EL PECADO DE DAVID

 

CARLO M. MARTINI

1. Pedir no sólo "Sentir el desorden interno de la vida" como algo 
que me toca personalmente, sino ampliar la consideración y sentir el 
desorden interior de mi vida aun como algo que me impide 
realmente formar comunidad. Comprender, por consiguiente, cómo 
mi pecado es el obstáculo real para llevar a cabo relaciones 
humanas auténticas, y, por tanto, para la creación de una auténtica 
comunidad.

-Analogía entre el desarrollo de una comunidad y el ritmo de los 
Ejercicios.
Es muy interesante un artículo del P. Riman, hasta hace poco 
responsable mundial de Vida Cristiana, que hizo un breve estudio 
entre el desarrollo de una comunidad y el ritmo de los Ejercicios 
ignacianos. El mismo dice que se trata de una analogía y que no 
hay que insistir demasiado en las similitudes; pero hay en el 
desarrollo de una comunidad algo de análogo con el ritmo de las 
cuatro semanas de los Ejercicios.
Generalmente una comunidad comienza con lo que se llama el 
Principio y Fundamento: es decir, se ve la grandeza, la belleza del 
estar juntos, se aprecian las ventajas de ser comprendidos, de 
sentirse apoyados en la propia acción personal, social, apostólica, 
la posibilidad de comunicar.
Pero después sigue lo que él llama, según los estudios de 
sicología social, la crisis comunitaria: después de un poco de tiempo 
se comienza a ver que en el fondo el estar juntos no es que sea tan 
bello, tan color de rosa, ni tan fácil como parecía. A una cierta 
ceguedad por los defectos de los demás se le va mezclando la 
percepción de muchas cosas, tal vez pequeñas, pero fastidiosas e 
irritantes, que lo vuelven a uno nervioso. Se empieza a ver que es 
muy difícil vivir en comunidad, aparecen los personalismos, cada 
uno se revela a sí mismo, los propios conflictos, los temores, las 
agresividades, los choques nerviosos, y entonces todo se va 
volviendo pesado.
A este punto, o la situación estalla, o se estabiliza en 
"homeóstasis", es decir, un cierto ajuste de los conflictos internos de 
tal manera que la fachada queda intacta y se puede presentar 
exteriormente como comunidad.
Aunque las cosas interiormente no vayan tan bien, se sigue 
adelante por amor de paz y para hacer buena figura.
Se parece a la historia de muchos matrimonios: se va adelante 
porque hay que hacerle ver a la gente que viven unidos, aunque no 
lo estén, pero a eso se han comprometido con honor. En este caso 
la comunidad se vuelve muy formal, sin las verdaderas ventajas de 
la vida comunitaria, que sólo se logran en mínima parte.

C/UNIDAD/DON UNIDAD/C/DON: La crisis de la comunidad 
encuentra su verdadera solución cuando, aun como comunidad, 
nos reconocemos pecadores delante de Dios, incapaces de vivir 
juntos y nos lo confesamos mutuamente: si Dios no nos salva, no 
somos capaces de formar comunidad, esto solamente es un don 
suyo. Es una especie de bautismo colectivo, una oración bautismal 
hecha juntos, en la que cada uno reconoce sus propias faltas, 
limitaciones, culpas; se reconoce que solamente Dios puede 
mantenernos unidos y se pide poder someterse todos juntos a su 
potencia.
De aquí, entonces, puede comenzar el segundo estadio, el 
verdadero positivo del discernimiento, de la elección. El P. Riman 
dice que no se puede hacer ningún discernimiento antes de este 
estadio.
Claro que periódicamente se puede repetir esta situación a 
niveles más altos y más sutiles, con la necesidad de unirse y volver 
a confesar que solamente el Señor nos tiene unidos, mientras 
nuestro pecado trata de desunirnos, incluso por cosas muy santas, 
por los modos de ver, por ejemplo, cómo se vive la pobreza o el 
compromiso apostólico, cosas muy elevadas pero que chocan entre 
sí y causan chispas.
El Señor siempre nos vuelve a llevar a la humildad bautismal: 
Déjense salvar por mí, dice él, reconozcan que no son capaces de 
salvarse por ustedes mismos, ni juntos: Yo soy la salvación. Este es 
el sentido de esta reflexión.
Ahora les propongo tres puntos para meditar. Pensé en estos 
tres, unidos entre sí, aunque tomados de varias partes de la Biblia, 
y sólo el último es de Mateo. Los tres responden a la pregunta 
inicial: Señor, ¿qué es lo que hay en nosotros que no nos permite 
formar comunidad, no nos deja reconocerte en las necesidades 
reales del prójimo, ni establecer relaciones auténticas de amistad?.
La respuesta puede ser triple: en cada uno de nosotros está el 
hombre David (leeremos una página de la vida de David, que me 
parece iluminadora para reconocer la ambigüedad de la existencia 
humana); en nosotros está todo lo que hay en el corazón del 
hombre, según Marcos 7, 21-22; hay en nosotros todo lo que está 
presente en el corazón del hombre religioso y comprometido, según 
las cinco antítesis de Mateo 5, 20-48, en el discurso de la montaña. 


-David: la ambigüedad de la existencia humana.
Comencemos con una síntesis de Samuel (cap. 11 y 12), en 
donde se describe el pecado de David con Betsabé. Literariamente 
es una de las páginas más bellas del antiguo Testamento. Estos 
capítulos, llamados también los "Anales de David", son 
históricamente muy antiguos, escritos desde el punto de vista 
estilístico con una maestría incomparable: hay una finura, un 
conocimiento sicológico, un humorismo sutil que está detrás de las 
palabras, verdaderamente encantador, si no existiera la 
dramaticidad de la narración que nos arrastra.
David ha mandado su ejército a la guerra contra los Ammonitas, 
pero él se queda en Jerusalén; una tarde se pone a pasear en la 
terraza de su palacio.
"Desde la terraza vio una mujer que estaba bañándose. Esta 
mujer era muy bella. David hizo que se informasen de aquella mujer, 
y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías el Jeteo". 
Entonces David mandó mensajeros a buscarla. Vino ella a su casa y 
él se acostó con ella; ella acababa de purificarse de su impureza 
menstrual. Después se volvió a su casa. La mujer concibió y mandó 
a decir a David: "Estoy encinta".
Entonces comenzaron las dificultades de David: manda llamar a 
Urías, el marido, que viene. Lo invita a ir a su casa, pero él duerme 
ante la puerta del palacio real. David lo vuelve a llamar, trata de 
embriagarlo y de hacerlo ir a su casa, pero el marido se detiene a la 
puerta de su casa. Finalmente David escribe una carta, para que 
cuando Urías regrese al campamento se lo ponga en el punto más 
peligroso de la batalla y se lo deje solo, de tal manera que el 
enemigo lo mate. Brevemente esta es la historia que todos 
conocemos.
Tratemos de analizarla un poco. ¿Quién es este hombre David, 
que se metió en semejante problema? ¿Quién es David en este 
momento de su carrera? Es un hombre maduro, tan es así que ni 
siquiera se la siente de ir a la guerra; él, que era un gran guerrero, 
manda a los otros. Está en la cumbre de su carrera, aun moral: es 
un hombre fundamental piadoso, que ama mucho a Yavé, ha escrito 
también muchos salmos que se le atribuyen a él.
Uno de los más bellos es el salmo 18, en donde él habla de tú a 
tú con Dios que lo ha liberado: "Oh Yavé, tú mi Roca y mi fortaleza, 
mi refugio, mi Dios; tú mi Roca, a quien me acojo; mi escudo y 
cuerno de mi salvación, mi asilo y mi refugio". Un hombre, pues de 
una religiosidad profundísima, uno de los hombres más religiosos 
de la historia del Antiguo Testamento, que escribió palabras tan 
bellas que todavía nosotros usamos; un hombre piadoso en el 
verdadero sentido de la palabra.
También es un hombre profundamente bueno, que no es capaz 
de hacerles mal a los enemigos: pocos capítulos antes (cap. 9, 7 y 
siguiente) se cuenta cómo hace buscar por todas partes a los 
descendientes de Saúl y de Jonatán, lisiado de ambos pies, y lo 
hace llamar. Este va lleno de miedo, cree que David lo va a matar, 
en cambio le dice: "No temas, porque quiero tratarte con bondad 
por amor de Jonatán, tu padre, y te restituyo todos los campos de 
Saúl, tu abuelo, y siempre comerás a mi mesa". Un hombre incapaz 
de odio, capaz de amar hasta el más miserable de sus enemigos.
Un hombre también profundamente leal. Entre las narraciones 
más bellas de la vida de David está la de 1 S. 24, 6 y siguientes en 
donde se dice cómo David, cuando huía de Saúl, tenía que vivir en 
las montañas, en cuevas. Una noche logra entrar al lugar en donde 
Saúl está durmiendo. "Y la gente de David le dijo: hoy es el día del 
que te dijo Yavé: Yo pongo a tu enemigo en tu mano; trátalo como 
bien te parezca. David se levantó y cortó calladamente la orla del 
manto de Saúl. Después le latía fuertemente el corazón por haber 
cortado la orla del manto de Saúl. Y dijo a sus hombres: Yavé me 
libre de hacer tal cosa a mi señor, el ungido de Yavé, de poner mi 
mano sobre él, porque él es el ungido de Yavé... Después se 
levantó David, salió de la gruta y gritó a Saúl: ¡Oh rey, mi señor!... 
¿Contra quién ha salido a campaña el rey de Israel? ¿A quién 
persigues? ¡A un perro muerto, a una pulga! Que sea Yavé el 
árbitro entre tú y yo. Que él examine y defienda mi causa y me haga 
justicia librándome de tu mano". Por tanto, David es un hombre de 
una integridad y de una lealtad que se vuelven proverbiales en la 
historia de Israel.
Es también un hombre maduro, no carente de experiencias 
afectivas a este punto de su vida, ha tenido lo que ha querido, sabe 
qué es la vida, se conoce a sí mismo, sus limitaciones, la debilidad 
humana.
Pero he aquí que un hombre así, en pocas horas, pasa de un 
instante de curiosidad a un momento de debilidad, tal vez como 
consecuencia de un gesto de casi orgullo: ¿acaso no soy el rey, no 
puedo hacer lo que quiero, no son todos súbditos míos? Y 
entonces, tan lleno de sí, ahí lo tenemos en poco tiempo metido en 
una situación que rápidamente se vuelve insostenible.
Probablemente, antes del anuncio de Betsabé, David tenía 
todavía esperanzas: todo quedará oculto, nadie sabrá nada. Pero 
cuando Betsabé le dice: he concebido, se siente perdido y piensa: 
¿qué hice? No sólo perjudiqué a una mujer, sino que perjudiqué a 
su marido penetrando en su matrimonio; además queda expuesto a 
la vergüenza pública: el gran rey, el piadoso, el que no hace mal ni 
siquiera a sus enemigos... La gente comienza a maliciar: él es 
también como todos nosotros. Entonces siente miedo y vergüenza.
Reflexionemos un poco sobre la situación del hombre David: en el 
fondo es un hombre bueno, que ama a Betsabé y no quiere hacer 
nada contra ella, ama al niño que va a nacer, por tanto no quiere 
hacer nada contra él; también ama a Urías, que es uno de sus 
soldados más fieles, y tampoco quiere hacer nada en contra de él; 
pero también se ama a sí mismo, su nombre y su fama de rey: pero 
estas cuatro cosas no van todas juntas. Así se encuentra en una 
situación dramática porque, muy a pesar suyo, no logra evitar 
cometer el mal, no logra salir de este problema en el que se ha 
metido, primero por diversión, luego por algo de orgullo. No sabe 
qué hacer.
Esta es, pues, la situación descriptiva de la fragilidad del hombre, 
que puede pasar rápidamente de la tranquilidad, de la posesión, del 
dominio de sí, a una situación en la que cualquier decisión es 
dramática desde cualquier punto que se la tome.
Pero David es también un hombre astuto, es un hombre que ha 
combatido en muchas guerras, que conoce todos los vericuetos 
políticos para llegar a donde él quiere. Es inteligente y piensa: ya sé 
lo que voy a hacer: llamaré a Urías, a escondidas lo haré regresar a 
casa y todo quedará arreglado, oculto. En su astucia trata de 
salvarse por sí mismo, de hallar el camino honorable para todos, 
pero la solución no le resulta. Podemos imaginar la rabia cuando, 
después de la primera noche, el siervo que mandó a vigilar todos 
los movimientos de Urías le informa: durmió aquí a la puerta de tu 
palacio real, junto con sus soldados.
Se llena de ira al verse burlado en su astucia; tal vez Urías se dio 
cuenta, es más astuto que él, tal vez se siente como una pulga ante 
el poder del rey, pero piensa: tampoco yo voy a ceder. Entonces el 
rey refuerza su astucia, pasa a la falsedad, abraza a Urías: lo llama, 
lo hace beber, lo embriaga. Vean cómo aquí un hombre leal 
comienza a llenarse de astucia, de maldad, de doblez, obligado por 
la situación, pero no logra salir borracho, es llevado casi a la fuerza 
a su casa, pero luego reacciona y se acuesta en la puerta con sus 
soldados, y el rey nuevamente queda burlado.

Entrando un poco más personalmente en la narración, 
preguntémonos qué hubiéramos hecho nosotros en el puesto de 
David, qué le hubiéramos aconsejado. David no sabe cómo salir de 
este lío y finalmente piensa: alguien tiene que pagar. No quiero que 
se perjudique la mujer, ni el niño, tampoco yo quiero perjudicarme, 
uno tiene que pagar: será Urías. Siguiendo su astucia, nuevamente, 
no quiere matarlo abiertamente, ni hacerse reo de la sangre de 
nadie, pero se inventa una situación para que los enemigos lo 
maten.
Todos los capítulos anteriores sobre David quedan aquí por el 
suelo: un hombre leal, honesto, justo, que no se atreve a tocar a 
ningún enemigo, como a Saúl mientras dormía, lo encontramos aquí 
transformado en un hombre hipócrita, injusto, deshonesto, desleal, 
que manda asesinar a su propio soldado, se ha puesto de parte del 
enemigo.
¡He ahí la paradoja a la que puede llegar el hombre en poco 
tiempo! Ha quedado revelada su verdad de hombre, que antes 
estaba oculta aun para él. Si pocos días antes le hubieran dicho: tú 
te pondrás de parte del enemigo contra un súbdito fiel tuyo, lo 
habría tomado como un insulto; pero en realidad ha llegado a este 
punto.
Aquí el texto abunda en humorismo y sarcasmo: podemos leer 
también esta parte del texto, que es muy fina sicológica y 
literariamente. Urías cayó bajo la ciudad, porque lo han hecho ir 
hasta las murallas, luego se retiran, lo dejan solo y los enemigos lo 
matan. Ahora hay que anunciarle esto a David. El comandante del 
ejército, que conoce muy bien a su rey, dice al mensajero que 
informe que se perdió la batalla, y cuando el rey monte en cólera y 
se enfurezca contra sus soldados, la anuncie que también su fiel 
Urías ha caído muerto. El mensajero informa como le había 
ordenado el capitán.

"David montó en cólera contra Joab y dijo al mensajero: ¿Por qué 
os habéis acercado tanto a la ciudad para atacarla? ¿No sabíais 
que tiran desde lo alto de los muros?... ¿Por qué os habéis 
acercado tanto a la muralla? El mensajero respondió a David: 
Aquellos hombres tuvieron ventaja sobre nosotros; hicieron una 
salida contra nosotros al campo y nosotros los rechazamos hasta la 
entrada de la puerta, pero los arqueros tiraron sobre tus siervos 
desde lo alto de los muros y murieron muchos siervos del rey y tu 
siervo Urías, el Jeteo, murió también. Entonces David dijo al 
mensajero: Esto dirás a Joab: No te aflijas por este asunto, porque 
la espalda unas veces devora a unos y otras veces a otros. 
Refuerza tus ataques contra la ciudad hasta destruirla. Así le darás 
ánimo".
Pero el rey no logra ocultar su alegría porque el engaño salió 
perfecto; él salvó su reputación, salvó a las personas más queridas, 
y uno pagó por todos, pero hay que tener paciencia, ¡son cosas 
que suceden!.

La verdad de sí frente a Dios.
El texto continúa: "El Señor envió el profeta Natán a David. Se 
presentó a él y le dijo...". Natán es también muy astuto, conoce al 
rey y no lo afronta directamente, sino que ante todo trata de que 
David juzgue él mismo sobre un hecho en sí, y luego le dice 
claramente: "Tú eres ese hombre".
Como sabemos, Natán le dijo que había dos hombres, uno rico y 
uno pobre; el rico tenía mucho ganado, y el pobre solamente una 
ovejita, que había crecido en su casa junto con los hijos, comía de 
su pan y bebía en su copa, dormía en su cama. Al hombre rico le 
llega un huésped, y para atenderlo le roba la ovejita al pobre para 
no gastar nada de lo suyo. David se llenó de ira y dijo: "Vive Yavé 
que el que ha hecho tal cosa es digno de muerte, y pagará cuatro 
veces el valor de la corderilla por haber hecho esto y haber obrado 
sin piedad. Entonces Natán dijo a David: ¡Tú eres ese hombre!".
Ante la palabra de Dios que le revela su verdad (por sí solo no 
hubiera podido) David comprende y dice: "He pecado contra Dios". 
Noten: aquí David reconoce que en todo lo que ha hecho, en todos 
esos embustes de relaciones humanas, es a Dios a quien ha 
ofendido. Dios fue quien puso este orden, estas relaciones 
humanas en la verdad.
David, pues, es hombre que ante Dios vuelve a encontrar la 
verdad de sí mismo, y al reencontrarla ya no le teme a nada de lo 
que antes lo tenía como sofocado. No tiene miedo de reconocer 
públicamente su pecado, ni de aceptar que él es el perdedor: el 
Señor haga de mí lo que quiera, porque yo soy un pecador. No 
tiene miedo de que se sepa públicamente lo que él ha hecho; si 
nosotros conocemos esta narración, fue porque se divulgó 
públicamente.
Vemos que un hombre, que en defensa de sí había llegado hasta 
matar a un hermano, cuando renuncia a esta pretendida honestidad 
y se reconoce pecador ante Dios, recupera su libertad, la fuerza de 
aceptar la situación, de mirar con la frente alta a los demás, de 
reconstruir, de dejarse purificar por el Señor.
¡Qué no habría dado este hombre, cuando todavía no sabía 
resolver el problema, para lograr salir de esa situación! Si hubiera 
tenido que dar de comer a todos los pobres de Jerusalén durante 
un año, lo habría hecho, con tal que el Señor lo librara de ese lío. 
Pero no se atrevía a hacer la única cosa verdadera, es decir, 
reconocer su pecado. A un cierto punto tiene que hacerlo, pero 
porque el Señor ha permitido que terminara en un homicidio: 
entonces abre los ojos y se revela por lo que es.
Respecto de esto podemos meditar: Señor, nosotros no nos 
conocemos, no sabemos que hay situaciones que en poco tiempo 
pueden arrollarnos y llevarnos a donde no podemos ya hacer nada. 
Sabemos que si seguimos considerándonos justos en estas 
situaciones, sin aceptar nuestro pecado, no hacemos sino 
endurecerlas.
Más en general podemos decir: Señor, cuán miserable es la 
suerte del hombre que, aun queriendo amar a todos los hermanos, 
se ve obligado por el miedo a oprimir a uno y a otro con tal de 
salvarse a sí mismo.
Aquí vemos la profundidad a la que Jesús quiere que lleguemos 
al interpretar su palabra: "Tuve hambre y no me disteis de comer, 
tuve sed y no me disteis de beber...". No se trata sólo de obras de 
caridad, que David hubiera hecho sin fin, sino de aquella caridad 
que acepta relaciones justas y no puede aceptarlas sin reconocer 
algunas veces que es pecador y ser públicamente humillado por la 
propia incapacidad para realizarlas.

-Del corazón del hombre salen las malas intenciones...
La segunda reflexión que les propongo se refiere también a la 
pregunta: ¿qué hay en el corazón del hombre? Ya hemos visto el 
ejemplo concreto de David, que es como la actitud del hombre en 
general.
Pero ahora le preguntamos una vez más a Jesús y le pedimos 
que nos diga con su palabra revelada y reveladora qué hay en 
nuestro corazón que nos impide realmente formar comunidad, 
vencer las dificultades comunitarias que surgen después del primer 
idilio del encontrarse juntos y del aparecer los unos para los otros 
tan preciosos. Jesús nos contesta con una frase que no está en 
Mateo, porque él la amplía catequéticamente, pero que la 
encontramos en Marcos, que tiene frases muy lapidarias 
(/Mc/07/21-22).
Jesús nos hace una descripción de lo que es el hombre, diciendo 
que no son las cosas externas las que contaminan al hombre, sino 
que la verdadera contaminación está dentro: "De dentro del corazón 
del hombre proceden los malos pensamientos". Puede parecer 
extraño que aquí Marcos no diga: las malas acciones, en realidad 
muchas veces éstas no aparecen, porque las circunstancias son 
tranquilas. Si David no se hubiera encontrado en esa circunstancia, 
nunca hubiéramos sabido que era capaz de matar a un hombre; 
pero la situación hizo emerger aquella profundidad de miseria que 
estaba presente en su corazón.
Jesús dice, pues, en este capítulo que... "de dentro, del corazón 
del hombre proceden los malos pensamientos ("las malas 
intenciones" dice el texto griego): las fornicaciones, robos, 
homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaño, intemperancia, 
envidia, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas esas malas cosas 
salen de dentro y hacen impuro al hombre". Tenemos aquí, pues, 
una doctrina sobre la negatividad del hombre, la respuesta a la 
pregunta: ¿por qué, Señor, no somos capaces de amar 
verdaderamente al prójimo?.
Sugiero reflexionar aquí sobre estos doce potenciales negativos 
que llevamos dentro de nosotros, sin decir demasiado fácilmente 
que algunos no tienen nada que ver con nosotros; en el fondo sí 
nos atañen, porque nosotros somos capaces de todas estas 
cosas.
Comencemos por la última, y veamos sólo algún ejemplo: la 
insensatez. La palabra griega "afrosüne", o mejor el adjetivo 
"afros", insensato, se encuentra también en esa narración de Lucas 
(/Lc/12/20) en la que se dice que un hombre había tenido un buena 
cosecha ese año, y entonces se dijo: construiré enormes graneros, 
pondré todo en el granero, así tendré asegurado todo mi bienestar. 
¡Alma mía, come, bebe, diviértete, pues ya estás segura! Y Dios le 
dijo: insensato, esta noche se te pedirá tu vida. Esta insensatez es, 
pues, la propiedad del hombre de hacer proyectos sin Dios, de 
hacerse un proyecto seguro, tranquilo, en el que puede navegar 
bien, sin tener en cuenta que él no es sino un pajita en la historia y 
que una nonada puede hacerla desaparecer. ("palitos de romero 
seco", decía la Madre Teresa de Jesús)
David, en el fondo, era insensato, cuando paseaba en la terraza y 
decía: yo soy el rey, ¿quién puede venir contra mí, quién me puede 
decir algo? Ya tengo asegurada mi fama de Israel, soy el más santo, 
el más justo, el más piadoso.
El penúltimo, la soberbia, es aquello de lo que habla la Virgen en 
el Cántico: "Dispersa a los soberbios de corazón". En efecto, la 
soberbia es afín a la insensatez: es la pretensión de salvarse por sí 
mismos, de poder caminar solos y decir: ya he logrado un cierto 
estadio de seguridad, de tranquilidad, soy capaz de formar 
comunidad, tengo una experiencia espiritual, pastoral, ya puedo 
calificarme. Es la situación de quien no hace sus cuentas con Dios.
Vean, yendo un poco más atrás, lo que aquí el texto griego llama 
"blasfemia", esto es, cuando no logramos soportar el bien del 
prójimo, cuando tenemos que hacernos valer destruyendo un poco 
al otro, cuando restablecemos el equilibrio entre lo menos que no 
tenemos y lo más que el otro tiene, con algún pequeño engaño, 
alguna alusión conflictual que restablece, según nuestro parecer, 
nuestra integridad. Así podemos examinar cada una de estas 
palabras y ver cómo el hombre está presente en estas realidades.

-Las antítesis del discurso de la montaña.
Finalmente, la reflexión última que les propongo (la oración los 
pondrá ante Dios tal como el Espíritu Santo les inspire) es el trozo 
de /Mt/05/20-48 sobre la antítesis del discurso de la montaña. No 
voy a examinarlo exegéticamente, pues sería demasiado largo. Aquí 
tenemos cinco antítesis; todas comienzan con las palabras: "Se os 
ha dicho"; por tanto, se os ha propuesto una cierta norma moral, se 
os ha dicho qué debe hacer el hombre para ser honesto, "pero yo 
os digo" que eso no basta. Todo esto está resumido en el v. 20: "Os 
digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos 
no entraréis en el Reino de los cielos".
Ahora bien, esta palabra nos asusta, porque la justicia de los 
Escribas y Fariseos era muy grande: es la de los hombres honestos 
en todas las relaciones de la vida, de hombres-piadosos, devotos, 
deseosos de dar a Dios y al prójimo lo que les pertenece. Pero 
Jesús dice que no es suficiente y en estas antítesis dice el porqué. 
¿Por qué no bastan las obras de caridad y de justicia que 
practicaban los Escribas? Porque, si el hombre no se abre a la 
potencia de Dios y sólo quiere hacerse honesto por sí mismo, no 
logra ni siquiera llegar al límite decente, justo, de honestidad.
Jesús lo especifica todavía más diciendo: "Se os ha dicho: no 
matar"; pero si el corazón no se ha purificado interiormente, por 
medio de la benevolencia, no se cumple el mandamiento. David no 
lo cumplió, porque su corazón estaba lleno de preocupación por sí 
mismo, por el miedo de la humillación, por la defensa del propio 
orgullo.
Dice la segunda antítesis: "No cometer adulterio". No basta 
observar esto, dice Jesús, si el corazón no está purificado de la 
codicia interior. Me parece ver en las palabras que siguen, aquí en 
el v. 29: "sácate el ojo, córtate la mano", casi una tentativa 
desesperada del hombre que dice: yo quiero observar la ley, pero 
es más fuerte que yo! Es decir, a un cierto punto el hombre llega a 
reconocer: si Dios no me salva, yo no puedo observar la ley sólo 
con mi buena voluntad.
Sigue la tercera antítesis en el v. 33: "No jurar en falso". Jesús 
dice: no basta no jurar falsamente, si el corazón no está purificado 
de la continua doblez que lo anima, del deseo de aparecer ante los 
demás por lo que no es, de basarse siempre en las palabras, de 
hacer ver las cosas como no son, esto es, de la continua mentira de 
la vida. David tuvo miedo de que el pueblo viera quién era él y 
entonces recurrió a todos los subterfugios posibles.
Jesús dice: no basta, no llegarás a no jurar en falso, si no quitas 
de tu vida la mentira y tu continua preocupación por ocultar a los 
demás tu verdadero yo, por miedo de perder la estimación, de ser 
marginado, abandonado, por el afán de hacer ver lo que no eres.
Añade Jesús: "Se ha dicho: no exageres en la venganza, 
conserva la justa medida de la justicia". Pero no se llega a esto, dice 
Jesús, si el corazón no está listo a ceder. Aquí nos vemos 
verdaderamente desconcertados... si el corazón no abandona todas 
las defensas ante el prójimo: me hace caminar un kilómetro y yo 
camino dos; me quita el vestido y yo le doy el manto, me pega en la 
mejilla y yo le pongo la otra... ¿Cómo es posible? Son palabras que 
todos escuchamos continuamente como un reproche, porque 
sabemos que no somos capaces de hacer esto. Pero Jesús quiere 
decirnos: es inútil que trates de conservar la medida de la justicia en 
todas las relaciones, si en el fondo tienes un gran deseo de 
defenderte; siempre miras a los demás como posibles agresores y 
nunca aceptas la perspectiva de someterte algún día.
Aquí aparece ya, oscuramente, la sombra de la Cruz: esto no se 
puede entender sino en el Señor crucificado. El Señor nos dice: tú 
crees poder obrar por ti mismo, pero no es posible, porque dentro 
de ti hay un gran deseo de resaca tan potente y violenta que a un 
cierto punto surgirá.
Finalmente dice Jesús: "Se os ha dicho: hay que amar al prójimo", 
pero no es suficiente, si tú no logras dar el primer paso hacia quien 
te explota, hacia el que abusa de ti, es decir, hacia el enemigo. Es 
muy hermoso hablar del enemigo en abstracto, pero en el fondo el 
enemigo es cualquiera que me causa daño, a quien de cualquier 
modo trato siempre de alejar. También aquí nos parece estar en la 
paradoja y solamente en el camino de la Cruz podremos 
comprender algo.
Claro que Jesús no quiere decirnos que vivamos de manera 
imposible; nos presenta un modelo ideal, pero realizable de 
humanidad, y nos lo presenta de un modo tal que nos abofetea, 
diciendo: tú pretendes saber amar al prójimo, saber formar 
comunidad; pero si a un cierto punto no sabes también convivir con 
quien te da fastidio, con quien te es hostil, es inútil que digas que 
amas al prójimo, tienes que reconocer tu incapacidad para formar 
verdadera- mente comunidad. Aquí aparece la crisis salvífica, 
saludable, de la comunidad en la que el hombre dice: Señor, 
solamente tú eres la salvación.
Creo que aquí tenemos que llegar a nuestra oración, la oración 
penitencial que nos pone delante de Dios, no como quien dice: 
Señor, haré esto o aquello y seré perfecto; sino: Señor, cualquier 
cosa que yo haga, sé que no será perfecto, no lograré tener 
buenas relaciones. Tal vez logre tenerlas, cuando todo esté 
tranquilo, como cuando el mar está tranquilo, y casi todos pueden 
conducir una barca. Pero la vida no es un mar tranquilo, y, 
entonces, en cualquier momento estallará la contradicción 
conflictual que hay en nosotros. El señor nos invita a reconocerla 
ante él, en la oración penitencial: Señor, tengo necesidad de tu 
misericordia.
He aquí la verdad de nosotros mismos, que debe emerger aun 
ante la Iglesia con el Bautismo. Pidamos que esta sea 
verdaderamente una aceptación alegre del Evangelio, es decir, que 
la misericordia de Dios se nos presente como Evangelio de 
salvación; no como acusación que nos humilla, sino como la única 
posibilidad de salvación.
Podemos hacer un momento de reflexión y de oración bajo esta 
luz:
Te adoramos, Señor, desde lo profundo de nuestro misterio y del 
misterio de todo hombre, del misterio que está en las profundidades 
insondables de todo hombre y que solamente tú conoces. Señor, tú 
conoces profundamente quiénes somos y quiénes podremos ser. 
Desde el fondo de este abismo nos confiamos en ti, invocamos tu 
salvación, nos abandonamos en tu misericordia.
Humildemente te pedimos que no nos abandones, Señor, sino 
que nos salves a cada uno y como grupo, como Iglesia, como 
comunidad, como sociedad. Ten compasión de nosotros, Señor, 
que no sabemos vivir juntos; haznos ver que eres tú, Señor, la 
fuerza de nuestro vivir juntos.
Tú que vives y reinas con el Padre, tú que en virtud de tu Muerte 
y Resurrección nos das el Espíritu de unidad y de salvación, tú que 
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986.Pág. 80-98