ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR 03-25

1. CLARETIANOS 2003

En el prefacio de la misa de hoy leemos esto: Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió su mensaje a la tierra y la Virgen creyó el anuncio del ángel: que Cristo, encarnado en su seno por obra del Espíritu Santo, iba a hacerse hombre por salvar a los hombres. Sí, ya sé que es un texto muy denso, pero resume bien el sentido de la solemnidad de hoy, a nueve meses de la Navidad. Aquí aparecen todos los personajes que encontraremos en las lecturas de hoy:

La solemnidad de hoy aparece, pues, como el primer tiempo de la sinfonía de la encarnación. Este primer tiempo lleva un título: “La anunciación del Señor”. Y una indicación respecto del tempo: “Al llegar la plenitud de los tiempos”. Y, por supuesto, una detallada explicación de la partitura que ejecuta cada uno de los intérpretes.

Sobran las palabras. Llega el momento de dejarse invadir por la música y de aplaudir con todas las fibras de nuestro ser.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


 

2. 2001

COMENTARIO 1: Lc 1, 26-38

RUPTURA CON EL PASADO:
DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO

«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf 2,1).

El zoom de aproximación funciona esta vez con más preci­sión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el epi­sodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencio­nar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.

El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segun­da intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascenden­cia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.

El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor y la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál seria el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1 ,29b).


HIJO DEL ALTÍSIMO
Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID REY UNIVERSAL

«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emma­nuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cum­plimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).

Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí es María, contra toda costum­bre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paterni­dad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf 7,28), por su talante ascético (cf. 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divi­na, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender direc­tamente de él.

«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La heren­cia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel escatoló­gico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (25m 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).


LA NUEVA TRADICIÓN INICIADA
POR EL ESPÍRITU SANTO

María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo su­cederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conocien­do varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fe­cundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.

Son variadísimas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un pro­cedimiento literario destinado a preparar el camino para el anun­cio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán “Consagrado”, “Hijo de Dios” (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.

A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los após­toles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), de­signando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).

Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador / Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hom­bre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestra­les del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.

Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf. 11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será « el Mesías/Un­gido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nom­bre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatis­mos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.


LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36).

La repetición, por tercera vez (cf. 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha de­vuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en pe­ligro la realización del proyecto más querido de Dios.


EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO
Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO

Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamen­te: «Y el ángel la dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensa­jero, Gabriel, que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios» (1, 19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprue­ba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea / ­Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobre­cogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganiza­da; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecun­dada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma­namente viable, cree de veras que para Dios no hay nada impo­sible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-­Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
 



3. COMENTARIO 2

Para entender adecuadamente el relato de la anunciación a María de la encarnación de Dios en su vientre, tenemos que enfrentar el "género literario" llamado "anunciaciones". En la Biblia se dan muchas anunciaciones y todas consisten fundamentalmente en esto: presencia gratuita de Dios en medio de su pueblo y anulación de los reparos que presenta el ser humano para la realización del proyecto de Dios. Por eso se suele hablar de esterilidad, de miedo, de otros compromisos, etc. Toda anunciación, por consiguiente, debe ser colocada en un género literario lleno de simbolismos que hay que saber leer para no tomarlos al pie de la letra. (Sobre los géneros literarios: Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, nº 12, §2).

Por lo mismo, lo fundamental del relato de la anunciación es que Dios se hizo presente de una manera gratuita, amorosa, sin méritos de nadie. Tan importante como esto, es la ruptura que Dios hizo de las imposibilidades humanas que impedían su encarnación. Y lo grande de María fue su fe en la Palabra, fe que la llevó a superar sus limitaciones culturales de mujer y de doncella campesina en una región marginada del poder central judío. En María aparece el temor, no así la desconfianza; y las dificultades que le presenta al ángel quedan resueltas, sin que llegue a lesionarse su condición humana. Llegar a disminuir la condición humana de María para agrandar el misterio, disminuiría la realidad humana de su Hijo y quedaría afectada toda la encarnación.

Por eso a nosotros nos toca leer a fondo el relato de la anunciación, ver la profundidad de sus símbolos, para entender todo lo que Dios simbólicamente nos revela. Si la encarnación de Dios en la historia es lo más divino que pueda acontecer en razón de su origen, es también lo más humano en razón de su término. Nuestra fe tendrá aquí siempre el desafío de salvar lo divino de Dios sin destruir lo humano de la historia. Sólo así la encarnación mantiene su valor de redención.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
 


4. 2002

Hablamos mucho hoy de opción por los pobres y de opción por el pueblo. Pero no vamos a pensar que es una creación nuestra. El primero en hacer esas opciones fue Dios mismo. La fiesta que hoy celebramos es un maravilloso ejemplo de esa forma de actuar de Dios en su relación con las personas. La Anunciación marca el momento en el que todo el plan de salvación, la voluntad de Dios de llevar a la humanidad a una nueva vida en plenitud y armonía pende de la palabra de una persona. El Dios que nos ha creado libres se fía de tal modo de nuestra libertad que consulta con nosotros, nos pide permiso para llevar adelante su plan. Dios no invade nuestro mundo ungido con su fuerza todopoderosa y terrible. Dios se acerca sin hacer ruido, llama a la puerta y hace depender todo de la respuesta y colaboración de nosotros, de cada uno de nosotros. ¡Qué ejemplo enorme de respeto! Pero no sólo eso. No se buscó a los poderosos de este mundo, a los que oficialmente tenían poder para abrir y cerrar las puertas de sus reinos a la presencia de Dios, a los que tenían poder para obligar a las personas a seguir una determinada fe. Dios se dirige a los humildes y sencillos. Una sencilla chica de Galilea es la destinataria del mensaje del ángel. Ya el hecho del envío del ángel es una señal de cómo Dios cree en nosotros. Él cree en nuestra libertad, cree en nuestra responsabilidad.

El Dios que nos ha creado libres respeta de tal modo nuestra libertad, que no quiere salvarnos sin nuestro consentimiento. Cuando se acerca a nosotros no lo hace de modo paternalista y autoritario. No nos trata como a niños. Dios entra en relación con cada uno de nosotros, nos invita a sentirnos libres y responsables. Llama a nuestra puerta y solamente entra si le abrimos. Es nuestra oportunidad. Es nuestra responsabilidad. San Pablo dirá que “Para ser libres, Cristo nos liberó”. María supo ciertamente ejercitar su libertad y responder libremente a la oferta de Dios. Con muchas limitaciones, es cierto, pero toda persona tiene una semilla de divinidad: la libertad. Esforzarnos por ser plenamente libres y creer en la libertad de nuestros hermanos son posiblemente nuestros primeros deberes como cristianos.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
 


5. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

No hace mucho todas las televisiones del mundo retransmitían las primeras imágenes desde el planeta Martes. En esos mismos días el presidente Bush anunciaba que los Estados Unidos incrementarían sus inversiones en política espacial para, en el plazo de diez años, poder alunizar con frecuencia de tal modo que se asegure la presencia del hombre en la Luna y, con la experiencia adquirida, amartizar. A raíz de tales declaraciones escribía, en El País, Federico Mayor Zaragoza: “Mirar hacia arriba no era lo difícil. Era lo fácil. Lo difícil es contemplar los grandes problemas de la Tierra en estos principios de siglo y de milenio y reconocer el fracaso de las fórmulas aplicadas hasta ahora para hacer frente a un buen número de ellos”. Misión: La Tierra.

Hace dos mil años, Dios contempló el dolor de nuestro mundo y el corazón humano, y no pudo dejar de hacer suya esta misión: se hizo carne, uno de tantos (cf Flp 2, 7).

Cuando el mundo dormía en tinieblas
en tu amor quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.

(Himno de Vísperas en Adviento)

Hoy celebramos ese momento histórico. Celebramos la Encarnación. Celebramos el SI de una muchacha de Nazaret a los planes de Dios. Celebramos que nuestro Dios es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Celebramos que tanto nos ama Dios que envió al mundo a su único Hijo para que vivamos gracias a él. ¿Qué mas celebramos hoy?

Vuestra hermana en la fe,

Ermina Herrera, javeriana (erminahv@yahoo.es)
 


6.

Comentario: Rev. D. Josep Vall i Mundó (Barcelona, España)

«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios»

Hoy celebramos la fiesta de la Anunciación del Señor. Dios, con el anuncio del ángel Gabriel y la aceptación de María de la expresa voluntad divina de encarnarse en sus entrañas, asume la naturaleza humana —«compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado»— para elevarnos como hijos de Dios y hacernos así partícipes de su naturaleza divina. El misterio de fe es tan grande que María, ante este anuncio, se queda como asustada. Gabriel le dice: «No temas, María» (Lc 1,30): el Todopoderoso te ha mirado con predilección, te ha escogido como Madre del Salvador del mundo. Las iniciativas divinas rompen los débiles razonamientos humanos.

«¡No temas!». Palabras que leeremos frecuentemente en el Evangelio; el mismo Señor las tendrá que repetir a los Apóstoles cuando éstos sientan de cerca la fuerza sobrenatural y también el miedo o el susto ante las obras prodigiosas de Dios. Nos podemos preguntar el porqué de este miedo. ¿Es un miedo malo, un temor irracional? ¡No!; es un temor lógico en aquellos que se ven pequeños y pobres ante Dios, que sienten claramente su flaqueza, la debilidad ante la grandeza divina y experimentan su poquedad frente a la riqueza del Omnipotente. Es el papa san León quien se pregunta: «¿Quién no verá en Cristo mismo la propia debilidad?». María, la humilde donce lla del pueblo, se ve tan poca cosa... ¡pero en Cristo se siente fuerte y desaparece el miedo!

Entonces comprendemos bien que Dios «ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte» (1Cor 1,26). El Señor mira a María viendo la pequeñez de su esclava y obrando en Ella la más grande maravilla de la historia: la Encarnación del Verbo eterno como Cabeza de una renovada Humanidad. Qué bien se aplican a María aquellas palabras que Bernanos dijo a la protagonista de La alegría: «Un sentido exquisito de su propia flaqueza la reconfortaba y la consolaba maravillosamente, porque era como si fuera el signo inefable de la presencia de Dios en Ella; Dios mismo resplandecía en su corazón».
 


7. Meditaciones iconográficas: la Anunciación a María


8. Fluvium 2004

Aprendiendo a querer

Dios mío, quisiera escucharte yo también, con mi oído interior atento, sin filtros de prejuicios. No vaya a ser que casi sólo oiga lo de siempre: lo mío, mis palabras, muy razonadas –eso sí–, pero no las tuyas. Necesito librarme de ese monólogo, casi permanente, aunque pierda la tranquilidad y la seguridad de no tener quien se me oponga.

María, que es la misma inocencia y no desea otra cosa sino agradar a su Dios, alienta sin cesar su disposición de servir a su Señor. Vive todos los días de la ilusión por complacerle en cada detalle, poniendo todo su ser en amarle. Se siente contemplada por su Creador y a la vez segura, sabiendo que Él conoce hasta el más delicado movimiento de su espíritu, mientras ella, llena de paz y alegre como nadie, va plasmando en sus obras el amor que le tiene.

María se turbó, dice el evangelista. Acababa de escuchar un singular saludo, que era la más grande alabanza jamás pronunciada. Con su clarísima inteligencia había entendido bien: era un saludo de parte de Dios, un saludo afectuoso a Ella de parte del Creador. Las palabras que escucha indican que el mensajero viene de parte del Altísimo, que conoce la intimidad habitual entre Dios y Ella; por eso se dirige a María, pero no por su nombre. En María, lo más propio, más aún que su nombre, es su plenitud de Gracia. Así la llama el Angel: Llena de Gracia. Es la criatura que tiene más de Dios, a quien el Creador más ha amado. Y María correspondió siempre, del todo y libremente, con su amor al amor divino.

A partir de la disposición de María el Angel le transmite su mensaje. Como afirma Juan Pablo II, Dios "busca al hombre movido por su corazón de Padre": no debemos temer a Dios. Las palabras de Gabriel –tan intensas– y lo inesperado del mensaje, posiblemente sobrecogieron a Nuestra Madre, pero no tenía por qué temer, le dice el Angel. Su presencia ante ella, por el contrario, era motivo de gran gozo: el Señor la había escogido entre todas las mujeres, entre todas las que habían existido y las que existirían: el Verbo Eterno iba a nacer como Hombre, para redimir a la humanidad, y Ella sería su Madre.

¿Tenemos miedo a Dios? De Él sólo podemos esperar bondades, aunque nos supongan una cierta exigencia. ¿Tememos preguntarnos si nuestras conductas son de su agrado, no sea que debamos rectificar? Queramos mirar al Señor cara a cara, francamente, como mira un niño ilusionado el rostro de su padre, esperando siempre cariño, comprensión, consuelo, ayuda...

No se puede pensar en la respuesta de María como en algo independiente de sus disposiciones habituales. Su sí a Dios cuando contesta a Gabriel, vino a ser la formalización actual de lo que siempre había querido.

Señor, que vea; te pido como Bartimeo, aquel ciego al que curaste. Que Te vea. Que vea qué esperas de mí. Quiero escuchar tu llamada, en cada circunstancia de mi vida y, como María, para mi vida entera... Entiendo que conoces los detalles de mi andar terreno y prevés lo que llamo bueno y lo que llamo malo y que todo es ocasión de amarte. Ayúdame a intentarlo sinceramente, de verdad. Enséñame a hacer tu voluntad, porque eres mi Dios, te pido con el Salmista. Enséñame a confiar en tu Bondad omnipotente.

No temas, María –le dice Gabriel, antes incluso de manifestarle en detalle la Voluntad del Señor. Y, luego, el mensaje mismo incluye los motivos de seguridad y optimismo: que cuenta con todo el favor de Dios y que será obra del Espíritu Santo la concepción y mantendrá su virginidad... Finalmente, recibe también una prueba de otra acción poderosa de Dios: la fecundidad de Isabel, porque para Dios no hay nada imposible, concluye el arcángel.

Cuando nos habituamos a comtemplar a Dios –Señor de la historia: de la mía– presente en los sucesos de cada jornada, tenemos paz. Lo sentimos como un Padre inspirando y protegiendo cada paso nuestro: queriéndonos. Porque nos comprende y nos sonríe con el cariño afectuoso de siempre. También cuando, quizá sin darnos mucha cuenta, intentamos rebajar la exigencia sin verdadero motivo, "escurrir el bulto". Es que no es obligación, discurrimos. Y le escuhamos en el fondo del alma: "¿Me quieres?" Y ya sabemos que a la pregunta por el amor se responde con la vida: "que obras son amores..."

Ayúdame, Señor, a decirte siempre que sí. Auméntame la fe para ver más claramente qué esperas de mí cada mañana y cada tarde. El "sí" de María, el día de la Anunciación, fue a ser Madre de Dios. El Verbo se hizo humano en sus entrañas, por el Espíritu Santo y su consentimiento. Nuestros "sí" a Dios de todos los días, se parecen a los que Nuestra Madre pronunciaba de continuo, amando a Dios en cada momento y circunstancia de la vida. Eran en María enamoradas afirmaciones –silenciosas casi siempre– de una conversación que no termina, como no terminan nunca las palabras de afecto en los enamorados, aunque sólo se contemplen. Madre mía enséñame a querer.


9.

Anunciación del Señor
 
1ª Lectura
Is 7,10-14

10 El Señor se dirigió otra vez a Acaz y le dijo: 11 «Pide al Señor tu Dios una señal, aunque sea en las profundidades del abismo o en las alturas del cielo». 12 Acaz respondió: «No la pediré, no quiero tentar al Señor». 13 Isaías dijo: Escuchad, pues, casa de David: ¿os parece poco cansar a los hombres, para que queráis también cansar a mi Dios? 14 El Señor mismo os dará una señal. Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Emanuel.
 
Is 8,10
10 Haced planes: serán desbaratados; dad órdenes: inútiles serán, porque Dios está con nosotros.
 
Salmo Responsorial
Sal 40,7-8

7 Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides holocaustos ni sacrificios por el pecado; en cambio, me has abierto el oído, 8 por lo que entonces dije: «Aquí estoy, en el libro está escrito de mí:
 
Sal 40,8-9
8 por lo que entonces dije: «Aquí estoy, en el libro está escrito de mí: 9 Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad, tu ley está en el fondo de mi alma».


Sal 40,10
10 Pregoné tu justicia a la gran asamblea, no he cerrado mis labios; tú lo sabes, Señor.
 
Sal 40,11
11 No he dejado de hablar de tu justicia, he proclamado tu lealtad y tu salvación, no he ocultado tu amor y tu fidelidad ante la gran asamblea.
 
2ª Lectura
Heb 10,4-10

4 porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados.


CRISTO, OFRECIDO COMO VÍCTIMA VOLUNTARIA
5 Por eso, al entrar en este mundo, Cristo dijo: No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo. 6 No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. 7 Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí. 8 Primero dice que no ha querido sacrificios ni ofrendas y que no le han agradado los holocaustos y los sacrificios por el pecado; 9 y luego añade: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, con lo que deroga el primer régimen para fundar el segundo.  10 Y en virtud de esta voluntad nosotros somos santificados, de una vez para siempre, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo. 
 

Evangelio
Lc 1,26-38
26 A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una joven virgen, prometida de un hombre descendiente de David, llamado José. La virgen se llamaba María. 28 Entró donde ella estaba, y le dijo: «Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo». 29 Ante estas palabras, María se turbó y se preguntaba qué significaría tal saludo. 30 El ángel le dijo: «No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande y se le llamará Hijo del altísimo; el Señor le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». 34 María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones?». 35 El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y se le llamará Hijo de Dios. 36 Mira, tu parienta Isabel ha concebido también un hijo en su ancianidad, y la que se llamaba estéril está ya de seis meses,  37 porque no hay nada imposible para Dios». 38 María dijo: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel la dejó.
 
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Comentarios

Servicio Bíblico Latinoamericano

 

 

Análisis

La fiesta litúrgica de la Anunciación nos prepara para el Nacimiento de Jesús que celebraremos dentro de 9 meses. El texto del Evangelio es muy denso, por lo que nos detendremos solamente en los elementos que ayuden a la reflexión de la fiesta que celebramos.

 

Una mirada, aun desatenta, ve fácilmente que Lucas compone los relatos de la infancia en forma de díptico poniendo en paralelo el nacimiento de Juan, el Bautista, y el de Jesús; veamos esto a modo de esquema:

 

 

 

Juan

el Bautista

Anuncio:

“se apareció el ángel (Gabriel) ... dará a luz un hijo... le pondrás por nombre... lleno de Espíritu Santo...”

(1,5-25)

Nacimiento:

“se cumplió el tiempo de dar a luz”

(1,57-58)

Circuncisión:

“al octavo día fueron a circuncidar... el nombre de... Juan”

(1,59-66)

Crecimiento:

“el niño crecía y su espíritu se fortalecía”

(1,80)


  Jesús

Anuncio:

“envido por Dios el ángel Gabriel... vas a dar a luz un hijo... le pondrás por nombre... el Espíritu Santo vendrá sobre ti...”

(1,26-38)

Nacimiento:

“se le cumplieron los días del alumbramiento”

(2,1-20)

Circuncisión:

“se cumplieron los ocho días para circuncidarlo... el nombre de Jesús”

(2,21)

Crecimiento:

“el niño crecía y se fortalecía”

(2,40.52)

 

 

Debemos destacar que “díptico” no significa “igualdad”, lo que también es evidente. A modo de ejemplo baste notar el momento del encuentro de ambas madres; allí Isabel dice: “bendito el fruto de tu seno”, “la madre de mi Señor”, “el niño saltó en mi seno”, “feliz de ti” (1,39-45). Uno de los elementos que Lucas quiere destacar en este díptico es la importancia enorme del Bautista y la superioridad todavía mayor de Jesús sobre él. Tener esto presente ayuda a no desviar el eje de nuestra lectura. Que las madres sean una anciana y la otra joven, que una sea estéril, la otra virgen (lo que se destaca fundamentalmente al hablar de la virginidad es la juventud, ya que se entiende por virgen generalmente a la mujer que aún no ha menstruado). Ciertamente Zacarías e Isabel parecen figuras tomadas del AT mientras María es figura de la novedad absoluta del Evangelio.

 

Otro elemento interesante a tener en cuenta es que Lucas construye el relato teniendo en cuenta muchos esquemas de “vocación” (mensajero divino con “envío” - objeción - signo - aceptación), esto se repite también en el relato de Zacarías (1,5-25), de Gedeón (Jue 6,11-24: “Yahvé contigo...”), de Jeremías (1,4-10). Sin embargo, esto llevó a algunos -particularmente católicos- a centrar el relato en María más que en Jesús. Es inconveniente quedarse en un “esquema” sin saber ir a su contenido. El centro del relato -y de la fiesta litúrgica, que es Anunciación del Señor- no es anuncio del lugar de María sino el nacimiento de Jesús. En esto, ciertamente María juega un rol muy importante, pero no debemos confundir la importancia de María con la centralidad de Jesús; como todo en los evangelios, el texto es cristológico, no mariológico.

 

Veamos algunos elementos que son importantes: sobre la virginidad de María y el casamiento con José sugerimos ver lo dicho el día de San José (19 de marzo, donde hemos hablado de las etapas del matrimonio).

 

El saludo del ángel tiene varios elementos interesantes para tener en cuenta: “alégrate” (jaire) es el clásico saludo griego, que se ha traducido al clásico latino “Ave” (de allí el “ave María”). No parece que haya que sacar conclusiones extrañas de un simple saludo que, como todos los saludos, remite a valores culturales (en castellano, “saludo”, remite a la “salud”, de allí el “salve”).

 

No es fácil encontrar una buena traducción para el kejaritômenê: está incluida la palabra “jaritos” que es “gracia” y “menin” que significa permanecer, de allí “llena de gracia”. La pregunta es a qué se refiere con esta “gracia”. Las lecturas que están más centradas en María hablan de una “predestinación”, o de que en virtud de su “fe, humildad y voluntad de obedecer” ella fue elegida (las comillas pertenecen a Calvino). Es posible entender que María estará acompañada por la gracia de Dios para la tarea que debe desempeñar en el plan de Dios si es que ella acepta -como de hecho hará-. Quienes han visto en esta frase un deseo de María de permanecer virgen, o aún más, un “voto”, parecen ir mucho más allá de lo que el mismo texto afirma. María está llamada a un lugar específico en la historia de la salvación, dar a luz al “hijo de Dios”, y la gracia es necesaria para este rol, ciertamente.

 

Pero el anuncio radica en que “darás a luz un hijo”, y se destaca quién será este niño: “será grande...”. Lo interesante es que se afirma que “reinará”, en el trono de “David su padre” (1,32a-33b), y que “será llamado hijo de Dios” (1,35bcd). Jesús es, entonces, hijo de David e hijo de Dios. Este es el marco cristológico del relato. La referencia a David nos pone en clima del cumplimiento de las promesas del AT, mientras que la de “hijo de Dios” en el marco de las predicaciones cristianas. No es improbable, que la esperanza de los pobres, que está reflejada en el canto de Zacarías y en el de María también esté aludida aquí: la expectativa en el “hijo de Dios” no puede desentenderse de las esperanzas de los pobres que esperan que el “hijo de David” (y sus seguidores) no espiritualice sus angustias sino que -por el contrario- se preocupe de sus dolores. La importancia que Jesús dará a los pobres en el evangelio de Lucas parece ir en este mismo sentido. Por otra parte, no es unánime la manera de leer el v.35: literalmente podemos traducir “el que nacerá santo será llamado hijo de Dios”. ¿Cómo entenderlo? ¿el santo que nacerá será llamado hijo de Dios, el que nacerá será santo y llamado hijo de Dios o el que nacerá será llamado santo-hijo de Dios? Sea lo que fuere, es evidente que el nacimiento virginal sirvió como signo de que Jesús es hijo de Dios (ciertamente no es hijo de Dios por nacer de madre virgen, como si todo nacimiento “normal” no fuera “santo”). Lo importante es que la santidad del Hijo cuyo nacimiento hoy es anunciado no es algo adquirido sino algo que le es propio.

 

Comentario

Como toda mujer de pueblo, María tiene sueños, deseos, proyectos... sin embargo, esta mujer se encuentra cara a cara con los deseos, proyectos y sueños de Dios. Dios quiere algo de esta mujer, y ella se compromete con Él. Frente a un Dios que se decide a intervenir, el texto nos presenta en un pueblo infiel, y una mujer de pueblo que se presenta como modelo de fidelidad.

 

Dios sigue interviniendo para dar luz en la noche de la injusticia, para que los pobres tengan fiesta... Y una mujer de pueblo nos enseña el camino. El camino de dejar proyectos que no son los de Dios, el camino de renunciar a los ídolos del dinero, la ambición y el poder, para que Dios reine en la justicia, la verdad y la paz; para que se "haga en nosotros su palabra".

 

Este anuncio prepara la llegada del Señor. Esto ya estaba anticipado en los textos sobre el Bautista que ahora se superan en cada bloque. Juan es anticipo de Jesús, la vocación de María es para entregar al mundo a su Hijo, que es “Señor”. La virginidad de María es un signo de que este que hoy es anunciado será “Hijo de Dios”, hijo que viene para un reino que no tendrá fin.

 

Jesús es el centro de esta fiesta, y su madre es el instrumento fiel para la realización del plan de Dios, por eso la “llena de gracia”. Pero Dios sigue derramando su gracia en su pueblo para que seamos fieles a su proyecto -su reino-, y tengamos la capacidad de llevarlo adelante procurando que Jesús sea el Señor, que seamos capaces de ser hermanos y que “no temamos” ante el desafío porque el Espíritu de Dios nos acompaña.


10. 2004

LECTURAS: IS 7, 10-14; SAL 39; HEB 10, 4-10; LC 1, 26-38

Is. 7, 10-14. Si Dios nos invitara a pedir una señal que nos llevara a saber que realmente Dios camina con nosotros, aún en los momentos más difíciles, y que no dejáramos de confiar en Él, evitando afianzarnos en nuestras visiones personales o en la ayuda de los poderosos, ¿realmente pediríamos esa señal? Quien llegara a hacerlo sabría que se estaría comprometiendo a caminar a la luz del Señor, aún en momentos en que todo pareciera tan oscuro como una media noche sin estrellas que pudieran marcarle a uno el rumbo. Dios nos ha dado a su propio Hijo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de María Virgen. La Vida, la Muerte y la Resurrección de Cristo nos hablan de que tiene sentido creer en Dios. Quien acepta esa Señal del amor de Dios se compromete a caminar, no bajo los propios caprichos, sino dentro de la voluntad de Dios. Entonces se convierte uno en un barro tierno, recién amasado, puesto en manos de Dios para que Él haga su obra de salvación en nosotros. Entonces, aun cuando pasemos por pruebas demasiado difíciles, continuaremos confiando que Dios nos sigue amando y conduciendo hacia la perfección a la que, en Cristo, todos estamos llamados.

Sal. 39. Dios, habiéndonos hecho hijos suyos por nuestra unión a Cristo, desde el día de nuestro bautismo, nos envía para anunciar su justicia, a proclamar su lealtad y su auxilio. Toda nuestra vida debe dar a conocer al mundo entero el amor y la lealtad de Dios. Nosotros somos los redimidos por Dios. La Palabra eterna del Padre ha tomado nuestra condición mortal y nos ha hecho hijos de Dios. No nos conformemos sólo con recibir la vida divina. Convirtámonos en testigo de la vida nueva que Dios ofrece a todos. Que nuestra vida completa se convierta en una continua ofrenda de alabanza al Señor.

Heb. 10, 4-10. La salvación únicamente nos viene por medio del Misterio Pascual de Cristo: su Muerte y su Resurrección. El Sacrificio de Cristo, ofrecido de una vez y para siempre, para borrar nuestros pecados y para darnos nueva vida, suprime todos los antiguos sacrificios, que no podían perdonar nuestros pecados. Quien acepta a Jesucristo, el Enviado del Padre, tiene consigo esa salvación. Y quien, unido a Cristo, purificado de sus pecados, vive como hijo de Dios, debe manifestar con sus buenas obras que la maldad ha quedado atrás. No podemos haber recibido la vida de Dios en vano; no pudo caer la gracia de Dios en nosotros como en saco roto. Si hemos aceptado la Redención, en adelante no podemos ya vivir para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. El nacido de María Virgen, el engendrado en María por obra del Espíritu Santo, ha dado su vida por nosotros. Junto con Él pronunciemos nuestro sí de fidelidad a la voluntad de Dios, que nos quiere hijos suyos, entregados constantemente en favor de los demás hasta que el Reino de Dios llegue a su plenitud en nosotros.

Lc. 1, 26-38. El Hijo de Dios se ha hecho carne, en el seno de María Virgen, por obra del Espíritu Santo. Dios viene, no sólo a visitar a su Pueblo; viene a redimirlo de su pecado y a elevarlo a la misma dignidad del Hijo de Dios. La obra de salvación en nosotros es la obra de Dios y no la obra del hombre. A nosotros sólo corresponde el decir, junto con María: Hágase en mí según tu Palabra. Nosotros hemos de definir nuestra vida desde nuestra relación con Dios: sus siervos; aquellos que están dispuestos a hacer en todo la voluntad del Señor. Fue la desobediencia de Adán la que nos apartó de Dios; es la obediencia de Cristo la que nos hacer volver, ya no como siervos, ya no como simples criaturas, sino como hijos en el Hijo, a la casa paterna. Por eso debemos procurar caminar en la fidelidad a la voluntad de Dios. No podemos decir sólo con los labios: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestra vida toda debe manifestar nuestra fidelidad al Señor. Sólo entonces podrá, realmente, tomar cuerpo en nuestra propia vida, en la vida de la Iglesia, el Verbo eterno para continuar, por medio nuestro, su obra salvadora en el mundo y su historia.

El Hijo de Dios e Hijo de María se ha convertido para nosotros en el Pan de Vida. Él viene a nosotros como alimento para impulsar nuestra vida en la fidelidad a la voluntad del Padre Dios. Él nos pide que tomemos nuestra cruz de cada día y vayamos tras sus huellas. Por eso al reunirnos para celebrar la Eucaristía venimos para que el Señor nos transforme cada día en una imagen más clara de su amor en medio de nuestros hermanos. A nosotros corresponderá continuar su obra. Pero no podemos ir al mundo a proclamar el Nombre del Señor si antes no hemos hecho nuestra la Palabra de Dios; mientras esa Palabra no tome cuerpo en nosotros podremos, tal vez, anunciar el Nombre del Señor con los labios, pero lo denigraremos con nuestras malas obras. Seamos fieles en nuestro servicio a la Palabra de Dios. Dejemos que el Espíritu Santo transforme nuestra vida para que también nosotros nos convirtamos en pan de vida para nuestros hermanos, no por obra nuestra, sino por obra de Dios, que nos quiere enviar como testigos suyos para que el mundo tenga vida.

Somos hijos en el Hijo. Por medio del Bautismo, por medio del agua y del Espíritu Santo, hemos renacido como hijos de Dios. Y el Señor nos envía para que colaboremos en el renacer de toda la humanidad, unida a Cristo y participando de su ser de Hijo de Dios. Es el Espíritu Santo el que guía nuestros pasos y nuestras obras. Así, en el seno de la Iglesia, por obra del Espíritu Santo, serán engendrados los nuevos hijos de Dios. Siendo conscientes de nuestro ser de hijos de Dios demos testimonio de la Verdad con una vida íntegra. De nada nos aprovecharía el sabernos redimidos por Cristo, de haber recibido su Vida y su Espíritu, si después vivimos como si no conociéramos a Dios. Que nuestro testimonio sea la mejor forma de trabajar para que el Reino de Dios llegue a todos, hasta lograr que todos juntos podamos alabar a nuestro único Dios y Padre.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber poner confiadamente nuestra vida en sus manos para que Él lleve a cabo en nosotros su obra de salvación, y nos convierta en testigos de su Evangelio para salvación de todos. Amén.

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11. ARCHIMADRID 2004

UN RESPIRO

Todos los veranos suelo subir a lo alto de un monte a celebrar Misa en memoria de un salesiano amigo. Todos los veranos, cuando llego arriba, me acuerdo de Ricardo, el Salesiano, de San Juan Bosco, de los dos paquetes de Ducados que me fumé el día antes, del chuletón del día anterior, del michelín izquierdo y de lo bien que están situadas las Iglesias en medio de los pueblos y no en lo alto de los montes. Todos los veranos, cuando subo al monte, un amigo tiene ya preparado allí, en lo alto, un bocadillo de atún con pimientos que es una delicia: tras un par de mordiscos y un par de tientos a la bota de vino, se empieza de verdad a disfrutar del monte, de la altura que domina todo el paisaje, del aire que se respira (mucho más sano para fumarse un cigarrito en condiciones) y del celebrar la Eucaristía en incomparable marco e iniciar el descenso por la tarde, después de una buena comida.

La solemnidad de hoy, la Anunciación del Señor, es (salvadas las distancias, faltaría más) como el bocadillo de atún con pimientos de piquillo. Estamos avanzando en la Cuaresma, caminando hacia la cruz, descubriendo toda la dureza del camino, tropezándonos una y otra vez con nuestros pecados, raspándonos las piernas con las espinas de nuestras infidelidades, magullándonos con ese íntimo pavor a convertirnos de verdad y perder nuestros pequeños y absurdos tesoros. Parece que no tiene nada de agradable esto de la Cuaresma, además ya hemos vivido unas cuantas ¿y qué?, ¿Hemos cambiado alguna vez radicalmente nuestra vida?, ¿Hemos dejado de confesarnos de alguno de esos “pecados de siempre” después de alguna Cuaresma porque no lo cometamos más? ¿Nos han valido para algo tantas Cuaresmas anteriores?. Es algo parecido a lo que pasa a mitad de la montaña, empiezas a pensar que sería mejor hacer la Misa en la parroquia del pueblo, que así podría ir más gente, que es tontería después de tantos años seguir subiendo, que… Puedes tener toda la razón , pero el bocadillo de atún con pimientos, si te lo comes en tu cocina o en el mejor restaurante, no te sabe igual.

“Alégrate”, “No temas”, “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”, son las palabras con las que el ángel Gabriel comienza sus frases a la Virgen y no se oyen igual desde el sofá del salón de tu casa. Si no estás caminando por la Cuaresma el anuncio más grande que la humanidad entera ha recibido, la noticia más impensable e inconmensurable de todos los tiempos, no te sabrá a nada, preferirás “comer” otra cosa.

Con la Solemnidad de hoy sabemos que no caminamos para nada, que seguimos a Dios hecho hombre y “entonces yo digo: <Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad>”. No sé si este camino de la Cuaresma será plenamente eficaz en mi vida, no sé si lo harán muchos o pocos, no sé si me cansaré antes de llegar al final. Pero si sé que si no camino nunca llegaré a la cumbre, si sé que lo hago en compañía de María mi Madre a la que no quiero dejar sola, sé que dentro de nueve meses celebraremos la Navidad y no será la misma sin esta Cuaresma de hoy, sé que el año que viene volveré a subir a la montaña y sé que -aunque yo no lo note-, cada año bajo distinto de este monte de la Cuaresma pues, de una manera o de otra, me he encontrado con la Cruz.

Gracias María por tu sí, que al Espíritu Santo yo nunca le diga no.