Catequesis sobre el Credo |
La resurrección (II) |
La resurrección va a afectar no sólo a nuestro espíritu, sino también a nuestro cuerpo. Resucitará la persona entera, cuerpo y espíritu. La Iglesia reconoce que esto es difícil de aceptar, pero insiste en que así fue la resurrección de Cristo. Relación con Cristo: La fe en la resurrección está basada, en la resurrección de Cristo y en la promesa de Cristo de que lo que a Él le ha sucedido nos pasará también a nosotros. Testigos: La resurrección es parte fundamental de la fe cristiana, hasta el punto de que los primeros evangelizadores eran elegidos sólo entre los testigos de la misma. Nuestra fe en la resurrección de los
muertos se basa en el hecho histórico de la resurrección de Cristo. No es,
por lo tanto, un deseo o la sublimación de los anhelos humanos de
perpetuarse después de la muerte, sino la consecuencia lógica de la
resurrección del Señor y de la promesa hecha por Él de que todos
resucitaremos. Revelación progresiva Podría pensarse que la fe en la resurrección de los muertos era algo natural al pueblo judío y que Jesús no hizo otra cosa más que asumirla y, sobre todo, ponerla en práctica tras su muerte. No es así. La fe en la resurrección fue asentándose progresiva y muy lentamente en el patrimonio dogmático del judaísmo, hasta el punto de que, en tiempos de Jesús, había dos corrientes opuestas a propósito de este asunto: los saduceos -que rechazaban la fe en la resurrección- y los fariseos -que la aceptaban-. San Pablo -fariseo antes de su conversión-utilizó estas diferencias en una ocasión para librarse de sus acusadores. Estas diferencias en el seno del judaísmo las recoge el Catecismo en su número 993: “Los fariseos y muchos contemporáneos del Señor esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: ‘Vosotros no conocéis ni las escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error’ (Mc 12,24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que ‘no es un Dios de muertos sino de vivos’ (Mc 12,27)”. Volviendo a la idea precedente, la de la relación entre la resurrección de Cristo y la fe en la resurrección de todos los hombres, no se trata de una mera interpretación, sino que el propio Cristo da pie a creerlo así: “Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: ‘Yo soy la resurrección y la vida’ (Jn 11,25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre. En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos, anunciando así su propia resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del ‘signo de Jonás’ 8Mt 12, 39), del signo del Templo: anuncia su resurrección al tercer día después de su muerte” (nº 994). Compartir la misión La fe en la resurrección está ligada con
Cristo, además, por otro motivo: es una fe que une a quien la tiene con la
misión del Señor. El que cree en la resurrección tiene el deber de anunciar
esa magnífica y esperanzadora noticia a todos los hombres, tiene el deber de
evangelizar. “Ser testigo de Cristo es ser ‘testigo de su resurrección’ (Hch
1,22), ‘haber comido y bebido con él después de su resurrección de entre los
muertos’ (Hch 10,41). La esperanza cristiana en la resurrección está
totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros
resucitaremos como Él, con Él, por Él” (nº 995). Aceptar las críticas Es posible que la fe en la resurrección, sobre todo por lo que conlleva de “resurrección de la carne”, con el misterio de cómo será eso y dónde estarán los resucitados, lleve consigo incomprensión y desprecio por parte de aquellos que, desde el racionalismo, consideran ese tipo de resurrección no sólo improbable sino absurda. A propósito de esto, dice el Catecismo: “Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones. ‘En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne’ (San Agustín). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamenet mortal pueda resucitar a la vida eterna?” (nº 996). Sin embargo, y a pesar de estas dificultades, nuestra fe es clara: resucitaremos nosotros y no una parte de nosotros. El alma sin el cuerpo ya no es la persona que ha vivido. Una reencarnación del alma en otro cuerpo -tanto si es en el cuerpo de un animal o en el de otro hombre- ya no eres tú, sino que es otra persona u otro ser vivo. Por lo tanto, la fe en la resurrección, para ser verdaderamente esperanzadora, debe ir unida a la fe en la resurrección de la carne. Además, y sobre todo, fue así como Cristo resucitó y fue así como nos aseguró que sería nuestra resurrección. Filósofos como el marxista Ernst Bloch, en su “Principio esperanza”, reconocen que es esta fe el secreto del éxito cristiano a la hora de difundirse y suplantar al paganismo. El saber que vas a resucitar tú mismo te ayuda a afrontar las dificultades e incluso el martirio. |