SANTA MARTA      07-29

VER AÑO CRISTIANO

1. CLARETIANOS 2002

Comenzamos la última semana del mes de julio con la memoria de Santa Marta. Es una mujer-tipo de la vida activa como María, su hermana, es un símbolo de la vida contemplativa. Estas distinciones no son muy afortunadas, sobre todo cuando se hacen para acentuar la superioridad de la vida contemplativa. En el relato de Lucas se da, ciertamente, una contraposición entre las dos hermanas, pero desde otro punto de vista. Jesús alaba a María y considera que ha escogido la mejor parte porque "escuchaba su palabra". Lo esencial está aquí: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". A Marta no le reprocha que se dedique a servir (entre otras cosas porque el servicio es la señal de que alguien ha escuchado de verdad la palabra) sino que ande "inquieta y nerviosa" con muchas cosas, que olvide dónde está el centro. La contraposición se establece, pues, entre una vida centrada y una vida descentrada, no entre una vida contemplativa y una vida activa.

La inquietud y el nerviosismo son dos características típicas de nuestras sociedades, aunque no debemos generalizarlas. Recuerdo a este respecto la advertencia que Henri Nouwen hace a los predicadores sobre la necesidad de no generalizar sentimientos personales. Para ilustrarla cuenta la anécdota del cura joven que en la misa de ocho de la mañana en la que participan unas cuantas mujeres mayores de vida sosegada, comienza su homilía diciendo: "Hoy, que todos llevamos una vida agitada, con nuestras agendas repletas de compromisos, sin tiempo para nada". Es claro que estaba dibujando su autorretrato y no el de las ancianas, porque si algo les sobraba a sus simpáticas oyentes era precisamente tiempo. Pues bien, aunque no debemos generalizar, parece claro que muchos hombres y mujeres vivimos hoy un estilo de vida nervioso, que vamos deprisa a todas partes sin saber exactamente por qué y para qué, casi como huyendo. ¿No será éste un síntoma de descentramiento? El relato de Lucas no lo dice expresamente, pero es probable que, después de las palabras de Jesús, Marta viera las cosas de otra manera.

No quisiera hoy pasar por alto un acontecimiento relevante. El fin de semana ha estado marcado por la Jornada Mundial de la Juventud. Miles de jóvenes de todo el mundo se han dado cita en Toronto (Canadá) para seguir una peregrinación de fe a lo largo de la tierra. Muchos de ellos no son "practicantes" habituales ni "militan" en grupos cristianos y, sin embargo, se sienten a gusto en su condición de peregrinos, como si la forma de vivir la fe en este mundo nuestro estuviera marcada esencialmente por el talante de peregrinación. ¿No es este el talante propio de quienes tienen que atravesar un desierto? En épocas de cambio no es fácil pedir a la gente que practique con asiduidad o que se comprometa establemente, pero quizá sí podemos animarla a buscar, a ponerse en camino, con la confianza de que "quien busca encuentra". ¿Estaremos llamados a oxigenar un poco nuestra vida cristiana poniéndonos en camino?

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


2. 2002  -  Jn 11, 19-27

COMENTARIO 1

vv. 19-20 y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a Ma­ría para darles el pésame por el hermano. A1 enterarse Marta de que llegaba Jesús, le salió al encuentro (María estaba sentada en la casa).

El nombre de Betania, como se ha visto, designa figuradamente la comunidad de Jesús (11,1) y el lugar se ha situado hasta ahora más allá del Jordán, fuera de los límites de Israel (1,28; 10,40). Esta otra Betania, sin embargo, está muy cerca de Jerusalén; existe, pues, una comunidad de discípulos, personificada en los tres hermanos, que vive aún dentro de la frontera de Israel. La doble localización de Betania simboliza así dos estados en las comunidades cristianas: el de aquellos que han creído saliendo de la antigua institución, y el de otros que, habiendo dado la adhesión a Jesús y siendo, por tanto, discípulos, aún no han roto con su pasado y modo de pensar judíos. De ahí nacen las falsas concep­ciones sobre la muerte y la resurrección y sobre la obra del Mesías.

Los judíos que han acudido a Betania pertenecen a la institución ene­miga de Jesús; sin embargo, dan muestras de amistad a esta comunidad de discípulos; no han visto en ellos una ruptura semejante a la de su Maestro.

Jesús está llegando, Marta tiene que salir a su encuentro. María, que no se entera de que Jesús llega, sigue en la casa donde se expresa la solidaridad con la muerte. Allí no entra Jesús. María está sentada: la muerte de su hermano, que para ella ha significado el término de su vida, la reduce a la inactividad. La idea de la muerte como final paraliza a la comunidad y la hace permanecer en el ambiente del dolor, mezclada con los que no tienen fe en Jesús.



vv. 21-24 Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano; pero, incluso ahora, sé que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo dará». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección del último día».

La frase de Marta muestra su pena e insinúa un reproche; podía haberse evitado el dolor de la muerte. Piensa que Jesús debería haber venido a Betania para impedir la muerte de su hermano; cree que esta muerte ha interrumpido la vida de Lázaro. Esperaba una curación, sin darse cuenta de que la vida que Jesús les ha comunicado ha curado ya el mal radical del hombre: su esclavitud a la muerte.

Marta sabe dos cosas, ambas por debajo del nivel de fe propio del dis­cípulo. En primer lugar, ve en Jesús un mediador infalible ante Dios (sé que todo lo que le pidas a Dios, etc.). No comprende que Jesús y el Padre son uno (10,30) y que las obras de Jesús son las del Pa­dre (10,32.37). Espera una intervención milagrosa de Jesús, como la del profeta Eliseo, que había resucitado a un muerto (2Re 4,18-37).

Jesús responde a Marta restituyéndole la esperanza: la muerte de su hermano no es definitiva. Contra lo que ella habría deseado, no le dice "yo resucitaré a tu hermano", sino simplemente tu hermano resucitará. No atribuye la resurrección a una nueva acción suya personal, pues la resurrección no es más que la persistencia de la vida definitiva comunicada con el Es­píritu.

Marta interpreta las palabras de Jesús según la creencia farisea y popular. Éste es, sin duda, el consuelo que le han ofrecido los que han ido a visitarla. Es la segunda cosa que sabe Marta (ya sé), pero tampoco en ella llega a la calidad de fe propia de un discípulo. Sus palabras delatan una decepción; ha oído lo mismo muchas veces. Esperaba que Jesús pidiera a Dios que resucitara a su hermano, pero ve que no va a hacerlo y cree que la consuela con la frase que dicen todos. Para ella, como para los judíos, el último día está lejos. No comprende la novedad de Jesús.



vv. 25-27 Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta adhesión, aunque muera vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor, yo creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Jesús no viene a prolongar la vida física que el hombre posee, suprimiendo o retrasando indefinidamente la muerte; no es un médico ni un taumaturgo; viene a comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone (5,26). Esa vida es su mismo Espíritu, la presencia suya y del Padre en el que lo acepta y se atiene a su mensaje; y esa vida despoja a la muerte de su carácter de extinción.

En la frase de Jesús (yo soy la resurrección y la vida) el primer término depende del segundo: él es la resurrección por ser la vida (14,6). La vida que él comunica, al encontrarse con la muerte, la supera; a esto se llama resurrección. El evangelista usa un lenguaje de su época, dándole un sentido distinto.

Marta se había imaginado una resurrección lejana. Jesús, en cambio, se identifica él mismo con la resurrección, que ya no está relegada a un futuro, por­que él, que es la vida, está presente.

Para que la realidad de vida invencible que es Jesús llegue al hombre, se requiere la adhesión a él, que incluye la aceptación de su vida y muerte como norma de la propia vida (6,53s). A esta adhesión responde él con el don del Espíritu, nuevo nacimiento a una vida nueva y perenne (3,3s; cf. 5,24), que la muerte no interrumpe; esa vida continúa por sí misma.

Inmediatamente después ex­pone Jesús el principio (todo el que) que funda la afirmación anterior: para el que le da su adhesión, la muerte física no tiene realidad de muerte. Esta segunda formulación precisa y, de algún modo, corrige la primera: la muerte, de hecho, no existe. Ésta es la fe que Jesús espera de Marta (¿Crees esto?). No bastan para ser discípulo las antiguas creencias judías.

Marta responde con la perfecta profesión de fe cristiana (20,31); para ella, Jesús no es ya el Profeta (6,14), sino el Mesías, el Ungido, el Consagrado por Dios con el Espíritu, el Hijo de Dios, la presencia del Padre entre los hombres.


COMENTARIO 2

La memoria litúrgica de Santa Marta, la hermana de Lázaro y María, data del siglo XIII, cuando los franciscanos, custodios de los santos lugares de tierra santa, la introdujeron en el calendario de la iglesia, tal vez impresionados por las ruinas de la basílica cristiana que se levantaba sobre el supuesto lugar de residencia de esta familia de hermanos amigos de Jesús.

La primera lectura, un pasaje conocido de la 1ª carta de Juan, nos habla del motivo que hace admirable a santa Marta, y en general a todos los santos y santas: el amor. Como dice la lectura, no porque ellos hayan amado a Dios, sino porque Dios los amó primero y los redimió por la sangre de su Hijo. “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. En el caso de santa Marta hay que tomar la frase al pie de la letra. Los evangelios apuntan a que se trataba de amigos de Jesús, que lo hospedaban en su casa, con quienes el Maestro se entretenía en amables conversaciones (Lc 10, 38-42; Jn 11, 1-44), en fin, que lo conocían y lo amaban, porque amor y conocimiento entrañable, simpatía de unos por otros, comprensión y benevolencia, todo va de la mano. Esta santa amistad, que tal vez comenzó con un gesto de hospitalidad de Lázaro y sus hermanas a favor del Maestro y de sus discípulos, le mereció a santa Marta y a su familia la dicha y la gloria de contemplar el rostro humano de Dios, la imagen de su gloria (cf Col 1, 15). Es cierto: a Dios nadie lo ha visto nunca, sólo el amor nos lo hace cercano, nos introduce en su vida y, al parecer, amor había en la casa de Betania, sentimientos de hospitalidad, capacidad de servicio. En el amor y en la entrega generosa del servicio mutuo, se hacía presente Dios en medio de esta familia singular. No es inverosímil pensar que Lázaro y sus hermanas Marta y María, hayan sido miembros de una primitiva comunidad cristiana de Betania que se reuniría en su casa. Y que hayan dado testimonio de su amistad con Jesús, del amor entrañable con el que los distinguió el Señor. Tradiciones legendarias hablan de desplazamientos forzosos e, incluso, de martirio.

El evangelio, tomado del capítulo 11 de san Juan, dedicado a la resurrección de Lázaro, nos presenta el momento en que Marta encuentra a Jesús que, con sus discípulos, se acerca a la aldea en donde hace poco había muerto su amigo. El gesto de Marta parece concordar con su temperamento impulsivo, dado a la actividad, mientras que el de María su hermana, más tranquilo y contemplativo la retiene en el lugar del duelo, rodeada de judíos amigos que les dan el pésame. El diálogo entre Jesús y Marta esta centrado en la idea de la resurrección de los muertos. No era una idea corriente en el mundo anterior al cristianismo. Muchos judíos la consideraban contraria a las más antiguas y veneradas tradiciones, entre ellos los saduceos, aristócratas ricos, satisfechos de los bienes de fortuna y de su posición destacada dentro de la sociedad judía. En cambio los fariseos, y en general los más piadosos del pueblo, consideraban que Dios la había prometido a los justos, antes del juicio final, para poder darles el premio merecido por sus obras, pues no había recibido durante su vida terrena sino sufrimientos y humillaciones. Entre los paganos la idea de resurrección escatológica de los muertos era impensable dada su manera de concebir al ser humano no era más que una chispa divina, el alma, prisionera en una cárcel destinada a la corrupción: el cuerpo. Esto en el mejor de los casos, porque para muchos paganos la muerte era el inicio de un sueño eterno, en una región oscura donde ni se sufría ni se gozaba, sino que se era como una sobra inanimada.

Marta se le queja a Jesús de no haberse hecho presente más a tiempo: habría evitado la muerte de su hermano. Expresa también una esperanza: ella sabe que lo que Jesús pida al Padre le será concedido. Jesús la consuela afirmando simplemente que Lázaro resucitará. Marta replica que eso lo sabe ella, que resucitará al final de los tiempos. Y esta especie de terquedad que expresa Marta, que no se resigna a la desaparición de su hermano, le arranca a Jesús las palabras sublimes que hoy son nuestra firme esperanza y nuestro consuelo: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que esta vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Ante tamaña revelación Marta se plega: Prorrumpe en una confesión de fe que aún hoy, veinte siglos después, expresa perfectamente la fe de la Iglesia: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


3. DOMINICOS 2003

Marta mujer solícita
En la liturgia de hoy leeremos dos párrafos del Evangelio en los cuales Marta es una mujer de especial protagonismo, dándonos lecciones de “servicio” y de “confianza en Jesús”, piezas importantes en la sencillez de nuestra vida diaria.

Para ello, reduciremos el texto del Éxodo, aunque sea muy hermoso. Del Éxodo venimos reflexionando uno y otro día; en cambio, de la confianza de Marta en Jesús hablamos pocas veces.

En cuanto a la interpretación de la solicitud con que actúa Marta, y de sus expresiones de total confianza en el afecto y poder de Jesús, según los relatos evangélicos, los comentaristas hacen varias lecturas de los textos: Unos ven en Marta la prontitud psicológica, social y espiritual que la lleva a obrar en ‘espíritu de servicio a los demás’, hasta el extremo de vivir en tensión por ello. Y ésos hablan de que lo virtuoso sería obrar con moderada solicitud, sin ‘activismo’. Otros ven en Marta la ‘santificación por el trabajo’, pues las manos ocupadas con espíritu de caridad son camino de perfección en el propio ambiente. Y algunos tratan de descubrir en Marta ‘la redundancia de un gran amor’ que, desde la contemplación y amor puro, se derrama en servicio al amigo, al necesitado, al peregrino...

Cada cual puede hacer su lectura, salvando siempre el contexto de intimidad y confianza de Jesús con la familia de Betania.

ORACIÓN:

Señor Jesús, tú aceptaste la hospitalidad de Marta y sus hermanos; tú encontraste en su hogar y en sus corazones descanso y amistad; tú experimentaste cuán distintos somos los mortales en la comprensión y acogida de nuestros semejantes. Concédenos fina sensibilidad para estar abiertos a los otros y descubrir en ellos tu propio rostro. Amén.



Palabras de amigos
Libro del Éxodo 33,7-11; 34, 5-9.28:
“Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento... Cuando él salía de su tienda en dirección a la tienda de Dios, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas... El señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo...”

Descripción de la vida, oración, trato en amistad con Dios, en forma muy humana. Apenas se puede decir cosa más grande que esta de la mente y corazón de Moisés: hablaba cara a cara con Dios, es decir, sin tapujos ni mediaciones, al descubierto.

Evangelio según san Lucas 10, 38-42:
“En aquel tiempo entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto al servicio; hasta que se paró y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Y el señor le contestó: ¡Marta, Marta!, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María escogió la mejor parte, y no se la quitarán”.

Escena de gran intimidad y ternura, de cercanía y confianza. En ella se pone de manifiesto cómo en la vida humana convivencial, y en la vida espiritual-mística, en el trato de tú a tú con los otros y con Dios, se aplaude todo lo bueno, y todo se eleva en grados a medida del amor sincero.

Evangelio según san Juan 11, 19-27:
“Muerto Lázaro, muchos judíos acudieron a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano... Cuando Marta se enteró de que llegaba también Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa.

Dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

Jesús le dijo: tu hermano resucitará. Marta respondió: sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá... ¿Crees esto? Sí, señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”.

Esta segunda escena es de gran profundidad psicológica y de fe. En ella aflora, primero, la amistad; segundo, la confianza en el amigo o amado y en su poder; tercero, la confesión de fe en el Mesías, Salvador, y en la vida eterna.



Momento de reflexión
¿Quién eligió la mejor parte y amó más?
Haciendo lectura del primer texto evangélico, en clima de gran intimidad, reparemos en el contraste que Jesús y nosotros mismos observamos entre las actitudes de Marta y María. Son dos hermanas en familia; una mayor en edad y otra menor; una más hacendosa en la casa y otra más propensa al coloquio con el huésped y amigo.

¿Cuál es más responsable? En la historia de la espiritualidad se acomodan este texto y los gestos concomitantes a la descripción simbólica de la llamada “vida activa” (Marta) y de la “vida contemplativa” (María).

¿Es ése su verdadero sentido original? Parece que no. Esa aplicación o relectura mística del texto no es más que acomodación artificial. Lo que parece decir el Señor a Marta, a María y a nosotros es que lo más importante en la vida del espíritu es escuchar, acoger y secundar la Palabra de Dios, pero sabiendo que no puede descuidarse lo demás, simbolizado en la atención, solicitud, delicadeza, servicio de María. Vale la verdad integral.

Jesús y Marta.
La amistad y confianza que en el segundo relato evangélico quedan de manifiesto suponen en Jesús y en Marta frecuencia de trato, puertas y corazones abiertos, admiración sincera y asimilación de la doctrina y mensajes de salvación.

Pero conviene subrayar, en ese clima espiritual de conformidad con la voluntad de Dios, la intensidad del “lamento” de Marta por la “ausencia del Amigo” en el trance final de la vida de Lázaro. En el corazón de esa mujer luchan dos fuerzas: extrañeza de la ‘ausencia’ y ‘seguridad’ de que, a pesar de ello, Dios siempre escucha lo que Jesús le pide: pídele, pues, Señor, al Padre que Lázaro siga viviendo.

Marta es como uno cualquiera de nosotros cuando hablamos a Dios, nuestro Padre, en nuestras continuas “oraciones de petición”. Solo que ella ama más, confía más, espera más.


4. CLARETIANOS 2003

Santa Marta es un personaje neotestamentario que me cae bien por tres razones:

- Porque es amiga de Jesús y, por tanto, contribuyó a que Jesús fuera lo que fue. Toda amistad es un milagro de reciprocidad.

- Porque es una mujer acogedora, que sabe hacer un espacio en su casa y cuidar los detalles.

- Porque es una mujer sincera que no disimula que es un poco “unilateral” y quizá no preparada para el “tú a tú”. Prefiere las maniobras de aproximación a través del servicio.

Santa Marta me cae bien, en definitiva, porque me parece que simboliza mejor que su hermana María nuestra alma contemporánea. Sólo reconociéndonos en su piel podemos calibrar y hacer nuestras las palabras que Jesús le dirige y que se han convertido en un eslogan universal: Solo una cosa es necesaria.

¡Si pudiéramos descubrir, en la barahúnda de nuestras preocupaciones, la verdad de las palabras de Jesús! ¡Hasta los psiquiatras perderían clientes!

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


5. Martes 29 de julio de 2003

1 Jn 4, 7-16: Todo el que ama ha nacido de Dios
Salmo responsorial: 33, 2-11
Jn 11,19-27: Tu hermano resucitará

Si hubieras estado aquí.

La amistad de Marta con Jesús es una amistad fuerte. Tan pronto siente ella que Jesús ha llegado sale a su encuentro y le reclama el no haber venido cuando Lázaro estaba enfermo, Marta estaba segura de que Jesús lo hubiera curado.
En nuestra vida acudimos a las suposiciones para ir encontrando justificación a lo que hicimos o dejamos de hacer. La muerte de Lázaro era una realidad inevitable y Jesús lo sabía, por eso no se hizo presente antes. A veces para solucionar un problema es necesario que llegue a su clímax, porque parece que es allí cuando nos hacemos más conscientes de la realidad y sentimos la necesidad de enfrentarla y de buscar salidas.

En la vida hay realidades que nos cuesta mucho aceptar y decimos: “si hubieras estado aquí...”, “si se hubiera hecho esto...”, “si no hubiera ido...”, “si no hubiera dicho...”. Encontramos la solución a los problemas cuando ya no hay nada que hacer. Pero la pregunta es: ¿por qué en ese momento no se nos ocurrió?. Lo que tiene que suceder, sucede.

Un cristiano debe formarse para sobrellevar los acontecimientos de la vida, principalmente los que más nos afectan y nos duelen. Marta es consciente también de aunque su hermano esté muerto, Dios le concederá a Jesús lo que él le pida. Sin embargo cuando Jesús le dice que su hermano resucitará ella le responde que en el último día. Jesús le dice que quien cree en El aunque muera , vivirá y que todo el que vive y cree en El no morirá jamás. La muerte de Lázaro es un símbolo de nuestra vida espiritual. Es necesario que la palabra de Jesús nos saque de la tumba en que vivimos, nos libere de nuestras ataduras interiores, para poder tener actitudes de vida con los demás.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


6.

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«Te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola»

Hoy, también nosotros —atareados como vamos a veces por muchas cosas— hemos de escuchar cómo el Señor nos recuerda que «hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola» (Lc 10,42): el amor, la santidad. Es el punto de mira, el horizonte que no hemos de perder nunca de vista en medio de nuestras ocupaciones cotidianas.

Porque “ocupados” lo estaremos si obedecemos a la indicación del Creador: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1,28). ¡La tierra!, ¡el mundo!: he aquí nuestro lugar de encuentro con el Señor. «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15). Sí, el mundo es “altar” para nosotros y para nuestra entrega a Dios y a los otros.

Somos del mundo, pero no hemos de ser mundanos. Bien al contrario, estamos llamados a ser —en bella expresión de Juan Pablo II— “sacerdotes de la creación”, “sacerdotes” de nuestro mundo, de un mundo que amamos apasionadamente.

He aquí la cuestión: el mundo y la santidad; el tráfico diario y la única cosa necesaria. No son dos realidades opuestas: hemos de procurar la confluencia de ambas. Y esta confluencia se ha de producir —en primer lugar y sobre todo— en nuestro corazón, que es donde se pueden unir cielo y tierra. Porque en el corazón humano es donde puede nacer el diálogo entre el Creador y la criatura.

Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc 10,41-42)» (Juan Pablo II).

No hay oposición entre el ser y el hacer, pero sí que hay un orden de prioridad, de precedencia: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10,42).


7. DOMINICOS 2004

Marta solícita, gracias por tu acogida y servicio.
Marta, amiga del Señor, gracias por tu fe.
Marta sufriente, gracias por tu confianza en Jesús.

En la liturgia de hoy se nos ofrecen como posible lectura evangélica dos párrafos alternativos con presencia de Marta: uno es de Juan, con motivo de la muerte de Lázaro; otro de Lucas, con motivo de la visita de Jesús a Betania. Como en ambos tiene Marta un protagonismo especial, y esto sucede pocas veces, vamos a recoger los dos textos para alimento del espíritu.

Y como primera lectura nos serviremos de un párrafo tomado de la primera Carta de san Juan sobre el buen hacer de la mujer que descubre el Amor y vive con Amor.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primera carta del apóstol San Juan 4,7-16:
“Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros haya­mos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.

Queridos hermanos: si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo...”.

Evangelio según san Juan 11, 19-27. 38-42:
“Muerto Lázaro, muchos judíos acudieron a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano... Cuando Marta se enteró de que llegaba también Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa; y acercándose a él, dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero ahora mismo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

Jesús le dijo: tu hermano resucitará. Marta respondió: sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá... ¿Crees esto? Sí, señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”.

Evangelio según san Lucas 10, 38-42:
“En aquel tiempo entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Marta se multiplicaba para dar abasto al servicio; hasta que se paró y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Y el señor le contestó: ¡Marta, Marta!, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María escogió la mejor parte, y no se la quitarán”.


Reflexión para este día
Hogar de la confianza de Jesús.
Recreémonos leyendo una y otra vez las palabras del encuentro de Marta con Jesús de Nazaret, escuchando y sirviendo. La amistad y confianza que estos relatos ponen de manifiesto que hubo frecuencia de trato entre Jesús y la familia de Betania, puertas y corazones abiertos, admiración por el Señor y asimilación de su doctrina y mensaje de salvación.

Apreciemos en primer término, en ese clima espiritual, el lamento sincero de Marta por la “ausencia del amigo” en el trance final de Lázaro, y también la “seguridad” de que Él, Jesús, puede salvarlo.

Luego, pensemos también en el contraste que se observa entre Marta y María: dos hermanas en familia, una mayor y otra menor, una más responsable en la casa y otra más propensa al coloquio con el huésped y amigo.

En la historia de la espiritualidad se recurre con alguna frecuencia a este párrafo y gesto de Marta y María para caracterizar la “vida activa” (Marta) y la “contemplativa” (María). Pero esto no es más que acomodación. Lo que en realidad parece decir el Señor es que lo más importante es escuchar y acoger la Palabra de Dios, actitud simbolizada en la atención de María, pero sin descuidar lo demás, pues la caridad también pisa tierra.


8. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

¡Qué bonita es la primera lectura de hoy! El Señor, que pide a Jeremías que baje a casa del alfarero para hablarle; de nuevo, un Dios que nos habla desde lo cotidiano, desde la actividad de los hombres, desde lo que podemos comprender. Un hombre, Jeremías, que obedece a esa llamada de Dios y por eso es capaz de escuchar el mensaje. Otro hombre, el alfarero, que con paciencia y tesón va creando una vasija a su gusto, sin importarle tener que empezar de nuevo cada vez que el cacharro se estropea. Y por último, el mensaje: ¿Acaso no puedo yo hacer con vosotros igual que hace el alfarero?... Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos. Creernos esto de verdad da mucha tranquilidad -a mí al menos-, por saber que siempre estamos en manos de Dios, que Él nos va creando y recreando con paciencia, muchas veces a pesar de nuestras resistencias. Pero, al mismo tiempo, creo que hemos de sentir la necesidad de colaborar a esa obra creadora mediante nuestra docilidad, flexibilidad, ductilidad... La obra no puede llevarse a cabo sin nosotros.

Celebramos hoy la festividad de Santa Marta, de ahí que el evangelio del día sea el de la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María. También en este texto se trasluce ese estar nuestra vida en las manos de Dios. Lázaro ha muerto; Marta, desconsolada, sale al encuentro de Jesús y le habla, totalmente segura de que si él –que es la Vida- hubiera estado, su hermano no habría muerto. En sus palabras se adivina mucha fe en Jesús y en su relación con el Padre. Además, ella cree en la resurrección del final de los tiempos. Pero Jesús va más allá aún: Yo soy la Resurrección, el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. Creer en Jesús y seguirle es lo que verdaderamente nos da vida, y vida en abundancia. Marta cree en él. Es gracias a esta fe de Marta, que Jesús hace que Lázaro reviva. Es como una nueva creación.

También nosotros a veces podemos decir que vivimos porque respiramos, pero en realidad no vivimos en plenitud, no tenemos vida en abundancia por nuestra falta de fe. Dejamos que la vida pase por nosotros en vez de pasar nosotros por la vida. ¡Dejémonos crear y recrear por Dios! Seamos barro en sus manos, dejémonos modelar, dejemos que cada mañana vuelva a comenzar esa obra creadora, reparando aquellos pequeños desperfectos que no le acaben de agradar del todo... Ojalá tengamos esa confianza ciega en Jesucristo que tuvo Marta porque... la obra no puede llevarse a cabo sin nosotros.
Vuestra hermana en la fe,
Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@yahoo.es)


9. 2004

Jer. 18, 1-6. La Escritura nos dice que Dios formó al hombre del barro de la tierra, e insufló en sus narices aliento de vida; y el hombre fue un espíritu viviente. El Profeta Isaías nos dice: ¿Es el alfarero como la arcilla, para que le diga la obra a su hacedor: "No me has hecho", y la vasija diga de su alfarero: "No entiende el oficio"? Tal vez en algunas ocasiones no comprendamos a fondo los planes de Dios sobre nosotros. Si queremos llegar a nuestra perfección en Él, hemos de aprender a escuchar su voz e ir tras Aquel que es el Camino que nos conduce al Padre: Cristo Jesús. Él es el hombre perfecto; y unidos a Él será nuestra la perfección y la gloria que le corresponde como a Hijo único de Dios. Tal vez nosotros quisiéramos hacer nuestro camino de salvación a nuestro modo y a la medida de nuestras aspiraciones, quitando todo aquello que pudiese reportarnos algún sacrificio, renuncia o entrega. Sin embargo el Alfarero Divino es el que llevará a cabo su obra en nosotros para que, conforme a su voluntad, lleguemos a la perfección. ¿Quién será grato a tus ojos Señor? El Hijo amado del Padre, en quien Él se complace, es Aquel que aún siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Quien quiera ser grato a Dios no puede ir por un camino diferente al que nos manifestó el Señor de la Iglesia.

Sal. 146 (145). Alabemos al Señor nuestro Dios. Que nuestra alabanza no sea sólo con nuestros labios sino con toda nuestra vida confiada totalmente en Él. Quien confía en los poderosos de este mundo tal vez mientras vivan o detenten el poder tendrá seguridad, pero jamás podrá encontrar en ellos la salvación, pues, al igual que todos los humanos, exhalarán el espíritu y volverán al barro del que fueron formados. Sólo Dios Es y permanece para siempre. Quienes confíen en Él jamás se sentirán defraudados, pues Dios, creador y dueño de todo, velará por ellos y no permitirá que al final vayan a su destrucción total, sino que los hará permanecer con Él eternamente.

Lc. 10, 38-42. Qué bueno que seamos serviciales, que abramos los ojos ante las necesidades de nuestro prójimo y tratemos, en la medida de nuestras posibilidades, de buscar soluciones adecuadas que les ayuden a superar sus pruebas, y a vivir con mayor decoro y dignidad. Sin embargo esto no debe inquietar nuestra vida llegando a achacar a los demás su falta de solidaridad en el servicio que nosotros prestamos. No pensemos que el servicio prestado a los demás ocupa el único lugar en la manifestación de nuestra fe, que nos hace ser comprometidos en el amor fraterno en ese aspecto. Mientras todo esto no brote de un compromiso real con Cristo adquirido desde un ambiente de oración, en que sepamos escuchar al Señor y vivir conforme a su Palabra, probablemente nos desvivamos haciendo el bien a los demás, pero nuestra vida de fe se quedará en un amor horizontal, sin trascendencia hacia la vida eterna. Quien, unido a Cristo sirve a su prójimo, no va en nombre propio, sino en Nombre de Cristo para que, desde su Iglesia el Señor continúe pasando entre nosotros haciendo el bien a todos.

El Señor nos reúne en este día para celebrar la Eucaristía. Antes que nada Él quiere que lo escuchemos. Quien quiera trabajar en su Nombre y colaborar en la construcción del Reino de los cielos, antes que nada debe entrar en un diálogo de amor con el Señor para conocer su voluntad. En la Eucaristía el Señor pronuncia su Palabra Salvadora para que se encarne en nosotros y seamos, así, un signo de esa Palabra en nuestro mundo. En la Eucaristía no sólo venimos a contemplar un espectáculo, sino a ser testigos del amor que Dios nos tiene, amor hasta el extremo, amor que se convierte en alianza para que así como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, así el Hijo esté en nosotros y nosotros en el Hijo, recibiendo su Espíritu Santo para poder ir a nuestro mundo a amar a nuestro prójimo en la misma forma en que nosotros hemos sido amados por Dios. A partir de nuestra comunión de vida con Cristo su Iglesia no dará a luz viento, sino hijos que alaben y glorifiquen el Nombre de Dios desde una vida intachable ante Él, y desde una vida misericordiosa para con todos.

Quienes nos preciamos de creer en Cristo y de ser de Él, no podemos pasar de largo ante las miserias, necesidades y angustias de que son víctimas muchos hermanos nuestros. Ya en la primitiva Iglesia el servicio de caridad ocupó un lugar preponderante en ella, pues fueron instituidos siete diáconos para que se dedicaran a ese servicio. Sin embargo en la misma Iglesia no se dejó a un lado el contacto con el Señor, pues los Apóstoles indicaron que se dedicarían a la oración y al anuncio de la Palabra. Sin la oración la Iglesia deja de respirar, pues pierde su contacto con el Dios de la Vida. Sin la oración la acción pastoral de la Iglesia se queda en una simple promoción humana. Sin la oración buscamos nuestra propia gloria y Dios queda desplazado de nuestra vida. Pero sin la acción que ha de brotar de la oración la Iglesia se queda como un árbol de follaje frondoso pero estéril. Sin la acción la Iglesia pierde su vocación de hacer cercano el amor de Dios al mundo entero. Sin la acción la Iglesia se desliga de las realidades temporales y se vuelve angelista, incapaz de decir algo de parte de Dios al hombre de nuestro tiempo. Aprendamos a vivir en el equilibrio de la oración y la acción, de la acción y la oración. Sólo así no sólo seremos testigos del amor de Dios en el mundo, sino que la acción pastoral de la Iglesia será eficaz, con la eficacia que nos viene del Espíritu de Dios que inspira y guía a la Iglesia en la Misión que el Señor le ha confiado de ir, buscar y salvar todo lo que se había perdido para conducirlo a la salvación eterna, iniciando ya desde este mundo, con signos concretos, el Reino de Dios entre nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber depositar con amor nuestra vida en sus manos; de saber escuchar su Palabra y dejarla encarnarse en nosotros, para que podamos ir a nuestros hermanos como un verdadero signo del amor salvador de Dios para la humanidad entera. Amén.

Homiliacatolica.com


10.

Marta y María

Fuente: Catholic.net
Autor: Javier Cereceda

Reflexión:

El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo.

Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con Jesucristo, de oración. Es cierto, la vida moderna nos lleva a vivir cada día como un conjunto de actividades en frenética sucesión. No encontramos el momento para orar, y cuando lo encontramos, la inercia de las actividades que hemos tenido que desempeñar no nos permiten recogernos y profundizar cuanto quisiéramos en nuestro diálogo con Cristo.

Una situación similar nos presenta el Evangelio de hoy. Marta representa al cristiano de nuestro tiempo, que descubre y aprecia la presencia de Cristo en su vida pero que no es capaz de salir del remolino del activismo para disfrutar de la cercanía del Maestro. Y no es que Jesucristo en el Evangelio menosprecie el trabajo de Marta, sino que pretende enseñarla cómo elevarse desde su postura en la que sólo lo material cuenta para saber gustar, también desde el plano de sus labores del hogar, de la compañía de Cristo. Nos dejó dicho Santa Teresa que “también entre los pucheros está Dios”. Son pues para nosotros las palabras de Cristo una invitación a saber compartir con Él las cosas de cada día. No pretender que para orar siempre encontraremos el lugar y el tiempo propicio, sino aprender a estar cerca de Él en el trabajo, en el atasco de tráfico, en la cocina,... y así hacer de nuestro día una oración continua en la que también nosotros hayamos tomado “la mejor parte”.


11.

El consejo de Cristo a Marta

Fuente:
Autor: P. Juan J. Ferrán

Encontramos a esta figura en S. Lucas 10, 38-42.

Yendo Jesús de camino, pasó por un pueblo. Parece que Jesús siempre va de paso, pero siempre va por algo, siempre nos enseña algo. En ese pueblo una mujer llamada Marta lo acoge en su casa. Mientras ella trajina para atender lo mejor posible a aquel huésped tan ilustre, una hermana suya, llamada María, se coloca a los pies de Cristo para escucharle. Marta se impacienta y le reclama a Cristo la tranquilidad de su hermana. Cristo aprovecha aquella situación para decirle a Marta con enorme cariño que en la vida realmente sólo hay una cosa importante y que María ha elegido lo mejor. La confianza que trasmite esta escena indica que la amistad de Cristo con aquellas hermanas era total. El Señor debió pasar muchos momentos con aquellos hermanos. Después nos contará el Evangelio que realizará con Lázaro uno de los milagros más grandes de los que realizó. En esta escena podemos descubrir cómo la vida humana tiene un sentido y cuál es realmente ese sentido.

¿Cuál es el sentido de la vida humana? Es ésta una pregunta que todos nos hacemos cuando vemos que no podemos lograr todo lo que queremos, cuando vemos que muere una persona en el inicio mismo de su vida, cuando contemplamos el sufrimiento de tantos seres humanos por culpa del egoísmo de los hombres, cuando vemos la desesperación de tantas personas ante el sufrimiento propio o de un ser querido. Y la realidad es que no podemos aceptar que todo se reduzca a nacer, vivir si es que se puede llamar vivir a muchas vidas, para terminar en la nada. El ser humano debe tener un fin más allá de las cosas que hace o que ve.

Marta representa para nosotros una forma de vivir. "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola". Impresiona el cariño de Jesús por aquella mujer que se desvivía por atenderle y procurarle bienestar. El hecho de repetir dos veces su nombre es señal de cariño, de ternura y de reconocimiento a su labor. Pero Jesús quiere prevenirla contra un gran escollo de la vida: el vivir sin más, el irse tragando los días sin ver en el horizonte, el hacer muchas cosas, pero no preocuparse de lo más importante.

Marta es el símbolo de una humanidad que ha dado prioridad al hacer o al tener sobre el ser, a la eficacia sobre lo importante, a la inmanencia sobre la trascendencia. Marta somos cada uno de nosotros cuando en el día al día decimos: "No tengo tiempo para rezar". "No tengo tiempo para formarme". "No tengo tiempo para pensar". "No tengo tiempo para Dios". Basta asomarse a la calle y a las casas para ver cuánto se hace, cómo se corre, cómo se vive. Pareciera que estamos construyendo la ciudad terrena o que hubiera que terminar cada día algo que mañana hay que volver a empezar.

El consejo de Cristo a Marta, santa después al fin y al cabo, está lleno de afecto, de afecto del bueno. La invita a tomarse la vida de otra forma, a respirar, a vivir serenamente, a preocuparse más de las cosas del espíritu. Ahí va a encontrar la paz y la tranquilidad. Le enseña a construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas. Sin duda, Marta aprendió aquella lección y, sin dejar de ser la mujer activa y dinámica que era, en adelante su corazón se aficionó más a lo verdaderamente importante. Marta, por medio de Cristo, había comprendido que la vida tiene un sentido, que el fin del hombre está por encima de las cosas cotidianas.


12. Fray Nelson

1. Amiga de Jesucristo
1.1 Hubo una familia en Betania, compuesta, hasta donde sabemos, por tres hermanos: Martha, María y Lázaro. Uno de los aspectos más bellos de esa familia está en Jn 11,5: "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro". Es muy grato pensar en ese afecto cálido, cercano y puro con que Nuestro Señor regaló a estos hermanos, porque nos hace sentir de una manera casi tangible el amor humano del Hijo de Dios.

1.2 Es hermoso y trae mucha sencillez y alegría al alma pensar en Martha como amiga de Jesucristo. Tal vez esa imagen agradable y cercana matiza un poco la otra imagen, tan frecuente, de Cristo como un profeta ensimismado en su misión trascendente y santísima, sin tiempo ni espacio para cultivar amistad con nadie. Y matiza también la idea de ese Cristo lejano y como aislado en su propia pureza, incapaz de dar amor si no es a través de una rigurosa distribución equitativa, como el que da pan en un campo de concentración.

1.3 Martha, amiga de Jesús: ruega por nosotros. Enséñanos ese rostro tan amable y encantador del "Dios-con-nosotros".

2. Mujer de fe y de esperanza
2.1 Martha de Betania brilla en el evangelio de hoy con el resplandor de una fe vigorosa y cuajada de confianza en el Señor. Tomemos sus propias palabras, y admiremos el don de la fe, concedido por el Único que puede darla.

2.2 "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas". Así habla Martha. Está segura del poder de Jesús, y esa certeza no queda destruida ni siquiera por el hecho aparentemente irreversible de la muerte.

2.3 "Sé que mi hermano resucitará en la resurrección del último día". Aquí la fe se funde en esperanza. En efecto, quien conoce cuánto puede Dios, conoce qué puede esperar de él.

2.4 Marta, mujer creyente, ejemplo vivo de confianza en el Señor, ruega por nosotros. Inspira en nuestras almas el don eximio de la fe que vence al mundo, y de la esperanza que no se arredra ante las dificultades.


13. SANTA MARTA

Como Santiago evangelizó España, Santa Marta evangelizó Francia. Si quisiéramos conocer la historia de las Diócesis consultando sólo documentos oficiales y rebuscando archivos notariales, sabríamos muy poca cosa, porque la vida no fluye sólo por las arterias sino también por los capilares y la vida diaria es la que fragua la historia, aunque éste no lleve marchamo oficial y canónico. Hay que contar pues con la tradición e incluso con la leyenda, que siempre lleva una veta de realidad, teniendo criterio para discerrnir las épocas y los estilos y los lugares. Poco sabríamos de España y de Francia, de su política y de su religión e historia si nos quedáramos con los escuetos datos canónicos. Hemos de acudir a la tradición que nos relata que una barca miserable sin remos y sin velas lu­chaba con las furias del mar, navegando desde las costas de Palestina has­ta la desembocadura del Ródano. Marta con un grupito de discípulos de Jesús, que oye­ron su voz junto al lago de Tiberíades, esperan la muerte; las mujeres lloran, los hombres rezan. Marcial, el joven que sir­vió el vino y el pez en la última cena y Saturnino, rezan en la proa; el anciano Trófimo envuelto en su capa tiene a sus pies al obispo Maximino. Lázaro, escucha los rugidos del abismo. Mag­dalena, continúa en su llanto doloroso, y Marta, se mueve como siempre, llevando de un lado para otro el optimismo y la confianza. El Espíritu de Dios les conduce, y la frágil nave llega a una playa sin peñascos. Desspués de los terrores de la tempestad, se arrodillan sobre la arena; levantan las manos al cielo, rezan, cantan y hacen resonar por vez primera el nombre de Cristo en las tierras provenzales. Era la primera misión comunitaria, un anticipo de la misión familiar practicada hoy por los grupos neocatecumenales.

Los extraños tripulantes se dan un abrazo, y se distribuyen para esparcir la semilla del evangelio en su nueva patria. Marcial llega a Limoges donde será su primer obispo; Saturnino lo será de Tolosa,Trófimo irá a Arlés, y Lázaro a Marsella.

A Marta le pregunta el poeta, ¿adónde vas, oh dulce virgen?. Con una cruz y con un hisopo Marta, radiante de serenidad, se encamina intrépida al encuentro de la Tarasca; los infieles, no pudiendo creer en su libertad, se suben a los pinos para para ver aquel combate insigne. ¡Saltó la Tarasca, el monstruo sobresaltado en su modorra, hostigado en su cubil, desde el que esclavizaba a Francia, llamada Tarascón, y que nos recuerda el canto pascual de la Tarara. En vano se retorcía, rociado con el agua santa; en vano gruñía, silbaba y bufaba; Marta le encadena con una atadura de mimbres tiernos, y le arrastra a pesar de sus resoplidos. El pueblo corre a adorarla. "¿Quién eres?” -decian-. Eres la cazadora Diana? ¿Eres Minerva la fuerte: - '"No, no, respondía la doncella- soy la esclava de mi Dios." Y los tarasconenses creyeron, doblaron la rodilla ante el Dios a quien Marta había hospedado en su casa. Con su palabra de virgen hirió la roca de Aviñón, y la fe empezó a brotar con abundancia caudalosa.

Después allá lejos, junto al mar, entre los acantilados de Marsella, una mujer ora en el fondo de una gru­ta. Sus rodillas se lastiman en la aspereza de la roca, sin más vestido que su cabellera y oye la divina promesa: "Tu fe te ha salvado."

Así completaron la historia los gustos legendarios de Edad Media; pero ni el Evangelio, ni los viejos relatos de la extensión del cristianismo a través del Imperio romano, se acuerdan de la barca milagrosa que arribó a las playas de Occidente lle­vando a los discípulos de Jesús. El nombre de Magdalena se pierde a nuestras miradas; el de Marta en el salón del festín con que Simón el leproso agasajó al Maestro de Nazareth unos días antes de la Pascua. La vemos en­trar y salir, unas veces llevando el pan en bandeja de plata; otras colocando en cada mesa las jarras de los vinos espumosos. Lo vigila todo, está en todo. Es siempre la mujer solícita, hacendosa, llena de energía y de actividad. El día de la resurrección de Lázaro se precipita fuera de casa en cuanto sabe que el Rabbí se acerca a Betania. Su fe es ciega, aunque acaso menos inteligente que la de su hermana. "Resucitará tu hermano", le dice Jesús. "Si - responde ella -; ya sé que resucitará en el último día.

Había comprendido mal la promesa del Señor, considerándola como una de tantas fórmulas de consuelo. Jesús insistió con esta verdad maravillosa, que cayó en la tierra como un germen de alegria y de esperanza: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque hubiere muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en Mi, no morirá para siempre." Entonces Marta, en medio de las tinieblas de su llanto, encontró una fórmula espléndida de fe, como la de Pedro junto a Cesarea de Filipo: "Se­ñor, yo creo que Tú erés el Cristo, el Hijo de Dios vivo que ha venido a este mundo."

Aquella fe ardiente ponía alas en el alma y en los pies de esta mujer casera y ajetreada. Nos la figuramos menuda y graciosa, midiendo las palabras, apa­reciendo con su túnica ondulante en el comedor y en el jardín, en la cocina y en la puerta de la casa; observándolo todo, poniendo la limosna en las manos del pobre, y recibiendo al peregrino con noble sonrisa de bondad.

Si el peregrino es Jesús, ella no descansa, ni duerme, ni para un momento. La casa de Lázaro estaba siempre abierta para Jesús y sus discípulos. Marta aguarda impaciente la llegada del Rabbí; le recibe alegre y le hospeda orgullosa. Ella quisiera que anunciase siempre su venida para tenerlo todo de una manera impecable. Pero más de una vez, los doce llegan repentinamente, escoltando al Maestro. Como ahora. Marta se ha puesto en movimiento­, con nerviosa solicitud. Corre a saludar al Señor, le trae agua para las abluciones, y toallas y perfumes; le guía al recibidor, le ofrece una silla y sale para dirigir a los de siervos y a las criadas. Hay que encender el fogón, buscar el tierno recental, preparar huevos del día, traer higos ma­duros, ordeñar la vaca, entrar en la alcoba para ver si hay bastante ropa en la cama donde va a dormir el Señor; sacar del arca la vajilla de plata, la escudilla de esmaltes y el mantel rameado que descansaba entre aromas de tomillo y romero. Marta se agita, cruza el portal afanosa y sofocada, se asoma a la puerta para ver si viene su hermano de la bodega con el vino añejo, entra en la habitación donde Jesús conversa con discípulos y todo le parece poco para mostrar su devoción, la de su hermano y la de Magdalena.

La Magdalena, entretanto permanecía silenciosa sentada a los pies de Jesús, escuchando embelesada, con el rostro escon­dido entre las manos y mirando al Señor solamente con los ojos del alma. No se acuerda de que es necesario preparar la cena; el bullicioso ajetreo de su hermana llega casi a molestarla. Escucha, contempla y adora. Todo es paz en su interior; nada turba su alma.

“Quedéme y olvidéme,
Mi rostro recliné sobre el Amado,
Cesó todo y quedéme
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas ovidado”.

De pronto, Marta aparece sudorosa en el umbral. Aquella actitud de María acaba por enojarla un poco. Siempre va a ser la mimada, la preferida; ella, que arrastró Ir las calles el nombre de la familia, que nos hizo sufrir y llorar tanto. Y ahora se queda allí tan tranquila gozando de la presencia del Maestro, mientras los demás trabajan y se fatigan. "¿No os parece mal, Señor -dice con acento amargo que mi hermana me deje sola en estas tareas del servicio? Decidle que me ayude." Jesús respondió: "Marta, Marta, estás inquieta y te agitas en demasiadas cosas, Y, sin embargo, sólo hay una cosa necesaria. María ha escogido la mejor parte que nadie le arrebatará."

Marta comprendió. El Maestro no censuraba su ingenua ac­tividad, sino el derramamiento de su alma en los negocios exteriores. Inclinada, por temperamento, a la acción, será siempre en la Iglesia el tipo de los espíritus abrasados por el hambre de las obras; de los luchadores, de los destinados a los afanes de la vida activa. Pero desde aquel día supo poner en sus cuidados terrenos algo más dulce, más sereno, más profundo; en cualquiera de sus actos podía verse la perenne donación del alma. Todo para ella se había transformado en una oración, hasta el servicio más humilde de la vida cotidiana.

Santa Marta, es la mujer hacendosa, siempre ocupada con los quehaceres domésticos en su casa de Betania, mientras María escuchaba a Jesús (Lc 10, 38) o le ungía los pies (Jn 12, 1 A su muerte la enterraron en Tarascón, cerca de San Front de Périgueux. Es venerada en Provenza (Aix-en-Provence y Tarascón) e incluso en la Toscana. De acuerdo con la Leyenda Áurea, viste con túnica y manto o con hábito, porque se dice que llevó una vida monacal, una idea reforzada por el salterio, alusivo a su vida ascética, como se contempla en el retablo de San Bartolomé, de la Prioral de Santa María.

JESUS MARTI BALLESTER