Los laicos son aquellos
bautizados que no pertencen al orden sacerdotal o a la vida consagrada.
Su misión preferente es la transformación del mundo y la familia. En el
primer ámbito de trabajo, deben procurar que la sociedad quede impregnada de
los valores evangélicos. En el segundo, que reine la armonía y la justicia
en el hogar y que se transmita la fe a los hijos.
Los laicos también ocupan un puesto importante en el interior de la Iglesia,
como acólitos, lectores o catequistas y asesorando a los sacerdotes.
¿Quiénes son los
laicos?: Todos los bautizados que no son sacerdotes ni religiosos.
¿Cuál es su misión?: Instaurar la paz y la justicia en el mundo,
procurar que haya amor en la familia y que se transmita la fe.
¿Cuál es su papel en la Iglesia?: Colaborar en la evangelización de
la sociedad, ser catequistas y asesorar al clero.
Tras analizar la misión de los obispos y
del Papa como cabeza del colegio episcopal, el Catecismo habla de los
laicos. Los define, según el Concilio Vaticano II, como “todos los
cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso
reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a
Cristo por el bautismo, que forman parte del Pueblo de Dios y que participan
de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey” (nº 897).
Vocación del laico
La vocación primera de los laicos es la
santificación del mundo, es decir el trabajo para que el mundo quede
impregnado de los valores evangélicos lo más posible y sea cuanto más mejor
un reflejo del Reino de Dios que Cristo vino a instaurar en la tierra.
También volviendo a citar al Concilio, el Catecismo afirma: A ellos de
manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades
temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas
lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para la alabanza del
Creador y Redentor” (nº 898).
Esto significa que la Iglesia ve, ante todo, al laico como aquel que no debe
huir de la sociedad y de sus problemas, sino que tiene que permanecer
inserto en ellas para transformarlas. Esas realidades son tan variadas como
manifestaciones tiene la vida misma, pero quizá algunas son especialmente
importantes o decisivas en nuestra época y conviene señalarlas. A saber: la
política, la economía, la educación, la sanidad, los medios de comunicación
y la cultura. En estas áreas más que en otras se están librando hoy las
batallas más difíciles donde se está jugando el destino de la Humanidad. Los
laicos tienen que participar en política con su voto y también, si ellos lo
ven oportuno, con la militancia en partidos y sindicatos, siempre que esa
militancia sea consecuente con su condición de cristianos y no les suponga
defender en el partido tesis contrarias a la moral católica. En segundo
lugar está el campo económico, en el cual todos esamos inmersos de una
manera u otra y en el que los laicos deben procurar actuar según la doctrina
social de la Iglesia, iluminada por las tres encíclicas sociales de Juan
Pablo II. Especialmente en la última, la “Centessimus annus”, el Papa da el
visto bueno al capitalismo siempre que éste no se convierta en “salvaje” o
ajeno a las necesidades de los hombres, a sus derechos y a la solidaridad.
Educación y sanidad
Después vienen los ámbitos de la educación
y de la sanidad, que también de una manera u otro afectan a todos; en ellos
el laico cristiano debe intervenir -por ejemplo en las asociaciones de
padres- para lograr que la educación refleje los valores contenidos en la
declaración de los Derechos Humanos de la ONU y para que sea posible una
educación en la fe cristiana en igualdad de condiciones, tanto en centros
públicos como en privados, para aquellos que la soliciten. En cuanto a la
sanidad, hay que garantizar el derecho de los profesionales a ver respetada
su conciencia en temas como el aborto y la eutanasia -también el derecho de
los farmacéuticos a no dispensar fármacos que atenten contra la vida humana-
y a procurar que las leyes defiendan el derecho a la vida, tanto del no
nacido como del enfermo terminal o el anciano.
Por último, los medios de comunicación y la cultura son dos lugares
emergentes donde se juega de manera muy especial el futuro del mundo. El
respeto a la verdad debe ser prioritario, intentando que ni el
sensacionalismo se convierta en el criterio de actuación, ni lo
esperpéntico, grosero o transgresor sea por sí mismo sinónimo de progresista
y culto.
Además de esta vocación a ser fermento en medio del mundo, el laico está
llamado a ser apóstol, lo cual está unido a lo anterior. En una situación
como la actual, donde la mayoría no tiene ya contacto permanente con la
Iglesia, el seglar es la Iglesia que toma contacto con esa mayoría. En los
centros de estudio o de trabajo, pero también en los de diversión y
esparcimiento, el laico cristiano no puede olvidar que es testigo de Cristo.
Su comportamiento, en primer lugar, debe atraer hacia él las miradas de los
que le rodean, llamando la atención por su honestidad y competencia
profesional, por su disponibilidad para ayudar a los demás, por el rechazo a
todo tipo de corrupción. Después, cuando alguno le pregunte el por qué de su
comportamiento, podrá señalar a Cristo como motivo último y como fuerza
imprescindible sin la cual no podría ser así.
La familia
El laico se desenvuelve también de forma
prioritaria en la familia. Tanto si está casado como si es soltero, la
familia -no sólo la esposa o esposo y los hijos, sino también los padres,
tíos y demás parientes- son un lugar preferente donde desempeñar la función
de testigos de Cristo y de evangelizadores. El Catecismo lo reconoce así
cuando afirma: “De manera particular, los padres participan de la misión de
santificación impregnando de espíritu cristiano la vida conyugal y
procurando la educación cristiana de los hijos” (nº 902).
La familia cristiana no es, sin embargo, un universo cerrado en sí mismo.
Siempre debe estar abierta a la sociedad, especialmente a las necesidades de
los pobres y nunca se podrán justificar violaciones a los mandamientos de la
ley de Dios -como el no matar o el no robar, por ejemplo- en nombre de los
intereses familiares.
Por último, el Catecismo reconoce que el laico también tiene un puesto en el
trabajo apostólico que se lleva a cabo en el seno de la Iglesia misma. Por
ejemplo ejerciendo de lectores o acólitos (nº 903), en la catequesis (nº
906). Y también “tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de
su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los
pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la
Iglesia” (nº 907).
Catequesis sobre el
Credo
Cuestionario sobre la Iglesia (XII)
84.- ¿Sólo a través de
los sacramentos se recibe ayuda para alcanzar la santidad?. 85.- ¿El
obispo debe procurar sólo la santificación de los demás?. 86.- ¿En qué
consiste la misión de gobernar?. 87.- ¿La autoridad del obispo es
ilimitada?. 88.- ¿Cómo y cuándo mandar?. 89- ¿Quiénes son los laicos?.
90.- ¿Cuál es la misión primera de un laico?. 91.- ¿Dónde debe realizar
el laico su misión?
84.- ¿Sólo a través de los sacramentos
se recibe ayuda para alcanzar la santidad?
“Naturalmente, los sacramentos no son la únicas vías de recepción de la
gracia de Dios que colaboran en la santificación de los fieles, aunque
sean las primeras, las más importantes. Junto a ellos están otros, como
por ejemplo la oración. De forma especial es importante que se permita
al fiel estar en contacto con el Señor en la Eucaristía, no sólo durante
la misa sino también fuera de ella. Para esto es conveniente y necesario
que los templos estén abiertos lo más posible -aunque por desgracia en
muchos casos esto resulta muy difícil por razones de seguridad- y que se
lleven a cabo exposiciones del Santísimo, en las cuales el fiel tiene la
oportunidad de encontrarse en el recogimiento de la oración con el Señor
presente en la Eucaristía. Un programa pastoral en el que no se tienen
en cuenta el cuidado exquisito de los sacramentos y el alimento
espiritual del pueblo mediante la oración y la adoración, será siempre
incompleta y con frecuencia adolecerá también de otros defectos que a
veces podrán ser muy graves”.
85.- ¿El obispo debe procurar sólo la
santificación de los demás?
“La misión de santificar encomendada al obispo no se agota con lo ya
dicho y tiene como elemento necesario la de "santificarse", es decir la
de ser uno más en el camino hacia la santidad. San Agustín lo decía muy
claro: "Soy obispo para vosotros y cristiano con vosotros". El reciente
Sínodo de los Obispos dedicado a estudiar la función del obispo lo ha
destacado reiteradamente”.
86.- ¿En qué consiste la misión de
gobernar?
"La tercera misión es la de gobernar. La ejercen los obispos "con su
autoridad y potestad sagrada" (nº 894). "Esta potestad, que desempeñan
personalmente en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e inmediata. Su
ejercicio, sin embargo, está regulado en último término por la suprema
autoridad de la Iglesia. Pero no se debe considerar a los obispos como
vicarios del Papa, cuya autoridad ordinaria e inmediata sobre toda la
Iglesia no anula la de ellos, sino que, al contrario, la confirma y
tutela. Esta autoridad debe ejercerse en comunión con toda la Iglesia
bajo la guía del Papa" (nº 895)”.
87.- ¿La autoridad del obispo es
ilimitada?
“La autoridad del obispo está limitada a la que la Iglesia le confiere y
no puede extralimitarse de ella, bien vulnerando los derechos de los
fieles, bien mandando cosas que la Iglesia no permita. El Papa es el
garante de que eso se produzca así”.
88.- ¿Cómo y cuándo mandar?
"La cuestión está en saber cuándo y cómo tiene que mandar el obispo. Es
decir, la relación entre prudencia y ejercicio de gobierno, tan difícil
de aplicar y fuente de tantos conflictos en la práctica. El Catecismo
dice a propósito de esto: "El Buen Pastor será el modelo y la forma de
la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades, el
obispo puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse
nunca a escuchar a sus súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos.
Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia
a Cristo y como Jesucristo al Padre" (nº 896)”.
89.- ¿Quiénes son los laicos?
“Tras analizar la misión de los obispos y del Papa, el Catecismo habla
de los laicos. Los define, según el Vaticano II, como "todos los
cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado
religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están
incorporados a Cristo por el bautismo, que forman parte del Pueblo de
Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y
Rey" (nº 897)".
90.- ¿Cuál es la misión primera de un
laico?
“La vocación, la misión primera de los laicos es la santificación del
mundo, el trabajo para que el mundo quede impregnado de los valores
evangélicos lo más posible y sea lo más posible un reflejo del Reino de
Dios que Cristo vino a instaurar en la tierra. También volviendo a citar
al Concilio, el Catecismo afirma: A ellos de manera especial les
corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las
que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser
según Cristo, se desarrollen y sean para la alabanza del Creador y
Redentor" (nº 898)”.
91.- ¿Dónde debe realizar el laico su
misión?
“La Iglesia ve, ante todo, al laico como aquel que no debe huir de la
sociedad y de sus problemas, sino que tiene que permanecer inserto en
ella para transformarla. Debe hacerse presente sobre todo en la
política, la economía, la educación, la sanidad, los medios de
comunicación y la cultura. En estas áreas más que en otras se están
librando hoy las batallas más difíciles donde se está jugando el destino
de la Humanidad. Los laicos tienen que participar en política con su
voto y también, si lo ven oportuno, con la militancia en partidos y
sindicatos, siempre que esa militancia sea consecuente con su condición
de cristianos y no les suponga defender en el partido tesis contrarias a
la moral católica. En segundo lugar está el campo económico, en el que
los laicos deben procurar actuar según la doctrina social de la Iglesia,
iluminada por las tres encíclicas sociales de Juan Pablo II.
Especialmente en la última, la "Centessimus annus", el Papa da el visto
bueno al capitalismo siempre que éste no se convierta en "salvaje" o
ajeno a las necesidades de los hombres, a sus derechos y a la
solidaridad. Después vienen los ámbitos de la educación y de la sanidad;
en ellos el laico cristiano debe intervenir -por ejemplo en las
asociaciones de padres- para lograr que la educación refleje los valores
contenidos en la declaración de los Derechos Humanos y para que sea
posible una educación en la fe cristiana en igualdad de condiciones,
tanto en centros públicos como en privados, para aquellos que la
soliciten. En cuanto a la sanidad, hay que garantizar el derecho de los
profesionales a ver respetada su conciencia en temas como el aborto y la
eutanasia -también el derecho de los farmacéuticos a no dispensar
fármacos que atenten contra la vida humana- y a procurar que las leyes
defiendan el derecho a la vida, tanto del no nacido como del enfermo
terminal o el anciano. Por último, los medios de comunicación y la
cultura son dos lugares emergentes donde se juega de manera muy especial
el futuro del mundo. El respeto a la verdad debe ser prioritario,
intentando que ni el sensacionalismo se convierta en el criterio de
actuación, ni lo esperpéntico, grosero o transgresor sea por sí mismo
sinónimo de progresista y culto”.
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