Reseña: La inteligencia emocional de Daniel Goleman
Por Francisca R. Quiroga
1.Propósito
y temática
Daniel Goleman ofrece en este libro la siguiente propuesta: la situación
actual de las investigaciones de la Neuropsicología permiten conocer algunas
de las causas de hechos actuales altamente preocupantes, como son el aumento
del egoísmo, de la violencia y de la miseria social de nuestra sociedad; y de
comprender como podemos ponerles remedio. Concretamente, nos permiten entender
mejor qué es la inteligencia emocional y cómo podemos educarla.
«Actualmente la educación emocional de nuestros hijos está dejada al azar,
con resultados cada vez más desastrosos. La solución está en un modo nuevo
de considerar lo que la escuela puede hacer para educar al individuo como
persona, es decir, poniendo juntas cabeza y corazón» (p. 18).
El Autor, psicólogo y periodista, dotado de una gran capacidad comunicativa,
conduce con habilidad a la comprensión de su propuesta: presenta hechos de
crónica significativos, los conecta con las propias experiencias, y los
explica a la luz de los datos de la investigación moderna y de la sabiduría
tradicional.
En la primera parte —capítulos 1 y 2— se estudian los procesos cerebrales
que están presentes cuando las personas son de tal modo dominadas por los
sentimientos, que queda sofocada su racionalidad. También se pone de
manifiesto cómo es posible dominar los impulsos, incluso los más
destructivos y frustrantes, especialmente si se orientan bien desde la
infancia. En la segunda —capítulos 3-8— explica en qué consiste esa
aptitud fundamental a la que llama «inteligencia emocional».
La tercera parte trata de mostrar que la inteligencia emotiva puede preservar
las relaciones personales más preciosas que en su ausencia se deterioran
(capítulo 9, dedicado a las emociones en el trato entre los esposos); que de
ella depende en buena parte el éxito profesional (cap. 10); la mejor
comprensión de la vida emotiva tendrá repercusiones muy positivas para el
cuidado de la salud (cap. 11).
La cuarta y quinta contienen indicaciones educativas concretas, para la
familia y para la escuela. En ellas se sostiene que la persona no está
determinada por el temperamento: su modo de ser, en ese aspecto tan central
como es la conducta emotiva, puede ser modificado por la educación (cap.
12-16).
2. Afirmaciones relevantes desde el punto de vista antropológico
El Autor, con notable capacidad de síntesis, recoge y ordena numerosas
investigaciones relativas a las relaciones entre conocimiento, afectividad y
conducta. De ellas emergen algunas conclusiones que ofrecen a la antropología
algunos elementos significativos[1].
—Concepto de emoción: «Utilizo el término emoción para referirme a un
sentimiento y sus pensamientos característicos, a las condiciones
psicológicas y biológicas que lo caracterizan, así como a una serie de
inclinaciones a la actuación» (Apéndice A, p. 331).
—Todas las emociones son esencialmente impulsos a la acción; cada una de
ellas inclina a un cierto tipo de conducta (cfr. c. 1, pp. 24-26; c. 6, p.
106). En los animales y en los niños pequeños hay una total continuidad
entre sentimiento y acción; en los adultos se da una separación: la acción
no sigue inevitablemente al sentimiento (cfr. c. 5).
—Cada emoción tiene su valor y su significado (cfr. c. 5, pp. 78 y 93);
incluso las que pudieran parecer negativas, como es el sufrimiento (cfr. p.
79), o la cólera (cfr. c. 11, p. 206). Pero para que cada una cumpla su
función ha de ser apropiada (cfr. p. 78). Por eso, aunque todos los
sentimientos en sí sean positivos algunos conducen a acciones que son buenas
y otras que no lo son (cfr. c. 16, p. 321).
—Las emociones facilitan las decisiones (cfr. c. 4) y guían nuestra
conducta, pero al mismo tiempo necesitan ser guiadas (cfr. c. 1, pp. 22-24).
—Existen dos tipos de conocimiento —mente racional y mente emocional—,
conectados entre sí. La mente racional domina en la coherencia y en la
reflexión. La mente emocional está presente cuando se sabe que algo es
verdad aunque no medien razones. En la mayor parte de las veces las dos mentes
actúan armónicamente; pero puede suceder que la emocional arrolle a la
racional (cfr. c. 2).
—No existe una contraposición esencial entre conocimiento y sentimiento. Es
más, las emociones contiene aspectos cognoscitivos (cfr. Apéndice B, pp.
334-337). Las emociones pueden obstaculizar o potenciar las capacidades
cognoscitivas: pensar, hacer proyectos, resolver problemas, perseverar en la
búsqueda de objetivos a largo plazo (cfr. c. 6, p. 104).
—Los mecanismos de las emociones, incluso aquellas más radicadas en la
esfera biológica, pueden ser conducidos al bien o al mal. El temperamento es
modificable por la experiencia (cf. c. 14). Ser conscientes de las propias
emociones es el primer paso para no dejarse arrastrar por ellas (cfr. c. 4).
3. La propuesta pedagógica
El libro presenta una propuesta pedagógica: en la formación de los niños
hay que tener presente la educación de las emociones. Concretamente, hay que
enseñar a identificar las propias emociones, base imprescindible para hacerse
cargo de las de los demás; hay que enseñar a valorar si son apropiadas o no;
y finalmente es preciso enseñar a ser dueños de la propia conducta: ser
capaces de dominar la fuerza de las emociones introduciendo en ellas la
dinámica de la razón.
Las bases antropológicas en que se basa la propuesta son claras; también
está ampliamente explicados sus fundamentos biológicos. En cambio, sus
principios éticos, si bien están presentes, pocas veces aparecen expuestos.
Las afirmaciones de tipo ético son escasas[2]; sin embargo, el sentido ético
de la vida humana está implícito en todo el libro. Se considera que hay
conductas, situaciones, formas de vida que deben evitarse, mientras que hay
otras que hemos de facilitar que se cumplan. Así, el matrimonio es visto como
un bien y su rotura como un fracaso; la violencia es considerada como un medio
inadecuado de resolver los conflictos; la atención y el cuidado de los otros
es una disposición que conviene fomentar. A lo largo de todo el libro se
advierte una valoración positiva del amor, la comprensión, la atención a
los demás; y un rechazo del egoísmo.
Se supone que el hombre es libre y que por eso su actuación puede ser buena o
mala. Falta sin embargo, una referencia explícita a los criterios éticos
para la valoración de la conducta, de modo que la persona pueda saber cuales
son los modos de ser y de actuar que corresponden a su perfección como
persona y cuales la rebajan, la deprimen, la frustran. Estos referentes
fundamentales, que son las virtudes, de algún modo están presentes, pero no
de manera clara.
El horizonte ético que se presenta —al menos de manera explícita— parece
que se reduce al éxito social, a la propia satisfacción y al bienestar.
Resulta significativo, en este sentido, lo que se dice referente a la
templanza (c. 5, p. 78); también lo que se afirma sobre la esperanza y el
optimismo: se valoran positivamente porque facilitan el éxito en las
actividades que se emprenden (c. 6, pp. 112-116).
4. Concepción del hombre que trasmite
El libro permite dos lecturas. Quien está convencido que el hombre es un
elemento más del mundo material, el producto más refinado de la evolución
de la materia en el planeta tierra, puede leer este libro sin que nada le
parezca contrario a esta visión. Es más, se la puede reafirmar, en cuanto
que entenderá —aunque no aparezca esta formulación— que los procesos
neurológicos son la causa de nuestra conducta, y la evolución del cerebro la
explicación de los problemas emocionales y la clave de su solución.
Quien sabe que el hombre, siendo corpóreo no es una parte más del cosmos,
porque su ser tiene una consistencia entitativa superior —es espiritual—,
también puede acoger los planteamientos de este libro. Es más, le pueden
reafirmar en su convicción de que todo el organismo humano, concretamente su
cerebro, es el adecuado a un ser que es corpóreo y que es libre, que tiene en
su poder la realización o la frustración del sentido de su vida.
La forma de expresarse del Autor suele ser coherente con un planteamiento
antropológico afirmativo del espíritu; aunque no faltan momentos en que los
modos de decir presentan un cierto sabor materialista; por ejemplo, en la
presentación de los capítulos que se hace en la Introducción (cfr. pp.
17-18), y en el apartado del c. 1 dedicado a la evolución del cerebro (pp.
28-31). Sin embargo la visión de la vida humana y de la educación que se
desprenden de todo el libro suponen que se está concibiendo a la persona como
un ser libre, con sentido del bien y del mal, por tanto con una componente
espiritual.
Las referencias a la evolución como clave explicativa son frecuentes. Así
sucede en un punto que es central para la temática que se desarrolla: la
explicación de por qué hay conductas que escapan al control racional (cfr.
cc. 1 y 2). Pero no se hace mención del sentido de ese proceso evolutivo que
terminaría en el hombre.
Es verdad que la dinámica de la conducta en la que el sujeto es arrastrado
por sus emociones, implica la activación de las zonas del cerebro que se
suponen más antiguas, las que tenemos en común con animales más primitivos
(se supone menos evolucionados). También lo es que, en el curso normal de la
conducta —cuando la actuación se desarrolla de modo razonable—, hay una
activación de la neocorteza, que implica que hay una componente de
pensamiento en nuestra conducta. Pero esto no quiere decir que el hombre sea
lo que es porque posee un cerebro más evolucionado; sino que tiene el cerebro
adecuado a quien tiene una vida superior, sea cual sea el proceso
ontogenético por el que ha llegado a su configuración biológica.
5. Valoración final
El libro tiene el mérito de mostrar de una manera objetiva y sugerente el
papel de la afectividad en la realización de la vida; su carácter
eminentemente positivo y, a la vez, el peligro que supone cuando no cumple la
función que le es propia. Deja también patente que es posible encauzarla
debidamente, y que enseñar a hacerlo así es una responsabilidad de padres y
educadores respecto a las generaciones jóvenes.
La visión de la vida que trasmite es positiva en aspectos importantes, como
es, por ejemplo el aprecio por la familia, la valoración de la entrega a los
demás. Sin embargo, presenta un deficit de contenidos y de horizonte ético,
que son una carencia importante en una propuesta que se presenta con una
pretensión de globalidad. Para educar emocionalmente no basta saber como
funciona el cerebro ni cual es la estructura y la dinámica de las emociones.
Es preciso distinguir entre virtudes y vicios; proponerse el ejercicio
constante de las primeras y también la vigilancia continua para evitar que se
formen los segundos; hace falta, en última instancia conocer el sentido y el
fin de la vida.
Francisca R. Quiroga
[1]
Estas tesis no están formuladas de modo sistemático, sino presentes de
diferentes modos a lo largo de todo el libro. Las referencias que se incluyen
después de cada una no pretenden ser exhaustivas, sino sólo remitir a
páginas o capítulos en que aparecen de modo más claro.
[2] Se encuentran algunas en la Introducción (cfr.pp. 15-16) y en el
capítulo 7 (cfr. pp. 132-133).
Gentileza
de http://www.arvo.net/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL