Catequesis sobre el Credo
 
La Iglesia (III)

 

La misión de la Iglesia está determinada por la voluntad de su fundador, Jesucristo. La Iglesia no es una institución humana, como una empresa o un parlamento, que se da continuamente leyes a sí misma y que modifica sus objetivos según las circunstancias histórica. El servicio que la Iglesia puede prestar en cada momento concreto a la sociedad está enraizado en su capacidad para ser fiel a los designios de su fundador, para ser fiel a sí misma. Esto, dice el Catecismo, requiere ser visto con los “ojos de la fe”, los cuales son exigibles a los miembros de la Iglesia.

Misión de la Iglesia:

La misión de la Iglesia no se decide en cada momento de la historia por los miembros vivos de la misma. En primer lugar, porque habiendo sido fundada por Cristo tiene un origen divino y es imprescindible que sea fiel a su fundador. En segundo lugar, porque también pertenece a ella la Iglesia triunfante y la Iglesia militante.

Hemos visto ya el origen de la Iglesia y quiénes forman parte de la misma. Es preciso ahora analizar cuál es su misión.

Conviene afirmar en primer lugar que la misión de la Iglesia no nace, en primer lugar, de la voluntad de sus miembros en cada momento de la historia, sino de la voluntad de su fundador, Jesucristo.

La Iglesia, incluso aunque se la entienda como “pueblo de Dios” en camino, no es una institución regida por las leyes de la democracia parlamentaria o por las que rigen a las empresas controladas por un consejo de administración. La Iglesia no puede cambiar sus objetivos por decisión de los miembros vivos en un momento concreto de la historia, como lo puede hacer una empresa que opta por dejar de fabricar un producto para fabricar otro porque el primero ya no tiene cuota de mercado, o como lo puede hacer un país que, democráticamente, cambia su legislación y permite que se lleven a cabo cosas que antes estaban prohibidas.

Limitaciones

Estas limitaciones de la Iglesia, connaturales a ella misma, se deben a que ésta no tiene su origen en la voluntad popular -un grupo de hombres que se hubieran puesto de acuerdo para constituirla, como cuando se pone en marcha una fábrica- y a que los miembros vivos de la Iglesia no son los únicos miembros de la misma y por lo tanto sus opiniones no son las únicas que cuentan. Como ya se ha dicho, la Iglesia fue fundada por Jesucristo -es, por lo tanto, de fundación divina y no humana- y sus miembros se diven en tres: Iglesia militante -los que viven-, purgante -los que están en el Purgatorio- y triunfante -Jesucristo, que es la cabeza de la Iglesia, la Virgen María y los santos-. Pensar que una parte de la Iglesia -los que viven- pueden cambiarla para hacer otra cosa con ella, es ignorar tanto la voluntad del fundador como el hecho de que ese fundador está vivo y forma parte de la Iglesia, como su cabeza y su líder indiscutible.

Cuando algunas personas, de dentro y fuera de la Iglesia, se plantean la cuestión de que ésta deje de defender ciertos valores o que renuncie a algunos de sus dogmas o que abandone la estructura jerárquica que posee, están considerando a la Iglesia como si fuera una institución humana cualquiera, como si se tratara de una empresa dedicada a fabricar refrescos o automóviles.

Época de cambios

En una época como la nuestra -y no sólo ahora-, choca con la sensibilidad de muchos el que haya una institución que pretenda ser inamovible en sus principios y en su funcionamiento, en un mundo no sólo en perpetuo movimiento sino incluso en alocada transformación. Nuestra sociedad vive cambios tan rápidos que son cada vez más los que están quedando al margen de los mismos. Las modificaciones en cuestiones como la biomedicina -conocimiento del genoma humano, posibilidad de clonación de personas, elección del sexo de los hijos...-, como la informática o como la misma economía -la famosa globalización- nos han acostumbrado a considerar todo como relativo, como mudable, como pactable. Es como si nos estuviéramos acostumbrando a vivir sobre un suelo que se tambalea, que está en permanente movimiento y que nos hace saltar con agilidad de una placa a otra si no queremos vernos arrastrados por la corriente y quedar marginados.

En este contexto, se hace especialmente difícil aceptar una Iglesia que tiene el deber de ser fiel a la voluntad del fundador, al menos en los aspectos esenciales. Ya el hecho mismo de que esto se plantee así, se convierte en causa de malestar para algunos, que critican a la Iglesia por no dotarse de una estructura democrática, como si fuera un partido político o un parlamento.

Precisamente por eso, uno de los retos que tiene la Iglesia en la actualidad es convencer a la sociedad de que, en un mundo cambiante como el nuestro, resulta de una gran utilidad que haya algo que no cambie, algo que nos permita tener puntos de referencia inamovibles para no ser víctimas de un vértigo que podría llevarnos a la autodestrucción.

Si todo quedara sometido a las leyes del mercado o de la utilidad, si los valores éticos desapareciesen o se considerasen sólo aquellos que pueden ser calificados en cada momento como “políticamente correctos”, entonces la gran perjudicada sería la propia humanidad.

Curiosamente, uno de los grandes servicios que puede prestar la Iglesia a una sociedad como la actual es, precisamente, la de no cambiar, la de ser fiel a sí misma, a sus orígenes, a los principios que su fundador -Jesucristo- quiso poner en ella. Una Iglesia que un día defienda la vida del no nacido como inviolable y, al día siguiente, tras una votación entre sus jerarcas, diera el visto bueno a su destrucción, no sólo habría dejado de ser fiel a Cristo, sino que habría dejado de ofrecer a los hombres uno de sus principales servicios: el de ser una voz profética que defiende contra viento y marea determinados valores que la sociedad ha olvidado. No hay que olvidar, además, que aquello que a la sociedad le molesta no siempre es negativo, pues puede haber cosas positivas que ésta rechaza simplemente porque le resulta más cómodo que no existan.

Fidelidad

La misión de la Iglesia, por lo tanto, no vendrá dada de la decisión de los miembros vivos de la misma en cada momento de la historia, sino de la fidelidad a sus orígenes, a su fundador, a ella misma. El Catecismo lo expresa así: “La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la trasciende. Solamente ‘con los ojos de la fe’ se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina” (nº 770).

Hay que comprender que no entiendan del todo a la Iglesia los que no tienen esos “ojos de la fe”, pero resulta inaceptable que pidan cambios que van en contra de lo que Cristo quiso e hizo, aquellos que deberían tener esa mirada de fe e incluso dar ejemplo de la misma.

Catequesis sobre el Credo

Cuestionario sobre la Iglesia (III)

23.- ¿Una Iglesia que no funciona como una democracia puede ser útil?. 24.- ¿Quién decidirá cuál es la misión de la Iglesia?. 25.- ¿Por qué se dice que la Iglesia es un sacramento de salvación?. 26.- ¿Qué supone la dimensión sacramental de la Iglesia?. 27.- ¿Cuál es la misión fundamental de la Iglesia?. 28.- ¿Cuando la Iglesia evangeliza hace una labor social?.

23.- ¿Una Iglesia que no funciona como una democracia puede ser útil?
“En la actualidad, se hace especialmente difícil aceptar una Iglesia que tiene el deber de ser fiel a la voluntad del fundador, al menos en los aspectos esenciales. Ya el hecho mismo de que esto se plantee así, se convierte en causa de malestar para algunos, que critican a la Iglesia por no dotarse de una estructura democrática, como si fuera un partido político o un parlamento. Precisamente por eso, uno de los retos que tiene la Iglesia en la actualidad es convencer a la sociedad de que, en un mundo cambiante como el nuestro, resulta de una gran utilidad que haya algo que no cambie, algo que nos permita tener puntos de referencia inamovibles para no ser víctimas de un vértigo que podría llevarnos a la autodestrucción. Si todo quedara sometido a las leyes del mercado o de la utilidad, si los valores éticos desapareciesen o se considerasen sólo aquellos que pueden ser calificados en cada momento como "políticamente correctos", entonces la gran perjudicada sería la propia humanidad.

El servicio de la fidelidad

Curiosamente, uno de los grandes servicios que puede prestar la Iglesia a una sociedad como la actual es, precisamente, la de no cambiar, la de ser fiel a sí misma, a sus orígenes, a los principios que su fundador -Jesucristo- quiso poner en ella. Una Iglesia que un día defienda la vida del no nacido como inviolable y, al día siguiente, tras una votación entre sus jerarcas, diera el visto bueno a su destrucción, no sólo habría dejado de ser fiel a Cristo, sino que habría dejado de ofrecer a los hombres uno de sus principales servicios: el de ser una voz profética que defiende contra viento y marea determinados valores que la sociedad ha olvidado. No hay que olvidar, además, que aquello que a la sociedad le molesta no siempre es negativo, pues puede haber cosas positivas que ésta rechaza simplemente porque le resulta más cómodo que no existan”.
24.- ¿Quién decidirá cuál es la misión de la Iglesia?
"La misión de la Iglesia, por lo tanto, no vendrá dada de la decisión de los miembros vivos de la misma en cada momento de la historia, sino de la fidelidad a sus orígenes, a su fundador, a ella misma. El Catecismo lo expresa así: "La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la trasciende. Solamente 'con los ojos de la fe' se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina" (nº 770). Hay que comprender que no entiendan del todo a la Iglesia los que no tienen esos "ojos de la fe", pero resulta inaceptable que pidan cambios que van en contra de lo que Cristo quiso e hizo, aquellos que deberían tener esa mirada de fe e incluso dar ejemplo de la misma”.

Sacramento de salvación

25.- ¿Por qué se dice que la Iglesia es un sacramento de salvación?
“Para explicar la misión de la Iglesia, el Catecismo empieza por aclarar el significado de la palabra "sacramento". Se utiliza para referirse al "signo visible de una realidad oculta". "En este sentido -dice el Catecismo-, Cristo es Él mismo el Misterio de la salvación. La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia. Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada 'sacramento'" (nº 774). La misión de la Iglesia, por lo tanto, sería ser un sacramento de salvación, y esto no por méritos de los cristianos que viven en cada momento de la historia, sino porque una parte de la Iglesia -su cabeza- es Cristo y Cristo es el sacramento, el instrumento, de la salvación de todos los hombres”.
26.- ¿Qué supone la dimensión sacramental de la Iglesia?
"Este aspecto sacramental de la Iglesia, que constituye su primordial misión, implica dos cosas. Primero, que es signo visible de una realidad oculta; es decir, que la salvación que ella aporta es sólo un aspecto de otra salvación más amplia, la que Dios otorga a cada persona. Segundo, que, como sacramento, ella misma lleva en sí la gracia de Dios y la lleva y distribuye precisamente a través de los siete sacramentos. De este modo, la Iglesia-sacramento nos señala hacia otra realidad más alta, Dios, por un lado y, por otro, nos está dando ya instrumentos de salvación a través de los sacramentos”.
27.- ¿Cuál es la misión fundamental de la Iglesia?
“La afirmación de que la Iglesia es sacramento de salvación nos enseña otra cosa: que su principal misión es la de contribuir a la salvación. La tarea de la Iglesia, por lo tanto, no es en primer lugar la de acabar con el hambre en el mundo, con las guerras, con las injusticia, o la de instaurar la democracia y el respeto a los derechos humanos o el respeto a la naturaleza. Esas tareas, en las que la Iglesia tiene el deber de contribuir con todas sus fuerzas, no son su objetivo primordial. La Iglesia tiene la obligación de ser, ante todo, un vehículo de comunicación entre Dios y los hombres, un instrumento de salvación de orden fundamentalmente espiritual. Precisamente será a través de la realización de esa tarea primordial como llevará a cabo la otra, la de colaborar en la mejora de las condiciones de vida del hombre en la tierra”.

Labor social

28.- ¿Cuando la Iglesia evangeliza hace una labor social?
“Cuando la Iglesia pone al hombre en contacto con Dios, cuando a través de los sacramentos le da la fuerza que necesita para ser santo, está contribuyendo de una manera excepcional a que haya justicia, a que se respeten los derechos humanos, a que no haya violencia y a que no haya hambre. Serán muchos -deberían ser todos- los cristianos que, llenos de Dios, se lancen a trabajar por la paz y la justicia, aunque no baste un mundo justo y en paz para considerar que el Reino de Dios está plenamente implantado entre los hombres. La evangelización, por lo tanto, es la base, el motor, el alimento de la labor social de la Iglesia, pues nadie como Cristo para enseñarnos a amar al hombre y ningún programa como el Evangelio para construir una sociedad llena de justicia y de paz.