La Ascensión representa el triunfo de Cristo y su
entrada en la gloria de Dios a la que teiene derecho por su naturaleza
divina. Pero en esa gloria también participa su naturaleza humana. Esto
se expresa a través del concepto “estar sentado a la derecha del
Padre”.
El Juicio tendrá lugar sobre cada hombre y sólo será
de condenación si el hombre se ha condenado a sí mismo al rechazar la
salvación que Dios le ofrece y persistir en el odio.
La segunda venida del Mesías estará precedida por
el triunfo del Anticristo y la persecución.
Ascensión:
Cristo terminó su paso por la tierra en carne mortal
con la Ascensión al Cielo. Allí, “a la derecha del Padre” recibe
la gloria a la que tiene derecho.
Juicio:
El Juicio existe, como existen el premio y el
castigo. Pero Cristo ha venido a salvar. Sólo se condenará aquel que
ha rechazado la salvación.
Después de la resurrección, Cristo estuvo
“cuarenta días” -esta cifra hay que entenderla en un sentido simbólico,
relacionándola con los días que estuvo en el desierto sufriendo las
tentaciones antes de empezar su vida pública y con los cuarenta años
que el pueblo de Israel peregrinó por el Sinaí antes de entrar en la
Tierra Prometida- en la tierra, entre sus discípulos, dejándose ver y
tocar por ellos para convencerles de la realidad de la resurrección.
Pasado este tiempo, Cristo subió a los cielos y dio
por terminada su presencia en carne mortal en este mundo. Sigue entre
nosotros de diversas maneras, tan real como aquella en la Eucaristía
por ejemplo. Tan útil como aquella en la Jerarquía de la Iglesia, pues
Él prometió que “quien a vosotros os escucha a mí me escucha”.
Tan esperanzadoras para el que sufre como es su presencia en el dolor
personal o del prójimo, presencia que obliga a la caridad y que está
sustentada en las palabras del Señor: “Lo que hayas hecho al más
pequeño a mí me lo has hecho”.
La Ascensión
La Ascensión pone, pues, fin a la presencia corporal
de Cristo entre los hombres, no a su presencia real. Es, por lo tanto,
un acontecimiento “a la vez histórico y trascedente” (nº 661),
pues sirve de enlace entre la historia y lo que hay más allá de
nuestra historia, la realidad celestial.
Con la Ascensión a los cielos, Cristo “ha querido
precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su
Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino” (nº
661).
Pero su marcha al Cielo no significa desentenderse de
los asuntos de la tierra, de los problemas de sus hermanos los hombres.
“En el Cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. ‘De ahí
que pueda salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya
que está siempre vivo para interceder en su favor’ (Hb 7,25)” (nº
663).
En el Cielo Cristo recibe la gloria que le
corresponde por su persona y su naturaleza divinas. Esto lo expresamos
en el Credo con una frase, la misma que Él emplea durante el juicio
antes el Sumo Sacerdote judío y que le supone la sentencia a muerte.
Cristo está en el Cielo “sentado a la derecha del Padre”.
A la derecha del Padre
San Juan Damasceno, uno de los Padres de la Iglesia,
explica muy bien el significado de este concepto. “Por derecha del
Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que
existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, como Dios y
consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se
encarnó y de que su carne fue glorificada”.
Por lo tanto, el que está sentado a la derecha del
Padre, recibiendo la gloria que merece, no es sólo la segunda persona
de la Santísima Trinidad, sino Jesucristo, el Hijo de Dios e hijo de
María. La Humanidad entera ha sido glorificada al ser glorificado el
hijo del hombre Cristo Jesús. En Él, todos hemos sido glorificados.
Instalado ya en su gloria el Hijo de Dios e hijo de
María, lleva a cabo no sólo su labor sacerdotal sino también su labor
de juez. “Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de
juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres
pertenece a Cristo como Redentor del mundo. Adquirió este derecho por
su Cruz” (nº 679).
Ese juicio se basará ante todo en el cumplimiento de
una materia, de un deber: el deber de amar, la caridad hacia el prójimo.
Así lo enseñó el propio Maestro y queda recogido en Mt 25,40:
“Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí
me lo hicisteis”.
Hoy hay la tendencia a devaluar el concepto de
Juicio, a considerar que como Dios es muy bueno todo el mundo se va a
salvar, porque ¿cómo va a castigar Dios para toda la eternidad a sus
amados hijos por muy malos que éstos hayan sido?. Sin embargo, no hay
ningún pasaje de la Escritura que sirva de apoyo a una tesis así. Por
el contrario, una y otra vez Cristo habla de la seriedad y del rigor del
Juicio, el premio que les espera a los que han hecho el bien y a los que
han sufrido y del castigo que aguarda a los que han hecho sufrir a sus
hermanos.
Eso no significa que el Juicio vaya a ser
necesariamente de condena. Los jueces a veces condenan pero en otras
muchas ocasiones absuelven. El Catecismo lo expresa muy bien: “El Hijo
no ha venido para juzgar sino para salvar y para dar la vida que hay en
Él. Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se
juzga ya a sí mismo; es retribuido según sus obras y puede incluso
condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor” (nº 679).
El Juicio de Cristo será siempre un acto de amor,
incluso cuando el resultado sea de condena. Lo será porque Dios sólo
puede amar y lo será porque hasta el último instante de la vida
terrenal del hombre, Dios habrá estado luchando por conseguir que brote
en su corazón el arrepentimiento. Sólo cuando el hombre se obstina en
el odio, se cierra a sí mismo las puertas de la salvación.
La segunda venida
La segunda venida de Cristo, como dice el Catecismo
“se puede cumplir en cualquier momento aunque tal acontecimiento y la
prueba final que le ha de preceder estén ‘retenidos’ en las manos
de Dios” (nº 673).
“Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá
pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes.
La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra
desvelará el ‘Misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura
religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus
problemas mediante el precio de la apostasía de la vierdad. La
impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un
seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose
en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne” (nº 675).
Catequesis sobre el
Credo
Cuestionario sobre la humanidad de Cristo (X)
76.- ¿Qué relación hay
entre la muerte y la resurrección de Cristo de cara a la fe en su
divinidad?. 77.- ¿Qué pasó después de la Resurrección?. 78.- ¿La
Ascensión de Cristo supuso su desaparición de la tierra?. 79.- ¿Se puede
considerar histórica la Ascensión?. 80.- ¿Qué nos aporta la Ascensión?.
81.- ¿Qué hace Jesús en el Cielo?. 82.- ¿Cómo lleva a cabo su labor de
juez?
76.- ¿Qué relación hay entre la muerte
y la resurrección de Cristo de cara a la fe en su divinidad?
“La muerte de Cristo en la Cruz, como un bandido, representó a los ojos
de los apóstoles y de todo el pueblo -menos de la Virgen y de algunas
mujeres- una prueba de que las enseñanzas del Señor eran falsas. La
primera de esas enseñanzas, la clave de todas las demás, era la
pretendida relación especialísima entre Cristo y Dios. Para los judíos,
y también para nosotros, era imposible que Dios dejara morir de ese modo
a su enviado, sobre todo si éste tenía las pretensiones de divinidad
que, en el fondo, habían provocado su condena a muerte. Precisamente por
eso, la resurrección de Cristo significó lo contrario: Cristo estaba, de
verdad, apoyado por Dios. Todo lo que Él había dicho era verdad,
incluida su divinidad. Era verdad también que el amor es la mejor manera
de construir un mundo justo. Y, además, aunque te quiten la vida, no
tiene tanta importancia pues estás seguro de que tras la muerte sigue
existiendo vida, hay un premio eterno y maravilloso para todos aquellos
que han sido fieles al Señor. Por eso precisamente a los apóstoles, tan
cobardes antes, ya no les importó morir. La resurrección de Cristo
demostraba que podían ir al encuentro de la muerte con la seguridad de
que iban al encuentro de la vida”.
Cuarenta días
77.- ¿Qué pasó tras la Resurrección?
"Después de la resurrección, Cristo estuvo "cuarenta días" -esta cifra
hay que entenderla en un sentido simbólico, relacionándola con los días
que estuvo en el desierto sufriendo las tentaciones antes de empezar su
vida pública y con los cuarenta años que el pueblo de Israel peregrinó
por el Sinaí antes de entrar en la Tierra Prometida- en la tierra, entre
sus discípulos, dejándose ver y tocar por ellos para convencerles de la
realidad de la resurrección. Debió ser un tiempo maravilloso, tanto para
Cristo como para los apóstoles y, sobre todo, para la Virgen María. Un
auténtico anticipo de la vida en el Cielo, donde el Señor aprovechó para
enseñarles tantas cosas que antes no podían entender y para recordarles
mucho de lo que antes les había enseñado y que ahora podían captar con
su verdadero significado”.
78.- ¿La Ascensión de Cristo supuso su
desaparición de la tierra?
“Pasado este tiempo, Cristo subió a los cielos y dio por terminada su
presencia en carne mortal en este mundo. Sigue entre nosotros de
diversas maneras: tan real como la que se manifiesta en la Eucaristía.
Tan útil como la que le hace estar presente en la Jerarquía de la
Iglesia, pues Él prometió que "quien a vosotros os escucha a mí me
escucha". Tan esperanzadora para el que sufre como es su presencia en el
dolor personal o del prójimo, presencia que obliga a la caridad y que
está sustentada en las palabras del Señor: "Lo que hayas hecho al más
pequeño a mí me lo has hecho". Tan consoladora, como la que le liga a la
unidad que se produce si dos o más están unidos en su nombre”.
La Ascensión
79.- ¿Se puede considerar histórica la
Ascensión?
"La Ascensión pone, pues, fin a la presencia corporal de Cristo entre
los hombres, no a su presencia real. Es, por lo tanto, un acontecimiento
"a la vez histórico y trascedente" (nº 661), pues sirve de enlace entre
la historia y lo que hay más allá de nuestra historia, la realidad
celestial”.
80.- ¿Que nos aporta la Ascensión?
“Con la Ascensión a los cielos, Cristo "ha querido precedernos como
cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la
ardiente esperanza de seguirlo en su Reino" (nº 661). Es decir, Él se
fue para abrirnos el camino y para darnos la seguridad de que al final
de ese camino hay una realidad y no una vana promesa o una esperanza
vacía de contenidos aunque llena de ilusiones. Pero su marcha al Cielo
no significa desentenderse de los asuntos de la tierra, de los problemas
de sus hermanos los hombres. "En el Cielo, Cristo ejerce permanentemente
su sacerdocio. 'De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por Él
se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor'
(Hb 7,25)" (nº 663)”.
81.- ¿Qué hace Jesús en el Cielo?
“En el Cielo Cristo recibe la gloria que le corresponde por su persona y
su naturaleza divinas. Esto lo expresamos en el Credo con una frase, la
misma que Él emplea durante el juicio antes el Sumo Sacerdote judío y
que le supone la sentencia a muerte. Cristo está en el Cielo "sentado a
la derecha del Padre". San Juan Damasceno, uno de los Padres de la
Iglesia, explica muy bien el significado de este concepto. "Por derecha
del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que
existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, como Dios y
consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se
encarnó y de que su carne fue glorificada". Por lo tanto, el que está
sentado a la derecha del Padre, recibiendo la gloria que merece, no es
sólo la segunda persona de la Santísima Trinidad, sino Jesucristo, el
Hijo de Dios e hijo de María. La Humanidad entera ha sido glorificada al
ser glorificado el hijo del hombre Cristo Jesús. En Él, todos hemos sido
glorificados”.
El juez justo
82.- ¿Cómo lleva a cabo su labor?
"Instalado ya en su gloria el Hijo de Dios e hijo de María, lleva a cabo
no sólo su labor sacerdotal sino también su labor de juez. "Cristo es
Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las
obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor
del mundo. Adquirió este derecho por su Cruz" (nº 679). Ese juicio se
basará ante todo en el cumplimiento de una materia, de un deber: el
deber de amar, la caridad hacia el prójimo. Así lo enseñó el propio
Maestro y queda recogido en Mt 25,40: "Cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Hoy hay la tendencia
a devaluar el concepto de Juicio, a considerar que como Dios es muy
bueno todo el mundo se va a salvar, porque ¿cómo va a castigar Dios para
toda la eternidad a sus amados hijos por muy malos que éstos hayan
sido?. Sin embargo, no hay ningún pasaje de la Escritura que sirva de
apoyo a una tesis así. Por el contrario, una y otra vez Cristo habla de
la seriedad y del rigor del Juicio, el premio que les espera a los que
han hecho el bien y a los que han sufrido y del castigo que aguarda a
los que han hecho sufrir a sus hermanos”.
83.- ¿Cómo será el juicio
de Dios?. 84.- ¿Cuando Dios salva ama y cuando condena no ama?. 85.-
¿Cuándo será la segunda venida de Cristo?. 86.- ¿Qué ocurrirá antes de la
segunda venida de Cristo?. 87.- ¿Qué es lo primero que hay que afirmar del
Espíritu Santo?. 88.- ¿Qué es lo que nos atrae del Espíritu Santo?. 89.-
¿Dónde podemos conocer al Espíritu Santo?. 90.- ¿Actúa el Espíritu Santo
por su cuenta?. 91.- ¿Con qué otros nombres se conoce al Espíritu Santo?.
92.- ¿Con qué símbolos se relaciona al Espíritu Santo?
83.- ¿Cómo será el juicio de Dios?
“El hecho de que exista un juicio divino no significa que vaya a ser
necesariamente de condena. Los jueces a veces condenan pero en otras
muchas ocasiones absuelven. El Catecismo lo expresa muy bien: "El Hijo no
ha venido para juzgar sino para salvar y para dar la vida que hay en Él.
Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga
ya a sí mismo; es retribuido según sus obras y puede incluso condenarse
eternamente al rechazar el Espíritu de amor" (nº 679)”.
Un acto de amor
84.- ¿Cuando Dios salva ama y cuando
condena no ama?
"El Juicio de Cristo será siempre un acto de amor, incluso cuando el
resultado sea de condena. Lo será porque Dios sólo puede amar y lo será
porque hasta el último instante de la vida terrenal del hombre, Dios habrá
estado luchando por conseguir que brote en su corazón el arrepentimiento.
Sólo cuando el hombre se obstina en el odio, se cierra a sí mismo las
puertas de la salvación”.
85.- ¿Cuándo será la segunda venida de
Cristo?
“La segunda venida de Cristo, como dice el Catecismo "se puede cumplir en
cualquier momento aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de
preceder estén 'retenidos' en las manos de Dios" (nº 673)”.
86.- ¿Qué ocurrirá antes de la segunda
venida de Cristo?
"Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba
final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que
acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el 'Misterio de
iniquidad' bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a
los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la
apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del
Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se
glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido
en la carne" (nº 675)”.
87.- ¿Qué es lo primero que hay que
afirmar del Espíritu Santo?
“Terminada ya la exposición sobre la Trinidad y sobre dos de las personas
divinas que la integran, el Padre y el Hijo, es necesario entrar en el
conocimiento y la fe en la tercera persona divina: El Espíritu Santo. Lo
primero que decimos de Él es precisamente eso: que es una persona divina,
como lo son el Padre y el Hijo, que comparte con ellos la naturaleza y la
dignidad. El Credo lo dice así: "El Espíritu Santo es una de las personas
de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, 'que
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria' (Símbolo de
Nicea-Constantinopla)" (nº 685).
Por sus obras le conoceréis
88.- ¿Qué es lo que nos atrae del
Espíritu Santo?
“Lo que nos atrae del Espíritu Santo son, sobre todo, sus obras, su
misión. "No le conocemos sigue diciendo el Catecismo- sino en la obra
mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en
la fe. El Espíritu de verdad que nos 'desvela' a Cristo 'no habla de sí
mismo' (Jn 16,13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino,
explica por qué 'el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le
conoce', mientras que los que creen en Cristo le conocen porque Él mora en
ellos (Jn 14,17)" (nº 687)”. En el Espíritu Santo se cumplen las palabras
de Cristo: “Por sus obras le conoceréis”. Efectivamente, las suyas son
obras de santidad y por eso quizá se le deba llamar, además de Espíritu
Santo, Espíritu Santificador”.
89.- ¿Dónde podemos conocer al Espíritu
Santo?
"Sólo podemos conocer al Espíritu Santo, por lo tanto, en la Iglesia, pues
su conocimiento no es instintivo, como lo puede ser el de la existencia de
Dios, ni tampoco viene dado por su presencia real y corporal como fue el
caso de Cristo, hombre entre los hombres. Por eso, la fe en el Espíritu
Santo procede de la fe en Cristo, en el sentido de que sólo los que creen
en Cristo, en su mesianidad, en su divinidad, son capaces de aceptar la
existencia de la Trinidad, incluida la Tercera Persona, el Espíritu
Santo.”.
90.- “¿Actúa el Espíritu Santo por su
cuenta?
“La misión del Espíritu Santo, como ya dijimos al hablar de la Trinidad y
de las otras dos personas divinas, es una misión conjunta. Especialmente
se realiza esa cooperación con el Hijo, con Cristo. "Aquél al que el Padre
ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo es realmente Dios.
Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en
la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero
al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e
indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las
Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión
conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero
inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta. Imagen
visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela" (nº
689)”.
Los nombres
91.- ¿Con qué otros nombres se conoce al
Espíritu Santo?
“Los nombres o apelativos del Espíritu Santo nos dan una idea de cuál es
su misión: "santo", o santificador: el que está lleno de santidad y es
capaz de transmitirla; "paráclito", literalmente "aquel que es llamado
junto a uno" para auxiliarle; "abogado", que intercede a favor de uno en
un juicio; "consolador", que transmite consuelo en las dificultades;
"Espíritu de verdad", porque da testimonio de Dios, que es la Verdad
plena”
92.- ¿Con qué símbolos se relaciona al
Espíritu Santo?
“También son importantes los símbolos con que se le relaciona: el agua, en
el Bautismo; la unción, en varios de los sacramentos; el fuego, que
simboliza la energía y la fuerza que emana del Espíritu Santo; la nube y
la luz, que son símbolos relacionados con el Antiguo Testamento; el sello,
con que Dios marca a sus elegidos; la mano, en la imposición ligada a los
sacramentos o a las bendiciones; el dedo, que simboliza el gesto de
autoridad de Jesús en determinadas ocasiones; la paloma, símbolo de la paz
y de la esperanza”.
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