TRATADO GENERAL DE LOS SACRAMENTOS


 

CAPITULO   VII

EL  CARÁCTER  Y  LA  REVIVENCIA  SACRAMENTAL

 

VII.A.- El Carácter, Efecto Permanente del Sacramento.

VII.A.1.- El efecto, como res et sacramentum.

La disposición del sujeto puede afectar a la Gracia Sacramental de dos modos: Impidiendo la recepción de la  misma al rechazar el sacramento, o perdiéndola después de haberla recibido. Los sacramentos, ade-más de la Gracia que se puede o nó recibir y perder, causan siempre un efecto permanente que por lo general debe darse unido a la Gracia de Dios, pero que puede subsistir sin ella, como es el caso de la recepción ficti-cia del sacramento (sin aceptarlo), o tras haber perdido la Gracia Santificante causada por el sacramento. A este efecto permanente, que dura mientras se dan las circunstancias para las que está ordenado el sacra-mento, se le denomina Res et Sacramentum, y de una o de otra manera se da en todos los sacramentos.

En la Eucaristía la res et sacramentum es la Presencia real en las especies sacramentales, que per-manece mientras estas duran materialmente; en el Matrimonio es el lazo conyugal, que no se puede romper mientras vivan los cónyuges; en la Unción de los enfermos es la consagración ante la Iglesia de una persona que desde su situación doliente se purifica, y subsiste mientras dura esa situación; en la Penitencia es la re-conciliación con Dios y con la Iglesia, y se permanece en esta unión divina y eclesial mientras no la destruya un nuevo pecado; por último tenemos al Bautismo, la Confirmación y el Orden, cuyo efecto permanente reci-be el nombre de Carácter Sacramental; el Carácter es la res et sacramentum de estos tres sacramentos.

El Carácter es una realidad intermedia entre el signo sensible y el efecto último del sacramento que es la Gracia; de tal forma que participa a la vez del sacramentum tantum y de la res sacramenti.  En foma gráfica se puede decir que el Carácter pervive aun en el alma del pecador, aunque se encuentre en una situación violenta al no tener el complemento de la Gracia particular del sacramento.

VII.A.2.- Planteamiento a partir del Magisterio de la Iglesia.

El Papa Inocencio III habla en su carta 'Maiores Ecclesiae Causas', escrita en 1201, del Carácter Sacramental como de algo comunmente admitido; dice literalmente "a quien se acerca de modo ficticio al sacramento del Bautismo recibe el Carácter" (DS 701). El Bautismo, pues, es un sacramento que imprime el Carácter al margen de la Gracia.

En el Decreto para los Armenios del Concilio de Florencia se enseña que el Carácter es un cierto signo espiritual distinto de los otros signos, que se imprime en el alma de forma indeleble, en virtud de lo cual los tres sacramentos que lo imprimen no se pueden reiterar.

El Concilio de Trento, en su Canon Octavo de los Sacramentos en General, también dejó establecido que el Bautismo, la Confirmación y el Orden son los sacramentos que imprimen Carácter, y que este es un cierto signo espiritual en virtud del cual los sacramentos que lo causan no pueden repetirse. Tanto el Concilio de Trento como el de Florencia se limitaron a describir el Carácter como un impreciso signum qoddam (cierto signo, con lo que dejaron abierta la posibilidad de una futura definición.

VII.A.3.- La Noción Bíblica.

Se puede establecer una relación de semejanza entre el sentido de pertenencia inherente al Ca-rácter, y la pertenencia del pueblo de Israel a Dios como efecto de la Alianza (Gn 17,19; Os 2,21-22). Esta misma idea la desarrolla San Pablo en el Nuevo Testamento cuando ve en Cristo la llegada de la plenitud de los tiempos; en la segunda carta a los Corintios dice, "es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del espíritu en nuestros corazones" (1,21-22).

El término griego empleado por Pablo en esta cita es sphragis (= sellar), que encontramos también en otros textos, como Ef 1,13: "En él también vosotros, que escuchasteis la palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salud en el que habéis creído, fuisteis sellados con el sello del Espíritu Santo", y en Ef 4,30: "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención". Sphragis, en cuanto es un sello recibido, indica que lo sellado es propiedad de aquel que le ha impreso su sello, como en el mundo antiguo sucedía con los esclavos que eran sellados por sus amos, o como se acostumbra actualmente en el campo de la ganadería.

La idea de propiedad representada por el sello se repite a lo largo de toda la Biblia: En el Génesis aparece el sello como signo de protección de Dios sobre Caín (4,15); en el Éxodo la señal impresa sobre las puertas de las casas de los judíos testifica la presencia de creyentes al paso del ángel exterminador (12,22), y el Apocalipsis 7,3 se describe como marcada en la frente con el sello de Dios la muchedumbre que no recibi-rá daño por parte de los ángeles. Otra nota veterotestamentaria es la naturaleza sacerdotal del pueblo de Israel, constituido por Dios para dotarlo de esa dignidad (Cf. Ex 19,5-6). Estos pasajes son sólo un atisbo del dato revelado, a partir del cual los Padres y los teólogos desarrollaron la doctrina de la Iglesia sobre el Carácter Sacramental.

VII.A.4.- Aportaciones de la Teología Patrística.

a).- Primer período, siglos II y III.

Hermas, en su obra El Pastor, al hablar de la resurrección que concede el Bautismo, dice que los que murieron bautizados tienen un sello que los salva, al cual identifica con el agua; por su parte San Cipriano utilizó la expresión signaculum dominicum, equivalente a sello del Señor, para referirse al sacramento de la Confirmación (De Paenitentia VI,16). Es así como aquellos Padres conocieron el término paulino de sphragis y lo aplicaron a uno y a otro sacramento.

b).- Segundo período, siglo IV.

San Cirilo de Jerusalén, al describir en sus Catequesis los efectos del Bautismo, dice que es un sello santo e indisoluble (Procatechesis, XVI); en otro lugar afirma que Dios otorga su sello saludable y admirable a las conciencias probadas (Catechesis I,3).

San Ambrosio habla del sello del Espíritu Santo (De Spíritu Sancto I,6), y del sello espiritual con el que es marcado el corazón del creyente.

c).- Tercer período, San Agustín.

San Agustín fue quien desarrolló la doctrina sobre el Carácter Sacramental.

Los donatistas identificaban la santidad de la Iglesia con la de cada uno de sus miembros; y par-tiendo de que nadie puede dar lo que no tiene, negaban que quien no era moralmente santo pudiera administrar válidamente el Bautismo. Según los donatistas, el efecto del Bautismo dependía de la disposición moral del ministro. Contra esta actitud reaccionó San Agustín al asegurar que la validez del Bautismo depende sólo y exclusivamente de Jesucristo, y por ello, al margen de la disposición del ministro, confiere siempre la Gracia.

Al referirse, como ejemplo, a la situación personal de un militar de su tiempo, encuentra en ella dos posibilidades: que tenga la marca del emperador y se encuentre en unión con él, o que la tenga pero esté se-parado de él. En caso de darse este segundo supuesto, San Agustín añade que la marca imperial no sola-mente no le sirve al militar para combatir, sino que será castigado a causa de ella por haber sido un desertor. Lo mismo le ocurre a quien siendo cristiano se adhiere a alguna herejía.

Con expresiones cargadas de rigor, escribe San Agustín que Donato es un desertor que conserva el Carácter de su emperador; por ello nuestro Señor Jesucristo le busca, y aunque es un desertor borrará el error de su crimen y no exterminará su Carácter (Sermo ad Caesariensis Ecclesiae Plebem, 2).

Una clara formulación sobre el Carácter aparece también en su respuesta a la carta de Parmeniano. En esta ocasión, refiriéndose a los sacramentos del Orden y del Bautismo, expresa el sentido consecratorio de los dos y que no pueden repetirse, por ello no hay que rebautizar ni volver a ordenar a quienes regresan de la herejía a la Iglesia (Contra Epistulam Parmeniani, II,28)

San Agustín distingue como resultantes de estos sacramento la Gracia y el efecto permanente, y asegura que por falta de disposición de quien lo recibe puede darse un sacramento sin que confiera la Gracia, pero no sin el efecto permanente de pertenecer a Cristo por la consagración, que se confiere siempre; así afirma que el sacramento del Orden puede conferirse sin que cause la Gracia, pero no sin que imprima Carácter. San Agustín distingue la Gracia y el estar bautizado, es decir, el haber sido consagrado a Dios e incorporado a la Iglesia; y este efecto de estar bautizado es de tal forma inherente a la recepción del sacramento, que no puede reiterarse cuando llega a la Iglesia quien ha sido bautizado fuera de ella, si lo fue en nombre de Jesucristo.

VII.A.5.- La Elaboración Sistemática de los Escolásticos.

La Escolástica acentuó la dimensión trinitaria y cristológica del Carácter, pero en la medida en que lo fue haciendo perdió de vista la dimensión eclesial que había tenido en el planteamiento agustiniano, y comenzó a adquirir una nota de intimidad individualista; según ella, es cada cristiano, desde su propio interior, quien en virtud del Carácter queda integrado a una nueva relación personal con Dios.

Santo Tomás de Aquino, máximo exponente de la Escolástica, dice que el Carácter Sacramental está impreso en el alma racional, que se distingue del carácter eterno, que representa a la Trinidad increada en la trinidad creada (cuerpo, mente y espíritu humanos), y por último, que a través del mismo se distinguen los cristianos de los no creyentes.

El Carácter, para Santo Tomás, es una potencia espiritual que permite al hombre quedar capacitado para realizar una acción determinada. Es un signo o una señal impresa en el alma, que está allí para indicar que ha quedado consagrada para un fin; es como las monedas, que cuando en ellas ha sido esculpida la figura que designa su legalidad adquieren un valor real de riqueza; es también como ocurre con los militares, que se distinguen en su grado por la imagen que ostentan en sus insignias. El signo denota siempre una finalidad, y así ocurre también con el signo sacramental que recibe el hombre cristiano, ya que en virtud de él, o sea de los sacramentos, queda preparado para una doble finalidad: ser capaz de recibir la Gracia Santificante, y de recibir o entregar lo que es propio del culto de Dios.

Por el Carácter el hombre participa del sacerdocio de Cristo y queda configurado con Cristo Sacerdote, lo cual es signo distintivo de todo cristiano. El Carácter Sacramental no es más que la participación en el Carácter Sacerdotal de Jesucristo, que es eterno; por tanto toda consagración dedicada y aceptada por Jesucristo goza también de la nota de eternidad. Esto ocurre también con los elementos inanimados, como son las iglesias y los altares, que una vez que han sido dedicados a Dios permanecen consagrados por siempre, a no ser que se destruyan. Santo Tomás de Aquino sostiene que el Carácter Sacramental es indeleble, incluso mas allá de la muerte, en la vida eterna (STh III,q.63,a.5).

VII.A.6.- Síntesis del Vaticano II.

Al replantearse la pregunta acerca de la naturaleza del Carácter, y al querer dar una explicación a la proposición del Concilio de Trento que lo considera como un signo espiritual indeleble, la Teología contemporánea se ha vuelto hacia la Iglesia porque considera que a ella está vinculado el efecto permanente de los sacramentos, y por lo tanto el Carácter.

Pío XII afirmó que el hombre ha sido constituido miembro del cuerpo místico de Cristo, que ha que-dado dotado con el título de sacerdote y, por ello, adornado del Carácter Sacramental esculpido en su alma, que le destina para el culto divino. Así Pío XII definió con toda precisión que los seglares participan del sacerdocio de Cristo desde su propia condición de cristianos bautizados (DS 3851). En su encíclica Mediator Dei encontramos como situaciones inseparables en el cristiano la pertenencia a la Iglesia y su dedicación al culto, de tal forma unidas que la una sin la otra no tiene sentido. También en los documentos conciliares del Vaticano II aparecen nítidamente formuladas, como efectos del sacramento del Bautismo, tanto la participación del cristiano en el sacerdocio de Cristo, y a consecuencia de ello su dedicación al culto cristiano, como la incorporación a la Iglesia.

El Concilio Vaticano II, luego de establecer que la Iglesia se realiza por los sacramentos, pasó a analizar la forma en que esta realización se lleva a cabo, y vino a exponer como doctrina que afecta tanto a la Eclesiología como a la Sacramentología, que por el Bautismo se ingresa a la Iglesia, por la Confirmación se incorpora más profundamente en su seno, por la Eucaristía se alcanza la pertenencia plena a la Iglesia, por el Orden se sirve ministerialmente a la Iglesia actuando en representación de Cristo, por el Matrimonio se le dan nuevos hijos a la Iglesia, por la Unción de los enfermos se le ofrece a la Iglesia el don de la mediación de sus propios miembros sumidos en el dolor y la enfermedad, y por último, mediante la Penitencia el cristiano pecador, además de reconciliarse con Dios, se reconcilia con la Iglesia a la que había ofendido con su pecado.

Siguiendo la línea de San Agustín, retomada en el siglo XX por Scheeben, el Vaticano II ha definido  que los sacramentos son el proceso dinámico por el que el hombre queda consagrado a Dios desde la Iglesia. La Lumen Gentium (10) dice: "El Bautismo incorpora a los creyentes a la Iglesia, y mediante su Carácter Sacramental, al culto cristiano". Quedar incorporados a la Iglesia y al culto cristiano son dos aspectos del Carácter impreso en el alma por el Bautismo.

El Vaticano II ofrece una síntesis entre San Agustín y Santo Tomás; de San Agustín ha tomado la dimensión eclesiológica del Carácter al proponer que por los sacramentos el hombre se consagra a Dios al integrarse a la Iglesia, y de Santo Tomás recibió la dimensión cultual que considera al cristiano capacitado para ofrecer a Dios la veneración de su Iglesia.

El Carácter queda descrito como el sello de la consagración que el Espíritu Santo imprime sacramentalmente en el hombre, por medio del cual queda dedicado a Dios mediante su incorporación a la Iglesia, y unido de modo indeleble a Cristo Sacerdote para junto con él ofrecer a Dios el sacrificio espiritual de alabanza.

VII.B.- La Revivencia de los Sacramentos.

Se trata de la capacidad que tienen los sacramentos para causar la Gracia Santificante, no en el momento de recibirlos, sino después. Quedó planteada por San Agustín cuando al defender ante los donatistas que el Bautismo cristiano causa siempre efecto, tuvo que admitir que por falta de disposición del sujeto que lo recibe el Bautismo podría no causar la Gracia, pero siempre causará el Carácter.  Se percató San Agustín que sería después, cuando la falta de disposición del bautizado desapareciera, que el Carácter que se le había impreso causaría la Gracia que debió haber recibido con el sacramento.

Al Bautismo recibido con total falta de disposición le llamó San Agustín fictus (ficticio), y señaló la posibilidad de reviviscencia, al admitir que desapareciendo mediante el sacramento de la Penitencia el impedimento contra la Gracia, esta reviviría (De Baptismo I,XXII,18). Lo mismo propuso Santo Tomás en el Comentario a las Sentencias, cuando precisó que la ficción no anula la recepción del Carácter Sacramental, el cual, por permanecer impreso en el alma de modo indeleble, cuando desaparece el impedimento de la Gracia comienza a causarla (In IV Sent., d.4, q.3, a.2, q.3). Es el Ca-rácter, por lo que tiene de signo sacramental, de sacramentum, el que causa la res, la Gracia, cuando se elimina el obstáculo de la causalidad.

En la actualidad, Karl Rahner propone una formulación del asunto que además de esclarecedora resulta de una gran relevancia teológica, dice que "La reviviscencia de los sacramentos no es en sí sino una peculiaridad que lleva consigo el carácter del opus operatum.  Dentro de la dogmática católica el opus operantum es sencillamente la expresión más inequívoca de que Dios da su Gracia por propia iniciativa; esta Gracia es gracia de la fe, del amor, del poder y del realizar; es una Gracia que logra su realización en la fe amante del hombre"  (La Iglesia y los Sacramentos, página 16).

Con el planteamiento de Rahner, la reviviscencia ha quedado encuadrada en la exacta relación entre el don gratuito de Dios, que es siempre un sacramento, y la respuesta personal y amorosa del hombre. Desde esta localización la reviviscencia cobra una dimensión netamente antropológica, ya que el sacramento revive en el hombre por el comportamiento fiel del hombre ante Dios.