TESTIGOS EN EL CAMINO
EN LA FUENTE DE TODO AMOR
ALICIA
FUERTES
Esclava del Sagrado Corazón
Orientadora familiar. Oviedo
«En aquellos
días, el Señor dijo a Abrahán: 'Sal de tu tierra y de la casa de tu padre
hacia la
tierra que te mostraré... Te bendeciré...' Abrahán marchó, como le había
dicho el Seño1". Gn
12,14; Gn 15,5-12
Abraham se puso en camino, partió en busca de la promesa del Señor y, en medio
de las
vicisitudes de la andadura humana, se fió de Yahvé. Su marcha bajo las
estrellas fue larga, y
Abrahán necesitó la presencia reconfortante de Yahvé para seguir el camino.
El camino
resultaba largo y, a veces, sin sentido; pero Abrahán llevaba una luz en el
corazón: la seguridad
de que Yahvé quería lo mejor para él y le sostendría en su caminar.
Todo éxodo tiene algo de huida y algo de búsqueda, algo que se deja y algo que
se pretende
encontrar. Pero lo importante es caminar hacia donde nos lleva el amigo, el
compañero de
camino. El sí sabe hacia dónde vamos, mientras que nosotros,
sencillamente, nos fiamos, a la vez que vamos intuyendo algo. También se ve el
camino de
distinta manera cuando está aún por delante y cuando miramos desde un altozano
lo que
ya hemos recorrido. Todas las etapas son importantes; pero, cuando uno camina,
ya no
vuelve a estar donde estaba en la etapa anterior; por eso solemos ser tan
clarividentes
como injustos con respecto a los primeros pasos. Pero no se trata de olvidar,
sino de
integrar.
Primer Éxodo:
de la espontaneidad a la austeridad
Salí un día de mi familia, de mi ambiente universitario, de mi grupo de amigos
y hasta de
mi parroquia, lugar de encuentro en la fe y la amistad..., camino del noviciado
en Azpeitia.
Eran los años del Concilio.
Una chispa había iluminado mi corazón; había experimentado algo de la
cercanía de
Dios, algo de su ternura. Yo, que era así de sensible, seguí la llamada. Pero
el ambiente
religioso era poco propenso a esa visión de Dios que había dinamizado mi vida.
¿Qué hacer? En mi interior resonaba la voz de Jesús: «Lo que hagáis a uno
de estos
hermanos míos mas pequeños, a mí me lo hacéis». Pues adelante. Comencé una
tarea de
colaboración parroquial. Alternaba desde buscar local para la parroquia hasta
la
catequesis, atención a los mayores o a cualquier otra necesidad que surgiera.
Todo lo
hacíamos en un clima distendido de amistad y con la ilusión de realizar un
servicio a la
Iglesia. Aquello se parecía ya algo a mi manera de ser y de sentir. El deseo de
una
dedicación más total me llevó a tomar contacto con la vida religiosa del
momento. Busqué
una Congregación en la que quedara recogida esta experiencia de la ternura de
Dios y la
preocupación de responderle en «los pequeños», junto con un profundo sentido
eclesial.
(Así se desprendía de los documentos de la misma.)
Me sumergí «toda entera» en la experiencia del noviciado y en las estructuras
de la vida
religiosa del momento, adonde llegaban muy lentamente las bocanadas de aire
fresco del
Concilio. Aprendí austeridad, obediencia, sacrificio... Pero todo ello lo
sentía un poco lejos
de la vida. Sin embargo, como nos ocurrió a todos, fui modelada espiritualmente
en una
concepción individualista y vertical del encuentro con Dios, en el que las
relaciones
humanas no sólo quedaban excluidas, sino que incluso eran consideradas un
impedimento.
Las personas debían servir como medio de santificación, como objeto sobre el
que ejercer
la «caridad», pero no podían ser incluidas como una relación personal en
nuestro
encuentro con Dios. La perfección se veía en la renuncia a ser una misma, en
el
cumplimiento fiel de las normas establecidas con verdadero espíritu de
sumisión, y también
en un permanecer «dentro» del convento, dedicada a la observancia y ajena, muy
ajena, a
la realidad humana y a los conflictos sociales. La verdad es que este ideal de
perfección
nunca lo conseguí. (Desde el altozano en que hoy me encuentro, mirando hacia
atrás, me
digo: ¡Gracias a Dios!). Parecía que el camino del encuentro con el Señor
consistía en huir
del tumulto de las preocupaciones humanas. Aunque la Congregación se definiera
como
apostólica, lo importante para nosotras era estar dentro.
Crecía en mí la sensación de desierto, pero proseguía el camino que se me
indicaba
como voluntad de Dios. Lo hacía con mucha entereza, pero a la vez con una
confiada
súplica a mi Dios, que parecía dejarme en la mayor de las oscuridades. Con la
perspectiva
de hoy, creo que tuve un retroceso en mi maduración humana y como mujer
creyente. La fe
se oscurecía, y la duda fue mi compañera de camino. La casi ausencia de
relaciones
cercanas, cálidas, congelaba mi corazón y me hacía cada vez menos asequible
la
experiencia de Dios. La falta de contacto real con las necesidades de mis
hermanos, con
las situaciones sociales... me alejaba también del encuentro con Dios, con el
Dios que se
encarna en la realidad humana, porque es «solidario» con nosotros.
Pienso que fueron años y años de caminar por el desierto, sin otra luz que ese
deseo de
encuentro con el Señor que había comenzado a tocar mi vida desde su cercanía
y desde la
vulnerabilidad de su amor por los hombres...
En ese desierto comprendí poco a poco, como el principito, que «los ojos no
siempre ven.
Hay que buscar con el corazón»2. Y en mi corazón había mucha esperanza y
confianza en
ese Dios cercano y lleno de ternura que había sentido. Por eso seguí la
marcha, segura de
que «el desierto ocultaría un pozo en cualquier lugar»3.
Me ejercité en el trabajo, la responsabilidad y el deber; pero, como dice
Drewermann,
«los adultos pueden convertir incluso la fidelidad y el deber en una locura
egocéntrica»4.
Aquellos horarios minuciosos, sin tiempo para una misma, más que «los cinco
minutos de la
una», que también rellenábamos con miles de actividades..., atentaban
directamente contra
la creatividad, la espontaneidad y la sencillez evangélica de los niños. No
había espacio
para contemplar y ser una misma, fuera del horario establecido. No era nuestra
vida, sino la
vida del programa, del horario. Algo en mi interior gritaba que era bueno volver
a ser como
niños: volver a ser capaces de soñar, esperar, amar y agradecer; y también de
contemplar
la belleza de las puestas de sol. Incluso la oración debía estar sometida a la
norma. Mas
allá del «tiempo del servicio», no había espacio para el «tiempo de la
vida». Con tanto
ajetreo en el desempeño del deber y con el deseo de una exquisita fidelidad, se
me
escapaba lo más sencillo: «Mirad las aves del cielo: no siembran ni siegan ni
recogen en
graneros... Así pues, no os agobiéis...»5 «Dios no se revela a los sabios,
sino a los
pequeños»6. Pero aquel ambiente parecía estar encaminado a hacerme
responsable, a
hacerme «mayor»..., con las inevitables sombras de soledad, aislamiento,
egocentrismo,
que incapacitan para escuchar y aprender de los otros. La rotundidad de las
descripciones
de la perfección de la vida religiosa producía en nosotras la seguridad de
estar en lo mejor.
Ahora sé, como
algo elemental de la psicología, que las exigencias exageradas en lo que
uno espera de sí mismo o en la consecución de ideales inasequibles nos hacen
caer en
una frustración constante, que termina paralizando la propia vida.
Tenía que prestar atención a lo más profundo de mí misma para recobrar una
confianza
básica, para poder aceptarme en mis limitaciones, para reconocer que en el
propio
crecimiento personal Dios se hace presente, porque El está impulsándonos a
desarrollar
todo lo humano que somos. En esos momentos de frustración y desasosiego, uno se
plantea que el seguimiento de Jesús, que ha venido a mostrarnos el rostro de
Dios, del
Dios que ama la vida..., no puede ahogar nuestra vida. No se puede seguir
viviendo sin
poesía, sin color, sin amor, especialmente cuando empezamos a sentir que apenas
somos
más que el engranaje de una maquinaria de producción.
La tensión de la laboriosidad me enseñó que toda prisa, todo insistir, toda
precipitación,
no hace más que dañar el amor y la oración.
También comprendo ahora, por experiencia propia, que el desierto tiene la
función de
hacer emerger en ti lo mas profundo de ti misma, esa calidad de persona que Dios
depositó
en ti y que tienes que cultivar y hacer crecer..., «porque entonces el desierto
te habrá
hecho germinar y crecer como un sol»7.
Segundo Éxodo:
del encuentro con «mi» Dios al encuentro con «nuestro» Dios;
del trabajo para los otros al encuentro con los otros
El segundo éxodo importante en mi vida fue la salida, del encuentro solitario
con Dios, al
encuentro con Dios en las relaciones humanas que construyen.
La revelación de cómo Dios es la fuente de todo amor, de cómo descubrimos su
presencia en el encuentro humano, en la amistad y el cariño, de cómo su
ternura pasa a
través de nosotros para llegar a los demás, fue como el amanecer del sol sobre
la tierra
llena de oscuridad.
Esto me llevó al convencimiento de que, «si Dios es amor, sólo puede ser
verdaderamente conocido a través de la experiencia humana del amor. Todo amor
procede
de Dios (1 Jn 4,7) y, por tanto, todo amor revela de algún modo a Dios. Se
entabla la
relación con Él cuando se le reconoce como origen y fuente del amor. No se
adquiere, por
tanto, el conocimiento de Dios a través de la pura inteligencia ni de la
lucubración sobre su
ser. El que no ama no tiene idea de Dios, porque Dios es amor»8.
Necesitaba todo un proceso de maduración que aunara la contemplación y el
respeto,
para no lanzarme a poseer como mío lo que no tendría sentido sin la fuente de
donde
mana: la bondad y ternura de Dios, cuya esencia es amor y comunicación, que
quiere
mostrarse a nosotros a través del encuentro humano. Un Dios preocupado por
nuestro
crecimiento y madurez personal y que no se goza con el corazón ofrecido y
sacrificado en la
soledad y ausencia de todo amor, sino que aparece en nuestra vida a través de
aquellos
que nos aman... Un Dios que no compite con nuestros amores, sino que es fuente
de ellos
y hace brotar en nosotros el asombro y el agradecimiento.
Este camino no podía transcurrir ajeno a muchas dificultades: miedos,
culpabilidades,
censuras institucionales, choque de mentalidades, incomprensiones... Pero
aquella frase de
Jesús, «por sus frutos los conoceréis», me traía continua paz al corazón.
Yo constataba en
mí un crecimiento en humanidad, comprensión y sencillez. Los hielos y las
durezas se iban
deshaciendo con suavidad, y el gozo del corazón crecía. La experiencia
concreta de amor y
cariño me impulsaba a la apertura y cercanía a otros que tenían frío en su
vida... El fruto
fue bueno y duradero, sin que ni la muerte misma pudiera ya interrumpir o borrar
la señal
del paso del Señor por mi corazón. «Cuando se ama a una flor, y ésta se
encuentra en una
estrella, es muy agradable contemplar el cielo por la noche. Todas las estrellas
han
florecido. Cuando por la noche mires al cielo, estaré en una de esas estrellas;
y, como yo
reiré, te parecerá que todas las estrellas ríen para ti. ¡Tú tendrás
estrellas que saben reír!...
Sentirás alegría de haberme conocido. No me separaré de ti... Parecerá que
he muerto, y
no será verdad»9.
Esta experiencia del encuentro con el Señor como amor y ternura, ese aprender a
dejarse querer y a descubrir al Señor como fuente de todo amor, ha sido y es
una causa
grande de vida para mí y de crecimiento en cercanía a mis hermanos. Me ha
capacitado
para el acompañamiento de muchos hombres y mujeres, parejas y familias, en los
momentos gratificantes y en los momentos de crisis, ayudándoles a encontrar a
Dios en su
experiencia de amor...
Pero, sobre todo, he descubierto que la amistad y la oración guardan un gran
paralelismo
y nos enseñan a contemplar de forma nueva:
«No se puede
comprar la estimación, la ternura, la presencia de ensueño de una persona
amada. Pero, paso a paso, se puede aprender el lenguaje de sus ojos, la
expresión de su
boca y los gestos de sus manos... En los ocultos signos de su rostro, uno puede
entrever el
alma del amado y contemplarla con más claridad en cada mirada en el destello de
los
propios ojos. Poco a poco se puede entender el sentido de sus palabras... y se
descubren
los caminos que conducen al corazón del amado; cuanto más aprende uno a usar
el
lenguaje del amado, tanto más se abren ante los propios ojos las puertas de un
castillo
secreto, cada una de las cuales conduce a un aposento lleno de tesoros y joyas.
Así, el misterio de la confianza empieza con el deseo que uno siente de saber,
de
experimentar y conocer siempre más acerca del otro. Y cuanto más se va
conociendo al
otro, tanto más crece el anhelo de saber y escuchar más y más, hasta lo
inconmensurable;
de comprender siempre con mayor profundidad el misterio del otro. Es como si
desde ahora
todo el mundo entrase en una relación simbólica con el otro, como si su alma
se dilatase
por toda la tierra y convirtiese cada ser en una parte de su vida para
expresarse en ella,
para hacerse presente dentro de ella, como si todo el mundo fuese un sacramento
de su
amor, un signo de su proximidad bienaventurada. Pues desde ahora ya no pueden
verse
nubes que pasan por el cielo sin darles saludos para la persona amada; no puede
oírse el
murmullo de los ríos sin percibir en él su voz; y las estrellas de la noche
brillan como sus
ojos... y todas las flores del campo se extienden como una alfombra bajo sus
pies»10.
Las cosas y los
hombres se hacen valiosos en virtud del tiempo que uno les dedica, y lo
mismo ocurre con la experiencia del encuentro con el Señor. «Esto vale para el
encuentro
con todos los seres del mundo, y ésta es la enseñanza que Saint-Exupéry
espera
principalmente de la experiencia del desierto: quiere que se comprenda que el
valor del
agua está vinculado a la marcha hacia la fuente bajo las estrellas»11.
Tercer Éxodo:
del individualismo al compromiso social;
ser voluntario es un modo de vivir en solidaridad. VOLUNTARIO/QUIEN-ES
«Nosotros preguntamos: ¿dónde estás, Dios?; y Dios responde preguntando:
¿dónde
está tu hermano, tu hermana?», dice Pedro Casaldáliga.
El camino del encuentro con Dios a través de los «pequeños» del Evangelio
seguía
siendo una estrella que iluminaba mi camino por el desierto. Seguirla no
resultaba fácil; no
siempre se podía... desde «lo institucional»; por ello se necesitaba una
buena dosis de
creatividad para conjugar la tarea encomendada por la Institución y la
respuesta al grito de
los sencillos y pequeños... Experiencias de verano: campo de trabajo durante
diez veranos
en Las Hurdes, y la peregrina idea de crear junto con un grupo de amigos, en
Valladolid, un
«Centro de Voluntariado Social» que permitiera, a muchos que sentíamos la
misma
urgencia de solidaridad con los marginados del sistema, ayudar en proyectos
concretos de
promoción según el tiempo que nos permitieran nuestras ocupaciones y
responsabilidades
institucionales.. . Fue una experiencia entonces novedosa. La palabra
«Voluntariado»
sonaba a «ir a la mili». En ella conjugamos muchas cosas: acercamiento
solidario a la
realidad de marginación de nuestra sociedad, trabajo en equipo y colaboración
con todas
las personas que quisieran invertir algo de su tiempo en algún proyecto
concreto de
erradicación de la marginación. Para esta colaboración no existían barreras
por diferencias
en los planteamientos políticos e incluso religiosos. La colaboración se
realizaba en un
clima de encuentros humanos gratificantes. Todo ello resultaba una luz para
nosotros y
para muchos jóvenes que deseaban caminar en esta dirección y no encontraban
cauces
para hacerlo. Por supuesto, esta iniciativa no estuvo libre de dificultades.
Pero una savia
nueva, la de la solidaridad, corría por mis venas y las de muchos otros
voluntarios. Todo
ello nos iba haciendo crecer en humanidad. Nos parecía experimentar un poco de
lo que
Gloria Fuertes dice:
«Ser
voluntario es ser un ser humano, humano.
Ser voluntario es entrar en la calle,
en la casa, en el hospital, en la cárcel,
en el pueblo y en la aldea,
donde haya un ser que sufre.
Ser voluntario es entrar con el corazón,
en el corazón del que lo pasa mal»12.
Pero, al fin,
me llegó también la posibilidad de trabajar inserta en la realidad de
marginación de un barrio, en el cinturón de una gran ciudad, y desde una obra
de
promoción creada por la propia Institución. Trabajo añorado mucho tiempo y
con la
posibilidad de realizarlo en comunidad. Muchas tareas eran las de «siempre»:
en el campo
de la educación o de la colaboración parroquial. Pero también surgían otras
para dar
respuesta a nuevas demandas del barrio: Escuela de padres, Voluntariado social
en el
campo del «apoyo escolar», del «tiempo libre» o de «la visita a los
ancianos»; luego, la
coordinadora antidroga, formada por familiares de los drogadictos del barrio,
bastante
numerosos, y por todas las fuerzas vivas del mismo: parroquia (JOC, grupos de
Confirmación, etc.), grupos juveniles diversos e incluso partidos políticos...
Tampoco aquí faltaron dificultades. Pero la más dura de todas fue recibir un
inesperado y
repentino destino que «parecía» no tener en cuenta aquellas necesidades ni la
forma
adecuada de realizar un cambio que diera continuidad a las tareas comenzadas y a
la
importancia que la gente había adquirido en nuestras vidas. Se cortó
bruscamente tanto
trabajo e ilusión...
Difícil fue el proceso de integrar en la propia experiencia la voz del Señor
que se iba
manifestando en los «pequeños» y la que llegaba a través de la propia
Institución. Profundo
desgarrón que sólo «la serenidad y la confianza en el Señor»13 y en los
hermanos podía
serenar y curar. Tras esta experiencia tan dolorosa, he podido bendecir al
Señor, que es
compasivo y misericordioso: «Él cura todas mis enfermedades. El rescata mi
vida de la fosa
y me colma de gracia y de ternura»14. Y una vez más experimenté su cuidado,
su ternura y
cercanía y su gran fidelidad: «Yo, el Señor tu Dios, te agarro de la mano y
te digo: No
temas, yo mismo te auxilio, no temas... yo mismo te auxilio y tú te alegrarás
con el Señor.
Transformaré el desierto en estanques... y aprenderás de una vez que la mano
del Señor lo
ha hecho»15.
Cuarto Éxodo:
de camino hacia la integración:
«En todo buscar y hallar la presencia del Dios de la vida y del amor, descubrir
toda la
realidad preñada de Dios».
Se trata de caer en la cuenta y descubrir la realidad en su hondura como lugar
de ese
encuentro con Dios. Lo narra muy bellamente Tony de Mello en la parábola del
pequeño
pez:
-«Usted
perdone, le dijo un pez a otro,
es usted más viejo y con más experiencia que yo
y probablemente podrá usted ayudarme.
Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano?
He estado buscando por todas partes, sin resultado.
-El océano, respondió el viejo pez,
es donde estás ahora mismo.
-¿Esto? Pero si esto no es mas que agua...
Lo que yo busco es el Océano,
replicó el joven pez, totalmente decepcionado,
mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte»16.
Es un abrir los
ojos y dejarnos sorprender por su presencia en todo lo humano que
acontece, y dejarnos inundar de su gozo. Es verificar en nuestra vida personal
que Dios se
ha encarnado en la historia, en la cotidianeidad de lo humano, y que lo humano
se vuelve el
lugar del «culto», el lugar sagrado por excelencia. Esta encarnación de Dios
le hace
experimentar la necesidad y la dificultad como a todos nosotros. Dios quiso ser
solidario
con los hombres y supo experimentar también el gozo de recibir la solidaridad
de los
pobres. La pobreza de Jesús le ha hermanado con los hombres, le ha hecho
también
necesitado. Su presencia en nuestra vida tampoco nos libra de la contradicción
ni de la
dificultad.
La experiencia repetida una y otra vez, y si cabe con más hondura a medida que
pasa la
vida, de cómo el Señor cuida de mí tanto en la alegría como en el dolor, ese
experimentar la
certeza del «contigo estoy, no temas», hizo crecer en mí una confianza
básica en su amor y
ternura, en su fidelidad: «Mi amor de tu lado no se apartará...»17. Me hizo
redescubrir todo
lo humano como realidad donde Él está: «y así, por el amor, todas las cosas
del mundo se
transforman en sacramento, en presencia simbólica de la persona amada»18. Es
gozar de
ese caminar de su mano, creando espacios de humanidad. La vida se va integrando
y
resumiendo en aquel texto de Miqueas: «Practica la justicia, ama con ternura, y
camina
humildemente de la mano de tu Dios»19.
Caminar
humildemente viviendo:
* la autenticidad, el ser yo misma, consciente de mis necesidades y en continuo
crecimiento;
* la experiencia de toda relación, de toda amistad, como regalo de Dios, que es
la fuente
de todo amor;
* y consciente de su llamada, que me invita a caminar con Él, Iiberando,
sanando,
curando... y haciendo oficio de mayéutica20, es decir, de comadrona que ayuda a
«dar a
luz» la realidad más íntima que los hombres y mujeres llevan dentro de sí,
que es la
experiencia de Dios mismo.
Éste ha sido mi peregrinar continuo hasta beber del agua en el desierto...:
«Aquel agua
era algo más que un alimento. Había brotado de la marcha bajo las estrellas;
del canto de
la polea, del esfuerzo de mis brazos. Era buena para el corazón»21. Pero,
sobre todo, era
la certeza del amor de mi Dios: «Aunque se retiren los montes y vacilen las
colinas, no se
retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor
que te quiere»22.
·FUERTES-ALICIA
.....................
1. Gn 12,14; 15,5-12.
2. A. DE SAiNT-EXUPÉRY, El Principito, Ed. Mexicanos Unidos, México 1980, p.
85.
3. Ibid., p. 82.
4. E. DREWERMANN, Lo esencial es invisible, Herder, Barcelona 1994, p. 38.
5. Mt 6,26-31.
6. Mt 11,25.
7. E. DREWERMANN, op. cit., p. 62.
8. J. MATEOS y F. CAMACHO, El horizonte humano, El Almendro, Córdoba 1989.
9. A. DE SAINT-EXUPÉRY, op. cit., pp. 91-93.
10. E. DREWERMANN, op. cit., pp. 57-58.
11. Ibid., p. 62.
12. G. FUERTES, Voluntarios: anónimos artistas, Alandar, Madrid 1990, p. 6.
13. Is 30,15.
14. Sal 102.
15. Is 41,13-20.
16. A. DE MELLO, El canto del pájaro, Sal Terrae, Santander 1982, p. 26.
17. Is 54,8-10.
18. E. DREWERMANN, op. cit., p. 63.
19. Miq 6,8.
20. A. TORRES QUEIRUGA, Creo en Dios Padre, Sal Terrae, Santander 1986, p. 171.
21. A. DE SAINT-EXUPÉRY, op. cit., p. 85.
22. IS 54,8-10
(_SAL-TERRAE/95/04)