La metafísica de Parménides

 

Por Manuel García Morente

Del libro "Lecciones Preliminares de Filosofía"

Nº 164 (Págs. 59-68).

Ed. Porrúa, México 1985.

Índice:

· Introducción.
· Polémica contra Heráclito.
· El ser y sus cualidades.
· Teoría de los dos mundos.
· La filosofía de Zenón de Elea.
· Importancia de la filosofía de Parménides.



· Introducción.

Estamos metidos de lleno en el problema de la metafísica. En la lección anterior nos hemos planteado ese problema. Nos hemos preguntado: ¿quién existe? De todas cuantas cosas se ofrecen con la pretensión de ser lo que existe, lo que verdaderamente existe, ¿cuál de ellas es la legítimamente llamada a recibir el nombre de ser en sí? Múltiples cosas me parecen existir. Pero pronto advierto que muchas de ellas tienen una existencia derivada. Existen porque se componen de otras, o porque resultan de otras. Los componentes, los antecedentes, son, pues, anteriores, previos; son los supuestos, los fundamentos.

Por consiguiente, para contestar a la pregunta de ¿quién existe?, ¿qué es lo que existe?, debo dejar a un lado esas existencias derivadas, aparentes, secundarias, para buscar qué cosa sea la que existe en sí y por sí misma.

Queda así planteado el problema de la metafísica; y nosotros entramos por la selva de las soluciones que ese problema ha recibido en la historia del pensamiento humano.

El pensamiento filosófico, decíamos, se inicia como tal pensamiento filosófico, metódico, en Grecia. Seis siglos antes de Jesucristo, unos hombres cene habitaban las islas de la Jonia, las costas del sur de Italia y el continente griego, comienzan a reflexionar sobre ese problema: ¿cuál es el auténtico y verdadero ser?; ¿cuál el principio de todas las cosas?; ¿cuál aquella cosa que explica la existencia de las demás, pero cuya existencia y realidad es ella misma inexplicable, por ser primaria y fundamental? A estas preguntas, esos primeros filósofos griegos dan diversas contestaciones, torpes, ingenuas, pueriles. No tienen (¡cómo habían de tener!) forjadas todavía las armas del, pensamiento metódico. Sus contestaciones son, pues, inocentes. El uno decía: todas las cosas proceden de lo líquido, del agua; otro decía: todas las cosas proceden del aire; el otro decía: todas las cosas proceden de una masa material, informe e infinita.

Empieza a complicarse un poco el problema en su solución, cuando a uno de ellos, Pitágoras, se le ocurre pensar que la cosa primera y el origen de las demás no es una cosa que se vea con los ojos y se toque con las manos; no es una cosa que se perciba por medio de los sentidos, sino que son los números, un objeto ideal, algo que no tiene una realidad sensible. Pitágoras asienta ya una respuesta algo más complicada más envuelta, más difícil para el vulgo, que consiste en atribuir el verdadero ser a las proporciones numéricas, a los números.

La cosa se complica todavía más con la aparición del filósofo Heráclito de Efeso; el cual, por vez primera no se contenta con dar una solución al problema metafísico, sino que tiende la mirada sobre las soluciones que los anteriores le han dado. Por vez primera, Heráclito adopta una doble postura, que a partir de él. va a ser paradigmática, ejemplar, para todos los filósofos; una postura que consiste en criticar las soluciones de sus predecesores, al mismo tiempo que en buscar una solución propia.

Heráclito, paseando la mirada sobre las soluciones que al problema metafísico dieron sus antecesores en la filosofía, encuentra que todas y ninguna son verdaderas. Porque el ser auténtico, el ser en sí, es todo cuanto cae bajo nuestra percepción en cualquier momento. Porque el ser en sí es, según Heráclito, sucesivamente, en una continuidad de fluencia, en un continuo cambio (no discontinuo sino continuo, en el pleno sentido de la palabra "continuo") es sucesivamente eso: aire, fuego, agua; lo duro, lo blando; lo alto, lo bajo. Todas las cosas, tal como se nos ofrecen a la contemplación sensible, son el verdadero ser y están dejando de ser, para volver a ser, para devenir. "El devenir, el cambio, el fluir, el modificarse continuamente de las cosas es, para Heráclito, la realidad fundamental.

Aquí habíamos dejado en la lección anterior nuestra explicación. Y como esos heraldos que en los dramas de Shakespeare tocan trompetas en la escena para anunciar la llegada de un gran personaje, de un príncipe, de un rey o de un emperador, yo les anunciaba a ustedes con gran trompetería, la llegada de un príncipe, de un emperador de la filosofía, que se acerca ahora a pasos acompasados y que se llama Parménides.

Parménides de Elea introduce la mayor revolución que se conoce en la historia del pensamiento humano, Parménides de Elea lleva a cabo la hazaña más grande que el pensamiento occidental, europeo, ha cumplido desde hace veinticinco siglos; tanto, que seguimos viviendo hoy en los mismos carriles y cauces filosóficos que fueron abiertos por Parménides de Élea, y por donde éste empujó, con un empujón gigantesco, el pensamiento filosófico humano.

Elea es una pequeña ciudad del sur de Italia, que dio su nombre a la escuela de filósofos influenciados por Parménides, que en las historias de la filosofía se llama "escuela eleática", porque todos ellos fueron de esa misma ciudad de Elea.


· Polémica contra Heráclito.

La filosofía de Parménides no se puede entender bien, si no se pone en relación polémica con la filosofía de Heráclito. Los manuales de historia de la filosofía, que están al alcance de ustedes, no entienden por lo general la filosofía de Parménides, porque la desligan, porque no perciben la relación entre ella y la filosofía de Heráclito. El pensamiento de Parménides madura, crece, se multiplica en vigor y en esplendor, conforme va acometiendo la crítica de Heráclito. Se desarrolla en la polémica contra Heráclito. ,

Parménides se enfrenta con la solución que Heráclito da al problema metafísico. Analiza esta solución y encuentra que, según Heráclito, resulta que una cosa es y no es al mismo tiempo, puesto que el ser consiste en estar siendo, en fluir, en devenir. Parménides, analizando la idea misma de devenir, de fluir, de cambiar, encuentra en esa idea el elemento de que el ser deja de ser lo que es, para entrar a ser otra cosa; y al mismo tiempo que entra a ser otra cosa, deja de ser lo que es, para entrar a ser otra cosa. Encuentra, pues, que dentro de la idea del devenir hay una contradicción lógica; hay esta contradicción: que el ser no es; que el que es, no es; puesto que lo que es en este momento, ya no es en este momento, sino que pasa a ser otra cosa. Cualquier vista que tomemos sobre la realidad, nos pone frente a una contradicción lógica; nos pone frente a un ser que se caracteriza por no ser. Y dice Parménides: esto es absurdo; la filosofía de Heráclito es absurda, es ininteligible, no hay quien la entienda. Porque, ¿cómo puede nadie entender que lo que es no sea, y lo que no es sea? ¡No puede ser! ¡Esto es imposible! Tenemos, pues, que oponer a las contradicciones, a los absurdos, a las ininteligibilidades de la filosofía de Heráclito, un principio de razón, un principio de pensamiento, que no pueda fallar nunca. ¿Cuál será ese principio? Este: El ser, es; el no ser, no es. Y todo lo que sea salirse de eso es descabellado, es lanzarse, precipitarse en la sima del error. ¿Cómo puede decirse, como dice Heráclito, que las cosas son y no son? Porque la idea del devenir implica necesariamente, como su propio nervio interior, el que lo que ahora es, ya no es, puesto que todo momento que. tomamos en el transcurso del ser, según Heráclito, es un tránsito hacia el no ser, de lo que antes era, y esto es incomprensible, esto es ininteligible. Las cosas tienen un ser, y ese ser, es. Y si no tienen ser, el no ser no es.

Si Parménides se hubiese contentado con hacer la crítica de Heráclito, hubiese hecho ya una obra de importancia filosófica considerable. Pero no se contenta con ello, sino que añade a la crítica de Heráclito una construcción metafísica propia. Y ¿cómo lleva a cabo esa construcción metafísica propia? Pues la lleva a cabo partiendo de ese principio de razón que él acaba de descubrir. Parménides acaba de descubrir el principio lógico del pensamiento, que formula en estos términos categóricos y estrictos: El ser, es; el no ser, no es. Y todo lo que sea apartarse de eso es correr hacia el error.


· El ser y sus cualidades.

Este principio que descubre Parménides y que los lógicos actuales llaman "principio de identidad" le sirvió de base para su construcción metafísica. Parménides dice: en virtud de ese principio de identidad (claro está que él no lo llamó así; así lo han denominado mucho después los lógicos), en virtud del principio de que el ser es, y el no ser, no es, principio que nadie puede negar sin declararse loco, podemos afirmar acerca del ser una porción de cosas. Podemos afirmar, lo primero, que el ser es único. No puede haber dos seres; no puede haber más que un solo ser. Porque supongamos que hay dos seres pues entonces, lo que distingue al uno del otro "es" en el uno, pero "no es" en el otro. Mas si en el otro no lo es lo que en el uno es, entonces llegamos al absurdo lógico de que el ser del uno no es en el otro. Absolutamente tomado, llegamos al absurdo contradictorio de afirmar el no ser del ser. Dicho de otro modo: si hay dos seres ¿qué hay entre ellos? El no ser. Pero decir que hay el no ser, es decir que el no ser, es. Y esto es contradictorio; esto es absurdo, no cabe en la cabeza; esa proposición es contraria al principio de identidad.

Por tanto, podemos afirmar que el ser es único, uno. Pero además, podemos afirmar que es eterno. Si no lo fuera, tendría principio y tendría fin. Si tiene principio es que antes de principiar el ser, había el no ser. Pero ¿cómo podemos admitir que haya el no ser? Admitir que hay no ser, es admitir que el no ser, es. Y admitir que el no ser, es, es tan absurdo como admitir que este cristal es verde y no verde. El ser, es, y el no ser, no es. Por consiguiente, antes de que el ser fuese, había también el ser; es decir, que el ser no tiene principio. Por la misma razón no tiene fin; porque si tiene fin, es que llega un momento en que el ser deja de ser. Y después de haber dejado de ser el ser ¿qué hay? E1 no ser. Pero entonces tenemos que afirmar el ser del no ser, y esto es absurdo. Por consiguiente, el ser es, además de único, eterno.

Pero no queda ahí. Además de eterno, el ser es inmutable. El ser no puede cambiar, porque todo cambio del ser implica el ser del no ser, puesto que todo cambio es dejar de ser lo que era, para ser lo que no era; y tanto en el dejar de ser como en el llegar a ser, va implícito el ser del no ser, el cual es contradictorio.

Pero además de inmutable, el ser es ilimitado, infinito. No tiene límites, o dicho de otro modo, no está en ninguna parte. Estar en una parte es encontrarse en algo más extenso, y por consiguiente, tener límites. Pero el ser no puede tener límites, porque si tiene límites, lleguemos hasta esos límites y supongámonos en esos límites. ¿Qué hay allende el límite? El no ser. Pero entonces tenemos que suponer el ser del no ser, allende el ser. Por consiguiente, el ser no puede tener límites; y si no puede tener límites, no está en ninguna parte y es ilimitado.

Pero hay más, y ya llegamos a lo último. El ser es inmóvil; no puede moverse, porque moverse es dejar de estar en un lugar para estar en otro. Pero ¿cómo puede predicarse del ser -el cual, como acabamos de ver, es ilimitado e inmutable- el estar en un lugar? Estar en un lugar supone que el lugar en donde está es más amplio, más extenso, que aquello que está en el lugar. Por consiguiente, el ser, que es lo más extenso, lo más amplio que hay, no puede estar en ningún lugar; y si no puede estar en ningún lugar, no puede dejar de estar en el lugar; ahora bien, el movimiento consiste en estar estando, en dejar de estar en un lugar, para estar en otro lugar. Luego el ser es inmóvil.

Si resumimos todos estos predicados que Parménides pone al ser, nos encontramos con que el ser es único, eterno, inmutable, ilimitado e inmóvil. Ya ha encontrado bastantes cosas Parménides. Pero todavía llega a más.


· Teoría de los dos mundos.

Evidentemente no podía ocultársele a Parménides que el espectáculo del universo, del mundo de las cosas, tal como se ofrece a nuestros sentidos, es completamente distinto de este ser único, inmóvil, ilimitado, inmutable y eterno. Las cosas son, por el contrario, movimientos, seres múltiples, que van y vienen, que se mueven, que cambian, que nacen y que perecen. No podía ocultársele, pues, a Parménides, la oposición en que su metafísica se hallaba frente al espectáculo del universo. Entonces Parménides no vacila un instante. Con ese sentido de la coherencia lógica, que tienen los niños (en este caso Parménides es el niño de la filosofía), saca valientemente 1a conclusión: este mundo abigarrado de colores, de sabores, de olores, de movimientos, de subidas y bajadas, de las cosas que van y vienen, de la multiplicidad de los seres, de su variedad, de su movimiento, de su abigarramiento, todo este mundo sensible, es una apariencia, es una ilusión de nuestros sentidos, una ilusión de nuestra facultad de percibir. Así como un hombre que viese forzosamente el mundo a través de unos cristales rojos diría: las cosas son rojas, y estaría equivocado; del mismo modo nosotros decimos: el ser es múltiple, el ser es movedizo, el ser es cambiante, el ser es variadísimo. Y estamos equivocados: En realidad, el ser es único, inmutable, eterno, ilimitado, inmóvil.

Declara entonces Parménides, resueltamente, que la percepción sensible es ilusoria. E inmediatamente, con la mayor valentía, saca otra conclusión: la de que hay un mundo sensible y un mundo inteligible. Y por primera vez en la historia de la" filosofía, aparece esta tesis de la distinción entre el mundo sensible y el mundo inteligible, que dura hasta hoy.

¿A qué llama Parménides mundo sensible? Al que conocemos por los sentidos. Pero ese mundo sensible que conocemos por los sentidos es ininteligible, absurdo; porque si lo analizamos bien, tropieza a cada instante con la rígida afirmación racional de la lógica, que es: el ser es, y el no ser, no es.

Habrán ustedes visto que todas esas propiedades del ser, que hemos enumerado antes, han sido asentadas como pilares fundamentales de la metafísica, porque sus contrarias (la pluralidad, la temporalidad, la mutabilidad, la limitación y el movimiento) resultan incomprensibles ante la razón. Cuando la razón las analiza, tropieza siempre con la hipótesis inadmisible de que el no ser es, o de que el ser no es. Y como esto es contradictorio, todo eso es ilusorio y falso.

El mundo sensible es ininteligible. Por eso, frente al mundo sensible que vernos, que tocamos, pero que no podemos comprender, coloca Parménides un mundo que no vemos, no tocamos, del que no tenernos imaginación ninguna, pero que podemos comprender, que está sujeto y sometido a la ley lógica de la no contradicción, a la ley lógica de la identidad; y por eso lo llama, por vez primera en la historia, mundo inteligible, mundo del pensamiento. Este es el único auténtico; el otro es puramente falso u objetivo.

Si sacamos el balance de los resultados obtenidos por Parménides, nos encontraremos maravillados verdaderamente ante la cosecha filosófica de este hombre gigantesco. Este hombre descubre el principio de la identidad, uno de los pilares fundamentales de la lógica. Y no sólo descubre el principio de identidad, sino que además afirma inmediatamente la tesis de que para descubrir qué es lo que es en realidad, no tenemos más guía que el principio de identidad; no tenemos más guía que nuestro pensamiento lógico y racional. Es decir, asienta la tesis fundamental de que las cosas fuera de mí, el ser fuera de mí, es exactamente idéntico a mi pensamiento del ser. Lo que yo no pueda pensar, porque sea absurdo pensarlo, no podrá ser en la realidad; y por consiguiente, no necesitaré para conocer la auténtica realidad del ser, salir de mí. mismo; sino que con sólo sacar la ley fundamental de mi pensamiento lógico, cerrando los ojos a todo, con sólo pensar un poco coherentemente, descubriré las propiedades esenciales del ser.

Es decir, que para Parménides las propiedades esenciales del ser son las mismas que las propiedades esenciales del pensar. Y no crean ustedes que invento. Entre los fragmentos que se conservan, brilla esta frase esculpida en mármol imborrable: "Una y la misma cosa es ser y pensar". A partir de este momento quedaban ahí, por veinticinco siglos, puestas las bases de la filosofía occidental.

Les he dado a ustedes, con este examen rápido de la filosofía de Parménides una idea estructural, general, de conjunto, de la importancia colosal que este metafísico eleático tiene en la historia de la filosofía. Pero no quisiera abandonar la escuela eleática sin darles a ustedes, por decirlo así, un poco de detalle de esta filosofía.

Hasta ahora les he hablado a ustedes de la filosofía eleática, de Parménides, en líneas un poco generales. Bastaría con lo que les he dicho para caracterizarla. Pero quiero agregar unas cuantas consideraciones más, para que tengan ustedes una vivencia del detalle mismo, de la técnica misma con que los eleáticos hacían su filosofía.


· La filosofía de Zenón de Elea.

Si quieren ustedes, vamos a presenciar el espectáculo de un filósofo eleático, discípulo de Parménides, haciendo su filosofía en detalle. Este discípulo a que nos vamos a referir es muy famoso. Es Zenón, también de la ciudad de Elea. Es muy famoso en la historia de la filosofía griega. Comparte en absoluto los principios fundamentales del eleatismo, de esa filosofía que acabamos de describir a ustedes en pocas palabras. Los comparte; pero vamos a sorprenderlo en el detalle de sus afirmaciones.

Zenón se ha preocupado durante toda su vida, muy especialmente, de mostrar al detalle que el movimiento que existe en efecto en el mundo de los sentidos, en ese mundo sensible, en ese mundo apariencial, ilusorio, es ininteligible; y puesto que es ininteligible, no es. En virtud del principio eleático de la identidad del ser y del pensar, aquello que no se puede pensar no puede ser. No puede ser más que aquello que se puede pensar coherentemente, sin contradicciones. Si pues, el análisis del movimiento nos conduce a la conclusión de que el movimiento es impensable, de que al pensar nosotros el movimiento llegamos a contradicciones insolubles, la conclusión será evidente: si el movimiento es impensable, el movimiento no es. El -movimiento es una mera ilusión de nuestros sentidos.

Zenón de Elea se propone pulir, como quien afila un cuchillo, una serie de argumentos incontrovertibles que demuestran que el movimiento es impensable; que no podemos lógicamente, racionalmente, pensarlo, porque llegamos a absurdos.

Con ese método de paradigma constante, de ejemplificación constante que usan los griegos, como Platón, y que usará Aristóteles más tarde, Zenón ejemplifica también sus razonamientos. Y además, con este gusto que tienen los griegos -entre artistas y sofistas- de "epatar", de llamar la atención y de llenar de admiración a los oyentes, Zenón se plantaba delante de sus amigos, de sus oyentes, y les decía: Os voy a demostrar una cosa. Si vosotros ponéis a disputar en una carrera a Aquiles y a una tortuga, Aquiles no alcanzará jamás a la tortuga si le da ventaja en la salida. Aquiles, recordadlo, es el héroe a quien Homero llama siempre "ocus podas", o sea veloz por los pies, el mejor corredor que había en Grecia; y la tortuga es el animal que se mueve con la mayor lentitud. Aquiles da una ventaja a la tortuga y se queda unos cuantos metros atrás. Decidme: ¿quién ganará la carrera? Todos contestan: Aquiles en dos saltos pasa por encima de la tortuga y la vence. Y Zenón dice: Estáis completamente equivocados. Lo vais a ver. Aquiles le ha dado una ventaja a la tortuga; luego, entre Aquiles y la tortuga, en el momento de partir, hay una distancia. Empieza la carrera. Cuando Aquiles llega al punto en donde estaba la tortuga, ésta habrá andado algo, estará más adelante y Aquiles no la habrá alcanzado todavía. Cuando Aquiles llegare a este nuevo sitio en donde está ahora la tortuga, ésta habrá andado algo, y Aquiles no la habrá alcanzado, porque para que la alcance, será menester que la tortuga no avance nada en el tiempo que necesita Aquiles para llegar a donde ella estaba. Y como el espacio se puede dividir siempre en un número infinito de puntos, Aquiles no podrá jamas alcanzar a la tortuga, aunque él es, como dice Homero, "ocus podas", ligero por los pies, y en cambio la tortuga es lenta y tranquila.

Los griegos se reían oyendo estas cosas, porque les gustaban enormemente estas bromas. Se reían muchísimo y quizá decían: está loco. Pero no entendían el sentido del argumento. En las filosofías griegas posteriores, según nos cuenta Sexto Empírico, Diógenes demostró el movimiento andando; se echó a andar, y con ello creyó haber refutado a Zenón. ¡Ilusiones! Es que no entendió el sentido del argumento de Zenón. Zenón no dice que en el mundo sensible de nuestros sentidos, Aquiles no alcance a la tortuga; lo que quiere decir es que si aplicamos las leyes del pensamiento racional al problema del movimiento, simbolizado aquí por esta carrera pedestre, encontramos que las leyes del movimiento racional son incapaces de hacer inteligible el movimiento. Porque, ¿qué es el movimiento? El movimiento es la traslación de un punto en el espacio, punto que pasa de un lugar a otro. Ahora bien, el espacio es infinitamente divisible. Un trozo de espacio, por pequeño que sea, o es espacio, o no lo es. Si no lo es, no hablemos de ello; estamos hablando del espacio. Si es espacio entonces es extenso, por poca que sea su extensión; algo extenso es, porque si no fuera extenso, no sería espacio. Y si es extenso es divisible en dos. El espacio es, pues, divisible en un número infinito de puntos. Es así que el movimiento consiste en el tránsito de un punto del espacio a otro punto del espacio; y es así que entre dos puntos del espacio, por próximos que estén, hay una infinidad de puntos; luego ese tránsito no puede verificarse sino en un infinito de tiempo, y se hace ininteligible.

Lo que quería demostrar Zenón es que el movimiento, pensado según el principio de identidad -el ser, es, y el no ser, no es- resulta ininteligible. Y como es ininteligible, hay que declarar que al verdadero ser, como dicen los griegos, al "ontos on", a lo que es verdadero, no pertenece, el movimiento.

A Platón lo convence el argumento de Zenón; tanto, que, corno veremos más adelante, en la solución que da al problema de la metafísica, Platón elimina el movimiento del mundo inteligible, y lo deja recluido, como los eleáticos, en el mundo sensible, en el mundo de la apariencia.

En las historias de la filosofía que son un poco amplias, que no son simples manuales, pueden ustedes encontrar otros dos famosos argumentos por el estilo de éste de Aquiles y la tortuga. Son el argumento de la flecha y el argumento de los carros que corren en el estadio. No voy a desenvolverlos porque es inútil. El argumento de la flecha es que una flecha, volando por el aire, no está en movimiento, sino en reposo. Comprenden ustedes muy fácilmente cómo se puede demostrar eso: es partiendo de la tesis de Zenón. El otro es que dos carros que se persiguen en el estadio no se alcanzan nunca. Es exactamente el argumento de Aquiles y la tortuga, trasladado a otros dos objetos, de modo que no vale la pena insistir sobre esto.


· Importancia de la filosofía de Parménides.

En cambio, para terminar, permítanme ustedes que insista una vez más en la importancia que la filosofía de Parménides tiene para la filosofía en general del occidente europeo y ahora voy a añadir: para la filosofía actual, nuestra, de hoy. Su importancia histórica es innegable. Parménides es el descubridor de la identidad del ser; el descubridor de la identificación entre el ser y el pensar. Los eleáticos son los primeros en practicar la dialéctica, o sea la discusión por medio de argumentos. Parménides constituye toda una metafísica basada en sus descubrimientos del principio de identidad y la identificación entre el pensar y el ser. De modo que la importancia histórica es formidable.

Si ustedes recapacitan que en cualquier libro de lógica de los que hoy se enseñan en cualquier escuela, en las primeras páginas habla ya del principio de identidad descubierto por Parménides; si ustedes recapacitan, por otra parte, en que a partir de Parménides rige la idea, en una u otra forma, de que la guía para descubrir la verdad del ser está en la razón, advertirán que esa idea se podrá aplicar con el excesivo rigor con que la ha aplicado Parménides, olvidándose de que el principio de identidad es puramente formal, o podrá aplicarse de una manera u otra; pero es lo cierto que desde Parménides está anclada en la mente de los filósofos la convicción de que el guía para descubrir, para resolver los problemas del ser, es nuestra razón, nuestra intuición intelectual, nuestra intuición volitiva, en suma; algo que para darle un nombre de conjunto, es nuestro espíritu. Esta es una idea fundamentalmente parmenídica, fundamentalmente eleática.

Pero hay más. La importancia que Parménides tiene para la filosofía actual, nuestra, es que el obstáculo fundamental que se opone en nuestros días a que el pensamiento filosófico penetre en regiones mas profundas que las regiones del ser, consiste precisamente en que desde Parménides, y por culpa de Parménides, tenemos del ser una concepción estática en vez de tener una concepción dinámica; tenemos del ser una concepción estática, quieta. Estas cosas que les he enumerado a ustedes como las cualidades del ser: único, eterno, inmutable, ilimitado e inmóvil, que Parménides deriva del principio de identidad, nosotros las aplicamos todos los días, pero en vez de aplicarlas al ser las aplicamos a la substancia y a la esencia. Hemos fraccionado el ser de Parménides en multitud de seres, que llamamos las cosas; pero cada una de las cosas, las ciencias fisicomatemáticas las consideran como una esencia, la cual individualmente considerada, tiene los mismos caracteres que tiene el ser de Parménides; es única, eterna, inmutable, ilimitada, inmóvil. Y precisamente porque le hemos dado a cada cosa los atributos o predicados que Parménides daba a la totalidad del ser, por eso tenemos del ser una concepción eleática y parmenídica, o sea una concepción estática.

Ya la ciencia física de la naturaleza, ya la ciencia misma de la física comienza a sentirse estrecha dentro de los moldes de la concepción parmenídica de la realidad. Ya la ciencia física de la naturaleza, la teoría intraatómica, la teoría de las estructuras atómicas, la teoría de los quanta de energía, que sería largo desarrollar aquí, es una teoría que pugna un poco con la concepción estática del ser a la manera de Parménides; y ha tenido la ciencia contemporánea que apelar a conceptos tan extravagantes y extraños como el concepto de verdad estadística, que de habérselo contado a Newton, le hubiera hecho botar; a conceptos de verdad estadística que es lo más contrario que puede darse a la concepción estática del ser, ha tenido que apelar la física para poder mantenerse dentro de los moldes del ser estático, parmenídico.

Pero no ya la física, sino lo que ya no entra de ninguna manera dentro del concepto del ser, es la ciencia de 1a vida y la ciencia del hombre. La concepción del hombre como una esencia quieta, inmóvil, eterna y que se trata de descubrir y de conocer, eso es lo que nos ha perdido en la filosofía contemporánea, y hay que reemplazarla por otra concepción de la vida, en que lo estático, lo quieto, lo inmóvil, lo eterno de la definición parmenídica, no nos impida penetrar por debajo y llegar a una región vital, a una región viviente, donde el ser no tenga esas propiedades parmenídicas, sino que sea precisamente lo contrario: un ser ocasional, un ser circunstancial, un ser que no se deje pinchar en un cartón como la mariposa por el naturalista. Parménides tomó el ser, lo pinchó en el cartón hace veinticinco siglos y allí sigue todavía, pinchado en el cartón; y ahora los filósofos actuales no ven el modo de sacarle el pinche y dejarlo que vuele libremente.

Este vuelo, este movimiento, esta funcionalidad, esta concepción de la vida como circunstancia, como ocasión, como resistencia que me revela la existencia, de algo anterior a la posesión del ser, algo de lo cual Parménides no podía tener idea, esto es lo que el hombre tiene que reconquistar. Pero antes de reconquistarlo, reconozcamos que un hombre que ha influido durante veinticinco siglos de uña manera tan tremenda y tan positiva en el curso del pensamiento filosófico, merece algo mas que las cuatro o cinco páginas que suelen dedicarle los manuales de filosofía.

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