SAN IRENEO 06-28

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1. CLARETIANOS 2003

Cuando llega este tiempo caluroso envidio a los que vivís en países del hemisferio Sur. En medio del bochorno estival se necesita una brisa fresca. La memoria de San Ireneo me parece una brisa fresca que nos ofrece algunas claves para vivir este tiempo caliente.

Haciendo honor a su nombre, Ireneo fue un "hombre de paz". Eso no significó que se quedara de brazos cruzados. Al contrario, combatió con todas sus fuerzas la herejía que más daños ha hecho -y sigue haciendo- a la fe cristiana: el gnosticismo. Ahora no podemos entrar en detalles, pero, se trata de una forma "desencarnada" de entender a Jesucristo y la fe en él. Hay formas groseras y formas sutiles. Hoy somos víctimas de estas últimas. La religiosidad de la "nueva era" es claramente gnóstica. Pero también esa forma subjetiva de entender la fe que tanto nos gusta a los hombres y mujeres de entresiglos, esa tendencia a fabricarnos un Jesús y una iglesia a la medida de nuestras necesidades emocionales, de quita y pon, sin el espesor de la carne y de la historia. Arranca -como toda herejía- de un deseo noble de perfección, de pureza. (Hoy diríamos, más bien, de autenticidad, de coherencia). Pero, en el fondo, se trata de una fe que se escandaliza de la encarnación, que no puede tolerar que Dios haya plantado su tienda en nuestro suelo, que no reconoce los vestigios del Verbo en nuestras pobrezas, que sueña con un mundo incontaminado a base de pasar de puntillas por este mundo real, el mundo al que Dios ha querido tanto que le ha enviado su propio Hijo.

Cuando nos acercamos al evangelio de este viernes, nos encontramos con un Jesús descaradamente "carnal". Se trata de un Jesús que "toca" a un leproso y lo cura de la lepra. El relato, como todo relato evangélico de curación, tiene varios niveles de significado. Pero quizá hoy sería suficiente detenernos en el verbo "tocar". El Jesús del evangelio no es un fantasma que se pasea por este mundo sobrevolando sus miserias, sino un hombre de carne y hueso que "toca" con sus manos el muestrario de todas las heridas humanas. Los cristianos creemos en este Jesús. Lo confesamos como Salvador precisamente porque se ha adentrado en nuestra carne enferma y la ha sanado "desde dentro". No hay ninguna situación, por desesperada que parezca, que no pueda ser curada por Él.

Nuestra esperanza no surge, pues, de un viaje gnóstico por no sé qué vía láctea, sino de la acción sanadora de un Jesús al que siempre, como el leproso, podemos decirle: "Señor, si quieres, puedes limpiarme".

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


2. DOMINICOS 2004

Ireneo nació el año 130 en Esmirna, Asia Menor. Su mente lúcida asimiló la cultura de la época, pero, sobre todo, la doctrina del maestro Papías y del discípulo de san Juan, Policarpo.

Por el año 177 lo encontramos en Lyón, colaborando al servicio de la Iglesia. Es la fecha aproximada en que comenzó a dedicarse al tema de su vida: la defensa de la fe cristiana frente a las herejías, principalmente, frente a lo que se llama el gnosticismo, un saber pretencioso sobre los misterios divinos en el que judaísmo, helenismo y cristianismo se racionalizan de forma intelectual explosiva.

Para los gnósticos, Dios está en el más allá, en las alturas, y es como el Supremo morador del Abismo y Silencio, mientras que nosotros, las cosas, quedamos situados en el extremo inferior, nivel grosero y terreno; y en el medio quedan los eones, destellos del divino Silencio. Uno de los eones, el primero, sería Cristo.

¡Buen servicio nos hizo a todos san Ireneo, doctor, obispo y mártir (año 202), con su brillante teología frente a ese confusionismo doctrinal, ayudándonos a vivir en la Verdad!

3. CLARETIANOS 2004

Celebramos hoy la memoria de San Ireneo, que significa “portador de paz”. Un santo del siglo II bastante desconocido al que se le va tomando simpatía a medida que se va conociendo su vida y escritos. No vamos a entrar en detalles, pero sí me interesa destacar algunas cosas: los cristianos perseguidos de Lyon dicen de él al Papa Eleuterio “está abrasado por el celo del testamento de Cristo”, y él mismo en una carta dirigida a un amigo de infancia: "...Te recuerdo siendo yo niño junto a San Policarpo. Podría reproducir lo que nos contaba de su trato con Juan (el apóstol) y los demás que vieron al Señor... yo oía esto con toda el alma y no lo anotaba por escrito porque me quedaba grabado en el corazón y lo voy pensando y repensando, por la gracia de Dios, cada día."...Nos demuestra pues en su vida actitudes que me parecen fundamentales para acercarse a la Palabra y alimentarse de ella: ansia, hambre por conocer y practicar todo lo relacionado con Cristo, oírlo con toda el alma hasta quedar grabado en el corazón, como también hacía María. ¿Has leído hoy la Palabra con estas actitudes?