Catequesis sobre el Credo
 
La Iglesia (IV)

 

La misión de la Iglesia es, ante todo, espiritual. Ella misma lo expresa diciendo que su deber primordial es ser “instrumento de salvación universal”. La Iglesia debe cumplir la tarea de poner a los hombres en contacto con Dios y de aportarles a éstos la fuerza de Dios, la gracia de Dios, que necesitan para santificarse. Esto lo lleva a cabo a través de los siete sacramentos.

Sólo si cumple esta tarea llevará a cabo una consecuencia necesaria de la misma: la de contribuir al bien material de los hombres, trabajando por la justicia y la paz.

Misión de la Iglesia:

La Iglesia es “instrumento de salvación universal”. La misión que Cristo quiso para su Iglesia es de orden espiritual: favorecer la salvación de los hombres. Cuando cumple esta misión, realiza a la vez otra de orden material y se convierte en instrumento de paz, de justicia, de defensa de los derechos humanos.

Siguiendo con la cuestión de la misión de la Iglesia, y establecido ya que ésta no depende de los hombres que forman parte de la misma en cada momento de la historia, sino de los deseos de su fundador, Jesucristo, hay que especificar ahora en qué consiste dicha misión.

Para explicarlo, el Catecismo empieza por aclarar el significado de la palabra “sacramento”. Se utiliza para referirse al “signo visible de una realidad oculta”. “En este sentido -dice el Catecismo-, Cristo es Él mismo el Misterio de la salvación. La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia. Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada ‘sacramento’” (nº 774).

Sacramento de salvación

La misión de la Iglesia, por lo tanto, sería ser un sacramento de salvación, y esto no por méritos de los cristianos que viven en cada momento de la historia, sino porque una parte de la Iglesia -su cabeza- es Cristo y Cristo es el sacramento, el instrumento, de la salvación de todos los hombres.
Este aspecto sacramental de la Iglesia, que constituye su primordial misión, implica dos cosas. Primero, que es signo visible de una realidad oculta; es decir, que la salvación que ella aporta es sólo un aspecto de otra salvación más amplia, la que Dios otorga a cada persona. Segundo, que, como sacramento, ella misma lleva en sí la gracia de Dios y la lleva y distribuye precisamente a través de los siete sacramentos.

De este modo, la Iglesia-sacramento nos señala hacia otra realidad más alta, Dios, por un lado y, por otro, nos está dando ya instrumentos de salvación a través de los sacramentos.

Misión primordial

Pero la afirmación de que la Iglesia es sacramento de salvación nos enseña otra cosa: que su principal misión es la de contribuir a la salvación. La tarea de la Iglesia, por lo tanto, no es en primer lugar la de acabar con el hambre en el mundo, con las guerras, con las injusticia, o la de instaurar la democracia y el respeto a los derechos humanos o el respeto a la naturaleza. Esas tareas, en las que la Iglesia tiene el deber de contribuir con todas sus fuerzas, no son su objetivo primordial. La Iglesia tiene la obligación de ser, ante todo, un vehículo de comunicación entre Dios y los hombres, un instrumento de salvación de orden fundamentalmente espiritual. Precisamente será a través de la realización de esa tarea primordial como llevará a cabo la otra, la de colaborar en la mejora de las condiciones de vida del hombre en la tierra.

Cuando la Iglesia pone al hombre en contacto con Dios, cuando a través de los sacramentos le da la fuerza que necesita para ser santo, está contribuyendo de una manera excepcional a que haya justicia, a que se respeten los derechos humanos, a que no haya violencia y a que no haya hambre. Serán muchos -deberían ser todos- los cristianos que, llenos de Dios, se lancen a trabajar por la paz y la justicia, aunque no baste un mundo justo y en paz para considerar que el Reino de Dios está plenamente implantado entre los hombres.

Cuando la Iglesia cumple su misión espiritual lleva a cabo a la vez otra misión que podríamos calificar de tipo material. Ahí está la historia para demostrarlo. Han sido precisamente los santos los que han fundado familias religiosas dedicadas a curar enfermos, a educar, a defender y redimir cautivos, a acoger ancianos y niños abandonados, a prestar auxilio a los enfermos de sida. Son los misioneros de hoy, como los de cualquier época anterior, los primeros en convertirse en promotores de bienestar social construyendo carreteras y pozos, abriendo escuelas o poniendo en marcha desde hospitales hasta fábricas. Pero todo eso no es más que la consecuencia inmediata y lógica de una raíz precedente: la dimensión espiritual. Si la raíz se seca o debilita, los frutos desaparecerán. Si la raíz es fuerte, si la dimensión espiritual de la Iglesia es vigorosa, los resultados incluso materiales serán beneficiosos para todos los hombres.
La afirmación del Catecismo va un poco más allá. Dice que “la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano” (nº 775). Esto lo afirma porque “la comunión de los hombres radica en la unión con Dios”. Una prueba de ello la da la propia Iglesia, constituida por hombres de toda raza, pueblo y lengua.

Sacramento universal

Aparece así la cuestión tan debatida sobre si la Iglesia es un sacramento universal de salvación o, dicho de otro modo y expresado a la antigua, si fuera de la Iglesia hay o no salvación.

El Concilio (LG 48) no dudó en decir de la Iglesia que es “sacramento universal de salvación”. Y en Gaudium et Spes (45,1) afirma que por medio de ella Cristo “manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre”.

La salvación de Dios en Cristo, enseña la Iglesia, ha sido ofrecida a todos los hombres y no sólo a los que forman parte de su Iglesia. Está claro cómo pueden alcanzar la salvación los cristianos, pues para ellos la Iglesia es un sacramento de salvación que les aporta la gracia de Dios a través precisamente de los sacramentos. En cuanto a los no cristianos, la Iglesia es sacramento en el sentido de apuntar a esa otra realidad más profunda y misteriosa que se pondrá de manifiesto en el juicio de Dios, en el que el Señor, que conoce hasta lo más recóndito del hombre, juzgará a cada uno según su conciencia. Los no cristianos, por lo tanto, se pueden salvar, pero no cuentan para lograrlo con los sacramentos, a través de los cuales los cristianos reciben la fuerza de Dios para procurar su santificación.