DIEZ DIAS DE EJERCICIOS 5
2ª. etapa:
DE LA CONVERSIÓN
A LA MISIÓN
Desde las profundidades a que nos han hecho descender los días
precedentes, Jesús nos hace subir un tanto hacia el horizonte de
nuestra vida. Es de él de quien podemos escuchar la llamada a la
misión: como mi Padre me ha enviado al mundo, también yo los envío
al mundo..., que sean uno, como tú y yo somos uno, a fin de que el
mundo crea que tú me has enviado. Conversión del corazón y llamada
a la misión son dos etapas que manifiestan la obra del Hijo. El no baja
a las profundidades sino para ascender a las alturas, a fin de llenar
todas las cosas.
Estas dos etapas son sucesivas e inseparables. Jesús rompe las
cadenas para hacernos andar. Nadie puede decir: Jesús Salvador,
ten piedad de mi, sin oir a continuación: Ven, yo soy; yo haré de ti un
pescador de hombres (/Lc/05/01-11). Además nadie puede trabajar
en la obra de Cristo si antes no se reconoce pecador. Súplica de
pecador y oración de ofrenda no son sino una única y misma oración.
Los días que siguen nos hacen penetrar más hondo en la
reconstrucción de la humanidad por Cristo para hacer de ella una
«nueva creatura»~, su Esposa, tal como lo es en el designio del
Padre.
En esta obra universal, cada uno de nosotros tiene su misión
particular. Se hace imprescindible que en este llamamiento dirigido a
todos, escuche yo el llamamiento dirigido a mi. Es esta opción
universal, mi elección particular.
Meditando la llamada de Cristo y contemplando los misterios de su
vida, descubriré la manera con que puedo yo corresponder mejor a
estos designios suyas. La oración se va haciendo una lenta
preparación a la elección o aceptación personal del plan de Dios
sobre mi.
Día 4º.
La llamada de Jesús
PLAN DEL DÍA:
LA CONTEMPLACIÓN DEL REINO
Los días que siguen no son un simple paseo a través de los
misterios de la vida de Cristo. Se nos da un hilo que los enhebra para
ir de uno a otro y darles unidad: la meditación del reino o del
llamamiento del rey temporal.
Todos saben ya más o menos la forma en que esta contemplación
se propone en los Ejercicios: «el llamamiento del rey temporal ayuda a
contemplar la vida del rey eternal» [91] La parábola del Rey resulta
anacrónica. Posiblemente, como ocurre en las parábolas del
Evangelio, tiene un sentido oculto: la llamada de Cristo llega a través
de la llamada del hombre.
De todas maneras, esta meditación no es más que un punto de
partida. Cada uno, entreviendo la realidad del llamamiento, se pone
en camino a partir del punto en que se encuentra. Así se dispone a
escuchar mejor. Conocimiento y vida son solidarios. El conocimiento
de una vocación se desarrolla cuando se hace acción y vida.
Suelen crearse tantas anfibologías cuando se trata de vocación,
compromiso, apostolado, servicio de los demás, don de si mismo, que
es conveniente hacer algunas precisiones antes de abordar la
meditación:
1. El llamamiento se dirige a todo el mundo. En cierto sentido
podemos decir: todo hombre tiene una vocación que debe descubrir
para dar unidad a su vida. En particular, todo cristiano que se
convierte a Cristo escucha su llamada para ser restaurado según su
imagen y trabajar en su Reino hasta su vuelta definitiva.
2. Una vocación es una persona más que una cosa. Esto es verdad
en el orden humano: un hombre descubre el sentido de su vida el día
en que descubre el amor que constituye su centro. Lo mismo ocurre
con Cristo. Muchos proclaman que le pertenecen a él, o que le sirven
a él, pero no hacen sino practicar una moral o defender una causa.
Mientras Jesús no llegue a ser para nosotros una persona viva, las
obras que se emprendan por él, por muy heroicas que sean, están
abocadas al hundimiento entre las amarguras del fracaso o entre los
éxitos de la edad madura. Por eso, antes de decir: yo quiero hacer
esto o aquello, conviene preguntarse: ¿Quién es él para mí?
3 Una vocación es algo que siempre queda delante. Hay muchos
que para ser fieles a ella, quisieran volver al momento en que la
descubrieron. No es un tesoro que hay que cuidar para que no se
pierda, sino una vida que ha de recorrer su proceso. Como cuando
conocemos a una persona, también aquí hay un descubrimiento
permanente, sin que nunca podamos considerar agotado el
conocimiento que de ella podemos tener. Nunca podemos dar por
terminada la penetración de un hombre en su entrega a su vocación
De aquí se deduce la actitud que pretendo tomar: más que
inquietarme por saber si yo tengo o no tengo una vocación y hacer de
este asunto el objeto de un estudio y de un análisis, me esfuerzo en
situarme en tal actitud que escuche el llamamiento de aquel que
puede dar sentido a mi vida, y dándole oídos, a partir del punto en
que me encuentro, echar a andar. Por eso pido a nuestro Señor «no
ser sordo a su llamamiento, sino presto y diligente en seguir su
santísima voluntad» [91].
LA LLAMADA DE JESÚS
El que se pone a escuchar se siente llamado en dos sentidos a la
vez: en sentido horizontal, porque está insertado en el universo y es
reclamado por todos los seres; en sentido vertical, porque El es único
y todo converge hacia El. Por eso mismo, la respuesta
correspondiente a esta llamada habrá de ser una aceptación de todo
y una superación de todo a la vez.
1 La llamada del hombre
Es también un llamamiento de Cristo, porque en Cristo está
comprendido todo lo que es de algún modo humano y terreno.
Tenemos el peligro de olvidar este aspecto universal cuando
deseamos servir al Reino. Cuántas vidas cristianas o espirituales
quedan vacías o empobrecidas, por ignorancia, por desprecio o por
temor de lo humano. Y sin embargo, aun estando en pecado, el
hombre conserva el sello de Dios a cuya imagen está hecho. Para
escuchar el llamamiento del Señor, y trabajar para él, hace falta, en
primer lugar, aceptar escuchar la llamada del hombre, que uno mismo
es en unión con todos los que constituyen el universo. Antes de
pensar en ofrecerse hay que pensar en ser.
No sería difícil demostrar, a partir de toda la Escritura, cómo la
acción de Dios manifiesta este respeto profundo por el hombre y esta
voluntad de hacerle llegar a ser lo que realmente es. Bastarán
algunos ejemplos: David, en la historia judía; los paganos, en la
historia humana; los apóstoles, en el Evangelio; en la Iglesia, a través
de vacilaciones y equivocaciones, el sentido de las culturas y del
hombre. Bajo la mirada de Dios, en cada uno durante todas las
edades, en circunstancias variadísimas, siempre la humanidad
«vuelve a emprender su tremenda labor». Ante todo es preciso que el
hombre sea hombre.
Pero ¿qué es eso humano que hay que cultivar?
Existe en nosotros el peligro de detenernos. En el deseo de
promover al hombre, nos creamos dioses falsos; deshumanizamos al
hombre entregándolo a apetencias, a falsos progresos, a una técnica
esclavizante. El hombre no sabe ya en qué consiste ser hombre.
A través de la investigación, de sus realizaciones, de sus
conquistas, el hombre no llega a ser hombre más que si se abre al
amor en la libertad y al reconocimiento mutuo. El amor es la fuerza
motriz de la historia y sólo llegamos a ser lo que somos a través de su
dinamismo personalizador. Para seguir viviendo, lo primero que
tenemos que hacer es recuperar su sentido. Es esta la primera
llamada que tenemos que escuchar.
La parábola del llamamiento del Rey temporal se dirige
primeramente en este sentido. El hombre, para responder a Dios,
debe primero encontrar en si mismo las fuentes de la donación propia,
de la entrega, del amor, del mayor servicio. En esta promoción del
hombre por el amor hay ya un comienzo de ofrenda, de renuncia. El
hombre no será hombre plenamente más que hallando la profundidad
de toda respuesta de amor: don, servicio, sacrificio radical de si
mismo.
La llamada de Cristo, que llama al hombre al más allá, a una
trascendencia, se inserta en este movimiento. Es el impulso del Verbo
creador, que se encarna para llevar a Dios a todo el hombre. Por eso
es ya responder a la llamada de Cristo el responder a esta llamada
del hombre: el que no está contra mi está conmigo, dijo Jesús, en Lc
9, 49-50.
Pero también dijo el Señor: el que no está conmigo está contra mi
(Mt 12, 30). Esta frase anuncia la contrapartida, la llamada de Cristo a
su seguimiento exclusivo. Puede aceptarse todo, pero exclusivamente
con El.
2. La llamada de Cristo
Cristo, el Verbo encarnado, alcanza y supera todas las barreras.
Lleva de la plenitud del hombre a la plenitud de Dios. Su llamada se
dirige a toda la humanidad, pero el no puede interpelar sino a cada
uno, en lo más profundo de cada uno, en su libertad para que quiera
abrirse al amor y al mayor servicio. De ahí este carácter individual y
universal del llamamiento.
Con este llamamiento nos invita a realizar en cada uno de nosotros
lo que se realiza en él. El viene del Padre para retornar al Padre
tomando consigo a todo hombre. San Pedro, después de
Pentecostés, presentó la obra de Cristo como la de los últimos
tiempos. Los que hayan comenzado por alcanzar una realización en
él, luego deben prolongarse a toda la humanidad (Hec 2) Como dice
san Pablo en Ef 4, él bajó hasta las profundidades para atraer todo a
las alturas. Esta obra la realizó por medio de la cruz, venciendo todas
las cosas mediante el amor, incluso la misma muerte. Ese es el mayor
servicio: dar la vida por aquellos a quienes se ama.
Lo que él verificó mediante su cruz y su resurrección, en el dolor y
en la gloria, continúa realizándolo en los que creen en él. Con este fin
escogió a unos hombres para que estuvieran «con el» y después de
su Ascensión formó comunidades de discípulos. La Iglesia es el
misterio de su amor universal que se realiza en cada comunidad
particular, donde él está a la vez en cada uno y en todos. El impulso
de vida del Señor continúa en cada uno y en todos: así hace que
todos suframos en El para que también todos en El seamos
glorificados.
En El, todo toma un sentido nuevo, más allá de cuanto podemos
imaginar o construir nosotros. Todo lo que existe, todos los
acontecimientos se convierten en revelación de Dios, al mismo tiempo
que reciben su consistencia exclusivamente de aquel acontecimiento
único, de Cristo en su Cruz y en su Resurrección. Por eso Cristo llama
a todos los hombres a que le sigan con su cruz a través de todas las
cosas, para que todas las cosas queden transfiguradas. Todo queda
trasladado al universo personal de Cristo glorioso, y simultáneamente
la humanidad en El se hace una realidad concreta, a imagen de las
personas de la Trinidad.
Esta realidad se expresa de diversas maneras a través de los
evangelistas. Los Sinópticos la dicen de una manera; san Juan, de
otra; san Pablo, de otra diferente. Pero en todos ellos es la misma
realidad la que se nos manifiesta en su doble aspecto, de intimidad (el
conmigo, la vida de la Trinidad) y de universalidad (la plenitud, el
universo).
I/TENTACION-PELIGROSA: Lo peligroso es pararse a la mitad o
apoderarse de lo ajeno. Es la tentación permanente de todos los
mesianismos y de todas las Iglesias. Convierten el Reino en una
construcción humana, cerrada sobre si misma, en servicio de una
ideología. Una vez que vacían de sentido a Cristo, acomodándolo a
sus deseos y haciéndolo a la medida del hombre, los que detentan su
propiedad para ellos, acaban por perder el sentido mismo del hombre
al que pretenden servir. En ellos el amor se agosta.
El Reino es exclusivo. Sólo Cristo lleva a su plenitud la aspiración
universal. Para llegar a su fin todo tiene que pasar por el. Es
necesario que sea exclusivo para que sea total.
3. La respuesta del hombre
Está compuesta de una doble actitud: aceptación y superación, que
aparentemente se oponen.
Dar sentido a su vida, consagrando sus personas al trabajo, como
lo harían los predicadores del Evangelio que no se contentasen con
hablar, es, en primer lugar, asunto de «juicio y razón» [96]. Este
trabajo no ha de entenderse sólo del trabajo apostólico, sino de todo
trabajo humano. Toda tarea humana tiene un puesto en el Reino,
porque es expresión de la voluntad del Padre, y no tenemos derecho
nosotros a declararla profana o secularizada. En realidad, como a los
soldados que consultaron a Juan Bautista, a todos se nos invita a
entregarnos al trabajo a partir de la situación en que estemos. El
Señor consagra en su persona el orden de lo humano, asumiendo en
su Cuerpo y en la Eucaristía «todo el trabajo de los hombres».
Pero además, según el libro de los Ejercicios, se nos invita a una
«superación». Para «señalarse en todo servicio» del Señor universal,
no se trata de elegir tal o cual función particular, como si una valiese
más que la otra, sino de arraigar en nosotros la manera de realizarlo,
sea cual sea la materia de nuestra elección. La manera propia del
Señor es la del «siervo», que nos ha amado hasta el extremo. Es «el
camino del amor», que es el que Cristo recorrió, el cual «nos ha
amado y se ha entregado por nosotros» (Ef 5, 2). Este camino nos
lleva a combatir en nosotros todo lo que hay de búsqueda de
nosotros mismos, de amor propio. No se trata de poner trabas a la
naturaleza, como si fuese mala, sino de hacer que se desarrolle, para
poder ofrecerla y superarla. Es el más radical sacrificio del «Ven y
sígueme». Le voy descubriendo cada vez más a medida que voy
aceptando el vivir la totalidad de mi ser humano, sin retener nada
para mi, en la exclusividad de la donación de mi ser a la persona de
Cristo. Todo lo mejor que hay en el hombre es asumido para ser
quemado y transfigurado por medio de la cruz. Tengo que ser
bautizado con un bautismo de fuego... Yo he venido a prender un
fuego.
TRI/SOLIDARIDAD SOLIDARIDAD/TRINIDAD: Cuando meditamos
sobre el Reino, no prestamos atención a esta conclusión. Y, no
obstante, no hay otra manera de responder íntegramente al
llamamiento. Tengo que aceptarme para entregarme. El hombre sólo
consigue su plenitud viviendo en Jesús el impulso que brota del
corazón de la Trinidad, que hace que cada una de las personas
divinas no sea ella misma más que entregándose a las otras.
4. De aquí surge «la oblación de mayor estima» [98]
Brota de lo más profundo de mí mismo, allá donde el Padre ve en lo
secreto, allá donde me encuentro solo delante de él. Acepto no
querer más que a él, no para hacer esto o aquello, no para lograr que
me estimen los que me rodean, sino para vivir sólo con él, aun en lo
más agudo de las contradicciones y los desprecios. Pase lo que pase,
quedaré contento. Es a ti a quien quiero. Te acepto para las duras y
las maduras.
Pero en esa profundidad donde me encuentro a solas con él,
ocurre que me encuentro también con la compañía del universo
entero. La ofrenda que yo hago, por sí misma hace referencia y llama
en su ayuda a María, a los santos y santas, a toda esa «nube de
testigos., que creyeron en la Palabra de Dios, que como Abraham,
partieron sin saber adónde iban (Heb 11).
En mi ofrenda, encuentro a todo el Reino de Cristo, con sus dos
características correlativas la una de la otra: universal y exclusivo.
Perdiéndolo todo por él, lo recibo todo de él. El que pierde su vida por
mi causa, la encuentra (Mt 16, 25).
PARA LA ORACIÓN DE ESTE DÍA
La contemplación del Reino, tal como se acaba de presentar puede servir
para la oración de este día. También puede ser aconsejable tomar alguno de
sus aspectos, a través de algunos textos de la Escritura.
1. COMO SE PRESENTA JESÚS (/Lc/04/16-30)
Este pasaje presenta la reacción de los primeros oyentes de Jesús
ante el discurso programático que hizo en la sinagoga de Nazaret,
reacción contradictoria de estupor y de furor.
En el, Dios manifiesta el Reino, su gratuidad y su misericordia
universal, según la profecía de Isaías (61). Sus conciudadanos
admiraron su discurso, orgullosos de ser sus compatriotas: él es «uno
de los nuestros». Pero el les rechaza y no se deja encerrar en
ninguna categoría, sea la que sea: Elías fue enviado a una viuda de
Sarepta que era extranjera, y Eliseo a Naamán el Sirio, extranjero
también. Vendrán de oriente y de occidente a tomar parte en el festín
de Abraham (Mt 8, 5-13).
Jesús desconcierta al mismo tiempo que seduce. Llena nuestros
deseos y los arrastra mas allá. Esta actitud es la que le conducirá a la
muerte de cruz. Es lo que parece indicar con la llamada a «seguirle»
(Lc 9, 23-27) y los pasajes paralelos a éste.
2. LA DESCRIPCIÓN DE SU REINO: LIBRO DE LA CONSOLACIÓN
(Isaías 40-50)
Es quizás, en toda la Escritura, el cuadro más valioso que se
presenta del Reino de Dios, realizado en Jesucristo. Toda la obra de
Dios, desde el principio al fin, tiene en él cabida; desde los primeros
acontecimientos hasta los mas recientes, la antigua y la nueva
alianza, el antiguo y el nuevo Éxodo, con sus prolongaciones. La
lectura de este libro es inagotable.
En particular, los cánticos del Siervo:
—42, 1-9. Los signos del Espíritu en aquel a quien Dios ha elegido
para la luz de las naciones...
—49. En ti, a quien yo he llamado, me glorificaré hasta los extremos
de la tierra. Mediante ti, realizaré las maravillas del regreso.
—50. En los ultrajes me he confiado a él, que me ha dado un
lenguaje de discípulo. Dichoso quien escuche mi voz.
—52, 13-53. He aquí un suceso jamas relatado:
el brazo del Señor manifestado en su siervo humilde, a quien Dios
dio en propiedad las muchedumbres.
«Hoy esto se ha cumplido en mi. (Lc 4, 21).
«Esta es la obra del Señor. (Sal 22-21, 32).
3. SU MANIFESTACIÓN EN LA DEBILIDAD DE LA CARNE:
«EL VERBO SE HIZO CARNE» (Juan 1 a 2,12)
Todo se dice en este Prologo (1, 1-18)
El Verbo hecho carne o lo inconcebible realizado («No hay unión
posible entre Dios y el hombre», dice Platón en el Symposion), para
que conozcamos al Incognoscible y lleguemos a ser hijos de Dios.
Es manifestado por Juan Bautista (1, 19-34)
Responde a la inmensa espera de los hombres: «¿Eres tú el que ha
de venir?», pero lo hace de manera distinta de lo que esperábamos.
Está en medio de nosotros. El Espíritu de Dios reposa sobre él. Pero
se presenta como Cordero de Dios, el cordero anunciado por Isaías,
el Siervo perfecto [53]. Viene a salvarnos en la debilidad de la carne,
es Sabiduría y Fuerza de Dios (I Cor 1, 17-25).
Juan Bautista, el amigo del Esposo, orientado amorosamente hacia
aquel que viene (Jn 3, 27-30), muestra en sí mismo cómo se le ha de
acoger y de reconocer, en cuanto a la intensidad del deseo. Los
humildes y los pobres no se desconciertan, porque el Reino es
también humilde: «Yo te bendigo, Padre..., has revelado estas cosas
a los pequeños» (Lc 10, 21-22). «El llegó con gran majestad..., para
los ojos del corazón que ven la sabiduría» (Pascal).
Se reveló a los discípulos (1, 35-51)
Los fue llamando a cada uno por su nombre personal: «Tú me
sondeas y me conoces. Tú pusiste sobre mi tu mano» (Sal 139-138).
Ningún llamamiento es semejante al otro: Venid y ved, se dice a los
primeros. Jesús mira a Pedro. Sígueme, dice a Felipe. He aquí un
verdadero Israelita, dice de Natanael; bajo la higuera, yo te vi.
Pero desde el principio todos quedan reunidos en la misma fe en el:
Maestro, tú eres el hijo de Dios, decían cuando en realidad no
estaban sino al comienzo de las maravillas: Veréis el cielo abierto.
Seguir a Cristo es aceptar permanecer siempre al principio de
maravillosos descubrimientos.
La llamada a «la superación»: hacia su hora. Cana (2, 1-11)
El Señor no renuncia a los signos, sobre todo cuando manifiestan la
bondad del Creador: Haced todo lo que éI os diga, dice María. Y
Jesús realiza el milagro. Pero María debe comprender que él ha
venido para otras bodas, su «hora», a la que María se hallará
presente, cuando dará sobre la cruz el vino de la nueva alianza en su
sangre. Nadie podrá romper este desposorio.
Para quedar incorporado al Reino, yo acepto con María el «ir mas
allá», ser introducido en la «hora» fijada por Dios. Como ella, quedo
yo disponible para aquello «de lo que aún no he oído hablar» y que
«nunca se le ha ocurrido a mi corazón».
Esta larga meditación sobre el Verbo encarnado permite escuchar
las abrasadoras palabras de Juan en el prólogo de su carta. «Lo que
era desde el principio... os lo anunciamos... a fin de que vuestra
alegría llegue al sumo» (I Jn 1,14).
4. LA OBRA DEL SEÑOR: MAESTRO ¿DONDE HABITAS? (Jn 1, 35)
Esta pregunta de los discípulos del Bautista puede ser objeto de mi
oración. Partiendo de ella, puedo ir proponiendo mis preguntas en
torno a él y a su obra. La Escritura y el Evangelio irán dando sus
respuestas.
Señor, ¿quién eres tú?
En el silencio, escucharé cómo se van desgranando para mi todos
sus nombres, todos los que la Escritura y la liturgia le dan: Verbo, Luz,
Vida, Imagen del Padre, Primogénito de la creación. Único, Esposo de
la humanidad, Vencedor... Con todos estos nombres, la Iglesia ha
multiplicado los himnos en su honor.
Lo esencial es comprender que tan vivo está para mi como estuvo
para los apóstoles: Cristo ayer, hoy y por los siglos.
Señor, ¿qué quieres que haga?
El me dirá: Yo he venido a reparar lo que estaba destrozado, a
revelar la imagen del Padre enturbiada en el corazón de la
humanidad, a buscar la oveja perdida, a reunir a los hijos de Dios que
estaban dispersos. Es lo que comienza en la comunidad de los
discípulos: Hech 2, 42-46.
También es provechoso leer Jn 17; Ef 1; Col 1.
¿Cómo quieres que esto se haga?
El me dirá: Yo no he venido a complacerte con un triunfo
asegurado, sino relativo. Yo he venido a poner las cosas en la
verdad. Yo soy Sacerdote, único y verdadero, que resume en sí
mismo todas las alianzas, y que, enviado por el Padre a los hombres,
a través de la muerte, abre el camino del amor y de la vida, para
atraer todos a él, Heb 1 a 10, 9. En éI la cruz es victoriosa.
¿Qué quieres de mí?
Más es tentarme a mí que ponerte a prueba tú mismo, el ponerte a
pensar si llevarías a cabo tal o cual acción hipotética; yo la haré en ti
si se presenta la ocasión. (Pascal. Mystere de Jésus). Pero yo no
puedo hacer nada sin ti, si tu no abres tu corazón con fe. Ocupa tu
puesto en la legión de testigos que han preferido «el oprobio de
Cristo a las riquezas de Egipto». (Heb 11 al 12, 4). Haz tu entrega
como ellos y en su compañía.
5. LA OFRENDA:
¿PODRÉIS BEBER MI CÁLIZ? (Mt 20, 20-33)
¿Cómo puedo asegurarme de la autenticidad de mi ofrenda?
Espontáneamente yo hablo como la madre de los hijos de Zebedeo
(según Mc 10, 35-40 son los hijos los que formulan la petición. La
madre y los hijos están en esto de acuerdo): «A la derecha y a la
izquierda...». Esta madre tiene conciencia de la ofrenda que ha hecho
de si misma y de sus hijos. Jesús no la contradice, pero purifica su
petición.
Pide Jesús que se ofrezcan a beber su cáliz, el cáliz de la voluntad
del Padre, que da la salvación a todos sin discriminación, que para
realizarla ofrece a su Hijo a la condición de esclavo, de siervo (Filip 2).
Es el cáliz de la ofrenda absoluta y desinteresada. Aquí no ocurre
entre vosotros como entre los que poseen autoridad (Lc 22, 24-27).
Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Entre vosotros no
tiene sentido hablar de primero y de último.
«Podemos», responden los apóstoles. ¿Saben lo que dicen?
Indudablemente no lo saben. Sólo saben que se trata de su cáliz y
que han de beberlo con él. Al que quieren es a él, no una
determinada forma de servicio. Es el amor lo que impulsa a dar esa
respuesta. Si sentimos miedo a ofrecernos es porque pensamos mas
en nosotros que en El. Pidamos el amor que da paso a la ofrenda:
dice san Ignacio: «haré mi oblación con su gracia».
Se podrían proponer ciertamente otros muchos textos. Además, la
realidad del Reino del Señor no se puede penetrar en sólo un día. Se
va penetrando poco a poco: primero un texto, luego otro, quizás con
años de intervalo, se van completando. «Así,pues, todos los instruidos
tengamos estos sentimientos; y si en algo sentís de otra manera,
también eso os lo declarará Dios» (Flp 3,15). San Pablo nos enseña a
echar tiempo por delante para hacer comprender a los fieles el
espíritu del Reino.
DISCERNIMIENTO DEL FIN DEL DÍA
Esta contemplación añade nuevos elementos al tema del
discernimiento, haciendo que sintonicemos con el espíritu de Jesús.
Muchos experimentan que a este respecto el discernimiento se lleva a
cabo no sin esfuerzo.
En primer lugar, caen por su peso un cierto número de ilusiones. En
presencia de un don verdadero, caemos en la cuenta de que lo que
esas ilusiones prometen es frecuentemente falso; cuánto hay de
equivoco e irreal en nuestras solemnes declaraciones sobre el
servicio de Dios, de los hombres y del Reino. Además, esta
meditación, comenzada con un cierto entusiasmo, vira luego hacia la
repulsión o la sequedad. Con ella comienza una operación de
limpieza.
Nuestras reacciones ante la oración de este día ponen en claro,
además, el grado de personalización de nuestras relaciones con
Nuestro Señor. Invitado a entrar en el ámbito del misterio, de la vida y
de las relaciones con otros, nos damos cuenta con dolor hasta qué
punto mi pretendida vida religiosa era abstracta. Por múltiples
razones, mi yo permanece cerrado: por falta de vida afectiva, una
personalidad insuficientemente desarrollada, por aferrarse a
proyectos en el plano de las ideas o de determinada obra que
realizar. Creo que busco al Señor, y no me encuentro más que
conmigo mismo. Es preciso salir de si. Lo que ahora se me propone
es la lucha contra «mi propio amor carnal y mundano», que son las
palabras que utiliza san Ignacio. Resulta inesperado que la invitación
al Reino termine con semejante propuesta.
Esta necesidad de lucha esclarece además otro punto: lo irreal que
es para mi el mundo de la gracia. Hay algo que debe operarse en
nosotros, que no depende de nosotros solos. Pero ocurre que a
veces en el servicio del Reino nos quedamos en el plano de la virtud,
del esfuerzo personal, del deber. Nos preguntamos: ¿que es lo que
vamos a hacer? ¿como lo vamos a hacer? Hay que hacer que se
despreocupen, lo mismo el entusiasta que todo quiere arreglarlo por
si mismo, que el timorato que se siente incapaz o lamenta su debilidad
y sus pecados. Eso supone que se mira mas el programa que hay que
realizar que al Señor que me lo va a hacer vivir. El Reino, realidad
divina, se propaga en todos y en cada uno, de una manera divina, es
decir, según la gracia que derrama el Espíritu Santo. Tengo que pedir
que la gracia me introduzca en el mayor servicio que yo alcance a ver.
Poco a poco va apareciendo la profundidad de la ofrenda. Yo me
entrego a partir de este yo real que poseo. No espera el Señor a que
seamos perfectos para estar con nosotros. Lo que espera no son
nuestras obras, sino la donación de nuestro corazón que se ofrece tal
como es, hoy mismo. La humildad, que reconoce que todo lo tiene
que recibir, muestra su autenticidad en el hecho de rechazar todo
temor.
JEAN
LAPLACE
DIEZ DÍAS DE EJERCICIOS
Guía para una experiencia de la vida en el Espíritu
Sal Terrae, Santander 1987. Págs. 75-88