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La presentación con que Gerardo Diego abre la serie
de poemas del vía-crucis, es una oración a la Dolorosa. Se suceden las
frases breves, firmes, con que, desde la compasión, interpela a María en
amoroso acompañamiento, en forma de ruegos imperativos: «Dame tu mano»,
«Clávame tus espadas», «Déjame», «Permite»... La técnica cambiante de
afectos encontrados que se agolpan, rompe el presente de la proximidad
para recuperar, en desordenado recuento de escenas familiares, los
momentos históricos en que la Madre gozaba de su presencia viva: el niño
dormido en su cuna, el gozo de verlo nacido en Belén, la llamarada de
Gabriel anunciante de la Encarnación...
La vuelta al presente es indicativa de la presencia
del Hijo que pasa ya ante Ella, engarzando con una plegaria final, llena
de invocaciones, a manera de ofrenda de las dolorosas jornadas que
vienen a continuación. [Fr. Ángel Martín, o.f.m.]
Dame tu mano, María, la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas en esta carne baldía. Quiero ir
contigo en la impía tarde negra y amarilla. Aquí en mi torpe
mejilla quiero ver si se retrata esa lividez de plata, esa
lágrima que brilla.
Déjame que te restañe ese llanto cristalino, y a
la vera del camino permite que te acompañe. Deja que en lágrimas
bañe la orla negra de tu manto a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia. Capitana de la angustia: no quiero
que sufras tanto.
Qué lejos, Madre, la cuna y tus gozos de Belén: -
No, mi Niño. No, no hay quien de mis brazos te desuna. Y rayos
tibios de luna entre las pajas de miel le acariciaban la piel
sin despertarle. Qué larga es la distancia y qué amarga de
Jesús muerto a Emmanuel.
¿Dónde está ya el mediodía luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel te saludó: -Ave, María? Virgen ya de
la agonía, tu Hijo es el que cruza ahí. Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario. Para ir al monte Calvario, cítame en
Getsemaní.
A ti, doncella graciosa, hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores, nido en que el alma reposa. A ti,
ofrezco, pulcra rosa, las jornadas de esta vía. A ti, Madre, a
quien quería cumplir mi humilde promesa. A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.
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