Catequesis sobre el Credo
 
La resurrección (I)


La resurrección de los muertos es uno de los dogmas principales de nuestra fe. No creemos en ello por conveniencia, por utilidad, sino basados en un hecho histórico: la resurrección de Cristo. Si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos.

La resurrección afectará tanto al alma como al cuerpo. Ambos componen una realidad única, indivisible, irrepetible: el ser humano. Por eso los cristianos no creemos en la reencarnación ni en la transmigración, sino en la resurrección. Ésta tendrá lugar al final de los tiempos y afectará a todos.

Origen de esta fe: La fe en la resurrección no se basa en la utilidad, en la necesidad de encontrar un consuelo ante la realidad dura de la muerte. Se basa en la resurrección de Cristo, hecho histórico probado.

Resurrección de la carne: La resurrección afectará al cuerpo y no sólo al alma. El cuerpo resucitado será “glorioso”.

La fe en la resurrección es un punto fundamental del dogma cristiano. Tanto que el propio San Pablo exclamó: “¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. ¡Pero no!. Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que durmieron” (1 Co 15, 12-14.20).

Y es que la resurrección de los muertos está ligada a la resurrección de Cristo. Podemos afirmar que los muertos resucitarán porque Cristo ha resucitado. Es decir, nuestra fe en la resurrección no es fruto de un deseo, de un íntimo anhelo de todo ser humano que sueña con no desaparecer para siempre, o de una especie de mecanismo psicológico para suavizar la dureza de la muerte de los seres queridos o de la propia muerte. Cierto que la fe en la resurrección nos aporta un gran consuelo y nos abre de lleno las puertas de la esperanza, pero si creemos en ella no es por las consecuencias sino porque estamos ante un hecho histórico, comprobable, real.

Un hecho histórico

Este hecho histórico no es, evidentemente, nuestra propia resurrección, que aún está por venir, sino la resurrección de Cristo. Porque Cristo resucitó sabemos que la resurrección existe, una resurrección que afecta no sólo a Jesús de Nazaret sino a todos los seres humanos.
El Catecismo lo dice con toda claridad: “Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día. Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad” (nº 989).

Es necesario insistir en esto para que quede bien claro: la fe en la resurrección no se basa en un deseo, no se trata de creer algo por el hecho de que al hacerlo uno se siente mejor. Tenemos fe en la resurrección porque Cristo ha resucitado. La resurrección de Cristo es una prueba irrefutable de que la resurrección existe. Nosotros sabesmos que resucitaremos porque Él, que resucitó, nos ha dicho que su resurrección no es única ni exclusiva, sino que es la primera de todas, la puerta que abre paso a la de todos los hombres.

De la carne

Pero la fe en la resurrección lleva un calificativo. No creemos en cualquier tipo de resurrección, sino en la “resurrección de la carne”. El Catecismo lo explica así: “El término ‘carne’ designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La ‘resurrección de la carne’ significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros ‘cuerpos mortales’ volverán a tener vida” (nº 990).

Conviene recalcar bien este punto, sobre todo para distinguir la fe en la resurrección que tenemos los católicos de otro tipo de creencias como la budista o la hinduista. Si lo único que pervive tras la muerte es el alma, entonces sí sería posible que ese alma se introdujera en diferentes cuerpos, que no serían otra cosa para ella más que caparazones que toma y deja, al modo que lo hacen los crustáceos o las serpientes. Pero el cuerpo no es una cáscara sin valor que sólo sirve de soporte físico del alma. El ser humano no es el alma, sino que es una realidad única compuesta de dos dimensiones: una corporal y otra espiritual, a las que llamamos cuerpo y alma. A cada cuerpo le corresponde un alma y viceversa. Ambos están unidos para siempre y son ambos los que componen ese ser humano único e irrepetible. Por eso, cuando la Iglesia habla de la “resurrección de la carne” está diciendo que la vida eterna no afecta sólo a la parte espiritual del hombre, sino a todo el hombre, también a su parte material. Y por eso precisamente los cristianos no creemos en la transmigración de las almas o en la reencarnación, pues a cada alma le corresponde sólo un cuerpo y éste ya lo tuvo una vez para siempre.
Falta por saber cómo será eso y cuándo. El Catecismo dice, poniendo una vez más al Señor resucitado como modelo de nuestra resurrección: “Cristo resucitó con su propio cuerpo: ‘Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo’ (Lc 24,39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora, pero este cuerpo será transfigurado en cuerpo de gloria, en cuerpo espiritual” (nº 999). Y en el número siguiente añade: “Este ‘cómo’ sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo” (nº 1000).
En cuanto al “cuándo”, el Catecismo nos enseña que será “sin duda en el ‘último día’ (Jn 6, 39-40.44.54; 11,24); al fin del mundo. En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo: ‘El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar’ (1 Ts 4,16)” (nº 1001).

¿Quién resucitará?

También es importante saber que la resurrección va a afectar absolutamente a todos, tanto malos como buenos. “Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 29).

Para terminar este punto, nada mejor que la magnífica definición de resurrección del Catecismo: “En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús” (nº 997).