Catequesis sobre el Credo
 
Padre Todopoderoso (IV)

 

Las consecuencias de que Dios sea Padre para aquellos que, por el Bautismo, se convierten en hijos adoptivos son extraordinarias: La primera es la del amor de Dios; la segunda es la de la participación en la “herencia” divina a que tienen derecho los hijos.

El amor de Dios está revestido de múltiples características: la misericordia con los pecadores, la ternura y protección de un Padre que es además Todopoderoso.

En cuanto a la participación en la herencia, eso significa que podemos recibir el regalo de la salvación.

Consecuencias: Ser hijos adoptivos de Dios nos permite conocer el verdadero rostro de Dios y disfrutar de él. Ahora sabemos que el Todopoderoso es Padre y, como tal, es Amor. Un amor que es ante todo misericordia. Un amor que proteje a sus hijos. Además, al ser hijos somos herederos; herederos de la vida eterna y del tesoro de la santidad divina.

La fe en la paternidad divina o, dicho de otro modo, en la filiación adoptiva del hombre con respecto a Dios que se lleva a cabo a través del Bautismo, sitúa al hombre en un nivel completamente distinto con respecto a Dios.

Si antes era una “criatura”, es decir alguien creado por Dios y como tal completamente inferior, ahora es un hijo, porque más que al ser adoptivo no participe de la naturaleza divina, reservada exclusivamente al Hijo, a Jesucristo.

Ser “hijos de Dios” nos introduce inmediatamente en la familia de Dios. Eso nos va a permitir conocer el verdadero rostro de Dios y disfrutar de las consecuencias de esa intimidad. Nos va a permitir también tener acceso a la “herencia” de los hijos, a la cual no tienen derecho los extraños.

Dios es amor

El hecho de que Dios se haya querido revelar como “Padre” no sólo de Cristo sino también de los “hermanos” de Cristo, de los bautizados, nos habla directamente del amor de Dios. Porque Dios es Padre podemos afirmar que Dios es amor. O, dicho de otro modo, es porque es amor que se ha hecho Padre y nos ha hecho hijos. Ya la creación -como veremos en la siguiente lección- es una prueba de amor. Ahora bien, ese amor llega a la plenitud con la filiación.

Dios, por lo tanto, es amor. Lo sabemos y lo afirmamos en función de estas dos características suyas que conciernen al hombre: la Creación y la Paternidad. Ambas tienen en común la gratuidad: ninguna criatura tiene derecho a ser creada y, más aún, el hombre creado no tiene derecho a ser elevado a la categoría de hijo. Dios nos crea y Dios nos hace hijos suyos porque quiere hacerlo, como un regalo inmerecido que tiene en Él el origen y que no se justifica en virtud de cualidad alguna humana. Es esa misma gratuidad la que nos revela el amor de Dios. El hecho de que Dios se preocupe tanto por el hombre hasta el punto de llegar a hacerlo su hijo adoptivo es la principal muestra de que le importamos muchísimo, de que nos ama y nos ama infinitamente.

Criterios de eficacia

Nosotros podemos caer en la tentación de pensar que el amor de Dios debe medirse con criterios de eficacia, de dinero o de salud. Si Dios es amor y nos quiere como un Padre -podemos pensar-, entonces no debemos enfermar nunca, debemos tener mucho dinero y ser siempre jóvenes y poderosos. Sin embargo, no está ahí la prueba del amor de Dios por nosotros; la prueba de su amor es la filiación divina, con todas las consecuencias que esa filiación tiene.

La primera consecuencia es el conocimiento del verdadero rostro de Dios. El Dios en el que creemos no es temible, espantoso, aterrador. Por el contrario, es un Dios bueno que se interesa por el hombre y que pone al servicio de sus hijos adoptivos su poder omnipotente. Como ya se ha visto, el hecho de que ese poder no evite a los hijos de Dios ni el sufrimiento ni la muerte, entra dentro del misterio que sólo cuando veamos cara a cara el rostro de Dios con nuestra muerte podremos desvelar plenamente.

Si Dios es Padre amoroso, el hombre puede tener con él una relación diferente a la que tendría si es un Dios terrible y amedrentador. A éste sólo se le puede temer, a aquel se le debe amar. Con éste hay que intentar mantener las distancias, con aquél hay que acercarse. Al Dios temible hay que darle lo que pida, pero sólo lo que pida; al Dios Amor hay que darle todo lo que se tiene y se es, porque hacia Él se tiene una actitud diferente, la propia de hijos agradecidos que se saben amados inmerecidamente por su Padre.

Otra consecuencia de la paternidad divina es la misericordia. El Padre nos ama y nos ama como somos. No nos ama condicionadamente, es decir sólo si somos perfectos como Él es. Nos ama tal y como somos, incluidos nuestros pecados. Su amor no es voluble ni depende de nada, ni siquiera de nuestra respuesta a ese mismo amor. Dios es Padre amoroso de todo ser humano, incluido el más sañudo y reincidente pecador.

La prueba de ese amor de Dios nos es aportada precisamente por el mismo que nos ha hecho “hijos de Dios”: por Cristo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para la salvación del mundo”, dice el apóstol. Y “el amor de Dios ha llegado en Cristo a su plenitud”. De hecho, la gran prueba del amor de Dios a los hombres no está, no hubiera estado, en la concesión permanente de dones materiales -salud, dinero, juventud o poder-, sino en la misericordia infinita que derrocha con nosotros y en el sacrificio de su Hijo en la cruz para redimir a los hombres de sus pecados.

Cristo crucificado es, pues, la prueba permanente que se extiende ante nuestros ojos a veces incrédulos: “¿Qué más puedo hacer por ti?”, nos dice el Señor desde la Cruz. “¿Qué más puede hacer mi Padre para demostrarte su amor?”, nos interroga.

Porque nos ama nos salva

Porque nos ama nos salva. Porque nos ama no nos retira su amor cuando pecamos. Porque nos ama, espera siempre nuestra vuelta a casa, como el padre de la parábola del hijo pródigo, dispuesto a hacernos una gran fiesta cuando nos decidimos a acoger el don de su misericordia.

El amor de Dios es el que hace que su poder se ponga al servicio de sus hijos, garantizándonos que no seremos probados por encima de nuestras fuerzas y que nunca nos faltará su auxilio en la pruebas de la vida.

El amor de Dios, por último, es el que nos incorpora a la herencia a que tienen derecho los hijos. Una herencia que no es de honores y riquezas, sino de gracia, de santidad, de vida eterna. Somos herederos no de los tesoros de la tierra, sino de los tesoros del cielo. El Padre quiere compartir con nosotros sus dones, pero esos dones no son ni el dinero ni el poder, sino la santidad. Y todo eso nos lo da gratis, sin merecerlo. Por más que, como veremos, sean necesarias nuestras buenas obras para aceptarlo.

Catequesis sobre el Credo

Cuestionario sobre la fe en Dios Padre (IV)

28.- ¿Cómo influye la paternidad divina en la relación del hombre con Dios?. 29.- ¿Tiene relación la fe en la paternidad divina con la fe en el amor de Dios?. 30.- ¿Tiene derecho el hombre a ser amado por Dios hasta el punto de que le haga su hijo adoptivo?. 31.- ¿Es mayor prueba de amor la filiación divina o dones como la salud o el dinero?. 32.- ¿Qué consecuencias tiene para el hombre la filiación divina?. 33.- ¿Cuál es la prueba mayor que Dios nos podía dar de que nos ama?. 34.- ¿Porque nos salva nos ama o porque nos ama nos salva?.

28.- ¿Cómo influye la paternidad divina en la relación del hombre con Dios?
“La fe en la paternidad divina o, dicho de otro modo, en la filiación adoptiva del hombre con respecto a Dios que se lleva a cabo a través del Bautismo, sitúa al hombre en un nivel completamente distinto con respecto a Dios. Si antes era una "criatura", es decir alguien creado por Dios y como tal completamente inferior, ahora es un hijo, porque más que al ser adoptivo no participe de la naturaleza divina, reservada exclusivamente al Hijo, a Jesucristo. Ser "hijos de Dios" nos introduce inmediatamente en la familia de Dios. Eso nos va a permitir conocer el verdadero rostro de Dios y disfrutar de las consecuencias de esa intimidad. Nos va a permitir también tener acceso a la "herencia" de los hijos, a la cual no tienen derecho los extraños.”

Dios es amor

29.-¿Tiene relación la fe en la paternidad divina con la fe en el amor de Dios?
“El hecho de que Dios se haya querido revelar como "Padre" no sólo de Cristo sino también de los "hermanos" de Cristo, de los bautizados, nos habla directamente del amor de Dios. Porque Dios es Padre podemos afirmar que Dios es amor. O, dicho de otro modo, es porque es amor que se ha hecho Padre y nos ha hecho hijos. Ya la creación es una prueba de amor. Ahora bien, ese amor llega a la plenitud con la filiación.”.

30.- ¿Tiene derecho el hombre a ser amado por Dios hasta el punto de que le haga su hijo adoptivo?
“Dios, por lo tanto, es amor. Lo sabemos y lo afirmamos en función de estas dos características suyas que conciernen al hombre: la Creación y la Paternidad. Ambas tienen en común la gratuidad: ninguna criatura tiene derecho a ser creada y, más aún, el hombre creado no tiene derecho a ser elevado a la categoría de hijo. Dios nos crea y Dios nos hace hijos suyos porque quiere hacerlo, como un regalo inmerecido que tiene en Él el origen y que no se justifica en virtud de cualidad alguna humana. Es esa misma gratuidad la que nos revela el amor de Dios. El hecho de que Dios se preocupe tanto por el hombre hasta el punto de llegar a hacerlo su hijo adoptivo es la principal muestra de que le importamos muchísimo, de que nos ama y nos ama infinitamente”.

La mayor prueba

31.- ¿Es mayor prueba de amor la filiación divina o dones como la salud y el dinero?
“Nosotros podemos caer en la tentación de pensar que el amor de Dios debe medirse con criterios de eficacia, de dinero o de salud. Si Dios es amor y nos quiere como un Padre -podemos pensar-, entonces no debemos enfermar nunca, debemos tener mucho dinero y ser siempre jóvenes y poderosos. Sin embargo, no está ahí la prueba del amor de Dios por nosotros; la prueba de su amor es la filiación divina, con todas las consecuencias que esa filiación tiene”.

32.- ¿Qué consecuencias tiene para el hombre la filiación divina?
“La primera consecuencia es el conocimiento del verdadero rostro de Dios. El Dios en el que creemos no es temible, espantoso, aterrador. Por el contrario, es un Dios bueno que se interesa por el hombre y que pone al servicio de sus hijos adoptivos su poder omnipotente. Como ya se ha visto, el hecho de que ese poder no evite a los hijos de Dios ni el sufrimiento ni la muerte, entra dentro del misterio que sólo cuando veamos cara a cara el rostro de Dios con nuestra muerte podremos desvelar plenamente. Si Dios es Padre amoroso, el hombre puede tener con él una relación diferente a la que tendría si es un Dios terrible y amedrentador. A éste sólo se le puede temer, a aquel se le debe amar. Con éste hay que intentar mantener las distancias, con aquél hay que acercarse. Al Dios temible hay que darle lo que pida, pero sólo lo que pida; al Dios Amor hay que darle todo lo que se tiene y se es, porque hacia Él se tiene una actitud diferente, la propia de hijos agradecidos que se saben amados inmerecidamente por su Padre. Otra consecuencia de la paternidad divina es la misericordia. El Padre nos ama y nos ama como somos. No nos ama condicionadamente, es decir sólo si somos perfectos como Él es. Nos ama tal y como somos, incluidos nuestros pecados. Su amor no es voluble ni depende de nada, ni siquiera de nuestra respuesta a ese mismo amor. Dios es Padre amoroso de todo ser humano, incluido el más sañudo y reincidente pecador.”

33.- ¿Cuál es la prueba mayor que Dios nos podía dar de que nos ama?
“La prueba de ese amor de Dios nos es aportada precisamente por el mismo que nos ha hecho "hijos de Dios": por Cristo. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para la salvación del mundo", dice el apóstol. Y "el amor de Dios ha llegado en Cristo a su plenitud". De hecho, la gran prueba del amor de Dios a los hombres no está, no hubiera estado, en la concesión permanente de dones materiales -salud, dinero, juventud o poder-, sino en la misericordia infinita que derrocha con nosotros y en el sacrificio de su Hijo en la cruz para redimir a los hombres de sus pecados. Cristo crucificado es, pues, la prueba permanente que se extiende ante nuestros ojos a veces incrédulos: "¿Qué más puedo hacer por ti?", nos dice el Señor desde la Cruz. "¿Qué más puede hacer mi Padre para demostrarte su amor?", nos interroga.”

Nos ama y nos salva

34.- ¿Nos ama porque nos salva o porque nos salva nos ama?
“Porque nos ama nos salva. Porque nos ama no nos retira su amor cuando pecamos. Porque nos ama, espera siempre nuestra vuelta a casa, como el padre de la parábola del hijo pródigo, dispuesto a hacernos una gran fiesta cuando nos decidimos a acoger el don de su misericordia. El amor de Dios es el que hace que su poder se ponga al servicio de sus hijos, garantizándonos que no seremos probados por encima de nuestras fuerzas y que nunca nos faltará su auxilio en la pruebas de la vida. El amor de Dios, por último, es el que nos incorpora a la herencia a que tienen derecho los hijos. Una herencia que no es de honores y riquezas, sino de gracia, de santidad, de vida eterna. Y todo eso nos lo da gratis, sin merecerlo. Por más que sean necesarias nuestras buenas obras”.