Sólo nosotras podemos

Por Dolores Voltas

 

Los resultados de la encuesta de fecundidad efectuada recientemente por el Instituto Nacional de Estadística sobre datos de 1998, pueden resumirse en este titular: 1,07 hijos por mujer fértil en España, la tasa de natalidad más baja del mundo. Creo que lo fundamental de esta noticia no es tanto la cifra en sí, sino los comentarios que está suscitando. Se habla de factores, de métodos, de deseos, de realidades, de circunstancias objetivas y subjetivas, del trabajo de la mujer... Se dice también que el futuro está en los inmigrantes.

Hace poco más de un mes celebramos el 51º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En lo que respecta a la situación de la mujer, la Asamblea de la ONU aprobó el año 1967 una declaración específica, con el título “Eliminación de la discriminación contra la mujer”, donde, además de señalar la preocupación “porque a pesar de los progresos realizados en materia de igualdad de derechos continúa existiendo considerable discriminación en contra de la mujer (...) incompatible con la dignidad humana y el bienestar de la familia y la sociedad”, se insiste en la especial función de la mujer “en la familia y sobre todo en la educación de los hijos”. En 1979, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer subraya “el gran aporte de la mujer al bienestar de la familia y al desarrollo de la sociedad, hasta ahora no plenamente reconocido, la importancia social de la maternidad y la función tanto del padre como de la madre (...)”, alentando a los Estados a suministrar “servicios sociales de apoyo necesario para permitir que los padres combinen las obligaciones para con la familia, con las responsabilidades del trabajo”. Y en 1974, la Declaración sobre la protección de la mujer y el niño en estados de emergencia o de conflicto armado recuerda a los Estados sus obligaciones respecto al derecho internacional en este terreno.

Sin embargo, las leyes internas de muchos países continúan manteniendo trabas a estos principios. Hoy en día aún existen abusos –en especial los que se cometen en forma de violencia sexual– y obstáculos que impiden a las mujeres su plena inserción en la vida social, económica, política, de los que uno importantísimo es la discriminación por causa de la maternidad.

En este escenario, es de agradecer la aparición en España de la ley para promover la conciliación de la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras, que las Cortes Generales aprobaron el pasado 5 de noviembre, y al día siguiente publicó el BOE sancionada por el Rey. Sigue la línea de las Declaraciones de la ONU a las que he hecho referencia y del documento aprobado en la IVª Conferencia Mundial sobre las mujeres, que se celebró en Pekín en septiembre de 1995, y a la que asistimos representantes de diversas ONGs. En esta ley se introducen cambios legislativos en el ámbito laboral para que las trabajadoras y los trabajadores puedan participar en la vida familiar. Quisiera destacar que esta ley facilita a los hombres el acceso al cuidado de los hijos desde el momento de su nacimiento o de su incorporación a la familia, al conceder a la mujer la opción de que sea el padre el que disponga de hasta un máximo de diez semanas de las dieciséis correspondientes al permiso por maternidad. Incluso puede disfrutarlo simultáneamente con la madre. Se contemplan también una serie de permisos relacionados con la maternidad, con la finalidad de proteger la salud de la mujer trabajadora embarazada, con las correspondientes reducciones en las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social.

Para remontar la tasa de fecundidad sigue haciendo falta el empuje de los grupos sociales. Sólo en la vida concreta y cotidiana podemos percibir las verdaderas dificultades y los obstáculos reales que exigen soluciones legales o de otro tipo. La mujer parece, a veces, no tener lugar en las estructuras que la sociedad ha creado. ¿Por qué las mujeres hemos de pedir disculpas constantemente en el mundo laboral por el hecho de ser madres o por la simple posibilidad de serlo algún día? La sociedad no nos hace ningún favor cuando cumple con los compromisos de baja por maternidad o ayudas familiares sociales y económicas. Más bien el favor lo hacemos nosotras a la sociedad, pues es sólo en nuestras entrañas donde la vida humana puede ser acogida y se la permite crecer y madurar armónicamente. Y es también en nuestros brazos donde el hijo recibe el primer alimento.

¿Por qué debemos negarnos el placer de amar a nuestros hijos? ¿Por qué hay que aceptar la imposición externa de que la mujer que se dedica a ser madre no puede apostar por un presente y un futuro profesional de acuerdo con su preparación?

Creo que nuestra mejor aportación a la sociedad es precisamente esa dualidad: ser madre ayuda a comprender mejor a la persona –cómo es, qué necesidades tiene, a qué aspira–, y eso es lo que permite ser también mejor profesional, estar más cerca del latido de la sociedad, porque la sociedad –recordémoslo– es un conjunto de personas, que han sido hijas e hijos de mujeres. Sólo nosotras podemos.


Dolors Voltas

Médico.

Secretaria General de la Federación Española de Asociaciones Pro Vida

Barcelona, 13 de enero de 2000

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