SAN LORENZO 08-10

SANTORAL

1. CLARETIANOS

Hoy celebramos la fiesta de San Lorenzo, que es un mártir muy popular. A pesar de ser lejano en el tiempo (murió en el año 258), su memoria está viva en el pueblo cristiano. De hecho, en este día se celebran las fiestas patronales de muchos pueblos de España. Su nombre está también unido al monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

En esta fiesta se nos propone un evangelio luminoso. Jesús nos recuerda que "el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante".

Estas palabras retratan a la perfección al diácono Lorenzo. Él supo entregar la vida y por eso es fuente de vida. Pero caigamos en la cuenta de que las palabras de Jesús no son pronunciadas en el vacío. Son la respuesta a Felipe, a Andrés y a unos griegos que habían mostrado mucho interés en conocerlo. Jesús no aprovecha su tirón popular para presentar un mensaje acomodaticio, al gusto de sus admiradores. No lo hace porque no quiere engañarlos. Los ama tanto que les revela dónde está el secreto de la verdadera vida. Se lo dice con la parábola del trigo y se lo dice también abiertamente, para que no se sientan frustrados en su griega racionalidad: "Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna". ¿Se puede decir más claro?

Ya termino. Después de haberos acompañado durante varias semanas a lo largo de los meses de junio, julio y agosto, me tomo un respiro. A partir del próximo lunes os acompañarán en este Rincón de la Palabra otros hermanos y hermanas. Volveremos a encontrarnos, si Dios quiere, entrado ya el otoño.
Un abrazo para todos.

Vuestro amigo,

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


2. COMENTARIO 1 -  Jn 12, 24-26

v.24: Sí, os lo aseguro: Si el grano de trigo una vez caído en la tierra no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto.

No se produce vida / fruto sin dar la propia; amar es darse sin escatimar, hasta desaparecer, si es necesario. Solamente el don total libera las capacidades del hombre. Esta muerte no es un suceso aislado, sino la culminación de un proceso de donación de sí mismo. La fecundidad no depende de la transmisión de una doctrina, sino de una muestra extrema de amor (si no muere, permanece él solo).

v. 25: Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este es conservarse para una vida definitiva.

Sólo quien no teme a la muerte puede entre­garse hasta el fin, llevando su vida a su completo éxito. Infundir temor, la gran arma del orden injusto; el apego a la vida lleva a todas las abdi­caciones.

v. 26: El que quiera ayudarme, que me siga, y así, allí donde yo estoy, estará también el que me ayuda. A quien me ayude lo honrará el Padre.

Ser discípulo significa colaborar en la tarea de Jesús, aun en medio de la hostilidad y persecución; el que colabora se encuentra, como Jesús, en la esfera del Espíritu, en el hogar del Padre (7,34; 8,29). El hombre libre posee su vida, su presente, y en cada presente puede entregarse del todo: la entrega total en cada momento es el significado de «morir». A éste lo honrará el Padre, como a hijo.


COMENTARIO 2

En esta declaración solemne y central Jesús explica cómo se producirá el fruto de su misión y la de sus discípulos.

No se puede producir vida (dar fruto) sin dar la propia vida (morir). La vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no llega al don total. Amar es darlo todo, entregarlo todo, sin escatimar nada; hasta desaparecer, si es necesario, como individuo o como comunidad. Jesús va a entregarse por los demás, es solidario con los necesitados y por ellos ha aceptado la muerte y prevé ya el fruto.

En la metáfora del grano de trigo que muere en la tierra, la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que la semilla contiene y la vida allí encerrada se manifieste plenamente. Con esta metáfora Jesús afirma que el hombre tiene muchas potencialidades y que solamente el don del sí total las libera para que ejerzan toda su eficacia. El fruto comienza paradójicamente en el mismo grano que muere porque si no cae en la tierra no muere, no da vida, no fructifica, es infecundo. La muerte de la que habla Jesús no es un acontecimiento aislado, es la culminación de un proceso, es el camino que se ha ido recorriendo como donación de la propia vida. Es el último acto de una donación constante, que sella definitivamente la entrega de la propia vida.

Por eso, dar la propia vida es condición para la fecundidad, es la suprema medida del amor. Jesús le explica a sus discípulos que tal decisión no es una pérdida para el hombre, sino una máxima ganancia; no significa frustrar la propia vida, sino llevarla a su completo éxito. "El que se ama a sí mismo pierde su vida, pero el que ofrece su vida por los demás la salvará.". El temor a perder la vida es el gran obstáculo al compromiso por los demás porque el amor a la propia vida lleva a todas las abdicaciones, a la injusticia, al silencio cómplice ante la realidad. El que ofrece su vida por los demás, ama de verdad, se olvida del propio interés y seguridad, lucha por la vida, la dignidad y la libertad en medio de una sociedad donde reina la muerte. Como Jesús, muchos hombres y mujeres de ayer y de hoy, para dar vida han dado su propia vida porque han estado convencidos que el fruto supone una muerte y la entrega exige una fe en la fecundidad del amor.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3.

NUESTRO PATRÓN, SAN LORENZO

Vida y obra

Lectura de una mirada

San Lorenzo, fachada, primer plano

A lo largo del año San Lorenzo ocupa, seguramente, en el corazón de muchos oscenses un lugar preeminente; y, en muchas ocasiones a lo largo del año, sus oraciones se habrán dirigido hacia él y sus pasos en más de una ocasión se habrán encaminado hacia su restaurada iglesia.

Y San Lorenzo hoy, y siempre que se nos presenta, lo hace con historia personal, con su tarjeta de visita, que dice más o menos esto: San Lorenzo de Huesca, diácono y mártir, Plaza San Lorenzo, 2.-Huesca.

Las primeras palabras nos indican como su profesión, su especialidad. Las segundas, su dirección.

Diaconado y martirio son los fundamentos de su santidad. Porque vivió como vivió, sirviendo a los pobres, lo mataron. Y, por eso, nosotros celebramos su martirio, y recordamos su muerte, que para nosotros es victoria.

Pero cuando nosotros estos días le dirijamos la mirada deberemos saber leer. Deberemos ver lo que hay detrás de esa imagen en su capilla, o de ese busto de la peana.

Allí hay una vida gastada en el servicio. Allí hay un diácono, o sea, un servidor. Desde ahí San Lorenzo nos está invitando a servir, a estar abiertos a las necesidades de los hombres y mujeres de hoy, de los pobres, de los marginados y excluidos por esta sociedad nuestra que llamamos del bienestar.

Allí hay una vida entregada por ser fiel a su opción. Allí hay un mártir.

También en nuestra sociedad hay mártires, hombres y mujeres que han sido capaces de morir por una idea. Y en nuestra Iglesia también. También en ella hay hombres y mujeres que sellan con su vida la fidelidad a su compromiso que han asumido en un momento y ha dado sentido a su vida.

Descubrir el sentido de ser Iglesia

No sé si a alguno de nosotros le tocará vivir ese martirio “rojo”. Pero, sí que a todos nos tocará vivir ese otro martirio “gris” del día a día, del trabajo responsable, de la honradez y sinceridad, de la coherencia, de la fidelidad, del cumplimiento de la palabra, del vacío, a veces, de nuestras propuestas, criterios y planteamientos, del compartir, de la acogida.

Y allí un cristiano, un miembro de la Iglesia que se comprometió con ella y desde ella sirvió a los pobres.

Sentirse Iglesia no es sólo estar bautizado. Sentirse Iglesia es vivir en tal sensibilidad que nada de lo que en ella pasa, de bueno o de malo, a puede resulta indiferente ni extraño.

Sentirse Iglesia as asumir con claridad y decisión un servicio, una tarea en ella.

San Lorenzo descubrió que lo suyo, como lo de Jesús, eran los pobres y los sirvió hasta la muerte.

Mirar al santo, y no descubrir nada de esto con la mirada es tener un grado elevado de “miopía religiosa”. Una mirada sin contenido es una mirada vacía, y una mirada superficial es una mirada imperfecta.

Todo sabemos que hay mirada que penetran, ¡que sea así nuestra mirada al Santo!

Agustín Catón, Vicario General.

(Artículo publicado en Diario del AltoAragón)


 

Los suficientes datos de un testimonio

A lo largo de los cuatro primeros siglos de la historia del cristianismo la Iglesia se vio fecundamente abonada con la sangre de los mártires, hombres y mujeres, que valientes y llenos de fe eran cruelmente torturados y dados muerte por unos gobernantes intolerantes con otras de religiosidad o de vida.

Algunos de estos mártires, por su valentía ante la muerte o por haber sufrido los peores tormentos adquirían gran importancia para la comunidad cristiana y alcanzaban mayor devoción.

San Lorenzo fue uno de estos últimos. Su posición en la jerarquía eclesiástica (no olvidemos que era el diácono arcediano, esto es, la “mano derecha” del Papa), su categoría humana que se vislumbra en los diálogos martiriales atribuidos a san Lorenzo, su talla espiritual de una fe robusta, madura, puesta la confianza plena en Dios y su celo y caridad a favor de los más pobres y necesitados, hicieron de él un auténtico modelo para la cristiandad de la época.

La fama dela que ya san Lorenzo gozaba como el “administrador bueno y fiel” de las escasas economías de la Iglesia del momento, se unió a la que alcanzó tras su martirio, uno de los más macabros y duros.

Tanta fama tiene su lado bueno y su lado menos bueno para el que pretende escribir, en síntesis, la vida de san Lorenzo. Porque a los datos reales se van añadiendo testimonios que, con la sana intención de engrandecer la figura del santo, carecen de historicidad y engendran tal maraña de datos que ensombrecen la contemplación de un gran hombre, pero sobre todo, de un gran cristiano.

¿Qué tenemos o sabemos sobre la vida de san Lorenzo? Según la pasión de Policronio (Véase: Damián Peñart y Peñart, San Lorenzo..Santo español y oscense , Huesca, 1987) san Lorenzo se dice de origen español. Después la tradición y el corazón de los oscense lo sitúan en Huesca, que “desde la lejanía de los tiempos” ha proclamado ser la patria de tan insigne mártir.

Esta tradición oscense dice que los padres de san Lorenzo se llamaban Orencio y Paciencia (ambos inscritos en el martirologio romano), dedicados a la agricultura tenían dos casas: una situada en Huesca, en el lugar que hoy ocupa la Basílica, y otra en las afueras, donde se levantó al ermita de Loreto.

En su viaje por España el futuro Sixto II, todavía no era Papa, se fijó en san Lorenzo y deseó llevárselo a Roma con él.

Al llegar a Roma se encontraron con la muerte reciente del papa Esteban y fue elegido para sucederle Sixto. Éste nombró arcediano a san Lorenzo cuya misión era la de la administración de los bienes económicos, y responsable de las obras de caridad.

Los últimos años del reinado del emperador Valeriano fueron de una situación financiera muy grave, con una inflación muy elevada y unos gastos militares elevadísimos. Había que buscar recursos y pensaron en los “tesoros” de la Iglesia. Así, en el año 258, se desató una nueva persecución dirigida particularmente contra la jerarquía eclesiástica: En esta persecución fueron martirizados, entre otros muchos, el papa Sixto II (el 6 de agosto) y su diácono Lorenzo (10 de agosto).

Un detalle singular, que dice mucho de san Lorenzo en cuanto a su grandeza humana y religiosa, es que cuando fue llamado ante el emperador y urgido a que llevase todos los tesoros de la Iglesia, san Lorenzo se presentó con los más pobres de la ciudad de Roma diciendo: “estos son los tesoros de la Iglesia”. Esto causaría una gran rabia en el emperador que ordenó fuese torturado cruelmente. Según el papa Inocencio III los diez tormentos con que fue martirizado san Lorenzo fueron: cárcel, herido con escorpiones, atado con cadenas, golpeado con palos, quemado con láminas incandescentes, azotado con látigos emplomados, puesto en el potro y desconyuntado, herido con piedras, comprimido con horcas y asado en el fuego, en la vía Tiburtina, que es el que más se conoce y con el que habitualmente se representa. Otro detalle, con palabras del poeta Prudencio, que nos habla de su categoría humana: cuando estaba siendo quemado vivo dijo a su verdugo: “Ya estoy asado por este lado; da la vuelta y come”.

La fama de san Lorenzo se extendió rápidamente. Tanto es así que pasados unos pocos años, Constantino mandó edificar, en su honor, en el lugar del enterramiento, una basílica martirial que se ha convertido en uno de los lugares más importantes de Roma.

De san Lorenzo hablaron en sus homilías grandes santos, doctores y padres de la Iglesia: san Ambrosio, san Agustín, san León Magno, etc. y su nombre fue incluido en el Canon Romano de la Misa.

En los albores del siglo XXI y cuando nos disponemos a entrar en el tercer milenio, el testimonio de la vida y de la muerte de san Lorenzo, lejos de quedar en el olvido, sigue siendo para todos un testimonio de rabiosa actualidad.

Francisco Raya Ibar, Delegado Diocesano de Liturgia de Huesca

(Artículo publicado en las páginas 12 y 13 del especial “San Lorenzo” del Heraldo de Aragón del 10 de agosto de 2000)


LA PALABRA DE DIOS en el día de San Lorenzo

 

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 51, 1-8

 

Te alabo, mi Dios y salvador; te doy gracias, Dios de mi padre.

Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de la garra del Abismo, me salvaste del látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis rivales, me auxiliaste con tu gran misericordia del lazo de los que acechaban mi traspié, del poder de los que me persiguen a muerte, me salvaste de múltiples peligros, del cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del vientre de un océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas de una lengua traidora.

Cuando estaba ya para morir, y casi en lo profundo del Abismo, me volvía a todas partes y nadie me auxiliaba, buscaba un protector y no lo había, recordé la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo mal.

 

SALMO RESPONSORIAL: 111,1-2.5-6.7-8. 9

 

Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos.

Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita.

 

Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. 

El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo.

 

No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor. 

Su corazón está seguro, sin temor, hasta que vea derrotados a los enemigos.

 

Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta,

y alzará la frente con dignidad.

 

SEGUNDA LECTURA: 2ª Corintios 9, 6-10

 

Hermanos:

El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará y el que siembra generosamente, generosamente cosechará.

Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios.

Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de bienes, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras de caridad.

Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta.»

El que proporciona la semilla para sembrar y pan para comer, os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra caridad.

 

EVANGELIO: San Juan 12, 24-26

 

En aquél tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.  El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.  El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. 

 

Contemplamos la vida y el martirio de San Lorenzo.

 

Escuchó la Palabra de Dios y la cumplió.
Dichoso él.

 

En los días de su vida sembró con generosidad:
la semilla del amor, de la fe, de la esperanza
en el corazón de sus hermanos.

 

Cuando soportaba los crueles tormentos
recordó la compasión del Señor
y se acogió a su misericordia eterna.

 

Cayó y murió como grano de trigo en la tierra
pero el Padre premió su servicio generoso
y dio mucho fruto: el ciento por uno.

 

Dichosos nosotros si, como San Lorenzo,
escuchamos la Palabra Dios y la cumplimos.

 

ORACIÓN

 

Gracias Lorenzo, por el testimonio de tu vida y de tu muerte.

Tu fuerza fue más grande que la de los que te mataban.

Tu valentía y coraje más auténtico que el de aquél que te mandaba matar.

Gracias Señor por darnos santos que, como Lorenzo,

nos ayudan a vencer las dificultades de la vida.

Gracias Señor, porque en el testimonio y valentía de tus mártires,

nosotros podemos contemplar tu grandeza.

 

Multiplica en nosotros, Señor, los dones de tu amor. 

Haznos fuertes y generosos, al estilo de San Lorenzo. 

Que sepamos compartir con los demás los verdaderos tesoros de tu Iglesia:

la fraternidad, la justicia, el amor, la verdad.

Que procuremos no tanto ser servidos sino servir,

para que siempre y en todo lugar se haga tu voluntad.


CONVERSACIONES DE SAN LORENZO DESDE LA PEANA

PRESENTACIÓN

CON UN CONCEJAL

CON UNA MAIRALESA

CON LOS DANZANTES

CON UN POBRE

CON UN OSCENSE QUE VUELVE A HUESCA

CON UN BORRACHO

CON SAN LORENZO

CON UN VENDEDOR

CONCLUSIÓN

 

 

PRESENTACIÓN

 

Sí. Soy yo. Vuestro paisano.

Hoy es mi santo. Y me alegra que hagáis fiesta, aunque no me la merezco.

¡Si no hice nada extraordinario!  De verdad.

 

Fui un crío muy normal: ni un “mieles” ni un granuja.

Un crío un poco trasto. Me creció el buen humor en el alma, salí trabajador como mi madre Paciencia, recio de carácter como mi padre Orencio, baturro como vosotros, y aventurero como todos los jóvenes.

¡Qué tiempos aquellos!

Marché a Roma. No hice turismo, claro.

Fue muy difícil ser cristiano.

Pero Cristo me había ganado el corazón.

Mi mayor alegría fue siempre “servir” y precisamente a los más pobres.

Nos reuníamos. Hablábamos. Comentábamos el Evangelio... Les daba la comida que yo tenía. Los curaba... Nos sentíamos unidos. Cada día crecíamos en número y en amor.

Los poderosos nos hicieron la vida imposible.

Por lo visto, y esto es de siempre, los pobres han nacido para sufrir...y hay que dejarlos que vayan tirando y que se mueran.

¡A mí se me partía el alma!

Cada mañana, montones de pobres, cojos, ciegos, enfermos... me buscaban para comer un poco y vivir un día más.

Las autoridades empezaron a decir que con nuestros pobres éramos un peligro público, que yo era subversivo, que estaba alterando el orden, que no respetábamos la autoridad constituida que había prohibido nuestras reuniones... que el fisco del Imperio... ¡Qué se yo cuántas cosas!

Al final me asaron en una parrilla, para público escarmiento.

¡Si no hubiera sido cristiano los habría odiado!

Los pobres recogieron mis huesos calcinados.

Hasta vosotros han llegado un par de ellos: un trozo de mi cabeza y un trozo de mi mano.

Y estoy contento aquí, en mi Osca Romana, Ciudad Vencedora. Os lo digo sinceramente: Me siento como en casa.

 

Hoy es mi santo. Y hacéis fiesta.

Habéis sacado mis reliquias. Habéis relucido los relicarios y habéis abrillantado mi busto de plata sobredorada.

Lo que más me alegra es que hoy me sacáis de mi armario. Y os veo. Y escucho el dance y llevo albahaca y... vuelvo a ver a los pobres.

Sigo siendo el mismo.

¿Y vosotros?

Dejadme, dejadme que os vea de cerca, amigos.

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          ¡AH, USTED ES CONCEJAL!

 

Pues yo soy el diácono Lorenzo.

Bueno, como dicen ustedes: San Lorenzo, el Mártir.

No me había fijado en usted, porque como viene detrás de mí en la procesión... Pero ahora ya lo veo bien.

Y nos parecemos un poco ¿no cree?

Lo veo con su banda roja, de raso, como una estola, como aquella toga mía... La tejió mi madre con lana de nuestros valles.

Yo la llevaba como signo de mi diaconía. Usted también es “servidor” ¿no? Eso precisamente quiere decir “diácono”.

Es difícil servir. Ya comprendo.

Cuanto más libremente lo hayan elegido a usted...más difícil, porque usted intentará responder con mayor sinceridad a la confianza que el pueblo puso en su voto.

Algo así me pasó a mí.

¡Amigo, servidor, no se canse!

Ni se haga el mártir antes de hora. Sea fiel. Y ya está.

En el alto puesto de servicio que usted ocupa necesita conocer la verdad sin componendas: se la dirán los pobres, que tienen la vista muy clara.

Usted no se queme inútilmente.

Si es preciso ya lo quemarán los demás.

Luche por ellos. Sanee cuanto pueda las estructuras.

No olvide que “servir” no es dar gusto a todos, ni solucionar todos los problemas.

Servir es construir la justicia, es gastarse con fortaleza, escondidamente.

No deje que le crezca el desaliento o la desesperanza por lo ingratos que somos los hombres.

¡Sígame, sígame!

Y no olvide el detalle: usted camina detrás de un mártir, que, aunque ahora aparece en un busto, fue un hombre de “cuerpo entero”.

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          ¡Y TU, UNA MAIRALESA!

  

De los barrios viejos o nuevos de mi Huesqueta.

De los llanos o de las montañas.

Con olor a prado verde, a nieve, a rastrojo o a asfalto...

has llegado hasta mi peana, mairalesa.

Eres la mujer del Alto Aragón.

Te has parado ante mi imagen.

Me has dejado un queso, unos higos, un cordero, unas flores...

Me has dicho algo que casi no he oído. He querido entender...

No temas. Una mujer como tú debió de ser mi madre.

Mujeres como tú ví yo en la arena, valientes ante los leones.

Es cuestión de que tú seas tú.

Esto se arregla no permitiendo que te despersonalices.

 

En estas fiestas, que dicen que son en mi honor,

te llevan y te traen, mairalesa.

¡Ese es el riesgo de la vida:

dejarnos llevar y traer,

ser marionetas en manos de otros!

No temas.

Tú puedes ser fuerte.

Tienes el alma recia y sana.

Llevas esencias de nobleza.

Tienes raíces que ahondan en la fe comprometida.

Tú vas a ser el equilibrio de ese mozo que te baila,

la cuesta agradable que lleva al amor limpio,

el eje de tu hogar,

madre de mártires y profetas.

Vete en paz y sé tú, tú misma,

con olor a prado verde, a nieve, a rastrojo...

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          ¡QUÉ COLORES!

 

Y vosotros sois los danzantes. Yo soy vuestro Patrono.

Ya sé, ya sé, que sólo danzáis para mí.

Y que lo tenéis como un honor.

Ya sé que no sois un número de atracciones.

Vuestro dance es como un rito sagrado.

También sé que sólo hoy empuñais los palos y las espadas.

Durante todo el año están bien recogidas.

Me da gozo veros con la cabeza en su sitio,

bien sujeta con vuestro pañuelo baturro.

Me da alegría, alegría de la buena,

cuando, desde mi peana,

veo el encaje de saltos y quiebros de vuestro baile.

Y sudáis.

 

Entiendo que sois un mensaje de acción coordinada:

cada uno en su puesto,

todos a un ritmo,

avanzando siempre,

poniendo en común el golpe preciso,

el estilo y la agilidad y el esfuerzo de todos,

haciendo del camino una ofrenda a Dios.

Sólo así se pueden hacer cosas grandes.

En mis tiempos...así éramos los cristianos.

¡Danzad, amigos, danzad!

Estoy muerto, pero... esta danza “¡resucita!”

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          ¿TÚ POR AQUÍ?

 

Yo a ti te conozco de algo.

No me lo digas.

Tú eres... ¡un pobre, claro!

Si te ví el otro día junto a la muralla de Roma.

Tienes la misma cara de hambre ¿eh?

No te extrañes de esta voz que saco.

Soy el diácono Lorenzo. Me asaron vivo.

Seguro que te enteraste.

Hoy te encuentro de nuevo.

¡Por ti no pasan los años, pobre!

Estás igual: orillado.

No reconocen tu esfuerzo y tus verdades.

No te llega para vivir, y...

 

Aquí me tienes, lleno de flores,

envuelto en plata.

Me da apuro encontrarte.

Es que estamos de fiestas ¿sabes?

¿Dónde está tu ramica de albahaca y tu pañuelo verde?

Hoy es un día grande.

Mira a ver cómo te las arreglas,

pero hoy tienes que comer lo típico:

pollo a lo chilindrón y melocotón con vino.

¿Qué no sabes qué es eso?

Oye, amigo pobre, no te quedes viendo visiones.

Hay que hacer algo.

¿No ves cuánto gasta la gente?

No deben ser pobres ninguno.

Seguro que parte de lo que gastan es tuyo.

Vente esta tarde.

Hablaremos,

aunque nos llamen revolucionarios.

¡Como nos pesquen...!

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          ¿QUÉ TAL?

 

Gracias porque has venido.

Tenías otros caminos con finales más atractivos,

y has venido a verme, a vivir conmigo estos días,

a pedirme por tus cosas.

¡Cómo me alegro!

Recuerdo aquellos otros tiempos

en que jugabas al amor

y te acercabas a mí

por aquella rutina de que era San Lorenzo.

Ya veo, ya veo:

Aquellos juegos se han convertido

en esos hermosos niños que me presentas

sin presentármelos.

Quieres que ellos, pequeños todavía,

sientan el amor que tu tienes

en lo más hondo de tu corazón

por estas tierras y mis tierras,

por estos hombres y mis hombres,

por estas tus sanas costumbres y las mías.

Gracias por haber venido estos días desde lejos.

Me acordaré de ti,

todo el tiempo que, por necesidad,

volverás a estar lejos de Huesca.

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          ¿BORRACHO YO?

 

Agárrate, agárrate a la farola.

Y ahora, por debajo del ala de tu sombrero roto,

mírame.

¿Me ves bien?

Quizá estoy demasiado alto y tú pierdes el equilibrio.

Si yo pudiera bajar...

nos iríamos a tomar un bocadillo,

que es lo que tú necesitas.

¡No, yo no tengo dos caras!

¡Es que tú estás borracho y ves todo doble!

¿Me conoces?

No, yo no soy San Orencio.

Así se llamaban mi padre y mi hermano.

¡Ah, es que se te traba la lengua

y has querido decir San Lorenzo!

Ya, eso sí.

Pues mira, en los barrios bajos de Roma

tuve muchos amigos como tú.

No tenían qué comer.

Andaban mal vestidos, sin abrigo...

y tragaban alcohol que les quemaba las entrañas

para hacerles entrar en calor.

¿Y tú qué?

Que sólo estás un poco alegre?

¡Pero si no te tienes!

¿Por qué no has ido a dormir a casa?

Tu mujer se acostó tarde...

y “no ha pegao un ojo”

Te quieren. Son buenos. Y tú también los quieres.

Les has comprado unos dulces, una careta

y un espantasuegras a tus críos...

y has ido perdiéndolo todo,

cayéndote aquí y allá.

Mira, amigo borracho.

Para amar hay que tener cabeza.

Para dar alegría hay que ser muy hombre.

Y para ser hombre hay que mandar en uno mismo.

A ti te pierden las “rondas”.

¡Esta la pago yo!  -dices rumboso-.

¿Cuántas van ya?

Que eso es cosa de hombres?

Mira, eso te lo ha metido en la cabeza la televisión.

Pero es una canallada.

¿No te das cuenta de que estás hecho un guiñapo?

 

¡Cuidado, cuidado, que lo van a pisar!

¡Que se ha caído!

Llévenlo a su casa.

El amor les dirá dónde vive.

Con cuidado. Es una persona. En él está Cristo.

Lo que hagan con él...

como si lo hicieran al Señor.

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          MIS VISITAS

 

Amaneció entre albahaca y gladiolos rojos.

Me levanté temprano. Hoy es mi santo.

Y esperaba muchas felicitaciones.

Ahora cae la tarde. Os oigo.

Salís de los toros.

 

He tenido muchas visitas: civiles, religiosas y militares,

como ahora se dice. En general pedigüeñas y de bien quedar.

Salvo honrosas excepciones.

Todos tenían prisa. Al parecer, les aguardaban compromisos

más serios.

Deben pensar: San Lorenzo se conforma con poquita cosa.

Además es lógico: dialogamos tan poco que no hay tiempo

para trabar amistad.

Si nos conocemos es por algún rasgo de la “tierruca”.

La ciudad crece y ya nos es fácil conocerse todos.

Y menos aún conocerme a mí, que sólo salgo a la calle un día al año.

¡Si no me vienen a ver...!

Estoy un poco triste.

Echo en falta la visita de los pobres. Y me da qué pensar.

¿Es que no hay pobres en la ciudad, en la provincia, en la región?

¿Qué ha sucedido?

¿Será que Lorenzo no les resuelve nada?

¿Será que se habla mucho de los pobres

y a los pobres no se les deja hablar?

Pero...¿dónde estarán?

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          ¡QUIERO QUE LO DESCUBRAS!

 

Eres el hombre del carrico. Envuelto en globos y colgaduras.

¿Te has dado cuenta?

Ellos no saben por qué, porque para ellos no cuenta el tiempo.

Todo es presente.

Y tú les brindas ese presente en esa serie de objetos

fuertemente coloreados y atractivos,

que ponen en sus manos temblorosas

lo que están acostumbrados a ver en las de los mayores:

el reloj de pulsera, la cámara fotográfica,

el clarinete, el sombrero, las gafas, los collares...

Y ellos abren unos ojazos capaces de retenerlo todo,

y siguen girando la cabeza después de haber pasado delante de ti.

Te he visto desde mi peana en tu puesto.

Vendes una mercancía por la que no cobras.

Y esa es la mejor de todas las que llevas en tu carro:

regalas ilusión y haces vivir en los niños

todo un mundo de alegres sueños.

Y yo me alegro, aunque tú no lo descubras.

Así me felicitas en mi santo.

¡Gracias, hombre del carrico!

¡Gracias, amigo del chiringuito!

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          CONCLUSIÓN

 

“En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará solo, pero si muere llevará mucho fruto. (Jn. 12, 24.)

 

          Sí. Aquel morir a fuego lento de Lorenzo, el Diácono, ha germinado en el sazonado fruto de SAN LORENZO.

          Lo que pudo quedar en anécdota fugaz de un joven lanzado, sincero y contestatario, resumido en tres líneas en la crónica de sucesos, o, a lo sumo, en una biografía escueta para uso de un par de generaciones, ha brotado en torrente impetuoso de vida, que inunda siglos de historia humana.

          La trayectoria de Lorenzo es mucho más que unas fechas para celebrar brillantes aniversarios.

          Es el testimonio siempre actual de algo que nunca envejece, que nunca pasa.

          Por eso, San Lorenzo es hoy, y mañana y siempre:

          Cada vez que nosotros nos acercamos a su vida con el afán de copiar su estilo.

         Cada vez que él se acerca a nosotros con el testimonio de su obrar, un obrar siempre fiel al Evangelio.

 

          Por eso hoy hemos querido hacer un esfuerzo de acercamiento y escuchar su palabra. Palabra que no es el eco sibilino de una voz en la lejanía de los tiempos, sino lenguaje caliente, vital, directo, de nuestros días.

          No es un truco literario, no.

          San Lorenzo, hoy y siempre, habla.

          Te habla a ti, cristiano. Porque su vida es confidencia.

Y es interrogación. Y exigencia. Y compromiso que cuestiona toda tu trayectoria de hombre o mujer del momento presente.

          San Lorenzo murió, pero vive.

          ¿Cómo iba a hablar si estuviera muerto?

          El grano sí que murió. Pero el grano que muere es el que da fruto.

          Y Lorenzo, el diácono oscense, ha germinado.

          Su cosecha es y se llama SAN LORENZO.

Luis G. T.

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Tomado de www.cruzblanca.org/sanlorenzo/


4.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor»

Hoy, la Iglesia —mediante la liturgia eucarística que celebra al mártir romano san Lorenzo— nos recuerda que «existe un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios» (Juan Pablo II).

La ley moral es santa e inviolable. Esta afirmación, ciertamente, contrasta con el ambiente relativista que impera en nuestros días, donde con facilidad uno adapta las exigencias éticas a su personal comodidad o a sus propias debilidades. No encontraremos a nadie que nos diga: —Yo soy inmoral; —Yo soy inconsciente; —Yo soy una persona sin verdad... Cualquiera que dijera eso se descalificaría a sí mismo inmediatamente.

Pero la pregunta definitiva sería: ¿de cuál moral, de cuál conciencia y de cuál verdad estamos hablando? Es evidente que la paz y la sana convivencia sociales no pueden basarse en una “moral a la carta”, donde cada uno tira por donde le parece, sin tener en cuenta las inclinaciones y las aspiraciones que el Creador ha dispuesto para nuestra naturaleza. Esta “moral”, lejos de conducirnos por «caminos seguros» hacia las «verdes praderas» que el Buen Pastor desea para nosotros (cf. Sal 23,1-3), nos abocaría irremediablemente a las arenas movedizas del “relativismo moral”, donde absolutamente todo se puede pactar y justificar.

Los mártires son testimonios inapelables de la santidad de la ley moral: hay exigencias de amor básicas que no admiten nunca excepciones ni adaptaciones. De hecho, «en la Nueva Alianza se encuentran numerosos testimonios de seguidores de Cristo que (...) aceptaron las persecuciones y la muerte antes que hacer el gesto idolátrico de quemar incienso ante la estatua del Emperador» (Juan Pablo II).

En el ambiente de la Roma del emperador Valeriano, el diácono «san Lorenzo amó a Cristo en la vida, imitó a Cristo en la muerte» (San Agustín). Y, una vez más, se ha cumplido que «el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna» (Jn 12,25). La memoria de san Lorenzo, afortunadamente para nosotros, quedará perpetuamente como señal de que el seguimiento de Cristo merece dar la vida, antes que admitir frívolas interpretaciones de su camino.


5.

2Cor. 9, 6-10. Cuando nosotros extendemos nuestras manos para socorrer a los más desprotegidos, en esos momentos estamos sembrando una buena simiente que producirá abundantes frutos de salvación. Al final escucharemos aquel llamado del Señor para ser "almacenados" en los graneros eternos: "Vengan, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estuve desnudo y me vistieron; enfermo y me asistieron; encarcelado y fueron a verme." Todo lo bueno que hagamos a favor de los demás que no sea para ostentación y alabanza nuestra, sino para la gloria de Dios, de tal forma que nuestra mano izquierda no sepa lo que haga la derecha; de lo contrario nuestra recompensa se habrá perdido en un aplauso humano. Procuremos el bien de todos; pero que nuestro servicio de caridad sea hecho siempre con alegría, sabiendo que, especialmente en el servicio a los pobres, necesitados y enfermos, estamos sirviendo y asistiendo al mismo Cristo.

Sal. 111. La abundancia de bienes en el antiguo Israel se consideraba como una bendición de Dios para los justos. Sin embargo esos dones de Dios no deberían hacer egoístas a quienes los habían recibido, sino que, en sus préstamos no se comportarían como usureros, y ante los pobres siempre estarían dispuestos a socorrerlos. Entonces podrían levantar la frente no de modo orgulloso, sino como la manifestación de la Gloria de Dios desde aquellos que lo aman y se compadecen de su prójimo. Recordemos que sólo somos administradores de los bienes de Dios. Al final, aun cuando hayamos sido dueños del mundo entero, nada nos llevaremos de todos esos bienes materiales, sino solo nuestras buenas obras. Por eso no trabajemos sólo por el pan que perece, sino por aquello que realmente vale ante Dios.

Jn. 12, 24-26. Cuando uno teme morir puede encontrar serios obstáculos en su forma de amar. La fecundidad viene del amor verdadero, que Dios ha infundido en nuestros corazones. El verdadero discípulo de Jesús debe seguirlo a Él hacia su glorificación en Dios, sabiendo que, sin miedo a los riesgos, sin miedo a las amenazas de quienes quieran silenciar al enviado de Dios, debe incluso afrontar la propia muerte como un signo de amor fecundo que haga brotar en uno mismo y en los demás la vida eterna; y esto no por nosotros mismos, sino por nuestra unión fiel y constante a Aquel que nos ha amado hasta dar su vida para que nosotros tengamos vida. Este amor, llevado hasta el extremo, es lo que hizo que el Hombre Jesús llegara a su perfección a través de su obediencia y de su muerte en cruz. Sólo aquel que va entregando su vida para la perfección de los demás va creciendo en el amor hasta llegar a la plenitud en el Señor, hasta poder llegar a ser reconocido por el Padre Dios como su hijo amado, en quien Él se complace. Vivamos, pues, en un amor verdadero, constante y cada vez más perfecto no sólo a Dios, sino también a nuestro prójimo, a quien hemos sido enviados tanto para anunciarle el Evangelio como para transmitirle la Vida y el Espíritu de Dios que Él nos ha comunicado a nosotros.

En la Eucaristía celebramos el Memorial de la Muerte y Resurrección de Jesucristo; así Él nos manifieste el amor que nos tiene, y que es llevado hasta el extremo. Ese amor no es un amor estéril sino fecundo, pues nos ha ganado a todos para su Dios y Padre, para nuestro Dios y Padre. La Redención, así, no es algo del pasado sino del hoy de cada día en la historia, pues ha quedado atemporizada de tal forma que es eficaz siempre, como algo presente para el hombre de todos los tiempos y lugares. Nosotros hacemos nuestra la Redención de Cristo de un modo especial en la Eucaristía. En este momento de gracia estamos siendo testigos de la Muerte y de la Resurrección de Cristo. Nuestra fe nos ha de llevar a apropiarnos toda su eficacia, de tal forma que en adelante seamos, en Cristo, unas criaturas nuevas que se esfuercen no sólo por dar a conocer a los demás el Nombre del Señor, sino que lleven a ellos la salvación para que todos podamos vivir como hijos del único Dios y Padre; y, fortalecidos por su Espíritu Santo, seamos dignos instrumentos puestos en las manos de Dios, capaces de entregar, día a día, nuestra vida para que todos tengan en sí la Vida que procede de Él.

La Diaconía (Servicio) en la Iglesia ha tenido siempre un punto relevante. Es un servicio en la asamblea litúrgica. Pero no todo queda ahí. También es un servicio en la caridad de todos los días. Dar la propia vida, no sólo administrar los bienes en favor de los demás, eso es lo que se espera de una Iglesia que, como san Lorenzo y muchos otros santos Diáconos, ha de entregar su vida para que el mundo entero tenga Vida, y Vida en abundancia. Un poco antes de la perícopa del Evangelio de este día se nos habla de unos griegos que quieren ver a Jesús; y el Señor da la respuesta: Todos lo contemplarán cuando sea levantado en alto; pero todos lo contemplarán cuando sus discípulos, como Él y por su unión a Él, entreguen el Evangelio de salvación a los demás no sólo con sus palabras, sino con su vida misma, convertida en frutos mediante los cuales los demás alimentarán su fe, su esperanza, su amor, su justicia, sus deseos y su trabajo por la paz, su capacidad de perdonar y de ser misericordiosos para con todos. Entonces la Iglesia no será estéril sino fecunda, pues no sólo estará alimentando e ilustrando la mente de los demás, sino que, por obra del Espíritu Santo, estará engendrando hijos de Dios en Cristo Jesús.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de no sólo hacer el bien a los demás, sino de procurar para todos la salvación, amándolos de tal forma que lleguemos, incluso si es necesario, a entregar con alegría nuestra vida por ellos. Amén.

Homiliacatolica.com


6.

Reflexión

Ciertamente Dios ha creado todo, como lo asegura el libro del Génesis: “Muy bien y muy bueno”. Sin embargo, el pecado ha hecho que a pesar de esta realidad, como dice san Pablo, no todo nos es conveniente. Y es aquí en dónde se prueba realmente quién es o no verdaderamente cristiano. La tentación se presenta indistintamente para todos, sin embargo el cristiano, ejercitado en la oración y en la renuncia a sí mismo, convencido que la vida en Cristo vale la pena cualquier renuncia, es capaz de renunciar a todo aquello que, aunque se presenta bajo la apariencia de bien, sabe que lo conducirá irremisiblemente a perder la amistad con Dios. Si no nos ejercitamos en la renuncia, si no somos capaces de negarnos ni siquiera las pequeñas cosas, los pequeños gusto, será muy difícil renunciar a las más grandes y peligrosas tentaciones, lo que hará que nuestra vida quede estéril y sin fruto. Empieza por poco… ¡Pero empieza hoy!

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


7. El grano de trigo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión

Jesucristo dice: “Si el grano de trigo no muere, no dará fruto”. El grano que quiera seguir como grano, que le tenga miedo a la humedad, que no esté dispuesto a desaparecer como grano, ¿cómo ha de dar fruto? Si el grano muere, nacerá una nueva planta. Si es de maíz, dará muchos elotes, que tendrán muchos granos cada uno. Pero es necesario dejar de ser grano para dar todo ese fruto.

Así, Jesucristo habría de morir para darnos un gran fruto: la salvación de nuestras almas, el perdón de los pecados, la apertura nuevamente del Cielo para nosotros, la vida eterna, la gracia santificante, recobrar nuevamente la amistad con Dios. Todo ello es parte del fruto que Jesucristo dará al morir como grano de trigo en la cruz.

Luego, inmediatamente, el mismo Jesús dice: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”.

Estas palabras son muy importantes para un cristiano, para un verdadero seguidor de Jesucristo, para todos aquellos que quieren imitarle en sus vidas. Él nos dice que las personas que son egoístas, que piensan en su comodidad, en su bienestar, en su placer, olvidándose de los demás no obtendrán la vida eterna. Si pasarán esta vida con placer, con comodidad, cumpliéndose todos sus caprichos, pero perderán los más importante, la vida eterna. Aquél que busca lo mejor para sí mismo, que no le importa dañar a los demás, u ofenderlos, o maltratarlos con tal de lograr sus placeres no vivirá con el Señor la vida eterna. Cambia el placer que se va pronto, que dura “nada”, por toda la vida eterna.

Por el contrario, quien no se interesa por los placeres, por las comodidades, por cumplir sus caprichos y egoísmos, quien piensa en los demás, se entrega por ellos y los ama, ese alcanzará lo más importante, lo que nunca ha de acabarse: la vida eterna.

Y Jesucristo que nos dice esas palabras, es el primero en darnos el ejemplo: pues Él ha de ofrecer su vida, ha de perderla, ha de morir, para darnos la vida eterna, para perdonarnos los pecados, para darnos la salvación. “El que se aborrece a sí mismo”. Nuestro Señor, un verdadero ejemplo de amor por nosotros. No le importó morir, ni sufrir tanto, ni ser despreciado, abofeteado, escupido, azotado, ridiculizado, golpeado, coronado de espinas, despreciado, crucificado y ajusticiado en la cruz, con tal de buscar nuestro bien. ¡Eso es amor! ¡Eso es amar al prójimo! ¡¡Eso es vivir la ley de Dios: amar a Dios y al prójimo! Por eso nuestro Señor será capaz de decirnos: “Ámense como yo los he amado” ¡Hasta dar la vida por los demás!

Recordemos lo que decían de los primeros cristianos hace ya dos mil años: ¡Miren cómo se aman!”. Los pueblos paganos quedaban maravillados por el amor con que se trataban entre sí los cristianos y el amor con que trataban a todos los demás. El verdadero cristiano ha de ser como Jesucristo: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. ¿Acaso Jesucristo no hizo eso en la cruz por todos y cada uno de nosotros? Imitémosle.

El auténtico cristiano, el verdadero católico es quien ama al prójimo y no se preocupa de sí mismo. Tengamos cuidado de los placeres, de las comodidades, de los caprichos, de los deseos, pues lo único que hacen es convertirnos en el centro de nuestro amor: nos buscaremos a nosotros mismos.

Quien verdaderamente ama a su prójimo pensará en ellos continuamente: el esposo, en su esposa; la esposa, en el esposo; los padres, en los hijos; el ciudadano, en sus conciudadanos; el maestro, en sus alumnos;

El mundo pagano se distingue por el egoísmo. El mundo cristiano se ha de distinguir por el amor. ¿Cuál mundo estamos construyendo? ¿Soy pagano o soy cristiano? El mundo pagano termina con la muerte. El mundo cristiano empieza con la vida eterna.

Jesucristo muere en la cruz para perdonarnos los pecados, para darnos nuevamente la amistad con Dios, nos vuelve a abrir las puertas del Cielo, nos hace partícipes de la vida eterna, nos da su gracia. El Señor nos enseña: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”, y “”Si el grano de trigo no muere, no dará fruto”. El distintivo de todo verdadero cristiano es el amor.


8. DOMINICOS 2004

San Lorenzo Mártir

El diácono san Lorenzo fue martirizado en Roma en los días del emperador Valeriano (año 258), junto al Papa Sixto II.

Su figura nos es muy familiar en templos, esculturas, pinturas, que nos lo muestran con estos símbolos: vestiduras diaconales, una parrilla colgando de la mano izquierda, y la palma del martirio en la derecha. ¡Figura encantadora!

Como diácono de la comunidad cristiana en Roma, estuvo encargado de los tesoros de la iglesia y de los pobres, de la caridad y del servicio.

Se dice que cuando lo detuvieron y le pidieron que entregara sus bienes, y él se prestó a hacerlo con prontitud: los lisiados, los enfermos, los marginados. Eso le costó la vida, asado de uno y otro lado, en la parrilla, sobre las llamas.

Este santo da título al monasterio y ciudad de San Lorenzo de El Escorial, España.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Segunda carta de san Pablo a los corintios 9, 6-10:
“Hermanos: el que siembra con tacañería, pobremente cosecha; el que siembra con generosidad, generosamente cosecha. Cada uno dé de lo suyo como haya decidido su conciencia; y delo con alegría, no a disgusto y por compromiso, porque a quien da de buena gana es a quien ama Dios.

Dios tiene poder para colmaros de toda clase de favores, de tal modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para hacer obras de caridad. Como dice la Escritura: ‘Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta’.

El que proporciona ‘semilla para sembrar y pan para comer’, os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra caridad”.

Evangelio según san Juan 12, 24-26:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto.

El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. A quien me sirva, el Padre le premiará”.


Reflexión para este día
Grande, rico, generoso es el Señor.
Nuestro Dios es tan rico que puede hacernos ricos a todos, sin notar disminución alguna en su tesoro. Su riqueza no tiene fin ni medida, pues no equivale semillas, cosechas y abundancia de bienes materiales sino a tesoros de amor, caridad, solicitud, amabilidad, verdad, misericordia, poder creador.

Un mártir, como san Lorenzo, es también rico hombre o rico señor sin medida, pues su tesoro es la amistad de los pobres y la gloria de la verdad sellada con sangre y amor. ¡Paradojas de la vida y del Reino de Dios!

Cuando el grano se pudre, entonces germina y da fruto. El alma santa, que vive en Dios y se entrega a los hombres, da cosecha de santidad: paz, amor, comprensión, fraternidad... Y esta sublime realidad no tiene medida, desbordar cualquier cálculo o interés material.


9.