Catequesis sobre el Credo
La Iglesia (XI)

La vida consagrada se caracteriza por la emisión y práctica de los tres votos: el de castidad, el de pobreza y el de obediencia. Los votos tienen como misión liberara a la persona de todo apego para dejarla más disponible para el amor a Dios y el servicio al prójimo, servicio espiritual o social.
Hay muchas formas de vida consagrada. La más conocida y numerosa es la vida religiosa, que a su vez tienen múltiples formas. Están también los ermitaños, las “vírgenes consagradas”, los institutos seculares, las sociedades de vida apostólica y los movimientos.

¿Quiénes son los consagrados?: Todos los bautizados que emiten y practican los tres votos.
¿Para qué sirven los votos?: Para ayudar a quien los hace a vivir la principal de las virtudes, que es la caridad.
¿Cuántas formas hay de consagración?: ;uchas. La más numerosa es la vida religiosa y la más nueva los movimientos.

Los consagrados constituyen el tercer y último grupo en el que se pueden clasificar los bautizados. A su vez, están subdivididos en diferentes categorías que veremos después. Todas ellas tienen en común, sin embargo, la profesión de los llamados “consejos evangélicos”: los tres votos, el de pobreza, el de castidad y el de obediencia.
En realidad, los “consejos evangélicos” están propuestos para todos los cristianos (nº 915), pero sólo un sector del pueblo de Dios los asume como algo que se convierte para ellos en obligatorio. Este sector, al asumir el compromiso de practicar los tres votos, se convierten en personas consagradas a Dios. “La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la vida consagrada a Dios” (nº 915).

Intimidad con Dios

La Iglesia no considera la vida consagrada como el camino hacia la santidad por excelencia, como si hubiera una “primera división” en la Iglesia a la que pertenecen los religiosos y los sacerdotes y una “segunda división” a la que pertenecerían los seglares. Sin embargo, sí que admite que mediante la práctica de los tres votos, se produce una unión mayor con el Señor: “El estado religioso aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración ‘más íntima’ que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro” (nº 916).
Tiene que quedar claro que los votos son un instrumento al servicio de la virtud por excelencia, que es la caridad. La pobreza te libera del apego a las cosas terrenas, del legítimo derecho a la propiedad privada incluso, para ponerte al servicio del Dios que se hizo pobre para hacerse uno con los pobres y salvar a los pobres. La castidad te libera del legítimo apego a una familia para que ames al Señor con un corazón indiviso y puedas estar más libre en el servicio a Él y a sus boras, especialmente a los que no tienen a nadie que les quiera o que les ayude. La obediencia -quizá la más difícil de todas las virtudes- te libera de lo más profundo de ti que es el apego a tus propias ideas, a tu concepción de las cosas y de cómo han de hacerse esas cosas, para, en último extremo, ponerte en manos de otra persona, posiblemente más limitada y corta de luces que tú, sabiendo que a pesar de sus imperfecciones e incluso de sus errores, Dios hará que lo que te mande sea para el bien, para el mejor bien posible. Los votos son, por lo tanto, instrumentos de purificación que ayudan a quien los practica a estar más disponible para amar. Han de verse en relación con la caridad, con el amor. Por eso, una persona consagrada no es alguien que renuncia a amar, sino que, precisamente porque se ha decidido a hacer del amor el objetivo de su vida, hace esos tres votos para que su amor sea más auténtico y esté purificado de todo apego o de toda limitación.

Variedad de formas

La vida consagrada se ha practicado, a lo largo de los dos mil años de vida de la Iglesia, de muchas maneras. Una de ellas es la vida eremítica, que se puede ejercer en total aislamiento o viviendo en una comunidad cuyos miembros tienen entre sí una relación mínima, aunque no por ello ausente de caridad.
Otra forma es la de las “vírgenes consagradas”, que son mujeres que hacen los tres votos -el de obediencia es al obispo- y que permanecen en sus casas sin entrar en institución alguna, vinculadas a la diócesis y sirviendo a la Iglesia diocesana como ésta les necesita.
Después está la vida religiosa, que es la forma de vida consagrada más conocida. Son las Órdenes y Congregaciones religiosas. Integradas por miles de hombres y mujeres, son el orgullo de la Iglesia. Están presentes en todos los campos y actividades, desde las clausuras hasta las Universidades, desde el cuidado de los ancianos y niños hasta la asistencia a los nuevos pobres: emigrantes, refugiados, enfermos de sida. Dentro de este grupo están las instituciones misioneras, sin las cuales el Evangelio no habría sido difundido por doquier. La Iglesia debe mucho a la vida religiosa y aunque ahora pase un periodo de crisis, todavía son imprescindibles para la Iglesia, sobre todo por ser las portadoras de los grandes carismas de espiritualidad vertidos por el Espíritu Santo en sus fundadores.
Luego están los institutos seculares. De ellos, el Catecismo dice: “Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del munso sobre todo desde dentro de él” (nº 928). Se diferencian, pues, de los religiosos en que su misión es estar en el mundo, por lo cual no suelen vestir con hábito. Pueden vivir en comunidad o no hacerlo, según las características propias de cada instituto.
Por último, las sociedades de vida apostólica. Los miembros de éstas no tienen necesariamene que hacer los votos, aunque hay instituciones que sí los exigen a sus miembros. En cambio sí que es preciso que tengan vida en común, siempre con las excepciones que en cada caso la Iglesia apruebe al aprobar las Constituciones del instituto.

Nuevos movimientos

Una realidad nueva es la de los movimientos de espiritualidad. A caballo entre los tres grupos citados -jerarquía, laicos y consagrados- incluye miembros de todos ellos. De momento, están inscritos en el Pontificio Consejo para los Laicos, pues son los laicos los que -como es lógico- más abundan entre sus miembros. Está en estudio en el Vaticano la cuestión de la incardinación de sus sacerdotes, que hasta ahora figuran como sacerdotes diocesanos.