EL MAESTRO EN LA BIBLIA


Actas del Seminario internacional sobre
"Jesús, el Maestro"
(Ariccia, 14-24 de octubre de 1996)

por Mons. Gianfranco Ravasi

 

II. Jesús Divino Maestro

Entramos en el Nuevo Testamento y, más particularmente, en los evangelios. El título dado a esta sección, «Jesús Divino Maestro», nos permite trazar un verdadero y propio perfil de la figura de Jesús como didáskalos. Vamos a hacerlo en dos momentos.

1. El retrato de Jesús Maestro

En el Nuevo Testamento se usa el término didáskalos 58 veces, de ellas 48 en los evangelios, prevalentemente aplicado a Jesús; y 95 veces el verbo didáskein, enseñar, dos tercios de ellas en los evangelios, también en este caso prevalentemente aplicado a Jesús. Por tanto Éste es por excelencia el "maestro" de la comunidad cristiana.

Semejante retrato lo esbozamos con tres trazos:

. Jesús es llamado rabbí. Dos pasos entre otros, como ejemplo: Mc 9,5 y 10,51. Es un rabbí que habla en público, como hacían los maestros de Israel: en las sinagogas, en las plazas, en el templo. Jesús es un maestro rodeado de mazetái (discípulos), tiene su escuela.

Además, Jesús usa las técnicas de los maestros, dispone de un cierto utillaje pedagógico, didáctico. Sin duda tiene algo de original, sobre todo un aspecto curioso digno de subrayarlo enseguida: diversamente de los otros rabbí de Israel, él se elige sus discípulos. Justamente lo contrario de lo que hacían los rabbí; éstos se comportaban como los predicadores de Hyde Park: empezaban a hablar en las plazas, y quien se dejaba convencer les seguía. Jesús va en dirección opuesta. Los estudiosos hablan al respecto de una "discontinuidad" del Jesús histórico con el mundo-ambiente y la cultura en que se movía. A los discípulos les dice en los discursos de la última cena: «No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros» (Jn 15,16).

. Jesús es un maestro acreditado. Marcos (1,22) lo dice con frase incisiva: «Les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados». Es un maestro que se yergue no a fuerza de autoritarismo, sino con la autoridad del acreditado. Otro paso de Marcos (12,14) es muy significativo: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. No, tú enseñas de verdad el camino de Dios». Retrato estupendo del verdadero maestro, que no dobla las rodillas, no enseña según conveniencias. ¡Cuántos maestros son falsos en este sentido! «Tú enseñas de verdad el camino de Dios»: otra vez camino y verdad unidos, y concretamente camino y vida juntos.

. La raíz de su enseñanza es transcendente. Dos pasos son emblemáticos al respecto: «No hago nada de por mí, sino que propongo exactamente lo que me ha enseñado (didáskein) el Padre» (Jn 8,28), y «Al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). La enseñanza de Jesús es la enseñanza del misterio del Padre, es una enseñanza transcendente.

Hemos visto algunos rasgos esenciales del retrato de Jesús Maestro. Resumiendo: Jesús es un Maestro histórico, que usa las técnicas del mundo donde está inserto (las parábolas por ejemplo), pero tiene ya algo de diverso y de original, como la elección de los discípulos; además es maestro acreditado y libre; por fin, es un maestro transcendente, que enseña una verdad más allá de los confines del saber humano, pues dimana de una revelación.

2. Las siete cualidades de Cristo Maestro

Por fidelidad a la simbólica de los números y al sistema didascálico frecuente en la Biblia, podemos resumir en siete elementos las cualidades de Cristo Maestro en acción. Con estos siete rasgos (naturalmente ejemplificativos) intentamos representar las modalidades con las que Cristo enseña, cómo presenta su mensaje.

. Cristo es maestro del anuncio fundamental del Reino. Cristo es el anunciador perfecto de la sustancia del mensaje cristiano. Baste recordar el primer pregón de Jesús (redaccional, claro está), tal como nos lo presentan los Sinópticos y la primitiva catequesis cristiana. Lo encontramos bien formulado en Marcos (1,15). Los contenidos del anuncio de Jesús comprenden cuatro elementos: dos según la dimensión teológica y dos según la dimensión antropológica.

a. «Se ha cumplido el plazo», o sea, según el verbo griego pleroún, el tiempo ha llegado a plenitud. Cristo afirma haber venido para dar sentido a la historia. Como dice el título de un ensayo de Conzelmann sobre la teología de Lucas, Cristo es die Mitte der Zeit, el punto del medio, el centro, el quicio del tiempo. Afirmando que «se ha cumplido el plazo», Jesús quiere decir: "Yo doy sentido, con mi palabra y con mi acción, a toda la andadura secular de las obras salvíficas de Dios". El tiempo, compuesto de tantos elementos dispersos, de tantos actos diseminados, recibe un nudo de oro que lo unifica y da sentido.

b. «Está cerca el reinado de Dios». El término griego énguiken (del verbo engúzein) merece nuestra atención, pues tiene varios significados. Ante todo el verbo está en perfecto y por tanto indica el pasado: quiere decir que el reino di Dios ya está actuado, acaecido, instaurado en Cristo. Pero el perfecto en griego indica una acción del pasado cuyo efecto perdura en el presente. Quiere, pues, decir que el reino de Dios está aún en acción hoy. Además, el verbo, semánticamente, indica algo concerniente al futuro: está cercano, próximo. Se subraya, por tanto, que el reino de Dios abraza todas las dimensiones de la historia de la salvación. Nosotros estamos en el hoy, pero participamos de un acontecimiento pasado, cuyo efecto actúa dinámicamente en el hoy, a la espera de la plenitud, o sea de aquella cercanía que está siempre en acción y que se completará sólo al final de la historia. El reino de Dios significa el proyecto de salvación de Dio, que atraviesa toda la historia. Estas son las dos dimensiones de la acción de Dios, que Jesús Maestro anuncia: "el tiempo tiene su plenitud en mí", y "es un tiempo irradiado todo él por el reino de Dios", o sea por la acción el proyecto de gozo, de libertad y de esperanza que Jesús ha venido a anunciar. Por consiguiente:

c. Metanoéite, convertíos, enmendaos. Es la reacción que el creyente o discípulo debe asumir: cambiar de mentalidad y de vida, tras haber escuchado esta lección.

d. Pistéuete tó euanguelio, creed sobre el evangelio, como dice el griego, retranscribiendo el hebreo. En la Biblia el verbo del creer, el amen, rige la preposición be-, que indica "apoyarse sobre" (literalmente, "basarse en"): fundad vuestra vida sobre el evangelio. En esta primera gran lección de Cristo, Maestro del anuncio, encontramos también el contenido de nuestro anuncio: debemos anunciar el reino. Y este anuncio genera conversión y fe; ha de ser acogido en la fe y en la existencia.

. Jesús es un maestro sabio, que usa la parábola, el símbolo, la narración, la paradoja, la imagen fulgurante. Esto se ve leyendo los evangelios; no hace falta añadir más. Respecto a nuestras escuálidas, grises, modestas predicaciones, que pasan por encima de las cabezas de los fieles, Jesús hablaba —como dice un estudioso— pasando por los pies, las manos, el polvo de la tierra. Consideremos, por ejemplo, Lc 11,11-12: «¿Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide un huevo, le va a ofrecer un alacrán?». Jesús habla desde la realidad: en Palestina hay un escorpión —el alacrán blanco y venenoso— parecido a un huevo, que anida en los pedregales del deserto. A partir de esta imagen, construye Jesús de manera natural su lección sobre el amor del Padre. Si tú le pides un huevo, jamás te dará él un escorpión que te envenene. Otro ejemplo: Jesús va a presentar su propia muerte y su función salvífica; los teólogos usarían (y con razón) todas las categorías de la soteriología..., y la gente quedaría insatisfecha. Jesús, en cambio, parte del grano de trigo (Jn 12,24): «Si el grano de trigo, una vez caído en la tierra, no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto». El morir y el entrar en el sepulcro, comparado al morir de la semilla a la que sigue luego el tallo y la espiga, expresa la fecundidad pascual de la muerte de Cristo, y también la del creyente.

Son ejemplares sus parábolas. ¿Cómo enseñar el amor mejor que con la parábola del buen samaritano? Jesús saca brillo al relato cambiando la acentuación desde la objetividad del prójimo: «¿Quién es mi prójimo?», a la subjetividad: «¿Quién se hizo prójimo?», marcando así una radical diferencia en la visión moral cristiana. Igualmente la parábola de las diez vírgenes, sobre el tema de la tensión escatológica. Las parábolas de Jesús parten siempre de la historia concreta, de la existencia: hijos en crisis, porteros nocturnos, relaciones sindicales (parábola de los trabajadores de la viña), jueces corrompidos, previsiones meteorológicas, el ama de casa, los pescadores, los campesinos, la polilla, los pájaros, los lirios, etc. Este modo de hablar introduce la Palabra de Dios en lo cotidiano, fecundándolo.

Un refrán rabínico dice: «Es mucho mejor una pizca de guindilla que un cesto de melones». La enseñanza prolija como el cesto de melones, el hablar en tono gris, incoloro, insípido no aguanta el cotejo con la pizca de guindilla, que logra dar sabor a un montón de comida. Jesús usó también la imagen de la levadura y de la sal, enseñándonos así una comunicación sabrosa, vivaz, incisiva y "narrativa". Hemos de recuperar, siguiendo a Jesús y a la Biblia, nuestra capacidad de comunicación, las grandes dotes de la tradición cristiana para anunciar la fe mediante el relato, la imagen, la belleza, la estética. Aprendamos la lección de von Balthasar y de los grandes autores cristianos del pasado, por ejemplo san Agustín, que poseía todo el rigor incluso del lenguaje formal, cuando era necesario, pero que acostumbraba hacer "teología del tú", del diálogo: una teología-oración, con toda la riqueza de la comunicación humana, que constituye una aventura extraordinaria del espíritu. El mundo es rico, la historia es siempre creativa, nuestro lenguaje va continuamente detrás de la realidad. Borges, el célebre escritor argentino, tiene este verso: «el universo es fluido y cambiante — el lenguaje rígido». Es siempre necesario un esfuerzo para hacer el lenguaje —sobre todo el religioso— cada vez más cálido, más dúctil. Jesús es un gran maestro también en esto.

. Jesús es un maestro paciente, que se adapta a nuestro lento caminar, a nuestro gradual aprendizaje. En el evangelio de Marcos encontramos un Jesús maestro "progresivo", que paulatinamente lleva la luz al discípulo, pasando a través de la oscuridad de las resistencias humanas. Primero lo conduce al reconocimiento de la mesianidad («Tú eres el Cristo»: Mc 8,27-29) y luego le desvela la plenitud, al final del evangelio, cuando el pagano, centurión romano, llega a la fe y dice: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (15,39). ¡Pero qué camino más largo hay que hacer! El camino de la cruz. Jesús, que es un maestro "progresivo", nos hace pasar de la oscuridad a la luz no de una manera desconcertante, sino de modo paciente y lento. El capítulo 9 de Juan (el ciego de nacimiento) ilustra este camino con los títulos cristológicos usados en progresión. Se parte de «ese que se llama Jesús » y se llega a la última frase: «Creo, kyrie, te doy mi adhesión, Señor»: es ya el descubrimiento de Jesús como el kyrios por excelencia, o sea como Dios.

. Jesús maestro polémico. En Lc 11, y más aún en Mt 23, Jesús se presenta también como un maestro polémico, provocador, enojado. Sus siete "ayes" o "maldiciones" (usadas según un género profético presente en Is 5,8ss) son un testimonio de que el verdadero maestro no teme denunciar los males, como hizo por su parte el Bautista: «¡No te está permitido!» (Mt 14,4). El verdadero maestro corre inclusive el riesgo de la impopularidad. Cristo fue condenado también por sus palabras, auténticos latigazos. La expresión del Maestro conoce no la rabia ni la cólera, que son un vicio, pero sí el enojo, que es una virtud: Jesús nos ha revelado a menudo su mensaje mediante una palabra de fuego, como él mismo ha dicho: «No he venido a sembrar paz sino espadas; he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra...» (Mt 10,34-35). Este aspecto hay que recuperarlo también en nuestra comunicación religiosa. No está en contradicción con el precedente: hemos de tener paciencia, pero también, cuando es necesario, hemos de introducir la palabra que desconcierta, la palabra de los profetas: decir "sí sí, no no; todo lo demás viene del maligno" (cfr Mt 5,37). Por justa reacción a una retórica o al énfasis del pasado (¡los grandes predicadores que aterrorizaban!), non debe perderse la dimensión de la palabra que ataca, que no se deja adulterar o mercadear (cfr 2Cor 2,17; 4,2); hemos de reconocer que la Palabra de Dio es frecuentemente, como dijimos, ofensiva.

. Jesús ha sido también un maestro profético, en el sentido auténtico del término. Profeta no es quien ve de lejos, adivinando el futuro. El profeta bíblico es quien interpreta los signos de los tiempos; el hombre del presente, quien actualiza la Palabra. A este respecto es ejemplar el sermón de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16ss): toma la Palabra de Dios según Isaías; la lee y la comenta. ¿Cómo? «Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado . ¡He aquí la actualización! ¡La Palabra di Dios se encarna en un acontecimiento, en una persona presente! Todo el Nuevo Testamento va en esta línea. El Apocalipsis —tantas veces presentado como el horóscopo del fin del mundo— es una lección para las Iglesias de Asia Menor en crisis interna y externa, perseguidas. La Iglesia de Laodicea, por ejemplo (cfr Ap 3,14-22), produce náuseas a Cristo. Es una imagen durísima, expresada con el verbo emésai, vomitar, indicando las bascas de Cristo ante una comunidad tibia. Pues bien, a esa Iglesia en crisis la Palabra de Dios le llega con la función de darle un sentido, de indicarle una meta. El Apocalipsis, en efecto, no enseña el fin del mundo, sino la finalidad del mundo. No es la representación de la destrucción, sino la del término hacia el que estamos orientados. El profeta enseña hacia dónde debemos caminar mientras estamos en la historia, en el presente. En este sentido nos da Lc 24,19 (episodio del viaje a Emaús) la definición de Jesús: «Un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo». Justamente eso es Jesús, "maestro profético".

. Jesús maestro-Moisés. Con una expresión paradójica, Lutero decía: Jesús es el Mosíssimus Moyses, Moisés a la enésima potencia. La referencia va al Discurso de la montaña, que es la plenitud de la Toráh: «Jesús subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y edídasken, se puso a enseñarles así» (Mt 5,1ss). Evidentemente, el Discurso de la montaña es una lección, y tiene lugar en un monte indeterminado (más aún, Lucas, más atento a la historia, fija el discurso en un llano "campestre": Lc 6,17). Tal monte para Mateo es el nuevo Sinaí. Esta lección marca el comienzo del "pentateuco cristiano". Jesús no hace sino llevar a plenitud el mensaje de la Toráh: el suyo es un mensaje que no propone una ley limitada en su secuencia de apartados, artículos o normas, sino una ley tendente al infinito. Jesús enseña la radicalidad: «Sed buenos del todo...», no como un santo, sino «como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt 5,48). Tal es el mensaje cristiano: un infinito viaje en el infinito misterio de Dios. No hay una meta de llegada, vamos siempre más allá hasta entrar en Dios. La enseñanza del verdadero Maestro, del verdadero Moisés cristiano, va unida a una "ansiedad" continua, a una superación sistemática; hay que ir siempre allende. Es justo lo contrario de cierto tipo de enseñanza nuestra, fundada tantas veces sólo en el buen sentido, con un mensaje que podría ser el mínimo común denominador de todas las religiones: una genérica y vaga solidaridad, una imprecisa fe sentimental en Dios. Al contrario, el Mosíssimus Moyses es radical. Teresa de Ávila tiene al respecto dos observaciones: «Los predicadores hoy no mueven ya a conversión porque tienen demasiado buen sentido y les falta el fuego de Cristo». Y tocante a la oración dice: «Señor, líbrame de las necias devociones de los santos cariacontecidos». Es necesario, pues, retomar el anuncio y el compromiso radical del Mosíssimus Moyses.

. Jesús es maestro supremo, el Maestro Divino. ¿Cómo anunciaban los profetas en el Antiguo Testamento? Declaraban: «Koh ‘amar Adonai: Así habla el Señor», es decir, yo soy la boca del Señor. Jesús ha retomado esta frase, pero deformándola de manera casi blasfema: «Egó dé légo hymín»: «pues yo os digo»; «se mandó a los antiguos, pero yo os digo». Una palabra eficaz, imperativa, extrema. Una palabra decisiva frente al mal; una palabra que desafía los tiempos; una palabra eterna. En este contexto es donde hemos de entender la frase: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Es una palabra supremamente "blasfema", porque se arroga todo lo que es de Dios. Más aún, es una palabra tan divina que sigue resonando por los siglos, mediante el Espíritu que Cristo manda a la Iglesia y a cada persona.

Juan 14,26 refiere las palabras de la última noche terrena de Jesús: el Padre, en el nombre de Cristo, mandará el Espíritu Santo y «él os lo irá enseñando todo, recordándoos todo lo que yo os he expuesto». ¿Quién es, pues, el Divino Maestro que continuamente actúa en nosotros ahora, en la Iglesia, en cada individuo y en la comunidad? Es el Espíritu Santo, mandado por el Padre en nombre de Cristo, para "recordar". La memoria bíblica no es una evocación pálida, no es la conmemoración de la fiesta nacional, sino la memoria viva, operante, el memorial celebrativo y eficaz. (regrese al sumario)