ente personal porque entitativamente se está llamado a esto, si no se alcanza a vivir así y a tener convivencia con otro no se ha ejercido en las obras aquello que es congruente, que es el modo de obrar que sigue al ser del ente personal.

¿Qué es persona? Es aquel ente que es capaz de amar y ser amado con amor de amistad, es decir, de comunicarse en las operaciones de la vida personal con otros seres personales. Que la benevolencia es insuficiente y la amistad exige mutua redamatio Santo Tomás lo tiene tan entrañablemente entendido desde el capítulo 13 de san Juan, que dice algo que resulta inaudito. En una cuestión de la II-II trata del orden de la caridad: Dios por sí mismo en primer lugar, y luego el prójimo en una ordenación de proximidades, pues tal es el fundamento natural, y la gracia no destruye la naturaleza, sino que la presupone; así pues, con el amor teologal de la caridad hay que amar a Dios, al prójimo por Dios y como Cristo nos ha amado, y por ello un casado tiene que amar a su mujer, un padre a sus hijos, etc. El amor es universal, pero no hagamos aquello que dice Max Scheler de los filántropos, que el amor a la humanidad sirve para no interesarse por nadie, pues lo abstracto no sirve para nada. Nosotros no somos positivistas como A. Comte, que dice que el hombre individual es una abstracción y que lo concreto es la Humanidad. Lo concreto en realidad son los entes personales. No es el amor cristiano amor a la Humanidad. Es amor a los hombres, de modo que nuestra capacidad de apertura y convivencia con ellos y disponibilidad de comunión de vida se realice en las concretas y naturales disposiciones de proximidad humana.

Y llega santo Tomás a un capítulo donde se pregunta si este orden de caridad permanecerá en la patria celeste. Y la pregunta que va a contestar de un modo muy sorprendente es esta: “La razón total de amor en la patria celeste será Dios, Dios será todo en todo. Por ello allí el bienaventurado amará más lo que sea más cercano a Dios porque amará por Dios, y por tanto, amará desde Dios y amará mejor a los santos más que a sí mismo, y a los extraños más unidos que a los prójimos”. La pregunta en esta cuestión se dirige a lo siguiente: según santo Tomás el hombre no sólo tiene una inclinación natural en la que se funda un precepto de ley de la naturaleza, sino que tiene también un deber elevado al orden sobrenatural y también imperado por la caridad. Que cada uno se ame a sí mismo, porque se nos manda amar al prójimo como a nosotros mismos. Y cada uno ha de amarse a sí mismo; por ejemplo, tiene que procurarse más que por nadie su propia salvación: tiene que cuidar sobre todo de la suya. Y esto es legítimo y obligatorio. Pero para que uno se ame a sí mismo no tiene que pensar que es la persona más santa del mundo o la más genial. Basta con una razón: que es él. Que la unidad de mismidad la tiene consigo mismo y no con otro. Él es dueño de sus actos, no de los actos del otro. La vida personal puesta en su dominio de libertad de albedrío es la suya; la de los otros, sólo por consejo, exhortación, ejemplo. La vida que realmente es vida de cada uno es la suya, y esta es la que tenemos que vivir. Por tanto, en intensidad subjetiva, nadie ama a nadie tanto como a sí mismo. Pero, en cambio a Dios en el amor de caridad hay que amarlo con todas las fuerzas, con toda la mente, pues el imperativo del amor de caridad es centrarse en Dios, por encima de sí mismo. Pero parece que en la bienaventuranza eterna el amor de sí mismo quede diluido en amor de la Iglesia celeste. Santo Tomás lo niega. El bienaventurado eternamente se amará a sí mismo, estará muy contento de estar feliz. Se gozará. ¿Por qué será así? Porque a la objeción que Dios será toda la razón de amar dice: “Para cada uno Dios será toda la razón de amar, por cuanto que Dios es todo el bien del hombre”. Y ahora viene una cosa que no la concede, sino que es una reducción al absurdo: “Si concediésemos, por imposible, que Dios no fuese el bien del hombre, no habría razón de amar a Dios”. Este es el punto más profundo, donde se ve la noción de amor de amistad. Sin comunicación de vida no hay amistad. Nosotros no podemos entrar en comunión de vida con Dios si Dios no comunica la vida. No tendríamos amor de amistad con Dios si Dios no comunicase la vida. La caridad teologal consiste en que se da y nosotros hemos podido aceptar el don de Dios (cf. S. Th. II-II, q. 26, a. 3, ad 3).

He querido hacer sentir hasta lo último el tremendo mensaje del amor de amistad. En el amor de amistad un amigo -en el caso de la caridad teologal, Dios- es para nosotros un bien y entra en comunión de vida con el otro y el otro le corresponde y se entrega a su vez, de modo que se convive en la misma vida. Entre personas humanas no basta la benevolencia. La amistad se realiza cuando un amigo puede decir del otro: es la mitad de mi alma. Cuando puede decir que vive la misma vida, cuando se han hecho uno en el afecto y desean compartir en el afecto la convivencia que le sea competente. Para santo Tomás es imposible el amor de amistad sin que de él surja el deseo de la comunicación de hecho. Por eso, unos amigos que no tuviesen ningún interés de no hablarse nunca, no sintieran necesidad de verse, no saber uno del otro... éstos no son amigos. La amistad, unión afectiva, es compatible con la separación espacial, pero exige buscar contactos, correspondencias, comunicaciones, noticias del otro y que el otro sepa de uno. El análisis de la amistad está en la tesis doctoral de Jaime Bofill publicada con el título La escala de los seres y el dinamismo de la perfección. Está analizado el amor de amistad para fundar la tesis de que es impensable la felicidad del ente personal sin el amor personal de amistad.

Ahora voy a subrayar dos cosas: primero, es de gran dignidad subsistir en la naturaleza racional. Persona es lo más dignísimo en toda la naturaleza. Persona no es nombre de naturaleza común, sino un nombre singular, un nombre propio indeterminado. Ahora bien, por tanto, es una universalidad no específica ni genérica, sino que menciona aquellos entes que son de tal estructura ontológica: espiritualidad, racionalidad, libertad de albedrío; un modo de ser, en definitiva, irreductible a cualquier otro nivel de identidad, que les da esta dignidad. Encontré dos textos de santo Tomás que tardé en aproximar y hace poco tiempo se me juntaron. “Todas las ciencias y artes se ordenan sólo a uno, a saber, a la perfección del hombre, que es su felicidad” (Poemio al Comentario de la Metafísica de Aristóteles). No hay que hacer ningún esfuerzo de interpretación del texto para ver que este “hombre” en genitivo, “la perfección del hombre, que es su felicidad”, la plenitud de vida de la persona, no es la perfección del género humano, la perfección de la Humanidad de Comte. Es la perfección del hombre, de los hombres que son personas, que quieren ser felices. A esto se ordenan únicamente todas las ciencias y todas las artes. Lo que se ordena está al servicio de aquello a lo que se ordena. La felicidad de los entes personales, la plenitud de bien de personas humanas es aquello a que tienden todas las ciencias y todas las artes humanas.

Estamos acostumbrados a la grandeza de las magnas creaciones del arte humano, cultural, político, etc. No vemos el mensaje que esto tiene y si lo vemos nos quedamos sobrecogidos. De modo que si supusiéramos que la más genial creación arquitectónica, pictórica, musical, no nos conduce de ninguna manera a la perfección especulativa, contemplativa, estética de los entes personales humanos, es decir, que no sirve a los hombres, entonces carecería de sentido. Nada que sea creación artística ni científica, lo que un idealista llamaría “todos los contenidos de un espíritu objetivo”, es un absoluto, siempre es algo referido a la felicidad de los hombres. Y no hablo meramente de la perfección del hombre que puede referirse al contexto de otro premio, a la felicidad intratemporal, sino a la felicidad absoluta y eterna. Hablando de la vida sobrenatural santo Tomás es un teólogo y si no se plantean las cosas desde la sacra doctrina no se entiende ni su metafísica. Él dice “¿qué es más perfecto? ¿el carisma, el don de profecía, la palabra de sabiduría?” -carisma de santo Tomás, Doctor de la Iglesia- o “¿la gracia que nos hace hijos de Dios?”. Él va a contestar que lo definitivamente perfecto, porque todo lo otro se ordena a esto, es la gracia santificante. Pero antes se formula una objeción muy bella, que tendería a demostrar que las gracias gratis datae o carismas son mucho más perfectos que la gracia santificante. La objeción consiste en lo siguiente: siempre en el universo hay menos seres racionales que brutos, y el hombre es más importante que los brutos; es más importante la vida sensible que la vida vegetal, pero hay más vegetales que animales; y los seres no vivientes son los menos importantes, pero hay muchísima más cantidad de seres inertes que vivientes. Por tanto, como en la Iglesia muchos que están en gracia de Dios, que se nos da cuando somos bautizados, mientras que hay pocos profetas, doctores, parece que es esto mucho más importante al haber poco que lo otro que hay en todas partes. Y esta objeción de que hay más brutos que hombres y que ser hombre es más perfecto, hay que entenderla en el sentido de que lo sensible se ordena a lo racional. Esta expresión tiene un doble sentido. En el hombre la sensibilidad se ordena al espíritu y en el universo todo lo que no es humano se ordena al hombre. Santo Tomás dice en la Suma Contra Gentiles que Dios no habría creado el universo sino en orden a la felicidad de los entes personales y que la Providencia Divina dirige las acciones singulares de los entes personales en sí mismos, porque mientras que en toda la naturaleza el individuo se ordena a la naturaleza específica, en lo personal todo se ordena a la persona. Y así es ordenado el mundo y así es creado el universo. Sólo la naturaleza intelectual es buscada por sí misma en el acto creador y en el gobierno Providente de Dios. Porque lo sensible se ordena a lo racional.

Es más perfecto lo racional, no porque haya menos hombres que animales, sino porque entitativamente la razón constituye al ente espiritual. Pertenece al ente espiritual y le da vida. Pero en la vida de la Iglesia es al revés: lo que es propio se ordena a lo que es común como a su fin. Este texto es coherente con otros: los estados de perfección son instrumentales; la perfección cristiana no es de consejo, sino de precepto; los consejos se ordenan a cumplir perfectamente el precepto; el cumplimiento perfecto del mandamiento del amor de Dios y al prójimo es la vida cristiana perfecta y los consejos a esto se ordenan; es más perfecto estar en gracia de Dios que poseer una potestad ministerial. Es más importante ser cristiano que Papa o ser santo Tomás de Aquino. Y lo único importante, como explicaba santa Teresa a sus religiosas, es amar a Dios y al prójimo, y si no les sirviese para esto la vida religiosa se habría estropeado el instrumento. Sólo es fin la gracia santificante, que conduce a la felicidad eterna de los hombres. Todo en lo natural, las ciencias y las artes, y en lo sobrenatural, todo lo que no es el amor a Dios y al prójimo se ordena a esto mismo. O sea lo que es propio se ordena lo que es común. Todo hombre por el hecho de ser hombre tiene una importancia tal, definitiva, digna del acto Creador y Providente de Dios; es aquello que decía san Pablo, pasa la fe y la esperanza, pero la caridad permanece. Pasa el genio artístico, el poder político, la creatividad económica, la tecnología, la riqueza. Lo que no pasa es el ente personal y su anhelo de felicidad, es más importante lo que tiene cualquier ente personal, es más digno, más excelso que lo otro, que es servicio de. Este pensamiento está muy entroncado con una buena metafísica del ente personal, con una buena teología de la santidad y, además, profundamente acorde con lo que nos da la experiencia cotidiana; no nos hemos de dejar llevar por los vestigios publicitarios y por las presiones de la mundanidad y la publicidad. No es más importante ser profesor universitario que ser hombre, porque si no fuese profesor universitario, servidor de la felicidad de los hombres, sería como campana que resuena. No hay nada importante que tenga tanta relevancia como cada hombre en su vida personal, tendiente a la felicidad. Lo personal es lo máximo, la gran dignidad del hombre es ser personal. Esto me parecen verdades de sentido común. Esto lo digo como un servicio. El mundo occidental vive de esta convicción de la máxima dignidad del ente personal por encima de los desarrollos culturales, económicos, creaciones artísticas, carismas, la dignidad de los obispos y Papas. Es la dignidad de ser hombres en el orden natural y de estar en gracia en el orden sobrenatural.

Esta máxima dignidad del ente personal no tiene hoy elementos especulativos para fundarla, antes los hay para negarla, al menos especulativamente. En el empirismo, en todo materialismo dogmático o dialéctico, naturalista o idealista, en el positivismo, en el marxismo. La ilusión de uno mismo es el título de un tratado de la naturaleza humana. Quien organizase un seminario puede hacer una antología de negaciones de la realidad del hombre como ente personal. Le costaría poco inaugurarla con el positivismo de Comte, para quien la Humanidad es lo concreto y el individuo humano es una abstracción. Podría fundamentarlo en la fenomenología del espíritu, en la teoría de la ciencia de Fichte, en el sistema de la identidad de Schelling, en el idealismo materialista de Schopenhauer. Y negaciones del libre albedrío hay todas las que quieran. Todas desde conceptos metafísicos, empíricos, reflexológicos. Sin embargo, todos vivimos pensando que los hombres son personas, aunque no seamos consecuentes con esto. Y también vivimos pensando que los hombres son responsables de sus actos. Se da la chistosa situación de que enteras políticas e ideologías se apoyan en filosofías que niegan el libre albedrío e inconsecuentemente podrían hablar en serio de la moral. Porque el propio Kant no sabía especulativamente dónde arraigar a la persona y el libre albedrío, pero al menos sí que lo proponía como postulado moral, pues si se toma en serio la conciencia moral hay que afirmar que el acto moral es libre. La idea del libre albedrío es una idea cristiana. En cada plataforma electoral o en cada discurso político se emplean muchísimas valoraciones morales. Todo el mundo predica y nadie podrá dar razón de la responsabilidad moral del hombre, porque nadie puede fundamentar al hombre como un ser racional y libre. Esto es lo que se patentiza en aquella verdad que dice que Dios ha hecho tonta la filosofía humana (cf. Rm 1, 20-25), la sabiduría del hombre se ha hecho necia, es una perogrullada que la Revelación nos dice. Y si lo viésemos con nuestro sentido común le daríamos la razón al Apóstol.

La filosofía humana es necia porque está haciendo sermones morales y nunca podrá explicar, pero sí negar la libertad de albedrío. Hablará del Derecho Romano y no sabrá por qué el hombre tiene derechos, porque si no se es persona no se tiene derecho alguno. Sistemas jurídicos fundados en un positivismo voluntarista, en un convencionalismo, en un golpe de Estado de la voluntad común, de tipo democrático o de poder totalitario, están siempre presuponiendo que están fundamentando derechos humanos. Menos mal que no hablan tanto de la dignidad de la persona humana, sino que hablan de derechos humanos. Así han pasado de este nombre de individuo subsistente de naturaleza racional al nombre común, donde no se sabe lo que quiere decir, porque por lo menos especulativamente procuran no saber lo que es el hombre. La filosofía moderna en su mayoría es de tendencia (y podemos exceptuar el existencialismo cristiano de G. Marcel y algunas otras) empirista, racionalista, panteísta, monista, y no sabe qué es el hombre o sabe que el hombre no existe o no es un ente personal. Si dijesen en la práctica, en la política, lo que dicen en el aula o los libros, no tendrían que prometer nada que fuese liberador o que procurase la felicidad a los hombres, porque no saben esto: que todas las artes y las ciencias se ordenan a una sola cosa, que es la felicidad de los hombres como seres personales. Yo ya he dicho todo lo que tenía que decir en contra de las filosofías que no están en la tradición de la filosofía cristiana, que va desde los Santos Padres, pasa por san Agustín y llega a los grandes escolásticos medievales. Es una razón muy profunda para confesar mi convencido tomismo. Santo Tomás de Aquino es el gran constructor especulativo de una doctrina sobre el hombre que justifica la dignidad personal.

El tema de la estructura metafísica de la persona a menudo se ha empobrecido en las polémicas. Hay un punto muy claro. La persona es aquel ente que en su individualidad de substancia primera subsiste de tal manera que es racional, dueña de sus actos y tiene la dignidad a la que es irreductible. Y toda otra dignidad habrá que buscarla de una u otra manera, como se quiera matizar la terminología o la interpretación, por el modo como posee el ser un ente espiritual, porque el ser es lo dignísisimo de todas las cosas y nada tiene perfección sino en cuanto participa del esse. El esse es la actualidad de todas las cosas, aun de las formas mismas (S. Th. I, q.4, a. 1, ad 3). Y las cosas que no viven es porque no son tan perfectamente como los vivientes (CG, 1, 28). Y las cosas que viviendo tienen conocimiento sensible, pero no tienen memoria sui, inteligentia, voluntas, y no son capaces de diálogo, de comunión de sociedad estrictamente humana, es porque no son tan plenamente como los seres racionales. Es el ser recibido en un compuesto constituido por una forma no inmersa en la materia, un alma espiritual que da racionalidad, autoconciencia y voluntad libre, lo que hace que el ente personal tienda hacia la máxima dignidad ontológica; es decir, hablando metafísicamente, tenemos el ser de un modo en que sólo los hombres lo tenemos. Teológicamente hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Sin esta metafísica de participación del ser de forma espiritual, que le da al ente la radical capacidad de autoconciencia y, por tanto, de apertura intencional y de libertad de albedrío, sin esta fundamentación creacionista, ejemplarista de la imagen de Dios, nadie explicará de nuevo al hombre occidental por qué los hombres son personas. Ya se ve lo importante que es destacar el carácter perennemente válido del patrimonio filosófico, como dice el Vaticano II (Cf. Optatam Totius 15). A este patrimonio perennemente válido pertenece la estructura del espíritu de san Agustín y la estructura del hombre como subsistente de naturaleza racional, dignísimo en toda la naturaleza.


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(*) Francisco Canals es Doctor en Teología, Filosofía y Derecho.
Catedrático emérito de Metafísica de la Universidad de Barcelona.
Miembro de la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás.
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