Catequesis sobre el Credo
 
Cristo, Dios verdadero, Hijo del Padre ( II)

 

La confesión de Cristo como Dios verdadero nos lleva a preguntarnos qué hacía ese Dios en la tierra asumiendo la naturaleza humana. Sólo hay una respuesta: Dios es amor y, si porque era amor creó, porque es amor salva. La encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad es una obra de amor.

Los nombres dados a Cristo en el Nuevo Testamento son clarificadores del concepto de él que tienen los primeros discípulos: Jesús, Cristo, Hijo único de Dios y Señor. Hablan de su naturaleza divina y de su misión.

Motivo:

La encarnación del Hijo de Dios tiene como único motivo el amor de Dios al hombre. Un amor, como el que originó la creación, que ahora se manifiesta redentor.

Nombres:

Los nombres dados a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad son reveladores de su naturaleza y de su misión salvadora.

Una vez confesada la naturaleza divina de Cristo y antes de entrar a estudiar su naturaleza humana, debemos preguntarnos por qué el Hijo de Dios se hizo hombre, dado que lo que estamos contemplando no es sólo la segunda persona de la Santísima Trinidad, sino a Jesucristo, el Dios hecho hombre en María.

Esta pregunta tiene una única respuesta: por amor. La encarnación, lo mismo que la posterior muerte y resurrección de Cristo, obedece a un único motivo: el amor de Dios -de la Santísima Trinidad- al hombre. Un amor que, como hemos visto al estudiar la Creación, está en el origen de todo. Porque Dios es amor, ama. Porque ama, crea. Porque ama, se hace hombre. Porque ama, se hace Eucaristía. Porque ama, muere en una cruz y redime a la humanidad. Porque ama, resucita y abre a los hombres la puerta de la esperanza.

El Catecismo lo refleja fielmente cuando, en su primer artículo sobre Cristo, afirma, citando a San Pablo: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (nº422). Cristo es Dios y, como Dios, no tiene otro motivo para obrar que el amor.

Los nombres de Cristo

Para completar este tema acerca de la divinidad de Cristo, convendría analizar los principales “nombres” con que ha sido designado. El Catecismo recoge cuatro: Jesús, Cristo, Hijo único de Dios y Señor.

Jesús, el primero de ellos, es un nombre hebreo que tiene un significado muy concreto: “Dios salva”. Es el nombre que el ángel Gabriel le dio en el momento de la anunciación a María. Expresa tanto la identidad como la misión que tiene que llevar a cabo la segunda persona de la Santísima Trinidad a través de su encarnación.

Este nombre, con ese significado, no es casual. Para el pueblo de Israel, y así debe ser también para nosotros, tenía un eco que se remontaba a muchos años atrás. Cuando Moisés se encontró con la zarza que ardía sin consumirse y recibió la orden de descalzarse porque pisaba terreno sagrado, preguntó al Dios representado en aquella zarza ardiente cuál era su nombre.

El nombre de Dios

La respuesta fue: “Yo soy el que soy”. Es decir, Dios tiene un hombre y ese nombre fue revelado al antiguo pueblo elegido. Ese nombre era señal de existencia. “Soy el que soy” significa que Dios es el que existe por sí mismo, sin necesidad de sustentar su existencia en otro anterior a él. Significa que toda otra existencia depende de él y que, por lo tanto, todo le está sometido y supeditado. Dios, de este modo, se reveló al antiguo pueblo como la fuente de toda vida, como el Dios creador; de ahí emanaban sus derechos, el primero de los cuales era el de ocupar el primer puesto en el corazón de los hombres (Amarás a Dios sobre todas las cosas).

Ahora, en cambio, la revelación daba un paso más y se completaba, llegando a su plenitud. Dios, sin dejar de ser “el que es”, se mostraba a los hombres como “el que salva”. El Todopoderoso es también el Todo-amor. El que crea es también el que salva, porque ambos actos, creación y salvación, proceden de la misma fuente: el amor de Dios. Y si el Dios creador tenía bien asentados sus derechos, el Dios salvador los debe tener aún más. Sólo que si el primero inspiraba respeto y aun temor, el segundo debe inspirar gratitud infinita. Una gratitud que lleve a decirle “te quiero” y a mostrarle una fidelidad aún mayor que la que le ofrecen los que sólo le temen.

El segundo nombre, Cristo, viene de la traducción griega del hebreo “Mesías”. Significa “ungido”. No es, pues, como “Jesús” un nombre propio, un nombre que indica el ser de la persona que lo lleva, sino un término que representa una misión, una tarea. Jesús es el Mesías enviado por Dios para sacar al pueblo de la esclavitud, no de la de Egipto sino de la del pecado.

Sin embargo, como indica el Catecismo, “Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho, pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana, esencialmente política” (nº 439). Por eso Jesús, tras aceptar la confesión de fe de Pedro que le reconocía como Mesías, se refirió a su muerte en la Cruz, para dejar claro que su soberanía no era como la de los reyes mundanos, sino la que nace del sacrificio y del amor.

El tercer título es “Hijo único de Dios”. A él ya nos hemos referido al hablar de la naturaleza divina de Cristo. Conviene añadir que el término “hijo de Dios” era conocido en el Antiguo Testamento, dado a los ángeles, al pueblo elegido y a sus reyes. Supone una filiación adoptiva que no implica en absoluto confesión de divinidad. En cambio, la fe de los apóstoles tiene, desde el principio, un sentido diferente. Para ellos, el que Jesús fuera “hijo de Dios” le hacía igual a Dios. Y si esto fue así es porque Cristo lo dejó entender claramente (Catecismo, nº 443).

Jesús es el Señor

El cuarto nombre dado a Cristo es el de “Señor”. No es casualidad la aplicación de ese nombre a Jesús. En la traducción griega de la Biblia hebrea, Yahvé se transforma en “Kyrios” (Señor). “Señor -dice el Catecismo (nº 446)- se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel”.

En el Nuevo Testamento, de hecho, el término “Señor” se utiliza sobre todo para el Padre, pero también se emplea para designar a Jesús, en una confesión evidente de su divinidad por parte de la primera comunidad cristiana. San Pablo lo dirá con toda claridad en su carta a los Filipenses cuando afirme que Jesús es de “condición divina” (Flp 2,6). El apóstol Tomás utilizará ese término cuando, tras comprobar que Cristo había resucitado, exclame cayendo de rodillas: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

Catequesis sobre el Credo

Cuestionario sobre la humanidad de Cristo (II)

8.- ¿Qué motivos tuvo Dios para hacerse hombre?. 9 .- ¿Qué consecuencias podemos extraer de este amor de Dios?. 10.- ¿Las cualidades del hombre justifican el amor que Dios tiene por él?. 11.- ¿El amor de Dios al hombre está condicionado por la bondad del hombre?. 12.- ¿Quién era la Virgen María?. 13.- ¿Qué actitud tener ante las revelaciones privadas sobre la vida de María?

8.- ¿Qué motivos tuvo Dios para hacerse hombre?
"A esta pregunta, el Credo contesta así: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre". (nº 456). Y también: "El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (nº457) La salvación, por lo tanto, es el motivo principal y primero de la encarnación. ésta no tiene lugar buscando ningún interés egoísta por parte de quien la lleva a cabo, como si Dios fuera un hacendado al que los arrendatarios de sus tierras no le pagan y hubiera decidido poner fin a esa situación anómala yendo él mismo a cobrar. Incluso cuando el mismo Jesús expone una parábola que podría entenderse en ese sentido, lo hace no para indicar que esa sea la causa de su venida a la tierra en carne mortal, sino para expresar que Dios tiene derechos sobre los hombres y que éstos tienen deberes para con Dios. Dios es amor y sólo actúa por amor. Por lo tanto, el motivo de la encarnación es el amor que Dios es y que Dios tiene a los hombres. No hay ningún interés en la actuación divina excepto el de salvar a los hombres de las consecuencias de los errores y pecados de ellos mismos”.

Consecuencias

9.- ¿Qué consecuencias podemos extraer de este amor de Dios?
"La primera de ellas es que, efectivamente, Dios no quiere otra cosa más que nuestro bien. El amor de Dios al hombre, probado de manera inimaginable con la encarnación, nos debería convencer de que lo más sensato que podemos hacer es ponernos en manos de Dios. "Dios me quiere", deberíamos decirnos, tanto si entendemos lo que nos pasa como si estamos en una noche oscura. Y después deberíamos recobrar la paz si la hemos perdido”.

10.- ¿Las cualidades del hombre justifican el amor que Dios tiene por él?
“La encarnación, pues, debería ser prueba suficiente para creer sin ninguna duda en el amor de Dios. No fue la única ni la última, como veremos más adelante al tratar el tema de la muerte y resurrección de Jesús. Pero en realidad debería habernos bastado con verle niño en Belén u hombre que comparte la suerte del resto de los hombres, para estar seguros del amor de Dios. ¿Qué habríamos dicho si, por ejemplo, el Verbo se hubiera hecho hormiga para salvar a las hormigas, tan frágiles como ellas son? Naturalmente, sólo el hombre era susceptible de ser amado por Dios hasta ese punto, pues sólo él había sido creado a su imagen y semejanza. Pero, al fin y al cabo, toda la grandeza del hombre no justifica el abajamiento y la humillación que supuso la encarnación del Hijo de Dios. Ninguna criatura, ni siquiera el hombre, tenía derecho a esperar ese sacrificio, esa generosidad. Sólo un amor de Dios que fuera más allá de los méritos del ser amado, justifica la encarnación. Y si eso es así, si ese amor existe y es tan grande, sólo se puede responder a él con un abandono pleno en la providencia divina, con una aceptación completa de la voluntad de Dios, sabiendo que lo que Dios desee para nosotros será lo mejor que podamos esperar de la vida”

Dios ama siempre

11.- ¿El amor de Dios al hombre está condicionado por la bondad del hombre?
"La segunda consecuencia, ligada a la primera, es la de saber que, hagamos lo que hagamos, el amor de Dios no va a disminuir. Con frecuencia pensamos que Dios nos quiere sólo si somos buenos y nos deja de querer si somos malos. El amor de Dios no depende de nosotros, de lo buenos o malos que seamos. Ni siquiera el Dios que tiene que ejercer de juez y condenar a un hijo que se ha obstinado en su perdición, deja de amarle. Necesitamos meditar con frecuencia sobre esto, tanto si estamos en el camino de la santidad como si estamos en pecado. Si somos buenos, corremos el riesgo de enorgullecernos y creer que el amor de Dios se debe a nuestra bondad y que, en realidad, la salvación procede de nuestras buenas obras. Si Dios nos ama es porque nos lo merecemos, podemos llegar a pensar. Habremos acabado así con el sentimiento de gratitud hacia de Dios, con la alegría que se siente al sentirse salvados. Concluiremos que nosotros somos nuestros propios salvadores y que Dios ha tenido mucha suerte en conocer e incluso querer a personajes tan importantes y santos como creemos que somos nosotros. En cambio, si somos malos, corremos el riesgo de creer que Dios ha dejado de querernos y que, por lo tanto, no vamos a encontrar amor si algún día decidimos volver a la casa del Padre. Dios te quiere. Ámale tú por agradecimiento y nunca le amarás lo suficiente. Amále, aunque estés lejos, y vuelve a su lado, a casa”.

La Virgen María

12.- ¿Quién era la Virgen María?
“La encarnación de Jesús fue un hecho histórico. Tuvo lugar en un momento y en un día concreto de la historia. Y para que esto fuera así, debía producirse no sólo en un lugar geográfico, sino también en una persona real, en una mujer. Esa mujer era María. Hija de Joaquín y Ana, nombres que la tradición da a sus padres, sobre los detalles concretos de su existencia antes de la encarnación del Verbo sabemos muy poco a través de los Evangelios. El motivo es que éstos se dedican a hablar de Cristo y, por lo tanto, el resto de los personajes que intervinieron en su historia persona son contemplados sólo de pasada. No es, pues, un desprecio sino más bien una consecuencia lógica del objetivo con que fueron compuestos los Evangelios”.

13.- ¿Qué actitud tener ante las revelaciones privadas sobre la vida de María?
“Hay, no obstante, numerosas tradiciones acerca de la vida de la Virgen, algunas de las cuales arrancan de los primeros años del cristianismo, mientras que otras proceden de revelaciones privadas a determinadas personas, algunas de las cuales han sido posteriormente canonizadas. Estas revelaciones privadas no son objeto de fe, es decir no tienen por qué ser creídas obligatoriamente. A pesar de ello, pueden ser creídas por los fieles siempre y cuando el contenido de las mismas no vaya en contra de aquellas otras verdades que sí son objeto de fe por estar en la Biblia o haber sido proclamadas tales por el Magisterio de la Iglesia”