CAPITULO XV

TEOLOGIA PASTORAL, TEOLOGIA MISIONAL

Y TEOLOGIA ECUMENICA.

 

 

A.- TEOLOGIA PASTORAL

 

 

La historia de esta disciplina nos aclara su situación actual: Antes de convertirse en una verdadera disciplina teológica, la Teología Pastoral tuvo como finalidad llenar una laguna en la formación sacerdotal. Efectivamente, hasta el siglo XX se la concebía como un simple complemento de la formación dada al futuro pastor, en forma de orientaciones prácticas con vistas a asegurar el éxito de su ministerio entre los fieles. Como curso esencialmente práctico, servía para dar unas cuantas recetas, pero no como una verdadera ciencia; pero poco a poco se fue realizando un esfuerzo por salir de esa concepción utilitaria para transformarla en verdadera teología práctica. Se vio entonces cómo surgían varias disciplinas: La Liturgia pastoral, la Catequesis, la Homilética, la Sociología pastoral, la Psicología pastoral, la Pastoral misionera, etc. En el fondo todas ellas perseguían una finalidad común, que era la preparación del sacerdote para su ministerio de pastor, pero actuando cada una por su cuenta, con su propio método y su propia presentación.

 

 

1.- Principios inspiradores de la Teología Pastoral.

 

Dos reflexiones básicas han llevado a la Teología a ir tomando conciencia poco a poco del papel propio de la Teología Pastoral: En primer lugar se ha comprendido que la actividad pastoral de la Iglesia no concierne únicamente a los sacerdotes, de una manera tal que los fieles no tengan más que seguir pasivamente las orientaciones de sus pastores, sino que se refiere a la Iglesia entera, sacerdotes y fieles. Toda la Iglesia es responsable del ministerio pastoral, lo mismo que toda la Iglesia es objeto de la Teología Pastoral.

 

Así se han comprendido mejor las consecuencias de la economía de Encarnación y de Salvación para el apostolado de la Iglesia, y dado que la acción santificadora del Verbo Encarnado se inserta en el tiempo y se dirige a los hombres en su situación histórica actual, se sigue que la actividad pastoral de la Iglesia debe tener en cuenta sus condiciones sociales y culturales que cambian con el tiempo, las generaciones, los lugares y los pueblos. La Iglesia no puede contentarse con estar presente en el mundo, porque la situación actual y concreta de la humanidad condiciona su apostolado; si la Iglesia quiere que el Evangelio encuentre un eco en los corazones de los hombres de nuestro tiempo debe tomar en cuenta la coyuntura en que viven; por tanto, queda lugar en la Teología para un estudio metódico y científico de la Iglesia como fenómeno contemporáneo, y este estudio pertenece a la inteligencia de la Iglesia.

 

He aquí algunos de los problemas a los que deberá enfrentarse esta reflexión teológica: a).- Considerar la repercusión que tiene en la actividad apostólica de la Iglesia un mundo unificado, vivo y concebido como un todo. b).- Estudiar las relaciones de la Iglesia con una sociedad secularizada, y los cambios de actitud y de formas apostólicas que implica este nuevo tipo de sociedad. c).- Planear las relaciones de la Iglesia con las otras sociedades religiosas; con comunidades cristianas separadas y con las grandes religiones de la salvación. d).- Definir el papel de los bautizados en los países pobres, concretamente en presencia del tercer mundo: ¿Cómo habrá de ser la Iglesia de los pobres, y qué formas tendrán que tomar su servicio y testimonio? e).- Establecer las relaciones de la Iglesia con la sociedad civil, tomando en cuenta los problemas de la libertad religiosa y de la tolerancia.

 

De esta forma podemos ver que mientras que la Teología Dogmática trata de la Iglesia en su ser esencial, como misterio e institución a la vez humana y divina, la Teología Pastoral es una reflexión metódica sobre su ser móvil, sobre el misterio de la edificación del cuerpo de Cristo —que es la Iglesia— en su actuación presente y concreta, y sobre las condiciones de esta situación; sobre la manera con que la situación contemporánea del mundo afecta al cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia, entendiendo por situación contemporánea los cambios culturales y sociales de cada época.

 

 

 

2.- Teología Pastoral y actividad pastoral.

 

 

Para mayor claridad, creemos conveniente establecer las siguientes distinciones:

 

a).- Teología Pastoral Fundamental. Esta parte plantea los principios básicos de una Teología Pastoral que estudia el misterio de la Iglesia en cuanto que está presente en el mundo, y está sometida a las vicisitudes de la historia. Esta reflexión se apoya en la experiencia pasada de la Iglesia y en su esencia permanente para comprender su condición presente, porque la tarea primordial de la Teología Pastoral consiste en formular los principios que fundamentan la acción de la Iglesia en el mundo de hoy. La constitución Gaudium et Spes ha anunciado varios de estos principios, por ejemplo: 1.- La Iglesia se siente íntimamente unida con la humanidad y con su historia. 2.- Siente el deber de entrar en diálogo con toda la familia a la que pertenece el pueblo de Dios, por consiguiente reconoce la necesidad de comprender al mundo en el que está inserta. 3.- La Iglesia está al servicio de la humanidad, pero no ignora la ayuda que recibe de la historia y de la evolución del género humano. 4.- Aunque comparta la suerte terrena de la humanidad, la Iglesia tiene que contribuir a la transformación de la familia humana. 5.- La Iglesia tiene en deber de escrutar los signos de los tiempos, y de interpretarlos a la luz del Evangelio para responder a las cuestiones de los hombres de cada generación.

 

b).- La Teología del ministerio Pastoral, o Teología Pastoral propiamente dicha, es una reflexión metódica sobre la acción que desarrolla la Iglesia para establecer el reino de Dios; esta reflexión se dirige: 1.- A los ministerios que la Iglesia lleva a cabo para realizar la salvación de los hombres: de la palabra, del culto y de la caridad en todas sus formas. 2.- A los sujetos que ejercen esos ministerios, las Jerarquías, Diócesis, Naciones, etc. 3.- A los beneficiarios de esta actividad pastoral, a niños, adolescentes, adultos, familias, parroquias, etc. 4.- A las relaciones de la Iglesia con las sociedades que la rodean.

La Teología Pastoral apela a diversas ciencias humanas que le sirven de auxiliares, en particular a la Antropología, la Sociografía, la Psicología y la Historia. En efecto, toda acción pastoral y toda reflexión sobre la acción pastoral reposan en un conocimiento preciso de la realidad humana contemporánea; pues bien, esta realidad es infinitamente variada, por ejemplo el ambiente rural y el ambiente urbano ofrecen un aspecto muy distinto, y aún dentro de cada ambiente existe gran variedad de tipos según los países y los pueblos.

 

c).- La actividad pastoral, o el ejercicio del ministerio pastoral, es la puesta en obra de los principios de la Teología Pastoral, que como tal es una ciencia teórica. La actividad pastoral se sirve de las ciencias humanas para identificar a las colectividades (grupos humanos, clases sociales) y a los fenómenos sociales (prejuicios, costumbres, etc.) La Teología Pastoral, por su parte, es la que proporciona los principios y las normas de acción.

 

A causa del vínculo tan estrecho que existe entre la Teología Pastoral y las ciencias humanas, tiene que haber una comunicación permanente entre el pastor, el teólogo y el sociólogo o el psicólogo; en ella las ciencias humanas proporcionarán una descripción inteligible de la realidad concreta bajo el punto de vista sociológico y psicológico; situarán los problemas con que tienen que enfrentarse la acción pastoral y la reflexión teológica, y aportarán algunos elementos de solución. Por su parte, la actividad pastoral está en relación directa con las ciencias humanas y con los principios de la Teología Pastoral. Como a su vez las observaciones de las ciencias humanas y los problemas de la vida pastoral iluminarán la reflexión teológica, los problemas de conversión no podrán ser bien examinados sin apelar al servicio del pastor, del teólogo, del sociólogo y del psicólogo.

 

 

 

B.- TEOLOGIA MISIONAL

 

Como la Teología Pastoral, la Misional considera el misterio de la Iglesia dentro de una perspectiva dinámica y existencial, pero mientras que la Pastoral se dirige ante todo a los fieles de la Iglesia, la Misional piensa especialmente en la masa de los no cristianos. El dinamismo misionero de la Iglesia la empuja a desbordar sus fronteras para extender a todos los hombres los beneficios del Evangelio, por eso la Teología Misional tiene por objeto el movimiento de expansión de la Iglesia más allá de sus límites actuales.

 

La Iglesia es misionera por naturaleza: Ha sido enviada por Cristo como fue enviado Cristo por el Padre (Jn 13,20; 20,21), pero se puede distinguir entre la misión general de la Iglesia, o su actividad apostólica en sentido amplio, y su actividad misionera en sentido estricto, que consiste en llevar la salvación a los que no conocen el Evangelio, y en reunir a todos los hijos de Dios en un solo pueblo y en un solo cuerpo.

 

1.- Teología de la Misión.

 

El decreto Ad Gentes del Concilio Vaticano II relaciona la acción misionera con el designio de Dios sobre la humanidad, pero también con su propio origen trinitario; esto le da a las misiones una profundidad teológica incomparable. La estructura trinitaria de la misión de la Iglesia queda definida con esta frase del decreto: “La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, como quiera que ella misma tiene su origen en la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, conforme al propósito de Dios Padre”.

 

La misión dada por Cristo a su Iglesia (Mc 16,15; Mt 28,18) parte del mismo Dios: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21). Hasta el Padre hemos de remontarnos para comprender el origen que explica la misión de la Iglesia: “El designio de Dios”, dice en Concilio, “brota de la fuente de amor, o sea de la caridad de Dios Padre, que siendo el principio sin principio del que se engendra el Hijo y de quien procede el Espíritu Santo por medio del Hijo, por su inmensa y misericordiosa benignidad libremente creadora...nos llama gratuitamente a participar de su vida y gloria”.

 

De esta manera se afirma que la caridad es la energía primordial del designio de salvación. Es en una acción adicional de la Trinidad a partir del Padre, por las misiones históricas del Hijo y del Espíritu, como esta caridad alcanza a la historia humana, Cristo, en nombre del Padre, funda la Iglesia y envía al Espíritu. Desde entonces, desde Pentecostés hasta la Parusía, la Iglesia y el Espíritu obran inseparablemente para edificar el cuerpo de Cristo y llevar a cabo la obra de salvación inaugurada por él. La misión de la Iglesia proyecta en el tiempo ese movimiento de la caridad trinitaria, comenzando por la misión del Hijo y del Espíritu. La misión de la Iglesia se cumple por aquella operación por la que se hace presente a todos los hombres y linajes, obedeciendo el mandato de Cristo y movida por la caridad y la gracia del Espíritu Santo.

 

El movimiento amoroso por el que Dios se hace presente en el mundo reviste una forma sacramental: el Evangelio alcanza a los hombres y la gracia invisible transforma los corazones por medio de la carne de Cristo, por medio de la visibilidad de la Iglesia y también por la presencia del misionero. Esta extensión del amor a la humanidad y este agrupamiento de todos los hombres a imagen de la sociedad Trinitaria tiene que pasar por el eje de la cruz; por eso la actividad misional y el acercamiento a Cristo —de los hombres y de las sociedades— tienen que ir acompañadas invariablemente de sufrimientos, de persecuciones e incluso del derramamiento de sangre.

 

La finalidad inmediata de la actividad misional es conducir a los hombres a la obediencia de la fe, para construir un solo pueblo de Dios, cuerpo único de Cristo y templo del Espíritu, de forma que los hombres reconozcan al Dios de nuestro Señor Jesucristo y puedan decir con él: “Padre Nuestro”. Al mismo tiempo, Dios es plenamente glorificado cuando su designio de caridad, conocido por todos, es además reconocido por todos.

 

Por esta actividad misionera, Dios es plenamente glorificado cuando aceptan los hombres su obra salvadora completada en Cristo. La glorificación de Dios es el fin último de la actividad misional, porque al movimiento de amor que salió de Dios hacia los hombres le corresponde la vuelta desde los hombres hacia Dios, como respuesta amorosa del hombre a la invitación del amor de Dios.

 

 

2.- La obra misional y sus implicaciones.

 

Los capítulos II y III del decreto describen los tres pasos de la empresa misional. Estos pasos, de los que el mismo Cristo con su encarnación nos dio ejemplo, están precedidos por una fase preliminar que es la pre-evangelización.

 

La pre-evangelización es una fase de aproximación. Antes de predicar explícitamente el Evangelio hay que presentarlo operante en existencias humanas a las que ya haya transformado, a fin de que el espectáculo de esas vidas plenas despierte el deseo de participación en ellas. Se trata con esto de preparar los caminos del Evangelio, mostrando el ejercicio de la salvación en nuestro mundo. La pre-evangelización abarca: a).- La presencia y el testimonio de una vida verdaderamente cristiana, porque dondequiera que vivan, pero sobre todo en tierras de misión, los cristianos están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra al hombre nuevo del que se revistieron en el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo por quien han sido fortalecidos en la confirmación. b).- El ejercicio de la caridad. A ejemplo de Cristo, que recorría ciudades y aldeas curando todas las enfermedades como signo de la llegada del Reino de Dios, la caridad de la Iglesia tiene que traducirse en obras de caridad, especialmente con los pobres y con los que sufren. c).- El diálogo de acercamiento. Lo mismo que Cristo cuando conducía a los hombres a la luz por medio de un diálogo paciente y amigable, también a los no cristianos hemos de llegar poco a poco, para explicarles lo que inspira la caridad de los discípulos de Cristo: Que empapados del Espíritu de Cristo, los fieles conozcan a los hombres entre los que viven, y traten de que lleguen a conocer las riquezas que Dios generosamente ha dispensado a las gentes.

 

El primer término de la actividad misional comienza con la predicación propiamente dicha, porque el medio principal de esta implantación de la Iglesia, dice el texto conciliar, es la predicación del evangelio de Jesucristo.

 

Antes de ser una comunidad bautismal y eucarística, la Iglesia tiene que ser una comunidad evangélica convocada por la palabra de Dios. Esta predicación, como la de los apóstoles, tiene como objeto el misterio de Cristo y la salvación por medio de la fe en Jesucristo; el futuro de la predicación es la fe, y la conversión bajo la acción del Espíritu. Esta conversión, observa el decreto, es una “conversión inicial” por la que el hombre se aparta del pecado y se vuelve hacia Cristo en una adhesión total, pero esta conversión evidentemente está llamada a desarrollarse y a madurar.

 

El segundo paso de la empresa misional es la implantación de la Iglesia. Plantar la Iglesia es crear las comunidades vivas de fieles que ejerzan la triple función que Dios les ha conferido: profética, sacerdotal y real. La primera actividad de implantación es el catecumenado; éste, dice el decreto, no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado a toda la vida cristiana, por medio del cual los catecúmenos son iniciados en un nuevo estilo de vida, que es la vida de la fe, la vida de la Liturgia y la vida de la caridad del pueblo de Dios. Después de esto será cuando los catecúmenos se hayan hecho aptos para recibir los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Así es como se constituye una comunidad que será signo de la presencia de Dios en el mundo.

La plenitud de la implantación es formar la Iglesia particular con sus órganos esenciales: catequistas, diáconos, sacerdotes, y sobre todo su obispo. Cuando la congregación de los fieles alcanza cierta estabilidad y firmeza, es cuando la obra de la implantación de la Iglesia logra plenamente su cometido, por tanto este tercer paso, que es la coronación de todo el esfuerzo misional, puede caracterizarse de esta manera: a).- Las asambleas de los fieles se van haciendo cada vez más conscientes de que son comunidades de fe, de liturgia y de caridad. b).- Las familias se convierten en centros de apostolado y en viveros de vocaciones. c).- Los laicos son en la sociedad civil un fermento de justicia y de caridad; se organiza el apostolado laico. d).- Las jóvenes Iglesias se convierten ellas mismas en misioneras. e).- Asumen los valores locales en beneficio del cristianismo; a este respecto, el decreto dice: “serán asumidas en la unidad católica las tradiciones particulares juntamente con las cualidades propias de cada grupo humano, ilustradas con la luz del evangelio”.

 

 

3.- Problemas actuales de la Teología Misional.

 

La reflexión teológica de los últimos años sobre la revelación, la fe, la historia de la salvación y el ecumenismo, ha hecho surgir todo un conjunto de nuevos problemas relativos a la actividad misionera de la Iglesia; mencionaremos solamente algunos de ellos.

 

a).- ¿Cómo saber cuál es la situación de las religiones no cristianas en la historia de la salvación? y de una manera general, ¿cuál es el sentido teológico del paganismo?

 

b).- Si la salvación está destinada a todos los seres humanos, y los medios para conseguirla son varios, ¿cuál es la razón de ser de la Iglesia y de la predicación del Evangelio? De aceptar esta proposición de la salvación general, ¿no se correría el peligro de privar a las misiones de su carácter de urgencia, y de sacrificar la importancia de la revelación?

 

c).- La noción de apostolado por medio del testimonio o de la santidad de la vida, está subrayada a través de todo el Concilio por el decreto Ad Gentes; le toca a la Teología Misional elaborar esta noción y mostrar el dinamismo propio del testimonio, en relación con las demás formas de apostolado. Por otra parte, si el Espíritu de santidad está operante en todas las religiones, ¿cómo es que tiene todavía valor de signo la santidad de la Iglesia?

 

d).- Puesto que existe una Teología del laicado, ¿cómo puede esta Teología iluminar la acción de la Iglesia al servicio de los pueblos y de su desarrollo?

 

e).- ¿Cómo ha de traducirse en los hechos y en las estructuras, y según las orientaciones conciliares, la responsabilidad misionera de la Iglesia, comenzando por los obispos?

 

f).- ¿Cuál es el papel del Espíritu en la misión de la Iglesia? Con la acción del Espíritu se relaciona el problema de los carismas personales.

 

g).- ¿En qué consiste la implantación de la Iglesia? ¿Cuáles son los elementos esenciales del cristianismo y los que se derivan solamente de la cultura y de los modos de pensar de los pueblos misioneros? ¿Hasta dónde puede extenderse la contribución de la filosofía y la cultura de los pueblos convertidos en la comprensión de la fe cristiana?

 

C.- TEOLOGIA ECUMENICA

 

El movimiento ecuménico nació del problema misional en los ambientes protestantes, siendo un momento decisivo para su reconocimiento la Conferencia Misional Internacional celebrada en Edimburgo en 1910, ya que algunos de los temas tratados en ella eran netamente ecuménicos. En Edimburgo se llevó a cabo la experiencia de tener un verdadero diálogo entre cristianos de tendencias diferentes sobre problemas generales referentes al cristianismo, descubriéndose hasta qué punto las divergencias de fe podían perjudicar al trabajo misional; de esta forma germinó la idea de realizar reuniones doctrinales internacionales, las cuales fueron conocidas con el nombre de “Faith and Order”.

 

El problema de falta de unidad de las confesiones cristianas, dolorosamente sentido en carne propia por las Iglesias protestantes, tuvo el efecto de sensibilizar a los mismos católicos sobre lo escandaloso que resultaba la división de los cristianos. Fue entonces que la Eclesiología católica, que había sido renovada por la vuelta a la Escritura, y se centraba en el misterio de la Iglesia para captar mejor sus aspectos y sus tensiones, condujo a su vez a una mayor reflexión sobre el problema de la unidad rota.

 

1.- Los principios católicos del ecumenismo.

 

El propósito del movimiento ecuménico consiste en restaurar entre todos los cristianos esa unidad que fue tan ardientemente deseada por Cristo para sus discípulos: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en tí, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).

 

Promover la unidad de todos los cristianos fue también uno de los fines principales del Concilio Vaticano II; del Concilio procede el siguiente texto: “Se entienden por movimiento ecuménico las actividades e iniciativas que, según las diversas necesidades de la Iglesia y las circunstancias ocasionales, se suscitan y ordenan a favorecer la unidad de los cristianos, como son, en primer lugar, todos los intentos de eliminar palabras, juicios y obras que no corresponden en justicia y verdad a la condición de los hermanos separados, y que por tanto hacen más difíciles las mutuas relaciones con ellos; en segundo lugar, el diálogo, entablado entre peritos debidamente instruidos, en las reuniones de cristianos de diversas Iglesias o comunidades y celebradas con espíritu religioso, en el que cada uno explica con toda profundidad la doctrina de su comunión y expone con claridad sus características”.

 

En una palabra, el movimiento ecuménico se esfuerza por eliminar todo cuanto ofenda a la verdad, y en favorecer un diálogo fructífero entre los expertos de las diversas comunidades.

 

El ecumenismo en la Iglesia Católica se apoya en una visión bíblica de la Iglesia como pueblo de Dios y como sacramento de la unidad para el mundo entero. Supone como base una doctrina y unos principios dogmáticos, pero es un movimiento de aproximación entre la Iglesia Católica por una parte y la Iglesia Ortodoxa y las iglesias que se inspiran en la Reforma por la otra, por medio de la renovación de la Eclesiología y otras formas, entre las que predomina el diálogo. Los frutos que las Iglesias esperan de este diálogo son: a).- Un conocimiento más exacto de la doctrina y una estima más profunda de los tesoros del pasado y de la vida de cada una. b).- Una colaboración más amplia entre ellas. c).- La unión de todas en la oración. d).- Un examen de conciencia sobre la fidelidad de cada una a la voluntad de Cristo, y sobre la necesidad de un esfuerzo sostenido de renovación y de reforma.

 

El fin último del movimiento ecuménico, que por ahora está sólo en la esperanza, consiste en que todos los cristianos, una vez superados los obstáculos que impidan una perfecta comunión eclesiástica, queden congregados en una única celebración de la Eucaristía y en la unidad de una y única Iglesia.

 

La Iglesia católica juzga que la unidad que Cristo ha concedido a su Iglesia subsiste en ella sin posibilidad de perderse, y que las otras comunidades se encuentran en una comunión más o menos perfecta con ella, en razón de los elementos de salvación más o menos numerosos que han conservado o abandonado. Entre estos elementos de salvación menciona el decreto a la Palabra de Dios escrita, a la vida de la gracia, a la fe, la esperanza y la caridad, y a otros dones interiores del Espíritu Santo, así como a elementos visibles.

 

La restauración de la unidad de los cristianos es una obra de la gracia de Dios, por eso el movimiento ecuménico tiene que alimentarse en la renovación de la Iglesia y en la mayor fidelidad a su vocación. Toda la comunidad católica está llamada a dar un testimonio más fiel y más claro de la doctrina y de las instituciones entregadas por Cristo a través de sus apóstoles, porque no podría haber verdadero ecumenismo sin conversión interior. Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las súplicas privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de ser estimadas como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón pueden llamarse Ecumenismo Espiritual.

 

La base de la unidad son la caridad y la oración, pero también pertenecen al alma y al espíritu del movimiento ecuménico: a).- Una preocupación ardiente y eficaz por promover la unidad cristiana, viviendo cada uno según su condición. b).- El estudio objetivo y benévolo de la doctrina e historia de la vida espiritual y litúrgica, de la psicología religiosa y de la cultura que son propias de nuestros hermanos. c).- La estima completa del reconocimiento de los valores cristianos, de las virtudes y heroísmos de las diversas comunidades cristianas. d).- La eliminación de todo sentimiento y de toda apariencia de menosprecio. e).- finalmente, una vida cristiana fervorosa que haga resplandecer la luz de Cristo.

 

 

2.- Aspectos del movimiento ecuménico en nuestros hermanos separados.

 

 

El movimiento ecuménico en nuestros hermanos separados ha nacido, como hemos visto, del movimiento misional y del deseo de asegurar a este movimiento su plena eficacia. Ante el escándalo que originaba en los territorios evangelizados la multiplicidad de confesiones que se presentaban en nombre de Jesucristo, las comunidades protestantes comprendieron la urgencia de rehacer la unidad rota. La historia del movimiento ecuménico es, por tanto, la historia de los pasos y titubeos que han dado las comunidades cristianas separadas para acercarse entre sí, y esquemáticamente podemos distinguir en esta historia las siguientes etapas: a).- Establecimiento de los primeros contactos y de un verdadero diálogo entre las diversas comunidades. b).- Las primeras formas de colaboración, con la aprobación oficial de las Iglesias. c).- La federación de las comunidades.

 

Una etapa importante en este aspecto es la formación del “Consejo Ecuménico de las Iglesias” en Amsterdam en 1948, para estudiar y resolver en común los problemas de la evangelización, para promover la educación cristiana en el mundo pagano, para atender a las necesidades de las poblaciones subalimentadas, y para estudiar en común los medios de promover la unidad cristiana. Este Consejo mundial ha celebrado otras importantes sesiones en Evanston en 1954 y en Nueva Delhi en 1961, y aunque no sea Iglesia, abre amplias perspectivas hacia la posibilidad de agrupación de todas las comunidades en la única Iglesia de Cristo. Esta preocupación de una unidad cada vez mayor se hace sentir concretamente en el deseo de predicar un solo y único Evangelio, de participar en una sola mesa eucarística y de poseer en común un único ministerio universalmente reconocido.

 

En nuestros hermanos separados, el movimiento ecuménico manifiesta actualmente dos tendencias bien claras: La primera es establecer entre las diversas comunidades vínculos cada vez más estrechos, en el plano del diálogo y de la colaboración; la segunda es definir los elementos esenciales de la unidad que Cristo ha querido para su Iglesia.

 

 

3.- Ecumenismo y Teología.

 

 

El Vaticano II ha subrayado la necesidad de dar a los estudiantes de Teología un conocimiento sólido de las comunidades cristianas separadas, por eso en el decreto sobre la formación de los sacerdotes dice: “Teniendo bien en cuenta las circunstancias de cada región, oriéntese a los alumnos a un conocimiento completo de las Iglesias y comunidades eclesiales separadas de la Sede Apostólica Romana, para que puedan contribuir a la restauración de la unidad entre todos los cristianos, según las normas de este sagrado Concilio”.

 

En el plano teológico, la mayor parte de los problemas que se refieren al ecumenismo son de Eclesiología, y los podemos agrupar alrededor de los dos temas siguientes:

 

a).- Todos los cristianos están actualmente de acuerdo en declarar que la Iglesia instituida se realiza en la historia, pero surge el problema de la conjunción del elemento humano expuesto al relativismo de la historia, con el elemento divino que es inmutable y definitivo; de ahí el problema de la institución y del acontecimiento, en particular el problema de la unidad definitiva y la unidad que se realiza, el de la unidad necesaria y la diversidad legítima en el seno de esta unidad, el de la santidad y el pecado de la Iglesia, etc. Todas estas son cuestiones que tienen una inmediata repercusión ecuménica.

 

b).- Todos los cristianos también están de acuerdo en afirmar que la Iglesia instituida tiene que proclamar el mensaje de Cristo en el mundo entero, pero cómo concebir esa proclamación, ¿por la palabra o por la tradición de la vida sacramental?, ¿o por ambas a la vez?, ¿y cómo concebir las relaciones entre la Iglesia y la tradición?, ¿y entre el Magisterio y el testimonio personal del Espíritu en cada uno de los fieles?, ¿y cuál es la naturaleza de los sacramentos? Todos estos problemas tienen que ser considerados bajo el triple punto de vista católico, ortodoxo y protestante.

 

Pero el ecumenismo no es solamente un problema de Eclesiología, es también un problema se mentalidad y de metodología. Una teología con interés ecuménico tiene que preocuparse de presentar la doctrina de la Iglesia con fidelidad, desde luego, pero con una fidelidad que favorezca el diálogo con los cristianos separados.

 

A este propósito el decreto del Concilio da unas indicaciones precisas: Afirma como principio general que el sistema de exponer la fe de ningún modo ha de constituir un obstáculo al diálogo con los hermanos; en concreto, esto significa que la exposición de la doctrina católica tiene que evitar todo carácter polémico y reflejar mucha serenidad, y que la exposición de los temas tiene que ser clara e integral, evitando todo falso apaciguamiento que pretenda suavizar los dogmas, o silenciar aquellos que pudieran disgustar a nuestros hermanos separados.

 

Verdad y claridad tienen que ir a la par, pero en la exposición de la doctrina hay que acordarse de que existe una jerarquía de las verdades de la doctrina católica por ser distinto el lazo que las une con el fundamento de la fe. En efecto, existe una diferencia entre las verdades reveladas que hay que respetar en la explicación de la doctrina, así por ejemplo, no se pondrá el mismo acento en la doctrina sobre la asunción de María que sobre el dogma de la Trinidad; igualmente habrá que hacer distinciones entre lo que es verdad de fe, verdad teológica cierta, hipótesis teológica, etc.

 

El criterio de esta jerarquía de valores está en el vínculo de sus verdades con el fundamento de la fe cristiana. En nuestros hermanos separados, concretamente en los protestantes, la Palabra de Dios contenida en las Escrituras está en el primer plano de la vida religiosa y de la reflexión teológica; darle a la Escritura todo el lugar que le corresponde entre las realidades cristianas, y mostrar cómo la doctrina de la Iglesia se apoya en los datos de la Escritura, puede favorecer de manera singular el diálogo ecuménico. En este mismo sentido, una mayor atención al argumento litúrgico podrá contribuir a la aproximación de los católicos y protestantes con las Iglesias orientales.