09-30 San Jerónimo, doctor

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1.DOMINICOS 2003

Maestro de la Palabra

San Jerónimo (340-420) es un personaje excepcional, como hombre y como cristiano: sabio, asceta, literato, ermitaño, sacerdote, traductor de la Biblia del griego o hebreo al latín, consumado maestro en la vivencia y declaración de la Sagrada Escritura.

Nació en Dalmacia (Bosnia), hijo de familia noble y rica. Como disponía de talento, cultura familiar y dinero, estudió en Roma y se familiarizó con poetas, oradores, autores clásicos griegos y latinos. Era todo un hombre, joven y prometedor, de carácter muy fuerte.

En torno a los 20 años frecuentó mucho el trato con los cristianos y recibió el bautismo, y ya cristiano, siguió ampliando su formación con maestros famosos de Grecia y Asia Menor. A sus 30 años se podía permitir cualquier aspiración de futuro.

Pero a esa edad es cuando se produjo la gran crisis o transformación de su vida: renunciando a la carrera de gloria mundana, se hace monje y emprende la carrera de escritor. Este cambio le supuso terribles momentos de lucha contra sí mismo y contra las fuerzas del mal. Los pintores han inmortalizado sus tentaciones en el desierto, convertido es un manojo de nervios.

Cuando sobrevino el triunfo, a los 34 años fue ordenado sacerdote, y tras ello reemprendió sus viajes culturales-religiosos por Constantinopla y Roma. El papa san Dámaso le nombra secretario para Oriente.

A los 42 años se retira a Belén, donde cumple su misión más importante: el estudio y la traducción de la Biblia al latín. Es la Biblia que llamamos Vulgata, reconocida por el concilio de Trento como traducción oficial para toda la Iglesia. Casi exclusivamente de ella hemos vivido hasta las traducciones vernáculas en el siglo XX.

Murió en el monasterio de Belén. ¡Cuánto le debemos los cristianos por su magisterio bíblico! En la reflexión final incluiremos un párrafo sobre su aprecio de la Sagrada Escritura.

ORACIÓN:

¡Oh Dios, tú concediste a san Jerónimo el don de estimar y vivir de manera singularísima la Sagrada Escritura; concédenos a nosotros que en el siglo XXI sepamos alimentarnos de esa misma palabra que ilumina a todos los nacidos con la luz y la verdad de su filiación divina. Amén.

Momento de reflexión:

Mensaje de san Jerónimo:

Introducción al profeta Isaías: Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo

1. “Yo, Jerónimo, cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos del Señor que dijo: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad  y encontraréis. Si yo lo hago, no tendrá que reprocharme, como hizo a los judíos: Estáis muy equivocados, pues no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios.

2. “Por su parte, el apóstol Pablo dice: Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y quien no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría.

Eso significa que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

3. “Por eso, yo quiero imitar en mi trabajo al padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo; y también a la esposa que habla así en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo.Y con ese espíritu expongo, por ejemplo, el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol.

4. En efecto, Isaías, refiriéndose a sí mismo y a los demás, como evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Por su parte, cuando Dios le habla a él como a un apóstol, diciendo, ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo?,  él  responde: Aquí estoy, mándame.

5. “Es imposible resumir en pocas palabras el libro de Isaías. Ese libro abarca todos los misterios del Señor, pues predice al Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los hombres... Este libro es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal...

6. “¡Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, callar o hablar, si es el Espíritu quien habla por boca de ellos!... Lo que llega a oídos de los profetas no es el sonido de una voz material, sino que es Dios quien habla en su interior, como dice uno de ellos: El ángel hablaba en mí...”


2. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Con este texto del evangelio culmina una serie de enseñanzas que Jesús ha dirigido a sus discípulos en privado, a saber, la aclaración de la parábola del sembrador (Mt 13,36-43) y las parábolas del tesoro escondido, del comerciante de perlas finas (13,44-46) y de la red barredera (47-51). Al final de éstas, Jesús pregunta a sus discípulos si han entendido. Y, tras su respuesta afirmativa, Jesús compara al letrado instruido en el reino de Dios (esto es, al misionero o evangelista cristiano) con el dueño de casa que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas. El letrado cristiano, a diferencia de los letrados de Israel, que tenían detrás una inmensa tradición interpretativa, que pretendía no salirse de los límites de lo antiguo, ha comprendido que el secreto del reino no depende ya de su antigua tradición, sino que en él “lo nuevo” tiene el primer lugar; “lo antiguo” está subordinado a lo nuevo. El letrado cristiano no se basa, en primer lugar, en lo que han dicho o hecho Moisés o los Profetas, sino que da prioridad al mensaje de Jesús. Éste es la clave de lectura de todo el Antiguo Testamento. El evangelista Mateo ha sido tradicionalmente identificado con este modelo de letrado cristiano.

Hoy, festividad de San Jerónimo, patrono de los estudiosos de la Biblia, como al comienzo del cristianismo, se puede correr el riesgo de dar más importancia al Antiguo Testamento (entonces único texto escrito) que al Nuevo o, al menos, a igualar a ambos por el hecho de ser los dos testamentos palabra de Dios. Craso error desde el momento en que Jesús y su evangelio son el crisol sobre el que hay que pasar todo el Antiguo Testamento. Aquello del Antiguo que resiste ese crisol, sigue vigente; lo que no, hay que darlo por caducado, por más que lo sigamos considerando palabra de Dios para una etapa histórica del pueblo de Israel. El cristiano debe leer el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, como profecía y promesa que se hace realidad en Jesús. Todo lo que en esos antiguos libros no se adecue al mensaje genuino de Jesús debe ser sometido a revisión y no puede ser tomado como patrón de comportamiento o como pauta de vida. Los textos del Antiguo Testamento que se leen en la liturgia no tienen carácter de norma, si entran en conflicto con el mensaje de Jesús, pierden toda su relevancia.


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