Para construir en común. (Hombre y mujer)

UN NUEVO LIBRO DE JUTTA BURGGRAF

Francisca R. Quiroga

 

 

Es evidente que, en cualquier época histórica, el mundo ha salido adelante gracias a la acción conjunta de hombres y mujeres. Pero también es verdad que el protagonismo correspondió durante siglos a los varones, y que muchas actividades humanas estaban vedadas a las mujeres. Hoy no. La vida, en todos los ámbitos está abierta a todos. Y este nuevo marco cambia también la situación de ellas y ellos frente a la vida en común. Así lo muestra Jutta Burggraf en su obra Mujer y hombre frente a los nuevos desafíos de la vida en común (EUNSA, Pamplona 1999).

La mujer ayer y hoy

Para entender la aparición del fenómeno feminista, hay que partir de la historia precedente. Una manera de hacerla es tomar como clave explicativa las humillaciones sufridas por la mujer. El material es abundante. La autora nos presenta algunas muestras, tomadas de la cultura alemana, muy significativas. Pero no se puede caer en una interpretación unilateral; porque es verdad también que la mujer ha sido honrada. En todo caso, interesa entender por qué las mujeres, en muchas épocas y en distintas culturas, han tenido que sufrir precisamente a causa de su condición femenina.

Se traza a continuación una breve historia del feminismo, resumiendo con originalidad y acierto, sus etapas y personajes más significativos. El feminismo igualitario de la primera mitad del siglo XX se alimenta en buena medida de los planteamientos de Simone de Beauvoir, que desembocan en el feminismo radical de los años setenta, propugnador de la supresión de las diferencias hombre-mujer, en pro del modelo masculino. Alice Schwarzer sería un exponente representativo.

Aparece más tarde —estamos en los años ochenta— el feminismo que acoge y subraya la diferencia. Se redescubre la maternidad. Entre las figuras de la nueva tendencia se destaca Barbara Sichtermann, que en 1987 escribía: «La posición del hombre en la sociedad sólo puede ser modelo para el sexo femenino hasta ciertos límites, primero porque el mundo masculino, tal y como funciona o no funciona, deja deseos sin realizar, y segundo, porque las mujeres emancipadas y equiparadas al hombre no son ni quieren ser cuasi-hombres».

Si el nuevo feminismo exalta la diferencia, hay que preguntarse seriamente en que consiste, partiendo de la base de que la distinción entre hombre y mujer no indica una relación de superioridad-inferioridad en ninguna dirección. Se pueden señalar algunas; pero de todas ellas destaca una, quizá porque es su raíz: sólo la mujer puede ser madre.

No hay que dar sin embargo demasiado peso a lo que es característico del hombre o de la mujer, porque la diferencia no resultaría nunca bien situada si no se viera en el contexto de las preguntas fundamentales que conciernen tanto al hombre como la mujer: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el hombre? ¿De dónde vengo y adónde voy? ¿Cuál es el sentido de mi existencia? ¿Para qué y por qué vivo?

El amor matrimonial: un desafío

Los párrafos iniciales presentan una imagen del matrimonio chata y muy cercana: la hemos visto en innumerables parejas, reales y filmadas. La autora la comprende tan bien, que se podría pensar que la comparte; y puesto que no se trata de matrimonios rotos, sino de los que serían cristianos. Pero no es así: el ideal cristiano supera inmensamente esta visión tan pobre.

¿Se ha caído —o se ha subido — al plano de un idealismo místico-religioso? Las páginas siguientes demuestran una visión realista de la vida matrimonial; sus alegrías y sus dificultades, sus logros y sus fracasos. Jutta Burggraf no desconoce los problemas, pero no se deja atrapar por ellos, sino que ve y hace ver los recursos para superarlos. No da recetas, porque parte de la base de que para conseguir un matrimonio feliz, cuenta más lo que se es que lo que se hace. «En el matrimonio, el hombre y la mujer llegan a formar una unión existencial, de la que crece la necesidad de conservar la propia interioridad, de combatir el propio egoísmo, el despotismo y la desidia de corazón, para que el mal no trascienda al otro y lo contagie o contamine. Si existe disposición personal para mejorar uno mismo, generalmente, mejora la vida conyugal» (p. 54).

El enamoramiento es valorado, pero no se reduce a él el amor ni se lo considera una fase inexcusable. Lo que importa es poder afirmar con verdad Te_quiero_por_ser_el_que_eres (p. 57). En el apartado que se titula "El conocimiento del otro" se hace un análisis que pone de manifiesto cómo el amor no es ciego, sino que lleva a un conocimiento particularmente lúcido de la persona querida, iluminante incluso para ella misma.

Pertenecerse mutuamente; experimentar la seguridad que procede de compartir la vida con quien sabemos que nos conoce hasta al fondo y nos quiere tal como somos, de modo que no hay necesidad de aparentar ni de esforzarse por conservar su estima; saberse lo más importante para el otro: serían algunos de los ingredientes del verdadero amor conyugal.

"Dar y recibir" son esenciales al amor, por eso se pueden extender a una situaciones humanas diversas; pero por eso mismo pertenecen también al matrimonio. La donación no implica vaciarse de uno mismo: requiere y otorga riqueza interior e independencia. dependo de alguien por incapacidad de ser independiente, esa persona puede ser mi salvavidas, mi punto de apoyo, mi orgullo y mi hogar, pero ¡nuestra relación jamás podrá llamarse amor! (p. 64).

Es indudable que todo matrimonio ha de pasar por crisis. Lo que importa es entender su sentido; no rehuirlas ni tampoco ignorarlas, sino afrontarlas. «La realización mutua de nuestros sueños no es ningún elemento básico del matrimonio, sí, en cambio, la valentía de aceptar siempre de nuevo a una persona que con el paso del tiempo va actuando de una forma diferente a mis ideales. No es el matrimonio lo que debemos romper, especialmente cuando se nos presenta una crisis, sino nuestro sueños e ilusiones irreales» (p. 67).

El capítulo estás divido en varios apartados. Sus títulos, aunque son significativos, no llegan a expresar lo más valioso de su contenido. La autora vuelve del revés el refrán: nos da liebre_por_gato; porque leyéndolos no se adivina lo que realmente nos presentan: una visión del matrimonio cristiano: profunda, nueva y eterna, cercana y práctica (cfr. pp. 69-72).

La familia: atracción y exigencia

Parece que hoy encontramos más dificultades que en otras épocas para la buena marcha de la familia. La primera puede ser que el origen de la unión entre marido y mujer suele ser subjetivo: el enamoramiento; buen principio, pero que se puede revelar insuficiente cuando faltan por completo los motivos objetivos. Segunda: marido y mujer pasan muchas horas separados, fuera de casa; comparten gran parte de su vida con otros y otras distintos del propio marido o mujer, al que ven poco y no en el mejor momento: cuando llegan a casa agotados de cansancio. Tercera: la vida dura mucho más que antes, por lo cual también son mucho más largos los años de convivencia. Finalmente la imagen del matrimonio que dan algunas parejas, deja ver mucha mentira y egoísmo, disfrazados de formas jurídicas e institucionales honorables.

Para que marido y mujer sean felices hace falta que se quieran tal como son, con sus defectos, no con un cariño ideal que exige la perfección en el otro; que gocen cada uno de una justa autonomía; que sepan superar, perdonando, los momentos de crisis; que compartan experiencias positivas, relajantes; que sepan reír juntos.

Para que un matrimonio tenga éxito es preciso que no se cierre sobre sí mismo; ni siquiera uno sobre el otro, sino que esté abierto al amor y a la amistad; que esté abierto a los hijos. El amor incondicionado a otro requiere la experiencia de haber sido querido así: esto es el don más grande que los padres pueden hacer a sus hijos.

El matrimonio se convierte en familia cuando está abierto a otros, principalmente a los hijos. El matrimonio se degrada cuando se convierte en medio: para el placer o para la descendencia; se vive plenamente cuando es amor que se desborda en otras vidas. Hacerlas crecer exige dedicación: de atención, de cariño, de tiempo.

Es verdad que los hijos dan preocupaciones, pero lo es todavía más que son una fuente de felicidad inigualable. Ocuparse de ellos —y también de cuidar el espacio vital de la familia, de modo que sea un lugar a donde da gusto volver— es una tarea incomparable a cualquier otra.

Dejando sentado que el trabajo fuera de su casa será adecuado para muchas mujeres, se consideran los aspectos positivos del que se realiza en el propio hogar. En primer lugar porque es un cauce asequible para la tarea primordial de atender a los hijos; cosa que viene muy facilitada si no se tiene en la cabeza nada más importante que ellos. Después porque es un trabajo que facilita la libertad y la autonomía; también porque permite ejercitar numerosas habilidades en beneficio de crear un ambiente material en que reine el orden y la armonía. Como todo trabajo, tiene también sus riesgos: cerrarse en un pequeño horizonte, desinteresarse de lo que no sean problemas domésticos, convertirse en esclava de unos rendimientos concretos. Pero no es ni el trabajo fuera ni la dedicación a la familia lo que harán feliz, por sí mismos, a una mujer. Dependerá de cómo sea, de cómo los viva.

Paternidad y maternidad no son sólo roles sociales; pero también lo son; y en cada nuevo marco histórico hay que desarrollar las habilidades requeridas para desempeñarlos bien. Además son correlativos: no se da un cambio en uno que no implique una modificación en el otro. Por eso la imagen del padre está cambiando. No se trata sólo de que ayuden más en los trabajos de la casa, sino de que la nueva situación requiere profundizar en aspectos centrales de su misión: asumir sus responsabilidades como padres, no sacrificar los hijos a la carrera; en definitiva, aprender a tener respecto a la familia, una disposición de servicio libre y gustoso, que impulse a crecer, que dé a todos autonomía.


Francisca R. Quiroga

1-XII-99

Gentileza de http://www.arvo.net/
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