1. CLARETIANOS
Hoy es su fiesta. Bernardo de Claraval es un hombre de contrastes. Joven mundano, y, sin embargo, resulta monje contemplativo; del silencio monástico ha de salir como viajero activo. Bernardo es el renovador del Cister, abad y creador de nuevos monasterios. Arrastró a sus propios hermanos a la vida religiosa. Como hombre de Iglesia participó, con gran autoridad, en varios concilios. Reconciliador, interviene ante reyes y papas en asuntos difíciles, como cismas y cruzadas. Y en medio de este vértigo a los divino, se le llama el "doctor melifluo". Tiene escritos, con mucha unción, acerca de la Virgen María: "Mira a la estrella, invoca a María", cantan generaciones distantes.
En San Bernardo se cumplió bien la palabra de Jesús. Los discípulos dejaron todo para seguirle. Consiguieron mucho por abandonar poco. ¿Poco? Más bien, dejaron mucho porque entregaron toda su vida, más allá de las barcas y redes. En tal manera comprometieron su vida que todos murieron mártires.
Ver las cosas así es un don que Dios ofrece. Si el corazón no está a punto, es imposible penetrar en esta lógica divina: dejar para lograr, des-vivirse para ser feliz, morir a tantas cosas para vivir desde Dios.
En un lenguaje
figurado que viene del Testamento viejo, se premia con "sentarse en doce
tronos". Lástima que la historia lo haya tomado, a veces, al pie de la letra.
Todavía hablamos del trono de San Pedro, silla gestatoria (aunque menos), de
sedes y cátedras suntuosas, de palacios y escudos. Pero Jesús, detrás de la
imagen nos presenta una hermosa herencia: la vida eterna. Acaso han pasado años
y han llegado abusos y quebrantos. Pero seguimos contentos con esta heredad.
Dios nos llama y nos quiere. Es más que el ciento por uno; es el millón por
nada.
Conrado Bueno, cmf.
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)
2. DOMINICOS 2003
Situémonos en una sociedad y en una Iglesia medieval con sus problemas y vida. En el siglo XII, en occidente, San Bernardo (1090-1153) es una de las más grandes, o acaso la más grande, entre las personalidades de la vida de la aquella Iglesia e incluso de aquella sociedad política.
Bernardo, nativo de familia noble en la Borgoña, Francia, sintió pronto, desde joven, el atractivo de la vida consagrada, pero hubo de someterse de momento a la voluntad de sus padres que le querían sabio y hombre de sociedad. Al cumplir los 22 años, tocado fuertemente por el dedo de Dios, ingresó con un grupo de 30 jóvenes en el Císter, amigos de la soledad y de la vida espiritual intensa.
Tras la profesión como monje, dio nuevo impulso al Císter, y al cabo de pocos años formó un nuevo movimiento cisterciense, llamado de Claraval, que luego se iría expandiendo por Europa .
San Bernardo fue hombre del mundo y hombre de Dios, poderoso en casi todo. En palabras, como predicador. En libros, como escritor de teología espiritual. En consejos y animación, como director de almas y de comunidades. Dio de sí todo lo que tenía para que la Iglesia se reformara, para que los movimientos heréticos rectificaran, y para que el cristianismo viviera más unido a su cabeza, Cristo. Pero como era hombre, débil, a pesar de su grandeza espiritual no siempre logró lo que su palabra buscaba en caminos de conversión.
Vivió más para Dios y para los demás que para sí mismo. No es poco.
Trascribamos unas palabras suyas sobre el amor:
“El amor basta por sí mismo, satisface por sí solo... Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho ... Amo porque amo, amo por amar.
Gran cosa es el amor, con tal de que conecte con su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las emociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador...”
(Sermón 83, sobre el ‘Cantar de los cantares”)
3. DOMINICOS 2004 San Bernardo, Abad y Doctor
Señor, tú que hiciste de san Bernardo un foco de amor, enséñanos a amar.
Señor, tú que le diste el don de la palabra, dulce como miel, danos suavidad en
la palabra para que atraigamos a todos hacia tu corazón de Padre.
Señor, tú que impulsaste a san Bernardo para que fuera celoso misionero de la
unidad en tu Iglesia, haznos fieles a la Iglesia en el siglo XXI.
Señor, tu que inflamaste el corazón de Bernardo para que experimentara la
cercanía de Cristo y de Maria en su corazón, haznos sensibles al amor salvador
que en ellos se nos reveló.
Bernardo, noble borgoñés, nació en el castillo de Fontaines el año 1090. Tras
realizar algunos estudios para el sacerdocio y recorrer caminos del mundo,
ingresó a los 22 años en el monasterio benedictino del Cister. Entró acompañado
de 30 jóvenes. Emitidos sus votos religiosos en el monasterio, y asumidas
diversas responsabilidad, inició y mantuvo durante 40 años un importante
movimiento de vida religiosa cisterciense que llamamos de Claraval o Claros
Valles. Tanto fue su éxito que antes de morir en 1153 ya había fundando unos 70
monasterios del Cister. Su influencia eclesial, religiosa, cultural y social fue
enorme. Se le considera figura clave en el siglo XII de Europa.