Catequesis sobre el Credo
 
Creo en un solo Dios (II)

 

En el capítulo anterior vimos cómo la fe en un único Dios no está reñida con la fe en la Trinidad. También vimos cómo tener fe en Dios supone aceptar el misterio y correr un riesgo, pero dejando claro que hay muchas cosas en la vida que no entendemos y por lo tanto que el misterio es algo natural, y que mayor riesgo hay todavía en no creer en Dios que en creer en Él. El objetivo de este segundo capítulo sobre la fe en un solo Dios va dirigido a presentar las consecuencias de esa fe y a ofrecer algunos argumentos apologéticos que la defiendan.

Consecuencias: En este capítulo se abordan dos de las consecuencias de tener fe.

* Luz. La fe aporta un tipo de “inteligencia” superior, la propia del Creador de todo. Esa sabiduría que viene de arriba no está reñida con la razón, sino que la complementa y enriquece en aquellas cosas en las que la razón se para.

* Compañía: El creyente es un hombre que no conoce la soledad. Incluso el que está más rodeado de seres queridos, siente la limitación de una ayuda que está fuera de él. Dios, en cambio, está siempre dentro.

Dios existe y sólo existe un Dios. Esta es la primera afirmación de la fe cristiana, afirmación que compartimos con los creyentes de otras religiones tales como el judaísmo y el islamismo. Pero es necesario preguntarse por las consecuencias de esta fe. Serán estas consecuencias las que, de algún modo, harán que un corazón abierto y una mente auténticamente racional, se inclinen a correr el riesgo de la fe en lugar del riesgo de la fe en la no existencia de Dios.

Imagínense que nos encontramos ante una decisión importante, que de algún modo va a condicionar nuestra vida, y que tenemos dudas acerca de qué camino seguir. Será decisivo, en esa coyuntura, estudiar cuáles son las consecuencias de una u otra opción. Si un camino nos conduce a la felicidad y el otro a la soledad y a la falta de esperanza, no habrá la menor duda de que se deberá optar por el primero y rechazar el segundo. Sólo un corazón obstinado y ciego elegiría la segunda vía. Riesgo por riesgo, es mejor correr aquel que nos proporcionará el mayor beneficio.

Consecuencias

¿Cuáles son las consecuencias de tener fe en Dios?. Ante todo tres: luz, compañía y esperanza. Hay una cuarta, que se desprende de las anteriores, y que es la modificación de nuestro comportamiento que la experiencia de esa fe conlleva.

La luz que aporta la fe no es una luz cualquiera. Se trata de una sabiduría que nos viene de fuera, del Dios en el que creemos, y que supera con mucho lo que nosotros con nuestra razón podemos llegar a comprender. Hay que decir, a este respecto, que esa luz no sólo no está reñida con la razón, sino que se apoya en ella. Más bien se trata de una aportación de “racionalidad”, de esa sabiduría en la que entra en juego el corazón, y que complementa lo que el hombre por sí mismo puede llegar a conocer. Por ejemplo, la ciencia, al investigar el origen del Universo, habla, entre otras, de la teoría del “big bang”; esa teoría, por sí misma, nunca podrá llegar a la conclusión de que un Ser externo a la Creación puso en marcha todo, por más que parezca abrirse a ello; es la fe la que nos hace dar el paso que insinúa la teoría y nos hace afirmar que el autor de ese “primer estallido” es el Dios Creador de todo lo que existe. La teoría de la evolución, por poner otro ejemplo, habla del origen de las especies a partir de un asomo de vida primitivo, el cual va evolucionando con las leyes de la selección natural y de la mutación cromosómica en el proceso de meiosis; pero esta teoría no puede afirmar ni negar nada acerca de quién fue el que hizo surgir la primera vida, o quién fue el que hizo que existiera la materia inanimada anterior a ella, o quién fue el que estableció las leyes evolutivas; es la fe la que nos ayuda a ver la existencia de un Alguien creador de todo eso y ordenador de todo lo creado.

Los ejemplos se multiplican en este campo. Así, nuestra razón puede estar en determinado momento confusa ante el bombardeo de argumentos a favor de comportamientos morales que, sin esa presión externa, nos parecerían reprobables, como por ejemplo la eutanasia. La fe, en cambio, nos ayuda a ver las cosas con una luz diferente, gracias a lo cual descubrimos que la vida tiene un valor absoluto y que no podemos matar a nadie porque no cumpla los baremos de productividad o de “calidad de vida” que nuestra egoísta sociedad establece. Si esto se hubiera vivido siempre así, no habrían existido ni los “progroms” nazis ni los campos de concentración soviéticos. No olvidemos que ambos fueron apoyados en su momento por una mayoría de los pueblos alemán y soviético respectivamente. En ambos casos la Iglesia se enfrentó, a veces en solitario, a una opinión pública que justificaba el gaseamiento de judíos o el asesinato de disidentes. Era la fe, más que los argumentos de una razón oscurecida por la propaganda, lo que ayudaba a los cristianos a no dejarse arrastrar por opiniones comunes aparentemente muy razonables y sugestivas.

Compañía

Otro de los beneficios de la fe es el de permitir al creyente sentirse siempre acompañado. Para muchos, éste es el más importante, aunque se relaciona sobre todo con la soledad que se sufre en los momentos de dolor, de enfermedad, de agonía. Sin embargo, no es sólo en esos momentos cuando la creencia en un Dios llena la soledad del creyente; también se experimentan los efectos benéficos de esa compañía cuando las cosas van bien en la vida, aunque ésto quizá se note tanto más cuanto más noble sea el ser humano.

Sea en los momentos de dolor, sea en los de alegría, el hombre necesita compartirlos. Es cierto que, afortunadamente, en la mayoría de las ocasiones hay alrededor seres queridos con quienes poder hacerlo. Pero también es verdad que, con frecuencia, se experimenta esa compañía de amigos y de familiares como externa a uno mismo, mientras que la relación con Dios es algo más íntimo, gracias a lo cual el Señor logra llegar a donde ni la persona más amada puede entrar. El otro, por mucho que te quiera y te cuide, está siempre fuera de ti; Dios, por el contrario, está en tu propio interior y el alivio que te proporciona es de una calidad diferente, complementaria y en no pocas ocasiones única, a la que te pueden ofrecer las personas que más te quieren. Ellos, al final, tienen que hacer su vida. Dios, en cambio, no se va nunca de tu lado. Se dedica a ti en exclusiva. Está siempre en ti, palpitando con tu dolor para aliviarlo de una forma tan real como misteriosa, o bien aumentando tu gozo porque puedes compartirlo con aquel al que amas por encima de todo.

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