PADRE NUESTRO
CINCO MEDITACIONES

 

Reflexión Primera
Nos atrevemos a decir "Padre Nuestro"

Los seres humanos abrigamos anhelos de plenitud ; deseamos 
encontrar un amor sin lagunas y tener la verdad sin sombras para 
ser totalmente felices. Pero sufrimos la limitación en todos los 
ámbitos, y espontáneamente soñamos con una fuerza superior que 
nos ayude a plasmar nuestras naturales aspiraciones. Cuando 
acudimos a la divinidad en el fondo lo que buscamos es nuestra 
salvación o realización humana completa .

1. Jesús de Nazaret no hizo grandes discursos sobre Dios.
No fue un filósofo especulativo ni un teólogo perdido en 
metafísicas sagradas. Fue un hombre que vivió de forma única la 
cercanía benevolente de Dios como Alguien que respira ternura e 
inspira confianza. No sólo cuida los lirios del campo y goza cuando 
las personas humanas son felices; no se aparta de ellas incluso 
cuando ellas deciden olvidarlo y hace salir el sol también para los 
malvados. 

En la experiencia de Jesús, Dios es esencialmente bueno. Su 
omnipotencia y su justicia llegan hasta nosotros mediadas por el 
amor. No actúa nunca con un poder que paraliza o reprime; su amor 
prueba su verdad acompañando eficaz y silenciosamente, 
respetando la decisión libre de cada uno, en la paciencia de quien 
siempre mira con esperanza. El padre del hijo pródigo no práctica la 
justicia vindicativa que a cada uno da lo suyo, lo que merece; da más 
bien lo que cada uno necesita, más de lo que merece .


2. Dentro de una cultura, Jesús manifestó aquella experiencia 
singular de Dios con el símbolo "Padre". El símbolo es camino de 
acceso a la realidad; aunque de modo deficiente; cuando una madre 
abraza tiernamente a su hijo, en ese gesto simbólico hace presente 
algo de su cariño maternal, que sin embargo no se agota en el 
abrazo. El símbolo "Padre" nos dice algo de Dios cuya ternura, si 
bien podemos gustar, resulta siempre inabarcable. Como todos los 
símbolos, también éste no sólo está sometido a la limitación cultural; 
puede incluso tener un significado negativo dentro de una 
determinada experiencia humana; para un niño cuyo padre ha sido 
un degenerado, ese término evocará inevitablemente algo negativo.

Saliendo al paso de una posible interpretación negativa, Jesús 
puntualiza que cuando habla de "padre", se refiere a la experiencia 
positiva que tienen tantos niños a quienes su progenitor les cuida 
con solicitud y da siempre lo que necesitan: "¿Hay alguno entre 
vosotros que al hijo que le pide pan, le dé una piedra?" 


3. La palabra aramea "Abba", Padre, lleva una carga de confianza 
sin límites , refleja los sentimientos espontáneos de un niño pequeño 
agarrado a la mano de su papá; se siente con derecho a preguntarle 
todo, a pedir todo, a esperarlo todo. Ello explica que los judíos en el 
siglo primero considerasen irreverente llamar "Abba" al Dios Altísimo. 
Jesús, sin embargo, experimenta que Dios es alguien en quien 
siempre se puede confiar, y así lo invoca con ese término. Padre, 
madre,amigo, esposo.. Estos y otros símbolos significan ternura, 
inclinación gratuita en favor nuestro, calor sincero que siempre 
arropa nuestra existencia, y pueden ser mediaciones aproximativas, 
aptas, de la experiencia íntima que Jesús tuvo de Dios. 

Ya los profetas presentaron a Dios con sentimientos y conducta 
maternos: "Efraín es para mi un hijo querido, un niño predilecto; cada 
vez que lo amenazo, vuelco a pensar en él; mis entrañas se 
conmueven y me muero de ternura hacia él. ¿ Acaso olvida una 
mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas?; pues 
aunque ella se olvide, yo no me olvidaré"; como una madre consuela 
a su hijo, así os consolaré yo". 

La perfección de Dios no se mide por el alejamiento de lo 
trascendente e inasequible. Desconcierta y es inabarcable por su 
misma cercanía. Es "misericordia entrañable", amor gratuito que se 
hace cargo y carga con la miseria de los otros.


4. Los cristianos
hemos sido alcanzados por la experiencia singular de Jesús. 
Apoyados en la intimidad del Padre que gustó de modo único aquel 
hombre, Jesús, nosotros confesamos que él es el Hijo, la Palabra de 
Dios. Pero nuestra fe no es reconocimiento puramente intelectual, ni 
nuestra confesión es un frío enunciado de nuestras cabezas. Más 
bien es un encuentro interpersonal que nos permite recrear la 
experiencia de Jesús: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios 
nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 4,16). Alcanzados por esta 
gozosa experiencia de Jesús, nos atrevemos a decir "Padre 
Nuestro".

Esta novedad evangélica debería empapar nuestra existencia y 
actividades. De modo especial en estos días debemos tomar 
conciencia de la buena noticia y tratar de actualizarla siguiendo la 
invitación de Juan Pablo II en su Carta Tertio milennio adveniente: 
"Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa 
del padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por 
toda criatura humana, y en particular por el hijo pródigo".

Al ver los miedos de tantos bautizados cuando escuchan el término 
"Dios", no es fácil pensar que miran a la divinidad como Padre. 
Sobran temores serviles y falta confianza. No acabamos de creernos 
que Dios nos ama, no porque seamos buenos, y sólo en la medida 
en que lo seamos, sino porque él es bueno. 

Si su amor, que "a todo da vida y aliento", envuelve también a 
todas las mujeres y hombres del mundo ¿cómo justificar tantas 
discriminaciones y hasta venablos contra los otros en nombre de 
Dios? Hay en nuestra sociedad una indiferencia religiosa cada vez 
más generalizada. Conviene, pues, que los cristianos nos 
planteemos con seriedad el interrogante que lanza Juan Pablo II 
viendo esta situación de indiferencia religiosa: "¿Qué parte de 
responsabilidad debemos reconocer los cristianos por no haber 
manifestado el genuino rostro de Dios, a causa de los defectos de su 
vida religiosa moral y social?". 

Que estos días de gracia en el año 1999 sean "una gran 
peregrinación hacia la casa del Padre". Y que en esa peregrinación 
miremos a todos los hombres como hermanos, y así ellos aprenderán 
a ver a Dios como Padre.

* * * * *

Reflexión Segunda
Quien ama conoce a Dios


Desde nuestra debilidad humana con facilidad nos imaginamos 
una divinidad perfecta en continuidad con los grandes y poderosos 
de este mundo, aunque en un grado que a todos sobrepasa. En 
tiempo de Jesús los religiosos judíos se imaginaban así a la 
divinidad: perfecta en su ley, en su templo, en su trascendencia 
deslumbrante. Pero Jesús de Nazaret tuvo otra percepción de Dios y 
la ofreció a todos los morales: "Sed misericordiosos como vuestro 
Padre es misericordioso" (Lc 6,36). La misericordia es una forma 
peculiar de amor que se deja impactar por la miseria del otro y sale 
de sí mismo para ponerse al lado de los oprimidos ayudándolos a 
superar su postración.


1. Antiguo Testamento. 
En el Antiguo Testamento hay un artículo central de fe. Es aquél 
en que, cuando el pueblo de Israel estaba en Egipto sufriendo la 
opresión de sus capataces, Dios se dejó alcanzar por sus gemidos y, 
movido a compasión, intervino para liberarlo. De generación en 
generación aquel pueblo celebrará las gesta liberadora del Dios 
compasivo, "lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, misericordioso 
hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado". 
Impresiona también leer en el profeta Oseas 11,9 que, a pesar de 
que el pueblo no responde al proyecto de amor diseñado para él, 
Dios, en sus sentimientos de padre y de madre, no abriga nunca 
venganza: "No dejaré correr el ardor de mi ira, no volveré a destruir a 
Efraín, porque yo soy Dios, no hombre; en medio de ti yo estoy, el 
Santo, y no me complazco en destruir". Lo peculiar del Inefable, su 
perfección, aquello que le distingue de todas las criaturas, es la 
gratuidad de su amor, la entrega compasiva de sí mismo hasta las 
últimas consecuencias para erradicar la miseria y la muerte que se 
oponen a la vida. Eso quiere decir la simbólica trinitaria: las tres 
Personas divinas se constituyen no por la lógica de la imposición y 
del dominio, sino relacionándose y afirmándose mutuamente. El 
dinamismo comunitario, que es todo lo contrario al individualismo 
autosuficiente, expresa la condición última de Dios que se ha 
revelado como misericordia.


2. Nuevo Testamento. 
Esa misericordia, como atributo más entrañable de Dios, se 
personificó en la historia de Jesús que pasó por el mundo "haciendo 
el bien, curando a todos los oprimidos por el Diablo porque Dios 
estaba con él " (Hch 10,38). "Movido a compasión" aquel hombre 
curó a los leprosos, abrió los ojos a los ciegos, perdonó a la mujer 
adúltera e hizo milagros para dar de comer a las multitudes 
hambrientas. Sólo quien respiraba sentimientos de misericordia, 
pudo construir las parábolas del buen samaritano, del hijo pródigo, 
del buen pastor, o del señor que, compadecido ante la situación 
menesterosa de quien le debe dinero, perdona toda la deuda.


3. Don o gracia. 
Muchas veces nosotros nos sentimos envueltos y animados por 
ese amor de misericordia. Como es un don que se nos regala, lo 
llamamos gracia; y ella nos hace encontrarnos aceptados y acogidos 
por Alguien que gratuitamente nos ama. Esta sensación provoca en 
nosotros gratitud y es invitación a que seamos agradables en 
nuestra relación con los demás. Los que han gozado en su vida de 
apoyo y ternura, los que se consideran beneficiados por un amor 
inesperado, han conocido al Padre misericordioso, y pueden ser 
testigos de la misericordia en un mundo cada día más seco y 
sediento de gratuidad y de ternura.


4. Dios, rico en misericordia. 
Hace unos años, en su encíclica "Dives in misericordia", Juan 
Pablo II señalaba la tarea prioritaria para la Iglesia evangelizadora en 
nuestro tiempo, que es "profesar y proclamar la misericordia divina 
en toda su verdad". En efecto, dado que los hombres necesitan cada 
vez más sentimientos y prácticas de misericordia, porque estos 
valores apenas tienen audiencia en una cultura de violencia y de 
máximo goce inmediato, la Iglesia samaritana puede ser hoy la buena 
noticia de liberación.


5. Sentido de la "misericordia". 
La verdadera misericordia nada tiene que ver con paternalismos o 
maternalismos que hieren la dignidad de los pobres, ni con 
asistencialismos que descuidan la promoción responsable de los 
beneficiarios como sujetos de su propia liberación. Y es ofensiva del 
evangelio la conducta de quienes, para blanquear su conciencia 
manchada con negocios inmorales, hacen donativos a la Iglesia para 
que ayude a los pobres. Sin embargo, la misericordia como 
sentimiento de compasión ante la miseria de las personas y práctica 
liberadora en la superación de la misma, es hoy artículo de primera 
necesidad. Lo económicamente rentable se impone cada días más 
como ley única, y cada vez cuentan menos las personas que no 
tienen recursos porque no pueden y no saben. Por eso la tarea 
evangelizadora más importante de la Iglesia en esta situación es ser 
testigo de la misericordia.

Los cristianos necesitamos acoger esa misericordia que Dios 
mismo nos regala. No tenemos derecho ni motivos para deslizarnos 
por el mundo como alma en pena con la cara de poco redimidos. 
Mientras el fariseo que sube al templo para orar tratando de 
manipular a Dios es incapaz de recibir gratuitamente amor, el 
publicano que gusta la cercanía misericordiosa de Dios respira 
sentimientos de paz y de confianza. El buen el samaritano se inclina 
con amor hacia el expoliado junto al camino, porque antes acoge y 
se deja transformar por la misericordia de Dios que vibra cuando ve 
sufrir a los pobres. Más aún, si somos capaces de mirar con ojos 
limpios, la creación y la humanidad están, como dice el Vaticano II, 
"funda-mentadas y acompañadas por el amor del Creador y 
liberadas por Cristo". El mundo está trabajado ya por el Espíritu; en 
él brotan sentimientos y prácticas de misericordia antes de que la 
Iglesia llegue. Tarea y vocación de la comunidad cristiana es acoger 
estos signos históricos de gracia, trabajando para que las semillas 
den fruto. 


6. Ofrecer misericordia. 
Ofrecer misericordia en una práctica coherente de vida. Dos 
terrenos complementarios demandan aquí el compromiso de los 
bautizados. 

En primer lugar, el tema de los derechos humanos. Estamos 
celebrando el 50ºaniversario de la Declaración Universal publicada 
en 1948. Si bien se han dado muchos pasos positivos, las sombras y 
vacíos empañan el horizonte no sólo de nuestra sociedad española 
sino también de la organización internacional. Si realmente los 
cristianos creemos que los derechos humanos tienen algo de divino, 
una práctica histórica en la promoción de tales derechos es 
imperativo ineludible de nuestra fe.

En segundo término, la opción por los pobres. El compromiso por 
los derechos humanos tendrá garantías de verdad y recibirá impulso 
con la opción por la causa de los pobres. Quizás esta causa no entró 
en el Vaticano II como clave determinante para el diálogo de la Iglesia 
con el mundo moderno; y la carencia está repercutiendo en el 
individualismo insolidario que desfigura el rostro de nuestra 
organización social. Si la comunidad cristiana quiere de verdad 
emprender una práctica de misericordia, debe recobrar su vocación 
evangélica: ser voz de los pobres.

* * * * *

Reflexión Tercera
Amor que nos libra del mal


1. El enigma del mal.
MAL/ESCANDALO: La existencia del mal en el mundo es un 
enigma terrible. Hay males causados directamente por la libertad 
humana, pero hay otros muchos que suceden a los hombres por una 
especie de fatalidad inscrita en el dinamismo creacional. Ante tanta 
negatividad y sufrimiento, muchos concluyen que Dios no existe. Si 
existiera, acabaría con tanta deficiencia que tortura inútilmente a las 
personas. Los mismos creyentes no se ven exentos de la duda y 
también se preguntan cómo está Dios presente y activo en este 
mundo tan desfigurado por el dolor y la muerte

La dificultad va directamente contra el poder de Dios. Suponiendo 
que él no desea el mal, algo falla en su poder si no hace que las 
cosas sean de otra forma. Hay a veces cristianos que, para defender 
el poder divino cuestionado, discurren así : Dios puede quitar los 
males, pero no lo hace para probar nuestra paciencia y darnos 
oportunidad de llegar al cielo. Este es un discurso piadoso pero 
ineficaz; en el fondo la divinidad sigue ahí fuera, como poder 
arbitrario que juega con nuestro destino, quedándose al margen de 
nuestra aventura humana.


2. Dios, Padre. 
Antes de confesar que Dios es todopoderoso, en el "Credo" 
confesamos que es Padre. Quiere decir que la omnipotencia de Dios 
debe ser medida desde su paternidad, y no al revés. Por nuestra 
experiencia normal de vida conocemos el poder que funciona como 
dominación sobre los demás; y en esta lógica, "todopoderoso" 
significa el que puede dominarlo todo; no hay ámbito que se le 
resista, y el omnipotente entra en contradicción consigo mismo 
cuando permite la existencia de realidades que no quiere. Pero en 
nuestra forma de pensar ¿dejamos espacio suficiente al poder 
ejercido por el amor? Cuando es auténticamente gratuito, este amor 
no impone nada; seduce, sugiere, inspira y provoca, pero nunca 
emplea la fuerza del poder coercitivo. Ante la resistencia de personas 
o de realidades, ese amor se hace presencia indefectible, 
acompañamiento activo, espera paciente; pero nunca se vuelve para 
negar la decisión libre o la condición real del ser amado. Con 
frecuencia vemos que una madre no quiere la drogadicción del hijo, 
pero no puede tampoco evitarla; la verdad de su amor no se prueba 
en conseguir lo que quiere sino en su ternura fiel junto y a favor del 
hijo. El ejemplo puede servirnos para vislumbrar lo sentimientos y 
conducta de Dios ante los males que nos destrozan: quiere que los 
venzamos, pero no puede hacerlo silenciando nuestra libertad y 
atropellando la condición finita de las criaturas. Precisamente porque 
sigue junto a nosotros y con nosotros aceptando ese "no-poder", 
pero trabajando con amor en nosotros la victoria sobre el mal, 
manifiesta la omnipotencia de su amor.

El ejemplo de Jesucristo es aquí muy elocuente. Siendo el Hijo, se 
manifestó "en la condición de servidor". Y su conducta en nuestra 
tierra estuvo marcada por la lógica del no-poder. Antes de imponer 
nada por la fuerza, de reprimir la libertad de los otros o alterar los 
procesos naturales, prefirió estar en medio de los hombres "como el 
que sirve", hasta las últimas consecuencias. En aquella conducta 
histórica de Jesús "se manifestó la bondad de Dios Nuestro Salvador 
y su amor a los hombres" (Tit 3,4). Y en el acontecimiento 
"Jesucristo" se revela cómo Dios mismo no puede erradicar el mal 
ignorando la condición finita de las criaturas y reprimiendo la libertad 
de las personas humanas.


3. Ante el "mal" Jesús no fue indiferente. 
No consta en los evangelios que hubiera en tiempo de Jesús 
catástrofes naturales llamativas. Pero se cuenta un accidente, la 
caída de la torreta de Siloé que dejó dieciocho víctimas.. En la 
interpretación del hecho Jesús descarta cualquier castigo divino: 
"¿Pensáis que ellas eran más culpables que los demás hombres que 
habitaban en Jerusalén?; no, os lo aseguro" (Lc 13,4). El mal no 
viene de Dios; queda al otro lado. Es la fe bíblica confesada en los 
primeros capítulos del Génesis. Jesús gusta la cercanía de Dios que 
quiere la vida en abundancia para todos; su objetivo no es castigar a 
los hombres, sino "salvarlos", hacer que lleguen a la plenitud de 
vida.

Ante la injusticia social y la enfermedad, Jesús no permaneció 
pasivo. "Pasó haciendo el bien" y combatiendo a las fuerzas 
diabólicas que dividen a los hombres y tiran por el suelo a las 
personas. Pero no acabó con el dolor y la muerte. Al enterarse de 
que su amigo Lázaro había muerto, "lloró, se conmovió hondamente 
y se turbó". En esas reacciones manifestaba los sentimientos del 
Padre compasivo que nos acompaña en nuestros males y es 
sensible a nuestro dolor. La encarnación significa la entrada de Dios 
mismo en nuestra condición doliente, participando con nosotros del 
azote seco de tantos males, del fracaso de tantos empeños fallidos y 
de la zozobra de la muerte.


4. Dios hace suyos nuestros males. 
Pero Dios no sólo es compañero en nuestros males; hace suyo 
nuestro sufrimiento, pues el Hijo, siendo "de la misma substancia del 
Padre, sufrió". De poco serviría el mero acompañamiento, si a la hora 
de la verdad el mal no fuera vencido ¿Cómo podríamos confiar en un 
Dios incapaz de hacer felices a nuestros seres queridos y a nosotros 
mismos? 
En la conducta de Jesús se revela que Dios está venciendo al mal 
en nosotros y con nosotros, fortaleciéndonos y haciéndonos libres en 
el sufrimiento. Es significativa la oración de Jesús en Getsemaní, 
poco antes de su martirio. Suplica insistentemente al Padre que le 
libre de la muerte; pero no se le concede lo que pide. Sin embargo 
en su intimidad experimenta una fuerza nueva que le conforta y 
sostiene para entregarse con amor y libertad hasta la la muerte. 
Dios-Espíritu trabajaba en aquel hombre venciendo al mal y 
librándolo de la desdicha en medio del sufrimiento.


5. Dios garantiza nuestra victoria.
"Dios ha resucitado a Jesús" fue posiblemente la primera fórmula 
de la fe cristiana en la resurrección. El Padre no sólo nos acompaña 
en nuestros males, ni sólo realiza en nosotros y con nosotros 
anticipaciones de victoria sobre nuestros sufrimientos. Resucitando a 
Jesús, garantiza la victoria definitiva sobre los males de la historia y 
sobre la muerte. A pesar de tantas sombras en la existencia y de 
tantas contrariedades en el camino, merece la pena empeñarnos en 
erradicar el mal, porque todo compromiso de liberación, hecho con 
amor, no cae ya en el vacío. 

Dejándonos alcanzar por esta presencia vivificante de Dios ya en 
nuestra historia, los cristianos pedimos: "Líbranos del mal", deseando 
que se haga realidad ya aquí en la tierra esa victoria que será total y 
definitiva "en el cielo"; en esa "nueva tierra" que barruntamos, y 
expresamos en el "credo" con "la resurrección de la carne". 

* * * * *

Reflexión Cuarta
Pasar de siervos a hijos


1. Parábola del hijo pródigo.
PARA/HIJO-PRODIGO: La parábola del hijo pródigo es una pieza 
de singular densidad teológica. Cuando ha caído ya en un 
lamentable deterioro humano, el hijo, que pretendiendo ser patrono 
independiente se hizo esclavo despreciable, recuerda que su padre 
no es tan malo, pues se preocupa con solicitud también de los 
criados que trabajan en la casa. Decide cambiar de vida y volver a 
los brazos paternos. Pero no acepta ser recibido como hijo: "Ya no 
merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus 
jornaleros". Es tan miope como el hijo mayor que había pasado toda 
la vida trabajando como un esclavo, siendo incapaz de mirar y 
aceptar a su hermano con amor fraterno.

Pablo escribió a los fieles de Roma una Carta donde celebra con 
gozo el inabarcable, gratuito y tierno amor de Dios manifestado en 
Jesucristo. Con esa viva experiencia recuerda: "Todos los que son 
guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis 
un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, 
recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: 
¡Abba, Padre! " (Rm 8,14-15). Sin embargo muchos cristianos no 
acabamos de creérnoslo, y preferimos seguir mirando a Dios más 
como amo que como amor.


2. Dos imágenes de Dios.
No hacen falta profundos análisis para encontrar dos tipos de 
bautizados. Unos miran a Dios como a alguien altísimo y 
encumbrado, que ha diseñado un determinado programa y lo impone 
desde arriba. Esa determinación del omnipotente postula en nosotros 
obediencia y cumplimiento de lo mandado. Con nuestra sumisión y 
buenas obras haremos méritos, evitaremos el castigo final y 
conseguiremos el cielo. Son cristianos, hombres y mujeres, que 
ponen su seguridad en las obras que hacen y en su conducta 
intachable. Con frecuencia tienen cierta tonalidad de estoicismo y 
viven obsesionados por "ser perfectos", entendiendo la perfección 
como tarea puramente humana. 

En general, esas personas viven pendientes de responder 
puntillosamente a todo lo mandado, no son capaces de perdonarse a 
sí mismas, viven obsesionadas por presentarse incontaminadas ante 
los otros, y, al final, se desploman porque no llegan a la pureza que 
se proponen. Son, en el fondo, esclavos de una divinidad que se han 
fabricado, a la que contemplan como rival de su libertad humana, y 
que no les deja ser felices.

Hay otros cristianos, sin embargo, que se han dejado alcanzar por 
un amor gratuito. Se sienten acogidos sin méritos propios, respiran 
confianza y actúan convencidos de que Dios es Padre que nunca les 
falla. Ocurra lo que ocurra, en cualquier situación pueden volverse y 
encontrar ese Amor que siempre regenera y da esperanza. No 
necesitan justificarse porque Alguien previamente los abraza y hace 
justos. Animados por esa confianza, viven alegres, trabajan en el 
mundo, reconocen sus muchas limitaciones, pero no se agobian. El 
"espíritu de hijos" que gratuitamente han recibido, suscita en ellos 
sentimientos de gratitud y de paz; fomenta su compromiso en favor 
de los otros, y les permite mirar confiadamente al porvenir. Hacen 
obras buenas, no para ganarse la vida eterna, sino como resultado 
de que se sienten acogidos por un amor que da vida.


3. De siervos a hijos. 
"No estáis bajo la ley sino bajo la gracia" (Rm 6,14). Es otra versión 
de la novedosa experiencia cristiana: "Ya no os llamaré siervos, 
porque un siervo no sabe lo que hace su amo; os diré amigos porque 
os he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre"(Jn 
15,14-15). Y la paternidad de Dios es la confidencia reveladora de 
Cristo. Hay que actualizar esta revelación evangélica para renovar a 
fondo la moral cristiana.

Impresiona la libertad de Jesús de Nazaret ante los preceptos y 
ante los ritos más sagrados; ante las apariencias y ante los fracasos. 
Viendo con qué libertad había vivido y fue capaz de morir, el 
centurión romano expresó la fe de la primera comunidad cristiana: 
"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39). En 
realidad , aquel hombre fue tan libre "porque Dios estaba en él". 
Lejos de aminorar, oprimir o reprimir a la libertad humana, el 
verdadero Dios la reafirma y promueve. La autonomía humana de 
Jesús era fruto y expresión de su "teonomía". Porque tuvo la gracia 
en plenitud, fue un hombre totalmente libre.

Ultimamente, quizás por el puesto relevante de las persona sobre 
las instituciones que ha tenido y está teniendo lugar en la época 
moderna, se ha destacado mucho la subjetividad con peligro de una 
moral individualista y amenazada de relativismo. Mirando a esta 
situación, Juan Pablo II salió hace unos años al paso con la encíclica 
"Veritatis splendor". Hay que pasar de una moral simplemente 
preceptiva, a una moral indicativa; de la seguridad en unos 
preceptos interpretados como absolutos a la confianza que nos da 
fuerza para cumplir y al mismo tiempo relativizar los preceptos. La 
única forma de no caer en el fanatismo legal ni en el relativismo, 
según el cual no hay ninguna verdad objetiva y es igual hacer una 
cosa que otra, es despertar y alimentar la "ley de la gracia", la 
experiencia de hijos. Por ahí debe ir la renovación de la moral 
cristiana.


4. Una gran peregrinación hacia la casa del Padre".
En esto consiste funda-mentalmente la vocación cristiana. Por el 
bautismo recibimos la filiación, pero el bautismo es como el primer 
momento de un viviente que se desarrolla en un proceso histórico 
vital. Los bautizados "nacen de nuevo" por la fuerza del Espíritu; 
salen de la pila bautismal "como niños recién nacidos" y dispuestos a 
rechazar "todo engaño, hipocresía, envidias y toda clase de 
maledicencias". Pero tienen que actualizar esa novedad en cada 
instante de su vida, y fácilmente abdican de su dignidad de hijos para 
caer en la condición de esclavos.

Gustando la novedad cristiana, la primera carta de san Juan ( 
4,18) concluye así:"No hay temor en el amor; sino que el amor 
perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien 
teme no ha llegado a la plenitud del amor". Evidentemente se refiere 
al temor servil propio de los esclavos. Cuando experimentamos la 
cercanía benevolente de Dios como Padre, su justicia se revela como 
gracia y no queda ya razón para el miedo a ser castigados; pero esa 
confianza que se apoya en la misericordia, se vive históricamente 
como proceso de "llegar a ser hijos.

Mientras vamos creciendo en esa filiación, una y otra vez, 
funcionamos en el esquema de siervos paralizados por la 
desconfianza y el miedo. Iremos acabando con la lógica del 
"siervo-amo" y avanzaremos en la relación cálida de "hijo-padre", si 
nos dejamos alcanzar y transformar por el corazón de Aquel que 
siempre nos espera porque nunca nos abandona: "Estando todavía 
lejos el hijo, le vio el padre y, conmovido, corrió, se le echó al cuello y 
le besó efusivamente". La parábola del hijo pródigo es una invitación 
a pasar del miedo a la confianza. En este paso consiste la conversión 
cristiana.

* * * * *

Reflexión Quinta
Orar confiadamente


1. Oración de Jesús.
En su forma de orar Jesús de Nazaret manifestó su experiencia de 
Dios. Fue un contemplativo sobre los surcos de la historia, y, en 
medio de los conflictos, una y otra vez acudió en la oración al Señor 
de la vida y de la muerte. La oración de Jesús fue unas veces de 
alabanza, otras de petición y en muchas ocasiones oró para dar 
gracias al Padre que hace salir el sol también para los pecadores y 
se pone al lado de los indefensos. Sabiéndose amado del Padre, e 
inspirado por ese amor, Jesús se dirige "al que todo es posible", 
seguro de que se puede confiar en él siempre. 

Oró en su bautismo y escuchó la vez del cielo: "Tu eres mi Hijo". 
Oró también cuando la incomprensión de las autoridades judías 
cuestionaba su misión; en su oración descubrió la presencia del 
Padre con su proyecto de salvación para todos, y optó por subir a 
Jerusalén arriesgando la propia seguridad. Cuando llegó la crisis 
final, en su agonía siguió invocando a Dios como Amor cercano e 
incondicional, pero al mismo tiempo escondido en su misma cercanía; 
fortalecido por el Espíritu, aceptó el difícil trance de la cruz.


2. Pedid y recibiréis. 
Es la invitación que Jesús hace a sus discípulos. Esa oración no 
tiene por objetivo despertar a Dios y ponerle de nuestra parte, pues 
ya está con nosotros antes de que le invoquemos. Más bien oramos 
porque Dios está de nuestra parte y a nuestro lado por un amor 
indefectible. San Pablo gustó esa cercanía de quien nos ama 
"cuando todavía somos pecadores", y comenta: "El Espíritu mismo 
viene en ayuda de nuestra flaqueza; pues nosotros no sabemos 
cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo 
intercede por nosotros con gemidos inefables, permitiéndonos orar 
en la confianza de hijos" ( Rm 8,26). 

La oración cristiana es un trato de amistad con el amigo de quien 
nos podemos fiar siempre. Con los sentimientos y expresiones que 
tiene un niño agarrado de la mano por su padre bueno. Jesús no 
enseñó a sus discípulos métodos especiales de oración; pero les dio 
la clave de la novedad cristiana: "Cuando oréis decid ´Padre 
Nuestro". Implícitamente sugiere: Confiad como hijos que nunca son 
abandonados por su Padre. 


3. Hija predilecta del Padre.
Así llama el Vaticano II a María, la madre de Jesús. Porque fue 
favorecida singularmente por Dios, ella es "la pobre", la que acoge la 
Palabra, confía totalmente y sale de la propia tierra sin exigir nada a 
cambio. Aquella mujer no vio a Dios cara a cara, y tuvo que ir 
descubriendo su presencia en los acontecimientos a veces 
desconcertantes de cada día. En ese clima de búsqueda 
contemplativa hizo muchas veces oración para mantenerse fiel al 
proyecto de gracia. Según Hech 1,14, todavía después de morir 
Jesús, permanecía en oración con los discípulos pidiendo la venida 
del Espíritu.

Ya en la anunciación María pide luces para descifrar la voluntad de 
Dios, y concluye: "Aquí está la pobre del Señor". Pide, no para 
cambiar a Dios, sino como expresión de que ella misma se dispone a 
cambiar; muestra su fidelidad inquebrantable cuando, en silencio 
cargado de amor y de interrogantes, "permanecía en pie junto a la 
cruz". El "Magnificat" permite asomarnos a la intimidad singular de 
María, delicadamente trabajada por el Espíritu. Las formas de 
oración en ese cántico son de alabanza y de acción de gracias. 
Dialoga no con una divinidad metafísica y trascendente, sino con 
Dios "mi salvador", alguien que vive a nuestro lado y camina con 
nosotros; se deja impactar por "nuestra humillación", y se hace 
presente a nuestro lado "como salvador".

Aunque tengamos confianza , en la vida no se puede ser ingenuos. 
Una y otra vez se impone la ley del más fuerte, y en la sociedad no 
queda lugar para los que no saben, ni tienen ni pueden. El círculo 
maligno de tal modo se repite que a veces uno se ve tentado a 
pensar que la justicia es imposible. María de Nazaret, probada por la 
dureza de la vida -" a ti una espada te atravesará el alma"- fue la 
primera discípula de Jesús. Creyó y celebró la llegada del reino de 
Dios que "derriba a los potentados de sus tronos y libera de la 
opresión a los pobres".


4. María, imagen de la Iglesia.
"Imagen purísima de lo que la Iglesia toda entera ansía y espera 
ser", María es el icono de la comunidad cristiana, un signo de gracia 
para todos los cristianos. La invocamos "madre de misericordia", 
porque se dejó alcanzar y transformar por el espíritu del "Padre 
misericordioso". Y esa transformación se hizo en la conflictividad de 
cada día y en la oscuridad del camino, porque María supo ser 
"pobre", creyente y contemplativa. Su oración como expresión y 
recurso para seguir a Jesús y poner en práctica su evangelio, queda 
como ejemplo de quienes nos hemos empeñado en el mismo 
seguimiento. Antes que nosotros, María realizó "esa gran 
peregrinación a la casa del Padre", que para nosotros es invitación 
especial en estos días de meditación. 

JESÚS ESPEJA
DOMINICOS