05-02 SAN ATANASIO

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1. CLARETIANOS 2002

No olvidemos la memoria de este día de mayo. La Iglesia recuerda hoy a San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia (295-373). Su vida es de película. Fue desterrado cinco veces y tuvo que vivir más de 16 años lejos de su patria; en varias ocasiones estuvo en peligro de perder la vida por la espada del verdugo y por el puñal del asesino a sueldo; durante toda su vida fue perseguido, pero nunca traicionó la fe de Cristo y de la Iglesia para comprar su libertad. Fue hijo de la metrópoli alejandrina, nacido alrededor del año 295. En el año 325, el Concilio de Nicea condenó la doctrina de Arrio y lo excluyó de la comunidad de los fieles. Más de trescientos Obispos se habían reunido en Nicea y uno de sus prohombres fue el Obispo Alejandro, de Alejandría, a quien acompañaba su diácono Atanasio, entonces secretario suyo. Los arrianos lograron convencer al emperador Constantino de la validez de su doctrina, de suerte que revocó el destierro de Arrio. Atanasio no pudo dar su consentimiento; y, naturalmente, toda la ira de los arrianos se concentró en él, logrando su destitución y su destierro. El pueblo católico que no quería prescindir de su pastor, hizo protestas públicas, las cuales fueron aplastadas con crueldad. Atanasio se retiró a Roma y, siete años más tarde, con la participación entusiasta de todo el pueblo, pudo volver a su Sede Episcopal. Aprovechó aquel breve período de paz para reconfortar a los Obispos de las tierras del Nilo y a los monjes del desierto quienes, al comprender mejor sus ideas, fueron reclutados como nuevos pastores para las sedes vacantes. Desde su escondite, Atanasio gobernó su diócesis; sus apasionadas cartas circulares iban pasando de mano en mano. Encanecido por la lucha y los sufrimientos, ya no pudo soportar la larga caminata para llegar a los conventos del Nilo, donde se encontraban sus amigos, y prefirió esconderse en el cementerio de la ciudad de Alejandría, cerca de la tumba de sus padres. Finalmente, la presión del pueblo obligó al emperador Valente a levantar la orden de destierro, permitiendo al santo anciano, durante los últimos años de su vida, quedarse en paz en su ciudad episcopal hasta su muerte, acaecida el 2 de mayo del año 373.