2 de agosto
FIESTA DE SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES DE LA PORCIÚNCULA
SANTORAL
Santa María de los Angeles, hermosa basílica construida sobre LA PORCIUNCULA,
situada a 5 kilómetros de Asís. Allí comenzó la primera comunidad franciscana y
allí murió San Francisco. Allí se consevan su cordón, su imagen con las palomas,
las rosas sin espinas milagrosas sobre las que se tiró rechazando una tentación
y la capilla de las lágrimas. Destruída la Basílica por un terromoto, ha sido
reconstruida. Invitado el Papa a su reapertura, Juan Pablo II dirigió el
siguiente mensaje al Ministro General de la Orden Franciscana. “Aquí pidió San
Francisco de Asís a Cristo, por la intercesión de la Reina de los Ángeles, la
«indulgencia de la Porciúncula», confirmada por mi venerado predecesor el Papa
Honorio III el 2 de agosto de 1216. Allí comezó la actividad misionera que llevó
a Francisco y a sus frailes a algunos países musulmanes y a varias naciones de
Europa. Allí, por último, el Santo acogió cantando a «nuestra hermana la muerte
corporal» en el Cántico de las criaturas. De la experiencia del Poverello de
Asís, la iglesita de la Porciúncula conserva y difunde un mensaje y una gracia
peculiares, que perduran todavía hoy y constituyen un fuerte llamamiento
espiritual para cuantos se sienten atraídos por su ejemplo. A este propósito, es
significativo el testimonio de Simone Weil, hija de Israel fascinada por Cristo:
«Mientras estaba sola en la capillita románica de Santa María de los Angeles,
incomparable milagro de pureza, donde san Francisco rezó tan a menudo, algo más
fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a arrodillarme»
(Autobiografía espiritual).
La
Porciúncula es uno de los lugares más venerados del franciscanismo, no sólo muy
entrañable para la Orden de los Frailes Menores, sino también para todos los
cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas,
reciben luz y estímulo para una renovación de vida, con vistas a una fe más
enraizada y a un amor más auténtico. Por tanto, me complace subrayar el mensaje
específico que proviene de la Porciúncula y de la indulgencia vinculada a ella”.
El Señor le dijo al Poverello: "Francisco, ¿quién puede hacerte mayor bien, el
amo o el siervo?" Francisco preguntó al amo cómo podría servirle, y Jesús le
miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde entonces, cuando
Francisco piensa en lo delicado, bueno, y amoroso que es Jesús, rompe en llanto
y exclamaba: "¡El amor no es amado!". Francisco tomó las palabras del Señor
literalmente y con gozo reparó la iglesia de San Damián. Después bajó al bosque
en el valle de Asís y reparó la vieja capilla de Nuestra Señora de los Angeles,
llamada Porciúncula y tomó la Porciúncula como lugar de vivienda. Los campesinos
escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros
hermanos se unieron a él, en la vida nueva de pobreza, trabajo manual, cuidando
a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. A los benedictinos
propietarios de aquel lugar, Francisco les pagaba como renta anual una canasta
de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden
religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó
al suelo y, con una perfecta contrición, rogó a su Salvador que le perdonara los
pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quién eres
tú, mi querido Señor y Dios, y quién soy yo vuestro miserable gusano de siervo?
Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi
cuerpo y yo quisiera, si tan sólo supiera cómo, hacer más por amor a ti!.
Repetía: "Señor ten misericordia de mi que soy un pobre pecador."
La Condesa de Pardo Bazán, aquél fenómeno de personalidad, creatividad, gracia,
hondura y libertad, sólo superada por dos reporteros contemporáneos, la primera
gran periodista española, en calificación de Jiménez Losantos, nos cuenta lo
acontecido en la Porciúncula en su vida de San Francisco: “Una noche, en el
monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la
salvación de las almas. Un ángel le ordenó bajar del monte a su Santa María de
los Angeles. Allí vio a Jesucristo, a su Madre y a multitud de espíritus. Oyó la
voz de Jesús: - Pues tantos son tus afanes por la salvación de las almas, pide,
Francisco, pide. Francisco pidió una indulgencia plenaria, que se ganase con
sólo entrar confesado y contrito en aquella capilla de los Ángeles.- Mucho
pides, Francisco, pero accedo contento. Acude a mi Vicario, que confirme mi
gracia. Al alba, tomó el camino de Perusa, acompañado de Maseo de Marignano.
Estaba en Perusa el Papa Honorio III. - Padre Santo -dijo Francisco, en honor de
María he reparado una iglesia; hoy vengo a solicitar para ella indulgencia. Dime
cuántos años e indulgencias pides.- Padre Santo -replicó Francisco-, lo que pido
no son años, sino almas. No puede conceder esto la Iglesia -objetó el Papa.-
Señor -replicó Francisco-, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega. En
esta frase hubo tal calor, que ablandó el ánimo de Honorio, moviéndole a decir:
- Me place, me place, me place otorgar lo que deseas. Y llamó a Francisco:
-Otorgo, pues, que cuantos entren confesados en Santa María de los Ángeles sean
absueltos de culpa y pena; esto todos los años perpetuamente, mas sólo en el
espacio de un día natural. Bajó Francisco la cabeza en señal de aprobación, y
sin despegar los labios salió de la cámara. - ¿Adónde vas, hombre sencillo?
-gritó el Papa-. Me basta -respondió Francisco- lo que oí; si la obra es divina,
Dios se manifestará en ella. Sirva de escritura la Virgen, Cristo el notario y
testigos los ángeles. Y se volvió de Perusa a Asís. Llegando a Collestrada, se
desvió de sus compañeros para desahogar su corazón en ríos de lágrimas; al
volver de aquel estado de plenitud y de gozo, llamó a Maseo a voces: ¡Maseo,
hermano! De parte de Dios te digo que la indulgencia que obtuve del Pontífice
está confirmada en los cielos.
El tiempo corría sin que Honorio autorizara la indulgencia; el retraso
atribulaba a Francisco. En una fría noche de enero se encontraba abismado.
Impensadamente pensó que obraba mal, que faltaba a su deber trasnochando y
extenuándose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial
para el sostenimiento de su Orden. Pensó que tanta penitencia pararía en
enflaquecer y perder su razón, y le entró congoja. Para desechar esta tentación,
nacida del cansancio de su cuerpo, se levantó, y se arrojó sobre una zarza,
revolcándose en ella. Manaba sangre de su piel, y se cubría el zarzal de rosas,
como las de mayo. Francisco se encontró rodeado de ángeles que cantaban a coro:-
Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su Madre. Francisco se levantó
transportado y caminó luminoso. Sobre su cuerpo veía Francisco un vestido
transparente como el cristal. Cogió de la zarza florida doce rosas blancas y
doce rojas, y entró en la capilla. Allí estaban Cristo y su Madre, con
innumerables ángeles. Francisco cayó de rodillas. María se inclinó hacia su
hijo, y éste habló así: - Por mi Madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día
aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, vio milagrosamente caer
sus cadenas (1 de agosto). Ve a Roma; notifica mi mandamiento a mi Vicario;
llévale rosas de las que han brotado en la zarza; yo moveré su corazón.
Francisco se levantó, fue a Roma con Bernardo de Quintaval, Ángel de Rieti,
Pedro Catáneo y fray León, la ovejuela de Dios.
Se presentó al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas
de las del prodigio. Intimó a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia
había de ser en la fiesta de San Pedro ad Víncula. Le ofreció las rosas, frescas
y fragantes. Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en
enero la primavera, fue confirmada la indulgencia.
Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para
que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la
indulgencia solemnemente. «En el día convenido apareció Francisco en un palco
con los siete obispos a su lado, y pronunció una plática ferviente sobre la
indulgencia. Los obispos se indignaron, y cuando el obispo de Asís se levantó
resuelto a proclamar la indulgencia por diez años solos, en vez de esto repitió
las palabras de Francisco; unos después de otros, reprodujeron los obispos el
primer anuncio.
Durante muchos años, fue sólo conocida oralmente la indulgencia de la
Porciúncula. Medio siglo después del tránsito de Francisco hallamos el primer
documento de Benito de Arezzo, que dice así: «En el nombre de Dios, Amén. Yo
fray Benito de Arezzo, que estuve con el beato Francisco mientras aún vivía, y
que por auxilio de la gracia fui recibido en su Orden por el mismo Padre
Santísimo; yo que fui compañero de sus compañeros, y con ellos estuve
frecuentemente, ya mientras vivía el santo Padre nuestro, ya después que se
partió de este mundo, y con los mismos conferencié frecuentemente de los
secretos de la Orden, declaro haber oído repetidas veces a uno de los compañeros
del beato Francisco, llamado fray Maseo de Marignano, que estuvo con el hermano
Francisco en Perusa, en presencia del papa Honorio, cuando el santo pidió la
indulgencia de todos los pecados para los que, contritos y confesados, viniesen
al lugar de Santa María de los Angeles (llamada Porciúncula) el primer día de
agosto, desde las vísperas de dicho día hasta las vísperas del día siguiente. La
cual indulgencia, habiendo sido pedida por el beato Francisco, fue otorgada por
el Sumo Pontífice, aunque él mismo dijo no ser costumbre en la Sede Apostólica
conceder tales indulgencias». Del entusiasmo que en el pueblo despertaban las
indulgencias podemos juzgar por las crónicas que refieren el acontecimiento que,
estremeciendo hasta las últimas fibras de la conciencia de Dante, dio por
resultado la Divina Comedia. La multitud que acudía a Asís a lucrar la
indulgencia era enorme. El jubileo determinaba una suspensión de discordias y
luchas: la tregua de Dios.
Sitiado Asís por las tropas de Perusa, el día 2 de Agosto se interrumpió el
ataque, para que los peregrinos pudieran entrar en la villa para obtener la
indulgencia. Gregorio XV, hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas
las iglesias franciscanas del mundo. Según fray Pánfilo de Magliano, la
indulgencia fue concedida el año 1216, y en 1217 la proclamación solemne de la
Porciúncula por siete obispos. La víspera del solemne día llamaba a los fieles
la Campana de la Predicación; se cubría el campo de toldos y enramadas y
acampaban al raso los peregrinos. Al lucir el nuevo sol se verificaba la
ceremonia de la absolución, descrita por el Dante, en el canto IX del
Purgatorio.”
Aunque Francisco sólo tenía 34 años, ya era conocido y amado por miles de
personas. Doce años más tarde, 22 meses después de su muerte, la Iglesia lo
proclamó santo. Comparemos, para deducir el desfase de los tiempos, las
vicisitudes que ha tenido que soportar otro estigmatizado de nuestros días, ya
San Pío de Pietrelcina. Doce años antes Francisco era un joven inquieto,
frívolo, ambicioso y mujeriego y así lo confesaba y lloraba a Jesús, que le
dice: "Francisco, tus pecados han sido borrados."
Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. La
Virgen se le apareció al fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida,envuelta en
un rayo de luz, con el Niño Jesús en sus brazos, bendiciendo a todos los
peregrinos en la puerta de la Porciúncula.
Jesús Martí Ballester