Catequesis sobre el Credo
 
Cristo, hombre verdadero, hijo de María (III)

 

En el comienzo de la vida pública de Jesús aparecen tres acontecimientos: el bautismo en el Jordán, las tentaciones en el desierto y las bodas de Caná con el milagro de la conversión del agua en vino y la intervención de la Virgen María.

Cada uno de estos pasajes de la vida de Cristo tiene una o varias importantísimas lecciones. Quizá merezca la pena destacar la concepción del hombre que se desprende de ellas: el hombre no es bueno por naturaleza, necesita conversión, necesita la fuerza de Dios para hacer el bien y evitar el mal.

Tentaciones:

Cristo asumió plenamente la naturaleza humana con todas sus consecuencias, incluido el verse sometido a las molestas y peligrosas tentaciones.

Bautismo de Cristo:

La vida pública de Jesús empieza con el bautismo por Juan en el Jordán. Se trataba de un bautismo de conversión y penitencia que, por lo tanto, el Señor no necesitaba. Sin embargo, al asumir ese rito, Jesús, como dice el Catecismo, “se deja contar entre los pecadores, es ya el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, anticipa ya el bautismo de su muerte sangrienta” (nº 536).

Nuestro bautismo es la participación en el bautismo de Jesús en el cual él anticipa su muerte y su resurrección. “Todo lo que aconteció en Cristo -dice el Catecismo citando a San Hilario de Poitiers- nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios” (nº 537).

Por el bautismo somos regenerados a la vida de la gracia, a la comunión con Dios. Se nos perdona el pecado original y nos hacemos hijos de Dios. Sin embargo, permanece la consecuencia de ese pecado original, que es la concupiscencia o inclinación al mal. Esta inclinación, no obstante, no es invencible. Con la gracia de Dios y con nuestro esfuerzo podemos evitar el mal y hacer el bien. El hombre es sanado por el bautismo, pero no se convierte en un ser bueno por naturaleza, sino que esa naturaleza sigue estando dañada, aunque no tanto como para que desaparezca la libertad -y con ello la responsabilidad- y para que no se pueda hacer el bien y rechazar el mal.

Tentaciones

Después del bautismo tuvieron lugar las tentaciones que el Señor soportó durante los cuarenta días que permaneció en el desierto haciendo penitencia y dedicándose a la oración. El Catecismo, citando la Carta a los Hebreos (Hb 4,15), explica uno de los significados de estas tentaciones: “No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros excepto en el pecado”.

Las tentaciones, por lo tanto, significan que Jesús ha asumido plenamente la condición humana, incluso en ese aspecto tan peligroso como molesto: el de las tentaciones. Cristo sabe, por propia experiencia, lo que nosotros sufrimos al ser tentados y lo difícil que resulta perseverar en la gracia de Dios y rehuir el pecado.

Cada una de las tentaciones, además, tiene su propia enseñanza moral. Merece la pena destacar la que nos invita a no esperar que Dios nos lo dé todo hecho, con una falsa fe en la providencia, como si nosotros no tuviéramos la responsabilidad de poner nuestra parte para que las cosas se lleven a cabo según Dios quiere. O la que nos recuerda que el hombre no vive sólo de pan, sino que también necesita alimentarse de la palabra de Dios, de la oración. O la que nos llama a no vender nuestra alma al enemigo, por honores, dinero o poder.

Las bodas de Caná

Tras las tentaciones, y con discípulos ya, Jesús fue a Caná para participar en una boda. Allí se encontró con su Madre. En ese contexto tuvo lugar el milagro de la conversión del agua en vino. Milagro que fue el primero de los que hizo ante todo el mundo y que realmente señala el inicio de su vida pública.

Las enseñanzas de este episodio son muchísimas. Por un lado está la puesta en evidencia del papel de la Virgen María como mediadora. Papel que Jesús acepta como algo natural y que tiene en cuenta, hasta el punto de “obedecer” a su Madre, casi como si ésta le hubiera arrancado un milagro que él no estaba muy dispuesto a hacer porque no había llegado su hora. Por otro lado, este milagro representa la institución del sacramento del matrimonio, ya que el Señor actúa como testigo del amor de una pareja y bendice ese amor con su gracia, transformando el agua -que simboliza el amor humano, que termina por acabarse antes de que la fiesta, que es la vida, haya terminado-, en vino -que simboliza el amor espiritual y la fuerza que Dios da a la pareja para que lleve adelante su matrimonio incluso cuando el amor humano se ha debilitado-. Con este milagro se pone de manifiesto también que el Señor convierte lo bueno -el agua, el amor humano-, en algo todavía mejor. El amor espiritual, el amor por motivaciones religiosas, tiene los ingredientes del amor humano más los añadidos que da el que las cosas se hagan por un Dios con el que se tiene una deuda de gratitud. Cuando no hay motivaciones humanas -en el matrimonio, en las relaciones con los hijos, en el trabajo o, simplemente, con los enemigos- siempre quedan las motivaciones espirituales.

Amar por Cristo

Amar por Cristo no significa que no se se esté dispuesto a amar al hombre por el hombre; significa que, además de las razones humanitarias que a veces existen y muchísimas veces no, existen otras razones para amar: el amor debido a Dios. Por eso el cristiano tiene que actuar por una motivación espiritual, no porque rechace las motivaciones humanitarias, sino porque las espirituales -el amor al hombre por amor a Dios-, incluye aquellas, las completa y las supera. Es curioso que esto no se tenga en cuenta y que sean tantos, incluso dentro de la Iglesia, los que se burlen de los que hacen las cosas “por amor a Dios”, acusándoles de no amar al hombre por el hombre. Los que así dicen ignoran lo más elemental de la naturaleza humana y deberían incluirse entre los seguidores de los filósofos naturalistas como Rousseau, para el cual como el hombre es bueno por naturaleza, basta con dejarle a su aire para que todo lo haga bien. Esto no es así en absoluto. El hombre no es bueno por naturaleza; el hombre tiene una naturaleza herida por el pecado original, tiene una concupiscencia que le incita a hacer el mal y, de hecho, muchas veces lo hace. El hombre necesita la gracia de Dios para hacer el bien y sin esa ayuda divina no puede hacer nada bueno. El hombre, por lo tanto, no se salva por sí mismo, ni es capaz de alcanzar la perfección con sus propias fuerzas.

Catequesis sobre el Credo

Cuestionario sobre la humanidad de Cristo (V)

29.- ¿Qué relación tiene nuestro bautismo con el bautismo de Jesús?. 30.- ¿Qué significan las tentaciones de Cristo?. 31.- ¿Todas las tentaciones significan lo mismo?. 32.- ¿Qué enseñanzas nos revela el milagro de las bodas de Caná?. 33.- ¿Qué significa amar por amor a Cristo?. 34.- ¿Qué hizo Cristo tras el milagro de las bodas de Caná?.

29.- ¿Qué relación tiene nuestro bautismo con el bautismo de Jesús?
"Nuestro bautismo es la participación en el bautismo de Jesús en el cual él anticipa su muerte y su resurrección. "Todo lo que aconteció en Cristo -dice el Catecismo citando a San Hilario de Poitiers- nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios" (nº 537). Por el bautismo somos regenerados a la vida de la gracia, a la comunión con Dios. Se nos perdona el pecado original y nos hacemos hijos de Dios. Sin embargo, permanece la consecuencia de ese pecado original, que es la concupiscencia o inclinación al mal. Esta inclinación, no obstante, no es invencible. Con la gracia de Dios y con nuestro esfuerzo podemos evitar el mal y hacer el bien. El hombre es sanado por el bautismo, pero no se convierte en un ser bueno por naturaleza, sino que esa naturaleza sigue estando dañada, aunque no tanto como para que desaparezca la libertad -y con ello la responsabilidad- y para que no se pueda hacer el bien y rechazar el mal”.

Las tentaciones

30.- ¿Qué significan las tentaciones de Cristo?
"Después del bautismo tuvieron lugar las tentaciones que el Señor soportó durante los cuarenta días que permaneció en el desierto haciendo penitencia y dedicándose a la oración. El Catecismo, citando la Carta a los Hebreos (Hb 4,15), explica uno de los significados de estas tentaciones: "No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros excepto en el pecado". Las tentaciones, por lo tanto, significan que Jesús ha asumido plenamente la condición humana, incluso en ese aspecto tan peligroso como molesto: el de las tentaciones. Cristo sabe, por propia experiencia, lo que nosotros sufrimos al ser tentados y lo difícil que resulta perseverar en la gracia de Dios y rehuir el pecado”.

31.- ¿Todas las tentaciones significan lo mismo?
“Cada una de las tentaciones, además, tiene su propia enseñanza moral. Merece la pena destacar la que nos invita a no esperar que Dios nos lo dé todo hecho, con una falsa fe en la providencia, como si nosotros no tuviéramos la responsabilidad de poner nuestra parte para que las cosas se lleven a cabo según Dios quiere. O la que nos recuerda que el hombre no vive sólo de pan, sino que también necesita alimentarse de la palabra de Dios, de la oración. O la que nos llama a no vender nuestra alma al enemigo, por honores, dinero o poder”.

Las bodas de Caná

32.- ¿Qué enseñanzas nos revela el milagro de las bodas de Caná?
"Tras las tentaciones, y con discípulos ya, Jesús fue a Caná para participar en una boda. Allí se encontró con su Madre. En ese contexto tuvo lugar el milagro de la conversión del agua en vino. Milagro que fue el primero de los que hizo ante todo el mundo y que realmente señala el inicio de su vida pública. Las enseñanzas de este episodio son muchísimas. Por un lado está la puesta en evidencia del papel de la Virgen María como mediadora. Papel que Jesús acepta como algo natural y que tiene en cuenta, hasta el punto de "obedecer" a su Madre, casi como si ésta le hubiera arrancado un milagro que él no estaba muy dispuesto a hacer porque no había llegado su hora. Por otro lado, este milagro representa la institución del sacramento del matrimonio, ya que el Señor actúa como testigo del amor de una pareja y bendice ese amor con su gracia, transformando el agua -que simboliza el amor humano, que termina por acabarse antes de que la fiesta, que es la vida, haya terminado-, en vino -que simboliza el amor espiritual y la fuerza que Dios da a la pareja para que lleve adelante su matrimonio incluso cuando el amor humano se ha debilitado-. Con este milagro se pone de manifiesto también que el Señor convierte lo bueno -el agua, el amor humano-, en algo todavía mejor. El amor espiritual, el amor por motivaciones religiosas, tiene los ingredientes del amor humano más los añadidos que da el que las cosas se hagan por un Dios con el que se tiene una deuda de gratitud. Cuando no hay motivaciones humanas -en el matrimonio, en las relaciones con los hijos, en el trabajo o, simplemente, con los enemigos- siempre quedan las motivaciones espirituales”.

Amar por Cristo

33.- ¿Qué significa “amar por Cristo”, “amar por amor a Cristo”?
“Amar por Cristo no significa que no se esté dispuesto a amar al hombre por el hombre; significa que, además de las razones humanitarias que a veces existen y muchísimas veces no, existen otras razones para amar: el amor debido a Dios. Por eso el cristiano tiene que actuar por una motivación espiritual, no porque rechace las motivaciones humanitarias, sino porque las espirituales -el amor al hombre por amor a Dios-, incluye aquellas, las completa y las supera. Es curioso que esto no se tenga en cuenta y que sean tantos, incluso dentro de la Iglesia, los que se burlen de los que hacen las cosas "por amor a Dios", acusándoles de no amar al hombre por el hombre. Los que así dicen ignoran lo más elemental de la naturaleza humana y deberían incluirse entre los seguidores de los filósofos naturalistas como Rousseau, para el cual como el hombre es bueno por naturaleza, basta con dejarle a su aire para que todo lo haga bien. Esto no es así en absoluto. El hombre no es bueno por naturaleza; el hombre tiene una naturaleza herida por el pecado original, tiene una concupiscencia que le incita a hacer el mal y, de hecho, muchas veces lo hace. El hombre necesita la gracia de Dios para hacer el bien y sin esa ayuda divina no puede hacer nada bueno. El hombre, por lo tanto, no se salva por sí mismo, ni es capaz de alcanzar la perfección con sus propias fuerzas.”

34.- ¿Qué hizo Cristo tras el milagro de las bodas de Caná?
“Tras las tentaciones en el desierto y las bodas de Caná, con el milagro llevado a cabo por intercesión de la Virgen María, Jesús se dedicó de lleno a su actividad pública, a su actividad abiertamente misionera. Hay que aclarar que todo lo que Cristo hizo, incluso lo que ignoramos por haber tenido lugar durante los años de Nazaret, era ejemplar y misionero. La vida pública fue otra etapa distinta de la misma realidad evangelizadora”.