Representando la Iglesia

Puede sorprender por qué exista un capítulo aparte dedicado al tema de la Iglesia, si todo lo que se expuso en los últimos capítulos – familia, sociedad, cultura, pobreza... – es parte de la Iglesia y parte del ministerio diaconal. Puede sorprender asimismo, por qué recién cuando se llega al final del folleto se esté empezando a comentar las tareas “más propias” del diácono. La verdad es que considero que las tareas enumeradas hasta ahora como “más propias” del diácono que lo que expondré en este capítulo. Y le puse por título “Representando la Iglesia”, porque es ante todo en estas tareas que se le reconoce al diácono como un representante formal de ella.

En primer lugar, el diácono es el responsable del trabajo social de la Iglesia. Es su tarea preocuparse por los pobres que viven en la parroquia, sean católicos o no. Puede hacer visitas a sus casas y acompañarlos, puede organizar proyectos para ellos y asesorar sus organizaciones. Debe ver, junto con todos los responsables de la parroquia, quiénes son los que más necesitan la ayuda de la Iglesia Católica.

En segundo lugar, también apoya el anuncio de la Palabra de Dios en la parroquia. Puede ser el responsable de la catequesis y de la formación de los catequistas, puede organizar y realizar cursos de formación, puede trabajar en los medios de comunicación de la Iglesia Católica. Pronuncia la homilía en sus propias celebraciones y quizás en algunas misas del párroco.

En tercer lugar, sirve a la unidad y a la conducción de la parroquia, ayudando a conformar grupos juveniles y otros y formando a sus líderes, participando en la responsabilidad del equipo pastoral y del consejo parroquial. En algunos casos, puede ser incluso el responsable de una parroquia que no tenga un párroco propio, con toda la autoridad para administrar los recursos económicos de la parroquia.

En cuarto lugar quiero mencionar lo que muchas veces se considera la única tarea del diácono permanente: el servicio litúrgico. El diácono puede celebrar los sacramentos del bautismo y del matrimonio, ayuda con un rol específico en las misas, realiza celebraciones de la palabra donde y cuando no llega el sacerdote y visita las casas de los difuntos para las vigilias. Lastimosamente, en muchos casos llega a remplazar a los catequistas y otros laicos que pueden asumir muchas de estas tareas. No es su función. El diácono como servidor debe vigilar cuidadosamente para que no apartar a los laicos de las tareas que ellos pueden asumir.

En cada caso, se buscará un perfil concreto para el trabajo del diácono en la parroquia. Pueden existir también casos de diáconos que no trabajan a nivel parroquial, sino a nivel de zona o diócesis, o con un trabajo específico, como en la educación, en la pastoral juvenil o dentro de una institución de la Iglesia.

Sea cual fuere este trabajo concreto del diácono, debe quedar claro que todo esto no es lo más propio de su servicio. Quizás esto sea lo más sobresaliente y llamativo, pero lo importante de un diácono es su vida cristiana concreta dentro de su realidad. Si vemos solamente sus tareas dentro de la Iglesia, el diácono puede aparecer como un mero ayudante al párroco o como una mala copia de él. Y no es así. El diácono tiene una vocación y misión propia y debe cumplir con ella.

Si el diácono se limita a realizar solamente lo que está escrito en este capítulo – o peor, sólo en el último punto – y confunde estas tareas con su misión, contribuirá a difundir la imagen de una Iglesia que ya hemos pensado superada. El diácono puede más y de hecho, es más que esto. Dependerá de cada uno de los diáconos permanentes, si contribuye a una Iglesia nueva, con una imagen renovada y más cercana al pueblo de los pobres.

Siendo una persona del pueblo, profesional y padre de familia, que puede vestir alba y estola, el diácono contribuirá a una imagen más popular de la Iglesia. Ciertamente, en el comienzo la gente se confundirá y dirá que “se ha hecho cura” o que es “el cura casado”. Con el tiempo, los mismos laicos se darán cuenta que el diácono también es un representante de su propia vida civil, profesional y familiar dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica. Quizás esto contribuirá a que los laicos se acerquen más a la estructura visible de la Iglesia y se den cuenta cada vez más de que ellos “no solamente pertenecen a la Iglesia, sino que son la Iglesia” (CL 9).

Con todo, el diácono se puede convertir en un representante de la Iglesia importantísimo para los lugares que más lo necesitan: “Hay situaciones y lugares, - dicen los obispos latinoamericanos en Santo Domingo – principalmente en las zonas rurales alejadas y en las grandes áreas urbanas densamente pobladas, donde sólo a través del diácono se hace presente un ministro ordenado.” (SD 77) El diácono puede ser presencia de Iglesia en estos lugares que hace vislumbrar que todos los bautizados, aun en lugares alejadas (no alejadas, ciertamente, de Dios...) son la Iglesia y pueden celebrar y realizar juntos las maravillas de Dios.

 

El problema de la economía del diácono

Un problema fundamental de los diáconos permanentes en Bolivia es la economía. La regla es de que el diácono debe vivir de su trabajo civil, si no se dedica a tiempo completo a la pastoral (CIC 281,3). Esta regla, sin embargo, no siempre se puede cumplir sin tropezar con problemas serios.

Por un lado, muchos diáconos provienen de los estratos pobres de la población, y por lo tanto, no pocas veces, con su trabajo profesional o con su renta, pueden ganar exactamente lo suficiente para la sobrevivencia de sus familias. Por esto, el trabajo pastoral, si aumenta mucho en tiempo, puede perjudicar peligrosamente la economía familiar del diácono. Este problema es todavía mayor para los diáconos del campo. Como ellos dedican mucho tiempo al trabajo pastoral, a veces no disponen del tiempo suficiente para atender a los hijos y sus necesidades y a trabajar sus campos.

Por otra parte está el problema de lo que a veces se llama el sacramentalismo de los diáconos. Existen en Bolivia experiencias muy dolorosas de un número muy reducido de diáconos permanentes que se han dedicado al negocio de los sacramentos. En mi criterio, este problema nace de una Iglesia todavía muy sacramentalista en la mayoría de sus miembros, de la falta de un acompañamiento serio a los diáconos de parte de los párrocos y de los responsables diocesanos y de una concepción no muy clara todavía de lo que es la identidad del diacono en la Iglesia.

No son fáciles las soluciones y hay que seguir buscándolas. A veces, al tratar de solucionar un problema, se crea otro en un ámbito pastoral diferente, ya que el tema de la economía es un asunto central para toda la pastoral de la Iglesia. No es un problema que solamente tiene que ver con los diáconos permanentes, sino también con los laicos, los sacerdotes y los religiosos, con la administración diocesana, con muchas costumbres tradicionales en la Iglesia y con la situación económica de todo un pueblo. El sistema económico actual, en el que la mayor parte de los ingresos viene a través de la práctica sacramental, siempre conlleva la tentación al sacramentalismo y la no gratificación del trabajo pastoral de los laicos y también de los diáconos permanentes. De esta manera, en muchos casos, se llega a una desatención a los sectores pastorales que no generan ingresos inmediatos. Incluso para los diáconos permanentes, cuya identidad es el servicio de algunos sectores pastorales muy marginados, esta situación se convierte en una tentación a abandonar sus propias tareas y participar en la práctica sacramentalista y ritualista de otros agentes de pastoral.

El tema de los ingresos por los sacramentos es central cuando se habla de los diáconos permanentes. Si no se discute abiertamente y con todos los implicados – obispo, sacerdotes, diáconos y laicos – sobre este problema, siempre habrá descontento con el trabajo y hasta la presencia de los diáconos permanentes. Es que este problema no es solamente de los diáconos permanentes. El problema de la economía de la Iglesia es más amplio y es fundamental, porque la imagen de Iglesia que se difunde a través de la práctica sacramental en muchas parroquias es pésima. Es un problema de la identidad de la Iglesia misma. Una Iglesia fiel al Concilio Vaticano II no buscará la estabilidad de sus ingresos, sino el servicio a los pobres. No se centrará en la administración de los sacramentos, sino en la construcción del Reino de Dios. No se preocupará por el sustento material de sus ministros, sino por el seguimiento de Jesús. Los diáconos permanentes que tratan de poner en práctica la enseñanza del Concilio Vaticano II, no estarán en el peligro del sacramentalismo. Se constituirán al contrario en sacramentos de una nueva práctica eclesial, de una nueva Iglesia que será signo de esperanza para la humanidad entera.

 

Formación al Diaconado

¿Cómo puede uno llegar a ser diácono permanente? La respuesta variará de diócesis en diócesis. En primer lugar, no existen todavía en todas las diócesis de Bolivia cursos de formación al diaconado permanente. Aunque la conferencia episcopal boliviana ya se ha pronunciado a favor de la promoción del diaconado en todo el país, depende todavía de los obispos y demás responsables en cada jurisdicción si se comienza con la formación.

Después, en cada diócesis los cursos de formación son un poco diferentes. Mayormente tienen la duración de tres años que es sugerida a nivel mundial, y se llevan a cabo de forma semi presencial, quiere decir en cursos y encuentros que acompañan la vida “normal” del candidato en su familia, su trabajo y su parroquia.

Muchas veces, los candidatos deben llevar algún curso de teología a distancia, en el que se estudian carpetas y temas en la propia casa y en forma periódica, los candidatos se reúnen para la evaluación. En Potosí y en Cochabamba, se han establecido cursos especiales para candidatos rurales, quienes no estudian la teología a distancia, sino en los cursos presenciales durante el año.

Sea como fuera, en todo caso los candidatos son formados en teología, para poder responder mejor a las necesidades de su futuro ministerio. Además tienen un acompañamiento pastoral por parte de sus párrocos  y un acompañamiento espiritual durante el período de formación y – si es posible – también después. La formación humana acompaña todo el proceso de preparación, para ayudar a los candidatos a ser personas maduras y responsables. En diferentes etapas de la formación, los candidatos participan de retiros espirituales.

Hacia el final del ciclo de formación, los candidatos reciben, de la mano del obispo, los ministerios del acolitado y lectorado, como último paso antes de la ordenación diaconal. Estos ministerios los habilitarían para leer la lectura en las celebraciones y repartir la sagrada comunión – dos cosas que mayormente a esta altura de la formación ya están practicando. Por esto, esta celebración de los ministerios tiene más bien el carácter de una confirmación de su vocación y también de la publicación de su voluntad de ser ordenado diácono.

La decisión si alguien es admitido a ser diácono permanente, depende en primer lugar del obispo y de la comisión diocesana para el diaconado permanente que él designa. Pero también depende del párroco del candidato, quien lo conoce mejor y puede opinar sobre su compromiso cristiano. En las comunidades rurales, se busca el aval y el consentimiento de todos los comunarios, para que después de la ordenación exista también una buena acogida y aceptación. Desde una perspectiva de inculturación, los diáconos desempeñan un rol de autoridades en sus comunidades, y éstas tienen las costumbres de decidir en asamblea sobre quiénes son sus autoridades. Finalmente, depende desde luego del mismo candidato, su esposa y su familia. Mientras la esposa tiene que dar el consentimiento por escrito, los hijos mayores también son consultados sobre la decisión del papá, ya que esta decisión no depende únicamente de él, sino afectará en una medida no pequeña también a la familia, así como ésta influye en el ejercicio del ministerio diaconal.

Las condiciones para un candidato al diaconado son por lo general: Tiene que ser  varón, porque todavía no se admiten – a nivel mundial – a las mujeres. Debe ser mayor de 30 años; puede ser casado, soltero o viudo, pero no divorciado. Si no está casado en el momento de ordenarse, tendrá que prometer el celibato y no podrá casarse en el futuro. Su profesión puede ser cualquiera, y hasta no puede tener profesión. Por lo general, se excluyen a los militares y policías en pleno ejercicio de su servicio. Tiene que haber demostrado su compromiso pastoral durante algunos años, en su parroquia, en una institución o en un movimiento. Para poder participar en el curso de formación, tiene que saber leer y escribir. Mayormente no se exigen otros requisitos de la educación formal.

En última instancia, cada candidato tiene que examinarse ante Dios y ante su conciencia, si realmente se siente llamado a desempeñar este servicio. Pueden haber múltiples motivos por qué a alguien le gustaría ser diácono. Lo importante es que lo haga con el deseo de servir más a su pueblo, el pueblo de Dios y el pueblo de los pobres.

 

El diaconado en Bolivia

El detalle del número de diáconos permanentes en las diferentes jurisdicciones a comienzos del año 2002 es el siguiente:

El Alto

21

 

Santa Cruz

4

 

La Paz

2

Cochabamba

16

 

Corocoro

3

 

Reyes

2

Coroico

6

 

Potosí

3

 

Ñuflo de Chávez

1

Oruro

4

 

Beni

2

 

Total en Bolivia

64

Quien quiere obtener más información sobre el diaconado permanente, puede dirigirse a las siguientes direcciones:

 

Directorio Nacional:

Diác. José Iglesias (El Alto)

Casilla 4399 – La Paz

' 02 281 0768, Cel. 7192 9714


Comisión Nacional:

P. Max Zeballos (CEB)

Casilla 2309 – La Paz

' correo-e: maza@ceibo.entelnet.bo

 


Cochabamba:

P. Manfredo Rauh

CADECA – Quillacollo

Casilla 502 – Cochabamba

' 04 426 0280

correo-e: cadeca@supernet.com.bo

P. Rubén Orellana

Casilla 705 – Cochabamba

Diác. José Rocabado

' 04 426 2762

 

Potosí:

Lic. José Antonio Cordero Martínez

Centro Diocesano de Catequistas

Casilla 138 – Potosí

' 02 622 3385

correo-e: catequistas@gmx.net

 

El Alto:

Lic. René Paricollo Serrano

Casilla 12 495 – La Paz

correo-e: reneparicollo@latinmail.com

Área urbana: P. José Fuentes

Parroquia “Jesús Obrero”

El Alto

Área rural: P. Pascual Limachi

Parroquia de Achacachi

 

Abreviaturas y siglas:

AG

Ad Gentes

Decreto del Concilio Vaticano II sobre la actividad misionera de la Iglesia (1965)

CatIC

Catecismo de la Iglesia Católica

Catecismo fundamental publicado por el Vaticano en el año 1992

CIC

Codex Iuris Canonici

Compendio de la legislación de la Iglesia Universal, el llamado “Derecho Canónico” (1983)

CL

Christifidelis Laici

Carta del Papa Juan Pablo II sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo (1988)

EN

Evangelii Nuntiandi

Carta del Papa Pablo VI acerca de la evangelización del mundo contemporáneo (1975)

GS

Gaudium et Spes

Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual (1965)

LG

Lumen Gentium

Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia (1964)

M

Medellín

Documento de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín (Colombia) 1968

P

Puebla

Documento de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla (México) 1979

SD

Santo Domingo

Documento de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo (Rep. Dominicana) 1992

 

Sobre el autor

Esteban Silber, nacido en 1966, doctor en teología, laico, casado y padre de dos hijos, es director del Centro Diocesano de Catequistas de Potosí y responsable de la formación y el seguimiento de los diáconos permanentes. Además, es asesor del Consejo de Laicos en la Diócesis de Potosí.

Direcciones electrónicas:
http://www.stefansilber.de.vu – stefansilber@gmx.de