ORACIÓN TEXTOS
1. ORA/PERSEVERANCIA
/Ha/01/02.
No es raro que la impaciencia del creyente afecte a su plegaria, transformándose en una
súplica ansiosa y acuciante: "¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?" (Ha 1. 2).
Tiene toda la apariencia de una provocación arrogante, altanera, pero quizá se trate tan sólo de
la defectuosa redacción de un sentimiento mucho más excusable, de la expresión de una
necesidad muy perentoria o, simplemente, de la falta de conocimiento y aviso en las cosas
espirituales. En efecto: el que así se queja de la desatención de Dios ignora que no es Dios
quien tiene que escuchar al hombre, sino el hombre quien tiene que escuchar a Dios. Esa alma
que, según confiesa, lleva tanto tiempo suplicando en vano, no sabe aún que la oración debe
prolongarse, no precisamente hasta que Dios atienda los ruegos del hombre, sino hasta que el
hombre descubra y acate la voluntad de Dios; a lo largo de toda esa oración infructuosa, ha
sido Dios quien se mostró paciente ante los oídos sordos de un alma que, a fuerza de hablar, se
incapacitaba para oir. Pues la comunión de voluntades, a la cual toda verdadera plegaria tiende,
ha de lograrse por arriba, no por abajo. Dios cumplirá todas sus promesas, pero no tiene por
qué satisfacer nuestros deseos. Él nunca da una piedra a quien le pide un pan, pero tampoco
da un cuchillo al niño que le pide un cuchillo. Si el hombre, en lugar de lamentarse de que Dios
no le escucha, hiciera el silencio para escuchar a Dios, acabaría entendiendo, y podría así su
corazón evolucionar desde el deseo hasta el desasimiento, desde la exigencia hasta la
aceptación, desde la impaciencia hasta la paciencia.
Siempre que pedimos alguna cosa, es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, añadir
-explícita o implícitamente- aquellas palabras indispensables: Hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo. En principio, probablemente, nuestra voluntad no coincidirá con la suya. Hasta
el mismo Cristo en Getsemaní distinguía entre "lo que yo quiero" y "lo que tú quieres"
(/Mt/26/39). Pero supo anteponer la voluntad del Padre a la suya propia.
(...). Al final sucederá lo que sucedió con JC mismo, cuyos deseos, tal como Él los expresó en
Getsemaní, fueron sobradamente satisfechos a la vez que incumplidos: quien pedía ser librado
del cáliz de la muerte, murió; pero, después de morir, fue resucitado.
Dios, en efecto, escuchó la oración de su Hijo. Pero lo hizo "al tercer día".
Estos tres días son, para todos nosotros, el paréntesis inexcusable que impone la vida de fe,
las jornadas o etapas de que consta nuestra peregrinación, el tiempo necesario para el ejercicio
de la paciencia.
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2.
La crisis de oración no se debe exclusivamente a la deserción de muchos cristianos en sus
prácticas de oración, sino, y sobre todo, a la reducción del espíritu de oración a espíritu de
miedo e impotencia, como se manifiesta en ese talante de ciertas "personas de oración" que
aíslan la oración de su vida y del mundo. Nada, en efecto, es más ajeno al espíritu de oración
que el espíritu supersticioso de los que todo lo arreglan con rezos, sin arrimar el hombro ni
arriesgar la vida. La oración no es el refugio de los que son infieles a la vida y al mundo. Ni
puede ritualizarse en una práctica perfectamente integrada en un sistema que se desarrolla de
espaldas al evangelio.
Orar es reconocer al único Señor, lo que implica un enfrentamiento sistemático contra todos
los que se erigen en "señores" del mundo frente a sus hermanos. No es posible orar y doblar la
rodilla ante los poderosos. Orar es llevar a la presencia de Dios todas nuestras insuficiencias en
espera de que nos dé la última respuesta. No es compatible orar y venderse incondicionalmente
a la eficacia, al dinero, al confort, al prestigio. El que se vende, no ora, por más que en su
sistema de vida figuren espacios "de oración".
El que ora, no se vende. Orar es distanciarse metodológicamente del mundo (no somos del
mundo, pero estamos en él), sin desahuciarlo. Es abrir un espacio crítico, que nos permita
observarlo desde la fe, para no acomodarnos indiscriminadamente a sus exigencias, sino para
cambiarlo y conformarlo a la voluntad del Señor. No se puede orar en la iglesia por la mañana y
luego comulgar el resto del día con la injusticia.
El espíritu de oración es amor y dependencia respecto del Padre y su voluntad, y es amor a
los hermanos e independencia frente a las estructuras del mundo. Por eso, el espíritu de
oración no es sino el espíritu de libertad de los hijos de Dios. Sólo en la oración de la vida,
sostenida como un clima por los momentos de oraciones concretas, el hombre puede cobrar
conciencia de su libertad y hacer acopio de coraje para que nadie se la enajene.
EUCARISTÍA 1975/30
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3.
La esencia de la verdadera oración cristiana consiste siempre en "salir de sí para encontrar al
Otro", a Dios. Al revés de una actitud que pudiera parecer como egoísmo, o como evasión de
realidades y de responsabilidades, la verdadera oración es un acto supremo de abnegación y
de olvido de sí, a fin de encontrar al Cristo y sus exigencias en los demás. En este sentido, la
oración está emparentada con los temas clásicos de la cruz y
de la muerte. "Con Cristo fue crucificado algo de nosotros... Hemos muerto con Cristo...
para vivir para Dios" (Rom 6). Lo cual implica la crucifixión del egoísmo y la purificación del
"yo" como condición de la contemplación. Esta crucifixión del egoísmo en el olvido de sí, en
esta dialéctica oración-compromiso, se va a realizar tanto en la dimensión mística de la
comunicación con Jesús en la noche luminosa de la fe, como en el sacrificio que supone el
compromiso por la liberación de los demás. La "muerte" del místico y la "muerte" del
militante son las dos dimensiones del llamado a aceptar la cruz como condición del
discípulo (Mt/16/24).
La actitud misma del desierto, contemplativa, está unida a este
compromiso. Si el desierto forjó a los grandes profetas, el actual profetismo cristiano en la
América Latina necesita la actitud contemplativa del desierto. La actitud de "salir de sí", de
reencontrarse con el Absoluto y con la realidad verdadera de las cosas, propia del
"desierto", permite al cristiano "salir del sistema", como sociedad injusta y engañosa, para
denunciarlo y hacerse libre frente a él. Si el cristiano no se "retira al desierto" para salir
interiormente del "sistema", no se hará libre y profeta para liberar a los demás. Si no supo
hacer silencio en sí mismo, para acallar las "palabras opresoras" y escuchar la palabra de
"la verdad que nos hace libres", no podrá transformar su medio profética o políticamente. El
desierto, como experiencia "política", libera del egoísmo y del "sistema", y es fuente de
libertad y de capacidad liberadora.
·GALILEA-SEGUNDO
La liberación como encuentro de la política y de la contemplación
CONCILIUM-074 Concilium 96, 1974, 320 y 322
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4. DESEO/ORACION:.
La verdadera oración no está en las palabras de nuestra boca sino en los pensamientos
de nuestro corazón. En efecto, los gritos más penetrantes a las orejas invisibles de Dios no
llegan de nuestras palabras sino de nuestros deseos. El deseo de nuestro interior posee
una voz secreta que no se oye con los oídos humanos, pero que penetra en el oído del
Creador.
·GREGORIO-MAGNO-SAN EL GRANDE(540-604)
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5.
Tenemos que aprender, hay un camino de oración, pero nadie puede enseñarla
teóricamente a otro. Podemos dar indicaciones, reflexiones teológicas, pero la oración es
algo tan personal que no se puede entrar en la de otro.
Una vez decía un tal que en el mundo había más formas de oraciones que hojas en los
árboles. Es decir, son tales y tantas las diversidades de cada individuo que es presuntuoso
querer enseñar a otro la oración; es como la respiración, cada uno tiene su modo
inconfundible: se puede aprender a respirar mejor, pero la respiración sigue siendo algo
propio.
Este es el misterio de la oración. Jesús mismo lo respeta cuando dice: "Enciérrate en tu
pieza" (la palabra parece indicar aquella que en la casa de Palestina era la despensa, un
lugar absolutamente aislado de la casa, en donde el hombre se encuentra sólo consigo
mismo y con Dios).
-¿Para qué orar?
Siempre me pregunto para qué sirve la oración. Si Dios ya sabe todo, ¿para qué le
vamos a contar? Si Dios es tan bueno, ¿para qué insistirle? No es muy fácil encontrar
respuestas que convenzan racionalmente; tan es así que algunos por este motivo se
refugian solamente en la oración de alabanza, de amor. Pero en realidad la oración de
alabanza, si quiere ser oración cristiana, es también oración de petición, oración del
pecador que se dirige a Dios.
ALABANZA PETICIÓN: En el "Diccionario de teología", publicado por Ediciones Paulinas
en Italia, hay un artículo muy interesante sobre la oración, en el que se examina toda la
situación teológica y se pregunta si en el cristianismo vale sólo la oración de alabanza, o
mejor si la oración de alabanza es más elevada que la oración de petición. Se exponen los
varios motivos, aunque no sea fácil contestar, y se concluye que, en el cristianismo, religión
de la Alianza, la oración de petición tiene un papel insustituible. El hombre manifiesta la
propia pobreza delante de Dios y la expresa y, aunque la alabanza sea bellísima, no se
puede reducir todo a ella.
Luego se examina también la famosa cuestión del para qué molestar a Dios, si ya lo sabe
todo. Una respuesta convincente, en el fondo, es ésta: Jesús mismo pidió. No tenía
necesidad de orar, pero el Evangelio nos dice que oró, y por largo tiempo.
Aquí nos encontramos también ante una paradoja: Jesús dijo que no oráramos con
muchas palabras, pero luego él oró largo tiempo, repitiendo las mismas palabras. Esto
quiere decir que la oración es algo que no se puede comprender del todo; se da un
precepto, que no es material, sino que señala una línea que después cada uno vive como el
Espíritu Santo le enseña.
En el fondo, también para mí la oración de Jesús es el argumento decisivo: tenemos que
unirnos a su oración; si él oró, quiere que oremos con él y por tanto que vivamos nuestra
experiencia de oración, que se justifica por sí misma.
En la vida de fe uno se da cuenta que no se puede prescindir de la oración de petición,
de alabanza, de intercesión, de arrepentimiento. Hay una autojustificación que, en cierto
modo, es la de las cosas fundamentales: ¿para qué respirar? No es necesario un motivo, la
misma vida lo lleva a uno a respirar. ¿Para qué vivir? Es la vida la que lleva a vivir. ¿Para
qué orar? Es la fe la que lleva a orar, la oración es fe expresada.
Aquí captamos todo lo indefinible de la oración, precisamente porque está totalmente
unida con la experiencia de fe; de aquí, pues, resultan varias definiciones de oración que no
coinciden.
Cuando se dice que la oración es "petición a Dios de lo que nos conviene", o la oración
es "elevación de la mente a Dios", ya entendemos dos cosas que van juntas, pero no son
idénticas. Esto quiere decir que no se puede fácilmente definir la oración con una palabra,
sino que es la respiración de la fe, respiración corpórea, mental, lingüística, sicológica,
pasiva. Es el cuerpo de la fe, y en cierto modo es la fe misma, en cuanto adhesión,
abandono, y en este sentido ya elevación hacia Dios.
CARLO M.
MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986.Pág.
123
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6. ORA/DESEO FE/ORACION:
La oración, como aparece en todas las religiones, es la manifestación viva de la
religiosidad. Pertenece, sin duda, a la esencia del hombre religioso el que ore, aun cuando
la forma y contenido de la oración -como no podía por menos de ser así -respondan en
cada caso al espíritu y grado de desarrollo de la respectiva religión. Los salmos del Antiguo
Testamento despliegan en su amplitud y abundancia todo el mundo de fe del Israel antiguo,
y de modo singular también la oración cristiana en su forma pura es expresión de la actitud
creyente de los cristianos. "Orar es únicamente obra de fe... ¿Qué es la fe sino una simple
plegaria? Con ella, la fe se provee sin cesar de gracias divinas. Pero si se provee de ellas,
es que las desea de todo corazón. Y el deseo es en realidad la verdadera plegaria", hay
que decir con Martín Lutero. Es importante lo que aquí subraya justamente Lutero: la
conexión intrínseca entre fe y oración (cf. también Mc 11,23-24).
(...) En la oración auténtica se expresa la fe, en ella hablan la acción de gracias, la
alegría, aunque también la tribulación, la necesidad y la pobreza de la fe. Cuando la oración
está sostenida por la actitud creyente y está incorporada a ella ya no es ninguna magia ni el
intento de una influencia mágica sobre Dios. No está en contradicción con ello la promesa
del cumplimiento ni la invitación a pedir todas y cada una de las cosas. El que la fe ose
pedir todo lo posible no es sino la expresión de que la fe se extiende e influye en los
asuntos y negocios de la vida cotidiana. Con ello se afirma simultáneamente que el recto
orar no se hace sin reflexión. Desde luego que no consiste sólo en pensamiento y reflexión;
contiene también el deseo apremiante y asimismo la buena disposición para obrar. Pero lo
decisivo sigue siendo su inserción en la fe y, por ende, también su conexión con la idea de
Jesús acerca de Dios, que está marcada por el amor.
EL NT Y SU
MENSAJE/04-2
EL EVANG. SEGUN S. JUAN.
HERDER BARCELONA 1979.Pág.
97s.
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7.
El ojo de la contemplación
La Biblia en esto es bien clara. El hombre ha sido creado y colocado en un jardín en
donde Yahveh se paseaba. Por tanto, ha sido creado con la posibilidad de percibir su
Presencia. Esto se refiere al hombre en general, a todo hombre, no a unos cuantos
elegidos. Cuando no percibe este Algo o este Alguien «que le estrecha por detrás y por
delante, que le cubre con su palma, cuyo saber le sobrepasa» (Sal. 138) le falta algo; lo
fundamental, y, sin embargo, esto ocurre muy a menudo. ¿Por qué?
Hugo de San Víctor decía en la Edad Media, que Dios había creado al hombre con tres
ojos: uno corporal, otro racional y un tercero, el ojo de la contemplación, y que al salir del
paraíso le había quedado debilitado el primero, perturbado el segundo y ciego el tercero. Si
a este último no se le cultiva, permanecerá ciego. Estar fuera del paraíso es exactamente
esto: no percibir ya la Presencia, carecer del órgano capaz de experimentar, de «ver» a
Yahvéh, al que-es, al que-está-con.
CARITAS/87-1.Pág. 83
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8.
Un día, se detuvo en nuestra casa un santo.
Mi madre le vio haciendo cabriolas en el corral, para divertir a los niños, y me dijo: "¡Oh!,
este hombre es un verdadero santo: puedes irte con él, hijo mío".
El hombre aquel posó su mano sobre mi hombro, y me dijo:
-"¿Qué piensas hacer, hijo?
- No lo sé. ¿Usted qué quiere que haga?
- No, dilo tú.
- ¡Ah!, pues lo que a mí me gusta es jugar.
- En ese caso, ¿quieres jugar con el Señor?" Yo no supe qué contestarle.
El añadió:
"Mira, si quieres jugar con el Señor, eso sería lo más grande que se habría hecho jamás.
Tan en serio lo toma todo el mundo, que le produce un mortal aburrimiento. Juega con Dios,
hijo mío"•
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9. /SAL/103/01 ALABANZA/AGTO
Alabar a otra persona, y también en concreto alabar a Dios, es saber reconocer sus
méritos, sus valores. Supone capacidad de admirar, de saber apreciar las cosas hermosas
y buenas que Dios ha hecho en el cosmos, y sobre todo en nuestra redención: los
"mirabilia Dei", las maravillas de Dios en la historia pasada y en la presente.
BENDECIR/ALABAR : Alabar es más que "dar gracias", aunque
también la gratitud es muy buena y cristiana. Pero alabar es más "gratuito" que la acción de
gracias. Cuando alabamos, nos fijamos más en la persona que en los favores recibidos de
ella. Dedicar tiempo a alabar a Dios, sobre todo con la poesía de los himnos y de los
salmos, y con el canto, es tener finura espiritual. (...) Alabar es ben-decir, decir bien.
"Bendice, alma mía, al Señor".
SC/LAUDIS: Esto comporta una capacidad fundamental para el cristiano: recordar que
estamos sumergidos continuamente en el amor de Dios y en su actuación salvadora y
responderle ante todo con nuestra alabanza. Con eso que se llama el sacrificio de
alabanza ("sacrificium laudis"), porque siempre alabar supone un sacrificio, salir de sí,
reconocer en el otro (sobre todo, en el Otro, con mayúscula) lo bueno y lo hermoso.
J.
ALDAZABAL
ORACIÓN DE LAS HORAS/90/12.Pág. 391
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10. ORA/QUÉ-ES ORA/PARA-QUÉ
Es en primer lugar, búsqueda de la palabra de Dios, o sea, de la voluntad de Dios. Que
quede claro: puede que Dios no me hable directamente, puede que yo me engañe, puede
que los demás me confundan... ¿Qué es lo que de verdad está escrito? No hay que fijarse
en un texto aislado; hay que ver todo el conjunto.
Oración es también escucha atenta a la moción del Espíritu que mora en nosotros. El
habla delicadamente, pero eficazmente. Importa hacer silencio y escucharle, sin confundir
su querer con mi deseo, su embriaguez con mi entusiasmo.
Oración es además renovación de la entrega al Padre. Es renovar la palabra clave:
«¡Abba!», con todo lo que ello comporta. «Abba, no lo que yo quiero», rezaba Jesús con
gritos y con lágrimas. «Abba, siempre lo que quieras Tú», repetía entre sudores y sangre.
Para terminar con confianza victoriosa: «Abba, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Como vemos, la oración de Jesús es consciente y consecuente; no como tantas veces la
nuestra, que oramos para seguir siendo lo que somos y seguir haciendo lo que queremos,
pero nos quedamos tranquilos, porque ya hemos hablado con el Señor. Hemos hablado,
pero no le hemos escuchado. Nos hemos escuchado a nosotros mismos, porque hemos
puesto entre Dios y nosotros la barrera de nuestro interés y nuestra comodidad. Dicen que
Dios «nunca deja en paz, aunque siempre da la paz»; nosotros, al contrario, después de la
oración, nos quedamos en paz, aunque sin paz. Esta oración resulta un desprestigio y, a
veces, hasta un escándalo.
CARITAS/91-1.Págs. 46
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11. ORA/A-H
«Cuando estás orando a tu Dios,
llama un hombre a tu puerta:
si le ignoras, tu oración es un acto de impiedad.
Lanzas a tu Dios una lluvia de pétalos:
pero su cabeza aparece herida,
como si la hubieran apedreado.
Mientras cierras tu casa al huésped
que llega de improviso,
¡ofreces a tu Dios una comida ritual!
Si distingues entre el huésped y tu Dios,
tu liturgia es un salivazo.
Toukaram
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12. GANDHI/ORACIÓN
Un hombre de oración
La oración ha salvado mi vida. Si la oración no me hubiera sostenido, hace tiempo que
habría perdido la razón. Atravesaba entonces por las pruebas más duras de mi vida, pública
y privada. Durante algún tiempo estuve hundido con una verdadera desesperación. Si pude
salir a flote, fue gracias a la oración. No le he concedido a la oración, en mi vida, el mismo
sitio que a la verdad. Fue por pura necesidad por lo que me puse a orar, ya que me hubiera
sido imposible ser feliz sin la oración. Luego, según iba pasando el tiempo, aumentó mi fe
en Dios y mi necesidad de orar fue haciéndose cada vez más irresistible. Sin la oración, la
vida me habría parecido anodina y vana. Había asistido en África del Sur a una ceremonia
cristiana, pero aquella experiencia me dejó indiferente. No llegué a sentirme en comunión
con la asamblea. Ellos suplicaban a Dios, pero yo era incapaz de hacerlo. Fue un fracaso
lamentable. Al comienzo de mi vida, yo no creía en Dios ni en la oración; fue más tarde
cuando empecé a sentir en mí cierto vacío. Finalmente, llegó el día en que la oración me
pareció tan indispensable para el alma como el alimento para el cuerpo. La verdad es que
la oración es todavía más vital, pues a veces hay que ayunar por razones de salud. Pero
nunca hay que dejar el alma ayuna de oración. Jamás se sentirá saciada. Tres de los
mayores maestros del mundo -Buda, Jesús y Mahoma- nos han dejado un testimonio
irrecusable de que la iluminación les vino de la oración y de que no habrían podido
prescindir de la oración. Del mismo modo, ha sido en la oración donde millones de hindúes,
musulmanes y cristianos han encontrado su único aliento. Me diréis que todos esos
hombres estaban engañados o que nos han engañado a nosotros. Os responderé que es
en esos casos en donde yo encuentro cierto encanto a esa «mentira», que me ha dado la
razón de vivir y me ha hecho soportable la existencia, a pesar de ser un buscador de la
verdad. Aunque muchas veces tuve que vérmelas con situaciones que, en el plano político,
me parecían desesperadas, nunca he perdido el sentimiento de paz que en mí anidaba.
Muchos han sentido envidia de esa serenidad. Es la oración la que lo explica. No soy un
sabio, pero pretendo humildemente ser un hombre de oración. Poco importa la manera de
orar. En esta materia, cada uno es su propia ley. Sin embargo, hay ciertos itinerarios
claramente jalonados y que es más seguro seguir, sin separarse de ellos, ya que han sido
trazados por maestros expertos de antaño. Tal es mi testimonio personal. Cada uno podrá
comprobar cómo la oración cotidiana añade algo nuevo a la vida (Mt. 111,139-140).
Gandhi. «Todos los hombres son hermanos», 95-97
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13.
La oración es una elevación de la mente humana hacia Dios, un diálogo entre el hombre
y Dios, que ha instaurado su reino en el hombre, más exactamente: la participación en el
diálogo eterno que ocurre entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Es participación en
la adoración, alabanza, acción de gracias y petición de Cristo. El auténtico orar sólo puede
hacerse por medio de Cristo. Sólo El es el camino hacia el Padre; sólo en comunidad con El
puede el hombre atreverse a llamar a Dios con el nombre de "Padre". Cristo lleva la oración
hasta el Padre. Nuestra oración no es más que la aceptación de la oración de Cristo en
nuestro corazón, en nuestra voluntad y en nuestro pensamiento. Lo decisivo en la oración
de los cristianos es la oración de Cristo. La oración del cristiano es oración de Cristo más
que oración del justo.
En /Rm/08/26-27, se dice: "Porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas
el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables, y el que escudriña los
corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según
Dios". No es imposible que la palabra "espíritu" se refiera a Cristo glorificado (cfr. Il Cor. 3,
17); pero es sumamente probable que se refiera a la tercera persona divina. Si es éste el
caso, el Espíritu Santo es la fuerza personal mediante la que Cristo obra. Cristo reza al
Padre en el Espíritu Santo. La oración del cristiano es un orar junto con Cristo y hasta el
estar dispuestos a dejarle orar por nosotros. En la oración del cristiano oye, por tanto, el
Padre la voz de su Hijo.
La oración es primariamente adoración y, en segundo lugar,
petición. La petición es oración en la medida en que es adoración. La oración no es
primariamente un medio de santificarse a sí mismo (aunque lo sea también esencialmente),
sino una forma de honrar a Dios. La oración no está primariamente al servicio del desarrollo
de la personalidad moral, sino viceversa: los esfuerzos morales y religiosos del hombre
están al servicio de la adoración. "Las almas se santifican para participar más
perfectamente del espíritu y de la verdad en que adoran a Dios; se levantan en el sentido
de la ascensión y elevación morales para que el culto que tributan a Dios sea menos
indigno de El". Sin embargo, el hombre se santifica realmente por la oración, por la
elevación del hombre hacia Dios ocurrida en ella. Estas consideraciones valen lo mismo de
la oración "litúrgica" que de la oración "privada".
ORA/SIEMPRE: La Escritura exige la oración continua (/Lc/18/01;
/1Ts/05/17). Tal
oración consiste en una continua elevación del corazón a Dios. Eckhart describe cómo el
amor de un hombre puede estar siempre dirigido a otro, cómo puede acompañarle por todas
partes y llenarle, sin necesidad de apartar su conciencia y atención de la actividad
momentánea. ·Agustín-san dice en la Explicación del salmo 31, 14: "Hay una oración
interna, ininterrumpida, que es el anhelo. Hagas lo que hagas, anhelas aquel sábado y no
interrumpes la oración. No quieres interrumpir la oración, el anhelo no se interrumpe. Tu
continuo anhelo es tu voz continuada. Sólo el frío del amor es silencio del corazón".
Contra la explicación de la oración dada por los Santos Padres y teólogos medievales de
que es un diálogo con Dios, no puede decirse que no puede ser diálogo, porque Dios está
callado; Dios nunca está callado, pero sus palabras caen en el silencio; sólo los creyentes
las perciben; en la fe está seguro de la presencia de Dios. Oye la palabra de Dios con
especial claridad en la predicación de la Iglesia, en la liturgia y sobre todo en la Escritura.
En los dones y tareas que cada hora lleva consigo. Por eso puede hablar con Dios,
presente en él, de la tarea de cada hora.
La oración del estado de peregrinos está ordenada al estado en el que el hombre hablará
no ya con el Dios escondido, sino con el Dios visto en toda su gloria. El cielo es un eterno
diálogo de amor con Dios. La oración terrena, lo mismo que el trabajo, tiene carácter
escatológico.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA V
LA GRACIA DIVINA
RIALP. MADRID 1959.Págs. 400-402
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14. "vi un cielo nuevo y una tierra nueva»
Yo busco un cielo nuevo y una tierra
florecidos en luz, que la verdad
sea su sol; yo quiero una ciudad
sin miedos, sin sobresaltos y sin guerras.
Busco ríos de paz, montes y sierras
de justicia, mares de caridad;
deseo respirar la libertad,
olvidado de pájaros que aterran.
Una palabra escucho en mi interior
que calma mi deseo y frenesí.
«Esa ciudad no está a tu alrededor,
esa ciudad no está aquí y no está allí,
y habrá que edificarla con dolor.
Esa ciudad está dentro de ti».
CARITAS/92-1.Pág. 227
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15.
Somos hijos de nuestro tiempo:
«¡No tengo tiempo!"
¡No tienes tiempo que perder! Pero ya has perdido mucho tiempo:
Cada día muchas horas y no sabes en qué.
Con el tiempo te pierdes tú.
Cállate cinco minutos; sin hablar; sin mirar al reloj que ves...
Cinco minutos callado:
Es posible que te encuentres otra vez.
Cinco minutos de silencio:
para encontrarte y, quizás, para ver lo que no sueles ver.
PETRUS CEELEN
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16. ORA/ES
REZAR MOVIDOS POR EL ESPÍRlTU
Es el Espíritu Santo quien nos mueve a rezar, quien nos enseña a rezar, quien nos
sugiera qué hemos de rezar. Más aún, quien reza en nosotros, o nosotros en él.
Lo hizo con Jesús: "Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: yo te bendigo,
Padre..." (Lc 10,21). Lo hace con nosotros: "Recibisteis un Espíritu de hijos que nos hace
exclamar: Abbá, Padre" (Rm 8,15); "siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión
en el Espíritu" (Ef 6,18); Nadie puede decir ¡Jesús es Señor!, sino movido por el Espíritu
Santo" (l Co 12,3)...
No oramos solos. Nuestro "apuntador" es el Espíritu, que nos hace decir "Abbá, Padre",
o dice con nosotros: "Ven" (Ap 22, 17). Sin Espíritu no hay oración: sólo palabras. Nuestra
oración es viva cuando brota del Espíritu que habita en nosotros.
Si lo recordamos, y nos ponemos en sintonía con el Espíritu, nuestras oraciones no
serán sólo palabras, los cantos nos brotarán de dentro y re-crearemos cada vez los salmos
que le dirigimos a Dios. El secreto es que oremos -a solas o en comunidad- al unísono con
el Espíritu: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza; pues nosotros no sabemos
cómo pedir para orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables" (Rm 8,26).
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1998, 7, 1
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17.
HABLAR/ESCUCHAR:
Algunos años atrás, mientras enseñaba ética judía en la Universidad Hebrea de Jerusalem, les di a mis alumnos una actividad difícil: ellos tenían que pasar todo un día sin hablar (en el judaísmo clásico esto es llamado "taanit dibur" - literalmente "ayuno del habla"). Durante el día, ellos no podían hablar con nadie a menos que fuese absolutamente necesario.
Cuando los estudiantes contaron sus experiencias, ellos expresaron asombro sobre lo que habían descubierto acerca de sus relaciones interpersonales. Por ejemplo: una mujer llamada Stefani, dijo que había tenido una "conversación" con una amiga durante más de una hora. La amiga, sin saber que Stefani estaba haciendo taanit dibur, habló todo el tiempo. Al final de la "conversación", la amiga le agradeció a Stefani pues había tenido "la mejor conversación de su vida!".
ORAR/ESCRUTAR: Muchas personas prefieren más escucharse a sí mismas que escuchar a los demás. Sin embargo, el judaísmo nos enseña que escuchar - ir más allá de uno mismo - es más importante que la auto-expresión. Esta es una de las razones por las cuales el estudio de la Torá es superior al rezo. Mientras que el rezo es una expresión de nuestros pensamientos, la Torá es la expresión de los pensamientos del Creador.
En contraste a muchas otras religiones donde la dinámica principal de la experiencia religiosa es el hombre buscando a Dios, en el judaísmo el mayor enfoque es la entrega de la Torá, cuando D'os se hizo conocer al hombre.