Deberes de los legionarios para con María

Los deberes esenciales que tienen los legionarios de María, para con ella son cinco:

Meditar seriamente: en esta devoción y practicarla con celo, es un deber sagrado para con la legión, y constituye un elemento esencial a la calidad de socio de la misma, debiéndose anteponer  su cumplimiento a toda otra obligación legionaria:  María es el alma y la vida del buen legionario, es trazar una imagen muy inferior a la realidad; esta realidad está compendiada por la Iglesia cuando llama a nuestra Señora Madre de la divina gracia, Mediadora de todas las gracias, etc. En estos títulos queda definido el dominio absoluto de María sobre el alma humana: un dominio tal y tan intimo, que no es capaz de expresarlo adecuadamente ni la más estrecha unión en la tierra: la de la madre con su hijo en su seno.  Sin corazón no circula la sangre; sin ojos no hay comunicación con el mundo de los colores; sin aire, de nada vale el aleteo del ave, no hay vuelo posible. Pues más imposible aún es que el alma, sin María, se eleve hasta Dios y cumpla sus designios. Él lo ha querido así. Esta dependencia nuestra de María es constante, aunque no la advirtamos, porque es cosa de Dios, no una creación de la razón o del sentimiento humano. 

La imitación de la humildad: de María es la raíz y el instrumento de toda acción legionaria: El fuego que llamea en el corazón del verdadero legionario prende sólo cuando encuentra unas cualidades que el mundo desconoce y tiene como vil escoria; en particular, la humildad: esa virtud tan poco comprendida y tan menospreciada, cuando es en sí nobilísima y vigorosa, y confiere singular nobleza y mérito a quienes la buscan y se abrazan a ella. La humildad desempeña un papel único en la vida de la Legión. Primero, como instrumento esencial del apostolado legionario: el principal medio de que se vale la Legión para su obra es el contacto personal, y no le será posible ni realizar ni perfeccionar este contacto sino mediante socios dotados de modales henchidos de dulzura y sencillez, que sólo pueden brotar de un corazón sinceramente humilde.

Una autentica devoción: a María obliga al apostolado: «¿No son Jesús y María el nuevo Adán y la nueva Eva, a quienes el árbol de la cruz unió en la congoja y el amor, para reparar la falta cometida en el Edén por nuestros primeros padres? Jesús es la fuente -y María el canal- de las gracias que nos hacen renacer espiritualmente y nos ayudan a reconquistar nuestra patria celestial. Juntamente con el Señor, bendigamos a Aquella a quien Él ha levantado para que sea la Madre de Misericordia, nuestra Reina, nuestra Madre amantísima, Mediadora de sus gracias, dispensadora de sus tesoros. El Hijo de Dios hace a su Madre radiante con la gloria, la majestad y el poder de su propia realeza. Por haber sido Ella unida al Rey de los mártires en su condición de Madre suya, y constituida su colaboradora en la obra estupenda de la Redención de la raza humana, permanece asociada a Él para siempre, revestida de un poder prácticamente ilimitado en la distribución de las gracias que fluyen de la Redención. Su imperio es tan vasto como el de su Hijo, tanto que nada escapa a su dominio» (Pío XII, Discursos del 21 de abril de 1940 y del 13 de mayo de 1945).

Esfuerzo intenso: en el servicio de María.:  Si uno no puede dar de sí más que poco, pero ese poco lo da de todo corazón, seguro que acudirá María con todo su poder de Reina, y cambiará ese débil esfuerzo en fuerzas de gigante. Y si, después de hacer cuanto estaba a su alcance, todavía queda el legionario a mil leguas de la meta deseada, María salvará esa distancia, y dará al trabajo de ambos felicísimo remate. Aunque se diera el legionario a una obra con intensidad diez veces mayor de la que es menester para dejarla perfecta, no se desperdiciaría ni una tilde de su trabajo. Pues, ¿acaso no trabaja sólo por María, y por llevar a cabo los planes y designios de su Reina? Ese superávit lo recibirá María con júbilo, lo multiplicará increíblemente, y abastecerá con él las apremiantes necesidades de la casa del Señor. Nada se pierde de cuanto se confía en manos de la hacendosa Madre de familia de Nazaret. Pero si, por el contrario, el legionario no contribuye por su parte sino tacañamente, quedándose corto en responder a las exigencias razonables de su Reina, entonces Maria se ve con las manos atadas para dar a medida de su corazón. El legionario, con su negligencia, anula el contrato de comunidad de bienes con Maria, que tantos tesoros encierra. ¡Qué pérdida para él y para las almas, quedarse abandonado así a los propios recursos!  María desea dar a manos llenas; pero no puede hacerlo sino mediante el alma generosa.

Los legionarios deberán: emprender la práctica de la "Verdadera devoción a María", de San Luis María de Montfort.  Todo queda en posesión de Maria, todo, hasta el último suspiro, para que Ella disponga de ello a la mayor gloria de Dios. El sacrificar-se así para Dios sobre el ara del corazón de Maria es, en cierto modo, un martirio: un sacrificio muy parecido al de Jesucristo mismo, que lo inició ya en el seno de Maria, lo promulgó públicamente en sus brazos el día de su Presentación, y lo mantuvo durante toda su vida hasta consumaría en el Calvario sobre el ara del corazón sacrificado de su Madre. Esta Verdadera Devoción arranca de un acto formal de consagración, pero consiste esencialmente en vivirla ya desde el primer día, en hacer de ella no un acto aislado, sino un estado habitual. Si a Maria no se le da posesión real y absoluta de esa vida-no de algunos minutos u horas simplemente, el acto de consagración, aunque se repita muchas veces, no vendrá a valer más de lo que puede valer una oración pasajera. Será como un árbol que se plantó, pero que no arraigó.