EL 
SACRAMENTO DEL BAUTISMO


 

CAPÍTULO   IV

ENSAYO  DE  SISTEMATIZACIÓN

 

IV.A.- Bautismo en el Misterio Cristiano.

           IV.A.1.- El bautismo en la economía de la Salvación

           San Agustín pedía a Deogracias que empezase por presentar a los catecúmenos, como preparación para el bautismo, la larga historia de la salvación, desde la cración del mundo hasta el día de hoy; es la historia de un pueblo en el que van a tomar asiento los primeros bautizados. El bautismo integra a la familia eclesial, y constituye a los jóvenes bautizados en herederos del nuevo Israel, y de sus promesas.

           En el principio, y en el secreto de todas las maravillas, se expresa un Dios que es amor, que ama al hombre que él mismo ha creado. La Sagrada Esritura y la tradición nos hablan  de la filantropía divina (Tit. 3,4), término muy grato a san Juan Crisostomo, que la descubrió en todas las páginas del Génesis. También san Agustín veía la historia entera de la salvación como una obra de amor: “El objetivo principal de la venida de Cristo fue enseñar a los hombres hasta qué punto los amaba Dios” (De Cat. Rud.,7), por eso la catequesis debe descubrir el secreto de la salvación inspirada por el amor de Dios

          El hombre, asediado por el maligno, cayó bajo el dominio. La historia de la salvación es la historia de un salvamento, de un rescate, como lo muestran los episodios de la Sagrada Escritura: Abraham, Noé, el pueblo del éxodo, etc.; pero la acción del tentador no respetó tampoco a la Iglesia, como lo describe en forma figurada la parábola de la cizaña.

           La iniciación cristiana debe verse, pues, como la iniciación a la lucha que prosigue el pueblo de Dios en contra del maligno, en la cual participan todos los fieles mediante la oración y el ayuno, librando un combate que es a la vez personal y colectivo.

           Todo catecúmeno está implicado en este enfrentamiento. Su empresa es un combate contra “el ángel negro” que le asedia y del que el bautismo viene a rescatarlo. La antigua enseñanza de las dos vías, la Didaje, ponía ya de relieve esta opción fundamental con la renuncia, las unciones, los exorcismos en el curso de la cuaresma o de la preparación para el bautismo,  pretendiendo que se tomara conciencia de esta lucha inexorable “contra los que gobiernan este mundo de las tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan los espacios celestiales”.

            El ayuno, exigido por la Didaje y por san Justino como preparación al bautismo, no tiene otro motivo que enseñar existencialmente a los catecúmenos su condición de asediados e incesantemente amenazados, e inculcarles el conocimiento de que han de luchar brazo con brazo “mediante el ayuno y la plegaria”. El bautismo, como victoria  de Cristo, no pondrá fin a la lucha; el combate continúa a todo lo largo de la historia de la Salvación. El bautismo es una victoria decisiva de Cristo,  pero provicional en sus efectos; la vigilancia y la expectativa cristiana son en definitiva la expresión de la fidelidad y de la reciprocidad.           

           IV.A.2.- El misterio de Cristo y el bautismo.

           El  origen y fundamento del bautismo cristiano hay que buscarlos en la muerte y la resurrección de Jesús. El apostol san Juan contempla en el Verbo hecho carne, exaltado sobre la cruz, en la apopeya de su venida y su retorno al Padre, la manifestación última exhaustiva de que Dios es amor, y ama a los hombres para salvarlos.

            El bautismo de Cristo en la cruz concierne a todos los hombres; es, en cierto modo, un bautismo colectivo: “En el fondo, todos los hombres han recibido el bautismo desde hace mucho tiempo en el Gólgota, en los días del viernes santo y de la Pascua. Así, el vardadero acto bautismal ya ha sido realizado, sin nuestro concurso, y también sin nuestra fe” (O.Gullmann,  B Bautismo, p. 28-29).

             Esta historia del amor de Dios se actualiza para el catecúmeno en el bautismo. los Padres de la Iglesia ilustraron perfectamente esta verdad al subrayar el carácter nupcial del bautismo, al que Pablo fue el primero en aludir, que prolonga en la Iglesia los esponsales del Verbo con la humanidad. Tal es la explicación del vínculo entre el misterio pascual y el bautismo, así como de la antigua costumbre de bautizar durante el cuerso de la vigilia pascual; se trataba en ella de dar una lección a los bautizados: la percepción de que el misterio de Cristo muerto y resucitado se hacía realidad presente.

           IV.A.3.- El bautismo y la Iglesia .

           El sacramento de la regeneración no concierne a un ser aislado,  sino que pone fin a su aislamiento; pone fin a toda separación de los individuos para integrarlos a la familia de Dios. El bautismo ha sido visto desde los orígenes y a lo largo de la historia como un acontecimiento de la Iglesia que concierne a toda la comunidad.

           El catecúmeno es sostenido por todos aquellos que lo acogen. La preparación para el bautismo, en el curso de la cuaresma, se lleva a cabo en una congregación de toda la comunidad que justamente edifica el cuerpo de Cristo. La comunidad entera está presente para acoger a los nuevos miembros, consciente de que no se trata de un reclutamiento por obligación, sino por elección divina y bajo la acción del Espíritu.

            San Juan Crisóstomo comentaba a sus catecúmenos: “Por consiguiente, no consideres tan solo que tu te portas bien y estas a salvo de ese mal, sino ten cuidado y preocúpate de liberar a aquel que es del mismo cuerpo que tu, para que evites los estragos del mal. En efecto, nosotros somos miembros unos de otros” (Catequesis Bautismales, 14).

            El bautismo hace del neófito, mediante la incorporación a la Iglesia, miembro del pueblo profético, sacerdotal y regio, para que ofrezca al Dios vivo en culto perfecto.

             IV.A.4.- El bautismo y la fe.

            Los hechos de los apóstoles, san Pablo, san Juan y toda la tradición de la Iglesia afirmaron con toda claridad el vínculo indisoluble que une fe y bautismo. Tertuliano, Ambrosio y Agustín llaman al bautismo “el sacramento de la fe”. Los escolásticos subrayan la necesidad de la fe para el bautismo.

            Los padres griegos ponen en evidencia el papel irremplazable de la fe personal para la recepción fructuosa del bautismo. San Basilio resume así la enseñansa de la Iglesia.

            “La fe y el bautismo, estos dos medios de salvación, están ligados uno al otro y son indisociables. Pues si la fe halla su consumación mediante el bautismo, el bautismo a su vez se funda en la fe. Ambos deben a los mismos nombres su perfección. La profesión de la fe que lleva a a al salvación viene primeramente, y el bautismo que sella nuestra adhesión la sigue de cerca” (Tratado del Espíritu Santo, XII, 28).

            Los sacramentos dependen de la Iglesia, que los ha recibido y los trasmite con la fe. Teológicamente, el bautismo, como sacramento, es un signo que sólo habla a la fe. Lo que él significa sólo puede ser percibido por la fe, en la fe, en proporción de la fe que se une al objeto del sacramento como acto de Cristo; fuera de esta perspectiva el sacramento se desvirtua en magia. Esta fe forma parte de su esencia, no en cuanto que ella cause la eficacia del sacrameto, sino para percibir la Gracia del mismo y aceptarla.

            La fe permite percibir el aspecto eclesial del bautismo; lo que se refiere es que la comunidad cristiana reconozca el valor del signo y confiese el misterio significado. Este mínimo de fe siempre es exigido, y sólo él legitima el bautismo de los niños, lo cual da también una dimensión aclesial a la confesión de fe del candidato, quien pública y cultualmente expresa su aquiescencia de Dios, en comunión con toda la famialia de Dios.

IV.B.-El bautismo como sacramento.

           El catecismo romano lo describe así: “Sacramentum regenerationisper aguam in Verbo”.   

            IV.B.1.- La institución del bautismo por Cristo.

            El bautismo debe ser relacionado con la persona misma de Cristo, con su mensaje tanto como son su acción. 

           a).- Cristo es el sacramento por excelencia.

            Cristo da consistencia y realidad a toda la historia de Israel, a los acontecimientos proféticos que jalonan su historia, tanto como a las instituciones y a los ritos que expresan su fe y esperanza. Todo se consuma y desaparece en él, ya que él mismo es El Sacramento el Sacrificio   Perfecto, la Pascua del Exodo y la Alianza del Pueblo Nuevo.

           Cristo es  sacramento de Dios a la vez ontológica e históricamente, o dicho de otra manera, en la estructura de su persona y en la actividad de su misión. Todo acto y toda palabra de Cristo expresan su ser y su misión; es así como el bautismo recibido en el umbral de su vida pública expresa su misión de siervo paciente y a la vez el bautismo que ha de recibir en el calvario, así como el  misterio de la reconciliación que él viene a traer a la humanidad. El es el sacramento y el sacrificio de la salvación universal.

           b).- La Iglesia, sacramento de Cristo glorificado.

          Dice san León Magno en su Sermón 74,2 : “Lo que era visible en Cristo ha pasado a los sacramentos de la Iglesia”.

          La sacramentalidad de Cristo resucitado se expresa en dos niveles: en una institución global que es la  comunidad eclesial, y en sus gestos que son los sacramentos. Un aspecto eclesial de la encarnación se perdería si no se prolongase en la Iglesia como cuerpo, prueba y signo de su presencia permanente en medio de los suyos. Por medio de la Iglesia la encarnación continúa a causa del vínculo indisoluble que liga a Cristo glorificado con su cuerpo místico, del que él es espíritu vivificante,  y por tanto unificante. Su acción transforma a la humanidad rescatada, para llevarla toda ella a su resurrección

           c).- Los sacramentos, actos de Cristo.

          Como la Iglesia que no está unida sino “en nombre del Señor”, así los sacramentos no toman su significado sino de la acción de Cristo; en este sentido es en el que los Hechos hablan del bautismo “en el nombre de Jesús”. El bautismo no tiene eficacia en sí mismo, continúa siendo la acción del Salvador, que con su persona y su obra le ha dado valor y eficacia.

          Los ritos de la Iglesia prolongan los gestos y los milagros de Jesús. Solamente él pudo instituir el bautismo como sacrameto; no tan solo decretar la existencia del mismo, sino agregar su gracia redentora al agua que es derramada. El no se contentó con istituirlo de una vez para siempre, sino que en virtud de la presencia activa de su cuerpo sigue asiendo existir al bautismo como sacramento, es decir, asumiendolo como operado por él mismo. Es pues Cristo quien bautiza; o sea quien, en el momento sacramental, integra al catecúmeno a la obra salvifica de Dios.      

         IV.B.2.- Los elementos constitutivos del bautismo.

        a).- Sacramento y palabra.

         Para san Agustín el sacramento del bautismo está compuesto de materia y agua: “Accedit verbum ad elementum et fit sacramentum”, una palabra se une a un elemento y así tenemos un sacramento (In Joa., 80,3).

         La palabra de la fe expresa la acción y precisa el significado sacramental de una materia ambivalente. El agua y el baño son símbolos que permanecen en la simbólica religiosa de la humanidad entera. Su significado en la economía saramental, en la que ocurren los actos de Cristo, está determinada por la palabra que los explica y que expresa el misterio revelado por Cristo y la fe de la Iglesia.

          b).-El agua bautismal.

          Los textos de la Sagrada Escritura, así como la práctica de la Iglesia ya atestiguada por los Hechos y la Didaje, afirman con toda la nitidez deseable que el agua es la materia del bautismo; el concilio de Trento precisó, “el agua verdadera y natural” (Dz 858).

           En un principio la acción de bautizar se dio a la interperie, en una corriente natural de agua, en un río, más tarde se utilizó una construcción apropiada: el baptisterio. En cuanto a los modos de bautizar, a lo largo de la historia de la lglesia  se han dado tres: la inmersión, la infusión, y la aspersión; sin embargo hay que precisar estas tres formas:

         1.- El bautismo se mantiene dentro del agua, en la disponibilidad de la fe, en el lugar del sacramento. Ningún texto dice que el bautizado se lave a sí mismo; las formas del verbo lavar que se utilizan tanto en los Hechos como en las cartas de Pablo son pasivas, indican así que el neófito es bautizado, que es lavado por otro.

          2.- La inmersión total, de la que se han querido extraer aplicaciones místicas, fue raramente practicada, porque el agua derramada simbolizaba mejor el agua viva que aquella que se encuentra estancada. Incluso donde se practicaba la inmersión, esta tenía un significado pasivo: el catecúmeno era sumergido, no se sumergia a sí mismo, como solía ser la práctica de ciertos baños rituales.

          3.- La inconografía, la arqueología y la arquitectura que la acción bautismal era doble: sobre el catecúmeno sumergido hasta medio cuerpo el bautizante derramaba el agua, o bien colocaba al catecúmeno bajo una boca de agua de la cual ésta salía en chorros, como aún es visible en el bautisterio de Letrán. Esta doble acción coordinada quería significar la doble operación bautismal de purificación de agua y de efusión del Espíritu, efectuadas en un mismo movimiento. No hay que perder de vista aquí el valor profético y ejemplar del bautismo administrado por Juan, que através de las aguas del río lleva a todo el pueblo al Reino de Dios; ya hemos visto que la construcción de los antiguos bautisterios se esforzaba por expresar este movimiento de liberación.

         c).- La palabra y la forma.

         Es difícil deducir una fórmula, trinitaria o cristológica, a partir de la orden de bautizar, o de bautizar en nombre de Jesús; la palabra que acompañaba el baño de agua al parecer era esencialmente una profesión de fe, como lo sugiere Hechos 8,37: y mandó detener el carro. Bajaron ambos (Felipe y el eunuco) y él lo bautizó”. Se refiere en este versículo la más antigua práctica bautismal que conocemos. Cómo fue que esta confesión de fe se convirtió en la fórmula bautismal trinitaria, es imposible precisarlo, lo cierto es que para Tertuliano y la Tradición Apostólica la forma del bautismo consiste en una triple interrogación seguida de una triple inmersión.

          La fides ecclesiae, tanto en el ministro como en el sujeto, confiesa fundamentalmente que el bautismo es un acto personal de Cristo, quien actúa en el sacramento y produce con él el nuevo nacimiento; así la fórmula bautismal, ya sea “en el nombre de Jesús” o “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, confiesa una misma fe, a saber: que el Kirios es salvación para el bautizado, por el poder y la benevolencia de Dios.

           IV.B.3.- Los efectos del bautismo.

           a).- El enunciado.

           Como acto de Cristo, el bautismo aplica al candidato la obra redentora y le hace participar en el misterio mismo de la salvación. Este encuentro personal con  el Kyrios nos introduce al mismo tiempo en el misterio trinitario y en el cuerpo de Cristo. Filiación divina e incorporación a la Iglesia son acciones simétricas y complementarias.

            La liturgia bautismal y la teología de la Iglesia han mostrado que la acción sacramental hace participar al catecúmeno en el Exodo Pascual, arrancándolo de la servidumbre del pecado y del demonio, para restablecerlo en el reino de la Gracia Divina.

            d).- Descripción.

            Los Padres hablan de baño, iluminación y sello; los teólogos medievales de justificación, nacimiento a la vida nueva, don del Espíritu y carácter sacramental. El baño del nuevo nacimiento se presenta positivamente como una participación en el misterio divino-humano de Cristo, que hace al bautizado hijo de Dios y hermano de Jesús: “sois hijos de Dios porque habéis sido bautizados”. Por el sacramento del bautismo el Padre de Jesús viene a ser nuestro Padre.

            Los Padres griegos hablan de la gracia bautismal como una gracia divinizadora, y el concilio de Trento definió que el bautismo imprime un carácter en el alma del bautizado.

           IV.B.4.- La necesidad del bautismo.

           Siendo la unión con Cristo condición necesaria de la salvación, se impone la necesidad del bautismo por ser el medio para alcanzar aquella.

           a).- Datos de la fe.

          Al negar el pecado original, los pelagianos habían minimizado la necesidad del bautismo. Wiclef y los demás reformadores, sobre todo Zwinglio y Calvino, aunque conservaron el rito del bautismo negaron la necesidad del sacramento, basados en su enseñanza de que la sola fe salva. Respecto a los primeros, el sínodo de Milevi (año 417) exigió que fueran bautizados los niños, lo cual implico la necesidad de administrar el sacramento; respecto a los reformadores, el concilio de Trento definió formalmente que “el bautismo no es facultativo, sino secesario para la salvación” (Dz 861), ya que en el cuarto Evangelio afirma de manera universal esta necesidad: Quien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3,6­). Lo mismo sostienen He 2,38; 22,16;  Ef  5,26; Tit 3,5 y Pe 3,21. Así también lo dan a entender Mt 28,18 y Mc 16,16.

         b).- Sentido y alcance del precepto bautismal.

         Hay que distinguir entre la necesidad de medio, y la fuerza obligatoria de esta necesidad. La necesidad de medio es del orden extrictamente objetivo, ninguna consideración de tiempo y lugar puede invalidarla, pero el carácter de ley obligatoria debe matizarse con otras consideraciones: Trento menciona como posibles medios bautismales, así como la recepción de hacho, la promulgación del Evangelio y la recepción de deseo.

         Finalmente, no hay que confundir la necesidad del bautismo con la realidad de la salvación, pues todos los hombres, bautizados o no, han sido rescatados por Cristo.

         a).- El martirio.

          El martirio es un bautismo real, más glorioso y más noble que el del agua, que abarca a este último hasta el punto de dispensar de él al confesor de la fe; san Cirpiano llegó incluso a afirmar  la superioridad del bautismo de sangre sobre el bautismo de agua, porque expresa una confesión de fe más pura, más verdadera y más total.

          Todos los Padres, partiendo desde san Ireneo, consideran al martirio como un bautismo real: Ireneo en Adv. Haer. III, 16,4; Juan Crisóstomo  en Hom. in S. Lucianum 2; Gregorio Nacianceno en Or. 39,17; Eusebio en Hist. Eccl. VI,4;  etc. San Cipriano, consultado sobre esta cuestión, respondió:

          “Algunos nos preguntan si un catecúmeno, al que antes de ser bautizado en la Iglesia, se le hubiera encarcelado por haber confesado el nombre de Cristo y dado muerte, habría de renunciar a la esperanza de salvación porque no había renacido anteriormente en el agua. Pues bien, que sepan estos partidarios y favorecedores de la herejía, que los catecúmenos en cuestión primeramente poseen la fe entera y la verdad de la Iglesia, abandonan el campo de Dios para combatir al diablo con un conocimiento entero y puro de Dios Padre, de Cristo y del Espíritu Santo; después, nisiquiera quedan privados del sacramento del bautismo, por el hecho de que son bautizados con ese bautismo glorioso y muy noble, refiriendose al cual decía el Señor que él tenía que recibir otro bautismo” (Ep. 73,22).

            La razón teológica que fundamenta el valor y la superioridad del martirio es que éste implica la escencia del bautismo: la fe. El martirio es incluso la profesión de fe más personal, más total, que se expresa no solamente con la boca, sino con el comprometimiento  de la existencia misma.

       b).- El bautismo de deseo.

        El bautismo de deseo no está yuxtapuesto al bautismo de agua, sino que está ordenado y subordinado a éste, en la medida en que debe implicar necesariamente la voluntad de someterse al rito bautismal. La enseñanza de los Padres y del Magisterio ha reconocido el valor de este bautismo de deseo, cuando está animado por una disponibilidad interior que remite los pecados.

         El bautismo de deseo fue reconocido como válido por el concilio de Trento (Dz 796; 847; 898). La razón teológica de ello proviene de que Dios no solamente ha significado su voluntad de salvar a los hombres, sino que la ha operado mediante la obra de la Redención; todo ser humano es, pues, interpelado de manera misteriosa pero indiscutible por Cristo para que ratifique subjetivamente la salvación objetiva.    

         El bautismo de deseo no es un encaminamiento extraordinario de la Gracia, sino esencialmente, por su naturaleza, una etapa inacabada de la Gracia ordinaria que en situaciones extraordinarias es suficiente para la salvación. Si bien no confiere carácter, ni incorpora verdadera y plenamente al cuerpo de la Iglesia, la experiencia religiosa en algunos casos de bautismo por deseo puede ser existencialmente más profunda que el bautismo de agua.

           c).- Ministros y sujeto del bautismo.

           En virtud de su cargo pastoral dentro de la comunidad, el ministro ordinario del bautismo solemne es el obispo; el sacerdote, su asociado, recibe por delegación la facultad de administrar el sacramento en virtud de su jurisdicción ordinaria. Desde los orígenes apostólicos los diáconos han tenido la potestad de bautizar, como atestigua todavía hoy el Pontifical, en razón y dentro del marco de su función delegada, dependiente del obispo o del sacerdote.

            Fuera de la administración solemne del sacramento, y particularmente en caso de necesidad, todo ser humano, sea clérigo o laico, hombre o mujer, bautizado o nó, puede conferir válida y lícitamente a otro el bautismo, la única condición es respetar la materia y la forma prescritas, y tener, aunque sea de manera vaga, la intención de hacer lo que la Iglesia.  Nadie puede bautizarse a sí mismo, sin embargo, en caso de gravedad, y no habiendo nadie que lo haga, se estará en lo que corresponde al bautismo de deseo.

            Respecto al sujeto que recibe el bautismo hay que decir que todos los seres humanos vivos, y solamente éstos, son susceptibles de ser bautizados. No existe ninguna limitación de edad; no hay ningún requisito de que el sujeto sea adulto o de que esté efectivamente dotado de razón; ni  siquiera la fe, ni la pureza de corazón, son requisitos para la validez del bautismo, solamente se exige la intención actual, virtual y habitual del candidato, en el sentido de que éste debe presentarse libremente, con conocimiento de causa, en la medida de sus posibilidades, a ser bautizado.

           Para la recepción fructuosa del sacramento se requiere en los adultos las disposiciones morales de la fe y la conversión, aunque sea de manera imperfecta; con el propósito de que se cumpliera este requisito la Iglesia organizó el período de catecumenado durante el cual, como ya hemos visto, la preparación corría al parejo de la iniciación en los misterios de la fe, y el bautismo significaba apartarse de los ídolos, renunciar al pecado y a las seducciones del adversario, y convertirse a la fe en Cristo nuestro salvador.