1. COMENTARIO 1 -
Lc 1, 26-38
JESUS, EL MESIAS ESPERADO
RUPTURA CON EL PASADO:
DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO
«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se
llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje
horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha
decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes»
(tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por
el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César
Augusto, cf. 2,1).
El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que
se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se
trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas
omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el
santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.
El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado.
Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación
mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una
continuidad con el pasado.
Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la
institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en
contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre
(Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer
«virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La
primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de
Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las
hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea
masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad
avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta
fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras
del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no
se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a
«los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble
mención), sin relevancia social (Nazaret).
Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto
mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la
concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora
«el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.
El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo
no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y
la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se
divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14).
El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te
ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante
Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante
fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que
«el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los
Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de
Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo»
es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por
un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob];
10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10
[Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de
Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no
provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su
contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor
irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el
sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).
HIJO DEL ALTÍSIMO
Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL
«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu
seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste
con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje.
Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.
A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a
dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus
padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción
lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en
su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La
anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt
1,22-23).
Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de
«Juan», aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el
nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta
ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la
paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor
Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de
Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).
Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús
serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que
será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf. 7,28), por su talante ascético
(cf 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por
haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf. 1,15c);
Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán
como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y
recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender
directamente de él.
«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre
todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de
comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente
de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de
David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero
el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios
(«le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus,
el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12),
pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente
nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).
LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO
María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el
modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un
hombre?» (lit. «no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las
promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea
davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo
dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.
Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta
pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de
plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya,
pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha
llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción
literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario
destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en
el versículo siguiente.
La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu
Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso, al que va a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios"» (1,35). María
va a tener un hijo sin concurso humano.
A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer,
pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del
Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María
anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles
(cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la
gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la
asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su
pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la
presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo
que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra:
el Mesías (= el Ungido).
Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice
nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es
demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se
anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.
La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no
le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a
todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de
personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el
hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que
más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es
consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la
necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un
proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales del poder y de
la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos
ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.
Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu
Santo (cf 11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»;
Jesús será «el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no
de nombre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar
con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de
liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado
(familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de
repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose
espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.
LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS
La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su
senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la
empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en
cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel
añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido
un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios
no hay nada imposible» (1,36).
La repetición, por tercera vez (cf 1,7.18.36), del tema de la
«vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se
encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el
procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el
nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva
creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la
fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en
el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso
humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en
peligro la realización del proyecto más querido de Dios.
EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO
Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO
Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba
«esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del
ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a).
María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del
Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se
pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.
El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la
dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las
órdenes inmediatas de Dios» (1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b),
primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y
luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su
casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une
estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión,
se comprueba su partida.
La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los
rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol
genealógico del pueblo escogido: Judea/ Jerusalén, región profundamente
religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley;
servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer
el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen
fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya
anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías
se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no
tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido
toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban
vacíos de sentido.
La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada
por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un
compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y
generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región
paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por
varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen
viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.
No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la
bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del
mensajero, a pesar de no verlo humanamente viable, cree de veras que para Dios
no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está
embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado
por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca
-por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la
perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
COMENTARIO 2
Dios se hace presente en medio de su pueblo por medio de una mujer humilde y
sencilla de un pueblo llamado Nazaret. Esa mujer es María, la que desde el
momento de aquella visita, será la portadora de la gracia y la bendición de
Dios. Ya no será el templo, ni la clase religiosa y sacerdotal quienes se
sientan depositarios del amor de Dios. Ahora será el pueblo pobre y sencillo a
quien Dios se le ha manifestado, porque ha venido a liberarlo de la esclavitud y
la opresión de sus enemigos.
En el evangelio de Lucas, por el saludo del ángel, María queda constituida la
"llena de gracia", expresión que primordialmente en el lenguaje bíblico del
Antiguo Testamento designa a los que son objeto de una especial benevolencia de
parte de Dios, lo que lleva como consecuencia a la abundancia de bendiciones
extraordinarias sobre su persona. La expresión lucana "llena de gracia" declara
el aspecto pasivo, de quien la recibe y la acción activa de quien da la gracia.
María posee la gracia que Dios libre y gratuitamente le regala.
La Palabra "gracia" designa el amor y el cariño con que Dios ama a su pueblo
pobre y sencillo; designa la fidelidad con la que él lo sustenta y con la que él
lo acompaña. No debemos pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios
es una especie de recompensa por el buen comportamiento del pueblo; ¡no!, ¡no es
merecimiento del pueblo! En ese caso ya no sería gracia. Dios ama porque quiere
amar y hacer el bien al pueblo. Dios hace esto para que el pueblo humilde y
pobre se acuerde y descubra su valor de persona. Dios ama, para que también el
pueblo comience a amar con un amor verdadero y comience a liberarse de todo
cuanto impide la manifestación de este amor.
No hay título más grande para María que ser llamada la llena de Gracia. La amada
de Dios, la amada por gracia, sin mérito. La amada porque Dios así lo quiso. En
este amor a María estaba prefigurado el amor de Dios a su pueblo, a nosotros sus
miembros. Ese es el designio de Dios para la vida de María. En ella se inaugura
la plenitud de los tiempos y desde ella el ser humano es depositario de la
Gracia de Dios.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
2. DOMINICOS 2003
En la liturgia de hoy podemos hacer memoria de un título más con que los hijos honramos a Marìa, madre de Dios y madre nuestra. Hoy la llamamos ‘Reina’, y en la gloria de la resurrección de Jesús decimos: ¡Reina del Cielo, alégrate, porque el Señor a quien mereciste llevar resucitó, cumpliendo su palabra, te llevó al cielo, y te ha coronado!
Todos los títulos y grandezas de María están vinculados a su privilegio de ‘Madre de Dios encarnado’, y dependen de él. Pero es muy comprensible que -en la piedad popular sobre todo- se tienda a aplicar a la Madre, por afecto o por derivación, un reflejo de la majestad del Hijo rey, siendo ella reina.
Sea, pues, hoy para nosotros María a modo de ‘reina’, porque no hay para los hijos ‘mayor reina’ en sus corazones que su madre. María se nos muestra tanto más Madre y Reina cuanto es más humilde, sencilla, esclava, mediadora, llena de gracia.
Recitemos a María, reina, algunos versos de fray Luis de León ‘A Nuestra Señora’:
Virgen, más pura que el sol,
gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien es la piedad como la alteza:
los ojos vuelve al suelo,
y mira un miserable en cárcel dura
cercado de tinieblas y tristeza...
Virgen, en cuyo seno
halló la Deidad digno reposo,
do fue el rigor en dulce amor trocado:
si blando al riguroso
volviste, bien podrás volver sereno
un corazón de nubes rodeado...
Virgen y madre junto,
de tu Hacedor dichosa engendradora,
a cuyos pechos floreció la vida:
mira cómo empeora
y crece mi dolor más cada punto...
Tu luz, altísima Señora,
venza esta ciega y triste noche mía... Amén
“Hermanos: cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no sois esclavos sino hijos; y, si hijos, también herederos por voluntad de Dios”.
Jesús es, según la carne y la historia, hijo de David; y al mismo tiempo es Hijo de Dios Padre. María es la mujer en cuyo seno fue concebido el Hijo. De ahí su dignidad y gloria.
“En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre y María la Magdalena... Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo al que tanto quería, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Y luego dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.
El título de Madre es el que preside todos los atributos de nobleza que adornan a María, por ejemplo, el de Reina de nuestros corazones. ¡Seas bendita por lo siglos, madre, señora, reina!
“Un solo hijo dio a luz María, el cual, así como es Hijo único del Padre celestial, así es también hijo único de su madre terrena.
Y esta única virgen y madre, que tiene la gloria de haber dado a luz al Hijo único del Padre, abarca, en su único hijo, a todos los que son miembros del mismo; y no se avergüenza de llamarse madre de todos aquellos en los que ve formado o sabe que se va formando Cristo, su hijo”(Beato Guerrico, abad)
“¡Admirable victoria la de la cruz!... Cristo derrotó al diablo con las mismas armas que él había utilizado antes. Pero escucha de qué modo lo hizo.
Primero, una virgen, un madero y la muerte fueron signos de nuestra derrota. Eva era virgen, porque aún no había conocido varón; el madero era un árbol; la muerte, el castigo de Adán. Mas he aquí que, de nuevo, una Virgen, un madero y la muerte, antes signo de derrota, se convierten ahora en signo de victoria. En lugar de Eva está María; en lugar del árbol de la ciencia del bien y del mal, está el árbol de la cruz; en lugar de la muerte de Adán, la muerte de Cristo... En un árbol el diablo hizo caer a Adán, y en un árbol derrotó Cristo al diablo... Aquella primera muerte sirvió a todos de condenación...; esta muerte de Cristo llevó a todos a la resurrección....” (San Juan Crisóstomo)
Gloria a ti, Virgen y Madre, Madre y Reina, María de Nazaret, Madre de Jesús y madre de todos los redimidos.
3.
Viernes 22 de agosto de 2003
María Reina
Is 9, 1-6: Un hijo se nos ha dado
Interleccional: Judit 13,18-20: Bendita eres, María, entre todas las mujeres
Lc 1, 26-38: Concebirás y darás a luz un hijo
La primera lectura se ubica en el mensaje que
anuncia la salvación que habrá de seguir al castigo de los crímenes de Israel.
Esta sección empieza con un nuevo oráculo mesiánico, 8,23b le sirve de
encabezamiento: él declara que las tierras esclavizadas por Asiria en 732 serán
liberadas. El texto alude a os acontecimientos desencadenados con motivo de la
guerra siro-efraimita: Ajaz, desdeñando el apoyo de Dios, pide ayuda a Asiria,
para que lo defienda de los coaligados. Esta, demasiado feliz por la solicitud
de Ajaz, se precipita sobre Aram y lo derrota, esclavizando, de paso a una parte
del reino de Israel del Norte, que se convertirá en el “distrito” de los
gentiles (de ahí la denominación “Galilea de los gentiles”). Una parte de la
tierra prometida se ve, de esta manera, condenada a vivir en las tinieblas de la
ocupación pagana. En el 721 caerá Samaría,. De hecho, uno de los oráculos de
liberación se pronuncia a propósito de esta derrota. Sin embargo se trata de un
oráculo extraño, ya que en él no sólo se anuncia la liberación del yugo pagano
sino también la aniquilación de toda potencia guerrera y la instauración de un
reino de paz (vv. 4.6). El anuncio se ve asociado al anuncio del nacimiento de
un niño (v. 5) que remite al c.7. Este niño recibe insignias reales y cuatro
títulos trascendentales. Estos últimos podrían evocar la práctica egipcia de
coronación del faraón, transplantada a Jerusalén en la época de David. Aquí se
encuentra una alusión clara a la coronación de Ezequías, que pudo tener lugar
cuando éste era todavía un niño. Pero, tal y como se formula, el oráculo
pretende llegar mucho más lejos de la persona del rey: evoca la paz cósmica y su
instauración por medio de un niño salido de Jerusalén.
La respuesta a esta lectura tomada del libro de Judit nos presenta cómo el Señor
la había protegido de la lujuria de Holofernes y había salvado al pueblo por su
mano. El pueblo y Ozías bendicen a Dios y a Judit por la gran victoria con una
triple bienaventuranza que en la liturgia de hoy se aplica a María.
El relato evangélico del día de hoy que presenta la anunciación del nacimiento
de Jesús es paralelo al de Juan en todo. El mismo ángel que anunció el
nacimiento de Juan se acercó a María para anunciarle el nacimiento de Jesús. En
el caso de Juan, la atención estaba centrada en su padre, Zacarías. En el caso
de Jesús, el centro de atención es María, la madre. María era una joven humilde
prometida a José, un carpintero, en la remota aldea de Nazaret, en Galilea.
Entre los judíos los desposorios eran tan vinculante como el matrimonio. Si el
varón con quien una mujer estaba desposada moría, según la Ley su hermano tenía
que darle un heredero (cf. Lc 20,28). Cuando el ángel Gabriel saluda a María,
ella expresó asombro, pero no incredulidad como Zacarías. “¿Cómo será esto, si
yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. Esto confirma el hecho de que María
es virgen. No hay duda de que Lucas, al igual que Mateo, tiene aquí presente a
Is 7,14 y 9,6-7 (cf. Mt 1,20-25). La respuesta de María está llena de confianza
y humildad. A pesar de su fe, no hay duda de que era consciente de que el
cumplimiento de la promesa podría tener como consecuencia sospechas, la
vergüenza, reproches e incluso una sentencia de muerte. Pero ella no permitió
que la idea de estos temores la disuadiera de someterse humildemente a la
voluntad de Dios. Por ello María es una inspiración para todos los cristianos
como símbolo de la fe.
Antes de las últimas reformas litúrgicas los Misioneros Hijos del Inmaculado
Corazón de María, Misioneros Claretianos, celebrábamos hoy nuestra fiesta al
Inmaculado Corazón de María. Hoy la Iglesia y nosotros celebramos a María Reina.
Esta fiesta fue instituida por Pío XII en 1955 en lugar del 31 de mayo que ahora
celebramos la visitación de María a su prima Isabel. La renovación litúrgica
querida por el Concilio la pone así como complemento de la solemnidad de la
Asunción (del pasado 15 de agosto), porque forman un único misterio. Nos
recuerda el documento Lumen Gentium en su apartado 59 que ”la Inmaculada
Virgen... al finalizar el curso de su vida terrena, fue asunta al cielo con su
cuerpo y su alma y proclamada con gran alegría por el Señor como Reina del
universo, pues estuvo plenamente unida a su Hijo, Señor dominador y vencedor del
pecado y de la muerte”.
Este relato lucano de la anunciación a María es uno de los pasajes centrales del
Nuevo Testamento por el papel que desempeña cada uno de sus personajes: Dios,
María, el Espíritu Santo, Jesús y añadamos la salvación. Este relato se presenta
con gran dignidad y reverencia. Lucas considera la anunciación del nacimiento de
Jesús como la coronación de todas las profecías. Recordamos aquí el texto de
Isaías (primera lectura) donde se encuentra la esperanza del Salvador, el Mesías
prometido. Revela el misterio supremo de la fe cristiana y la naturaleza del
Salvador prometido, que es humano y divino.
Centremos la atención en María a quien celebramos hoy como Reina. Ella es la
expresión de la humanidad que se mantiene abierta ante el misterio de Dios y
concretiza la esperanza de Israel y el caminar de aquellos pueblos que buscan su
verdad y su futuro. Pero, al mismo tiempo, María es la realidad del ser humano
enriquecido por Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que
proclama: “El Señor está contigo”, “has encontrado gracia ante Dios”. Así, María
se convierte en signo de la presencia de Dios entre los seres humanos. Ella nos
invita a ser ”reyes y reinas” como humanidad que simplemente ama y espera, que
acepta a Dios, admite su Palabra y se convierte en instrumento de su obra. Así
descubriremos que en el límite de la esperanza (ser humano abierto a Dios) se
encuentra el principio de la fe (la aceptación del Dios presente, tal como se
refleja en la respuesta de María: “Hágase en mí según tu palabra”. La realeza
mesiánica es el estado de vida al cual estamos destinados todos los cristianos.
María es la primicia en quien se realiza esta promesa de Jesús (cf. Lc
22,28-30).
Para la revisión de vida
¿Valoro la acción de María en la historia de salvación?.
¿Cómo expreso mi ser regio en mi vida diaria?
¿Nuestra relación con Dios está llena de confianza y humildad?
Para la reunión de grupo
Compara los dos nacimientos que nos presenta Lucas, el de Juan y Jesús.
Señala las diferencias y semejanzas.
Repasa los momentos en que aparece María en el evangelio de Lucas y el libro de
los Hechos de los apóstoles
Para la oración de los fieles
Dirijamos nuestra oración confiada al Padre por intercesión de María Reina:
-Para que guardemos en nuestro corazón, a ejemplo de María, la Palabra de Dios y
después la pongamos en práctica.
-Porque nosotros Iglesia, imitemos a María en su adhesión a Cristo
-Para que María sea para nosotros signo de segura esperanza y de consolación.
Oración comunitaria
Padre dispuesto a engrandecer al ser humano y a ofrecerle tu Reino, haz que
tengamos a María reina como verdadero modelo y sigamos su ejemplo de servicio y
confianza en Ti..
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
4. Fiesta de santa MARÍA virgen REINA 22 de agosto 2002
1. “Un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre Príncipe de la paz” Isaías 9,1
Con la promulgación de la Encíclica “Ad coeli Reginam”, el 11 de octubre de1954, el Papa Pío XII, instituyó la fiesta Litúrgica de María Reina y con ese motivo coronó la imagen de la Virgen Salus Populi Romani en la Basílica de Santa María la Mayor, en la que el mismo Pontífice había celebrado su primera misa. Posteriormente, el Papa Juan Pablo II, el 19 de junio de 1983, proclamaría, siendo Cardenal de Cracovia el siguiente texto: "Al Reino del Hijo está plenamente unido el Reino de su Madre, que no son de este mundo. Pero están enraizados en la historia de toda la raza humana, por el hecho de que el Hijo de Dios, de la misma sustancia que el Padre, se hizo hombre por el poder del Espíritu Santo en el vientre de María. Y ese reino está definitivamente enraizado en la historia humana a través de la Cruz, al pie de la cual estaba la Madre de Dios como corredentora. En la Cruz y Maria al pie de su hijo, se funda y permanece su Reino. Todas la comunidades humanas experimentan el reino maternal de María, que les trae más de cerca el reino de Cristo."
.2. María es Reina de los ángeles y de todos los hombres que son del Señor. El pueblo cristiano le ha dado a María el título de Reina desde los primeros siglos como refrendo de su preeminencia y de su poder que recibe del Todopoderoso, su Hijo, Jesucristo, por ser la Madre de Dios hecho hombre, El Mesías, El Rey universal (Col 1,16). Basta recordar la antiquísima Antífona “Regina coeli” y la menos antigua, pero tan tradicional, la Letanía Lauretana, en la que el pueblo cristiano, la suplica como Reina de los Angeles, Reina de los Profetas, Reina de los Apóstoles, Reina de los Mártires... Reina de Todos los Santos. Ya Santa Isabel, su prima, movida por el Espíritu Santo, hizo reverencia a María, no considerándose digna de la visita de la "Madre de mi Señor" (Lc 1,43). Y la proclama "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Ib).
3. El ángel Gabriel le dijo que su Hijo reinaría. Ella es, pues, la Reina Madre. Por la realeza de su hijo, María posee una grandeza y excelencia singular entre las criaturas, pues su reino no es otro que el de Jesús, por el que rezamos "Venga tu Reino", el Reino de Jesús y de María. Jesús, es Rey por naturaleza, María, Reina por designio divino. Con mayor majestad que Betsabé, la madre del rey Salomón, María Madre del Rey, se sienta a su derecha (1 Reyes 2,19).
4. Cristo le ha otorgado la corona (Ap 2,10) merecida, por haber sido la perfecta discípula que acompañó a su Hijo desde su concepción hasta la cruz. Por haber sido “la esclava del Señor", se cumplen en María las palabras: "el que se humilla será ensalzado".
5. Ha escrito el Papa Juan Pablo II, que "María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque cooperó en la obra de la redención del género humano. Asunta al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo". Ella participa en la obra de salvación de su Hijo con su “SI” al que siempre se mantuvo fiel, siendo capaz de estar al pie de la cruz (Jn 19,25).
6. El mismo Pontífice ha recordado que "a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Efeso proclamó a la Virgen “Madre de Dios”, se comenzó a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero". Teniendo en cuenta que "el título de Reina no sustituye al de Madre, su realeza sigue siendo una consecuencia de su misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido conferido para llevar a cabo esta misión. Los cristianos miran con confianza a María Reina, con lo que aumenta su abandono filial en Aquella que es madre en el orden de la gracia. El privilegio de la Asunción favorece la plena comunión de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano itinerario terreno. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida".
7. Es Palabra de Dios que los que son de Cristo reinarán con El. ¿Acaso María no es la Madre de Cristo? "En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo!" (Rom 5,17). "Si perseveramos con El, reinaremos con él" (2Tim 2,12).
8. María Santísima es Reina de todo lo creado. Si bien todos reinaremos con
Cristo, María Santísima participa de su reinado de una forma singular y
preeminente, pues Dios le ha otorgado su poder para reinar sobre todos los
hombres y los ángeles, y para vencer a Satanás. María Santísima es Reina de
todos. Reinando con su hijo, coopera con El para la liberación del hombre del
pecado. Todos nosotros, aunque en menor grado, debemos también cooperar en la
redención para reinar con Cristo. María es Reina de todos porque es el miembro
excelentísimo de la Iglesia, por su misión y santidad está más cercana a Dios, y
a sus hijos los hombres. Y su misión es única pues sólo ella es Madre del
Salvador.
9. Y es Reina también, por las palabras de Dios dichas a la serpiente: “pongo enemistad ente ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuanto tu hieras su talón." (Gén 3,15). Es decir, Reina por victoria sobre la serpiente y el pecado, la llena de gracia..Con razón dice San Germán: "Su honor y dignidad sobrepasan todo la creación ; los ángeles están en segundo lugar ante tu preeminencia." Su mismo poder Real la autoriza a distribuir los frutos de la redención. La Virgen María no solo ha tenido el más alto nivel de excelencia y perfección después de Cristo, sino que también participa del poder que su Hijo Redentor ejerce sobre las voluntades y sobre las inteligencias.
10. Su Intercesión ante su Hijo y ante el Padre es de eficacia Inagotable: Es la Omnipotencia Suplicante. Dios ha constituido a Maria como Reina del cielos y tierra, exaltada sobre todos los coros de ángeles y todos los santos. Estando a la diestra de su Hijo, ella suplica por nosotros con corazón de Madre, y lo que busca, lo encuentra, lo que pide, lo recibe.
11. Su Reino es Reino de Amor y de Servicio, no de pompas o de prepotencia como los reinos de la tierra. El reino de María es el de su Hijo, que no es de este mundo, ni se manifiesta con las características del mundo. María tiene todo el poder como reina de cielos y tierra y a la vez, la ternura de ser Madre de Dios. En la tierra ella fue siempre humilde, la sierva del Señor y estuvo enteramente dedicada a su Hijo y a su obra. Con El y sometida con todo su corazón y con toda su voluntad a El, colaboró en el Misterio de la Redención. Ahora en el Cielo, continúa manifestando su amor y su servicio para llevarnos a la salvación.
12. El reino de María es el mismo de su Hijo. Donde Jesús reina, María, su Madre reina también. Sus dos corazones están eternamente unidos en el amor divino. Lejos de quitarle el reino a su Hijo, lo propicia. Ella es la más sumisa, la mas fiel en el Reino y por eso también la más exaltada. "Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Luc1,48).
13. ¡Oh Dios Todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos (Oración Colecta).
14. Os invito a terminar esta homilía, con las actuales palabras del Papa Juan Pablo II en su despedida de Polonia, preñada de recuerdos personales, el día 19 de agosto, ayer: «Madre santísima, nuestra señora de Kalwaria, alcanza también para mí las fuerzas del cuerpo y del espíritu para que pueda cumplir hasta el final la misión que me ha encomendado el Resucitado». «Pongo en tus manos todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; te confío la suerte de la Iglesia, te entrego mi nación. Confío en ti y una vez más declaro ante ti: "¡Totus Tuus, María!».
JESÚS MARTI BALLESTER
5. DOMINICOS 2004
¡Salve, Madre, salve Reina!
En este jueves, recreémonos en la fiesta de María Reina, instituida por Pío XII
el año 1955. Y hagámoslo en calidad de hijos, celebrando la grandeza de María,
Madre del Señor, y nuestra, coronada. Recreémonos en la humilde sierva que fue
exaltada al reinado de los corazones; en la Doncella de Israel que fue
sorprendida en la anunciación por el Espíritu del Padre; en la joven que
experimentó cómo el Amor, no el poder o mérito, la coronaba Reina.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Lectura del profeta Isaías 9,2-4.6-7: alegría del pueblo por el rey Mesías.
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de
sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se
gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el
botín.
Porque la vara del opresor, el yugo de su carga y el bastón de su hombro los
quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: Lleva al hombro el
principado, y es su nombre ‘Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre
perpetuo, Príncipe de la paz’. Para dilatar el principado con una paz sin
límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y
consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre.”
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 39-47.
“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un
pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se
llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:
—jBendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo
para que me visite la madre de mi Señor?En cuanto tu saludo llegó a mis oídos,
la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque
lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá’!
Reflexión para este día
Un Hijo hace Reina a su Madre
En la base de toda glorificación de María siempre debemos poner el papel de
Madre del Hijo encarnado, dentro de la historia de salvación.
Ella es mediadora en la obra de Dios para salvación nuestra. ¿Cómo no reconocer
su grandeza? Cuando el Papa Pío XII estableció la celebración litúrgica de María
Reina, recogía en ese acto los sentimientos y gratitud de los fieles:
agradecidos a Dios por la encarnación del Verbo, y agradecidos por el
enaltecimiento de una doncella a la dignidad de Madre.
Pero ¿tenemos conciencia del reinado de María, en calidad de Madre del Redentor?
Dos imágenes o dos gestos de nuestra piedad cristológica y mariana revelan,
según los casos, la profundidad o la superficialidad con que apreciamos ese
reinado.
Apreciamos el reinado en profundidad cuando entendemos nuestra vida espiritual
-de fe, amor, esperanza- como itinerario fervoroso que hacemos pisando sobre las
huellas de Cristo y de María, como ciudadanos del Reino de Dios. Entonces María
es madre-reina-esclava. Y lo apreciamos en superficialidad cuando entendemos ese
reinado de María-Madre con un pietismo demasiado folclórico, de exhibición,
olvidando la interioridad de aquella entrega humilde y silenciosa de la
mujer-madre que estuvo atravesada por siete espadas de dolor que la hicieron
mujer-reina desde la cruz.
Hemos de profundizar más en el misterio de María y adecuar nuestra fiesta a la
intimidad comprometida de un corazón que vive en los demás, para los otros, más
incluso que para sí misma. Sólo así María es y actúa de verdad como Reina y
Madre nuestra.
6. Fray Nelson Lunes 22 de Agosto de 2005
Temas de las lecturas: Un hijo se nos ha dado * Concebirás en tu vientre y darás
a luz un hijo.
1. ¿María Reina?
1.1 Hay cristianos que, con escrúpulos nacidos de su amor a la Sagrada
Escritura, se preocupan o llegan incluso a renegar del título de "Reina del
Universo" aplicado a la Santa Virgen María. Piensan que ello da más espacio a la
fantasía que a la verdad revelada y que es más fruto de un sentimentalismo
piadoso que una realidad seria y de genuino provecho para la teología.
1.2 Por eso es bueno remitirnos a aquel documento que instituyó la memoria de
María, Reina del Universo. De ello podemos leer en la Constitución apostólica de
S.S. Pío XII sobre la realeza de María, del 11 de octubre de 1954. Esta
Constitución suele nombrarse por sus primeras palabras en latín: "Ad Caeli
Reginam". El texto que sigue es de Pío XII, en los números del 13 al 19 del
original, aunque aquí seguimos nuestra numeración usual.
2. La madre del Creador
2.1 El argumento principal, en que se funda la dignidad real de María, evidente
ya en los textos de la tradición antigua y en la sagrada Liturgia, es
indudablemente su divina maternidad. De hecho, en las Sagradas Escrituras se
afirma del Hijo que la Virgen dará a luz: Será llamado Hijo del Altísimo, y el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob
eternamente, y su reino no tendrá fin; y, además, María es proclamada Madre del
Señor. Síguese de ello lógicamente que Ella misma es Reina, pues ha dado vida a
un Hijo que, ya en el instante mismo de su concepción, aun como hombre, era Rey
y Señor de todas las cosas, por la unión hipostática de la naturaleza humana con
el Verbo.
2.2 San Juan Damasceno escribe, por lo tanto, con todo derecho: Verdaderamente
se convirtió en Señora de toda la creación, desde que llegó a ser Madre del
Creador; e igualmente puede afirmarse que fue el mismo arcángel Gabriel el
primero que anunció con palabras celestiales la dignidad regia de María.
3. María en el plan de salvación
3.1 Mas la Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no tan sólo por su divina
maternidad, sino también en razón de la parte singular que por voluntad de Dios
tuvo en la obra de nuestra eterna salvación.
3.2 ¿Qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave -como escribía Nuestro
Predecesor, de feliz memoria, Pío XI- que el pensamiento de que Cristo impera
sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de
conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que todos los hombres, harto
olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador; "Fuisteis
rescatados, no con oro o plata, ... sino con la preciosa sangre de Cristo, como
de un Cordero inmaculado". No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo "por
precio grande" nos ha comprado.
3.3 Ahora bien, en el cumplimiento de la obra de la Redención, María Santísima
estuvo, en verdad, estrechamente asociada a Cristo; y por ello justamente canta
la Sagrada Liturgia: Dolorida junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo estaba
Santa María, Reina del cielo y de la tierra.
3.3 Y la razón es que, como ya en la Edad Media escribió un piadosísimo
discípulo de San Anselmo: Así como... Dios, al crear todas las cosas con su
poder, es Padre y Señor de todo, así María, al reparar con sus méritos las cosas
todas, es Madre y Señor de todo: Dios es el Señor de todas las cosas, porque las
ha constituido en su propia naturaleza con su mandato, y María es la Señora de
todas las cosas, al devolverlas a su original dignidad mediante la gracia que
Ella mereció. La razón es que, así como Cristo por el título particular de la
Redención es nuestro Señor y nuestro Rey, así también la Bienaventurada Virgen
[es nuestra Señora y Reina] por su singular concurso prestado a nuestra
redención, ya suministrando su sustancia, ya ofreciéndolo voluntariamente por
nosotros, ya deseando, pidiendo y procurando para cada uno nuestra salvación.
4. Un argumento teológico
4.1 Dadas estas premisas, puede argumentarse así: Si María, en la obra de la
salvación espiritual, por voluntad de Dios fue asociada a Cristo Jesús,
principio de la misma salvación, y ello en manera semejante a la en que Eva fue
asociada a Adán, principio de la misma muerte, por lo cual puede afirmarse que
nuestra redención se cumplió según una cierta "recapitulación", por la que el
género humano, sometido a la muerte por causa de una virgen, se salva también
por medio de una virgen; si, además, puede decirse que esta gloriosísima Señora
fue escogida para Madre de Cristo precisamente para estar asociada a El en la
redención del género humano "y si realmente fue Ella, la que, libre de toda
mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo
ofreció como nueva Eva al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el
holocausto de sus derechos maternos y de su maternal amor, por todos los hijos
de Adán manchados con su deplorable pecado"; se podrá de todo ello leg
ítimamente concluir que, así como Cristo, el nuevo Adán, es nuestro Rey no sólo
por ser Hijo de Dios, sino también por ser nuestro Redentor, así, según una
cierta analogía, puede igualmente afirmarse que la Beatísima Virgen es Reina, no
sólo por ser Madre de Dios, sino también por haber sido asociada cual nueva Eva
al nuevo Adán.
4.2 Y, aunque es cierto que en sentido estricto, propio y absoluto, tan sólo
Jesucristo -Dios y hombre- es Rey, también María, ya como Madre de Cristo Dios,
ya como asociada a la obra del Divino Redentor, así en la lucha con los enemigos
como en el triunfo logrado sobre todos ellos, participa de la dignidad real de
Aquél, siquiera en manera limitada y analógica. De hecho, de esta unión con
Cristo Rey se deriva para Ella sublimidad tan espléndida que supera a la
excelencia de todas las cosas creadas: de esta misma unión con Cristo nace aquel
regio poder con que ella puede dispensar los tesoros del Reino del Divino
Redentor; finalmente, en la misma unión con Cristo tiene su origen la inagotable
eficacia de su maternal intercesión junto al Hijo y junto al Padre.
4.3 No hay, por lo tanto, duda alguna de que María Santísima supera en dignidad
a todas las criaturas, y que, después de su Hijo, tiene la primacía sobre todas
ellas. Tú finalmente -canta San Sofronio- has superado en mucho a toda
criatura... ¿Qué puede existir más sublime que tal alegría, oh Virgen Madre?
¿Qué puede existir más elevado que tal gracia, que Tú sola has recibido por
voluntad divina?. Alabanza, en la que aun va más allá San Germán: Tu honrosa
dignidad te coloca por encima de toda la creación: Tu excelencia te hace
superior aun a los mismos ángeles. Y San Juan Damasceno llega a escribir esta
expresión: Infinita es la diferencia entre los siervos de Dios y su Madre.
5. Reina en el orden de la gracia
5.1 Para ayudarnos a comprender la sublime dignidad que la Madre de Dios ha
alcanzado por encima de las criaturas todas, hemos de pensar bien que la
Santísima Virgen, ya desde el primer instante de su concepción, fue colmada por
abundancia tal de gracias que superó a la gracia de todos los Santos.
5.2 Por ello -como escribió Nuestro Predecesor Pío IX, de feliz memoria, en su
Bula- Dios inefable ha enriquecido a María con tan gran munificencia con la
abundancia de sus dones celestiales, sacados del tesoro de la divinidad, muy por
encima de los Angeles y de todos los Santos, que Ella, completamente inmune de
toda mancha de pecado, en toda su belleza y perfección, tuvo tal plenitud de
inocencia y de santidad que no se puede pensar otra más grande fuera de Dios y
que nadie, sino sólo Dios, jamás llegará a comprender.
5.3 Además, la Bienaventurada Virgen no tan sólo ha tenido, después de Cristo,
el supremo grado de la excelencia y de la perfección, sino también una
participación de aquel influjo por el que su Hijo y Redentor nuestro se dice
justamente que reina en la mente y en la voluntad de los hombres. Si, de hecho,
el Verbo opera milagros e infunde la gracia por medio de la humanidad que ha
asumido, si se sirve de los sacramentos, y de sus Santos, como de instrumentos
para salvar las almas, ¿cómo no servirse del oficio y de la obra de su santísima
Madre para distribuirnos los frutos de la Redención?
5.4 Con ánimo verdaderamente maternal -así dice el mismo Predecesor Nuestro, Pío
IX, de ilustre memoria- al tener en sus manos el negocio de nuestra salvación,
Ella se preocupa de todo el género humano, pues está constituida por el Señor
Reina del cielo y de la tierra y está exaltada sobre los coros todos de los
Angeles y sobre los grados todos de los Santos en el cielo, estando a la diestra
de su unigénito Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, con sus maternales súplicas
impetra eficacísimamente, obtiene cuanto pide, y no puede no ser escuchada.
5.5 A este propósito, otro Predecesor Nuestro, de feliz memoria, León XIII,
declaró que a la Bienaventurada Virgen María le ha sido concedido un poder casi
inmenso en la distribución de las gracias; y San Pío X añade que María cumple
este oficio suyo como por derecho materno.
6. Vivir esta verdad de nuestra fe
6.1 Gloríense, por lo tanto, todos los cristianos de estar sometidos al imperio
de la Virgen Madre de Dios, la cual, a la par que goza de regio poder, arde en
amor maternal.
6.2 Mas, en estas y en otras cuestiones tocantes a la Bienaventurada Virgen,
tanto los Teólogos como los predicadores de la divina palabra tengan buen
cuidado de evitar ciertas desviaciones, para no caer en un doble error; esto es,
guárdense de las opiniones faltas de fundamento y que con expresiones exageradas
sobrepasan los límites de la verdad; mas, de otra parte, eviten también cierta
excesiva estrechez de mente al considerar esta singular, sublime y -más aún-
casi divina dignidad de la Madre de Dios, que el Doctor Angélico nos enseña que
se ha de ponderar en razón del bien infinito, que es Dios.
6.3 Por lo demás, en este como en otros puntos de la doctrina católica, la
"norma próxima y universal de la verdad" es para todos el Magisterio, vivo, que
Cristo ha constituido "también para declarar lo que en el depósito de la fe no
se contiene sino oscura y como implícitamente".
6.4 De los monumentos de la antigüedad cristiana, de las plegarias de la
liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de
todas partes hemos recogido expresiones y acentos, según los cuales la Virgen
Madre de Dios sobresale por su dignidad real; y también hemos mostrado cómo las
razones, que la Sagrada Teología ha deducido del tesoro de la fe divina,
confirman plenamente esta verdad. De tantos testimonios reunidos se entreforma
un concierto, cuyos ecos resuenan en la máxima amplitud, para celebrar la alta
excelencia de la dignidad real de la Madre de Dios y de los hombres, que ha sido
exaltada a los reinos celestiales, por encima de los coros angélicos.
7.Catequesis de S.S. Juan Pablo II
Audiencia General de los Miércoles,
23 de julio de 1997
La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar
la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que
fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado
y de la muerte» (Lumen gentium, 59).
En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de
Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de
Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa
dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función
y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.
Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este
comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo
quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las
mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En
este texto se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al
apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan
Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en
madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las
criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).
Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se
refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la
realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la
redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del
cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo»
(MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que
nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey
no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina
no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al
nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954]
635).
En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor
Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el
lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder
soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de
Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la
extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el
mundo.
Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María,
podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce
sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.
El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un
corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le
fue conferido para cumplir dicha misión.
Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de
relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia
nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a
todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del
cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de
toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo
único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus
súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46
[1954] 636-637).
Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no
disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que
es madre en el orden de la gracia.
Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz
precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo
destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura
la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en
nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo
así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los
deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder
divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).
Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María
con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque
su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario.
También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la
grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros»
(Hom 1: PG 98, 344).
Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso
de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que
sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de
la vida.
Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la
salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una
Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de
Cristo.
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"La Virgen Inmaculada ... asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial
fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que
se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores
y vencedor del pecado y de la muerte".
(Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).
El pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural, siempre
reconoció la regia dignidad de la Madre del "Rey de reyes y Señor de señores".
Padre y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de ese reconocimiento y la
misma halla sublime expresión en los esplendores del arte y en la elocuente
catequesis de la liturgia.
Al ser Madre de Dios, María vióse adornada por Él con todas las gracias, prescas
y títulos más nobles. Fue constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los
hombres y aún de los ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre cariñosa,
asociada como se halla en la obra redentora y a la consiguiente mediación y
distribución de las gracias.
Quiere la Iglesia que oigamos la voz de María pregonando agradecida a Dios los
singulares privilegios de que la colmó. El Evangelio anuncia el Reino de Cristo,
de donde fluye también el reinado universal de María.
Esta fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora en la
octava de la Asunción, para manifestar claramente la conexión que existe entre
la realeza de María y su asunción a los cielos. La piedad del medievo fue la que
comenzó en Occidente a saludar con el título de Reina a la Santísima Virgen
Madre de Dios, invocándola con las palabras: Salve, Reina caelorum; Reina caeli,
laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre
de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la
gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
8.