LA VULNERABILIDAD DE DIOS

CARLO M. MARTINI


1. JUDAS/MEDITACION J/PASION/MEDITACION: 
-Judas: mezquindad y nostalgias de grandeza.
Los textos son: el de la traición (inmediatamente después de la 
alabanza que Jesús hace a la mujer que rompe el frasco de aceite 
perfumado muy precioso y a quien Jesús defiende contra los 
apóstoles): Mt. 26, 14-16: "Entonces uno de los Doce, llamado 
Judas Iscariote, fue donde los Sumos Sacerdotes y les dijo: ¿Qué 
me queréis dar y yo os los entrego?...". Y más todavía Mt. 26, 
20-26. 47-50; 27, 3-10.
Quién es Judas. Como sabemos, no hay figura evangélica que 
más haya servido a la fantasía de los novelistas y cineastas; una 
figura que atrae a sicólogos y literatos, precisamente porque 
representa muchas contradicciones de las existencia humana. No 
quiero tentar con ustedes una nueva y repetidísima reconstrucción 
de los hechos anteriores, de los porqué; pero mirando las cosas 
muy sencillamente, me parece poder, basándome en los textos 
citados, contestar a la pregunta: ¿Quién es Judas?.
En el fondo es un hombre lleno de mezquindad y nostalgia de 
grandeza. La mezquindad se ve en la cuestión del dinero: incluso, 
parece trivial pensar en el dinero en un hecho tan trágico, pero 
cuando uno es mezquino, la trivialidad sale a flote aun en las 
situaciones más dramáticas. Pero es un hombre que tiene también 
nostalgias de grandeza; su muerte es "grande" en cierto modo, 
quiere ser una tragedia vivida en sí misma, ante todos.
Probablemente es un hombre desilusionado de Jesús. No 
podemos pensar que Jesús, desde el comienzo, haya elegido tan 
mal sin darse cuenta que se trataba de un hombre que no tenía 
ningún interés por él. Probablemente era un apóstol deseoso, 
entusiasta, comprometido (Jesús los escogió entre centenares y 
miles de seguidores), pero después de algún tiempo, se desilusionó 
de Dios: ¿por qué Dios se manifiesta así, por qué no interviene, por 
qué este Maestro va de debilidad en debilidad? No es aceptable, 
Dios no está con él. Por tanto, está desilusionado por el modo como 
Dios se manifiesta en Jesús, y por el modo como Jesús 
manifiesta la potencia de Yavé en el que él esperaba, un poder 
tal vez de carácter político y moral de la nación.
Jesús no es ese líder que se esperaba y entonces, si no lo es, se 
puede perseguir el propio sueño de grandeza haciendo algo contra 
él. En todo caso, quiere hacer algo grande; no se aleja como los 
mediocres, desilusionado y basta. No, está desilusionado, está 
resentido e irritado. Dice: Si Jesús en el fondo hace mal a mi pueblo, 
tenemos que impedirlo, por tanto es mejor que caiga pronto, si ha 
de caer.
Es un hombre que, desilusionado en sí mismo, se deja llevar por 
un espejismo de grandeza, de resentimiento, que a un cierto punto 
lo envuelve. En efecto, cuando dice: "He entregado sangre 
inocente", quiere decir que tenía la verdad en su mano, sólo que se 
había dejado envolver por la emotividad política, por el 
resentimiento personal, por la amargura y al mismo tiempo por la 
mezquindad de la propia pasión, todo un conjunto de cosas que 
obraron en él. Este es, pues Judas.
Cómo se comporta Jesús con Judas. Aquí admiramos en la 
meditación, en la contemplación, la "vulnerabilidad" de Dios en 
Jesús, Jesús se comporta como se hace con un hombre libre, leal, 
honesto, es decir, amonestando, hablando claro, tratando de 
mover; pero en el fondo no impide, se ofrece a Judas, lo deja obrar. 
Y tenemos que añadir algo más: Jesús facilita la tarea de Judas; 
nos encontramos aquí precisamente en el límite de la comprensión 
de lo que hace Jesús.
Hay dos textos que nos hacen pensar en la Escritura. Uno, 
más claro, es el de Juan: "Lo que has de hacer, hazlo pronto" que 
en cierto modo le permite a Judas realizar lo que quiere. Como si 
Jesús le dijera, con el lenguaje de la libertad: realiza lo que te 
parece justo, ve hasta el fondo de lo que te parece tu visión de Dios 
y de las cosas, obra con libertad y mira lo que resulta.
Otro pasaje más misterioso de Mateo es el ya citado: la 
respuesta de Jesús al beso de Judas. Objetivamente Jesús le da 
facilidad, porque al ir al Huerto de los Olivos, a un lugar que Judas 
conocía, se deja poner preso; si Jesús esa noche hubiera huido a 
Galilea, las cosas hubieran salido de otra manera. Por tanto, se 
tiene la impresión de que Jesús se abandone, se entregue y, al 
beso de Judas, contesta con una frase misteriosa: "¡Amigo, para 
esto estás aquí!". El texto griego dice: "Amigo, he aquí esto por lo 
que estás aquí". No es que anime a Judas, pero se limita a hacerle 
caer en cuenta: ¡mira quién eres, fíjate en lo que haces! ¡Si quieres, 
haz esto, pero fíjate en lo que haces! ¡Si quieres, haz esto, pero 
fíjate en la imagen que vas a tener por lo que haces!.
Siguiendo la narración, preguntémonos ahora qué resulta del 
hecho de que Judas se propone ejercer hasta el fondo la propia 
libertad, el propio resentimiento, el deseo de hacer algo grande, 
desilusionado porque Jesús no le ha permitido hacer.
El resultado es la desesperación de Judas que, al ver cómo todo 
lo que él soñaba de grande se le rompe en la mano y un hombre 
inocente es condenado, reconoce que se ha equivocado. Pero 
tenemos que leer esta narración teniendo presente que se 
encuentra en el capítulo 27 de Mateo, es decir, paralelo a la 
descripción de Jesús, que va a morir hasta por Judas. Aquí vemos 
también la relación Dios-hombre: Dios que concede al hombre la 
libertad contra Dios mismo, en Cristo, y SE ofrece por esta libertad 
equivocada. Entonces, Jesús muere también por Judas, y será 
culpa de Judas si no comprende, como sí comprendió Pedro, quién 
es Dios para él.
Concluyamos esta consideración preguntándonos más todavía: 
¿quién es Judas? ¿Quién es el traidor? ¿Quién es el hombre 
desconcertado, que abusa de su libertad hasta cuando se da 
cuenta de que todo es equivocado? Soy yo, es cada uno de 
nosotros. Soy yo cuando desilusionado, amargado, en vez de 
reflexionar internamente y sacar fuera los presupuestos 
equivocados de esta desilusión, me hago una imagen falsa de Dios 
y de mí mismo. Por no admitir esto, me apego a algún espejismo 
exterior de puntillo, y llego quién sabe dónde.
¿Quién es Jesús ante mí? Es todo hermano mío víctima de mis 
puntillos, de mis cobardías, del mal uso de mi libertad. He aquí cómo 
continúa en nosotros, a nuestro alrededor, junto a nosotros este 
juego dramático de Jesús y Judas, este malentendido substancial de 
un hombre que, no queriendo ver en sí mismo, se lanza contra los 
otros.
Aquí está la respuesta a la pregunta, que tal vez nos hicimos al 
final de la meditación sobre la parábola de los viñedos (Mt 21, 
33-45) y del hijo del dueño. Cuando hacemos estas 
consideraciones, siempre pensamos: el hijo se presentó a estos 
agricultores malvados y lo mataron, pero si se presentara a 
nosotros su Hijo, lo recibiríamos muy bien. Dios ahora ya no nos 
manda directamente al Hijo, sino que nos manda a nuestros 
hermanos, es decir, nos confía los unos a los otros.
Ese Dios que confió su Hijo a la libertad, a la discreción, a la 
comprensión de los viñadores, confía cada hermano nuestro a 
nuestra libertad. Podemos hacer lo que queramos con estos 
hermanos y hermanas: podemos hacer el peor de los usos de 
nuestra libertad. Es tremendo pensar que el uso de la libertad 
humana respecto de los demás no tiene límites, esto es, Dios nos 
confía cada hermano, y a nosotros a los demás.
Aquí se realiza precisamente la escena final del juicio: se han 
reconocido entre ustedes, ¿qué han hecho de su recíproca libertad, 
me han acogido, se han acogido? O se han servido del otro como lo 
hizo Judas con Jesús, como si fuera un objeto de desquite, como 
desahogo de su sed insatisfecha por no haber llegado a ser 
alguien? ¡Cuántas veces esta sed insatisfecha se refleja sobre el 
otro!
Evidentemente aquí tenemos que razonar no sólo a nivel familiar, 
sino también a nivel social y político. Reflexiono sobre cómo los 
reparos de los grupos, los puntillos, los personalismos entran en 
juego en todos los conflictos de la vida política y social, nacional e 
internacional, formando fuerzas que lanzan a los unos contra los 
otros y llevan a algunos a seguir adelante con su orgullo, tal vez 
enmascarado por fines humanitarios, pero siempre en perjuicio de 
los demás. Por tanto, el juicio de Jesús va para las naciones, los 
grupos sociales, las clases sociales: ¿cómo han usado su fuerza, su 
poder, la confianza con la que se les entregó otras personas y otros 
grupos?

-Los guardias: frustración y deseo de represalia.
La segunda consideración es sobre Jesús y los guardias, o mejor 
sobre Jesús y el Sanedrín. Esto no está muy claro en Mateo, pero sí 
en Lucas (v. Lc/22/63-65): "Entonces el Sumo Sacerdote se rasgó 
las vestiduras, diciendo: Ha blasfemado... Entonces lo escupieron 
en la cara y lo abofetearon...". Aquí no está claro quién hace la 
acción. Según el contexto de Mateo parecería que fue obra del 
Sanedrín; sin embargo, parece que se refiera a los soldados, a los 
siervos del Sanedrín que, al ver que este hombre ya no tiene 
dignidad, se desahogan contra él. Es difícil entender esto con toda 
exactitud, es posible que hayan participado también los miembros 
del Sanedrín, podemos imaginar la escena de modo confuso.
En todo caso, entremos en la escena y preguntémonos quiénes 
son estos hombres que abofetean, golpean, escupen y se burlan de 
Jesús, diciendo: si eres profeta, adivina, deja ver tus capacidades 
(aquí es la única vez que en los Evangelios se usa el término: 
"Cristo"). Por tanto, aquí la burla que se hace a Jesús va 
directamente al corazón de su misión y se hace burla del Padre 
en Jesús, precisamente en el don más precioso que hace al 
hombre. Es una escena trivial, muy mezquina.
Quiénes son estos hombres. Son personas muy infelices, 
gente mal pagada, que lleva una vida pobre y miserable, que tiene 
que trasnochar quién sabe por qué, que está a merced de quien la 
manda, de quien la hace ir de aquí para allí; gente sin dignidad, 
cuya familia, si la tiene, está llena de problemas. Gente servil, que 
odia el trabajo que hace, acostumbrada a ser mal mandada, a ser 
tratada mal por quien tiene el poder, y, por tanto, tiene necesidad 
de desquitarse. Se les presenta la ocasión de tener poder, y lo 
ejercen; probablemente han sido muchas veces abofeteados, 
tratados mal o castigados injustamente, y ahora tienen un hombre 
sobre el cual pueden desquitarse, y así hacer ver que son alguien, 
que también ellos tienen una dignidad, y cuando hay alguien 
inferior, aprovechan para demostrar su superioridad.
No son sino la naturaleza humana que está dentro de 
nosotros, que alterna el servilismo con el desquite contra quien les 
parece inferior a ellos. Hay varias formas de represalia: la cultural 
(quien sabe hablar por quien no sabe), la de educación (quien 
tiene modales finos respecto de quien no los tiene), formas que 
sirven para mantenerse en una cierta superioridad. Estos hombres 
desahogan contra Jesús sus frustraciones, las horas de guardia 
pesadísimas, su vida oscura, sin futuro, siempre con el peligro de 
que algo les pueda suceder.
¿Qué hace Jesús? Según el trozo evangélico, no hace nada, no 
dice nada; siendo el Hijo de Dios entregado a nosotros, Jesús deja 
que hagan lo que quieran. Pero Juan nos trasmite una palabra que 
nos hace ver qué quiere decir Jesús con su actitud. Podemos pedir 
en la oración, como San Francisco de Asís, que se nos permita 
entrar en el corazón del Señor crucificado y humillado.
Señor, ¿qué vivías en ese momento, cuando te sentías 
abandonado de todos, mientras afuera los apóstoles te negaban, 
huían y nadie se presentaba para defenderte? Tú ya no eras para 
nadie, las personas que podían hacer algo por ti se habían ido. Es 
un momento terrible.
No sé si ustedes han leído la biografía del Card. Mindszenty, 
cuando él habla de un momento semejante: había sido encarcelado 
varias veces, pero siempre como cardenal, es decir, con honor, 
como un hombre temible, y siempre liberado después de algunos 
días.
Por tanto, había estado siempre con esa aureola de gloria de 
quien sí va a la cárcel, pero va sabiendo que muchos hombres 
poderosos están con él, que él tiene un nombre que cuenta en el 
campo internacional. Después él habla de la vez que lo llevaron a la 
prisión definitivamente, lo condujeron a los subterráneos, lo 
despojaron de sus vestidos y comenzaron a golpearlo. Dice que en 
ese momento le cayó el mundo encima, el mundo en el que había 
vivido hasta ahora con peligro, pero también con honor, sabiendo 
que era "alguien". Desde ese momento había comprendido que no 
era "nada" para nadie. Muy parecido debió de ser el momento que 
Jesús vivió.
En el Evangelio de Juan Jesús le dice a quien lo golpea: "Si hablé 
mal, demuéstramelo; pero si he hablado bien, ¿por qué me 
pegas?". Lo que me parece formidable en esta palabra es 
nuevamente el llamamiento de Dios a la libertad humana: si he 
hecho mal, aquí me tienes en tus manos; si he obrado bien, 
¿entonces quién eres tú para pegarme? Mírate a ti mismo, ¿qué te 
está sucediendo, por qué obras así? ¿Qué series de frustraciones, 
de servilismos, de temores, te han llevado a este punto? He aquí a 
Jesús, la vulnerabilidad de Dios que se ofrece al hombre, como 
espejo de su mezquindad, para que el hombre se vea y tenga 
horror de sí mismo, y acepte por tanto la salvación que este 
humillado le ofrece con su silencio.
Es la vulnerabilidad que Dios me ofrece en cada hermano débil, 
que no sabe reaccionar ni con simplicidad, que no tiene la 
presencia de espíritu para contestar a un ataque mío, a una palabra 
amarga. Dios se ofrece a nosotros en Jesús para curarnos, se 
ofrece a nosotros en los hermanos para confundirnos, pero también 
para liberarnos, para hacernos ver quiénes somos.

-Pilato: el respeto humano.
En Mt. 27, 11-16 Jesús es nuevamente llevado a Pilato y el 
gobernador le pregunta: "¿Eres tú el rey de los judíos? Tú lo dices", 
le contesta Jesús. Siguen después las acusaciones de los 
Sacerdotes y de los Ancianos, pero Jesús ya no contesta nada. 
Pilato le dice: "¿No oyes cuántas cosas dicen contra ti?". Pero Jesús 
no le contesta ni una palabra, y el gobernador se sorprende.
Siguen las tentativas ansiosas de Pilato para salir con honor de 
este problema. Primero trata de liberar a Barrabás: "¿A quién 
queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús llamado el Cristo? 
Sabía bien, en efecto, que se lo habían entregado por envidia". 
Pilato es un hombre intuitivo, un hombre de ley y de gobierno, que 
comprende inmediatamente qué es lo que está sucediendo. La 
situación se agrava en su corazón, cuando la esposa le manda 
decir: "No resuelvas nada contra ese justo: porque he sufrido 
mucho hoy, en sueños, por causa de él".
Mientras tanto los Sumos Sacerdotes y los Ancianos convencen a 
la muchedumbre para que pidan a Barrabás, y cuando el 
gobernador pregunta: "¿A cuál de los dos queréis que os suelte? 
Ellos contestaron: ¡a Barrabás! Les dijo Pilato: ¿Qué haré entonces 
con Jesús, el llamado Cristo? Dijeron todos: ¡Sea crucificado! 
Replicó él: ¿Pues qué mal ha hecho? Ellos gritaron más fuerte: Sea 
crucificado. Viendo Pilato que nada conseguía, sino que aumentaba 
el alboroto, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: 
Soy inocente de esta sangre. ¡Vosotros veréis! Y respondió el 
pueblo: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. 
Entonces puso en libertad a Barrabás y les entregó a Jesús, 
después de azotarlo, para que fuera crucificado".
¿Quién es, pues, Pilato? Es el "burócrata" apegado al puesto; 
lo más importante para él es no perder su puesto. Pero se 
encuentra entre dos fuegos, como sucede a menudo: de arriba 
órdenes, maniobras, tempestades, cosas por hacer; de abajo 
inquietudes, descontentos. Por tanto, el esfuerzo amargo, cotidiano, 
de mantener un cierto equilibrio entre los dos fuegos, tratar de no 
perjudicar su carrera y de no disgustar a nadie; de no disgustar su 
conciencia, pero tampoco al emperador, ni a la gente, porque en el 
fondo el emperador está lejos, pero él tiene que vivir con la gente.
He aquí el drama de este pobre hombre que hasta tiene una 
cierta cultura, un sentido de la dignidad, de honestidad 
fundamental, aunque tenga sus grandes defectos. Aquí aparece 
también como un hombre que sigue una línea, pero quiere salvarlo 
todo: el puesto, el favor del emperador, las buenas relaciones con 
las autoridades judías y el aprecio del pueblo. Por tanto, le viene la 
idea de Barrabás, cree que va a salir con las suyas y quedar bien 
con todos. El pueblo queda contento porque ha liberado un 
prisionero; queda contento el emperador porque no le llegan 
quejas; queda contenta la conciencia porque ese hombre merecía 
la muerte. Pero no le resulta bien el asunto y entonces se vuelve 
hasta ingenuo, porque se presenta ante una muchedumbre 
enfurecida, creyendo poder convencerla.
Esto demuestra hasta qué punto ha llegado su desconcierto y 
también su sabiduría política, porque se ve que ya no se da cuenta 
de las reacciones normales de la gente. Se ve que trata de salir de 
la situación desesperada- mente, como un león enjaulado: busca 
una salida que no vaya contra su conciencia, que lo salve a él y al 
mismo tiempo al hombre que no ha hecho nada de malo. La vida 
probablemente no lo había preparado para esta situación, que de 
trivial se convierte de repente en fastidiosa y humillante. Busca 
todos los caminos de salida, menos el verdadero, es decir, el uso de 
su libertad, de su dignidad.
¿Qué hace Jesús? Dice lo único que puede decir en ese 
momento: "Tú lo dices". Aquí me parece también, como en el caso 
de Judas y de los guardias, hay un llamamiento a la dignidad de 
la persona: tú ves, tú sabes; si soy culpable, estoy listo a ser 
condenado, si no lo soy, interroga tu conciencia, si eres un hombre 
libre, muéstrate como tal, haz que tu dignidad triunfe.
Aquí sin duda yo entro en una consideración de imaginación, 
pero que me parece aceptable. A este punto, me gusta imaginar 
que Pilato haya tenido un instante de incertidumbre y se haya 
preguntado: ¿soy un funcionario o soy un hombre? Si soy un 
hombre, tengo mi libertad y este hombre que tengo delante me 
interesa; tal vez tenga algo que decirme, tal vez puede explicarme 
por qué me siento tan inquieto, qué es lo que me sucede; si nos 
sentamos juntos me dirá alguna palabra de las suyas. Así Pilato 
habría abandonado su vestidura de funcionario y se habría 
colocado a nivel de hombre.
¿Qué le habría dicho Jesús? Más o menos lo que ya estaba 
explícito en su "Tú lo dices". Como funcionario puedes condenarme, 
tienes el poder y si me encuentras culpable, estás en libertad de 
hacerlo. Pero si no soy culpable, lo puedes hacer igualmente, estoy 
en tus manos. Pero pregúntate por qué tienes esta inquietud, por 
qué en el fondo no eres capaz de avanzar, por qué tienes miedo, 
qué es lo que quieres.
Creo que entonces Pilato, por primera vez en su vida, se habría 
sentido en un coloquio de hombre a hombre, con uno que no lo 
adulaba, pero tampoco lo rechazaba, sino que hablaba con él 
libremente. Y me imagino que, si Pilato hubiera hecho este gesto, 
en este coloquio se habría sentido libre del respeto humano 
respecto del emperador y del Sanedrín, capaz de afrontar el peligro 
del tumulto de la muchedumbre.
A esto se llega en un coloquio de tú a tú con Jesús: hace al 
hombre auténtico, libre de todos los temores absurdos, que 
improvisamente lo hacen sentir ridículo. Jesús muere para revelar 
aun a Pilato cuál es el camino de salida. Este es el coloquio 
liberador que Jesús quiere tener con cada uno de nosotros; la 
única solución para Pilato era la de ponerse al nivel del hermano y 
hablarle, porque la persona era más importante que las leyes, la 
carrera, la burocracia.
Jesús nos enseña que siempre, en cualquier situación, hay la 
posibilidad de una relación auténtica con él, que nos lleva a nuestra 
autenticidad. Nos enseña que siempre hay la posibilidad de un 
momento de pausa, aun en las situaciones más complicadas, más 
absurdas, más ridículas, para descubrir el significado más profundo, 
para encontrar la verdadera relación con las personas, para dar 
importancia al hombre y no a las cosas ni a las estructuras.
Nos encontramos ante Jesús que, como hombre, nos revela la 
vulnerabilidad de Dios, que se deja tratar como queramos, que 
quiere que cada uno de nosotros lo reconozcamos en su 
vulnerabilidad. Somos este Pilato que tiene una cara, una 
honorabilidad, una etiqueta que quiere salvar a toda costa delante 
de los demás.
Preguntémonos qué hay en nosotros de Pilato, qué es lo que nos 
impide ser libres. Cuáles son nuestros temores, nuestras etiquetas, 
las vestiduras y las máscaras que llevamos en público, por las que 
no somos capaces de arriesgarnos. Ante el caso concreto aparece 
todo lo que es absurdo en nosotros, la capacidad de descuidar y 
pisotear al otro para salvar la apariencia, para conservar la fama o 
el puesto importante o el aprecio de la gente por nuestra 
honorabilidad.
Habla conmigo, nos dice el Señor, hazte liberar, debes saber que 
en cualquier momento se te puede presentar el caso de aplastar al 
otro por defender un mundo que te construiste, te puede suceder 
encontrarte en una situación irreparable, sin caminos de salida.
Con su confiarse en nosotros, con su vulnerabilidad, Dios nos 
revela esto: Yo quiero iluminarlos sobre lo que ustedes son y sobre 
lo que pueden llegar a ser, si me reconocen.

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986
.Pág. 183ss