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EL JESÚS HISTÓRICO                                                                                   Tema 7

La actuación de Jesús > Documento 5

 

 

 

 

LOS EXORCISMOS DE JESÚS

Santiago Guijarro Oporto

 

 

Desde hace quince años estamos asistiendo a lo que se ha dado en llamar ìla tercera búsquedaî del Jesús histórico. Después de unos años de relativo escepticismo, se ha vuelto a despertar con renovada intensidad el interés por la figura histórica de Jesús, como testimonian las abundantes publicaciones aparecidas en estos años, principalmente en Norteamérica.

 

Una de las aportaciones más notables de esta tercera búsqueda del Jesús histórico ha sido el redescubrimiento de la tradición de los milagros como elemento indispensable para una adecuada reconstrucción de la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. En las otras dos búsquedas llevadas a cabo en este siglo, y en cierto modo también en los comienzos de esta tercera, la atención estuvo centrada en la tradición de sus dichos, que se consideraba más antigua y más fidedigna. Sin embargo, gracias a esta nueva investigación sobre Jesús, un buen número de estudiosos ha llegado a la conclusión de que los recuerdos sobre sus exorcismos y sanaciones poseen un sólido fundamento histórico.

 

Los milagros, que en la Teología tradicional constituían una de las pruebas de la divinidad de Jesús, fueron seriamente cuestionados por la mentalidad científica y positivista, que veía en ellos relatos legendarios, a través de los cuales las comunidades cristianas de la primera hora expresaron su fe en él. De este modo, los milagros dejaron de ser una prueba y se convirtieron en un problema. Los estudios recientes sobre el Jesús histórico no se han propuesto solucionar este problema, sino volver a situar la tradición de los milagros en el contexto histórico y cultural en que tuvo lugar su actuación. Es así como han descubierto que la mayoría de las culturas del pasado y del presente no comparten los prejuicios científicos y positivistas que dominan la cultura occidental, sino que admiten la posesión, y practican formas de sanación muy diferentes a las de la medicina occidental.

 

La conciencia de esta diversidad cultural nos ha proporcionado una nueva visión de los exorcismos y las sanaciones de Jesús, y nos ha llevado a plantear de una forma nueva el problema de su historicidad. Voy a centrarme en los exorcismos de Jesús, porque considero que esta fue una de las actividades más peculiares e históricamente mejor documentadas de su actuación. Comenzaré con una breve presentación de las tradiciones evangélicas que se refieren a ellos; propondré después algunas claves para entender la actividad de Jesús como exorcista, y me preguntaré finalmente sobre el alcance y significado de dichos exorcismos.

 

 

La tradición sobre la actividad de Jesús como exorcista

 

La tradición sobre la actividad de Jesús como exorcista ha llegado hasta nosotros de tres formas, cuyos pasajes más representativos son los siguientes

a) Cinco relatos de exorcismos (Mc 1,21-28 par.; Mc 5,1-21 par.; Mc 7,24-30 par.; Mc 9,14-27 par.; Mt 12,23-23 par.);

 

b) Una agrupación de dichos de Jesús en respuesta a las acusaciones de sus adversarios (Mt 12,22-30 par.);

 

c) Los resúmenes de la actividad de Jesús elaborados por los evangelistas (Mc 1,32-34; 3,10-12...)

Esta diversidad de géneros literarios es ya un argumento a favor de su antigüedad. Sin embargo, no todos estos testimonios poseen el mismo valor histórico. Si comparamos los dichos de Jesús y de sus adversarios con los relatos de exorcismos, advertimos que los dichos relacionan esta actividad de Jesús con la llegada inminente del reinado de Dios, un aspecto que no aparece en los relatos. Éstos, por su parte, insisten en una serie de elementos de sabor popular, que ni siquiera se mencionan en los dichos. Por supuesto que hay coincidencias entre ellos, principalmente en todo lo que se refiere al poder de Jesús sobre los demonios, aunque en ambas tradiciones su victoria sobre ellos se interpreta de formas diversas. Estas y otras observaciones nos permiten precisar algo más cuál es el valor histórico de los diversos elementos de la tradición evangélica sobre la actividad de Jesús como exorcista.

 

La tradición de los dichos es la que mejor ha conservado el sentido de sus exorcismos. Hay que resaltar que no se trata sólo de dichos de Jesús, sino también de sus adversarios. Una buena parte de estos dichos se encuentran en la llamada controversia de Belcebú, en la que Jesús se defiende de la acusación de expulsar los demonios con el poder del Príncipe de los Demonios. En los evangelios sinópticos encontramos cuatro versiones de este pasaje (Mt 9,32-34; 12,22-30; Mc 3,22-27; Lc 11,14-15. 17-23), que proceden con toda seguridad de antiguas tradiciones orales. Curiosamente, sus adversarios no negaron que Jesús realizara exorcismos, sino su pretensión de realizarlos con el poder del Espíritu de Dios. Otros dichos acerca de los exorcismos se encuentran en el contexto del envío de los discípulos (Lc 10,18, Mc 6,7), a quienes asoció a esta actividad suya. Como ya he dicho, todas estas sentencias relacionan los exorcismos de Jesús y su victoria sobre Belcebú con la llegada inminente del reinado de Dios, que como se sabe fue el tema central de su predicación. El hecho de que entre estos dichos se encuentren acusaciones de sus adversarios, y de que estén relacionados con el reinado de Dios, indica que en ellos se ha conservado la tradición históricamente más antigua sobre el sentido de la actividad de Jesús como exorcista.

 

Los relatos de exorcismos conservan también una tradición antigua, que con el tiempo se ha ido recubriendo de elementos legendarios de sabor popular. Para empezar, estos relatos poseen un mismo esquema fácilmente identificable (descripción de la situación del poseso, enfrentamiento de Jesús con el demonio, situación posterior al exorcismo). Este esquema literario servía para facilitar a los misioneros cristianos la memorización de estos relatos, que ellos utilizaban en la predicación. Por otro lado, cuando los comparamos con otros relatos contemporáneos, descubrimos que hay una serie de tópicos que se repiten (un buen ejemplo es el del poder destructor de los demonios expulsados, que aparece con variantes en Filostrato, Vita Apolonii  4,20: el demonio derriba una estatua, y en Mc 5,1-20: los demonios destruyen la piara de cerdos). Esto indica que en la tradición de los relatos se fueron incorporando elementos legendarios que no respondían a la intencionalidad original de los exorcismos de Jesús.

 

Tenemos, finalmente, los sumarios de la actividad de Jesús. Estos resúmenes son obra de los evangelistas, que escribieron bastantes años después de la muerte de Jesús, pero es significativo que en ellos se mencionen sólo las curaciones y los exorcismos, que son los milagros que con más probabilidad podemos atribuir a Jesús. Esto quiere decir que los evangelistas se hacen eco de una tradición todavía viva, que consideraba los exorcismos como algo muy característico de su actuación.

 

Así pues, las tres formas en que ha llegado hasta nosotros la tradición de los exorcismos contienen en diverso grado recuerdos históricos que se remontan a la vida de Jesús. Esta afirmación puede corroborarse mostrando que estas tradiciones proceden de diversas fuentes independientes:

a)  El llamado ìDocumento Qî, una colección de dichos muy antigua, que probablemente fue utilizada por Mateo y Lucas en la composición de sus respectivos evangelios, contenía un breve relato de exorcismo, el del endemoniado sordo (Lc 11,14 par.) y diversos dichos relacionados con la actividad de Jesús como exorcista (Lc 11,19-20. 23. 24-26 par.; Lc 10,18).

 

b) El evangelio de Marcos contiene cuatro relatos de exorcismos: el del poseso de la sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,21-28), el del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20), el de la hija de la mujer sirofenicia (Mc 7,24-30), y el del muchacho que era arrojado el agua y al fuego (Mc 9,14-29). También contiene algunos dichos sobre el sentido de estos exorcismos (Mc 3,22-30), el encargo a los discípulos de expulsar demonios (Mc 3,7. 13), y numerosas referencias a esta actividad en los sumarios (Mc 1,32-34. 39; 3,11).

 

c)  El evangelio de Juan, que no contiene ningún relato de exorcismo, ha conservado sin embargo el recuerdo de la acusación que sus adversarios dirigieron a Jesús a causa de sus exorcismos (Jn 7,20 y 8,48-52: ìtienes un demonioî; y Jn 10,20-21: ìtiene un demonio y está poseídoî).

 

d) Una acusación muy parecida a las anteriores podemos encontrarla también en el material propio de Mateo (Mt 10,25).

El hecho de que la actividad de Jesús como exorcista esté atestiguada de forma independiente en diversas fuentes es un argumento sólido a favor de la antigüedad de esta tradición, pero es aún más interesante observar como evolucionó dicha tradición. La inmensa mayoría de los dichos y relatos mencionados se encuentra en los estratos más antiguos de la tradición evangélica, y es muy significativo que esta tradición no se ampliara en los estratos posteriores como ocurrió, por ejemplo, con los relatos de sanación. Ninguno de los escritos de la segunda generación cristiana muestra un interés especial en desarrollarla. Mateo y Lucas no poseen ningún relato aparte de los que toman de Marcos y de Q, e incluso en éstos tratan de eliminar los aspectos más chocantes. El evangelio de Juan prescinde por completo de los relatos de exorcismo y de los dichos relacionados con ellos, y lo mismo hace el Evangelio de Tomás, una antigua colección de dichos de Jesús. La tendencia de la tradición ha sido, pues, relativizar e incluso evitar el recuerdo de los exorcismos de Jesús, y esto es un dato a favor de la antigüedad y veracidad de dicha tradición.

 

Llegamos así a la conclusión de que la tradición de la actividad de Jesús como exorcista posee un sólido fundamento histórico. Podemos añadir que esta actividad es una de las más características y peculiares de cuantas realizó, pues no tenemos noticias de que nadie antes de él en el mundo antiguo practicara este tipo de exorcismos, ni les diera la importancia que él les dio. Un indicio de la centralidad que tuvieron los exorcismos en su vida pública es la reacción que desencadenaron entre sus adversarios. La acusación de expulsar los demonios con el poder de Belcebú es la mejor atestiguada de cuantas han conservado los evangelios (Mc 3,22, 30; Jn 7,20; 8,48-52; Jn 10,20-21; Mt 10,25). Este es un dato muy llamativo, porque desde nuestra mentalidad no acabamos de explicarnos por qué dichos exorcismos despertaron una oposición tan enconada. También nos resulta llamativo que Jesús se defendiera con tanta insistencia de dicha acusación, y sobre todo que no renunciara a esta práctica a pesar de las consecuencias que esto podía acarrearle. Para entender todo esto necesitamos conocer las connotaciones que tenían los exorcismos en tiempos de Jesús.

 

 

Algunas claves para comprender los exorcismos de Jesús

 

La interpretación que hacen los evangelistas de los exorcismos de Jesús nos resulta con frecuencia extraña. Ellos aceptan sin dificultad la existencia de espíritus que poseen a las personas y actúan a través de ellas. Reconocen que Jesús posee un poder especial sobre los espíritus malignos. Les parece explicable la reacción que desencadenaron sus exorcismos entre sus contemporáneos, y entienden perfectamente la relación que él establecía entre dichos exorcismos y la llegada del reinado de Dios. Es evidente que ellos sabían cosas que no sabemos quienes hemos nacido en el occidente industrializado. Esto se debe a que ellos vivían en una cultura diferente a la nuestra.

 

Desde nuestro punto de vista, la cultura en que vivieron Jesús y los primeros cristianos es una cultura ìprecientíficaî, que daba explicaciones sobrenaturales a fenómenos naturales. Partiendo de este presupuesto hemos intentado explicar la posesión con ayuda de la psicología y de la medicina occidentales, como casos de epilepsia o de enfermedades psíquicas. Merece la pena, sin embargo, que hagamos el esfuerzo de acercarnos a este fenómeno desde la perspectiva que ellos tenían. Al fin y al cabo la posesión no es un fenómeno tan extraño a nosotros, pues un número significativo de culturas actuales admiten de diversos modos su existencia.

 

En el mundo en que vivieron Jesús y sus discípulos la gente pensaba que había, al menos, tres niveles de existencia: en el inferior habitaban los hombres, en el superior la divinidad, y en el intermedio una serie de espíritus, que tenían acceso al mundo de los hombres y podían influir en sus vidas. Este influjo podía ser benéfico o perjudicial, y por esta razón a los espíritus se les atribuían tanto las capacidades extraordinarias, como las enfermedades y otros estados anormales. Para luchar contra el influjo negativo de estos espíritus, los hombres tenían que recurrir a la divinidad, que era quien tenía poder sobre ellos. En este marco de referencia los exorcismos de Jesús no afectaban sólo al mundo de los hombres, sino que exhibían un poder de origen sobrehumano, sobre el que sus adeptos y sus adversarios expresaron opiniones encontradas; unos pensaban que procedía de Dios, y otros que venía del Príncipe de los Demonios. En este contexto, la relación entre los exorcismos y la llegada del reinado de Dios era fácil de entender, pues el poder que Jesús manifiesta en ellos es un signo de la presencia de dicho reinado entre los hombres.

 

Conocer este marco de referencia es de gran ayuda para hacernos una idea de cómo entendieron sus contemporáneos el fenómeno de la posesión y el significado de los exorcismos, pero no es suficiente. Seguimos teniendo la impresión de que hay detalles importantes que a nosotros se nos escapan, y que los contemporáneos de Jesús captaban intuitivamente. Para avanzar en este comprensión tenemos que abordar el fenómeno de la posesión desde una perspectiva intercultural, aplicando con cautela y respeto nuestra propia perspectiva a dicho fenómeno.

 

Desde nuestra perspectiva, es decir, desde la perspectiva del Occidente industrializado, la posesión puede definirse como un fenómeno disociativo de la personalidad, en el que se produce una alteración de las funciones integradoras de la conciencia. Según esto, la posesión podría entenderse como una interpretación cultural de algunos estados alterados de conciencia. La interpretación cultural del fenómeno es decisiva, pues parece un hecho probado que en aquellas culturas que admiten la posesión ésta se da, mientras que en aquellas que no la admiten no se da. Para que se dé la posesión es necesario que exista un molde cultural que ayude a interpretar de este modo ciertas experiencias y situaciones, que en otras culturas son vividas e interpretadas de otra forma.

 

Los estudios antropológicos sobre diversas culturas que admiten la posesión han mostrado las diferencias que existen entre ellas, pero al mismo tiempo nos han revelado algunos elementos comunes. Así, por ejemplo, se ha observado que en aquellas sociedades que están sometidas a una fuerte presión en el ámbito de lo público son más frecuentes los casos de posesión entre los varones adultos. De igual modo, estos casos aumentan entre las mujeres cuando las presiones se dan sobre todo en el ámbito familiar. La posesión es pues, desde nuestra perspectiva científica, una forma socialmente aceptada de afrontar las tensiones, que permite a los posesos hacer y decir lo que no podrían haber dicho o hecho como personas normales sin poner en peligro el orden establecido.

 

En las culturas que admiten la posesión ésta funciona frecuentemente como una válvula de escape utilizada por ciertos individuos que se hayan sometidos a una intensa presión social con el objeto de liberarse de dicha tensión. Por supuesto, se trata de un mecanismo inconsciente, en el que los individuos se sirven de moldes de comportamiento muy arraigados en su cultura. Este mecanismo tiene, además, una importante función social, pues al asignar un lugar marginal a las víctimas de la opresión política o familiar, la posesión funciona también como válvula reguladora que asegura la estabilidad del sistema social, y en última instancia sanciona las situaciones que dan lugar a las tensiones que provocan la posesión. Por esta razón, aquellos a quienes más favorece el sistema suelen reaccionar negativamente frente a quienes ponen en peligro esta válvula reguladora. En el mundo antiguo lo hacían acusándolos de magia o de estar poseídos.

 

Esta forma de entender la posesión nos proporciona algunas claves para entender la actividad de Jesús como exorcista tal como aparece en los evangelios, y además nos ayuda a plantearnos nuevas preguntas: ¿Por qué los exorcismos de Jesús eran tan importantes y tan peligrosos para sus acusadores? ¿Quiénes fueron dichos acusadores? ¿Qué valores y límites sociales violaba Jesús al expulsar los demonios?

 

 

El alcance y el significado de los exorcismos de Jesús

 

El escenario de lectura que hemos propuesto ayuda a entender por qué la actividad de Jesús como exorcista fue tan relevante para Él y para sus acusadores. Las situaciones descritas en los estudios antropológicos de aquellas sociedades en las que es más frecuente la posesión recuerdan mucho la situación que se vivía en la Palestina del siglo primero. Una situación marcada por la dominación política, la explotación económica y otra serie de tensiones que desembocaron en la guerra judía del 66-70 d. C. Esta analogía estructural nos permite interpretar la situación de la Palestina romana a la luz de otras situaciones en las que la posesión es frecuente. En estos casos la posesión es una forma socialmente aceptable de protesta indirecta contra la opresión, o un medio para escapar de ella, de modo que algunos tipos de desórdenes mentales se convierten en formas de sanación, y al mismo tiempo en síntomas de un conflicto social.

 

En el mundo de Jesús había personas que tenían que soportar una autoridad abusiva tanto en el ámbito público (político), como en el privado (parentesco). En el contexto familiar, todos aquellos que estaban sometidos a la autoridad del paterfamilias, y especialmente las mujeres, eran los más propensos a recurrir a la posesión para aliviar las tensiones de la autoridad patriarcal. Esta es la situación que reflejan dos de los relatos de Marcos: el de la hija de la mujer sirofenicia (Mc 7,24-30), y el del muchacho al que los espíritus arrojan al fuego y al agua (Mc 9,14-27). Por el contrario, en el contexto de la vida pública, la posesión afectaba sobre todo a varones adultos, como en el caso del exorcismo realizado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,23-28) y en el del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20). Es interesante observar que los exorcismos de Jesús siempre tienen lugar en público, lo mismo que las discusiones sobre su poder para expulsar a los demonios. Fue en este terreno donde sus exorcismos resultaron más peligrosos, y donde surgió la acusación de expulsar los demonios con el poder de Belcebú.

 

No es casual que sus acusadores fueran miembros de la clase gobernante o de sus funcionarios (los escribas de Mc 3,22). Un dicho de Jesús muestra la hostilidad de Herodes Antipas contra Jesús, y pone de manifiesto que la causa por la que trataba de prenderle eran precisamente sus exorcismos: "Id a decir a ese zorro: he aquí que expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día terminaré mi tarea, pero es necesario que siga camino de Jerusalén, porque un profeta no puede morir fuera de Jerusalén" (Lc 13,31-33). Es significativa la relación que aparece en este dicho entre el hecho de expulsar demonios, la hostilidad de Herodes y la muerte de Jesús como profeta en Jerusalén.

 

Al interpretar la expulsión de los demonios como un signo de la llegada del reinado de Dios, y al integrar sus exorcismos en una estrategia destinada a la restauración de Israel, Jesús amenazaba la estabilidad del orden social. La sorprendente reacción de su propia familia, influida por los rumores de que Jesús estaba poseído (Mc 3,21), así como la extraña reacción de la gente después del exorcismo del endemoniado de Gerasa (Mc 5,17), revelan que sus exorcismos fueron percibidos por la gente sencilla como algo peligroso. Estas reacciones se entienden mejor en conexión con la acusación de los escribas y la persecución de Herodes.

 

Este hecho está relacionado con el tono de las respuestas de Jesús a dicha acusación. En ellas, Jesús habla de un reino dividido (Lc 11,17-19 par.); dice que la expulsión de los demonios forma parte de las hostilidades contra los enemigos de Dios, y es un signo de que su reino está llegando (Lc 11,20 par.). Por eso sus exorcismos deben ser interpretados como una victoria sobre el Fuerte y su casa (Mc 3,27). Para entender por qué todas estas expresiones se han concentrado en este contexto concreto es necesario ambientarlas en la situación social en que nacieron y se transmitieron. Sólo entonces se percibe que el conflicto en torno a Belcebú, que enseguida sube de tono con referencias a reinos divididos y al saqueo de los bienes de un hombre fuerte, tiene que ver con la dimensión económica y política de la posesión. Los «demonios» con los que se enfrenta el «reinado de Dios» no son sólo «fantasmas» ni «espectros», sino las desigualdades sociales, la desnutrición, la violencia endémica, y a la destrucción de las familias en las zonas rurales.

 

Estas connotaciones de la posesión, que a primera vista resultan invisibles para el lector occidental de hoy, nos ayudan a entender mejor el sentido de los exorcismos, y nos descubren por qué Jesús no dejó de realizarlos a pesar del peligro que corría por ello.

 

Los evangelios han conservado varios dichos en los que no sólo rebate la acusación de actuar con el poder del Príncipe de los Demonios, sino que explica el sentido que él daba a sus exorcismos. En el primero de ellos (Mt 12,25-26 par.) Jesús utiliza un argumento muy convincente para negar su relación con Satanás: una casa o un reino divididos no pueden subsistir. En el segundo (Mt 12,27-28 par.) afirma que su poder para expulsar los demonios procede del Espíritu de Dios. Y en el tercero revela que sus exorcismos no reflejan una alianza con Satanás, sino un combate contra él.

 

Estas palabras de Jesús revelan que su enfrentamiento con los demonios es la manifestación de un enfrentamiento más profundo: el que se da entre el Espíritu de Dios y El Príncipe de los demonios. Esto significa que en la liberación personal de los endemoniados y en su reintegración social se revela lo que está ocurriendo en el fondo de la historia. Por eso los exorcismos son un signo de que el Reinado de Dios está llegando a este mundo.

 

En la argumentación de Jesús es muy importante su relación con el Espíritu de Dios. Jesús puede expulsar los demonios porque actúa con la fuerza del Espíritu que recibió en su bautismo. No es casualidad que todos los evangelios sitúen el bautismo de Jesús al comienzo de actuación pública, porque es en este relato donde se revela la fuente de su autoridad para anunciar el Reinado de Dios y hacerlo presente a través de su actuación. Ahora bien, la presencia del Espíritu de Dios en él revela que todo lo que hace debe situarse a un doble nivel: el de su actuación en este mundo, y el de su alcance más allá de este mundo.

 

Los exorcismos revelan mejor que ninguna otra actuación de Jesús esta doble dimensión presente en sus palabras y en sus acciones. Por un lado, su dimensión histórica, es decir, un proyecto que tiene que ver con este mundo, que no se desentiende de la opresión y el sufrimiento, y que tiene como meta su erradicación. Y por otro lado, su dimensión trans-histórica, que tiene que ver, entre otras cosas, con las causas profundas de esta situación. Por eso podemos decir que los exorcismos son la manifestación histórica de un enfrentamiento más profundo: el que se da entre Dios y el Príncipe de este mundo; y en consecuencia son también el signo de que el Reinado de Dios ha comenzado a llegar. La victoria sobre Satanás anunciaba la aurora del reinado de Dios, y el signo de la llegada de este reinado era la liberación personal y la reintegración social de aquellos a quienes la opresión, las desigualdades y otras tensiones sociales habían arrojado a los márgenes.

 

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Sobre el tema de exorcismos y posesiones ver:

 

http://www.mercaba.org/FICHAS/Satan/cartel_satan.htm