La vida consagrada se
caracteriza por la emisión y práctica de los tres votos: el de castidad, el
de pobreza y el de obediencia. Los votos tienen como misión liberara a la
persona de todo apego para dejarla más disponible para el amor a Dios y el
servicio al prójimo, servicio espiritual o social.
Hay muchas formas de vida consagrada. La más conocida y numerosa es la vida
religiosa, que a su vez tienen múltiples formas. Están también los
ermitaños, las “vírgenes consagradas”, los institutos seculares, las
sociedades de vida apostólica y los movimientos.
¿Quiénes son los
consagrados?: Todos los bautizados que emiten y practican los tres
votos.
¿Para qué sirven los votos?: Para ayudar a quien los hace a vivir la
principal de las virtudes, que es la caridad.
¿Cuántas formas hay de consagración?: ;uchas. La más numerosa es la
vida religiosa y la más nueva los movimientos.
Los consagrados constituyen el tercer y
último grupo en el que se pueden clasificar los bautizados. A su vez, están
subdivididos en diferentes categorías que veremos después. Todas ellas
tienen en común, sin embargo, la profesión de los llamados “consejos
evangélicos”: los tres votos, el de pobreza, el de castidad y el de
obediencia.
En realidad, los “consejos evangélicos” están propuestos para todos los
cristianos (nº 915), pero sólo un sector del pueblo de Dios los asume como
algo que se convierte para ellos en obligatorio. Este sector, al asumir el
compromiso de practicar los tres votos, se convierten en personas
consagradas a Dios. “La profesión de estos consejos en un estado de vida
estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la vida consagrada a
Dios” (nº 915).
Intimidad con Dios
La Iglesia no considera la vida consagrada
como el camino hacia la santidad por excelencia, como si hubiera una
“primera división” en la Iglesia a la que pertenecen los religiosos y los
sacerdotes y una “segunda división” a la que pertenecerían los seglares. Sin
embargo, sí que admite que mediante la práctica de los tres votos, se
produce una unión mayor con el Señor: “El estado religioso aparece por
consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración ‘más íntima’
que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida
consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu
Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de
todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino,
significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro” (nº 916).
Tiene que quedar claro que los votos son un instrumento al servicio de la
virtud por excelencia, que es la caridad. La pobreza te libera del apego a
las cosas terrenas, del legítimo derecho a la propiedad privada incluso,
para ponerte al servicio del Dios que se hizo pobre para hacerse uno con los
pobres y salvar a los pobres. La castidad te libera del legítimo apego a una
familia para que ames al Señor con un corazón indiviso y puedas estar más
libre en el servicio a Él y a sus boras, especialmente a los que no tienen a
nadie que les quiera o que les ayude. La obediencia -quizá la más difícil de
todas las virtudes- te libera de lo más profundo de ti que es el apego a tus
propias ideas, a tu concepción de las cosas y de cómo han de hacerse esas
cosas, para, en último extremo, ponerte en manos de otra persona,
posiblemente más limitada y corta de luces que tú, sabiendo que a pesar de
sus imperfecciones e incluso de sus errores, Dios hará que lo que te mande
sea para el bien, para el mejor bien posible. Los votos son, por lo tanto,
instrumentos de purificación que ayudan a quien los practica a estar más
disponible para amar. Han de verse en relación con la caridad, con el amor.
Por eso, una persona consagrada no es alguien que renuncia a amar, sino que,
precisamente porque se ha decidido a hacer del amor el objetivo de su vida,
hace esos tres votos para que su amor sea más auténtico y esté purificado de
todo apego o de toda limitación.
Variedad de formas
La vida consagrada se ha practicado, a lo
largo de los dos mil años de vida de la Iglesia, de muchas maneras. Una de
ellas es la vida eremítica, que se puede ejercer en total aislamiento o
viviendo en una comunidad cuyos miembros tienen entre sí una relación
mínima, aunque no por ello ausente de caridad.
Otra forma es la de las “vírgenes consagradas”, que son mujeres que hacen
los tres votos -el de obediencia es al obispo- y que permanecen en sus casas
sin entrar en institución alguna, vinculadas a la diócesis y sirviendo a la
Iglesia diocesana como ésta les necesita.
Después está la vida religiosa, que es la forma de vida consagrada más
conocida. Son las Órdenes y Congregaciones religiosas. Integradas por miles
de hombres y mujeres, son el orgullo de la Iglesia. Están presentes en todos
los campos y actividades, desde las clausuras hasta las Universidades, desde
el cuidado de los ancianos y niños hasta la asistencia a los nuevos pobres:
emigrantes, refugiados, enfermos de sida. Dentro de este grupo están las
instituciones misioneras, sin las cuales el Evangelio no habría sido
difundido por doquier. La Iglesia debe mucho a la vida religiosa y aunque
ahora pase un periodo de crisis, todavía son imprescindibles para la
Iglesia, sobre todo por ser las portadoras de los grandes carismas de
espiritualidad vertidos por el Espíritu Santo en sus fundadores.
Luego están los institutos seculares. De ellos, el Catecismo dice: “Un
instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles,
viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a
procurar la santificación del munso sobre todo desde dentro de él” (nº 928).
Se diferencian, pues, de los religiosos en que su misión es estar en el
mundo, por lo cual no suelen vestir con hábito. Pueden vivir en comunidad o
no hacerlo, según las características propias de cada instituto.
Por último, las sociedades de vida apostólica. Los miembros de éstas no
tienen necesariamene que hacer los votos, aunque hay instituciones que sí
los exigen a sus miembros. En cambio sí que es preciso que tengan vida en
común, siempre con las excepciones que en cada caso la Iglesia apruebe al
aprobar las Constituciones del instituto.
Nuevos movimientos
Una realidad nueva es la de los movimientos
de espiritualidad. A caballo entre los tres grupos citados -jerarquía,
laicos y consagrados- incluye miembros de todos ellos. De momento, están
inscritos en el Pontificio Consejo para los Laicos, pues son los laicos los
que -como es lógico- más abundan entre sus miembros. Está en estudio en el
Vaticano la cuestión de la incardinación de sus sacerdotes, que hasta ahora
figuran como sacerdotes diocesanos. |