Santos mártires: Juan y Pablo

26 de junio, 2004.

 

      Exfiliana. Estimada y apreciada comunidad cristiana de Exfiliana: ¡Paz!

 

Me invitó vuestro querido Párroco, y común amigo, Don Juan, a compartir con vosotros la fiesta de los Santos Mártires, Juan y Pablo, presidiendo esta Eucaristía. Y yo acepté contento y agradecido.

 

San Pablo, apóstol, en su carta a los romanos decía: "ante todo, doy gracias a mi Dios por vosotros mediante Jesucristo, porque todo el mundo se hace lenguas de vuestra fe. Ha llegado hasta mí, cómo os mantenéis firmes y alegres en la fe que recibisteis por medio del evangelio que os anuncié".

 

No soy San Pablo, pero me llena de alegría el recibir noticias de vuestra devoción a los Santos Mártires Juan y Pablo. Se hacen lenguas, me cuentan y me hablan, mucho y bien, de cómo el pueblo de Exfiliana festeja la vida y su fe en torno a estos valientes mártires de los primeros tiempos de nuestro cristianismo.

 

"Deseo ardientemente ir a veros –decía San Pablo a los romanos- para fortaleceros y para confortarnos mutuamente en la fe común, la vuestra y la mía"

 

Yo –que no soy San Pablo- también he querido venir con mis compañeros de Seminario para comprobar la verdad de vuestra fe-devoción a los Santos Mártires, fortaleceros si es posible en vuestra fe, y animarnos mutuamente, todos: párroco, cristianos de Exfiliana, Seminario... en la fe común, en el testimonio y en nuestro compromiso como cristianos, creyentes y seguidores de Jesús.

 

¡Enhorabuena! Os felicito, comunidad de Exfiliana, porque tenéis como patronos a unos mártires, a unos señores mártires, unos mártires grandes que hasta hace poco los nombrábamos todos los días en la misa, en lo que llamamos el canon. ¡Enhorabuena!

 

No sé si sabéis que "mártir" significa testigo, y que enseguida, en tiempos de Cristo –el gran testigo y mártir del amor y de la vida- se designa como mártir a toda persona que da testimonio a favor de Cristo y de su doctrina con el sacrificio de la propia vida. El mártir es testigo de Cristo no sólo de palabra, con su confesión de fe, sino también con su vida y con su muerte, imitando así la obra, la vida y la muerte de Cristo Jesús, nuestro Salvador.

 

Tenéis como patronos a dos jóvenes, hermanos de sangre, Juan y Pablo, que llegaron hasta el final en la confesión de su fe: fueron decapitados en la oscuridad de una habitación confesando su fe en Cristo Jesús.

 

La historia la sabéis vosotros mejor que yo. Os la han contado por escrito y de palabra muchas veces. Y estoy seguro que sabéis distinguir lo que forma parte de la leyenda y lo que es verdaderamente histórico. Porque, lo mismo que con otras muchas personas, en torno al martirio de Juan y Pablo, se formó una leyenda con elementos fantásticos y en ocasiones contradictorios, que nos dificultan muchas veces descubrir la verdad de lo que sucedió con Juan y Pablo y de cómo sucedió. Y todo por engrandecer su figura y su martirio.

 

            Os lo habrán repetido todos los años:

-          que Juan y Pablo, en la noche del 26 al 27 de junio del año 362 fueron decapitados en un rincón oscuro de su propia casa, y enterrados, a escondidas, en el fondo de uno de los corredores para evitar que fueran luego venerados como mártires...

-          que fueron oficiales del ejército romano y luego "gentiles hombres" en la corte de Constantino y posteriormente de su hijo Constancio...

-          que en tiempo de Juliano, el apóstata, es decir que renegó de la fe, los jóvenes Juan y Pablo se convirtieron al cristianismo abrazando la fe en Cristo Jesús...

-          que tenían una casa grande y hermosa en uno de los sitios más bonitos de Roma. (Los libros nos dicen hasta las medidas que tenía el chalecito: 2.250 metros cuadrados, y 30 metros de fachada) ...

-          y también os habrán dicho, porque es lo más hermoso de su vida, que Juan y Pablo socorrían a un gran número de cristianos pobres que acudían a su casa del monte Celio...

-          que, ante los halagos de Juliano, se negaron a servir a un emperador que perseguía a los cristianos...

-          que, ante las amenazas del mismo emperador, se dispusieron a morir por Cristo...

-          y que, como primera medida, distribuyeron sus riquezas entre los pobres y para obras de la religión y de la iglesia...

-          también sabréis que tienen una Basílica en Roma, es decir, un templo dedicado a ellos, en su memoria. Y que perteneció al número de las grandes Basílicas de Roma.

 

            Hasta aquí, lo que todos vosotros sabéis de vuestros patronos, santos mártires: Juan y Pablo...Yo ahora me fijo en dos pequeños detalles. ¡Atended!

 

            1°) La Basílica erigida en su memoria, era la única iglesia levantada sobre tumba de mártires dentro del recinto de la ciudad. Los demás mártires habían sido sepultados en las afueras, porque la ley de las Doce Tablas prohibía la sepultura en el interior de la ciudad.

"Dios, que había rodeado a Roma con una gloriosa corona de tumbas de mártires -cantaba un prefacio antiguo-, quiso esconder en las entrañas mismas de la ciudad los miembros victoriosos de los santos Juan y Pablo".

 

            ¿Qué tiene de especial esto? Muy fácil. Que el testimonio de Jesús, con muerte incluida, lo dieron en el centro de la ciudad, es decir, donde se desarrollaba la vida, donde vivían los hombres. Y su testimonio quedaba escondido, lo mismo que sus cuerpos muertos, en las entrañas mismas de la ciudad.

 

            Allí, en el centro de la vida, en pleno ruido del ajetreo interesado de la vida, ellos dieron testimonio de un nuevo estilo de vida, de un nuevo modo de vivir. En frente del poder, del tener y del placer, ellos propusieron el nuevo estilo de vivir compartiendo sus cosas, sus posesiones con los más pobres y necesitados.

 

            Frente al apego egoísta y placentero a la vida, ellos entregaron y ofrecieron su vida por la Vida...

 

            Era justo que su testimonio quedase clavado y enterrado en las entrañas de la ciudad, en las entrañas de la vida..., para recordarnos a nosotros que es ahí donde tenemos que gastar y desgastar nuestra vida compartiendo con los pobres y atendiendo a los más solos, desasistidos y necesitados..., creando un mundo más justo y más fraterno, haciendo de nuestro pueblo, de nuestra ciudad, de nuestro mundo -que parece un campo de batalla- la gran mesa de la fraternidad en la que todos nos sentemos como hermanos para compartir en igualdad de hijos el amor del mismo Padre.

 

            2°) La Basílica que guardaba tan preciadas reliquias era "la propia casa de los mártires, convertida en iglesia después de su martirio".

 

            No sólo en el centro de la ciudad, sino en su propia casa, donde vivieron y murieron dando testimonio de su fe en el Señor Jesús, resucitado y vivo.

 

            A su casa acudían los pobres y en ella encontraban ayuda. En su casa/familia dieron testimonio del nuevo estilo de vida, en su casa los mataron y en su casa los enterraron. Así, y por eso, hicieron de su casa una iglesia.

 

            Me perdonáis si insisto tanto en lo de "su casa", ¿verdad?

 

            Y es que hoy, la familia es una de las realidades más maltratadas y destrozadas. No sé si ha sido y es objeto de persecución por parte de no sé quién y en aras de no sé qué intereses. Pero el caso es que la familia —primera célula de la sociedad, escuela de vida, de amor y de fe- ha sido deshecha. Parece como si la familia, nuestra familia cristiana, hubiese perdido sus señas de identidad. Y en un futuro no muy lejano quedará más desfigurada todavía.

 

            ¡Es urgente!, queridos amigos. Debemos reconstruir la familia, rehacer la realidad de nuestras familias. Sin añoranza de modelos antiguos en épocas pasadas, pero haciendo de nuestra familia un lugar para el encuentro, para el diálogo, para la comunicación, para la fiesta y para el perdón.

 

            Comprometámonos en hacer de la familia (de cada una de nuestras familias) el "templo de la vida", donde se dé a luz y se respete la vida, donde se aprenda a vivir los valores de la vida. Comprometámonos con nuestra familia (con cada una de nuestras familias) como "escuela del amor", y, ante el individualismo egoísta e interesado, ofrezcamos nuestra familia como lugar para la "civilización del amor", donde se aprenda a amar compartiendo y dándose.

 

            Vuestros santos mártires dieron testimonio de su fe en Jesús, en su casa, en su familia. Hoy casi es un sueño pensar en la familia como lugar donde se transmita la fe, esa fe que nosotros recibimos, mamamos y vivimos en nuestra familia. Recuperemos la familia como "primera e imprescindible escuela de fe" ¿Se enseña a Jesús en nuestra familia? ¿Se enseña a vivir según el evangelio de Jesús? ¿Ofrecemos el seguimiento de Jesús como proyecto válido para nuestros hijos? ¿Nos interesamos que entre los nuestros salgan respuestas generosas al servicio del Evangelio de Jesús? Ayer era un orgullo tener en la familia un sacerdote o una religiosa..., ¿y hoy?

 

            Queridas familias de esta comunidad cristiana de Exfiliana: Juan y Pablo, santos mártires, dieron testimonio de su fe en el Señor Jesús, vivo, en su propia casa, en su familia, ¿por qué no lo damos cada uno de nosotros en las nuestras?

 

            Ayudad a vuestro párroco en su misión de evangelización..., de hacernos presente al Señor Jesús, vivo y actuante entre nosotros. Ayudad a vuestro seminarista Rafael y sus compañeros para que permanezcan fieles a su vocación... Y ayudad a otros niños, jóvenes y mayores a que respondan con generosidad al Señor.

 

            Y aquí me remito a vuestro amor y devoción a la Virgen, la Virgen-Madre del Rosario, o la Virgen-Madre del Zalabí. ¿No tenéis en este pueblo una devoción especialísima a María? Pues si es así, decídselo claro: que de alguno de los corazones de Exfiliana salga un "sí" grande y decidido como el suyo en el seguimiento de Jesús...¿De dónde van a salir los sacerdotes que necesita la iglesia y que vosotros pedís?

 

            Y un recuerdo especial para todos aquellos "exfilianeros" (¿es así como os decís?) que están fuera, lejos, tal vez con distancia de muchos kilómetros, pero que hoy no quieren faltar a la fiesta. ¡Que no pierdan la fe que recibieron de sus mayores!

 

            Y otro, muy especial, para nuestros enfermos y mayores, que quisieran y no pueden estar con nosotros festejando a sus santos mártires. Para ellos una oración especial cargada de cercanía, amor y esperanza.

 

            No me olvido de vuestros difuntos, que pasaron por este pueblo con la misma devoción a los Santos Mártires y el mismo amor a la Virgen-Madre. Ellos, desde arriba, con su triunfo ya, nos sirven de reclamo para nuestro caminar en fe y en amor.

 

            ¡Enhorabuena también a los mayordomos!

 

            Y gracias a todos por permitirnos compartir esta Eucaristía con vosotros, y celebrar juntos la fiesta de los santos Juan y Pablo, mártires. Que ellos y el Señor os bendigan a vosotros y a vuestras familias, con la mejor de sus bendiciones.