LA SANTIDAD CRISTIANA


Toda palabra honda sobre el misterio del Espíritu tiene el sentido de humilde búsqueda. La fe misma es una súplica pidiendo luz. Jesús envía su Espíritu a renovar la tierra y los corazones. Lo promete momentos antes de morir, y apenas resucitado lo cumple. Es el mejor legado que nos podía dejar. Con la fuerza del Espíritu vivida Él y ha llevado a cabo su obra. Tenemos un manantial de vida y de energía espiritual. Dondequiera que el Espíritu interviene suscita no solo fe, amor, esperanza, sino hombres creyentes, amantes, esperantes. Y éstos hombres hacen también historia con su experiencia del Don divino, sus gestos de respuesta, su reflexión. Nos han quedado en herencia los signos del paso de Dios por la historia de los hombres, y de la vida divina que en éstos nace a raíz del encuentro: La Biblia, la Iglesia y su historia, la vida y experiencia de los santos, la reflexión creyente. Todo ello entra a formar parte de nuestra existencia personal, a esto llamamos espiritualidad.

Pero la verdadera fuente de espiritualidad está en nosotros y en nuestra historia. ESPIRITUALIDAD es la capacidad de descubrir, interpretar, vivir, contemplar la presencia y la acción del Espíritu entre nosotros. Vida espiritual quiere decir vida cristiana integral. El espíritu pide acogida y colaboración, en correspondencia libre a su gracia y en íntima adherencia a la propia historia. El don y la llamada alcanzan a todos. Espiritual es quien toma el Evangelio absolutamente en serio llevándolo con sencillez hasta las últimas consecuencias, y unifica en torno a el la propia vida dispersa.

Por medio de la reflexión, la fe ahonda en el Evangelio, en el sentido divino de la historia, en el rumbo de la propia existencia. Varias formas de reflexión cristiana se ofrecen a alumbrar esos caminos y alimentar la vida. Son conocidas por su riqueza doctrinal y por sus servicios a la Iglesia: Teología dogmática y moral, Litúrgica y pastoral, etc.

La teología espiritual escruta el hogar donde se fragua la unidad de la persona, donde se funden gracia y naturaleza, teoría y práctica, conocimiento y amor, actitud interior y acción externa. La espiritualidad pone coherencia, sin estrangular el movimiento de la vida cristiana. Es palabra del Espíritu al espíritu, que tiene su verdad en el encuentro personal con Cristo.

 

SANTIDAD CRISTIANA

La tradición ha recogido en esta palabra lo más valioso de la experiencia cristiana. Sea por influjo de la herencia o por intuición personal de cada uno, santidad es la expresión de plenitud. Cuando el cristiano deja a su espíritu idear libremente una existencia llena de adoración, de servicio y de autenticidad personal, piensa en términos de santidad.

En ella culmina el encuentro entre los varios actores del drama espiritual; Cristo, Iglesia, hombre, mundo. Cada uno de por sí y la relación entre todos alcanzan la máxima expansión. Da nombre a la Iglesia, que es no solamente Iglesia santa como un rasgo más entre otros muchos, sino Iglesia de la santidad como característica decisiva.

La santidad ha sufrido cambios en el modo de realizarse y sobre todo en la imagen que de ella se han hecho los creyentes. Es una palabra-ideal que atraviesa varias fases en la historia. Sobriedad y realismo divino en la presentación bíblica. Esponjosidad creciente, heroísmo, mortificación, en la Edad Media. Desinterés y menosprecio en época más reciente. Recuperación rápida en nuestros días, con fundamento bíblico y adherencia a la vida. A muchos les pareció que santidad resultaba noción estática, irreal, más indicada para fomentar la megalomanía, que para responder a las exigencias de la historia y de la propia capacidad. Querían acabar con los santos y con la santidad, como si se tratara de un detalle folclorístico en la vida de la Iglesia: menos aureolas e ir directamente a lo real. En el reciente concilio, vuelve a ser eje de toda la reflexión y del dinamismo espirituales. Ha recuperado sus dimensiones propias, superando el moralismo y la elasticidad que la tenían anquilosada. Para responder a las esperanzas y cumplir su función en las nuevas dimensiones, la santidad ha tenido que cambiar los acentos, ensanchar la noción, meterse de lleno en el misterio cristiano y en la realidad de la historia humana.


Desde el misterio de Dios es como mejor se define, en toda su complejidad y polivalencia: Ser de Dios, manifestación de Dios, don divino a la Iglesia, transformación íntima de la persona creyente. La salvación se desarrolla en un clima de santidad; personas, obras, medios, todo lleva ese rasgo distintivo de su pertenencia al misterio. Es santo todo aquello que Dios toca o a Él conduce.

ORIGEN Y NOCIÓN: El término "santidad" es aplicado constantemente por la Escritura, la teología, la liturgia, la espiritualidad, a toda clase de personas y cosas. De este modo se ponen de manifiesto su validez y universalidad. Entre sus múltiples aplicaciones se cuentan: santidad de Dios, de la humanidad de Cristo, de la Iglesia, del cristiano, lugares santos, libros santos…

Hay que mantener unidas a toca costa las varias aplicaciones. Se esclarecen mutuamente y juntas dan el significado real de la santidad cristiana: resplandor de vida que sigue al misterio divino en todas sus manifestaciones. Definidas cada una por su parte, sufren desintegración y caen en la ambigüedad. La santidad de Dios resulta abstracta, la de la Iglesia reduce a argumento apologético, la del cristiano queda en esfuerzo individual por conseguir la perfección.

Para unificar la visión, el mejor camino es acertar con su origen y seguirle la trayectoria, pues se trata de una realidad esencialmente dinámica. La fuente es Dios, en su ser y obrar salvífico.

Queda consignado en la Escritura, que se convierte en fuente de experiencia y de doctrina. Personas, hechos, palabras, cosas, van siendo incorporadas libremente por Dios a su vivir y obrar, con lo que se expande progresivamente el campo de la santidad.

SANTIFICACIÓN ES: La obra del Espíritu Santo en la Iglesia, en virtud de la cual el hombre, en todas las dimensiones de su existencia, se renueva y se hace reflejo e instrumento dócil de la Voluntad Divina para su obra de salvación en el mundo. Proceso lento y vital que solamente al final de los tiempos alcanzará su plenitud.

El Concilio Vaticano II.- El punto de partida fueron los hechos o datos de la experiencia actual. La importancia del laicado, la acción católica, la espiritualidad conyugal, el ecumenismo, la apertura al mundo, la sensibilidad pastoral en general, han contribuido a renovar la fisonomía de la santidad. No se insiste bastante en la santidad de la Iglesia en cuanto comunidad, se restringe a los religiosos con escasa atención a los demás estados de vida.

La santidad es un don personal de Dios, comunicación permanente de Dios Trino en fe y amor. Intimamente presente al hombre, se hace vida del hombre. Queda santificado hasta el cuerpo, no por un gesto ocasional que le marcara, sino por la inhabitación del Espíritu, que lo convierte tal y como es, cuerpo y espíritu, en morada permanente y base de su irradiación en el mundo (Cor 6,19). Es un don para irradiar, difundir, contagiar a toda la humanidad. La santidad es un ministerio, una misión. El Espíritu transforma y santifica a una persona, a una comunidad, para hacerlas instrumentos adecuados que lleven a cabo su obra de salvación en el mundo. Lo SANTO en el lenguaje Bíblico designa una realidad compleja que toca el misterio de Dios, el culto y la moral, englobado y sobrepasando las nociones de sacro y puro. La noción Bíblica se refiere a la fuente de la santidad, a su comunicación a los hombres por la participación del Espíritu, y en el hombre a su irradiación vital ética. Incluyendo la separación de lo profano, la pertenencia a Dios sobre todo por la participación de su santidad, y la resonancia moral en el hombre.

El Antiguo Testamento presenta a Dios como Santo por excelencia. Dios es santificado, en el sentido de manifestar con obras divinas su santidad, esencia de su divinidad, y en el sentido de ser reconocido y adorado como Santo. Dios por fin santifica, hace santo: su nombre, Israel, el sábado… En particular, Dios santifica a su Pueblo, purificándolo de toda mancha, y exigiendo una santidad vivida y progresiva.

Si pasamos al Nuevo Testamento, podemos captar la santidad de Dios en sus momentos culminantes. "Bendito sea Dios y padre de nuestro Señor Jesucristo (…), que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos agració en el Amado (…) En Él también vosotros que escuchasteis la palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salud en el que habéis creído, fuisteis sellados con el sello del Espíritu Santo prometido" (Ef 1,3-6,13).

INICIATIVA DIVINA: Que hace de la santidad un don. Estamos en el plano hondo de la comunicación personal; santificar al hombre es transformarle, elevándole en Cristo a la condición de hijo, ejerciendo para con Él su Divina Paternidad.

Por donde se quiera que empiecen los textos de la revelación en el NT, llevan siempre explícitos o implícitos los diversos aspectos del misterio de la santidad: Ser de Dios, acción de Dios sobre el hombre, conformación de éste a la imagen de Cristo, renovación moral. Si comienza por la santidad de Dios, concluye en el compromiso de vida cristiana santa; si empieza por las exigencias de vida cristiana, lo justifica luego recurriendo a la santidad de Dios. "Así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta; como dice la Escritura; seréis santos, porque Santo Soy Yo (Lv 19,2) (1Pe 1,15,16).

"Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mt 5,48). Jesucristo es el Santo de Dios por excelencia. Por la unión de Dios y hombre en su persona, por la grandeza de su propia existencia como reflejo de Dios padre, por la misión recibida y cumplida en el Espíritu Santo de llevar a cabo el plan salvífico. En Él ha puesto Dios su morada y su complacencia: es el altar de la alianza, el templo, la víctima, el culto, la caridad, el mediador, el instrumento dócil y obediente hasta la muerte. Santidad en todos los sentidos: ontológica, cultural, moral, psicológica.


LA CONDICIÓN DE UN PUEBLO.

Comunicando su propia bondad trascendente, Dios suscita un pueblo santo. En la visión de Isaías, Dios tres veces santo se acerca al hombre, que queda sobrecogido en la conciencia viva de su impureza y de su finitud. Mas no se acerca Dios para oprimir, sino para salvar al pueblo. Purifica al profeta y lo envía de su parte a anunciar la salvación (cf. Is 6). Cada uno recibe la santidad divina conforma a la propia naturaleza. Las personas son asumidas con toda su libertad, llevando la santidad hasta el compromiso moral, la conducta, la existencia entera.

Tanto en el antiguo como en el Nuevo Testamento, el destinatario de la obra santificadora de Dios es un Pueblo. Lo escoge para el culto y para ser testigo y testimonio ante los demás pueblos de su bondad. Santo en el sentido Bíblico de la palabra no es aquel que ha hecho grandes cosas por Dios, sino aquel en quien ha hecho grandes cosas.

Santidad es fidelidad a la Iglesia santa, conformidad a la imagen de Cristo que se forma en cada cristiano, y por ahí ser reflejos de santidad del Padre, que para eso hizo el hombre a imagen y semejanza suya. Los santos son la gloria de la Santísima Trinidad.

 

"SANTIDAD ECLESIAL". El acoplamiento de estas dos realidades contribuye a la mutua iluminación. La santidad desvela el misterio íntimo de la Iglesia y en la eclesialidad se pone de manifiesto el verdadero significado de la santidad cristiana. El bien que hace un miembro resuena inmediatamente en la comunidad. Pero también el mal: la Iglesia entera carga ante el mundo con el pecado de cada uno de sus miembros.

"Dios quiso santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente" (LG 9).

IGLESIA SANTA. Aplicamos a la Iglesia el mismo vocablo que caracteriza el ser de Dios y la humanidad de Cristo. Se trata de un uso legítimo porque participa y prolonga la misma realidad. Sin embargo la Iglesia es santa de otra manera: tiene asegurado el germen de santidad y asegurada su función santificadora. Necesita en cambio mucho esfuerzo y mucho tiempo para lograr que la santidad alcance hasta las últimas junturas peronales y sociales de su organismo gigantesco. Existe la santidad de la Iglesia como "Don" de Cristo, garantizado por su fidelidad inquebrantable y existe la "respuesta" de la Iglesia a ese don. La Iglesia es santa porque posee el Don Divino, es Cuerpo de Cristo, tiene los Sacramentos y otros medios de santificación, conserva íntegro el depósito de la revelación y ha cumplido su misión aún durante los periodos de mayor decadencia moral.

"RESPUESTA DE SANTIDAD". La respuesta de santidad se le puede y se le debe exigir a la Iglesia, pero no como condición de fe en Cristo. Aflora constantemente la tentación de rechazar el don de Cristo por la infidelidad moral de los ministros o la vida desedificante de algunos cristianos. Jesús asegura su asistencia a la prestación de los servicios de salvación, aún por medio de personas que no están a la altura moral de los dones divinos que administra. Esta garantía la da el Señor, para poner su obra de salvación al alcance de todo el que le busca con sincero corazón y que nadie quede defraudado por culpa de las mediaciones. La debilidad humana no desvirtúa el poder de Cristo. En cambio, para la Iglesia misma, sus ministros y sus fieles, la fidelidad incondicional del Señor es una invitación apremiante a continua conversión y purificación. Por sus proporciones masivas, aumenta la visibilidad, la fuerza expresiva. Mientras Jesús no salió de Palestina, la Iglesia ha recorrido el mundo, ha penetrado en todo, se ha ofrecido a todas las miradas, y al juicio de todo el mundo. Es una ventaja. Pero, por otra parte, pierde en claridad. Cristo era impecable, en su ser y en la dedicación desinteresada a la causa de su Padre. La Iglesia lleva mezclas que ofuscan el intento central. Es así como Jesús ha previsto, y a la que promete su Espíritu que asegura eficacia y perennidad.

Las previsiones del Señor en el Evangelio, la experiencia eclesial que relata las cartas de los Apóstoles y el Apocalipsis, dan como cosa normal la presencia del pecado en la Iglesia.

Con sus actitudes y actos continuos de reforma debe la Iglesia demostrar que el pecado le es ajeno, aún cuando lo tenga siempre en casa. Se purifica en el esfuerzo de conversión y fidelidad. Tarea interminable, desde el momento que las raíces del mal perduran, y las situaciones deformantes se presentan siempre nuevas. La purificación tiene doble dimensión: "renovación" de la vida teologal como actitud fundamental, "reforma" de las expresiones que están afectadas por los condicionamientos de este siglo.

"DE PRIMERA NECESIDAD". La santidad no es hoy un lujo, sino un artículo de primera necesidad. Todo lo que dice o se hace en el terreno de la fe necesita de la santidad vivida como de la sal que lo condimenta y hace asimilable. El cristiano es sal de la tierra.

E. Schillebeeckx dice: "La fe sobrenatural incluye dos elementos de testimonio: en primer lugar, el "llamamiento interior a la fe por gracia proveniente de Dios; en segundo lugar, la realización histórica de esta gracia, la "aportación exterior", es decir, una realidad históricamente perceptible para nuestra experiencia humana, realidad que, en su unidad con el llamamiento interior de Dios, es en una vida concretamente situada la "encarnación de la gracia de Dios que invita".

El testimonio de santidad es colectivo, de todos. Los hechos corroboran esta verdad. El esfuerzo aislado de una persona se interpreta como buen temperamento, y en el mejor de los casos, como fruto de un espíritu particular. Tiene que generalizarse, para que adquiera validez objetiva y revierta sobre los contenidos del testimonio. Si hay unos contenidos que insistentemente producen generosidad, nos inclinamos a pensar que son los contenidos lo que valen, no el simple carácter de la persona generosa.

MULTIFORME. La santidad de la Iglesia "se expresa multiformemente" en la variedad de persona y grupos. Con la misma insistencia que la unidad, hay que destacar la variedad. Así lo hace el Concilio. En doble sentido la multiformidad juega un papel importante. En primer lugar, en beneficio de la comunidad, que tiene así la posibilidad de desplegar toda la riqueza de su ministerio de santidad. Ninguna persona o grupo puede llegar a realizarla por si solos. Entre varios representan más adecuadamente las varias dimensiones. En segunda instancia, también los individuos se benefician, ya que encuentran espacio libre para realizarla según su propia gracia, naturaleza, modo de vida. Resumiendo, diríamos que la multiformidad es un dato fuerte, exigido tanto por la naturaleza de la Iglesia, como por el llamamiento de todos los cristianos a la santidad. Antonio Guerra en sus reflexiones sobre el capítulo V de la "Lumen Gentium" nos dice: "El mayor problema ha existido en la vida cristiana seglar, tradicionalmente menos valorada como expresión de santidad cristiana. Actualmente, ha entrado en la conciencia católica su aptitud, y la validez de dos expresiones eminentes de su realización, que son el matrimonio y el trabajo social". (LG 43)

A la luz que dan los principios expuestos en el párrafo anterior, la santidad seglar es una responsabilidad y una urgencia primordial de la Iglesia. Es el único testimonio que llega a la mayoría de los ambientes. Esta forma de santidad, como todas las demás no debe ser juzgada por comparación con las otras, sino por referencia a su propia misión y a la gracia recibida. Estos son los puntos decisivos.

LLAMADOS A TODOS.- Si con sus dones Dios pretende que no falte santidad en la Iglesia, lo ha conseguido hasta ahora siempre en la historia. Ateniéndonos a los resultados, podemos reafirmar que "la Iglesia es indefectiblemente santa". Los favorecidos con la canonización llenan todas las épocas de la historia. Valía la pena un siglo entero de gracia, aunque no hubiera dado otro fruto que la existencia de un grande santo. Esta es, sin duda, una gran verdad, pero insuficiente. Los principios establecidos anteriormente obligan a rebasar esa emotividad que despiertan los grandes personajes. No es un porcentaje, reducido o elevado, lo que Dios pretende, cuando llama a tantos hombres a su Iglesia y les hace objeto de gracias personales. En el caso de la vocación cristiana Dios da a todos y cada uno gracia suficiente para la santidad, espera de todos la respuesta, la exige. Con esto no se pretende canonizar a todos. Perdería sentido la canonización. Dios quiere y necesita la santidad real de todos. De poco sirve a un grupo, a una nación, a in instituto gloriarse de tener un gran santo en su historia, si la santidad no es el clima general.

LA HISTORIA.- Mucho se ha hablado y rehablado últimamente en torno al "descubrimiento" de la llamada universal a la santidad en la conciencia de la Iglesia. Está hoy mucho más claro en nuestra conciencia que el seglar se santifica en su estado y gracias a su estado; y que está ahí para una misión evangélica de primera categoría: consagrar el mundo.

Hay mucho de terminología en la divergencia de opiniones y en el lenguaje de los escritores de espiritualidad. Cuando el antiguo decía vida cristiana entendía más o menos o que entendemos hoy cuando decimos santidad del seglar. Porque, al proponer la universalidad, nadie piensa hoy en hacer de todo cristiano un santo fuera de serie. Son santidades modestas las que se proponen; y equivalen muy de cerca de la vida cristiana que pretendían aquellos. No existía la terminología fraguada de llamamiento universal a la santidad. Lo decían en los términos más concretos que utiliza San Pablo: vivir dignamente, cumplir los propios deberes, evitar los vicios del mundo. Y acaso ese lenguaje realista y sobrio transmita mejor la realidad de vida que nos proponemos inculcar, que no el hablar de santidad a ciertas personas, que imaginan cosas raras tras de esa palabra.

LLAMAMIENTO INDIVIDUAL.- El NT llama "santos" a todos los cristianos; pero el término se ha debilitado de tal manera, que para la mayoría no significa ya la santidad real de que ahora hablamos. Y sin embargo, es apelación válida, punto de partida y raíz de todo el proceso.

Hay un mandamiento especial sobre la santidad, dirigido por Jesús a sus Apóstoles y a todos: repetido por los apóstoles a la Iglesia; sed santos, sed perfectos, comportaos de manera digna de vuestra vocación.

La llamada no viene sólo de fuera. Es una invitación interna del Espíritu Santo, que renueva constantemente a la persona, y con su gracia la mueve a siempre mayor fidelidad y heroísmo, si no encuentra obstáculos a su acción.

EL CRISTIANO.- Todo cristiano está equipado con las gracias necesarias para esa aventura que llamamos santidad: vida nueva, perdón de los pecados, inhabitación, virtudes teologales y morales, nuevas gracias según vayan pidiendo las circunstancias y se disponga a recibirlas. No se pueden malograr esos talentos, puestos por Dios, con la intención expresa de dar fruto en abundancia. El llamamiento es en fin y sobre todo amor. El amor que Dios ha tenido y tiene a cada uno de los cristianos (y en otro sentido, a todos los hombres), es el llamamiento más eficaz y real a santidad. Sale de todas las categorías de obligación o deber, y por más vueltas que le dé, el hombre no tiene más que una respuesta: amar y servir con todo el corazón y con toda la existencia. "La caridad de Cristo nos apremia" (2Cor 5,14): se entregó por mí, dio a su Hijo por mí, Cristo ha muerto por cada uno de los hombres.

Mientras no se empiece por el llamamiento del amor y su correspondencia, el recuerdo de la obligación no tendrá fuerza para mover a dar pasos concretos y decisivos. Sucede que el amor de dios, de Cristo al hombre, éste lo toma en general; Dios ama a todos los hombres, ha hecho maravillas por ellos y para ellos; no llega a la interpretación personal: por mí y para mí, que sería enfrentarse directamente con la conversión radical y con el amor.

DIFERENCIADA.- Si la santidad es personal, hay tantas formas y medidas de santidad como personas, tendemos injustamente a identificar al santo con el santo canonizado. La canonización exige un nivel objetivo, una fuerza de modelo, un equilibrio humano, que no son estrictamente necesarios para ser santo. Aparte de que la canonización es un hecho contingente, que depende en gran parte de circunstancias externas.

En sus varias formas y medidas, la santidad de cada uno es necesaria, no para hacer número, sino para funciones en que cada uno es insustituible. Si cumple esa función y responde al don, es santo, sin necesidad de compararse con otros.

Los santos existen para cumplir una misión y llevar a plenitud una gracia personal determinada. Quien lo realiza es santo, aunque lo sea en medida diferente de otro con otra gracia y otra misión.

El modelo de los grandes santos se utiliza para estimular al cristiano en el cumplimiento de la propia vocación, no para juzgar el valor de esa vocación o de su rendimiento.

DESEO DE PERFECCIÓN.- Ha sido tema de muchas elucubraciones saber hasta que punto es legítimo, y hasta que punto contraviene a la resignación a la voluntad de Dios, a la santa indiferencia, a la humildad. Es decir, que uno debería ser indiferente a una perfección más o menos alta.

La perfección no está en más o menos altura, sino en desarrollar la gracia recibida, y en realizar plenamente la misión encomendada, alta o baja.

Santidad Cristiana es la voluntad de Dios manifiesta en sus grandes líneas, desconocida en su desarrollo histórico y temporal, que guía la vida de cada uno hacia el encuentro con Él y el servicio abnegado al hermano. Entonces la santidad es creación continua, es un ensayo y un riesgo. Busca desinteresadamente y afanosamente la voluntad de Dios sobre la historia, sobre los otros, sobre sí mismo; y buscándola, la crea.

IDEAL DE SANTIDAD.- A base de doctrina y de la experiencia de los santos, es posible formular una idea general de lo que es la santidad en la vida del cristiano. Queda excluida la intención de fijar un esquema válido para todos. No serviría para los santos hechos, que lo tienen propio; ni para quienes intentan santificarse, y que ven su vida inundada de factores imprevistos. No sirve el esquema doctrinal para guiar al aspirante. Pero tampoco le sirve la vida concreta de un santo. El primero por demasiado abstracto, el segundo por demasiado concreto. Cada uno forja, guiado por el Espíritu, su propia santidad, obra original. Y, sin embargo, tiene razón de ser el ensayo de trazar un proyecto con amplio margen. Presta un servicio válido a la hora de apreciar la santidad de los santos, y a la hora de crear la propia.

SANTIDAD.- Queda ya abundantemente explicada. Indica relación con Dios, participación en su ser. Tiene carácter más religioso y Bíblico.

PERFECCIÓN.- Se refiere a la integridad de las operaciones, al desarrollo del don inicial, del ser. Si el ser que desarrolla se entiende en su plenitud incluyendo la nueva vida puesta por el bautismo, entonces perfección responde a un sentido enteramente cristiano.

UNIÓN.- Es palabra de tono más teologal y dinámico a la vez. Pone la santidad en la relación con Dios: pasiva y activa, recibir y dar todo. Preferida de algunos autores, como San Juan de la Cruz, no alcanza en frecuencia de uso a las anteriores.

CUMPLIMIENTO DE LA VOLUNTAD DE DIOS.- Expresión de sentido claro. En algunos autores recibe una explicación marcadamente moralizante. Ha gozado de mucha aceptación en algunas épocas. Al sacarla de su contexto dinámico, se empobrece quedando en el cumplimiento de las normas y leyes, que expresan la voluntad de Dios. Por ello había perdido últimamente mucho de su valor. Se está recuperando en estos años, reinsertada en su contexto bíblico: el ideal de Cristo cuya vida fue toda ella una entrega incondicional a cumplir la voluntad del Padre. Entonces cobra sentido, se refiere a una voluntad con frecuencia imprevisible, laboriosa, que hay que encontrar a propio riesgo. En este sentido la usa el Concilio, especialmente al exponer la espiritualidad de los presbíteros.

IMITACIÓN DE CRISTO.- Ha tenido también mucha aceptación. De evidente relieve y primariedad para todo cristiano. Basta que la imitación no reemplace a la unión; y que se entienda en sentido interior, más bien que externo. Es una perspectiva típicamente cristiana, con tal que no destruya a creatividad personal, y se reduzca a reproducción material de gestos y palabras.

EJERCICIO HEROICO DE VIRTUDES.- También sirve para designar la santidad. Suena un poco a moralismo. Pero en realidad incluye también las virtudes teologales, y estamos, por consiguiente en el corazón de lo cristiano. Se ha prestado a muchos equívocos y falsos planteamientos de la vida espiritual. Estos aspectos son compatibles y deben ir juntos, aunque en diversa medida. Normalmente quien prefiere uno como base, incorpora los restantes. Sólo cuando uno de ellos se hace exclusivo, da origen a desequilibrios y deformaciones.

CRITERIO TEÓLOGICO.- En esa larga cadena de elementos y actividades que es o implica la santidad cristiana, el análisis teológico se propone descubrir cuál es el núcleo central, del que dependen los demás. Hablamos ahora del lado del hombre. Tiene importancia el saberlo, porque es ahí donde deberá aplicar lo mejor de sus esfuerzos.

No es necesario hacer un grande análisis para identificar el núcleo. La revelación nos da el trabajo hecho Jesucristo lo dice de manera explícita, y lo confirman de mil maneras los demás escritores del Nuevo Testamento. "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? El le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón con toda el alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22,35-40).


"Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado, que os améis mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros" (Jn 13,34-35) Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad, que es el vínculo de la perfección" (col 3,14-16; cf. 1Cor 13; 1Tim 1,5). Siendo la caridad distintivo de la vida cristiana, el cumplimiento de toda la religiosidad antigua, tiene que pasar de un sentimiento primario. No basta con amar a Dios de cualquier manera; lo hacen también los paganos. Ni amar al prójimo de cualquier modo; lo hacen también los paganos. Esa caridad no tiene fuerza suficiente para constituir una forma de vida nueva.

Entonces caridad cristiana ensancha y ahonda. En su relación con Dios, pasa a amor filial, recibido y dado. Confianza absoluta, aunque Dios no hable o no responda, aunque parezca no hacer caso o no dar lo que se le pide. Y amor a toda prueba, en todo momento, no sólo durante las horas de culto o en el momento de fervor, o en la desgracia.

Con el hombre hace otro tanto. Para la caridad cristiano no hay enemigos. Ni de grandes dimensiones, como los perseguidores. Ni estos otros de menor talla que son los hermanos con quienes ha tenido un roce de temperamento o de intereses. En estas circunstancias la caridad puede actuar de dos maneras diferentes: preventiva, cuando advierte antes la dificultad y elimina el obstáculo con el amor y la paciencia; o sanante, cuando momentáneamente prevalece el instinto como en cualquier hombre, pero luego se rehabilita con la humildad y el perdón. Las dos formas son típicamente cristianas, las dos heroicas.

NORMA CANÓNICA.- Los criterios seguidos para la canonización de los santos tienen importancia en nuestro caso. Suponen muchos siglos de pensamiento teológico, de experiencia, de análisis y discernimiento. Han variado a lo largo de los siglos.


El canon de santidad toma como base las VIRTUDES , y como rasgo especificante su HEROISMO.


Las virtudes que actualmente se someten a particular examen son: las tres teologales y las cuatro cardinales.


La heroicidad no es un concepto fácil de definir. Consiste fundamentalmente en el cumplimiento FIEL y CONSTANTE de los deberes del propio estado. Cumplimiento fiel, es decir, convencido y exacto; y constante, porque se extiende ininterrumpidamente por un espacio considerable de tiempo. Es el punto difícil y distintivo de la virtud heroica, ya que supera la condición humana, las fuerzas de la voluntad, y los impulsos del sentimiento; se practica en condiciones favorables o desfavorables, del bueno y mal humor, en salud y enfermedad.


A principios de este siglo, la Congregación de Ritos introduce una ligera modificación en el concepto de heroicidad; insiste más en el cumplimiento de los deberes ordinarios del propio estado, y menos en gestos grandiosos o realizaciones espectaculares. Importa el HEROISMO DE LA VIDA ORDINARIA.

DIMENSIÓN TEOLOGAL.

Recogiendo los datos de la revelación, de la teología y de la experiencia, la santidad completa está integrada por tres dimensiones: teologal, moral, psicológica. El ideal sería que se desarrollaran paralelas y compenetradas estas tres dimensiones. Pero esto no sucede realmente, ni siquiera entre los santos canonizados. Evidentemente, en toda santidad existirán las tres, por lo menos en un grado mediano de realización; y cualquiera de ellas que se intensifique, tira de las otras dos.

La primera y más importante es la DIMENSIÓN TEOLOGAL. Incluye la relación personal con Dios en fe y amor; recibir y dar, escucharle y hablarle. Va dentro también el trabajo apostólico, cuando reviste carácter personal de servicio a su Reino, no de simple actividad religiosa. Se realiza por medio de la fe, la caridad, la esperanza. Santo es el que está invadido y cogido por Dios, conquistado enteramente por su amor, y al mismo tiempo ha hecho de ese amor el centro de su ser y de sus movimientos.

DIMENSIÓN MORAL.

La perfección cristiana conlleva normalmente el ejercicio progresivo, constante y fiel, de las virtudes morales. Estas virtudes tienen por objeto realizar al hombre y servir de base a la actuación de las teologales. Pueden ser practicadas con independencia a las teologales, sin referencia a la unión con Dios. Entonces la perfección moral resultante no es cristiana, sino cualidad del hombre cerrado a sí mismo, autónomo, "perfecto" en el sentido humanista de la palabra. Es decir, se puede ser virtuoso, sin ser religioso y menos teologal.

Concluyendo, la perfección moral, que por sí sola es poca cosa, adquiere pleno sentido y relieve, cuando se integra con la dimensión teologal, porque representa una aportación necesaria. Si quitamos la conducta moral, la santidad teologal perdería buena parte de su valor propio y de signo sacramental que es básico en la santidad.

DIMENSIÓN PSICOLÓGICA.

No cabe duda que la gracia se desarrolla en las condiciones psíquicas del sujeto. Entra en la definición misma de la espiritualidad. Hay naturalezas favorecidas, predispuestas para sembrar en ellas santidad: temperamentos fuertes, magnánimos, pacientes, generosos. La semilla produce aquí ciento por uno.

Hay variedades relevantes para la santidad mientras se consigue después de conseguida. El ideal diferirá según se trate de hombre o mujer, activo o no activo. En líneas generales, la mujer está mejor dispuesta para la dimensión teologal: caridad, humildad, religiosidad; en cambio, está menos favorecida en el hombre por el psiquismo para la perfección moral: juega más con la emotividad, y está más expuesta a cambios bruscos, resentimiento, envidia, depresión, etc. El hombre goza de equilibrio moral más estable; pero es frío, autosuficiente, poco inclinado a entregarse del todo a una sola causa.

Conviene tener presente que la canonización y la santidad no garantizan el temperamento o el carácter de la persona. Como los demás mortales, han conservado su tanto de errores, defectos, miserias, debilidades, falta de criterios, etc. "La Iglesia canoniza a los santos. La opinión pública, con demasiada frecuencia, los diviniza".

Ya que no nos es dado el poder determinar los perfiles de la santidad propia de cada uno, queda la esperanza de conocer al menos los rasgos que caracterizan al santo de nuestro tiempo.


No faltan encuestas e indicaciones sobre el tipo de santidad hoy preferido: atención a las actitudes de conjunto, más que al detalle; desarrollo de la dimensión comunitaria; interés por el hombre, en amor y obras; desarrollo de la personalidad humana. Algunos reconstruyen su imagen conjetural con excesiva ingenuidad. El santo será un hombre completo, sensible a la historia y al mundo, solidario de todos, que desarrolla sus cualidades personales y sociales; en fin un centro de atracción. Lo malo de semejantes reconstrucciones es que reflejan, más que la personal real del santo mismo, lo que piensan los no santos proyectando sus deseos e ideas.

Algo podemos entrever, a partir de las funciones que Dios les ha enviado a cumplir en la historia anterior que conocemos. Hombres que revelan a sus hermanos la presencia de Dios y las aspiraciones más íntimas de esos mismos hermanos; que les devuelven a lo esencial en la creciente dispersión. Cristianos sin espectacularidad, que reaniman la vida y mantienen la esperanza en las personas.

El santo de hoy vive entre nosotros, pasa inadvertido, dedicado a su obra, con una buena dosis de abnegación; es probablemente objeto de contradicción. Probablemente es incompleto y vulnerable, porque Dios le dio solamente un carisma que cumplir, y deja ver toda su pobreza en lo demás.

El santo es fruto maduro producido por el encuentro de la gracia divina y la libertad humana en el tiempo. Ni una ni otra dependen, estrictamente hablando, de nuestra mentalidad. Es ACTUAL el santo que Dios quiere dar a cada época. Y frecuentemente envía, no el que los hombres desean, sino el que más necesitan.

LOS SANTOS CANONIZADOS.

TEOLOGÍA.- Posee la Iglesia una forma especial de reconocimiento a la santidad, que se llama canonización. No confiere santidad real ninguna o aumenta de la misma a las personas: no supone ni confiere superioridad en la gloria. Simplemente es un reconocimiento oficial de la Iglesia militante, válido para la Iglesia militante. Acto definitivo, infalible, irrevocable, con varios significados o contenidos: el santo está ya en gloria, merece culto, imitación, recurso a su intercesión.

En el santo logrado se refleja la santidad de Dios y la imagen de Cristo en grado eminente y bien visible. En el santo se compendian los aspectos de la santidad anteriormente expuestos: santidad de dios, santidad de la Iglesia, ideal de perfección cristiana.

Hay que dejar al santo un margen de libertad. Es creador de un nuevo estilo de vida cristiana, y no simple cumplidor de la norma de canonización o de la teología de la santidad. A los santos les hace Dios, es Él quien los premia.

Dentro de los mismos santos canonizados no se crea igualdad por el simple hecho de haber recibido todos el mismo reconocimiento. Cada uno de ellos conserva sus valores de naturaleza y de gracia, y sus límites, con diferencias objetivas tan marcadas como las que existen entre los demás cristianos. La canonización no elimina esas diferencias de valor. Tampoco hay necesidad de compararlas entre si. Cada uno ha desarrollado su gracia y cumplido su misión.

HISTORIA.- Los primeros en ser venerados como santos fueron los apóstoles, por su misión en la Iglesia y su especial relación con Cristo. Constituyen por sí solos una categoría especial.

A continuación, la atención de la piedad cristiana se dirige a los mártires. Se encomienda a ellos, en vez de pedir por ellos, como hace a los demás difuntos. Ve en ellos la realización del ideal cristiano de perfección: dar la vida por Cristo; son imagen viva del sacrificio del Calvario, y sobre sus tumbas se celebra la Eucaristía.

Transcurrida la era de las persecuciones, el martirio deja de ser la experiencia o la tensión eclesial de cada día. Entonces de dirige la atención a otras formas de servicio eminente: obispo, confesor, virgen… Van surgiendo poco a poco una serie de categorías, que orientan en la selección de las personas, cuya gracia y heroísmo podrían cumplir un ministerio de intercesión y de ejemplaridad en la Iglesia.


El rasgo más saliente de la canonización es su CARÁCTER ECLESIAL : eclesial en su origen, en sus procedimientos, en su finalidad. Se reconoce a sí misma y su propia santidad en los santos. Es un reconocimiento a la gracia y a la propia fidelidad, cumpliendo socialmente su título de "Iglesia santa".

Ph. Rouillard dice: "Si hacemos una breve reseña sobre el reclutamiento de los santos a lo largo de los siglos, resulta que la mayor parte de los santos canonizados lo ha sido menos por su santidad personal, por su virtud eminente, que por su pertenencia a una determinada categoría, es decir, por su función dentro de la Iglesia. Indudablemente han vivido la fe, esperanza y caridad, han amado a Dios y al prójimo, pero lo que en último análisis los han distinguido de los otros creyentes igualmente ejemplares es la función que han desempeñado al servicio de la Iglesia.

En cada período de la historia, se ha tomado conciencia de esta o aquella función -mártir, la de obispo, de religioso- en la vida de la Iglesia, y se ha sentido la necesidad de ponerla de relieve con la canonización de personas que la habían ejercitado. Si esta ley que hace de la canonización, no una especie de premio de la virtud, sino más bien un reconocimiento por parte de la Iglesia de lo que en ella hay de más vital y más activo en sus realizaciones, si esa ley continuara verificándose, se puede prever que una conciencia más clara de ciertas funciones o tareas se traducirá más o menos rápidamente en la canonización de nuevas categorías y nuevos tipos de santos.

En particular, dado que nuestro tiempo percibe mejor el papel que desempeñan los seglares en la Iglesia, parece justo y, además, necesario que seglares del siglo XX, que hayan cumplido esa función suya propia, sean reconocidos oficialmente como santos, al lado de los mártires, los obispos, los religiosos".

El hecho eclesial de la canonización y los santos canonizados han tenido un influjo determinante en la historia de la piedad cristiana y en la teología de la santidad. Ha sido un poderoso estímulo y un ideal orientador. Pero también ha condicionado excesivamente el desarrollo de la santidad efectiva en la Iglesia; mayor preocupación por los santos pasados que por la santidad real y presente, irrelevancia de los grandes cristianos no canonizados, idealización de los canonizados, exceso de confianza en su mediación insubordinada a la mediación de Cristo, imitación servil y falta de creatividad.

LOS SANTOS Y NOSOTROS.

"Veneramos la memoria de los santos del cielo por su ejemplaridad, pero más aún con el fin de que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vigorice por el ejercicio de la caridad fraterna. (Ef 4,1-6). Porque así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50). Todo el capítulo 7 de la LG es interesante.

Es un planteamiento que puede sorprender. Nuestra relación con los santos es, ante todo, COMUNIÓN ACTUAL, no imitación de sus ejemplos o lectura de sus escritos, prolonga el misterio y las actitudes que quedan expuestas al hablar de la "presencia viva" de Cristo.

No es lo mismo sentir admiración por un santo, tomarle por modelo, que entablar con él una verdadera COMUNIÓN DE VIDA, DE ORACIÓN, DE CULTO. Las causas de esta dificultad son muchas y de variada procedencia. Quizá la primera sea la tendencia general a la concentración y simplificación que guía actualmente la experiencia espiritual. Le resultan dispersivas las "devociones". Dificultad tanto más sentida, cuanto mayor ha sido en ocasiones la autonomía con que se practicaba la invocación de los santos. Se mantiene en cambio, viva la EJEMPLARIDAD, aunque de forma diferente.

No es la imitación de sus gestos particulares, sino más bien de su PROYECTO DE EXISTENCIA TOTAL, se prefieren los santos que poseen una personalidad de impacto, antiguos o modernos, prescindiendo de detalles y de que hoy sea o no realizable su forma de vida. Un contemplativo puede servir de modelo para un activo y viceversa.

Aquí es donde las biografías de los santos pueden prestar un servicio, por su objetividad y penetración. Tiene la tarea de encontrar, entre datos innumerables, el alma del santo y la trayectoria esencial de su vida. Sacada de la historia misma y del lenguaje de los hechos, y no obtenida por vía de reconstrucción filosófica o psicológica.


Otra vía de influencia y de una cierta comunión son los escritos. No cabe duda que ganan en prestancia con la canonización. Siendo fruto de la experiencia, con frecuencia la llevan todavía palpitante en la palabra.

ESPIRITUALIDAD EN EL MUNDO.

La espiritualidad seglar representa eminentemente el REALISMO de la existencia cristiana. La comunión con Dios se vive en todo el espesor y la concreción de la vida terrestre; proceso de santificación y tarea de salvación tienen lugar en el curso y en las estructuras de la historia temporal. Todas las urgencias, y preocupaciones, alegrías, de la vida humana se hacen portadoras de vida divina. El estado o condición de vida cristiana seglar goza de solidez en su perfil humano y en los componentes propiamente teológicos. Hoy no ofrece dificultad ninguna su valoración espiritual, pues la teología nos ha sensibilizado para percibir con fuerza inusitada sus aspectos positivos. Está sirviendo de semillero. Algunos de los valores eclesiales recientemente reactivados son vividos con mayor fuerza por la espiritualidad seglar, y de ahí pasan a los otros dos estados en diferentes dosis. Goza de una especie de prioridad en la Iglesia, como sucedió en otro tiempo con los religiosos y sacerdotes. Prioridad que no significa superioridad, sino valor objetivo y urgencia histórica. Aunque de momento no lo desarrolle, si conviene ofrecer un pequeño esquema.

1.- EN LA IGLESIA

La vida cristiana seglar se realiza y caracteriza por su relación directa con el Evangelio y el Cuerpo místico. De ellos despliega con particular eficacia algunas formas de existencia y de misión. En el misterio de Cristo debe buscar su propio enclave, más que en el contraste con los otros dos estados de vida.

2.- SANTIDAD Y EXISTENCIA HUMANA.

Es la cualidad a que aludía en líneas anteriores. El cristianismo ha sido acusado de evasión. En gran parte, porque la imagen que ha dado de sí mismo está tomada de la existencia sacerdotal y religiosa. El cristiano seglar completa el cuadro, dejando una imagen más adecuada y real del vivir cristiano. De todos modos, esa concreción no la vive con preocupaciones apologéticas, sino con una posibilidad inmensa de gracia.


3.- FAMILIA Y TRABAJO.

El principio general de la encarnación en la existencia toma ahora dos formas predominantes: la vida de familia y el trabajo como profesión. Con todas las implicaciones que llevan ambos, tanto la vida familiar, como la inserción en el mundo del trabajo social.

4.- CONSAGRACIÓN AL MUNDO.

El cristiano toma su obra en el mundo como tarea de gracia. Esa actitud implica una convicción, y es que el mundo está ya consagrado por Dios. Al orientar, desarrollar, rectificar los valores de la historia, sabe que está colaborando con la gracia de la creación y de la redención.

5.- RELIGIOSIDAD POPULAR. Si queremos que la vida espiritual sea efectivamente el Evangelio al alcance de todos, tenemos que proponer formas asequibles, sencillas, independientes de cultura refinada, cie3ncia teológica, interiorización psicológica. Y esa forma de espiritualidad cristiana popular existe de hecho. No por derivación o necesidad lógica, sino por el don del Espíritu tanto, que da en ella uno de los dones más preciosos a su Iglesia.

6.- MOVIMIENTOS DE ESPIRITUALIDAD.

El dinamismo y la conciencia refleja de estos grupos vienen a enriquecer el horizonte de la espiritualidad seglar. En los últimos decenios, han hecho notar su presencia y su influjo con aportaciones cristianas de primera calidad.

La espiritualidad laical tiene delante dos tareas. La primera es establecerse a sí misma, fijar su campo y sus competencias. Posee elementos teológicos y humanos abundantes para ello. Es labor ya realizada en gran parte. Pero le queda mucho por hacer en el plano de la organización interna. La experiencia laical es variada, pluralista. Caben numerosas espiritualidades dentro de la espiritualidad seglar. Y de alguna manera existen, no en forma de escuelas, sino de "movimientos". Los movimientos, con su fluidez y dinamismo, representan el esquema complementario de la división por estados. Además admiten la inserción y cruce de estados diferentes. Así unifican en la diversidad. Lo laical es en el cristianismo muy variado, teológica y prácticamente. La espiritualidad popular o piedad popular ha recibido pocas atenciones en este resurgimiento, y es la de la inmensa mayoría. De todos modos, el cristiano seglar ha conseguido plena identidad espiritual, y al vivir las estructuras esenciales de la vida cristiana, tiene fuerza representativa y ejemplar para los otros estados.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Apuntes tomados del libro CAMINOS DEL ESPÍRITU, de Federico Ruiz Salvador O.C.D. Editorial de Espiritualidad, Madrid, España